2a
SEMANA de
ADVIENTO:
DOMINGO 2o de ADVIENTO:
2a SEMANA del SALTERIO
Lecturas:
según la Biblia
de la Conferencia Episcopal Española.
Oraciones: según el Nuevo Misal español.
DOMINGO 2o
LUNES 2o
MARTES 2o
MIÉRCOLES 2o
JUEVES 2o
VIERNES 2o
SÁBADO 2o
DOMINGO 2o DE ADVIENTO.
— SEMANA 2a DEL SALTERIO —
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
Con María la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Alégrate y goza, nueva Sión, porque tu Rey llega con mansedumbre a salvar nuestras almas.
Salmo 118,
105-112
XIV (Nun)
Himno a la ley divina.
Éste
es mi mandamiento:
que os améis unos a otros. (Jn 15, 12)
Lámpara es tu
palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.
Acepta, Señor,
los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.
Tus preceptos
son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Alégrate y goza, nueva Sión, porque tu Rey llega con mansedumbre a salvar nuestras almas.
Antífona 2: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes: «Mirad, nuestro Rey viene en persona y nos salvará». Aleluya.
Salmo 15.
El Señor es el lote de mi heredad.
Dios
resucitó a Jesús rompiendo
las ataduras de la muerte. (Hch 2, 24)
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.
Multiplican
las estatuas
de dioses extraños,
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el
lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
Me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
Bendeciré al
Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me
alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás
el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes: «Mirad, nuestro Rey viene en persona y nos salvará». Aleluya.
Antífona 3: La ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
Cántico de
Filipenses 2, 6-11.
Cristo, Siervo de Dios, en su misterio pascual.
Cristo, a
pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así,
actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios
lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: La ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
Lectura breve: 1a Carta a los Tesalonicenses 5, 23-24.
Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os llama es fiel, y él lo realizará.
Responsorio breve:
V. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
R. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
V. Danos tu salvación.
R. Tu misericordia.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
Antífona Magníficat: Ven, Señor, y danos tu paz; tu visita nos retornará a la rectitud y podremos alegrarnos en tu presencia.
Año A: Juan Bautista se presentó en el desierto, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Año B: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.
Año C: Ven, Señor, visítanos con tu paz, y
nos alegraremos en tu presencia de todo corazón.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: Ven, Señor, y danos tu paz; tu visita nos retornará a la rectitud y podremos alegrarnos en tu presencia.
Año A: Juan Bautista se presentó en el desierto, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Año B: Yo envío mi mensajero delante de ti
para que te prepare el camino.
Año C: Ven, Señor, visítanos con tu paz, y nos alegraremos en tu presencia de todo corazón.
Preces:
Oremos,
hermanos, a Cristo, el Señor, que nació de la Virgen María, y digámosle:
Ven, Señor Jesús.
Hijo Unigénito de Dios, que has de venir al mundo como mensajero de la alianza,
— haz que el mundo te reciba y te reconozca.
Tú que, engendrado en el seno del Padre, quisiste hacerte hombre en el seno de María,
— líbranos de la corrupción de la carne.
Tú que, siendo la vida, quisiste experimentar la muerte,
— no permitas que la muerte pueda dañar a tu pueblo.
Tú que, en el día del juicio, traerás contigo la recompensa,
— haz que tu amor sea entonces nuestro premio.
Señor Jesucristo, que por tu muerte socorriste a los muertos,
— escucha las súplicas que te dirigimos por nuestros difuntos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que, cuando salimos
animosos al encuentro de tu Hijo, lo impidan los afanes terrenales,
para que, aprendiendo la sabiduría celestial, podamos participar
plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Preparemos los caminos
—ya se acerca el Salvador—
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Tenemos en Sión una ciudad fuerte: el Salvador ha puesto en ella murallas y baluartes; abrid las puertas, que con nosotros está Dios. Aleluya.
Salmo 117.
Himno de acción de gracias después de la victoria.
Jesús
es la piedra que desechasteis vosotros,
los arquitectos, y que se ha convertido
en piedra angular. (Hch 4, 11)
Dad gracias al
Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa
de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa
de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los
fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
En el peligro
grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.
El Señor está
conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.
Mejor es
refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.
Todos los
pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.
Empujaban y
empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad, hay
cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».
No he de
morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.
Abridme las
puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
— Ésta es la
puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
— Te doy
gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
La piedra que
desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día
en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
— Bendito el
que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.
— Ordenad una
procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
Tú eres mi
Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al
Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Tenemos en Sión una ciudad fuerte: el Salvador ha puesto en ella murallas y baluartes; abrid las puertas, que con nosotros está Dios. Aleluya.
Antífona 2: Sedientos todos, acudid por agua; buscad al Señor mientras se le encuentra. Aleluya.
Cántico de
Daniel 3, 52-57.
Que la creación entera alabe al Señor.
¡Bendito
el Creador
por siempre! (Rm 1, 25)
Bendito eres,
Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu
nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres
en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres
sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres
tú, que sentado sobre querubines
sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito eres
en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.
Criaturas
todas del Señor, bendecid al Señor.
Ensalzadlo con himnos por los siglos.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Sedientos todos, acudid por agua; buscad al Señor mientras se le encuentra. Aleluya.
Antífona 3: Mirad: el Señor vendrá con poder para iluminar los ojos de sus siervos. Aleluya.
Salmo 150.
Alabad al Señor.
Salmodiad
con el espíritu,
salmodiad con toda vuestra mente,
es decir, glorificad a Dios con el cuerpo
y con el alma. (Hesiquio)
Alabad al
Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.
Alabadlo por
sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo
tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con
tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con
platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta alabe al Señor.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Mirad: el Señor vendrá con poder para iluminar los ojos de sus siervos. Aleluya.
Lectura breve: Carta a los Romanos 13, 11b-12.
Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.
Responsorio breve:
V. Cristo, Hijo de Dios vivo, Ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, Ten piedad de nosotros.
V. Tú que has de venir al mundo.
R. Ten piedad de nosotros.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, Ten piedad de nosotros.
Antífona Benedictus: Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare mi camino ante ti.
Año A: Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos».
Año B: Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados.
Año C: Vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, y predicaba un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare mi camino ante ti.
Año A: Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos».
Año B: Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados.
Año C: Vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, y predicaba un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
Preces:
Roguemos,
hermanos, al Señor Jesús, juez de vivos y muertos, y digámosle:
Ven, Señor Jesús.
Señor Jesucristo, tú que viniste a salvar a los pecadores,
— líbranos de caer en la tentación.
Tú que vendrás con gloria para juzgar a tu pueblo,
— muestra en nosotros tu poder salvador.
Ayúdanos a cumplir con fortaleza de espíritu los preceptos de tu ley,
— para que podamos esperar tu venida sin temor.
Tú que eres bendito por los siglos,
— concédenos, por tu misericordia, que, llevando ya desde ahora una vida sobria y religiosa, esperemos con gozo tu gloriosa aparición.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que, cuando salimos
animosos al encuentro de tu Hijo, lo impidan los afanes terrenales,
para que, aprendiendo la sabiduría celestial, podamos participar
plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo.
SEGUNDAS VÍSPERAS
2o DOMINGO ADVIENTO.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
Con María, la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de Madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.
Salmo 109,
1-5.7.
El Mesías, Rey y Sacerdote.
Cristo
tiene que reinar hasta que
Dios haga de sus enemigos
estrado de sus pies. (1 Cor 15, 25)
Oráculo del
Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe
desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré como rocío
antes de la aurora».
El Señor lo ha
jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».
El Señor a tu
derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente;
por eso, levantará la cabeza.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.
Antífona 2: Aparecerá el Señor y no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.
Salmo 113 B.
Himno al Dios verdadero.
Abandonando
los ídolos, os volvisteis a Dios,
para servir al Dios vivo y verdadero. (1 Ts 1, 9)
No a nosotros,
Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios?».
Nuestro Dios
está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y oro,
hechura de manos humanas:
Tienen boca, y
no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos,
y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.
Israel confía
en el Señor:
Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
Él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
Él es su auxilio y su escudo.
Que el Señor
se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.
Que el Señor
os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
bendito seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.
Los muertos ya
no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Aparecerá el Señor y no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.
Antífona 3: El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.
Cántico de
Apocalipsis 19, 1-7.
Las bodas del Cordero.
Aleluya. La
salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos. Aleluya.
Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que lo teméis, pequeños y grandes. Aleluya.
Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Aleluya.
Aleluya. Llegó
la boda del Cordero,
su esposa se ha embellecido. Aleluya.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.
Lectura breve: Carta a los Filipenses 4, 4-5.
Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Responsorio breve:
V. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
R. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
V. Danos tu salvación.
R. Tu misericordia.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Muéstranos, Señor, Tu misericordia.
Antífona Magníficat: ¡Dichosa tú, María, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya.
Año A: «Yo os bautizo con agua para que os convirtáis —dice Juan—. El que viene detrás de mí puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Año B: Juan proclamaba: «Detrás de mí viene
el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las
sandalias».
Año C: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas. Y todos verán la salvación de Dios.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: ¡Dichosa tú, María,
que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Aleluya.
Año A: «Yo os bautizo con agua para que os convirtáis —dice Juan—. El que viene detrás de mí puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Año B: Juan proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias».
Año C: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas. Y todos verán la salvación de Dios.
Preces:
Oremos,
hermanos, a Cristo, el Señor, que viene a salvar a todos los hombres, y
digámosle confiadamente:
Ven, Señor Jesús.
Señor Jesucristo, que por el misterio de la encarnación manifestaste al mundo la gloria de tu divinidad,
— vivifica al mundo con tu venida.
Tú que participaste de nuestra debilidad,
— concédenos tu misericordia.
Tú que viniste humildemente para salvar al mundo de sus pecados,
— cuando vuelvas de nuevo con gloria y majestad, absuélvenos de todas las culpas.
Tú que lo gobiernas todo con tu poder,
— ayúdanos, por tu bondad, a alcanzar la herencia eterna.
Tú que estás sentado a la derecha del Padre,
— alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que, cuando salimos
animosos al encuentro de tu Hijo, lo impidan los afanes terrenales,
para que, aprendiendo la sabiduría celestial, podamos participar
plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Preparemos los caminos
—ya se acerca el Salvador—
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Salmo 41.
Deseo del Señor y ansias de contemplar el templo.
El
que tenga sed, y quiera,
que venga a beber
el agua viva. (Ap 22, 17)
Como busca la
cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
tiene sed de
Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?
Las lágrimas
son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?».
Recuerdo otros
tiempos,
y desahogo mi alma conmigo:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te
acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Cuando mi alma
se acongoja,
te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón
y el Monte Menor.
Una sima grita
a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.
De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.
Diré a Dios:
«Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando, sombrío,
hostigado por mi enemigo?».
Se me rompen
los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?».
¿Por qué te
acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Antífona 2: Muéstranos, Señor, tu gloria y tu compasión.
Cántico de
Eclesiástico 36, 1-5. 10-13.
Súplica en favor de la ciudad santa de Jerusalén.
Ésta
es la vida eterna:
que te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo. (Jn 17, 3)
Sálvanos, Dios
del universo,
infunde tu terror a todas las naciones;
amenaza con tu mano al pueblo extranjero,
para que sienta tu poder.
Como les
mostraste tu santidad al castigarnos,
muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos;
para que sepan, como nosotros lo sabemos,
que no hay Dios fuera de ti.
Renueva los
prodigios, repite los portentos,
exalta tu mano, robustece tu brazo.
Reúne a todas
las tribus de Jacob
y dales su heredad como antiguamente.
Ten compasión
del pueblo que lleva tu nombre,
de Israel, a quien nombraste tu primogénito;
ten compasión de tu ciudad santa,
de Jerusalén, lugar de tu reposo.
Llena a Sión
de tu majestad,
y al templo, de tu gloria.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Muéstranos, Señor, tu gloria y tu compasión.
Antífona 3: Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
Salmo 18 A,
2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.
Nos
visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)
El cielo
proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que
hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha
puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.
Asoma por un
extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
Lectura breve: Isaías 2, 3.
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley; la palabra del Señor, de Jerusalén.
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: Dice el Señor: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Aleluya.
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: Dice el Señor: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Aleluya.
Preces:
Oremos,
hermanos, a Cristo, el Redentor, que viene a librar del poder de la
muerte a los que se convierten a él, y digámosle:
Ven, Señor Jesús.
Que al anunciar tu venida, Señor,
— nuestro corazón se sienta libre de toda vanidad.
Que la Iglesia, que tú fundaste,
— glorifique, Señor, tu nombre por todo el mundo.
Que tu ley, Señor, sea luz para nuestros ojos
— y sirva de protección a los pueblos que confiesan tu nombre.
Tú que por la Iglesia nos anuncias el gozo de tu venida,
— concédenos también el deseo de recibirte.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dirige
hacia ti nuestras súplicas, Señor, para que los deseos de servirte con
total pureza nos conduzcan hasta el gran misterio de la encarnación de
tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
¡Marana tha!
¡Ven, Señor, Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
la Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven, Señor!».
Quien lo oiga diga: «¡Ven, Señor!».
Quien tenga sed, que venga; quien lo desee,
que tome el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor, Jesús!
Salmodia:
Antífona 1: Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.
Salmo 44.
Las nupcias del Rey.
I
¡Que
llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)
Me brota del
corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
Eres el más
bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Cíñete al
flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
Tu trono, oh
Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
A mirra, áloe
y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia.
Antífona 2: Que llega el Esposo, salid a recibirlo.
II
Escucha, hija,
mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
Ya entra la
princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
«A cambio de
tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».
Quiero hacer
memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Que llega el Esposo, salid a recibirlo.
Antífona 3: Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.
Cántico de
Efesios 1, 3-10.
El Dios Salvador.
Bendito sea
Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió
en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha
destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo,
por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Cuando llegó el momento culminante, Dios recapituló todas las cosas en Cristo.
Lectura breve: Carta a los Filipenses 3, 20b-21.
Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.
Responsorio breve:
V. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
Antífona Magníficat: Mira, el Rey viene, el Señor de la tierra, y él romperá el yugo de nuestra cautividad.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: Mira, el Rey viene, el Señor de la tierra, y él romperá el yugo de nuestra cautividad.
Preces:
Supliquemos,
hermanos, a Cristo, juez de vivos y muertos, y digámosle confiados:
Ven, Señor Jesús.
Haz, Señor, que tu justicia, que pregonan los cielos, también la reconozca el mundo,
— para que tu gloria habite en nuestra tierra.
Tú que por nosotros quisiste ser débil en tu humanidad,
— fortalece a los hombres con la fuerza de tu divinidad.
Ven, Señor, y con la luz de tu palabra
— ilumina a los que viven sumergidos en las tinieblas de la ignorancia.
Tú que con tu humillación borraste nuestros pecados,
— por tu glorificación llévanos a la felicidad eterna.
Tú que vendrás a juzgar al mundo con gloria y majestad,
— lleva a nuestros hermanos difuntos al reino de los cielos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dirige
hacia ti nuestras súplicas, Señor, para que los deseos de servirte con
total pureza nos conduzcan hasta el gran misterio de la encarnación de
tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido
en el seno feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que es poderoso
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos moraba
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que en su gracia y su amor nos bendijo
y a su reino nos ha destinado. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Salmo 42.
Deseo del templo.
Yo
he venido al mundo
como luz. (Jn 12, 46)
Hazme
justicia, oh Dios, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.
Tú eres mi
Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?
Envía tu luz y
tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.
Que yo me
acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.
¿Por qué te
acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío».
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Antífona 2: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.
Cántico de
Isaías 38, 10-14. 16d-20.
Angustias de un moribundo y alegría de la curación.
Yo
soy el que vive; estaba muerto,
y tengo las llaves de la muerte. (Ap 1, 18)
Yo pensé: «En
medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años».
Yo pensé: «Ya
no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Levantan y
enrollan mi vida,
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama».
Día y noche me
estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.
Estoy piando
como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!
Me has curado,
me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
El abismo no
te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.
Los vivos, los
vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.
Sálvame,
Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida.
Antífona 3: Oh Dios, tú mereces un himno en Sión. †
Salmo 64.
Solemne acción de gracias.
Cuando
se habla de Sión debe entenderse
de la ciudad eterna. (Orígenes)
Oh Dios, tú
mereces un himno en Sión,
† y a ti se te cumplen los votos,
porque tú escuchas las súplicas.
A ti acude
todo mortal
a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.
Dichoso el que
tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.
Con portentos
de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;
tú que
afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
tú que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.
Los habitantes
del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.
Tú cuidas de
la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua,
preparas los trigales;
riegas los
surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los
pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.
Lectura breve: Génesis 49, 10.
No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos.
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: «Alégrate y goza, hija de Sión, porque vendré y habitaré en medio de ti», dice el Señor.
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: «Alégrate y goza, hija de Sión, porque vendré y habitaré en medio de ti», dice el Señor.
Preces:
Oremos,
hermanos, a Cristo, el Señor, luz que alumbra a todo hombre y digámosle
con gozo:
Ven, Señor Jesús.
Que la luz de tu presencia disipe, Señor, nuestras tinieblas,
— y nos haga dignos de recibir tus dones.
Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
— y durante todo el día daremos gracias a tu santo nombre.
Enciende nuestros corazones en tu amor,
— para que deseemos ardientemente tu venida y anhelemos vivir íntimamente unidos a ti.
Tú que quisiste experimentar nuestras dolencias,
— socorre a los enfermos y a los que morirán en el día de hoy.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Oh,
Dios, que has manifestado tu salvación hasta los confines de la tierra,
concédenos esperar con alegría la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él,
que vive y reina contigo.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
Con María la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: No podéis servir a Dios y al dinero.
Salmo 48.
Vanidad de las riquezas.
Difícilmente
entrará un rico
en el reino de los cielos. (Mt 19, 23)
I
Oíd esto,
todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
plebeyos y nobles, ricos y pobres;
mi boca
hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.
¿Por qué habré
de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?
Es tan caro el
rescate de la vida,
que nunca les bastará para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.
Mirad: los
sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.
El sepulcro es
su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.
El hombre no
perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: No podéis servir a Dios y al dinero.
Antífona 2: «Atesorad tesoros en el cielo», dice el Señor.
II
Éste es el
camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
Pero a mí,
Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
No te
preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
Aunque en vida
se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
El hombre rico
e inconsciente
es como un animal que perece.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: «Atesorad tesoros en el cielo», dice el Señor.
Antífona 3: Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria.
Cántico de
Apocalipsis 4, 11; 5, 9. 10. 12.
Himno de los redimidos.
Eres digno,
Señor, Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.
Eres digno de
tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes,
y reinan sobre la tierra.
Digno es el
Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Digno es el Cordero degollado de recibir el honor y la gloria.
Lectura breve: Cf. 1a Carta a los Corintios 1, 7b-9.
Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Responsorio breve:
V. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
Antífona Magníficat: Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios».
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios».
Preces:
Oremos,
hermanos, a Cristo, nuestro Señor y nuestro Redentor, que vendrá con
gloria al fin de los tiempos, y digámosle:
Ven, Señor Jesús.
Señor y Redentor nuestro, que al nacer en la carne nos libraste del yugo de la ley,
— completa en nosotros los beneficios de tu amor.
Tú que tomaste de nuestra humanidad todo lo que no repugnaba a tu divinidad,
— danos de tu naturaleza los dones de los que la nuestra está sedienta.
Con tu presencia da cumplimiento a nuestros deseos,
— y con la fuerza de tu amor inflama nuestros corazones.
Danos la gracia de alegrarnos contigo en la gloria,
— pues ya en este mundo nuestra fe sincera te confiesa.
Derrama, Señor, el rocío de tu amor
— sobre las almas de todos los difuntos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Oh,
Dios, que has manifestado tu salvación hasta los confines de la tierra,
concédenos esperar con alegría la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él,
que vive y reina contigo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.
Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.
Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.
Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.
Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es tan grande como nuestro Dios?
Salmo 76.
Recuerdo del pasado glorioso de Israel.
Nos
aprietan por todos lados,
pero no nos aplastan. (2 Co 4, 8)
Alzo mi voz a
Dios gritando,
alzo mi voz a Dios para que me oiga.
En mi angustia
te busco, Señor mío;
de noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehúsa el consuelo.
Cuando me acuerdo de Dios, gimo,
y meditando me siento desfallecer.
Sujetas los
párpados de mis ojos,
y la agitación no me deja hablar.
Repaso los días antiguos,
recuerdo los años remotos;
de noche lo pienso en mis adentros,
y meditándolo me pregunto:
«¿Es que el
Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?».
Y me digo:
«¡Qué pena la mía!
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!».
Recuerdo las proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas.
Dios mío, tus
caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios,
haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos;
con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
Te vio el mar,
oh Dios,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.
Las nubes
descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones,
tus saetas zigzagueaban.
Rodaba el
estruendo de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida.
Tú te abriste
camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas:
mientras
guiabas a tu pueblo,
como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es tan grande como nuestro Dios?
Antífona 2: Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.
Cántico de
1o Samuel 2, 1-10.
Alegría de los humildes en Dios.
Derriba
del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes; a los hambrientos
los colma de bienes. (Lc 1, 52-53)
Mi corazón se
regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios.
No
multipliquéis discursos altivos,
no echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe;
él es quien pesa las acciones.
Se rompen los
arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía.
El Señor da la
muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
Él levanta del
polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afianzó el orbe.
Él guarda los
pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.
El Señor
desbarata a sus contrarios,
el Altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.
Antífona 3: El Señor reina, la tierra goza. †
Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.
Este
salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)
El Señor
reina, la tierra goza,
† se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
Delante de él
avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.
Los montes se
derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Los que adoran
estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.
Lo oye Sión, y
se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;
porque tú
eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
El Señor ama
al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.
Amanece la luz
para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: El Señor reina, la tierra goza.
Lectura breve: Isaías 7, 14b-15.
Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel. Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien.
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: Se sentará sobre el trono de David y sobre su reino para siempre. Aleluya.
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: Se sentará sobre el trono de David y sobre su reino para siempre. Aleluya.
Preces:
Oremos,
hermanos, a nuestro Señor Jesucristo, que en su misericordia nos
visita, y digámosle con insistencia:
Ven, Señor Jesús.
Tú que viniste del seno del Padre para revestirte de nuestra carne mortal,
— libra de toda corrupción a nuestra naturaleza caída.
Tú que cuando vengas al final de los tiempos aparecerás glorioso ante tus elegidos,
— al venir ahora muéstrate clemente y compasivo con los pecadores.
Nuestra gloria, oh Cristo, es alabarte;
— visítanos, pues, con tu salvación.
Tú que por la fe nos has llevado a la luz,
— haz que te agrademos también con nuestras obras.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, que nos mandas preparar el camino a Cristo, el Señor,
concédenos, con bondad, no desfallecer por nuestra debilidad a los que
esperamos la consoladora presencia del médico celestial. Él, que vive y
reina contigo.
VÍSPERAS MIÉRCOLES
2o ADVIENTO.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
¡Marana tha!
¡Ven, Señor, Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
la Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven, Señor!».
Quien lo oiga diga: «¡Ven, Señor!».
Quien tenga sed, que venga; quien lo desee,
que tome el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor, Jesús!
Salmodia:
Antífona 1: Aguardamos la alegre esperanza, la aparición gloriosa de nuestro Salvador.
Salmo 61.
La paz en Dios.
Que
el Dios de la esperanza
colme vuestra fe de paz. (Rm 15, 13)
Sólo en Dios
descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
¿Hasta cuándo
arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?
Sólo piensan
en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.
Descansa sólo
en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
De Dios viene
mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.
Pueblo suyo,
confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.
Los hombres no
son más que un soplo,
los nobles son apariencia:
todos juntos en la balanza subirían
más leves que un soplo.
No confiéis en
la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.
Dios ha dicho
una cosa,
y dos cosas que he escuchado:
«Que Dios
tiene el poder
y el Señor tiene la gracia;
que tú pagas a cada uno
según sus obras».
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Aguardamos la alegre esperanza, la aparición gloriosa de nuestro Salvador.
Antífona 2: Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.
Salmo 66.
Que todos los pueblos alaben al Señor.
Sabed
que la salvación de Dios
se envía a los gentiles. (Hch 28, 28)
El Señor tenga
piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Oh Dios, que
te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que canten de
alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia;
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
Oh Dios, que
te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
La tierra ha
dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Que Dios ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.
Antífona 3: Por medio de él fueron creadas todas las cosas, y todo se mantiene en él.
Cf. Cántico
de Colosenses 1, 12-20.
Himno a Cristo, primogénito de toda criatura y primer resucitado de
entre los muertos.
Damos gracias
a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha
sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen
de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior
a todo, y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él
quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Por medio de él fueron creadas todas las cosas, y todo se mantiene en él.
Lectura breve: 1a Carta a los Corintios 4, 5.
No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.
Responsorio breve:
V. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
Antífona Magníficat: Sión, serás renovada y verás al Justo que viene a ti.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: Sión, serás renovada y verás al Justo que viene a ti.
Preces:
Roguemos,
amados hermanos, a Jesucristo, que nos salvó de la tiniebla de nuestros
pecados, y con humildad invoquémosle, diciendo:
Ven, Señor Jesús.
Congrega, Señor, a todos los pueblos de la tierra
— y establece con todos tu alianza eterna.
Cordero de Dios, que viniste para quitar el pecado del mundo,
— purifícanos de nuestras faltas y pecados.
Tú que viniste a salvar lo que se había perdido,
— ven de nuevo para que no perezcan los que salvaste.
Cuando vengas, danos parte en tu gozo eterno,
— pues ya desde ahora en ti hemos puesto nuestra fe.
Tú que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos,
— recibe, entre tus elegidos, a nuestros hermanos difuntos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, que nos mandas preparar el camino a Cristo, el Señor,
concédenos, con bondad, no desfallecer por nuestra debilidad a los que
esperamos la consoladora presencia del médico celestial. Él, que vive y
reina contigo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Preparemos los caminos
—ya se acerca el Salvador—
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos.
Salmo 79.
Ven, Señor, a visitar tu viña.
Ven, Señor Jesús. (Ap 22, 20)
Pastor de
Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece
ante Efraín, Benjamín y Manasés;
despierta tu poder y ven a salvarnos.
Oh Dios,
restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Señor, Dios de
los ejércitos,
¿hasta cuándo estarás airado
mientras tu pueblo te suplica?
Les diste a
comer llanto,
a beber lágrimas a tragos;
nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Dios de los
ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Sacaste una
vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste;
le preparaste el terreno, y echó raíces
hasta llenar el país;
su sombra
cubría las montañas,
y sus pámpanos, los cedros altísimos;
extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has
derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?
Dios de los
ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.
La han talado
y le han prendido fuego;
con un bramido hazlos perecer.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor, Dios de
los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos.
Antífona 2: Anunciad a toda la tierra que el Señor hizo proezas.
Cántico de
Isaías 12, 1-6.
Acción de gracias del pueblo salvado.
El
que tenga sed, que venga a mí,
y que beba. (Jn 7, 37)
Te doy
gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.
Él es mi Dios
y Salvador:
confiaré, y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.
Aquel día
diréis:
«Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el
Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
“Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel”».
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Anunciad a toda la tierra que el Señor hizo proezas.
Antífona 3: Aclamad a Dios, nuestra fuerza. †
Salmo 80.
Solemne renovación de la alianza.
Que
ninguno de vosotros tenga
un corazón malo e incrédulo. (Hb 3, 12)
Aclamad a
Dios, nuestra fuerza;
† dad vítores al Dios de Jacob:
acompañad,
tocad los panderos,
las cítaras templadas y las arpas;
tocad la trompeta por la luna nueva,
por la luna llena, que es nuestra fiesta.
Porque es una
ley de Israel,
un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José
al salir de Egipto.
Oigo un
lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la
aflicción, y te libré,
te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha,
pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel!
No tendrás un
dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto;
abre la boca que te la llene».
Pero mi pueblo
no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos.
¡Ojalá me
escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios;
los que
aborrecen al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Aclamad a Dios, nuestra fuerza.
Lectura breve: Isaías 45, 8.
Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia.
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: «Yo te auxilié —dice el Señor—, y soy tu redentor, el Santo de Israel».
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: «Yo te auxilié —dice el Señor—, y soy tu redentor, el Santo de Israel».
Preces:
Imploremos,
hermanos, a Dios Padre, que ha enviado a su Hijo para salvar al mundo,
y digámosle suplicantes:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Padre lleno de amor, no permitas que nuestra vida y nuestras obras rechacen a Cristo, tu enviado,
— pues nuestra lengua lo proclama con fe plena.
Tú, que enviaste a tu Hijo para salvación de los hombres,
— aleja de nuestra nación y del mundo entero toda desgracia y todo dolor.
Que la tierra entera, que se alegra por la venida de tu Hijo,
— experimente más aún el júbilo de poseerte plenamente.
Concédenos, por tu misericordia, llevar desde ahora una vida sobria y religiosa,
— mientras aguardamos la dichosa esperanza, la aparición gloriosa de Jesucristo.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Señor,
aviva nuestros corazones para que preparemos los caminos a tu
Unigénito, y, por su venida, merezcamos servirte con un corazón puro.
Por nuestro Señor Jesucristo.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
Jesucristo, Palabra del Padre,
luz eterna de todo creyente:
ven y escucha la súplica ardiente,
ven, Señor, porque ya se hace tarde.
Cuando el mundo dormía en tinieblas,
en tu amor tú quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
Ya madura la historia en promesas,
sólo anhela tu pronto regreso;
si el silencio madura la espera,
el amor no soporta el silencio.
Con María la Iglesia te aguarda
con anhelos de esposa y de madre,
y reúne a sus hijos en vela,
para juntos poder esperarte.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
que podamos salir a tu encuentro
y a tu lado vivamos por siempre,
dando gracias al Padre en el reino. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta el fin de la tierra.
Salmo 71.
Poder real del Mesías.
Abriendo
sus cofres, le ofrecieron regalos:
oro, incienso y mirra. (Mt 2, 11)
I
Dios mío,
confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes
traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que dure tanto
como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.
Que en sus
días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Que en su
presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes
de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta el fin de la tierra.
Antífona 2: Socorrerá el Señor a los hijos del pobre, rescatará sus vidas de la violencia.
II
Él librará al
pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que viva y que
le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.
Que haya trigo
abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.
Que su nombre
sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Bendito sea el
Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Socorrerá el Señor a los hijos del pobre, rescatará sus vidas de la violencia.
Antífona 3: Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.
Cántico de
Apocalipsis 11, 17-18; 12, 10b-12a.
El juicio de Dios.
Gracias te
damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.
Se
encolerizaron las gentes,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.
Ahora se
estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos lo
vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron;
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Ahora se estableció la salud y el reinado de nuestro Dios.
Lectura breve: Carta de Santiago 5, 7-8. 9b.
Esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca. Mirad: el juez está ya a las puertas.
Responsorio breve:
V. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
Antífona Magníficat: El que viene detrás de mí existía antes que yo, y yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: El que viene detrás de mí existía antes que yo, y yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia.
Preces:
Oremos
hermanos, a Cristo, el Señor, que por nosotros se despojó de su rango,
y digámosle confiados:
Ven, Señor Jesús.
Señor Jesús, que con tu encarnación has salvado al mundo,
— purifica nuestras almas y nuestros cuerpos de todo pecado.
No permitas que aquellos a quienes llamas hermanos por tu encarnación
— se alejen de ti por el pecado.
No permitas que aquellos a quienes has salvado con tu venida
— merezcan ser castigados en el día de tu juicio.
Cristo Jesús, que nunca alejas de nosotros tu bondad y tu amor,
— haz que alcancemos la corona inmarcesible de gloria.
Te encomendamos, Señor, a nuestros hermanos que han sido temporalmente separados de su cuerpo;
— haz que, muertos para el mundo, vivan eternamente para ti.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Señor,
aviva nuestros corazones para que preparemos los caminos a tu
Unigénito, y, por su venida, merezcamos servirte con un corazón puro.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Preparemos los caminos
—ya se acerca el Salvador—
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.
Salmo 50.
Misericordia, Dios mío.
Renovaos
en la mente
y en el espíritu y vestíos de la nueva
condición humana. (Ef 4, 23-24)
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo
reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la
sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un
corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el
gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea
en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la
alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la
sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los
sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu
bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor.
Antífona 2: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.
Cántico de
Habacuc 3, 2-4. 13a. 15-19.
Juicio de Dios.
Levantaos,
alzad la cabeza:
se acerca vuestra liberación.
(Lc 21, 28)
Señor, he oído
tu fama,
me ha impresionado tu obra.
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto, acuérdate de la misericordia.
El Señor viene
de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.
Sales a salvar
a tu pueblo,
a salvar a tu ungido.
Pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.
Lo escuché y
temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar;
gimo ante el día de angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.
Aunque la
higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios, mi salvador.
El Señor
soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: En tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia.
Antífona 3: Glorifica al Señor, Jerusalén. †
Salmo
147.
Acción de gracias por la restauración de Jerusalén.
Ven
acá, voy a mostrarte a la novia,
a la esposa del Cordero. (Ap 21, 9)
Glorifica al
Señor, Jerusalén;
† alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su
mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;
Hace caer el
hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.
Anuncia su
palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Glorifica al Señor, Jerusalén.
Lectura breve: Jeremías 30, 21. 22.
Esto dice el Señor: «De entre ellos surgirá un príncipe, su gobernante saldrá de entre ellos; lo acercaré y estará junto a mí. Y vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios».
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes. Mirad que viene el Señor, nuestro Dios».
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes. Mirad que viene el Señor, nuestro Dios».
Preces:
Oremos
hermanos, a Cristo, nuestro redentor, que ha venido para darnos la
justificación, y digámosle con júbilo:
Ven, Señor Jesús.
Señor, cuya venida en la carne anunciaron los profetas,
— haz germinar en nosotros la semilla de las virtudes.
Concede a los que anunciamos al mundo tu salvación
— que la encontremos también en ti.
Tú que viniste a librar a los oprimidos,
— cura las dolencias de los que sufren.
Tú que reconciliaste al mundo con Dios en tu primera venida,
— absuélvenos de toda condenación cuando vengas como juez.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, concede a tu pueblo esperar vigilante la venida de tu
Unigénito, para que nos apresuremos a salir a su encuentro con las
lámparas encendidas, como nos enseñó nuestro Salvador. Él, que vive y
reina contigo.
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre. Aleluya.
Himno:
¡Marana tha!
¡Ven, Señor, Jesús!
Yo soy la Raíz y el Hijo de David,
la Estrella radiante de la mañana.
El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven, Señor!».
Quien lo oiga diga: «¡Ven, Señor!».
Quien tenga sed, que venga; quien lo desee,
que tome el don del agua de la vida.
Sí, yo vengo pronto.
¡Amén! ¡Ven, Señor, Jesús!
Salmodia:
Antífona 1: Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.
Salmo 114.
Himno a la grandeza de Dios.
Hay
que pasar mucho para entrar
en el reino de Dios. (Hch 14, 22)
Amo al Señor,
porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco.
Me envolvían
redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida».
El Señor es
benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó.
Alma mía,
recobra tu calma,
que el Señor fue bueno contigo:
arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en
presencia del Señor
en el país de la vida.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Arranca, Señor, mi alma de la muerte, mis pies de la caída.
Antífona 2: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Salmo 120.
El guardián del pueblo.
Ya
no pasarán hambre ni sed,
no les hará daño el sol
ni el bochorno. (Ap 7, 16)
Levanto mis
ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá
que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te
guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te
guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Antífona 3: Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!
Cántico de
Apocalipsis 15, 3-4.
Himno de adoración.
Grandes y
maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!
¿Quién no
temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: Justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!
Lectura breve: 2a Carta de Pedro 3, 8b-9.
Para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión.
Responsorio breve:
V. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
V. Que brille tu rostro y nos salve.
R. Señor Dios de los ejércitos.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Despierta tu poder y ven a salvarnos, Señor Dios de los ejércitos.
Antífona Magníficat: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador.
Cántico
Magníficat: Lucas 1, 46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Magníficat: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador.
Preces:
Roguemos a
nuestro Redentor, que viene a dar la Buena Noticia a los pobres, y
digámosle:
Manifiesta, Señor, tu gloria a los hombres.
Manifiéstate, Señor, a todos los que no te conocen,
— para que también ellos vean tu salvación.
Que tu nombre, Señor, se anuncie hasta el confín de la tierra,
— y que todos los hombres descubran el camino que conduce a ti.
Tú que viniste por primera vez para salvar al mundo,
— ven de nuevo para salvar a los que en ti creen.
Aquella libertad que tu venida dio a los redimidos,
— consérvala, Señor, con tu poder, y defiéndela siempre.
Tú que ya viniste en la carne y vendrás de nuevo a juzgar al mundo,
— da en tu venida el premio eterno a los difuntos.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Dios
todopoderoso, concede a tu pueblo esperar vigilante la venida de tu
Unigénito, para que nos apresuremos a salir a su encuentro con las
lámparas encendidas, como nos enseñó nuestro Salvador. Él, que vive y
reina contigo.
LAUDES.
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
| Invitatorio 94 | Invitatorio 99 |
| Invitatorio 66 | Invitatorio 23 |
Antífona Invitatorio: Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Himno:
Ruega por nosotros,
Madre de la Iglesia.
Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.
Madre de los hombres,
de la mar estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.
Eres, Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.
Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna. Amén.
Salmodia:
Antífona 1: Por la mañana proclamamos, Señor, tu misericordia y de noche tu fidelidad.
Salmo 91.
Alabanza del Dios Creador.
Este
salmo canta las maravillas
realizadas en Cristo. (S. Atanasio)
Es bueno dar
gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones,
Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque
germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.
Porque tus
enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo
crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez
seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 1: Por la mañana proclamamos, Señor, tu misericordia y de noche tu fidelidad.
Antífona 2: Dad gloria a nuestro Dios.
Cántico del
Deuteronomio 32, 1-12.
Beneficios de Dios para con su pueblo.
¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos
como la clueca reúne a sus pollitos
bajo las alas! (Mt 23, 37)
Escuchad,
cielos, y hablaré;
oye, tierra, los dichos de mi boca;
descienda como lluvia mi doctrina,
destile como rocío mi palabra;
como llovizna sobre la hierba,
como orvallo sobre el césped.
Voy a
proclamar el nombre del Señor:
dad gloria a nuestro Dios.
Él es la Roca, sus obras son perfectas,
sus caminos son justos,
es un Dios fiel, sin maldad;
es justo y recto.
Hijos
degenerados, se portaron mal con él,
generación malvada y pervertida.
¿Así le pagas al Señor,
pueblo necio e insensato?
¿No es él tu padre y tu creador,
el que te hizo y te constituyó?
Acuérdate de
los días remotos,
considera las edades pretéritas,
pregunta a tu padre, y te lo contará,
a tus ancianos y te lo dirán:
Cuando el
Altísimo daba a cada pueblo su heredad
y distribuía a los hijos de Adán,
trazando las fronteras de las naciones,
según el número de los hijos de Dios,
la porción del Señor fue su pueblo,
Jacob fue el lote de su heredad.
Lo encontró en
una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos:
lo rodeó cuidando de él,
lo guardó como a las niñas de sus ojos.
Como el águila
incita a su nidada,
revolando sobre los polluelos,
así extendió sus alas, los tomó
y los llevó sobre sus plumas.
El Señor solo
los condujo,
no hubo dioses extraños con él.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 2: Dad gloria a nuestro Dios.
Antífona 3: ¡Qué admirable es tu nombre, Señor, en toda la tierra!
Salmo 8.
Majestad del Señor y dignidad del hombre.
Todo
lo puso bajo sus pies,
y lo dio a la Iglesia, como cabeza,
sobre todo. (Ef 1, 22)
Señor, dueño
nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Ensalzaste tu
majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.
Cuando
contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste
poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de
ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
Señor, dueño
nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona 3: ¡Qué admirable es tu nombre, Señor, en toda la tierra!
Lectura breve: Isaías 11, 1-3a.
Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor.
Responsorio breve:
V. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.
V. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, Amanecerá el Señor.
Antífona Benedictus: El Señor izará una enseña para las naciones, para reunir a los dispersos de Israel.
Cántico
Benedictus: Lucas 1, 68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona Benedictus: El Señor izará una enseña para las naciones, para reunir a los dispersos de Israel.
Preces:
Oremos,
hermanos, con todo nuestro espíritu a Cristo redentor, que vendrá con
gran poder y gloria, y digámosle:
Ven, Señor Jesús.
Señor Jesucristo, que vendrás con poder desde el cielo,
— mira nuestra pequeñez y haznos dignos de tus dones.
Tú que viniste a anunciar la Buena Noticia a los hombres,
— danos fuerza para que también nosotros anunciemos el Evangelio a nuestros hermanos.
Tú que desde el trono del Padre todo lo gobiernas,
— haz que aguardemos con alegría la dicha que esperamos, tu aparición gloriosa.
Consuela, Señor, con los dones de tu divinidad,
— a los que anhelamos la gracia de tu venida.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Oración:
Amanezca
en nuestros corazones, Dios todopoderoso, el resplandor de tu gloria,
para que, disipadas las tinieblas de la noche, la llegada de tu
Unigénito manifieste que somos hijos de la luz. Por nuestro Señor
Jesucristo.
INVITATORIO:
Salmo
94.
Venid, aclamemos al Señor.
Animaos
los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este «hoy». (Hb 3, 13)
Se anuncia la antífona.
Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Se repite la antífona.
Porque el
Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Se repite la antífona.
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Se repite la antífona.
Ojalá
escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Se repite la antífona.
Durante
cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso”».
Se repite la antífona.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
También se pueden pronunciar éstos salmos, en lugar del Salmo 94.
Salmo 99.
Alegría de los que entran en el templo.
El
Señor manda que
los redimidos entonen
un himno de victoria. (S. Atanasio)
Se anuncia la antífona.
Aclama al
Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
Se repite la antífona.
Sabed que el
Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Se repite la antífona.
Entrad por sus
puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
Se repite la antífona.
«El Señor es
bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».
Se repite la antífona.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo
66.
Que todos los pueblos alaben al Señor.
Sabed
que la salvación de Dios
se envía a los gentiles. (Hch 28, 28)
Se anuncia la antífona.
El Señor tenga
piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
Se repite la antífona.
Oh Dios, que
te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Se repite la antífona.
Que canten de
alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud,
y gobiernas las naciones de la tierra.
Se repite la antífona.
Oh Dios, que
te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Se repite la antífona.
La tierra ha
dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
Se repite la antífona.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en el templo.
Las
puertas del cielo se abren
ante Cristo que, como hombre,
sube al cielo. (S. Ireneo)
Se anuncia la antífona.
Del Señor es
la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
Se repite la antífona.
— ¿Quién puede
subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
Se repite la antífona.
— El hombre de
manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Se repite la antífona.
— Éste es el
grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
Se repite la antífona.
¡Portones!,
alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
Se repite la antífona.
— ¿Quién es
ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
Se repite la antífona.
¡Portones!,
alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
Se repite la antífona.
— ¿Quién es
ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.
Se repite la antífona.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
CÁNTICO EVANGÉLICO PARA LAUDES:
Lucas 1,
68-79
El Mesías y su Precursor.
Bendito sea
el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la
salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para
concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño,
te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la
entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
CÁNTICO EVANGÉLICO PARA VÍSPERAS:
— MAGNÍFICAT —
Lucas 1,
46-55
Alegría del alma en el Señor.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace
proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.