LECTURAS ADVIENTO

Lecturas del « Oficio de Lecturas »

TIEMPO DE ADVIENTO.

Semana 1a de Adviento:

| Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes | Sábado |

Semana 2a de Adviento:

| Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes | Sábado |

Semana 3a de Adviento:

Desde el 17 de diciembre se eligen las lecturas propias de cada día del mes en lugar de los días de la semana, que no se rezarían).

| Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes |

Semana 4a de Adviento:

| Domingo |

| Día 17 | Día 18 | Día 19 | Día 20 | Día 21 | Día 22 | Día 23 | Día 24 |



SEMANA 1a DE ADVIENTO.

1o Domingo de Adviento.

V. Levantaos, alzad la cabeza.

R. Se acerca vuestra liberación.

Primera lectura: Isaías 1, 1-18.

Acusación al pueblo.

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá.

Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende».

¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza malvada, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al santo de Israel, le han vuelto la espalda.

¿Dónde podré golpearos todavía, si os seguís rebelando? La cabeza está herida, el corazón extenuado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: heridas y contusiones, llagas abiertas, no limpiadas ni vendadas ni aliviadas con aceite.

Vuestro país está devastado, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos los devoran extranjeros, ante vuestros ojos. ¡Hay desolación como en una catástrofe causada por enemigos!

Sión ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.

Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:

«¿Qué me importa la abundancia de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, de corderos y chivos no me agrada. Cuando venís a visitarme, ¿quién pide algo de vuestras manos para que vengáis a pisar mis atrios? No me traigáis más inútiles ofrendas, son para mí como incienso execrable. Novilunios, sábados y reuniones sagradas: no soporto iniquidad y solemne asamblea. Vuestros novilunios y solemnidades los detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos me cubro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.

Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana».

Responsorio: Isaías 1, 16. 18. 17.

R. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. * Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

V. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad el derecho. * Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 15, 1-3.

Las dos venidas de Cristo.

Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.

Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.

En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.

No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor, diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.

El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y yo callé.

Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.

De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí la primera venida.

Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.

Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en estos términos: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.

Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.

Responsorio.

R. Mirando a lo lejos, veo venir el poder de Dios y una niebla que cubre la tierra. * Salid a su encuentro y decidle: * «Dinos si eres tú * El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel».

V. Plebeyos y nobles, ricos y pobres. * Salid a su encuentro y decidle:

V. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño. * Dinos si eres tú.

V. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. * El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.

R. Mirando a lo lejos, veo venir el poder de Dios y una niebla que cubre la tierra. * Salid a su encuentro y decidle: * «Dinos si eres tú * El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel».

HIMNO TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha merezcan poseer el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 1a semana de Adviento.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R. Y danos tu salvación.

Primera lectura: Isaías 1, 21-27; 2, 1-5.

Juicio y salvación de Sión. Asamblea de los pueblos.

¡Cómo se ha prostituido la villa fiel: estaba llena de rectitud; la justicia moraba en ella, y ahora moran los asesinos! Tu plata se ha vuelto escoria, está aguado tu vino; tus gobernantes son bandidos, cómplices de ladrones: amigos de sobornos, en busca de regalos. No protegen el derecho del huérfano, ni atienden la causa de la viuda.

«Por eso —oráculo del Señor, Dios del universo, del Fuerte de Israel—: tomaré satisfacción de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. Volveré mi mano contra ti: purificaré tu escoria en el crisol, separaré de ti toda la ganga, te daré jueces como los de antaño, consejeros como los del tiempo antiguo: entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel. Sión será rescatada por el juicio, sus habitantes por la justicia».

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.

En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén».

Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.

Responsorio: Miqueas 4, 2; Juan 4, 25.

R. Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. * Nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.

V. Va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. * Nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.

Segunda lectura:
San Carlos Borromeo: De las cartas pastorales.

Sobre el tiempo de Adviento.

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.

La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.

La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que, así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.

Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.

Responsorio: Cf. Joel 2, 15; cf. Isaías 62, 11; cf. Jeremías 4, 5.

R. Tocad la trompeta en Sión, convocad a todo el mundo, anunciadlo a las naciones y decid: * «Mirad a Dios, nuestro salvador, que llega».

V. Anunciadlo, y que se oiga; proclamadlo con fuerte voz. * Mirad a Dios, nuestro salvador, que llega.

Oración:

Concédenos, Señor Dios nuestro, esperar vigilantes la venida de Cristo, tu Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando en oración y cantando con alegría sus alabanzas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 1a semana de Adviento.

V. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

R. Allanad los senderos de nuestro Dios.

Primera lectura: Isaías 2, 6-22; 4, 2-6.

Juicio de Dios.

Has rechazado, Señor, a tu pueblo, a la casa de Jacob. Porque están llenos de adivinos de Oriente y de agoreros, como los filisteos, y pactan con extranjeros. Llena está su tierra de plata y oro, no hay límite para sus tesoros; su país está lleno de caballos, no hay límite para sus carros; su país está lleno de ídolos, y se postran ante las obras de sus manos, que fabricaron sus dedos.

Pues será doblegado el mortal, será humillado el hombre. ¡No los perdones! Métete en las peñas, ocúltate en el polvo, ante el terror del Señor y ante la gloria de su majestad.

Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será exaltado en aquel día, el Día del Señor del universo, contra cuanto es orgulloso y arrogante, contra cuanto es altanero —que será abajado—, contra todos los cedros del Líbano, arrogantes y altaneros, contra todas las encinas de Basán, contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, contra toda alta torre, contra toda muralla inexpugnable, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los navíos opulentos.

Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia humana; sólo el Señor será exaltado en aquel día, y los ídolos desaparecerán. Se meterán en las cuevas de las rocas, en las grietas de la tierra, ante el terror del Señor y la gloria de su majestad, cuando se levante, aterrando al país.

Aquel día cada cual arrojará a los topos y a los murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que se había fabricado para postrarse ante ellos, y se meterá en las grutas de las rocas y en las hendiduras de las peñas, ante el terror del Señor, y la gloria de su majestad, cuando se levante, aterrando el país.

Manteneos distantes de los hombres, en cuya nariz no hay más que un soplo: ¿en cuánto pueden ser estimados?

Aquel día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel. A los que queden en Sión y al resto en Jerusalén los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida.

Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sión y purificado la sangre derramada en Jerusalén, con viento justiciero, con un soplo ardiente, creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sión y sobre su asamblea una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante de noche. Y por encima, la gloria será un baldaquino y una tienda, sombra en la canícula, refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia.

Responsorio: Isaías 2, 11; Mateo 24, 30.

R. Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana. * Sólo el Señor será ensalzado aquel día.

V. Verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. * Sólo el Señor será ensalzado aquel día.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno: Sermón 5, 9. 22. 28.

¡Qué admirable intercambio!

El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió.

Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.

Él, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.

¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana, para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.

Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda su actuación.

El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida celestial.

A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para el Espíritu con la previa purificación del agua.

Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.

Responsorio: Cf. Gálatas 4-5; Efesios 2, 4; Romanos 8, 3.

R. Mirad, ya se acerca el tiempo en que envió Dios a su Hijo, nacido de la Virgen, nacido bajo la ley. * Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

V. Dios, por el gran amor con que nos amó, envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra. * Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

Oración:

Señor Dios, acoge favorablemente nuestras súplicas y ayúdanos con tu amor en nuestras tribulaciones, para que, consolados por la presencia de tu Hijo que viene, no caigamos en la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 1a semana de Adviento.

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R. Que brille tu rostro y nos salve.

Primera lectura: Isaías 5, 1-7.

Contra la viña del Señor.

Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña.

Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones.

Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho? ¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones?

Pues os hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada. La convertiré en un erial: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.

La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos.

Responsorio: Salmo 79, 14. 15. 4. 16. 15.

R. Los jabalíes pisotean tu viña y se la comen las alimañas; fíjate, Señor, despierta tu poder. * Que no perezca lo que tu diestra plantó.

V. Señor, Dios de los ejércitos, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña. * Que no perezca lo que tu diestra plantó.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón en el Adviento del Señor 5, 1-3.

Vendrá a nosotros la Palabra de Dios.

Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad.

Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Y para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama —nos dice— guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Así es como has de cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la cumplen. Es como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose completamente satisfecha.

Si es así como guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará todo.

Responsorio: Cf. Sal 28, 11; Isaías 40, 10.

R. Mirad, el Señor vendrá y descenderá lleno de esplendor y de poder. * Para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna.

V. Mirad, el Señor Dios llega con poder. * Para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna.

Oración:

Señor y Dios nuestro, prepara nuestros corazones con tu poder divino, para que cuando llegue Cristo, tu Hijo, nos encuentre dignos del banquete de la vida eterna y merezcamos recibir de su mano el alimento celestial. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 1a semana de Adviento.

V. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R. Anunciadla hasta los confines de la tierra.

Primera lectura: Isaías 16, 1-5; 17, 4-8.

Sión, refugio de los moabitas. Conversión de Efraín.

«Enviad un cordero al soberano del país, desde la Peña del desierto al Monte Sión».

Como pájaro espantado, nidada dispersa, así van las hijas de Moab por los vados del Arnón.

Dadnos consejo, haced de árbitro; sea tu sombra como la noche en pleno mediodía. Esconde a los fugitivos, no descubras al prófugo. Da asilo a los fugitivos de Moab, sé tú su refugio ante el devastador.

Cuando cese la opresión, termine la devastación y desaparezca el que pisoteaba el país, entonces el trono se fundará en la clemencia: desde él regirá con lealtad, en la tienda de David, un juez celoso del derecho, dispuesto a la justicia.

Aquel día se empobrecerá la riqueza de Jacob, quedará enjuta la robustez de su cuerpo: como cuando el segador recoge el grano y su brazo siega las espigas; como cuando se recogen las espigas en el valle de Refaín y queda sólo un rebusco; como al varear el olivo quedan dos o tres aceitunas en lo alto de la copa, y cuatro o cinco en las ramas fecundas —oráculo del Señor, Dios de Israel—.

Aquel día el hombre mirará a su Hacedor, sus ojos contemplarán al Santo de Israel; dejará de mirar a los altares, hechura de sus manos y obra de sus dedos; no mirará ni los palos sagrados ni los altares de incienso.

Responsorio: Jeremías 33, 15. 16; Isaías 16, 5.

R. Suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. * Y le llamarán así: «Señor-nuestra-justicia».

V. Se fundará en la clemencia un trono: sobre él se sentará con lealtad un juez celoso del derecho. * Y le llamarán así: «Señor-nuestra-justicia».

Segunda lectura:
San Efrén: Diatéseron 18, 15-17.

Vigilad, pues vendrá de nuevo.

Para atajar toda pregunta de sus discípulos sobre el momento de su venida, Cristo dijo: Esa hora nadie la sabe, ni los ángeles ni el Hijo. No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas. Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que ese acontecimiento se producirá durante su vida. Si el tiempo de su venida hubiera sido revelado, vano sería su advenimiento, y las naciones y siglos en que se producirá ya no lo desearían. Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y todas las épocas lo esperan ardientemente.

Aunque el Señor haya dado a conocer las señales de su venida, no se advierte con claridad el término de las mismas, pues, sometidas a un cambio constante, estas señales han aparecido y han pasado ya; más aún, continúan todavía. La última venida del Señor, en efecto, será semejante a la primera. Pues, del mismo modo que los justos y los profetas lo deseaban, porque creían que aparecería en su tiempo, así también cada uno de los fieles de hoy desea recibirlo en su propio tiempo, por cuanto que Cristo no ha revelado el día de su aparición. Y no lo ha revelado para que nadie piense que él, dominador de la duración y del tiempo, está sometido a alguna necesidad o a alguna hora. Lo que el mismo Señor ha establecido, ¿cómo podría ocultársele, siendo así que él mismo ha detallado las señales de su venida? Ha puesto de relieve esas señales para que, desde entonces, todos los pueblos y todas las épocas pensaran que el advenimiento de Cristo se realizaría en su propio tiempo.

Velad, pues cuando el cuerpo duerme, es la naturaleza quien nos domina; y nuestra actividad entonces no está dirigida por la voluntad, sino por los impulsos de la naturaleza. Y cuando reina sobre el alma un pesado sopor —por ejemplo, la pusilanimidad o la melancolía—, es el enemigo quien domina al alma y la conduce contra su propio gusto. Se adueña del cuerpo la fuerza de la naturaleza, y del alma el enemigo.

Por eso ha hablado nuestro Señor de la vigilancia del alma y del cuerpo, para que el cuerpo no caiga en un pesado sopor ni el alma en el entorpecimiento y el temor, como dice la Escritura: Sacudíos la modorra, como es razón; y también: Me he levantado y estoy contigo; y todavía: No os acobardéis. Por todo ello, nosotros, encargados de este ministerio, no nos acobardamos.

Responsorio: Isaías 55, 3-4; Hechos Apóstoles 28, 28.

R. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David. * A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones.

V. La salvación de Dios se envía a los gentiles; ellos sí escucharán. * A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones.

Oración:

Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza, para que la gracia de tu bondad apresure la salvación que retrasan nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 1a semana de Adviento.

V. Señor, que me alcance tu favor.

R. Tu salvación, según tu promesa.

Primera lectura: Isaías 19, 16-25.

Futura conversión de Egipto y Asiria.

Aquel día los egipcios serán como mujeres, se asustarán y temblarán ante un gesto de la mano del Señor del universo, que él agita contra ellos. La tierra de Judá será el terror de Egipto: siempre que sea mencionada, lo aterrorizará, por el plan que el Señor del universo planea contra él.

Aquel día habrá en Egipto cinco ciudades que hablarán la lengua de Canaán y que jurarán por el Señor del universo; una de ellas se llamará «ciudad del sol».

Aquel día habrá un altar del Señor en medio de Egipto y una estela junto a su frontera dedicada al Señor. Será signo y testimonio del Señor del universo en tierra egipcia. Si claman al Señor contra el opresor, él les enviará un salvador y defensor que los libere. El Señor se manifestará a Egipto, y Egipto reconocerá al Señor aquel día. Le ofrecerán sacrificios y ofrendas, harán votos al Señor y los cumplirán. El Señor herirá a Egipto con una plaga, pero lo curará; retornarán al Señor, él escuchará su súplica y los curará.

Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria: Asiria vendrá a Egipto y Egipto irá a Asiria; y los egipcios darán culto junto con los asirios.

Aquel día Israel, con Egipto y Asiria, será bendición en medio de la tierra; el Señor del universo los bendice diciendo: «Bendito mi pueblo, Egipto, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad».

Responsorio: Isaías 19, 21; Lucas 13, 29.

R. Egipto, aquel día, reconocerá al Señor. * Le ofrecerán sacrificios y ofrendas.

V. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. * Le ofrecerán sacrificios y ofrendas.

Segunda lectura:
Del libro Proslogion de San Anselmo: Cap. 1.

El deseo de contemplar a Dios.

Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro».

Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.

Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?

Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.

Responsorio: Salmo 79, 19. 20; 105, 4.

R. No nos alejaremos de ti, Señor: danos vida, para que invoquemos tu nombre. * Que brille tu rostro y nos salve.

V. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo, visítame con tu salvación. * Que brille tu rostro y nos salve.

Oración:

Despierta tu poder y ven, Señor, para que merezcamos ser protegidos por ti y nos veamos libres de los peligros que nos acechan a causa de nuestros pecados. Tú, que vives y reinas con el Padre.


Sábado 1a semana de Adviento.

V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.

R. Sus decretos y mandatos a Israel.

Primera lectura: Isaías 21, 6-12.

El vigía anuncia la caída de Babilonia.

Así me ha dicho el Señor: «Ve, pon un centinela que anuncie lo que vea. Si ve gente montada, un par de jinetes, gente montada en jumentos o camellos, que preste atención, mucha atención».

El centinela gritó: «En la atalaya, señor mío, paso yo todo el día, y en mi puesto de guardia estoy en pie todas las noches.

Ahora llegan, gente montada, un par de jinetes, y anuncian: “Ha caído, ha caído Babilonia; y todas las estatuas de sus dioses yacen por tierra destrozadas”».

Pueblo mío, trillado en la era, lo que he escuchado del Señor del universo, Dios de Israel, yo te lo anuncio.

Oráculo contra Duma. Me gritan desde Seír: «Vigía, ¿qué queda de la noche? Vigía, ¿qué queda de la noche?». Responde el vigía: «Vendrá la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, volved otra vez y preguntad».

Responsorio: Apocalipsis 18, 2. 4. 5.

R. Gritó el ángel a pleno pulmón: «¡Cayó, cayó la gran Babilonia!». Luego oí otra voz del cielo que decía: * «Pueblo mío, sal de ella para no haceros cómplices de sus pecados».

V. Porque sus pecados han llegado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus crímenes. * Pueblo mío, sal de ella para no haceros cómplices de sus pecados.

Segunda lectura:
Del tratado de San Cipriano sobre los bienes de la paciencia: Núms. 13 y 15.

La esperanza nos sostiene.

Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta esperanza lleguen a dar su fruto.

Pues no vamos en pos de una gloria presente; buscamos la futura, conforme a la advertencia del apóstol Pablo cuando dice: En esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Así pues, la esperanza y la paciencia nos son necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y esperamos.

En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos que obran el bien y guardan sus tesoros en el cielo, para obtener el ciento por uno, que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos.

Estas palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en medio de su brillante carrera, echando así a perder el fruto de lo ganado, por dejar sin terminar lo que empezó.

En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, une inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridad es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educada ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. Indica, pues, que la caridad puede permanecer, porque es capaz de sufrirlo todo.

Y en otro pasaje escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Con esto enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la paz si no se ayudan mutuamente los hermanos y no mantienen el vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia.

Responsorio: Cf. Habacuc 2, 3; Hebreos 10, 37.

R. Se acerca su término y no fallará. * Espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

V. Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso. * Espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

Oración:

Oh, Dios, que para librar a la humanidad de la antigua esclavitud del pecado enviaste a tu Unigénito a este mundo, concede a los que esperamos con fe el don de tu amor, alcanzar la recompensa de la libertad verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 2a DE ADVIENTO.

2o Domingo de Adviento.

V. Levantaos, alzad la cabeza.

R. Se acerca vuestra liberación.

Primera lectura: Isaías 22, 8b-23.

Contra la soberbia de Jerusalén y de Sobná.

Judá ha quedado al descubierto. Aquel día, visteis las armas de la Casa del Bosque; se habían multiplicado las brechas de la ciudad de David; reunisteis el agua en el depósito de abajo y, después de contar las casas de Jerusalén, demolisteis algunas para reforzar la muralla. Hicisteis entre los dos muros un depósito para el agua de la antigua alberca, pero no os fijabais en quien todo lo hace, ni mirabais al que lo ha planeado hace tiempo.

El Señor, Dios del universo os convocaba aquel día a llorar y a lamentaros, a raparos y a ceñir el sayal; en cambio, todo es fiesta y alegría, matar vacas y degollar corderos, comer carne y beber vino: «Comamos y bebamos que mañana moriremos».

Me lo ha revelado al oído el Señor del universo: «No se expiará este pecado hasta que muráis» —lo ha dicho el Señor del universo—.

Así dice el Señor, Dios del universo:

«Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobná:

“¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te labras aquí un sepulcro? Te estás labrando un sepulcro en lo alto, excavando en la roca un lugar de reposo. Mira: el Señor te arrojará con fuerza, te hará dar vueltas y vueltas como un aro, hacia un extenso país. Allí morirás, allí terminarán tus carrozas de gala, baldón de la corte de tu señor.

Te echaré de tu puesto, te destituirán de tu cargo. Aquel día llamaré a mi siervo, a Eliaquín, hijo de Esquías, le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá.

Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá. Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la estirpe de su padre”».

Responsorio: Apocalipsis 3, 7. 8.

R. Esto dice el santo, el veraz, el que tiene la llave de David: * «Ante ti dejo abierta una puerta que nadie puede cerrar».

V. Has hecho caso de mis palabras y no has renegado de mí. * Ante ti dejo abierta una puerta que nadie puede cerrar.

Segunda lectura:
De los comentarios de san Eusebio de Cesarea sobre el libro de Isaías: Cap. 40.

Una voz grita en el desierto.

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.

Responsorio: Cf. Mateo 11, 11. 9.

R. Vino el precursor del Señor, acerca del cual certificó éste: * «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista».

V. Él es un profeta, y más que profeta; de él afirmó el Salvador: * «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista».

HIMNO TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, lo impidan los afanes terrenales, para que, aprendiendo la sabiduría celestial, podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 2a semana de Adviento.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R. Y danos tu salvación.

Primera lectura: Isaías 24, 1-18.

Manifestación del Señor en su gran día.

El Señor hiende la tierra y la deja devastada, cambia su aspecto y dispersa a sus habitantes. Le ocurrirá a la gente lo que al sacerdote, al siervo lo que a su señor, a la sierva como a su dueña, al comprador como al vendedor, al prestatario como al prestamista, al acreedor como al deudor. La tierra quedará devastada por completo, saqueada del todo, porque el Señor ha pronunciado esta palabra.

La tierra está de luto y se marchit a, languidece y se marchita el orbe, languidecen los cielos y la tierra. La tierra ha sido profanada por sus habitantes, que han transgredido la ley, han quebrantado los preceptos, han violado el pacto eterno. Por eso, la maldición devora la tierra, sus habitantes se han hecho culpables; por eso se consumen los habitantes de la tierra y quedan hombres contados.

Está de luto el mosto, languidece la vid, suspiran los de corazón alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el alborozo de las cítaras. Ya no beben el vino entre canciones, el licor sabe amargo a quien lo bebe. La ciudad desolada yace en ruinas: las casas están cerradas, nadie tiene acceso. Griterío en las calles por la falta de vino, ha desaparecido la alegría, han desterrado el alborozo del país. Sólo queda desolación en la ciudad, y la puerta, destrozada y en ruinas.

Sucederá en medio del país y entre los pueblos como en el vareo de los olivos o en la rebusca después de la vendimia. Ellos levantan la voz, con cantos de alegría, proclaman la majestad del Señor desde Occidente, glorifican al Señor desde el Oriente, en las islas del mar, el nombre del Señor, Dios de Israel. Desde el confín de la tierra oímos cánticos: «Gloria al justo».

Pero yo digo: «¡Estoy perdido, estoy perdido, ay de mí! Los traidores traicionan, los traidores traman traiciones. Terror, foso y trampa contra ti, habitante del país: el que huya del grito de terror caerá en el foso; el que trepe desde el fondo del foso quedará atrapado en la trampa. Se abren las compuertas del cielo y vacilan los cimientos de la tierra».

Responsorio: Isaías 24, 14. 15; Salmo 95, 1.

R. Ellos levantarán la voz vitoreando: * «Responded desde oriente, glorificando al Señor».

V. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. * Responded desde oriente, glorificando al Señor.

Segunda lectura:
Del Tratado de San Juan de la Cruz Subida al monte Carmelo: Libro 2, 22, 3-4.

Dios nos ha hablado en Cristo.

La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.

Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo —que es una Palabra suya, que no tiene otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.

En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.

Porque desde el día que bajé con mi Espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles».

Responsorio: Miqueas 4, 2; Juan 4, 25.

R. Irán pueblos numerosos diciendo: «Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. * Nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas».

V. Va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. * Nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.

Oración:

Dirige hacia ti nuestras súplicas, Señor, para que los deseos de servirte con total pureza nos conduzcan hasta el gran misterio de la encarnación de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.


Martes 2a semana de Adviento.

V. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

R. Allanad los senderos de nuestro Dios.

Primera lectura: Isaías 24, 19 – 25, 5.

El reino de Dios.
Acción de gracias.

Se tambalea la tierra con violencia, tiembla la tierra con estruendo, se agita la tierra con estrépito. Se tambalea la tierra como un ebrio, se agita como una choza. Pesa sobre ella su pecado, se desplomará y no se alzará más.

Aquel día, pedirá cuentas el Señor a los ejércitos del cielo en el cielo, y a los reyes de la tierra en la tierra. Serán reunidos como prisioneros en la mazmorra, encerrados en la prisión. Pasados muchos días, serán llevados a juicio. Se sonrojará la luna, se avergonzará el sol, cuando reine el Señor del universo en la montaña de Sión y en Jerusalén, y esté la gloria en presencia de sus ancianos.

Señor, tú eres mi Dios; te ensalzaré y alabaré tu nombre, porque realizaste magníficos designios, constantes y seguros desde antiguo. Redujiste a escombros la ciudad, la plaza fuerte a ruinas, el alcázar de los soberbios no es ya una ciudad, jamás será reconstruida.

Por eso te glorifica un pueblo fuerte, te temen las ciudades de pueblos poderosos, porque fuiste fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor. Porque el ánimo de los tiranos es temporal de invierno; como el calor sobre una tierra desértica, el tumulto del extranjero; sometes el calor con la sombra de una nube, y humillas el canto de los tiranos.

Responsorio: Isaías 25, 1, 4.

R. Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias. * Porque realizaste maravillas.

V. Fuiste baluarte del pobre, baluarte del desvalido en su angustia. * Porque realizaste maravillas.

Segunda lectura:
Vaticano II: Lumen gentium, Núm. 48.

Índole escatológica de la Iglesia peregrinante.

La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección, sino cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, con el género humano, también el universo entero —que está íntimamente unido al hombre y por él alcanza su fin— será perfectamente renovado en Cristo.

Porque Cristo, levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres; habiendo resucitado de entre los muertos, envió su Espíritu vivificador sobre sus discípulos, y por él constituyó a su cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Ahora, sentado a la diestra del Padre, actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a sí más estrechamente y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, hacerlos partícipes de su vida gloriosa.

Por tanto, la restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia, en la cual, por la fe, somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que, con la esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y trabajamos por nuestra salvación.

La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza verdaderamente a realizarse, en cierto modo, en el siglo presente, pues la Iglesia, ya en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta, santidad.

Y hasta que lleguen los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante —en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo— lleva consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas, que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios.

Responsorio: Filipenses 3, 20-21; Tito 2, 12-13.

R. Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. * Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

V. Llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios. * Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

Oración:

Oh, Dios, que has manifestado tu salvación hasta los confines de la tierra, concédenos esperar con alegría la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo.


Miércoles 2a semana de Adviento.

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R. Que brille tu rostro y nos salve.

Primera lectura: Isaías 25, 6 – 26, 6.

El banquete del Señor.
Cántico de los redimidos.

Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo —lo ha dicho el Señor—.

Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Éste es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor, pero Moab será pisoteado en su propia tierra, como se pisa la paja en el muladar. Allí extenderá sus manos, como las extiende el nadador para nadar; pero el Señor humillará su orgullo y los esfuerzos de sus manos. Doblegó el bastión inaccesible de tus murallas, lo abatió hasta tocar el suelo, hasta el polvo».

Aquel día, se cantará este canto en la tierra de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes. Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua. Doblegó a los habitantes de la altura, a la ciudad elevada; la abatirá, la abatirá hasta el suelo, hasta tocar el polvo. La pisarán los pies, los pies del oprimido, los pasos de los pobres».

Responsorio: Apocalipsis 21, 3; Isaías 25, 8.

R. Escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. * Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios».

V. El Señor aniquilará la muerte para siempre y enjugará las lágrimas de todos los rostros. * Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario sobre los salmos 109, 1-3.

Las promesas de Dios se nos conceden por su Hijo.

Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su cumplimiento.

El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos.

Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas.

Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación.

Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios —a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza—, no sólo entregó la escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido.

Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por él.

Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció.

Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído.

Responsorio: Miqueas 7, 19; Hechos Apóstoles 10, 43.

R. Nuestro Dios volverá a compadecerse. * Extinguirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.

V. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados. * Extinguirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.

Oración:

Dios todopoderoso, que nos mandas preparar el camino a Cristo, el Señor, concédenos, con bondad, no desfallecer por nuestra debilidad a los que esperamos la consoladora presencia del médico celestial. Él, que vive y reina contigo.


Jueves 2a semana de Adviento.

V. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R. Anunciadla hasta los confines de la tierra.

Primera lectura: Isaías 26, 7-21.

Cántico de los justos. Promesa de resurrección.

La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos ansiando tu nombre y tu recuerdo.

Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden la justicia los habitantes del orbe.

Aunque se muestre clemencia al malvado, no aprende la justicia; en una tierra de gente honrada, sigue siendo perverso, y no ve la grandeza del Señor.

Señor, levantaste tu mano, pero no se dan cuenta. Verán avergonzados el celo por tu pueblo, los devorará el fuego reservado a tus enemigos.

Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, nuestro Dios, nos dominaron señores distintos de ti; pero nosotros sólo a ti, sólo tu nombre invocamos.

No vivirán los muertos, no resurgirán las sombras; los castigaste, los has destruido, borraste totalmente su recuerdo.

Multiplicaste el pueblo, Señor; multiplicaste el pueblo, has sido glorificado, ensanchaste los confines del país.

Señor, en la angustia acudieron a ti, susurraban plegarias cuando los castigaste. Como la embarazada cuando le llega el parto se retuerce y grita de dolor, así estábamos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz… viento; nada hicimos por salvar el país, ni nacieron habitantes en el mundo.

¡Revivirán tus muertos, resurgirán nuestros cadáveres, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Pues rocío de luz es tu rocío, que harás caer sobre la tierra de las sombras.

Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra la puerta detrás de ti; escóndete un breve instante mientras pasa la ira.

Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: pondrá la tierra al descubierto la sangre que ha bebido y no ocultará más a sus muertos.

Responsorio: Isaías 26, 19; Daniel 12, 2.

R. Despertarán jubilosos los que habitan en el polvo. * Porque el rocío del Señor es rocío de luz.

V. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán. * Porque el rocío del Señor es rocío de luz.

Segunda lectura:
San Pedro Crisólogo: Sermón 147.

El amor desea ver a Dios.

Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboración encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.

Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.

Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso lo incitó a combatir y lo retuvo con el abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.

Y así mismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.

Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho el espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.

Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.

El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?

El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.

Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor, enséñame tu gloria.

Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de sus errores.

Responsorio:
Cf. Isaías 66, 13; 1o Reyes 11, 36; Isaías 66, 14; 46, 13.

R. Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, dice el Señor, y de Jerusalén, la ciudad que me elegí, os vendrá el auxilio. * Al verlo se alegrará vuestro corazón.

V. Traeré la salvación a Sión y mi honor será para Israel. * Al verlo se alegrará vuestro corazón.

Oración:

Señor, aviva nuestros corazones para que preparemos los caminos a tu Unigénito, y, por su venida, merezcamos servirte con un corazón puro. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 2a semana de Adviento.

V. Señor, que me alcance tu favor.

R. Tu salvación, según tu promesa.

Primera lectura: Isaías 27, 1-13.

La viña del Señor volverá a ser cultivada.

Aquel día castigará el Señor con su espada templada, grande y fuerte, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino.

Aquel día cantaréis a la viña deliciosa: Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego. Para que nadie la dañe, la vigilo noche y día.

Ya no estoy enfadado. Si me diera zarzas y cardos, combatiría contra ellos, los quemaría todos juntos. Pero no se acoge a mi cuidado. ¡Que haga la paz conmigo! ¡Que conmigo haga la paz!

Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos llenarán el mundo. ¿Lo ha herido como hirió a quienes lo herían? ¿Lo ha matado como mató a quienes lo mataban? Lo has castigado expulsándolo, enviándolo lejos, lo dispersaste como un viento impetuoso del desierto.

Así quedará reparada la culpa de Jacob. Y éste será el fruto de que le hayan quitado su pecado: que convierta las piedras de los altares en polvo de piedra caliza y que no erija más palos sagrados en honor de Aserá, ni altares de incienso en honor del sol. La plaza fuerte ha quedado solitaria, un extenso pastizal desolado como un desierto. Allí pastará el novillo, se echará y devorará los arbustos. Cuando se secan las ramas, las parten, y las mujeres con ellas hacen fuego. Pues no es un pueblo sensato; por eso su Hacedor no se apiada, aquel que lo ha formado no se apiada.

Aquel día, trillará el Señor las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; y a vosotros, hijos de Israel, os recogerá uno a uno.

Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y volverán los que estaban perdidos en Asiria y los dispersados en Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.

Responsorio: Cf. Mateo 24, 31; Isaías 27, 13.

R. El Señor enviará a sus ángeles con trompetas sonoras. * Los ángeles reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

V. Y vendrán para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén. * Los ángeles reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra los herejes 5, 19, 1; 20, 2; 21, 1.

Eva y María.

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez esta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre.

Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.

Con estas palabras, se proclama de antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.

Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.

Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 26. 27. 30. 31. 32.

R. El ángel Gabriel fue enviado a la Virgen María, desposada con José, para anunciarle el mensaje; y la Virgen se asustó del resplandor. No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. * Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo.

V. El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre. * Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo.

Oración:

Dios todopoderoso, concede a tu pueblo esperar vigilante la venida de tu Unigénito, para que nos apresuremos a salir a su encuentro con las lámparas encendidas, como nos enseñó nuestro Salvador. Él, que vive y reina contigo.


Sábado 2a semana de Adviento.

V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.

R. Sus decretos y mandatos a Israel.

Primera lectura: Isaías 29, 1-8.

Juicio de Dios sobre Jerusalén.

¡Ay Ariel, Ariel, ciudad que sitió David! Añadid un año a otro, gire el ciclo de las fiestas, y yo reduciré Ariel a la angustia, habrá lamentos y gemidos y será para mí como altar de sacrificio. Pondré mi campamento en torno a ti, te cercaré con empalizadas, levantaré baluartes contra ti.

Humillada, hablarás desde el suelo, tu palabra se alzará sumisa desde el suelo, como voz de fantasma desde el suelo, tu palabra susurrará desde el polvo. Será como polvareda el tropel de tus enemigos, como nube de tamo el tropel de tus agresores.

Pero de improviso, de repente, te auxiliará el Señor del universo, con trueno y terremoto y gran estruendo, con huracán y tempestad y llamas que devoran.

Con el tropel de los pueblos que combaten contra Ariel, con sus empalizadas, sus baluartes y sus sitiadores sucederá lo que ocurre con un sueño, con una visión nocturna: como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta, cansado, con la garganta reseca; así será el tropel de los pueblos que combaten contra el monte Sión.

Responsorio: Isaías 54, 4; 29, 5. 6. 7.

R. Jerusalén, no temas, no tendrás que avergonzarte, * Cuando seas visitada por el Señor de los ejércitos.

V. Será como nube de tamo el tropel de los pueblos que combaten contra ti. * Cuando seas visitada por el Señor de los ejércitos.

Segunda lectura:
Beato Isaac de Stella: Sermón 51.

María y la Iglesia.

El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben.

Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él.

Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo Hijo.

Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.

Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María; y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.

También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de cada alma fiel.

Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel.

Responsorio: Levítico 26, 11-12; 2a Corintios 6, 16.

R. Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. * Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

V. Vosotros sois templo del Dios vivo, así lo dijo Dios. * Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

Oración:

Amanezca en nuestros corazones, Dios todopoderoso, el resplandor de tu gloria, para que, disipadas las tinieblas de la noche, la llegada de tu Unigénito manifieste que somos hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 3a DE ADVIENTO.

3o Domingo de Adviento.

Si este domingo es 17 de diciembre, las lecturas se toman del día 17, aunque la oración será la del Domingo 3o.

V. Levantaos, alzad la cabeza.

R. Se acerca vuestra liberación.

Primera lectura: Isaías 29, 13-24.

Anuncio del juicio del Señor.

Dice el Señor: «Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, mientras su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde se ha vuelto precepto aprendido de otros hombres; por eso yo seguiré asombrando a este pueblo con prodigios maravillosos: perecerá la sabiduría de sus sabios, y desaparecerá la discreción de sus hombres prudentes».

¡Ay de los que, en lo profundo, ocultan sus planes al Señor para poder actuar en la oscuridad y decir: «¿Quién nos ve? ¿Quién se entera?».

¡Cuánta perversión! ¿Es acaso el alfarero igual que el barro, para que la obra diga a su artífice: «No me ha hecho», y la vasija diga al alfarero: «Éste no entiende nada»?

Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, y el vergel parecerá un bosque. Aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos.

Los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor, y los pobres se llenarán de júbilo en el Santo de Israel; porque habrá desaparecido el violento, no quedará rastro del cínico; y serán aniquilados los que traman para hacer el mal: los que condenan a un hombre con su palabra, ponen trampas al juez en el tribunal y por una nadería violan el derecho del inocente.

Por eso, el Señor, que rescató a Abrahán, dice a la casa de Jacob: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no palidecerá su rostro, pues, cuando vean sus hijos mis acciones en medio de ellos, santificarán mi nombre, santificarán al Santo de Jacob y temerán al Dios de Israel».

Los insensatos encontrarán la inteligencia y los que murmuraban aprenderán la enseñanza.

Responsorio: Isaías 29, 18. 19; cf. Mateo 11, 4-5.

R. Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. * Y los pobres gozarán con el Santo de Israel.

V. Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los sordos oyen, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. * Y los pobres gozarán con el Santo de Israel.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 293, 3.

Juan era la voz, Cristo es la Palabra.

Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.

Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón.

Pero veamos cómo suceden las cosas en la misma edificación de nuestro corazón. Cuando pienso lo que voy a decir, ya está la palabra presente en mi corazón; pero, si quiero hablarte, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que está ya en el mío.

Al intentar que llegue hasta ti y se aposente en tu interior la palabra que hay ya en el mío, echo mano de la voz y, mediante ella, te hablo: el sonido de la voz hace llegar hasta ti el entendimiento de la palabra; y una vez que por el sonido de la voz ha llevado hasta ti el concepto, el sonido desaparece, pero la palabra que el sonido condujo hasta ti está ya dentro de tu corazón, sin haber abandonado el mío.

Cuando la palabra ha pasado a ti, ¿no te parece que es el mismo sonido el que está diciendo: Ella tiene que crecer y yo tengo que menguar? El sonido de la voz se dejó sentir para cumplir su tarea y desapareció, como si dijera: Esta alegría mía está colmada. Retengamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula del alma. ¿Quieres ver cómo pasa la voz, mientras que la divinidad de la Palabra permanece? ¿Qué ha sido del bautismo de Juan? Cumplió su misión y desapareció. Ahora el que se frecuenta es el bautismo de Cristo. Todos nosotros creemos en Cristo, esperamos la salvación en Cristo: esto es lo que la voz hizo sonar.

Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta.

Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor». La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio. Allanad el camino del Señor, como si dijera: «Yo resueno para introducir la palabra en el corazón; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino».

¿Qué quiere decir: Allanad el camino, sino: «Suplicad debidamente?». ¿Qué significa: Allanad el camino, sino: «Pensad con humildad»? Aprended del mismo Juan un ejemplo de humildad. Le tienen por el Mesías, y niega serlo; no se le ocurre emplear el error ajeno en beneficio propio.

Si hubiera dicho: «Yo soy el Mesías», ¿cómo no lo hubieran creído con la mayor facilidad, si ya le tenían por tal antes de haberlo dicho? Pero no lo dijo: se reconoció a sí mismo, no permitió que lo confundieran, se humilló a sí mismo.

Comprendió dónde tenía su salvación; comprendió que no era más que una antorcha, y temió que el viento de la soberbia la pudiese apagar.

Responsorio: Juan 3, 30; 1, 15. 27; Marcos 1, 8.

R. Él tiene que crecer y yo tengo que menguar; el que viene detrás de mí existía antes que yo. * Al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

V. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. * Al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

HIMNO TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que contemplas cómo tu pueblo espera con fidelidad la fiesta del nacimiento del Señor, concédenos llegar a la alegría de tan gran acontecimiento de salvación y celebrarlo siempre con solemnidad y júbilo desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 3a semana de Adviento.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R. Y danos tu salvación.

Primera lectura: Isaías 30, 18-26.

Promesa de la felicidad futura.

El Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: dichosos los que esperan en él.

Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, se apiadará de ti al oír tu gemido: apenas te oiga, te responderá.

Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro. Si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a tus espaldas que te dice: «Éste es el camino, camina por él».

Tendrás por impuros tus ídolos revestidos en plata y tus estatuas fundidas en oro; los arrojarás como inmundicia, los llamarás basura.

Te dará lluvia para la semilla que siembras en el campo, y el grano cosechado en el campo será abundante y suculento. Aquel día, tus ganados pastarán en anchas praderas; los bueyes y asnos que trabajan en el campo comerán forraje fermentado, aventado con pala y con rastrillo.

En toda alta montaña, en toda colina elevada habrá canales y cauces de agua el día de la gran matanza, cuando caigan las torres. La luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces mayor, como la luz de siete días, cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure las llagas de sus golpes.

Responsorio: Isaías 30, 26. 18; Salmo 26, 14.

R. Aquel día el Señor vendará la herida de su pueblo, y el Dios recto curará la llaga de su golpe. * Dichosos los que esperan en él.

V. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. * Dichosos los que esperan en él.

Segunda lectura:
Guillermo de San Teodorico: Tratado sobre la contemplación de Dios 9-11.

Él nos amó primero.

Tú eres en verdad el único Señor, tú, cuyo dominio sobre nosotros es nuestra salvación; y nuestro servicio a ti no es otra cosa que ser salvados por ti.

¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados?

Por esto has querido que el Hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados, y ningún otro puede salvar.

Él nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo.

Así es, desde luego. Tú nos amaste primero para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros; pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte.

Por eso, habiendo hablado antiguamente a nuestros padres por los profetas, en distintas ocasiones y de muchas maneras, en estos últimos días nos has hablado por medio del Hijo, tu Palabra, por quien los cielos han sido consolidados y cuyo soplo produjo todos sus ejércitos.

Para ti, hablar por medio de tu Hijo no significó otra cosa que poner a meridiana luz, es decir, manifestar abiertamente, cuánto y cómo nos amaste, tú que no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros. Él también nos amó y se entregó por nosotros.

Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso, que, en medio del silencio que mantenían todos los seres —es decir, el abismo del error—, vino desde el trono real de los cielos a destruir enérgicamente los errores y a hacer prevalecer dulcemente el amor.

Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, hasta los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti.

Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a ese afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, no existe justicia tampoco.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados por la justicia, sino por el amor; pero no podíamos tampoco amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice tu apóstol predilecto, y como también aquí hemos dicho, tú nos amaste primero y te adelantas en el amor a todos los que te aman.

Nosotros, en cambio, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el cual, desde el comienzo de la creación, se cierne sobre las aguas, es decir, sobre las mentes fluctuantes de los hombres, ofreciéndose a todos, atrayendo hacia sí a todas las cosas, inspirando, aspirando, protegiendo de lo dañino, favoreciendo lo beneficioso, uniendo a Dios con nosotros y a nosotros con Dios.

Responsorio: Isaías 54, 10. 13; 48, 17.

R. No se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará. * Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos.

V. Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. * Tus hijos serán discípulos del Señor, tendrán gran paz tus hijos.

Oración:

Escucha con piedad nuestras súplicas, Señor, ilumina las tinieblas de nuestro corazón con la gracia de tu Hijo, que viene a visitarnos. Él, que vive y reina contigo.


Martes 3a semana de Adviento.

V. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

R. Allanad los senderos de nuestro Dios.

Primera lectura: Isaías 30, 27-33; 31, 4-9.

Jerusalén será salvada de los asirios.

He aquí que el Nombre del Señor viene de lejos, arde su ira como incendio imponente, están llenos sus labios de furor, su lengua es un fuego que devora. Su aliento es un torrente desbordado que alcanza hasta el cuello, para cribar a los pueblos con criba de exterminio, para poner en la quijada de las naciones un freno que los pierda.

Entonaréis un cántico como cuando se celebra una fiesta por la noche, se alegrará el corazón al compás de la flauta, mientras vais al monte del Señor, a la roca de Israel. El Señor hará resonar la majestad de su voz, mostrará su brazo que descarga el ataque de su ira, fuego devorador, tempestad, aguacero y granizo.

A la voz del Señor temblará Asiria, golpeada con la vara. Cada golpe de vara del castigo que el Señor descargue sobre ella será entre panderos, cítaras y danzas. El Señor combate a mano alzada. Hace tiempo que está preparada la hoguera, ancha y profunda, también para el rey; una pira con fuego y leña abundante: y el soplo del Señor, como torrente de azufre, le prenderá fuego.

Esto me ha dicho el Señor: «Como gruñe el león y sus cachorros con su presa y, aunque un tropel de pastores se reúna contra ellos, no se asustan de sus gritos ni se intimidan por su tumulto, así descenderá el Señor del universo a combatir sobre el monte Sión, sobre su cumbre. Como aves que despliegan sus alas, así protegerá a Jerusalén el Señor del universo: la protegerá y la liberará, la rescatará y la hará escapar.

Volverán los hijos de Israel a aquel de quien profundamente se habían alejado; aquel día rechazarán los ídolos de plata y los ídolos de oro que habían fabricado vuestras manos pecadoras.

Asiria caerá por una espada que no es de hombre, una espada, no humana, la devorará; huirá de la espada, y sus jóvenes irán a trabajos forzados. Su roca huirá despavorida, y sus príncipes quedarán aterrados del estandarte». Oráculo del Señor, que tiene una hoguera en Sión, un horno en Jerusalén.

Responsorio: Isaías 31, 4. 5; 30, 29.

R. Bajará el Señor de los ejércitos sobre el Monte Sión. * Como un ave aleteando, el Señor protegerá a Jerusalén: rescate salvador.

V. Vosotros entonaréis un cántico como en noche sagrada de fiesta: se alegrará el corazón. * Como un ave aleteando, el Señor protegerá a Jerusalén: rescate salvador.

Segunda lectura:
Tomás de Kempis: Imitación de Cristo 2, 2-3.

Sobre la humildad y la paz.

No te importe mucho quién está por ti o contra ti, sino busca y procura que esté Dios contigo en todo lo que haces.

Ten buena conciencia y Dios te defenderá.

Al que Dios quiere ayudar no le podrá dañar la malicia de alguno.

Si sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios.

Él sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él.

A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión.

Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros y sin dificultad satisface a los que lo odian. Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su abatimiento lo levanta a gran honra.

Al humilde descubre sus secretos y lo atrae dulcemente a sí y lo convida.

El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.

No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior a todos.

Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.

El hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.

El hombre apasionado aun el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.

El hombre bueno y pacífico todas las cosas echa a buena parte.

El que está en buena paz de ninguno sospecha.

El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega ni deja descansar a los otros.

Dice muchas veces lo que no debiera, y deja de hacer lo que más le convendría.

Piensa lo que otros deben hacer, y deja él sus obligaciones.

Ten, pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo. Tú sabes excusar y disimular muy bien tus faltas y no quieres oír las disculpas ajenas.

Más justo sería que te acusases a ti, y excusases a tu hermano.

Sufre a los otros si quieres que te sufran.

Responsorio: Salmo 24, 9-10; Zacarías 7, 9.

R. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. * Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan sus mandatos.

V. Que cada cual respete el derecho del prójimo y trate a su hermano con misericordia y piedad. * Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan sus mandatos.

Oración:

Oh, Dios, que por medio de tu Unigénito has hecho de nosotros criaturas nuevas, mira con amor esta obra de tu misericordia y, por la venida de tu Hijo, límpianos de todas las manchas de nuestra antigua vida de pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 3a semana de Adviento.

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R. Que brille tu rostro y nos salve.

Primera lectura: Isaías 31, 1-3; 32, 1-8.

El reino de la verdadera justicia.

¡Ay de los que bajan a Egipto por auxilio y buscan apoyo en su caballería! Confían en los carros, porque son numerosos, y en los jinetes, porque son fuertes, sin mirar al Santo de Israel ni consultar al Señor.

Pues él también es sabio: trajo la desdicha y no ha revocado su palabra. Se alzará contra la estirpe de los malvados, contra el auxilio de los malhechores.

Los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son carne y no espíritu. El Señor extenderá su mano: tropezará el protector y caerá el protegido, los dos juntos perecerán.

He aquí que reinará un rey con justicia y sus oficiales gobernarán según derecho. Serán abrigo contra el viento, reparo en la tormenta, cauces de agua en sequedal, sombra de roca maciza en tierra reseca.

Los ojos de los videntes ya no estarán cerrados, prestarán atención los oídos de los que oyen; los corazones agitados aprenderán discreción, la lengua tartamuda hablará con soltura y claridad. Ya no llamarán noble al necio, ni tratarán de honorable al sinvergüenza, pues el necio dice necedades y su corazón planea maldades, actúa perversamente y dice injurias del Señor, deja vacío el vientre del hambriento y priva de agua al sediento.

El sinvergüenza usa malas artes; planea sus intrigas para atrapar a los débiles con discursos mentirosos y al indigente que defiende su derecho. El noble, en cambio, tiene planes nobles y está firme en sus nobles intenciones.

Responsorio: Isaías 32, 3. 4; Jeremías 23, 5.

R. Los ojos de los que ven no estarán cerrados, y los oídos de los que oyen atenderán. * La mente precipitada aprenderá sensatez.

V. Daré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente. * La mente precipitada aprenderá sensatez.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra los herejes 4, 20, 4-5.

Cuando venga Cristo, Dios será visto por todos los hombres.

Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.

Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios.

Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

Los profetas, pues, anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo que dice también el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Ciertamente, según su grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues el Padre es incomprensible.

Sin embargo, según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el hombre no puede, lo puede Dios.

El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.

Pues, del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida divina.

Responsorio: Deuteronomio 18, 18; Lucas 20, 13; Juan 6, 14.

R. Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca. * Y les dirá lo que yo le mande.

V. Voy a enviar a mi Hijo querido. Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. * Y les dirá lo que yo le mande.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que la fiesta, ya cercana, de la venida de tu Hijo nos reconforte en esta vida y nos conceda los premios eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 3a semana de Adviento.

V. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R. Anunciadla hasta los confines de la tierra.

Primera lectura: Isaías 32, 15 – 33, 6.

Promesa de salvación.
Expectación de los fieles.

Hasta que se derrame sobre nosotros un espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en un vergel, y el vergel parezca un bosque. Habitará el derecho en el desierto, y habitará la justicia en el vergel. La obra de la justicia será la paz, su fruto, reposo y confianza para siempre.

Mi pueblo habitará en moradas apacibles, en tiendas seguras, en tranquilos lugares de reposo; aunque sea abatido el bosque, aunque sea humillada la ciudad. Dichosos vosotros cuando sembréis junto a todos los cauces de agua y dejéis sueltos el toro y el asno.

¡Ay de ti, destructor que aún no has sido destruido, traidor no traicionado! Cuando hayas terminado de destruir serás destruido, cuando hayas completado tu traición, te traicionarán.

Piedad, Señor, en ti esperamos; sé nuestra fuerza cada mañana y nuestra salvación en tiempo de angustia.

Al oír el estruendo huyen los pueblos; cuando tú te levantas, se dispersan las naciones. Se recoge el botín como arrasa la oruga; se abalanzan sobre él igual que las langostas.

El Señor es excelso, porque habita en la altura; colma a Sión con derecho y con justicia. Tus días serán seguros. La sabiduría y el saber son su riqueza salvadora, el temor del Señor es su tesoro.

Responsorio: Isaías 32, 18. 17; Juan 14, 27.

R. Mi pueblo habitará en dehesas de paz, en moradas tranquilas. * La obra de la justicia será la paz.

V. Mi paz os doy: que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. * La obra de la justicia será la paz.

Segunda lectura:
Vaticano II: Dei Verbum 3-4.

Cristo, plenitud de la revelación.

Dios, al crear y conservar todas las cosas por su Palabra, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, pero, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.

Después de su caída, alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras.

A su tiempo, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo, al que después de los patriarcas instruyó por Moisés y por los profetas para que lo reconociera como Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperara al Salvador prometido; de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio. Después que, en distintas ocasiones y de muchas maneras, Dios habló por los profetas, ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo.

Pues envió a su Hijo, es decir, la Palabra eterna, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, la Palabra hecha carne, «hombre enviado a los hombres», habla las palabras de Dios y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió.

Por tanto, Jesucristo —ver al cual es ver al Padre—, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, con señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, completa la revelación y confirma, con el testimonio divino, que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio: Isaías 30, 20. 21; Deuteronomio 18, 15.

R. Tus ojos verán a tu Maestro. * Tus oídos oirán una palabra: «Éste es el camino; camina por él».

V. Un profeta de entre los tuyos, de entre tus hermanos, te suscitará el Señor, tu Dios. * Tus oídos oirán una palabra: «Éste es el camino; camina por él».

Oración:

Te pedimos, Señor, que nosotros, indignos siervos tuyos, afligidos por las propias culpas, nos alegremos en la venida salvadora de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.


Viernes 3a semana de Adviento.

V. Derrama, Señor, tu misericordia sobre nosotros.

R. Danos tu salvación, según tu promesa.

Primera lectura: Isaías 33, 7-24.

Salvación futura.

Mirad: los valientes gritan en la calle, los mensajeros de paz lloran amargamente; están destruidos los caminos y ya nadie transita los senderos. Ha roto la alianza, despreciado a los testigos, no respeta a la gente. El país está de duelo y languidece, se avergüenza el Líbano y queda mustio, el Sarón se ha vuelto una estepa, han perdido el follaje el Basán y el Carmelo.

«Ahora me levanto —dice el Señor—, ahora me pongo en pie, ahora me alzo. Concebiréis paja, daréis a luz rastrojos, os consumirá mi aliento como fuego; los pueblos quedarán calcinados, arderán como cardos segados.

Los lejanos, escuchad lo que he hecho; los cercanos, reconoced mi fuerza. Temen en Sión los pecadores, y un temblor agarra a los perversos: “¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador, quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?”

El que procede con justicia y habla con rectitud, y rehúsa el lucro de la opresión, el que sacude la mano rechazando el soborno y tapa su oído a propuestas sanguinarias, el que cierra los ojos para no ver la maldad: ése habitará en lo alto, tendrá su alcázar en un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua».

Contemplarán tus ojos a un rey en su esplendor y verán un país dilatado, y pensarás sobrecogido: «¿Dónde está el que pedía cuentas, dónde el que pesaba los tributos, dónde el que contaba las torres?». Ya no verás más al pueblo arrogante, ese pueblo de lenguaje oscuro e incomprensible, de lengua bárbara que no entiendes.

Contempla a Sión, ciudad de nuestras fiestas: tus ojos verán a Jerusalén, morada segura, tienda estable, cuyas estacas no se arrancan, cuyas cuerdas no se rompen.

Allí el Señor se muestra majestuoso: en un lugar de ríos y espaciosos canales; no los surcarán barcas de remo ni los cruzarán naves majestuosas, porque el Señor nos gobierna, el Señor nos da leyes, el Señor es nuestro rey, él es nuestra salvación.

«Se aflojan tus cuerdas, no sujetan el mástil ni tensan las velas». Entonces se repartirán los despojos de un botín abundante, y hasta los cojos se darán al saqueo. Y ningún habitante dirá: «Estoy enfermo». Al pueblo que allí habita le ha sido perdonada su culpa.

Responsorio: Cf. Isaías 33, 22; Salmo 96, 1.

R. El Señor nos gobierna, el Señor nos da leyes, el Señor es nuestro Rey, * Él vendrá a salvarnos.

V. El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. * Él vendrá a salvarnos.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario sobre los salmos 37, 13-14.

Tu deseo es tu oración.

Los gemidos de mi corazón eran como rugidos. Hay gemidos ocultos que nadie oye; en cambio, si la violencia del deseo que se apodera del corazón de un hombre es tan fuerte que su herida interior acaba por expresarse con una voz más clara, entonces se busca la causa; y uno piensa para sí: «Quizá gima por aquello, y quizá fue aquello lo que le sucedió». ¿Y quién lo puede entender como no sea aquel a cuya vista y a cuyos oídos llegaron los gemidos? Por eso dice que los gemidos de mi corazón eran como rugidos, porque los hombres, si por casualidad se paran a escuchar los gemidos de alguien, las más de las veces sólo oyen los gemidos exteriores; y en cambio no oyen los gemidos del corazón.

¿Y quién iba a poder interpretar la causa de sus gemidos? Añade por ello: Todo mi deseo está en tu presencia. Por tanto, no ante los hombres, que no son capaces de ver el corazón, sino que todo mi deseo está en tu presencia. Que tu deseo esté en su presencia; y el Padre, que ve en lo escondido, te atenderá.

Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua también es la oración. No en vano dijo el Apóstol: Orad sin cesar. ¿Acaso sin cesar nos arrodillamos, nos prosternamos, elevamos nuestras manos, para que pueda afirmar: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar. Pero existe otra oración interior y continua, que es el deseo. Cualquier cosa que hagas, si deseas aquel reposo sabático, no interrumpes la oración. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo.

Tu deseo continuo es tu voz, es decir, tu oración continua. Callas cuando dejas de amar. ¿Quiénes se han callado? Aquellos de quienes se ha dicho: Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría.

La frialdad en el amor es el silencio del corazón; el fervor del amor es el clamor del corazón. Mientras la caridad permanece, estás clamando siempre; si clamas siempre deseas siempre; y, si deseas, te acuerdas de aquel reposo.

Todo mi deseo está en tu presencia. ¿Qué sucederá delante de Dios está el deseo y no el gemido? Pero ¿cómo va a ocurrir esto, si el gemido es la voz del deseo?

Por eso añade el salmo: No se te ocultan mis gemidos. Para ti no están ocultos; sin embargo, para muchos hombres lo están. Algunas veces el humilde siervo de Dios afirma: No se te ocultan mis gemidos. De vez en cuando puede advertirse que también sonríe el siervo de Dios: ¿puede acaso, por su risa, deducirse que murió en su corazón aquel deseo? Si tu deseo está en tu interior también lo está el gemido; quizá el gemido no llega siempre a los oídos del hombre, pero jamás se aparta de los oídos de Dios.

Responsorio.

R. Caminando en Cristo, peregrinos hasta llegar a término, que nuestro canto sea el deseo. * Ya que, aunque calle la lengua del que desea anhelante, su corazón está cantando.

V. En cambio, el que ya no desea, por más que hiera los oídos con sus voces, para Dios es como mudo. * Ya que, aunque calle la lengua del que desea anhelante, su corazón está cantando.

Oración:

Dios todopoderoso, que tu gracia nos preceda y acompañe siempre, para que quienes anhelamos de todo corazón la venida de tu Unigénito encontremos auxilio para la vida presente y la futura. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 4a DE ADVIENTO.

4o Domingo de Adviento.

Salmos del Domingo de la 4a semana. Todo lo demás del día propio del mes, excepto la oración que es la propia del Domingo 4o:

| Día 17 | Día 18 | Día 19 | Día 20 | Día 21 | Día 22 | Día 23 | Día 24 |

HIMNO TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que, quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo, lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.


17 de diciembre.

V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.

R. Sus decretos y mandatos a Israel.

Primera lectura: Isaías 45, 1-13.

La salvación de Israel por medio de Ciro.

Esto dice el Señor a su Ungido, a Ciro:

«Yo lo he tomado de la mano, para doblegar ante él las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él las puertas, para que los portales no se cierren.

Yo iré delante de ti, allanando señoríos; destruiré las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro; te daré los tesoros ocultos, las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre.

Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo el cinturón, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí.

Yo soy el Señor y no hay otro, el que forma la luz y crea las tinieblas; yo construyo la paz y creo la desgracia. Yo, el Señor, realizo todo esto.

Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Yo, el Señor, lo he creado.

¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija entre otras tantas! ¿Acaso le dice la arcilla al alfarero: “Qué estás haciendo. Tu obra no vale nada”? ¡Ay del que le dice al padre: “¿Qué has engendrado?”, o a la mujer: “¿Qué has dado a luz?”!

Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que le ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos? Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre, mis propias manos desplegaron el cielo, y doy órdenes a todo su ejército.

Yo lo he suscitado en justicia y allano todos sus caminos: él reconstruirá mi ciudad y hará volver a mis cautivos sin precio ni rescate” —dice el Señor todopoderoso—».

Responsorio: Cf. Isaías 45, 8; cf. 16, 1.

R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo. * Ábrase la tierra y brote la salvación.

V. Envía, Señor, al Cordero soberano de la tierra, desde la Peña del desierto al Monte Sión. * Ábrase la tierra y brote la salvación.

Segunda lectura:
San León Magno: Carta 31, 2-3.

El misterio de nuestra reconciliación.

De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada Virgen María y como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree descendiente de aquella estirpe que en el Evangelio se le atribuye.

Pues dice Mateo: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán; y a continuación viene el orden de su origen humano hasta llegar a José, con quien se hallaba desposada la madre del Señor.

Lucas, por su parte, retrocede por los grados de ascendencia y se remonta hasta el mismo origen del linaje humano, con el fin de poner de relieve que el primer y el último Adán son de la misma naturaleza.

Para enseñar y justificar a los hombres, la omnipotencia del Hijo de Dios podía haber aparecido, por supuesto, del mismo modo que había aparecido ante los patriarcas y los profetas, es decir, bajo apariencia humana: por ejemplo, cuando trabó con ellos un combate o mantuvo una conversación, cuando no rehuyó la hospitalidad que se le ofrecía y comió los alimentos que le presentaban.

Pero aquellas imágenes eran indicios de este hombre; y las significaciones místicas de estos indicios anunciaban que él había de pertenecer en realidad a la estirpe de los padres que le antecedieron.

Y, en consecuencia, ninguna de aquellas figuras era el cumplimiento del misterio de nuestra reconciliación, dispuesto desde la eternidad, porque el Espíritu Santo aún no había descendido a la Virgen ni la virtud del Altísimo la había cubierto con su sombra, para que la Palabra hubiera podido ya hacerse carne dentro de las virginales entrañas, de modo que la Sabiduría se construyera su propia casa; el Creador de los tiempos no había nacido aún en el tiempo, haciendo que la forma de Dios y la de siervo se encontraran en una sola persona; y aquel que había creado todas las cosas no había sido engendrado todavía en medio de ellas.

Pues de no haber sido porque el hombre nuevo, encarnado en una carne pecadora como la nuestra, aceptó nuestra antigua condición y, consustancial como era con el Padre, se dignó a su vez hacerse consustancial con su madre, y, siendo como era el único que se hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza, la humanidad hubiera seguido para siempre bajo la cautividad del demonio. Y no hubiésemos podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza.

Por esta admirable participación ha brillado para nosotros el misterio de la regeneración, de tal manera que, gracias al mismo Espíritu por cuya virtud Cristo fue concebido y nació, hemos nacido de nuevo de un origen espiritual.

Por lo cual, el evangelista dice de los creyentes: Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Responsorio: Cf Isaías 11, 10; Lucas 1, 32.

R. Mirad: la raíz de Jesé descenderá para salvar a los pueblos: la buscarán los gentiles. * Y será glorioso su nombre.

V. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre. * Y será glorioso su nombre.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios, creador y redentor de la naturaleza humana, que has querido que tu Verbo se encarnase en el seno de María, siempre virgen, escucha complacido nuestras súplicas, para que tu Unigénito, hecho hombre, nos haga partícipes de su divinidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


18 de diciembre.

V. Levantaos, alzad la cabeza.

R. Se acerca vuestra liberación.

Primera lectura: Isaías 46, 1-13.

Contra los dioses de Babilonia.

Se desploma Bel, se encorva Nebo, sus imágenes van cargadas sobre bestias. Los objetos que transportáis son una carga abrumadora para los animales agotados: se encorvan y desploman, no pueden liberarse de su carga, ellos mismos marchan al destierro.

Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quienes cargué desde el seno materno, a quienes llevé desde las entrañas. Hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta que tengáis canas os sostendré; así he actuado, así seguiré actuando, yo os sostendré y os libraré.

¿A quién me podéis comparar o igualar? ¿A quién parangonarme, de modo que seamos semejantes? Hay quienes dilapidan el oro de su bolsa y pesan plata en la balanza; pagan a un orfebre para que les haga un dios, se postran y lo adoran. Se lo cargan a hombros, lo transportan; donde lo ponen, allí se queda; no se mueve de su sitio. Por mucho que le griten, no responde, ni los salva del peligro.

Recordadlo y meditadlo, reflexionad, rebeldes, recordad el pasado. Desde siempre yo soy Dios; no hay otro dios, ni hay nadie como yo.

Desde el comienzo yo anuncio el futuro; de antemano, lo que aún no ha sucedido. Digo: «Mi designio se cumplirá, realizo lo que quiero». Del Oriente llamo a un ave de rapiña, de tierra lejana, al hombre que realice mi designio. Lo he dicho, haré que ocurra, lo he dispuesto y lo realizaré.

Escuchadme, corazones obstinados, que estáis lejos de la liberación. Yo aproximo mi justicia, no está lejos, mi salvación no se pospone, concedo a Sión la salvación y mi honor a Israel.

Responsorio: Isaías 46, 12. 13.

R. Escuchadme, los desanimados, que os creéis lejos de la victoria. * Traeré la salvación a Sión y mi honor será para Israel.

V. Yo acerco mi victoria, no está lejos; mi salvación no tardará. * Traeré la salvación a Sión y mi honor será para Israel.

Segunda lectura:
Anónimo: Carta a Diogneto 8, 5 – 9, 6.

Dios en su Hijo ha revelado su caridad.

Nadie pudo ver ni dar a conocer a Dios, sino que fue él mismo quien se reveló. Y lo hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues el Señor y Creador de todas las cosas, que lo hizo todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no sólo amó a los hombres, sino que fue también paciente con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno, bueno, incapaz de ira y veraz; más aún, es el único bueno; y cuando concibió en su mente algo grande e inefable, lo comunicó únicamente con su Hijo.

Mientras mantenía en lo oculto y reservaba sabiamente su designio, podía parecer que nos tenía olvidados y no se preocupaba de nosotros; pero, una vez que, por medio de su Hijo querido, reveló y manifestó todo lo que se hallaba preparado desde el comienzo, puso a la vez todas las cosas a nuestra disposición: la posibilidad de disfrutar de sus beneficios, y la posibilidad de verlos y comprenderlos. ¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a imaginar jamás tanta generosidad?

Así pues, una vez que Dios ya lo había dispuesto todo en compañía de su Hijo, permitió que, hasta la venida del Salvador, nos dejáramos arrastrar, a nuestro arbitrio, por desordenados impulsos, y fuésemos desviados del recto camino por nuestros voluptuosos apetitos; no porque, en modo alguno, Dios se complaciese con nuestros pecados, sino por tolerancia; ni porque aprobase aquel tiempo de iniquidad, sino porque era el creador del presente tiempo de justicia, de modo que, ya que en aquel tiempo habíamos quedado convictos por nuestras propias obras de ser indignos de la vida, la benignidad de Dios se dignase ahora otorgárnosla, y una vez que habíamos puesto de manifiesto que por nuestra parte no seríamos capaces de tener acceso al reino de Dios, el poder de Dios nos concediese tal posibilidad.

Y cuando nuestra injusticia llegó a su colmo y se puso completamente de manifiesto que el suplicio y la muerte, su recompensa, nos amenazaban, al llegar el tiempo que Dios había establecido de antemano para poner de manifiesto su benignidad y poder (¡inmensa humanidad y caridad de Dios!), no se dejó llevar del odio hacia nosotros, ni nos rechazó, ni se vengó, sino que soportó y echó sobre sí con paciencia nuestros pecados, asumiéndolos compadecido de nosotros, y entregó a su propio Hijo como precio de nuestra redención: al santo por los inicuos, al inocente por los culpables, al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales. ¿Qué otra cosa que no fuera su justicia pudo cubrir nuestros pecados? ¿Por obra de quién, que no fuera el Hijo único de Dios, pudimos nosotros quedar justificados, inicuos e impíos como éramos?

¡Feliz intercambio, disposición fuera del alcance de nuestra inteligencia, insospechados beneficios: la iniquidad de muchos quedó sepultada por un solo justo, la justicia de uno solo justificó a muchos injustos!

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 4, 12; Isaías 9, 5.

R. Ningún otro puede salvar. * Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.

V. Es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. * Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Dios todopoderoso, concede a los que vivimos oprimidos por la antigua esclavitud del pecado ser liberados por el nuevo y esperado nacimiento de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.


19 de diciembre.

V. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R. Y danos tu salvación.

Primera lectura: Isaías 47, 1. 3b-15.

Lamentación sobre Babilonia.

Cae abatida sobre el polvo, virgen hija de Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, hija de los caldeos: ya no te volverán a llamar tierna y delicada.

Nuestro libertador, cuyo nombre es el Señor todopoderoso, es el Santo de Israel. Siéntate y calla, entre las tinieblas, hija de los caldeos: ya no te volverán a llamar señora de reinos.

Me había enfurecido contra mi pueblo, había profanado mi heredad y la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos. Abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: «Seré señora por siempre jamás», sin considerar todo esto, sin imaginar su desenlace.

Pues ahora escúchalo, lasciva, que reinabas confiada, y te decías: «Yo y nadie más. No me quedaré viuda, no me quitarán a mis hijos». Las dos cosas te sucederán de repente, el mismo día: la privación de tus hijos y la viudez te llegarán juntas a pesar de tus muchas brujerías y del poder de tus conjuros.

Te sentías segura en tu maldad, te decías: «Nadie me ve»; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: «Yo y nadie más». Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar; caerá sobre ti un desastre que no podrás aplacar. Vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no sospechabas.

Insiste en tus conjuros, en tus muchas brujerías, por las cuales te esforzaste desde joven; quizá podrás aprovecharlas, quizá te espantarás. Te agotaste con tantos consejeros: que se presenten y te salven los que conjuran el cielo y contemplan las estrellas, los que presagian cada mes lo que te va a suceder.

Mira, son como paja que consume el fuego, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse, ni lumbre para sentarse enfrente. En eso acabó la gente con que tratabas, por quienes te afanaste desde joven: cada uno errante por su lado, y no hay quien te salve.

Responsorio: Isaías 49, 13; 47, 4.

R. Exulta, cielo; ábrete, tierra; romped a cantar, montañas. * Porque el Señor se compadece de los desamparados.

V. Nuestro redentor se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel. * Porque el Señor se compadece de los desamparados.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías, Libro 3, 20, 2-3.

La economía de la encarnación redentora.

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en una carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis». Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.

Responsorio: Cf. Jeremías 31, 10; 4, 5.

R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor; anunciadla hasta los confines de la tierra. * Decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador».

V. Anunciadlo y pregonadlo, gritad a pleno pulmón. * Decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador».

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios, que has querido revelar al mundo el resplandor de tu gloria por el parto de la Virgen santa, concédenos proclamar con fe íntegra y celebrar con piedad sincera el gran misterio de la Encarnación. Por nuestro Señor Jesucristo.


20 de diciembre.

V. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

R. Allanad los senderos de nuestro Dios.

Primera lectura: Isaías 48, 1-11.

Dios, único dueño del tiempo venidero.

Escuchad esto, casa de Jacob, que lleváis el nombre de Israel, que nacisteis de las fuentes de Judá, que juráis por el nombre del Señor e invocáis al Dios de Israel, pero sin verdad ni rectitud —toman el nombre de la ciudad santa y pretenden apoyarse en el Dios de Israel, cuyo nombre es «Señor todopoderoso»—.

Desde antiguo anuncié los hechos primeros: salieron de mi boca, los proclamé, en un instante actué y se cumplieron. Porque sé que eres obstinado, que tu cerviz es un tendón de hierro y tu frente de bronce, por eso te lo anuncié desde antiguo, lo proclamé antes de que ocurriera, para que no dijeras: «Mi ídolo los ha hecho, mi imagen tallada y mi estatua fundida lo han ordenado». Has escuchado todo esto, ¿no lo anunciarás?

Te hago oír desde ahora cosas nuevas, secretos que no conocías. Sólo ahora son creadas, no desde antiguo, ni antes de hoy; no las habías oído y no puedes decir: «Ya lo sabía». Ni lo habías oído ni lo sabías. Desde antiguo te habías hecho el sordo. Yo sé lo traidor que eres y que te llaman «rebelde de nacimiento».

Por mi nombre contengo mi cólera, por mi honor la reprimo para no aniquilarte. Te he purificado, pero no como la plata; te puse a prueba en el crisol de la desgracia. Por mí, por mí lo hago: ¿por qué habría de ser profanado mi nombre? Y mi gloria no la cedo a nadie.

Responsorio: Isaías 48, 10b. 11; 54, 8.

R. Yo te he probado en el crisol de la desgracia; por mí, por mí lo hago: porque mi nombre no ha de ser profanado. * Y mi gloria no la cedo a nadie.

V. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero. * Y mi gloria no la cedo a nadie.

Segunda lectura:
San Bernardo: Homilía sobre las excelencias de la Virgen Madre 4, 8-9.

Todo el mundo espera la respuesta de María.

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.

Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.

Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.

¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe.

Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.

Aquí está —dice la Virgen— la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 31. 42.

R. Recibe, Virgen María, la palabra del Señor, que te ha sido comunicada por el ángel: Concebirás y darás a luz al que es Dios y hombre juntamente. * Por eso te llamarán bendita entre las mujeres.

V. Darás a luz un hijo sin detrimento de tu virginidad; quedarás grávida y serás madre, permaneciendo intacta. * Por eso te llamarán bendita entre las mujeres.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios de eterna grandeza, ya que la Virgen Inmaculada, por el anuncio del ángel, acogió tu Verbo inefable y, transformada en templo de tu divinidad, se llenó con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, a ejemplo suyo, aceptemos humildemente tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de diciembre.

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.

R. Que brille tu rostro y nos salve.

Primera lectura: Isaías 48, 12-21; 49, 9b-13.

El nuevo éxodo.

Esto dice el Señor: «Escúchame, Jacob; Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último. Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los llamo se presentan juntos.

Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos ha anunciado estas cosas? El Señor lo ama: él cumplirá su designio sobre Babilonia y la estirpe de los caldeos.

Yo mismo le he hablado y yo lo he llamado, lo he traído y su empresa tendrá éxito. Acercaos a mí y escuchad esto: Desde el comienzo no he hablado en el secreto y desde que todo esto sucede, allí estoy yo». Y ahora el Señor Dios me envía con su fuerza.

Esto dice el Señor, tu libertador, el Santo de Israel: «Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir.

Si hubieras atendido a mis mandatos, tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia».

¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Anunciadlo con gritos de júbilo, publicadlo y proclamadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob. Los llevó por la estepa y no pasaron sed: hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y brotó agua.

Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán.

Miradlos venir de lejos; miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros de la tierra de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados.

Responsorio: Isaías 49, 13; Salmo 71, 7.

R. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque vendrá nuestro Señor. * Y se compadecerá de los desamparados.

V. En sus días florecerá la justicia y la paz. * Y se compadecerá de los desamparados.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Exposición sobre evangelio de San Lucas 2, 19. 22-23. 26-27.

La visitación de santa María Virgen.

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!

Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.

Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.

Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.

El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.

Responsorio: Lucas 1, 45. 46; Salmo 65, 16.

R. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y María dijo: * «Proclama mi alma la grandeza del Señor».

V. Venid a escuchar; os contaré lo que Dios ha hecho conmigo. * «Proclama mi alma la grandeza del Señor».

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Escucha con bondad, Señor, las oraciones de tu pueblo, para que, alegres por la venida de tu Unigénito en nuestra carne, consigamos la recompensa de la vida eterna cuando vuelva en la majestad de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


22 de diciembre.

V. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor.

R. Anunciadla hasta todos los confines de la tierra.

Primera lectura: Isaías 49, 14 – 50, 1.

Restauración de Sión.

Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí. Se apresuran los que te reconstruyen; tus destructores, los que te arrasaban, se alejan de ti.

Alza tus ojos en torno y mira: todos se reúnen, vienen hacia ti. Por mi vida —oráculo del Señor—, a todos los llevarás como vestido precioso, te los ceñirás como una novia. Porque tus ruinas, tus lugares desolados, tu país destruido resultarán estrechos para tus habitantes, mientras se alejarán los que te devoraban. Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: «Este lugar es estrecho para mí, hazme sitio para establecerme». Y tú pensarás para tus adentros: «¿Quién me engendró a éstos? Si yo no tengo hijos y soy estéril; si he estado desterrada y repudiada, ¿quién me los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde salen éstos?».

Esto dice el Señor: «Mira, alzo mi mano hacia las naciones, levanto mi estandarte hacia los pueblos: traerán a tus hijos en brazos, tus hijas serán llevadas a hombros. Sus reyes serán tus ayos; sus princesas, tus nodrizas; se postrarán ante ti, rostro en tierra, lamerán el polvo de tus pies y sabrás que yo soy el Señor, que no defraudo a quien confía en mí.

¿Se le puede quitar la presa a un soldado, se le escapa su prisionero al vencedor? Pues esto dice el Señor: Aunque quiten el prisionero a un soldado y se escape la presa al vencedor, yo mismo defenderé tu causa, yo mismo salvaré a tus hijos.

Tus opresores comerán su propia carne, se embriagarán de su sangre como de vino; y todos sabrán que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu libertador es el Héroe de Jacob».

Esto dice el Señor: «¿Dónde está el acta de repudio con que despedí a vuestra madre? ¿O a cuál de mis acreedores os he vendido? Mirad, por vuestras culpas fuisteis vendidos, por vuestros crímenes fue repudiada vuestra madre».

Responsorio: Isaías 49, 15; cf. Salmo 26, 10.

R. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? * Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.

V. Si mi padre y mi madre me abandonan, tú, Señor, me recogerás. * Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.

Segunda lectura:
San Beda el Venerable: Sobre el evangelio de san Lucas 1, 46-55.

Magníficat.

María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador.

«El Señor, dice, me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.

Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende a toda creatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.

Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la salvación.

Responsorio: Lucas 1, 48-50.

R. Me felicitarán todas las generaciones, * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

V. Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios, que, al ver al hombre caído en la muerte, quisiste redimirlo con la venida de tu Unigénito, concede a quienes profesan humildemente la fe en su encarnación participar también en los bienes del Redentor. Él, que vive y reina contigo.


23 de diciembre.

V. Señor, que me alcance tu favor.

R. Tu salvación, según tu promesa.

Primera lectura: Isaías 51, 1-11.

Promesa de salvación para los descendientes de Abrahán.

Escuchadme, los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: Mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron. Mirad a Abrahán, vuestro padre; a Sara, que os dio a luz: cuando os llamé, era uno, pero lo bendije y lo multipliqué.

El Señor consuela a Sión, consuela todas sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, su yermo en jardín del Señor; allí habrá gozo y alegría, acción de gracias al son de instrumentos.

Escuchadme, naciones; pueblos, prestadme oído, pues de mí saldrá la ley y estableceré mi derecho para luz de los pueblos. Mi triunfo está cercano, llega mi salvación, mi brazo regirá a los pueblos: las islas lejanas esperan en mí, ponen su esperanza en mi poder.

Levantad vuestros ojos al cielo, mirad abajo, hacia la tierra: el cielo se desvanece como el humo, la tierra se consume como un vestido, sus habitantes mueren como langostas, pero mi salvación dura por siempre, mi justicia no tendrá fin.

Escuchadme, los que conocéis lo que es recto, el pueblo que conserva mi ley en su corazón: no temáis la afrenta de los hombres, no desmayéis por sus ultrajes: pues la polilla los roerá como un vestido, como los gusanos roen la lana; pero mi justicia dura por siempre, mi salvación de edad en edad.

¡Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor, despierta como antaño, en las antiguas edades! ¿No eres tú quien destrozó el monstruo y traspasó al dragón? ¿No eres tú quien secó el mar, las aguas del gran océano, el que hizo un camino en la profundidad del mar para que pasaran los redimidos?

Volverán los rescatados del Señor, entrarán en Sión con cánticos de júbilo, alegría perpetua a la cabeza, siguiéndolos, gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán.

Responsorio: Cf. Isaías 51, 4. 5; 35, 10.

R. Hazme caso, pueblo mío, dame oído, nación mía. * En un momento haré llegar a mi Justo, amanecerá como el día mi Salvador.

V. Y entonces volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos. * En un momento haré llegar a mi Justo, amanecerá como el día mi Salvador.

Segunda lectura:
San Hipólito: Tratado contra la herejía de Noeto 9-12.

Manifestación del misterio escondido.

Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro arbitrio ni según nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer en las santas Escrituras.

Cuando sólo existía Dios y nada había aún que coexistiera con él, el Señor quiso crear al mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso y cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada coexistía con Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo predeterminado, manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.

Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera invisible para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra se hizo entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que es el Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la creatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el Padre empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al contemplarlo, pudiera alcanzar la salvación.

El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso aparecer como hijo de Dios; pues, en efecto todas las cosas fueron hechas por el Hijo, pero él es engendrado únicamente por el Padre.

Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar bajo la moción del Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración del poder del Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.

La Palabra, pues, se hizo visible, como dice san Juan. Y repitió en síntesis todo lo que dijeron los profetas, demostrando así que es realmente la Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. Y más adelante: El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Responsorio: Isaías 9, 5. 6; Juan 1, 4.

R. Un niño nacerá, y será su nombre: Dios guerrero. * Se sentará sobre el trono de David, su padre, y reinará: lleva al hombro el principado.

V. En él había vida, y la vida era la luz de los hombres. * Se sentará sobre el trono de David, su padre, y reinará: lleva al hombro el principado.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, al ver que se acerca el nacimiento de tu Hijo según la carne, te pedimos que nosotros, indignos siervos tuyos, recibamos la misericordia del Verbo, Jesucristo, Señor nuestro, que se ha dignado encarnarse en la Virgen María y habitar entre nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


24 de diciembre.

V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.

R. Sus decretos y mandatos a Israel.

Primera lectura: Isaías 51, 17 – 52, 2. 7-10.

Se anuncia a Jerusalén la Buena Nueva.

¡Despierta, despierta, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, apuraste hasta las heces el cáliz de vértigo. No hay nadie que la sustente entre los hijos que dio a luz, nadie que la lleve de la mano entre los hijos que crió.

Te han sucedido estos dos males, ¿quién te compadece? Saqueo y ruina, hambre y espada, ¿quién te consuela? Desfallecen y yacen tus hijos en los rincones de todas las calles, como antílope en la red, llenos de la ira del Señor, de la amenaza de tu Dios.

Por eso, escucha, desdichada; borracha, y no de vino. Esto dice el Señor, tu Dios, que defiende la causa de su pueblo:

«Yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber el cáliz de mi ira. Lo pondré en la mano de tus verdugos, de los que te decían: “Dóblate, que pasemos por encima”; y tú presentaste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes».

¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión; vístete el traje de gala, Jerusalén, ciudad santa!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. Sacúdete el polvo, ponte en pie, Jerusalén cautiva; desata las cuerdas de tu cuello, Sión cautiva.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.

Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.

Responsorio: Cf. Éxodo 19, 10. 11; Deuteronomio 7, 15; cf. Daniel 9, 24.

R. Purificaos, pueblo de Israel, dice el Señor; pues mañana bajará el Señor. * Y desviará de vosotros la enfermedad.

V. Mañana quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo. * Y desviará de vosotros la enfermedad.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 185.

La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Éste se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así como dice la Escritura: el que se gloríe que se gloríe en el Señor.

[Hay un solo Dios, quien por su palabra y su sabiduría ha hecho y puesto en orden todas las cosas.

Su Palabra, nuestro Señor Jesucristo, en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para enlazar el fin con el principio, es decir, el hombre con Dios.

Por eso, los profetas, después de haber recibido de esa misma Palabra el carisma profético, han anunciado de antemano su venida según la carne, mediante la cual se han realizado, como quería el beneplácito del Padre, la unión y comunión de Dios y del hombre. Desde el comienzo, la Palabra había anunciado que Dios sería contemplado por los hombres, que viviría y conversaría con ellos en la tierra, que se haría presente a la criatura por él modelada para salvarla y ser conocido por ella, y, librándonos de la mano de todos los que nos odian, a saber, de todo espíritu de desobediencia, hacer que le sirvamos con santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre viva para gloria del Padre.

Los profetas, pues, anunciaban por anticipado que Dios sería visto por los hombres, conforme a lo que dice también el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Ciertamente, según su grandeza y gloria inenarrable, nadie puede ver a Dios y quedar con vida, pues el Padre es incomprensible.

Sin embargo, según su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia, el Padre llega hasta a conceder a quienes le aman el privilegio de ver a Dios, como profetizaban los profetas, pues lo que el hombre no puede, lo puede Dios.

El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre. En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.

Pues, del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida divina.

El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.]

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.

Responsorio: Isaías 11, 1. 5. 2.

R. Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. * La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

V. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía. * La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM.

Oración:

Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que lo esperan todo de tu amor. Tú, que vives y reinas con el Padre.


COMIENZA LA NAVIDAD.


HIMNO TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
















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