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Santos de ENERO.

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2 de enero.

San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Basilio nació en Cesarea de Capadocia el año 330, de una familia cristiana; hombre de gran cultura y virtud, comenzó a llevar vida eremítica, pero el año 370 fue elevado a la sede episcopal de su ciudad natal. Combatió a los arrianos; escribió excelentes obras y sobre todo reglas monásticas, que rigen aún hoy en muchos monasterios del Oriente. Fue gran bienhechor de los pobres. Murió el día 1 de enero del año 379.

Gregorio nació el mismo año que Basilio, junto a Nacianzo, y se desplazó a diversos lugares por razones de estudio. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego ordenado presbítero y obispo. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla, pero, debido a las divisiones existentes en aquella Iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 ó 390. Fue llamado el teólogo, por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia.

Segunda lectura:
De los sermones de san Gregorio Nacianceno, obispo: Sermón 43, en alabanza de Basilio Magno, 15. 16. 19-21.

Como si una misma alma sustentase dos cuerpos.

Nos habíamos encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el manantial patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.

En aquellas circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi gran amigo Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían oído.

En consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común y el único que había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un principiante. Éste fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de nuestra intimidad; así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.

Con el paso del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más íntimamente nuestro recíproco deseo.

Nos movía un mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia.

Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro y junto al otro.

Una sola tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud; y, a no ser que decir esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido.

Y, así como otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien suyos propios, o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma vida, para nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre.

Responsorio: Daniel 2, 21-22; 1a Corintios 12, 11.

R. El Señor da sabiduría a los sabios, y ciencia a los expertos, * Revela los secretos más profundos, y la luz habita junto a él.

V. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. * Revela los secretos más profundos, y la luz habita junto a él.

Oración:

Oh Dios, que te has dignado instruir a tu Iglesia con el ejemplo y doctrina de los santos obispos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, haz que aprendamos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en la caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.


3 de enero.

El Santísimo Nombre de Jesús. Memoria libre.

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardino de Siena, presbítero (Sermón 49, art. 1: Opera omnia 4, 495 ss.)

El nombre de Jesús, el gran fundamento de la fe.

Éste es aquel santísimo nombre que fue tan deseado por los antiguos patriarcas, anhelado en tantas angustias, prolongado en tantas enfermedades, invocado en tantos suspiros, suplicado en tantas lágrimas, pero donado misericordiosamente en el tiempo de la gracia. Te suplico que ocultes el nombre del poder, que no se escuche el nombre de la venganza, que se mantenga el nombre de la justicia. Danos el nombre de la misericordia, suene el nombre de Jesús en mis oídos, porque entonces tu voz es dulce, y tu rostro, hermoso.

Así pues, el gran fundamento de la fe es el nombre de Jesús, que hace hijos de Dios. En efecto, la fe de la religión católica consiste en el conocimiento y la luz de Jesucristo, que es la luz del alma, la puerta de la vida, el fundamento de la salvación eterna. Si alguien carece de ella o la ha abandonado, camina sin luz por las tinieblas de la noche, y avanza raudo por los peligros con los ojos cerrados y, por mucho que brille la excelencia de la razón, sigue a un guía ciego mientras siga a su propio intelecto para comprender los misterios celestes, o intenta construir una casa olvidándose de los cimientos, o quiere entrar por el tejado dejando de lado la puerta. Por tanto, Jesús es ese fundamento, luz y puerta, que, habiendo de mostrar el camino a los que andaban perdidos, se manifestó a todos como la luz de la fe, por la que el Dios desconocido puede ser deseado y, suplicado, puede ser creído; y, creído, puede ser encontrado. Este fundamento sustenta la Iglesia, que se edifica en el nombre de Jesús. El nombre de Jesús es esplendor de los predicadores, porque con un luminoso esplendor hace anunciar y oír su palabra. ¿Cómo piensas que la luz de la fe se extendió por todo el orbe tanto, tan rápida y encendidamente, a no ser porque Jesús es predicado? ¿No nos llamó Dios a su luz admirable por la luz y sabor de ese nombre? Porque hemos sido iluminados y hemos visto la luz en esa luz, dice Pablo con razón: «En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz».

¡Oh nombre glorioso, nombre grato, nombre amoroso y virtuoso! Por tu medio son perdonados los delitos, por tu medio son vencidos los enemigos, por tu medio son librados los débiles, por tu medio son confortados y alegrados los que sufren en las adversidades. Tú, honor de los creyentes; tú, doctor de los predicadores; tú, fortalecedor de los que obran; tú, sustentador de los vacilantes. Con tu ardiente fervor y calor, se inflaman los deseos, se alcanzan las ayudas suplicadas, se embriagan las almas al contemplarte y, por tu medio, son glorificados todos los que han alcanzado el triunfo en la gloria celeste. Dulcísimo Jesús, haznos reinar juntamente con ellos por medio de tu santísimo nombre.

Responsorio: Cf. Salmo 5, 12; 88, 16b-17a.

R. Que se alegren, Señor, los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo * Los que aman tu nombre.

V. Caminarán, oh, Señor, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día. * Los que aman tu nombre.

Oración:

Oh Dios, que cimentaste en la encarnación de tu Verbo la salvación del género humano, concede a tu pueblo la misericordia que implora, para que todos sepan que no ha de ser invocado otro nombre que el de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.


7 de enero.

San Raimundo de Peñafort, presbítero. Memoria libre.

Nació hacia el año 1175, cerca de Barcelona. Fue primero canónigo de la Iglesia de Barcelona, después ingresó en la Orden de Predicadores. Por mandato del papa Gregorio IX, editó el corpus canónico de las Decretales. Elegido superior general de su Orden, la gobernó con sabiduría y prudencia. Entre sus escritos, destaca la Summa casuum, para la administración genuina y provechosa del sacramento de la penitencia. Murió en Barcelona el año 1275.

Segunda lectura:
De una carta de san Raimundo de Peñafort, presbítero: Monumenta Ordinis Praedicatorum Historica 6, 2.

Que el Dios del amor y de la paz purifique vuestros corazones.

Si todos los que quieren vivir religiosamente en Cristo Jesús han de sufrir persecuciones, como afirma aquel apóstol que es llamado el predicador de la verdad, no engañando, sino diciendo la verdad, a mí me parece que de esta norma general no se exceptúa sino aquel que no quiere llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa.

Pero vosotros de ninguna forma debéis de ser contados entre el número de éstos, cuyas casas se encuentran pacificadas, tranquilas y seguras, sobre los que no actúa la vara del Señor, que se satisfacen con su vida y que al instante serán arrojados al infierno.

Vuestra pureza y vida religiosa merecen y exigen, ya que sois aceptos y agradables a Dios, ser purificadas hasta la más absoluta sinceridad por reiteradas pruebas. Y, si se duplica e incluso triplica la espada sobre vosotros, esto mismo hay que considerarlo como pleno gozo y signo de amor.

La espada de doble filo está constituida, por fuera, por las luchas y, por dentro, por los temores; esta espada se duplica o triplica, por dentro, cuando el maligno inquieta los corazones con engaños y seducciones. Pero vosotros conocéis bastante bien estos ataques del enemigo, pues de lo contrario no hubiera sido posible conseguir la serenidad de la paz y la tranquilidad interior.

Por fuera, se duplica o triplica la espada cuando, sin motivo, surge una persecución eclesiástica sobre asuntos espirituales; las heridas producidas por los amigos son las más graves.

Ésta es la bienaventurada y deseable cruz de Cristo que el valeroso Andrés recibió con gozo, y que, según las palabras del apóstol Pablo, llamado instrumento de elección, es lo único en que debemos gloriarnos.

Contemplad al autor y mantenedor de la fe, a Jesús, quien, siendo inocente, padeció por obra de los suyos, y contado entre los malhechores. Y vosotros, bebiendo el excelso cáliz de Jesucristo, dad gracias al Señor, dador de todos los bienes.

Que el mismo Dios del amor y de la paz pacifique vuestros corazones y apresure vuestro camino, para que, protegidos por su rostro, os veáis libres mientras tanto de las asechanzas de los hombres, hasta que os introduzca y os trasplante en aquella plenitud donde os sentaréis eternamente en la hermosura de la paz, en los tabernáculos de la confianza y en el descanso de la abundancia.

Responsorio.

R. Con la luz de su doctrina, alumbró a los que viven en tinieblas: * Con el fuego de su caridad, redimió a los cautivos de la pobreza y de las cadenas.

V. Sacó a los extraviados del camino del mal, libró a los pobres de las manos del poderoso. * Con el fuego de su caridad, redimió a los cautivos de la pobreza y de las cadenas.

Oración:

Oh, Dios, que adornaste al presbítero san Raimundo de Peñafort con la virtud de la misericordia hacia los cautivos y los pecadores, concédenos por su intercesión que, liberados de la esclavitud del pecado, realicemos con libertad de espíritu lo que a ti te agrada. Por nuestro Señor Jesucristo.


9 de enero.

San Eulogio de Córdoba, presbítero y mártir. Memoria libre.

Nació en Córdoba a comienzos del siglo IX, y en esta edad ejercitó su ministerio. Es el principal escritor de la Iglesia mozárabe. Dada la difícil situación de la comunidad cristiana española, san Eulogio fue siempre consuelo y aliento para todos los perseguidos por su fe. Sufrió el martirio el 11 de marzo del año 859, cuando había sido preconizado arzobispo de Toledo. Murió decapitado. Tras su muerte, muy pronto recibió culto.

Segunda lectura:
De los escritos de san Eulogio, presbítero: Documentum Martyrii, 25, epílogo.

El Señor nos ayuda en la tribulación y nos da fortaleza en los combates.

El malestar en que vivía la Iglesia cordobesa por causa de su situación religiosa y social hizo crisis en el año 851. Aunque tolerada, se sentía amenazada de extinción, si no reaccionaba contra el ambiente musulmán que la envolvía. La represión fue violenta, y llevó a la jerarquía y a muchos cristianos a la cárcel y, a no pocos, al martirio.

San Eulogio fue siempre alivio y estímulo, luz y esperanza para la comunidad cristiana. Como testimonio de su honda espiritualidad, he aquí la bellísima oración que él mismo compuso para las santas vírgenes Flora y María, de la que son estos párrafos:

«Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de los que te aman: Inflama, con el fuego de tu amor, nuestro corazón y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que, iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo momento, con pureza de intención y con deseo sincero.

Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú, Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el pesado yugo de Egipto, y deshiciste al Faraón y a su ejército en el mar Rojo, para gloria de tu nombre.

Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y manténnos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte.

Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras, también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y, aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta ti.

No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad, que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercitado limpiamente su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti, debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos anima.

Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad, llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que, mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de los vivos.

Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén».

San Eulogio, que alentó a todos sus hijos en la hora del martirio, hubo de morir a su vez, reo de haber ocultado y catequizado a una joven conversa, llamada Leocricia.

Responsorio: Cf. Salmo 45, 2-3a. 8. 6.

R. Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. * Por eso no tememos aunque tiemble la tierra.

V. El Señor de los ejércitos está con nosotros; teniendo a Dios con nosotros, no vacilamos. * Por eso no tememos aunque tiemble la tierra.

Oración:

Señor y Dios nuestro, que en la difícil situación de la Iglesia mozárabe suscitaste en san Eulogio de Córdoba un espíritu heroico para la confesión valiente de la fe, concédenos superar con gozo y energía, fortalecidos por ese mismo espíritu, todas nuestras situaciones adversas. Por nuestro Señor Jesucristo.


13 de enero.

San Hilario: obispo y doctor de la Iglesia. Memoria libre.

Nació en Poitiers a principios del siglo IV; hacia el año 350 fue elegido obispo de su ciudad; luchó con valentía contra los arrianos y fue desterrado por el emperador Constancio. Escribió varias obras llenas de sabiduría y de doctrina, destinadas a consolidar la fe católica y a la interpretación de la sagrada Escritura. Murió el año 367.

Segunda lectura:
Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad: Libro 1, 37-38.

Te serviré predicándote.

Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte predicándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucristo es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unicidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti.

Responsorio: 1a Juan 4, 2-3. 6. 15.

R. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. * En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

V. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. * En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, conocer y confesar adecuada y fielmente la divinidad de tu Hijo, que el obispo san Hilario defendió con celo infatigable. Por nuestro Señor Jesucristo.


17 de enero.

San Antonio, Abad. Memoria obligatoria.

Este ilustre padre del monaquismo nació en Egipto hacia el año 250. Al morir sus padres, distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto, donde comenzó a llevar una vida de penitencia. Tuvo muchos discípulos; trabajó en favor de la Iglesia, confortando a los confesores de la fe durante la persecución de Diocleciano, y apoyando a san Atanasio en sus luchas contra los arrianos. Murió el año 356.

Segunda lectura:
De la Vida de san Antonio, escrita por san Atanasio.

La vocación de san Antonio.

Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana.

Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres así tendrás un tesoro en el cielo y luego vente conmigo».

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:

«No os agobiéis por el mañana».

Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres.

Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros.

Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano.

Responsorio: Mateo 19, 21; Lucas 14, 33.

R. Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— * Y luego vente conmigo.

V. El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. * Y luego vente conmigo.

Oración:

Oh, Dios, que concediste a san Antonio, abad, servirte en el desierto con una vida admirable, concédenos, por su intercesión, que, negándonos a nosotros mismos, te amemos siempre y sobre todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo.


20 de enero.

San Fructuoso, obispo y mártir, y sus diáconos mártires, Augurio y Eulogio. Memoria libre.

Entre los mártires más preclaros de la España romana destacan el obispo de Tarragona san Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Gracias a las Actas de su martirio, excepcionales en su autenticidad y escritas con una sublime sencillez, conocemos detalles primorosos de la organización eclesiástica y de la vida cristiana de la España antigua. Prudencio dedicó a estos santos sus mejores versos. Murieron en Tarragona, bajo la persecución de los emperadores Valeriano y Galieno, el año 259.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón 273, En los días de los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio, 2-3. 9.

Honrar a los mártires es honrar a Dios.

Bienaventurados los santos, en cuya memoria celebramos el día de su martirio: ellos recibieron la corona eterna y la inmortalidad sin fin a cambio de la vida corporal. Y a nosotros nos dejaron, en estas solemnidades, su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires nos alegramos y glorificamos en ellos a Dios, y no sentimos dolor porque hayan muerto. Pues, si no hubieran muerto por Cristo, ¿acaso hubieran vivido hasta hoy? ¿Por qué no podía hacer la confesión de la fe lo que después haría la enfermedad?

Admirable es el testimonio de san Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, el santo respondió:

«Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente».

¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda; recordadlo ahora conmigo:

«Yo debo orar por la Iglesia católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquella por quien pido en mi oración».

Y ¿qué diremos de aquello otro del santo diácono que fue martirizado y coronado juntamente con su obispo? El juez le dijo:

«¿Acaso tú también adoras a Fructuoso?».

Y él respondió:

«Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Fructuoso».

Con estas palabras, nos exhorta a que honremos a los mártires y, con los mártires, adoremos a Dios.

Por lo tanto, carísimos, alegraos en las fiestas de los santos mártires, mas orad para que podáis seguir sus huellas.

Responsorio.

R. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra: * Llévala a su perfección por la caridad.

V. Llegado el momento del martirio, el santo varón Fructuoso dijo: «Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente». * Llévala a su perfección por la caridad.

O bien:

De las actas del martirio de san Fructuoso, y sus compañeros: Caps. 3-4.

Alegría en el martirio.

Cuando el obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos, era conducido al anfiteatro, todo el pueblo sentía compasión de él, ya que era muy estimado no sólo por los hermanos, sino incluso por los gentiles. En efecto, Fructuoso era tal como el Espíritu Santo afirmó que debía ser el obispo, según palabras de san Pablo, instrumento escogido y maestro de los gentiles. Por lo cual, los hermanos, que sabían que su obispo caminaba hacia una gloria tan grande, más bien se alegraban que se dolían de su suerte.

Llegados al anfiteatro, en seguida se acercó al obispo un lector suyo, llamado Augustal, el cual le suplicaba, entre lágrimas, que le permitiera descalzarlo. Pero el bienaventurado mártir le contesto:

«Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo, pues me siento fuerte y lleno de gozo, y estoy cierto de la promesa del Señor».

Colocado en el centro del anfiteatro, y cercano ya el momento de alcanzar la corona inmarcesible más que de sufrir la pena, pese a que los soldados beneficiarios le estaban vigilando, el obispo Fructuoso, por inspiración del Espíritu Santo, dijo, de modo que lo oyeran nuestros hermanos:

«No os ha de faltar pastor ni puede fallar la caridad y la promesa del Señor, ni ahora ni en el futuro. Lo que estáis viendo es sólo el sufrimiento de un momento».

Después de consolar de este modo a los hermanos, los mártires entraron en la salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues merecieron experimentar en sí mismos, según la promesa, el fruto de las santas Escrituras.

Cuando los lazos con que les habían atado las manos se quemaron, acordándose de los santos mártires de la oración divina y de su ordinaria costumbre, alegres y seguros de la resurrección y convertidos en signo del triunfo del Señor, arrodillados, suplicaban al Señor, hasta el momento en que juntos entregaron sus almas.

Responsorio.

R. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra: * Llévala a su perfección por la caridad.

V. Llegado el momento del martirio, el santo varón Fructuoso dijo: «Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente». * Llévala a su perfección por la caridad.

Oración:

Señor, que concediste al obispo san Fructuoso dar su vida por la Iglesia extendida de Oriente a Occidente y quisiste que sus diáconos, Augurio y Eulogio, lo acompañaran al martirio llenos de alegría, haz que tu Iglesia viva siempre gozosa en la esperanza y se consagre, sin vacilaciones, al bien de todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 20 de enero.

San Fabián, papa y mártir. Memoria libre.

Fue elegido obispo de la Iglesia de Roma el año 236 y recibió corona del martirio el año 250, al comienzo de la persecución de Decio, como atestigua san Cipriano; fue sepultado en las catacumbas de Calixto.

Segunda lectura:
De las cartas de san Cipriano: Cartas 9, 1; 8, 2-3.

Fabián nos da ejemplo de fe y de fortaleza.

San Cipriano, al enterarse con certeza de la muerte papa Fabián, envió esta carta a los presbíteros y diáconos de Roma:

«Hermanos muy amados: Circulaba entre nosotros un rumor no confirmado acerca de la muerte de mi excelente compañero en el episcopado, y estábamos en la incertidumbre, hasta que llegó a nosotros la carta que habéis mandado por manos del subdiácono Cremencio; gracias a ella, he tenido un detallado conocimiento del glorioso martirio de vuestro obispo y me he alegrado en gran manera al ver cómo su ministerio intachable ha culminado una santa muerte.

Por esto, os felicito sinceramente por rendir a su memoria un testimonio tan unánime y esclarecido, ya que, por medio de vosotros, hemos conocido el recuerdo glorioso que guardáis de vuestro pastor, que a nosotros nos da ejemplo de fe y de fortaleza.

En efecto, así como la caída de un pastor es un ejemplo pernicioso que induce a sus fieles a seguir el mismo camino, así también es sumamente provechoso y saludable el testimonio de firmeza en la fe que da un obispo».

La Iglesia de Roma, según parece, antes de que recibiera esta carta, había mandado otra a la Iglesia de Cartago, en la que daba testimonio de su fidelidad en medio de la persecución, con estas palabras:

«La Iglesia se mantiene firme en la fe, aunque; algunos atenazados por el miedo —ya sea porque eran personas distinguidas, ya porque, al ser apresados, se dejaron vencer por el temor de los hombres—, han apostatado; a estos tales no los hemos abandonado ni dejado solos, sino que los hemos animado y los exhortamos a que se arrepientan, para que obtengan el perdón de aquel que puede dárselo, no fuera a suceder que, al sentirse abandonados, su ruina fuera aún mayor.

Ved, pues, hermanos, que vosotros debéis obrar también de igual manera, y así los que antes han caído, al ser ahora fortalecidos por vuestras exhortaciones, si vuelven a ser apresados, darán testimonio de su fe y podrán reparar el error pasado. Igualmente debéis poner en práctica esto que os decimos a continuación: si aquellos que han sucumbido en la prueba se ponen enfermos y se arrepienten de lo que hicieron y desean la comunión, debéis atender a su deseo. También las viudas y necesitados que no pueden valerse por sí mismos, los encarcelados, los que han sido arrojados de sus casas deben hallar quien los ayude; asimismo los catecúmenos si les sorprende la enfermedad, no han de verse defraudados en su esperanza de ayuda.

Os mandan saludos los hermanos que están en misión, los presbíteros y toda la Iglesia, la cual vela con gran solicitud por todos los que invocan el nombre Señor. Y también os pedimos que, por vuestra parte os acordéis de nosotros».

Responsorio: Filipenses 1, 23; 3, 8; 1, 21; 2, 17.

R. Deseando partir para estar con Cristo, todo lo estimo pérdida y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo. * Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

V. Aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría. * Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

Oración:

Oh, Dios, gloria de tus sacerdotes, concédenos, por la intercesión del mártir san Fabián, progresar en la comunión de la misma fe y en la dignidad del servicio. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 20 de enero.

San Sebastián, mártir. Memoria libre.

Sufrió el martirio en Roma en el comienzo de la persecución de Diocleciano [284-305]. Su sepulcro, en las catacumbas de la vía Apia, fue venerado ya desde muy antiguo.

Segunda lectura:
Del comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo 118: Cap. 20, 43-45. 48.

Testimonio fiel de Cristo.

Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Muchas son las persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso el que haya muchos perseguidores, ya que entre esta gran variedad de persecuciones hallarás más fácilmente el modo de ser coronado.

Pongamos como ejemplo al mártir san Sebastián, cuyo día natalicio celebramos hoy.

Este santo nació en Milán. Quizá ya se había marchado de allí el perseguidor, o no había llegado aún a aquella región, o la persecución era más leve. El caso es que Sebastián vio que allí el combate era inexistente o muy tenue.

Marchó, pues, a Roma, donde recrudecía la persecución por causa de la fe; allí sufrió el martirio, allí recibió la corona consiguiente. De este modo, allí, donde había llegado como transeúnte, estableció el domicilio de la eternidad permanente. Si sólo hubiese habido un perseguidor, ciertamente este mártir no hubiese sido coronado.

Pero, además de los perseguidores que se ven, hay otros que no se ven, peores y mucho más numerosos.

Del mismo modo que un solo perseguidor, el emperador, enviaba a muchos sus decretos de persecución y había así diversos perseguidores en cada una de las ciudades y provincias, así también el diablo se sirve de muchos ministros suyos que provocan persecuciones, no sólo exteriores, sino también interiores, en el alma de cada uno.

Acerca de estas persecuciones, dice la Escritura: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. Se refiere a todos, a nadie exceptúa. ¿Quién podría considerarse exceptuado, si el mismo Señor soportó la prueba de la persecución?

¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús! También el Apóstol sabe de este martirio y de este testimonio fiel de Cristo, pues dice: Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia.

Responsorio.

R. Este santo combatió hasta la muerte por ser fiel al Señor, sin temer las amenazas de los enemigos; * Estaba cimentado sobre roca firme.

V. Éste despreció la vida del mundo, y llegó al reino celestial. * Estaba cimentado sobre roca firme.

Oración:

Concédenos, Señor, el espíritu de fortaleza para que, aleccionados por el ejemplo glorioso de tu mártir san Sebastián, aprendamos a obedecerte a ti antes que a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de enero.

Santa Inés, virgen y mártir. Memoria obligatoria.

Murió mártir en Roma en la segunda mitad del siglo III, o, más probablemente, a principios del IV. El papa Dámaso honró su sepulcro con un poema, y muchos Padres de la Iglesia, a partir de san Ambrosio, le dedicaron alabanzas.

Segunda lectura:
Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre las vírgenes, Libro 1, caps. 2. 5. 7-9.

No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria.

Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pinchan con una aguja, se poner a llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:

«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que no quiero».

Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.

Responsorio.

R. Celebremos la festividad de santa Inés, recordemos su glorioso martirio: * En su juventud venció a la muerte y encontró la vida.

V. Pues amó únicamente al Autor de la vida, * En su juventud venció a la muerte y encontró la vida.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que eliges lo débil del mundo para confundir a los fuertes, concédenos, en tu bondad, a cuantos celebramos el nacimiento para el cielo de tu mártir Santa Inés, imitar su constancia en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


22 de enero.

San Vicente, diácono y mártir. Memoria obligatoria.

Vicente, diácono de la Iglesia de Zaragoza, sufrió un atroz martirio en Valencia, durante la persecución de Diocleciano [284-305]. Su culto se difundió en seguida por toda la Iglesia.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, Sermón 276, 1-2.

Vicente venció en aquel por quien había sido vencido el mundo.

A vosotros se os ha concedido la gracia —dice el Apóstol—, de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él.

Una y otra gracia había recibido el diácono Vicente, las había recibido y, por esto, las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo hubiera podido tenerlas? En sus palabras tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia.

Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios y, si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo.

Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo, el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es quien equipa a sus huestes con las armas espirituales, quien les enseña el modo de luchar, quien les suministra su ayuda, quien les promete el remedio, quien, habiendo dicho a sus discípulos: En el mundo tendréis luchas, añade inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor: Pero tened valor: yo he vencido al mundo.

¿Por qué admirarnos, pues, amadísimos hermanos, de que Vicente venciera en aquel por quien había sido vencido el mundo? En el mundo —dice— tendréis luchas; se lo dice para que estas luchas no los abrumen, para que en el combate no sean vencidos. De dos maneras ataca el mundo a los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos. No dejemos que nos domine el propio placer, no dejemos que nos atemorice la ajena crueldad, y habremos vencido al mundo.

En uno y otro ataque sale al encuentro Cristo, para que el cristiano no sea vencido. La constancia en el sufrimiento que contemplamos en el martirio que hoy conmemoramos es humanamente incomprensible, pero la vemos como algo natural si en este martirio reconocemos el poder divino.

Era tan grande la crueldad que se ejercitaba en el cuerpo del mártir y tan grande la tranquilidad con que él hablaba, era tan grande la dureza con que eran tratados sus miembros y tan grande la seguridad con que sonaban sus palabras, que parecía como si el Vicente que hablaba no fuera el mismo que sufría el tormento.

Es que, en realidad, hermanos, así era: era otro el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a sus testigos, en el Evangelio, al prepararlos para semejante lucha. Había dicho, en efecto: No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Era, pues, el cuerpo de Vicente el que sufría, pero era el Espíritu quien hablaba, y, por estas palabras del Espíritu, no sólo era redargüida la impiedad, sino también confortada la debilidad.

Responsorio: Job 23, 10b-11; Filipenses 3, 8. 10.

R. Me ha probado el Señor como oro en el crisol; * Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

V. Lo perdí todo para conocer a Cristo, y la comunión con sus padecimientos. * Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

O bien:

De los sermones de san Agustín, 274, Sobre el martirio de san Vicente.

Vicente, por su fe, fue vencedor en todo.

Hemos contemplado un gran espectáculo con los ojos de la fe: al mártir san Vicente, vencedor en todo. Venció en las palabras y venció en los tormentos, venció en la confesión y venció en la tribulación, venció abrasado por el fuego y venció al ser arrojado a las olas, venció, finalmente, al ser atormentado y venció al morir por la fe.

Cuando su carne, en la cual estaba el trofeo de Cristo vencedor, era arrojada desde la nave al mar, Vicente decía calladamente:

«Nos derriban, pero no nos rematan».

¿Quién dio esta paciencia a su soldado, sino aquel que antes derramó la propia sangre por él? A quien se dice en el salmo: Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. Un gran combate comporta una gran gloria, no humana ni temporal, sino divina y eterna. Lucha la fe, y cuando lucha la fe nada se consigue con la victoria sobre la carne. Porque, aunque sea desgarrado y despedazado, ¿cómo puede perecer el que ha sido redimido por la sangre de Cristo?

Responsorio: Job 23, 10b-11; Filipenses 3, 8. 10.

R. Me ha probado el Señor como oro en el crisol; * Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

V. Lo perdí todo para conocer a Cristo, y la comunión con sus padecimientos. * Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin torcerse.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, infunde misericordiosamente en nosotros tu Espíritu, para que nuestros corazones rebosen de aquel intenso amor con el que san Vicente superó todos los tormentos corporales. Por nuestro Señor Jesucristo.


23 de enero.

San Ildefonso, obispo. Memoria obligatoria. Solemnidad en la Archidiócesis de Toledo.

San Ildefonso, nacido en Toledo el año 608, fue instruido primero por el obispo toledano Eugenio y después en la escuela de san Isidoro de Sevilla. Abrazó la vida monacal en el monasterio toledano Agaliense, del que fue abad por muchos años, hasta que el 26 de noviembre del año 657 fue consagrado arzobispo de Toledo. Escribió admirablemente sobre muchos temas; entre ellos destaca el libro «De la perpetua Virginidad de la Bienaventurada Virgen María». Según refiere, el obispo Cixila, en premio a la defensa que hizo de la perpetua virginidad de María, mereció recibir de la Madre de Dios un don del cielo. Entregó su alma a Dios el 23 de enero del año 667.

Himno:

Ildefonso, patrón de Toledo,
paladín de la Iglesia de Dios,
ensalzamos tu nombre glorioso
y cantamos un himno en tu honor.

Hoy Toledo venera tu nombre
y contigo a la Madre de Dios;
todavía se advierten las huellas
donde ella sus plantas posó.

Hay aroma de incienso en el templo
y perfume de nardos en flor.
Ildefonso, patrón de Toledo,
intercede propicio ante Dios.

Aún resuenan los himnos sagrados,
alabando a la Madre de Dios;
y la Virgen premió tu cariño,
imponiéndote un manto de amor.

Hoy Toledo, fiel pueblo, elegido,
a Ildefonso, patrón, festejad
y con júbilo, a coro, cantemos:
«Guárdanos en la fe y la unidad».

Salmodia:

Antífona 1: El Pontífice, con vestidura santa, entrará en la Tienda del Encuentro para servir en el santuario.

Salmo 20, 2-8. 14.
Acción de gracias por la victoria del rey.

El Señor resucitado recibió la vida,
años que se prolongan sin término.
(S. Ireneo)

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Pontífice, con vestidura santa, entrará en la Tienda del Encuentro para servir en el santuario.

Antífona 2: Ildefonso, pastor bueno, con palabra elocuente y vida santa, apacentó el rebaño del Señor.

Salmo 91.
Alabanza del Dios creador.

Este salmo canta las maravillas
realizadas en Cristo. (S. Atanasio)

I

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Ildefonso, pastor bueno, con palabra elocuente y vida santa, apacentó el rebaño del Señor.

Antífona 3: Lo alimentó con el pan de la prudencia y le dio a beber el agua de la sabiduría.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Lo alimentó con el pan de la prudencia y le dio a beber el agua de la sabiduría.

V. Escucharás una palabra de mi boca.

R. Y les darás la alerta de mi parte.

Primera lectura: Eclesiástico 39, 1-10.

El hombre sabio conocedor de las Escrituras.

El que se aplica de lleno a meditar la ley del Altísimo indaga la sabiduría de los antiguos y dedica su ocio a estudiar las profecías. Conserva los relatos de los hombres célebres y penetra en las sutilezas de las parábolas. Busca el sentido oculto de los proverbios y se interesa por los enigmas de las parábolas.

En medio de los poderosos presta su servicio, se presenta delante de los príncipes; viaja por tierras extranjeras y conoce el bien y el mal de los hombres. De buena mañana, con todo el corazón se dirige al Señor, su Creador; reza delante del Altísimo, abre su boca para suplicar y pide perdón por sus pecados.

Si el Señor, el Grande, lo quiere, se llenará de espíritu de inteligencia; derramará como lluvia sabias palabras y en la oración dará gracias al Señor. Enderezará sus planes y su ciencia, y meditará los misterios ocultos. Mostrará la instrucción recibida y se gloriará en la ley de la alianza del Señor.

Muchos elogiarán su inteligencia y jamás será olvidada; no desaparecerá su recuerdo y su nombre vivirá por generaciones. Las naciones hablarán de su sabiduría, y la asamblea proclamará su alabanza.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 9, 23. 32; 2a Timoteo 4, 5.

R. Sea tu orgullo el temor del Señor: dialoga con los inteligentes, * Y tus palabras se inspiren en la ley del Altísimo.

V. Pero tú permanece siempre alerta, soporta lo adverso, cumple con tu tarea de evangelizador, * Y tus palabras se inspiren en la ley del Altísimo.

Segunda lectura:
Del libro de san Ildefonso, obispo, sobre el conocimiento del bautismo: Caps. 15-16.

En el bautismo, Cristo es quien bautiza.

Vino el Señor para ser bautizado por el siervo. Por humildad, el siervo lo apartaba, diciendo: Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Pero, por justicia, el Señor se lo ordenó, respondiendo: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.

Después de esto, declinó el bautismo de Juan, que era bautismo de penitencia y sombra de la verdad, y empezó el bautismo de Cristo, que es la verdad, en el cual se obtiene la remisión de los pecados, aun cuando no bautizase Cristo, sino sus discípulos. En este caso, bautiza Cristo, pero no bautiza. Y las dos cosas son verdaderas: bautiza Cristo, porque es él quien purifica, pero no bautiza, porque no es él quien baña. Sus discípulos, en aquel tiempo, ponían las acciones corporales de su ministerio, como hacen también ahora los ministros, pero Cristo ponía el auxilio de su majestad divina. Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y, así, hasta el fin de los siglos, Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica.

Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo.

Responsorio: Romanos 6, 3. 10.

R. Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo * Fuimos incorporados a su muerte.

V. Su morir fui un morir al pecado, su vivir es un vivir para Dios. * Fuimos incorporados a su muerte.

O bien:

Del libro de san Ildefonso, obispo, de la Perpetua Virginidad de la Bienaventurada Virgen María.

Yo soy el esclavo de la Esclava de mi Señor.

Por eso yo soy tu esclavo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso eres tú mi Señora, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso yo soy esclavo de la esclava de mi Señor; porque tú, Señora mía, fuiste hecha Madre de tu Señor. Por eso fui yo hecho tu esclavo, porque tú fuiste hecha la Madre de mi Hacedor.

Te ruego, te ruego, santa Virgen, que yo posea a Jesús de aquel Espíritu del que tú engendraste a Jesús; que mi alma reciba a Jesús por aquel Espíritu por el que tu carne concibió al mismo Jesús; que yo pueda conocer a Jesús en virtud de aquel Espíritu por el que te fue dado a ti conocer, tener y alumbrar a Jesús.

Hable yo sobre Jesús cosas humildes y sublimes en aquel Espíritu en el que tú te confiesas esclava del Señor; deseando que se realice en ti según la palabra del Ángel. En aquel Espíritu ame yo a Jesús en el que tú le adoras como Señor, le contemplas como Hijo. Tan realmente rinda yo vasallaje a este Jesús como realmente se sometió Él mismo a sus padres, siendo Dios.

¡Oh recompensa sobremanera grande de mi salvación, de mi vida y también de mi gloria! ¡Oh título nobilísimo de mi libertad! ¡Oh condición excelsa de mi nobleza, garantía de mi grandeza, indefectiblemente gloriosa y consumada en eterna gloria! Que yo —que fui malamente engañado— quiera hacerme esclavo de la Madre de mi Señor, para mi propia reparación. Que yo —separado de la comunión angélica ya antiguamente en el primer hombre— merezca ser considerado como esclavo de la Esclava y Madre de mi Hacedor. Que yo —obra buena en las manos del supremo Dios— obtenga ser encadenado con perpetua devoción de esclavitud al servicio de la Virgen Madre.

Otórgame esto, ¡Oh Jesús Hijo del hombre y de Dios!; concédeme esto, Señor de las cosas e Hijo de la Esclava; regálame esto, ¡oh Dios humilde en el Hombre!; dame esto, ¡oh Hombre glorioso en Dios!: que yo crea acerca del parto de la Virgen lo que de tu encarnación llena mi fe; que yo hable de la virginidad maternal lo que llene mi boca de tu alabanza; que yo ame en tu Madre lo mismo que tú con tu amor colmas en mí; que de tal modo sirva yo a tu Madre que, por ello, tú mismo me reconozcas haberte servido a ti; que de tal suerte me gobierne ella, que por ello sepa yo que te doy gusto a ti; que su realeza me domine de tal modo en el tiempo, que seas tú mi Señor en la eternidad.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 45, 16; Hebreos 5, 4.

R. El Señor lo escogió para ofrecer el sacrificio * Y para hacer la expiación por el pueblo.

V. Ninguno se arroga este honor si no es llamado por Dios * Para hacer la expiación por el pueblo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, que hiciste a San Ildefonso insigne defensor de la virginidad de María, concede a los que creemos en este privilegio de la Madre de tu Hijo sentirnos amparados por su poderosa y materna intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo.


24 de enero.

Conmemoración de la Bienaventurada Virgen María. Memoria libre en la Archidiócesis de Toledo.

Según refiere el obispo Cixila, en la fiesta de la Encarnación, que según el decreto del Concilio X de Toledo, se celebraba el 18 de diciembre, san Ildefonso, llegado a su iglesia para cantar las horas nocturnas, se encontró con la Santísima Virgen María sentada en la sede episcopal, recibiendo de ella un don celestial. La Iglesia de Toledo, que iconográficamente ha representado profusamente este acontecimiento, hace en este día conmemoración litúrgica del mismo.

Segunda lectura:
Del libro de san Ildefonso, obispo, de la Perpetua Virginidad de la Bienaventurada Virgen María.

El Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios, y te predicen cuál será su grandeza.

¡Oh tú la elegida de Dios, la acogida por Dios, la llamada por Dios cercana a Dios, adherida a Dios y a Dios unida; tú, la visitada por el Ángel, saludada por el Ángel, bendecida por el Ángel, alegrada por el Ángel, ruborosa ante sus palabras, atónita en tu pensamiento, estupefacta por el saludo, admirada por el anuncio de la promesa!

Oyes que hallaste gracia ante Dios. Se te pide no temer; eres confirmada en tu fe, instruida en el conocimiento de prodigios, llevada a la gloria de la novedad inaudita. Con referencia a un hijo es advertido tu pudor, y con el nombre del hijo certificada tu virginidad. Se anuncia que el santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios, y te predicen cuál será la grandeza del que nace.

«¿Cómo se hará?», preguntas; ¿Interrogas el origen? ¿Indagas la razón? ¿Quieres conocer el hecho y el modo de realizarse? Escucha un oráculo nunca oído, considera una realización sin precedentes, advierte un inaudito arcano, presta atención al hecho jamás visto: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra».

Toda la Trinidad realizará en ti visiblemente la concepción; pero sólo la persona del Hijo de Dios nacerá corporalmente, tomará de ti carne, y por tanto lo que será concebido en ti y nacerá de ti, lo que saldrá de ti, engendrado en ti y por ti alumbrado, será llamado Santo, Hijo de Dios. Éste será el gran Dios de las virtudes, éste será el Rey de los siglos, éste, el creador de todas las cosas.

Responsorio.

R. Alégrate, ¡oh Virgen María!, tú que aplastaste todas las herejías, porque creíste en la palabra del Arcángel san Gabriel. * Tú engendraste virginalmente al Dios hecho hombre y permaneciste intacta después del parto.

V. Dichosa tú que has creído, porque se ha cumplido lo que se te ha dicho. * Tú engendraste virginalmente al Dios hecho hombre y permaneciste intacta después del parto.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión materna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina contigo.


24 de enero.

San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Saboya el año 1567. Una vez ordenado sacerdote, trabajó intensamente por la restauración católica en su patria. Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con los clérigos y fieles, adoctrinándolos en la fe con sus escritos y con sus obras, convirtiéndose en un ejemplo para todos. Murió en Lyon el día 28 de diciembre del año 1622, pero fue el día 24 de enero del año siguiente cuando se realizó su sepultura definitiva en Annecy.

Segunda lectura:
De la introducción a la vida devota, de san Francisco de Sales: Parte 1, cap. 3.

La devoción se ha de ejercitar de diversas maneras.

En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación.

La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno.

Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible?

Y con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción.

La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece.

Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección.

Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar.

Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección.

Responsorio: Efesios 4, 32 – 5, 1; Mateo 11, 29.

R. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. * Sed imitadores de Dios, como hijos queridos.

V. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. * Sed imitadores de Dios, como hijos queridos.

Oración:

Oh, Dios, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se hiciera todo para todos por la salvación de las almas, concédenos, en tu bondad, a ejemplo suyo, manifestar siempre la dulzura de tu amor en el servicio a los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.


25 de enero.

La conversión del apóstol san Pablo. Fiesta.

Himno:

Si derribado caíste,
fue para elevarte más.
De hoy por siempre seguirás
al Cristo que perseguiste.
Ruega por mí, ciego y triste,
que Saulo de errores fui.
Si en el pecado me hundí,
pueda seguirte en tu vuelo.
Desde el fulgor de tu cielo,
san Pablo, ruega por mí.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmodia: (Del Común de Apóstoles, pero con Antífonas propias).

Antífona 1: «¿Quién eres, Señor?». «Soy Jesús, a quien tú persigues. Peor para ti si das coces contra el pincho».

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: «¿Quién eres, Señor?». «Soy Jesús, a quien tú persigues. Peor para ti si das coces contra el pincho».

Antífona 2: Ananías, ve y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando; es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Ananías, ve y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando; es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas.

Antífona 3: Pablo se puso a predicar en las sinagogas, demostrando que Jesús es el Mesías.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pablo se puso a predicar en las sinagogas, demostrando que Jesús es el Mesías.

V. El Señor es compasivo y misericordioso.

R. Lento a la ira y rico en clemencia.

Primera lectura: Gálatas 1, 11-24.

Reveló a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara.

Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco.

Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.

Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia. Personalmente yo era un desconocido para las iglesias de Cristo que hay en Judea; sólo habían oído decir que el que antes los perseguía anuncia ahora la fe que antes intentaba destruir; y glorificaban a Dios por causa mía.

Responsorio: Gálatas 1, 11-12; 2a Corintios 11, 10. 7.

R. El Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; * Yo no lo he recibido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

V. Por la verdad de Cristo que poseo, os anuncié el Evangelio de Dios. * Yo no lo he recibido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Segunda lectura:
De las homilías de san Juan Crisóstomo: Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 477-480.

Pablo lo sufrió todo por amor a Cristo.

Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.

Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que muchos otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.

Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.

Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.

Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.

Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.

Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo.

Responsorio: 1a Timoteo 1, 13-14; 1a Corintios 15, 9.

R. Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. * El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

V. Yo no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. * El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que has instruido al mundo entero con la predicación de san Pablo, apóstol, concede a cuantos celebramos hoy su conversión, avanzar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser en el mundo testigos de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


26 de enero.

San Timoteo y san Tito, obispos. Memoria obligatoria.

Timoteo y Tito, discípulos y colaboradores del apóstol Pablo, presidieron las Iglesias de Éfeso y de Creta, respectivamente. Ellos fueron los destinatarios de las cartas llamadas «pastorales», cartas llenas de excelentes recomendaciones para la formación de pastores y fieles.

Segunda lectura:
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo: Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo: PG 50, 480-484.

He combatido bien mi combate.

Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mismos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto, los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que esto significa. El premio consistía ciertamente en partir para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.

Comparando las dos cosas, el estar separado de Cristo representaba para él el combate y el sufrimiento, más aún el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, prefiere el combate al premio.

Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros son causa de tristeza, en él engendraban el máximo deleite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulaciones? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién enferma sinque yo enferme?; ¿quién cae sin que a mi me dé fiebre?

Os ruego que no sólo admiréis, sino que también imitéis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser partícipes de su corona.

Y, si alguien se admira de esto que hemos dicho, a saber, que el que posea unos méritos similares a los de Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que atienda a las palabras del mismo Apóstol: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a todos a tener parte en su misma gloria?

Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma corona de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes que tenemos prometidos.

Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la magnitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta disposición de ánimo, por las que mereció llegar a un premio tan grande, sino que hemos de pensar también que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y llevaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nuestra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: 1a Timoteo 6, 11-12; Tito 2, 1.

R. Tú, hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. * Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

V. Habla de lo que es conforme a la sana doctrina. * Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

Oración:

Oh, Dios, qué hiciste brillar con virtudes apostólicas a los santos Timoteo y Tito, concédenos, por su intercesión, que, viviendo en este mundo con piedad y justicia, merezcamos llegar a la patria celestial. Por nuestro Señor Jesucristo.


27 de enero.

Santa Ángela de Mérici, virgen. Memoria libre.

Nació alrededor del año 1470 en Desenzano, región de Venecia. Tomó el hábito de la tercera Orden franciscana y reunió a un grupo de jóvenes, a las que instruyó en la práctica de la caridad. El año 1535 fundó en Brescia una sociedad de mujeres, bajo la advocación de santa Úrsula, dedicadas a la formación cristiana de las niñas pobres. Murió el año 1540.

Segunda lectura:
Del testamento espiritual de santa Ángela de Mérici.

Lo dispuso todo con suavidad.

Queridísimas madres y hermanas en Cristo Jesús: En primer lugar, poned todo vuestro empeño, con la ayuda de Dios, en concebir el propósito de no aceptar el cuidado y dirección de los demás, si no es movidas únicamente por el amor de Dios y el celo de las almas.

Sólo si se apoya en esta doble caridad, podrá producir buenos y saludables frutos vuestro cuidado y dirección, ya que, como afirma nuestro Salvador: Un árbol sano no puede dar frutos malos.

El árbol sano, dice, esto es, el corazón bueno y el ánimo encendido en caridad, no puede sino producir obras buenas y santas; por esto, decía san Agustín: «Ama, y haz lo que quieras»; es decir, con tal de que tengas amor y caridad, haz lo que quieras, que es como si dijera: «La caridad no puede pecar».

Os ruego también que tengáis un conocimiento personal de cada una de vuestras hijas, y que llevéis grabado en vuestros corazones no sólo el nombre de cada una, sino también su peculiar estado y condición. Ello no os será difícil si las amáis de verdad.

Las madres en el orden natural, aunque tuvieran mil hijos, llevarían siempre grabados en el corazón a cada uno de ellos, y jamás se olvidarían de ninguno, porque su amor es sobremanera auténtico. Incluso parece que cuantos más hijos tienen, más aumenta su amor y el cuidado de cada uno de ellos. Con más motivo, las madres espirituales pueden y deben comportarse de este modo, ya que el amor espiritual es más poderoso que el amor que procede del parentesco de sangre.

Por lo cual, queridísimas madres, si amáis a estas vuestras hijas con una caridad viva y sincera, por fuerza las llevaréis a todas y cada una de ellas grabadas en vuestra memoria y en vuestro corazón.

También os ruego que procuréis atraerlas con amor, mesura y caridad, no con soberbia ni aspereza, teniendo con ellas la amabilidad conveniente, según aquellas palabras de nuestro Señor: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, imitando a Dios, del cual leemos: Lo dispuso todo con suavidad. Y también dice Jesús: Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Del mismo modo, vosotras tratadlas siempre a todas con suavidad, evitando principalmente el imponer con violencia vuestra autoridad: Dios, en efecto, nos ha dado a todos la libertad y, por esto, no obliga a nadie, sino que se limita a señalar, llamar, persuadir. Algunas veces, no obstante, será necesario actuar con autoridad y severidad, cuando razonablemente lo exijan las circunstancias y necesidades personales; pero, aun en este caso, lo único que debe movernos es la caridad y el celo de las almas.

Responsorio: Efesios 5, 8-9; Mateo 5, 14. 16.

R. Sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. * Toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz.

V. Vosotros sois la luz del mundo. Alumbre vuestra luz a los hombres. * Toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz.

Oración:

Imploramos, Señor, de tu piedad, que no nos falte la intercesión de santa Ángela de Mérici, virgen, para que, siguiendo su testimonio de caridad y prudencia, podamos guardar tu doctrina y manifestarla en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


27 de enero.

San Julián de Cuenca, obispo. Memoria libre en la Archidiócesis de Toledo.

Julián Ben Tauro nació en Toledo en 1128 en el seno de una familia mozárabe. Tras su ordenación sacerdotal llegó a ser arcediano de la catedral primada. Elegido segundo obispo de la joven diócesis de Cuenca, llevó a cabo una magnifica labor pastoral entre musulmanes, judíos y cristianos. Recorrió su vasta diócesis para reformar las costumbres y vida de su clero y fieles, mereciendo, por su profunda caridad, ser llamado «padre de los pobres». Murió el 28 de enero de 1208, y fue canonizado por Clemente VIII en 1594.

Segunda lectura:
De los sermones de san Fulgencio de Ruspe, obispo.

Criado fiel y solícito.

El Señor, queriendo explicar el peculiar ministerio de aquellos siervos que ha puesto al frente de su pueblo, dice: ¿Quién es el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia para que les reparta la medida de trigo a sus horas? Dichoso ese criado, si el Señor al llegar lo encuentra portándose así. ¿Quién es este Señor, hermanos? Cristo, sin duda, quien dice a sus discípulos: Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor» y decís bien, porque lo soy.

¿Y cuál es la familia de este Señor? Sin duda aquella que el mismo Señor ha liberado de la mano del enemigo para hacerla pueblo suyo. Esta familia santa es la Iglesia católica, que por su abundante fertilidad se encuentra esparcida por todo el mundo y se gloría de haber sido redimida por la preciosa sangre de su Señor. El Hijo del hombre —dice el mismo Señor no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

Él mismo es también el buen pastor que entrega su vida por sus ovejas. La familia del Redentor es la grey del buen pastor.

Quién es el criado que debe ser al mismo tiempo fiel y solícito, nos lo enseña el apóstol Pablo cuando, hablando de sí mismo y de sus compañeros, afirma: Que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel.

Y, para que nadie caiga en el error de creer que el apóstol Pablo designa como administradores sólo a los apóstoles y que, en consecuencia, despreciando el ministerio eclesial, venga a ser un siervo infiel y descuidado, el mismo apóstol Pablo dice que los obispos son también administradores: El obispo, siendo administrador de Dios, tiene que ser intachable.

Somos siervos del padre de familias, somos administradores de Dios, y recibiremos la misma medida de trigo que os servimos. Si queremos saber cuál deba ser esta medida de trigo, nos lo enseña también el mismo apóstol Pablo, cuando afirma: Estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno.

Lo que Cristo designa como medida de trigo, Pablo lo llama medida de la fe, para que sepamos que el trigo espiritual no es otra cosa sino el misterio venerable de la fe cristiana. Nosotros os repartimos esta medida de trigo, en nombre del Señor, todas las veces que, iluminados por el don de la gracia, hablamos de acuerdo con la regla de la verdadera fe. Vosotros mismos recibís la medida de trigo, por medio de los administradores del Señor, todas las veces que escucháis la palabra de la verdad, por medio de los siervos de Dios.

Responsorio: Mateo 25, 21. 20.

R. Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. * Pasa al banquete de tu Señor.

V. Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. * Pasa al banquete de tu Señor.

Oración:

Señor, tú que has querido contar en el número de los santos pastores a tu siervo san Julián de Cuenca, y l o has hecho brillar por el fuego de la caridad y el poder de una fe que vence al mundo, haz que, por su intercesión, perseveremos en la fe y en el amor, y merezcamos así participar de la gloria con que lo coronaste. Por nuestro Señor Jesucristo.


28 de enero.

Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació alrededor del año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecasino, luego en Nápoles; más tarde ingresó en la Orden de Predicadores, y completó sus estudios en París y en Colonia, donde tuvo por maestro a san Alberto Magno. Escribió muchas obras llenas de erudición y ejerció también el profesorado, contribuyendo en gran manera al incremento de la filosofía y de la teología. Murió cerca de Terracina el día 7 de marzo de 1274. Su memoria se celebra el día 28 de enero, por razón de que en esa fecha tuvo lugar, el año 1369, el traslado de su cuerpo a Tolosa del Languedoc.

Segunda lectura:
De la Conferencias de santo Tomás de Aquino: Conferencia 6 sobre el Credo.

En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno —es decir, de Adán— todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.

Responsorio: Sabiduría 7, 7-8; 9, 17.

R. Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. * La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza.

V. ¿Quién conocerá tu designio, Señor, si tú no le das la sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? * La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza.

Oración:

Oh, Dios, que hiciste a santo Tomás de Aquino digno de admiración por su ardoroso anhelo de santidad y por el estudio de las ciencias sagradas, concédenos comprender lo que él enseñó e imitar plenamente lo que realizó. Por nuestro Señor Jesucristo.


29 de enero.

San Julián de Toledo, obispo. Memoria obligatoria en la Archidiócesis de Toledo.

Nacido en Toledo a principios del siglo séptimo, y educado por el Obispo Eugenio III, en enero del año 680 fue elegido Arzobispo de la Iglesia Toledana, de la que se mostró celoso pastor. Presidió los Concilios Toledanos del XII al XV. Murió el 6 de marzo del año 690. Fue constante propagador de la liturgia hispana, para la que compuso numerosos textos, que evidencian su gran erudición.

Segunda lectura:
Del “Prognosticorum futuri saeculi”, de San Julián, obispo.

Oración del peregrino a la patria celestial.

Habitando en el desierto de Idumea, como ciego y enfermi­zo poseedor, clamo a ti, Hijo de David; compadécete de mí, pues busco mi Patria, la eterna Jerusalén; deseo contemplar a sus ciudadanos, y, sin embargo, no encuentro guías para conducirme allí.

Pero tú, que te has dignado mostrarte a mí como Camino, dame tu mano, de modo que no ya ciego sino vidente, pueda llegar allí sin obstáculo alguno de ladrones. Ya que tú solo eres un tal Camino que no tolera ladrón. He aquí que mi pobre corazón, suspirando largo tiempo hacia ti por el retorno a aquella Patria, se dilata con una gran solicitud por las realidades futuras; deseando que, antes que alboree, pueda ser contemplada ya aquí aquella futura y gozosa felicidad.

Pues indagar qué fruto permanece después de la muerte de este cuerpo, para las almas de los difuntos y qué glorificación les sobreviene después de recobrar nuevamente el cuerpo, de cuanto pude conocer de las discusiones de los mayores, según la capacidad de mis fuerzas, he recogido para este trabajo algunos datos útiles.

Mas también estas cosas, en cuanto pueden ser dichas por los mortales, han sido dichas; no, empero, expuestas todas las que son necesariamente futuras, ya que los caminos de tus jui­cios son inescrutables. Con todo, yo, deseando volar al seno de aquella Patria, de la que tantas cosas grandes se cuentan, te ruego ir por ti, que eres el Camino, no tropezar en ti, que eres la Verdad, y llegar a ti que eres la Vida. Por lo tanto, de ti, que eres el sendero de la suma felicidad, jamás sea separado por circunstancia alguna, o arrancado por impedimento de cosa alguna; sino al contrario, avanzando en ti, no sufra en mi agonía al ladrón, ni tenga que soportar, después de muerto al Acusador.

Protégeme en mi muerte con la custodia angélica; y conforta con una gran piedad al que es llamado a ti, a fin de que, llegando hasta ti sin experimentar confusión, contemple la bienaventurada Jerusalén.

¡Oh Señor! Ya es demasiado lo que hasta ahora perdí cegado por la tiniebla de los pecados. Te ruego, pues, y suplico por el don glorioso de tu sangre y el signo contemplado y venerado de tu cruz, que esto que para el remedio mío y de mis hermanos preparo, no sea ocasión de tropiezo en algo, ni pueda ser acusa­do de temerario, o despreciado como engañoso y castigado juzgándome con aquellos que hablan grandes cosas, pero de su corazón, no de tu Espíritu. Aquí me tienes, Señor; un pobre tuyo mendigando y suplicando, no adoctrinando sobre lo desconocido con insolencia, sino sólo deseando conocer con humildad lo que se debe saber.

Responsorio.

R. En medio de la Iglesia abrió su boca. * El Señor lo llenó de espíritu de sabiduría y de inteligencia.

V. Hallará en ella gozo y corona de alegría. * El Señor lo llenó de espíritu de sabiduría y de inteligencia.

Oración:

Señor Dios nuestro, que has querido infundir en san Julián tu admirable doctrina, concédenos por su intercesión, permanecer fieles a esa misma doctrina y modelar conforme a ella nuestra propia conducta. Por nuestro Señor Jesucristo.


31 de enero.

San Juan Bosco, presbítero. Memoria obligatoria.

Nació junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín, el año 1815. Su niñez fue dura. Una vez ordenado sacerdote, empleó todas sus energías en la educación de los jóvenes e instituyó Congregaciones destinadas a enseñarles diversos oficios y formarlos en la vida cristiana. Escribió también algunos opúsculos en defensa de la religión. Murió el año 1888.

Segunda lectura:
De las cartas de san Juan Bosco, presbítero: Epistolario, Turín 1959, 4, 201-203.

Trabajé siempre con amor.

Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana.

¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar; amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.

Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.

Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.

Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.

Éste era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.

Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.

Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como nos conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.

En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.

Responsorio: Marcos 10, 13-14; Mateo 18, 5.

R. Acercaban niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús les dijo: * «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios».

V. El que acoge a un niño en mi nombre me acoge a mí. * Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios.

Oración:

Oh, Dios, que has suscitado en san Juan Bosco, presbítero, un padre y un maestro para los jóvenes, concédenos que, encendidos en su mismo fuego de caridad, podamos ganar almas para ti y sólo a ti servirte. Por nuestro Señor Jesucristo.




HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.










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