LECTURAS SANTOS MAYO

Oficio de Lecturas
Santos de MAYO.

Inmaculado Corazón de María.
(Sábado siguiente al Sagrado Corazón de Jesús)

Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.
(Lunes, día siguiente a Pentecostés

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1 de mayo.

San José, Obrero. Memoria libre.

En los lugares donde se celebra con especial solemnidad, las partes que faltan se toman de la Solemnidad de san José, el 19 de marzo.

Segunda lectura:
De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II, 33-34.

Sobre la actividad humana en todo el mundo.

Con su trabajo y su ingenio el hombre se ha esforzado siempre por mejorar su vida; pero hoy, gracias a la ayuda de la ciencia y de la técnica, ha desarrollado y sigue desarrollando su dominio sobre casi toda la naturaleza y, gracias sobre todo a las múltiples relaciones de todo tipo establecidas entre las naciones, la familia humana se va reconociendo y constituyendo progresivamente como una única comunidad en todo el mundo. De donde resulta que muchos bienes que el hombre esperaba alcanzar de las fuerzas superiores, hoy se los procura con su propio trabajo.

Ante este inmenso esfuerzo, que abarca ya a todo el género humano, el hombre no deja de plantearse numerosas preguntas: ¿Cuál es el sentido y el valor de esa actividad? ¿Cómo deben ser utilizados todos estos bienes? Los esfuerzos individuales y colectivos ¿qué fin intentan conseguir?

La Iglesia, que guarda el depósito de la palabra de Dios, de la que se deducen los principios en el orden moral y religioso, aunque no tenga una respuesta preparada para cada pregunta, intenta unir la luz de la revelación con el saber humano para iluminar el nuevo camino emprendido por la humanidad.

Para los creyentes es cierto que la actividad humana individual o colectiva o el ingente esfuerzo realizado por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios.

Pues el hombre, creado a imagen de Dios, recibió el mandato de que, sometiendo a su dominio la tierra y todo cuanto ella contiene, gobernase el mundo con justicia y santidad, y de que, reconociendo a Dios como creador de todas las cosas, dirija su persona y todas las cosas a Dios, para que, sometidas todas las cosas al hombre, el nombre de Dios sea admirable en todo el mundo.

Esta verdad tiene su vigencia también en los trabajos más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y sus familias, disponen su trabajo de tal forma que resulte beneficioso para la sociedad, con toda razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen con su trabajo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.

Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están por el contrario convencidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.

Cuanto más aumenta el poder del hombre, tanto más grande es su responsabilidad, tanto individual como colectiva.

De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que más bien les impone esta colaboración como un deber.

Responsorio: Cf. Génesis 2, 15.

R. El Señor Dios colocó al hombre, a quien había creado, en el jardín de Edén. * Para que lo guardara y lo cultivara. Aleluya.

V. Ésta fue la condición del hombre desde el principio. * Para que lo guardara y lo cultivara. Aleluya.

Oración:

Creador del universo, que has establecido la ley del trabajo para toda la humanidad, concédenos con bondad, por el ejemplo y patrocinio de san José, que llevemos a cabo lo que nos mandas y consigamos los premios que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


2 de mayo.

San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Alejandría el año 295 y fue colaborador y sucesor del obispo Alejandro a quien acompañó en el Concilio de Nicea. Peleó valerosamente contra los arrianos, lo que le acarreó incontables sufrimientos, entre ellos varias penas de destierro. Escribió excelentes obras apologéticas y expositivas de la fe. Murió el año 373.

Segunda lectura:
De los sermones de san Atanasio: Sermón sobre la encarnación del Verbo, 8-9.

De la encarnación del Verbo.

El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.

Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.

En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.

Por esta razón, asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.

De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos.

De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.

Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.

Responsorio: Jeremías 15, 19. 20; 2a Pedro 2, 1.

R. Serás mi boca, frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; * Lucharán contra ti, y no te podrán, porque yo estoy contigo. Aleluya.

V. Habrá falsos maestros que introducirán sectas perniciosas, y negarán al Señor que los rescató. * Lucharán contra ti, y no te podrán, porque yo estoy contigo. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu obispo san Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu bondad, que, gozando de su enseñanza y protección, crezcamos sin cesar en tu conocimiento y amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


3 de mayo.

San Felipe y Santiago, Apóstoles. Fiesta.

Felipe, nacido en Betsaida, primeramente fue discípulo de Juan Bautista y después siguió a Cristo. Santiago, pariente del Señor, hijo de Alfeo, rigió la Iglesia de Jerusalén; escribió una carta canónica; llevó una vida de gran mortificación y convirtió a la fe a muchos judíos. Recibió la palma del martirio el año 62.

Himno:

Voceros de Dios,
heraldos de Amor,
apóstoles santos.

Locura de cruz,
de Dios es la luz,
apóstoles santos.

Mensaje del Rey,
de amor es la ley,
apóstoles santos.

De Cristo solaz,
sois cristos de paz,
apóstoles santos.

Sois piedra frontal
del reino final,
apóstoles santos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Aleluya.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. Aleluya.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones. Aleluya.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones. Aleluya.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. Aleluya.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. Aleluya.

V. Contaron las alabanzas del Señor y su poder. Aleluya.

R. Y las maravillas que realizó. Aleluya.

Primera lectura: (Tomada del común de Apóstoles para el tiempo pascual):
Hechos de los Apóstoles 5, 12-32.

Los apóstoles en los comienzos de la Iglesia.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.

Entonces el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:

«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».

Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:

«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».

Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando:

«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».

Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Una vez conducidos, les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:

«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 4, 33. 31.

R. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor; * Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Aleluya.

V. Llenos del Espíritu Santo, anunciaban con valentía la palabra de Dios. * Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Aleluya.

Segunda lectura:
Del tratado de Tertuliano, presbítero, sobre la prescripción de los herejes Caps. 20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10.

La predicación apostólica.

Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles —palabra que significa «enviados»—, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; pero añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos.

Responsorio: Juan 12, 21-22; Romanos 9, 26.

R. Acercándose algunos griegos a Felipe, le rogaban. «Señor, quisiéramos ver a Jesús». * Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Aleluya.

V. En el mismo sitio donde les dijeron: «No sois mi pueblo», los llamarán «hijos de Dios». * Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que nos alegras todos los años con la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago, concédenos, por su intercesión, participar en la pasión y resurrección de tu Unigénito, para que merezcamos llegar a contemplarte eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo.


10 de mayo.

San Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Almodóvar del Campo en torno al año 1500. Ordenado presbítero, recorrió toda la Bética predicando a Cristo. Por medio de numerosos escritos, puso de relieve ante los presbíteros la naturaleza e importancia del Concilio de Trento, de cuya instauración fue una voz insigne. Caído injustamente en sospecha de herejía, sufrió juicio y pena de cárcel predicando con mayor fervor aún la doctrina católica. Retirado los últimos años de su vida en Montilla, diócesis de Córdoba, falleció el 10 de mayo de 1569.

Segunda lectura:
De una plática de san Juan de Ávila, presbítero: Plática para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563.

El sacerdote debe ser santo.

No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les conviene hacer que con traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces era gran beneficio, ¿qué será en el nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?

Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas son cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas tierras van a las ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad.

Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos.

Responsorio: Juan 15, 16; 1a Corintios 4, 1.

R. «No sois vosotros los que me habéis elegido, * Soy yo quien os he elegido», dice el Señor. Aleluya.

V. Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. * «Soy yo quien os he elegido», dice el Señor. Aleluya.

O bien:

Segunda lectura:
De los escritos de san Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia: Tratado del amor de Dios, 1. 2. 4

El amor de Cristo mira siempre en el Eterno Padre.

La causa que más mueve el corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que nos tuvo él y, con él, su Hijo benditísimo, nuestro Señor. Más mueve el corazón a amar que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene; mas el que ama da a sí mesmo con todo lo que tiene, sin que le quede nada por dar.

Pues veamos agora, Señor, si vos nos amáis; y si es así que nos amáis, qué tanto es el amor que nos tenéis.

Mucho aman los padres a los hijos; pero ¿por ventura amaisnos vos como padre? No hemos nosotros entrado en el seno de vuestro corazón, Dios mío, para ver esto; mas el Unigénito vuestro, que descendió de ese seno, trajo señas de ello, y nos mandó que os llamásemos Padre por la grandeza del amor que nos tenías; y, sobre todo esto, nos dijo que no llamásemos a otro padre sobre la tierra, porque tú solo eres nuestro Padre. Porque ansí como tú solo eres bueno por la eminencia de tu soberana bondad, así tú solo eres Padre; y de tal manera lo eres y tales obras haces, que, en comparación de tus entrañas paternales, no hay alguno que pueda así llamarse.

Y si todavía eres incrédulo a este amor, mira todos los beneficios que Dios te tiene hechos, porque todos ellos son prendas y testimonios de amor. Echa la cuenta de todos ellos cuántos son, y hallarás que todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, y todos cuantos huesos y sentidos hay en tu cuerpo, y todas cuantas horas y momentos vives en la vida, todos son beneficios del Señor. Mira también cuántas buenas inspiraciones has recebido y cuántos bienes en esta vida has tenido, de cuántos peligros en esta vida te ha librado, en cuántas enfermedades y desastres pudieras haber caído si él no te hubiera librado, que todas estas son señales y muestras de amor. Y, finalmente, pon los ojos en todo este mundo, que para ti se hizo todo por solo amor, y todo él y todas cuantas cosas hay en él significan amor, y predican amor, y te mandan amor.

Pero veamos agora qué tan grande fuese el amor que nos tuvo ese Hijo que nos diste. No hay lengua alguna que lo baste a decir. Algunos ignorantes y rudos no acaban de caer en la cuenta de este amor, porque su amor nace de la perfección de la cosa amada.

El amor de Cristo no nace de la perfección que hay en nosotros, sino de lo que él tiene, que es mirar en el eterno Padre.

Responsorio: Cf. Efesios 3, 18-19; Juan 3, 16.

R. Que podáis comprender el amor de Cristo, que trasciente todo conocimiento. * Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.

V. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. * Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.

Oración:

Oh, Dios, que hiciste de san Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico; haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros. Por nuestro Señor Jesucristo.


12 de mayo.

San Nereo y san Aquiles, mártires. Memoria libre.

Militares de profesión, abandonaron el ejército a raíz de su conversión a la fe; por ello fueron condenados a muerte, probablemente en tiempos de Diocleciano [284-305]. Su sepulcro se conserva en la vía Ardeatina, donde se edificó en su honor una basílica.

Segunda lectura:
De los comentarios de san Agustín sobre los salmos: Salmo 61, 4.

La pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo.

Jesucristo, salvador del cuerpo, y los miembros de este cuerpo forman como un solo hombre, del cual él es la cabeza, nosotros los miembros; uno y otros estamos unidos en una sola carne, una sola voz, unos mismos sufrimientos; y, cuando haya pasado el tiempo de la iniquidad, estaremos también unidos en un solo descanso. Así, pues, la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo; aunque también la pasión de Cristo se halla únicamente en Cristo.

Porque, si piensas en Cristo como cabeza y cuerpo, entonces sus sufrimientos no se dieron en nadie más que en Cristo; pero, si por Cristo entiendes sólo la cabeza, entonces sus sufrimientos no pertenecen a Cristo solamente. Porque, si sólo le perteneciesen a él, más aún, sólo a la cabeza, ¿con qué razón dice uno de sus miembros, el apóstol Pablo: Así completo en mi carne los dolores de Cristo?

Conque si te cuentas entre los miembros de Cristo, quienquiera que seas el que esto oigas, y también aunque no lo oigas ahora (de algún modo lo oyes, si eres miembro de Cristo); cualquier cosa que tengas que sufrir por parte de quienes no son miembros de Cristo, era algo que faltaba a los sufrimientos de Cristo.

Y por eso se dice que faltaba; porque estás completando una medida, no desbordándola; lo que sufres es sólo lo que te correspondía como contribución de sufrimiento a la totalidad de la pasión de Cristo, que padeció como cabeza nuestra y sufre en sus miembros, es decir, en nosotros mismos.

Cada uno de nosotros aportamos a esta especie de común república nuestra lo que debemos de acuerdo con nuestra capacidad, y en proporción a las fuerzas que poseemos, contribuimos con una especie de canon de sufrimientos. No habrá liquidación definitiva de todos los padecimientos hasta que haya llegado el fin del tiempo.

No se os ocurra, por tanto, hermanos, pensar que todos aquellos justos que padecieron persecución de parte de los inicuos, incluso aquellos que vinieron enviados antes de la aparición del Señor, para anunciar su llegada, no pertenecieron a los miembros de Cristo. Es imposible que no pertenezca a los miembros de Cristo, quien pertenece a la ciudad que tiene a Cristo por rey.

Efectivamente, toda aquella ciudad está hablando, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías. Y a partir de entonces, desde la sangre de Juan, a través de la de los apóstoles, de la de los mártires, de la de los fieles de Cristo, una sola ciudad es la que habla.

Responsorio: Apocalipsis 21, 4; 7, 16.

R. Dios enjugará las lágrimas de los ojos de los santos. Ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor. * Porque el primer mundo ha pasado. Aleluya. (T.P. Aleluya.)

V. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. * Porque el primer mundo ha pasado. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Dios todopoderoso, concede a quienes hemos conocido la fortaleza de los gloriosos mártires Nereo y Aquiles en la confesión de tu fe, que sintamos su piadosa intercesión ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 12 de mayo.

San Pancracio, mártir. Memoria libre.

Fue martirizado en Roma, probablemente durante la persecución de Diocleciano [284-305]. Su sepulcro se conserva en la vía Aurelia y sobre él se levanta una iglesia, edificada por el papa Símaco.

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardo, abad. Sermón 17 sobre el salmo 90.

Con él estaré en la tribulación.

Con él estaré en la tribulación, dice Dios, ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Para mí lo bueno es estar junto a Dios, y no sólo esto, sino también hacer del Señor mi refugio, porque él mismo dice: Lo defenderé, lo glorificaré.

Con él estaré en la tribulación. Gozaba —dice— con los hijos de los hombres. Se llama Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros». Desciende del cielo para estar cerca de quienes sienten su corazón agitado por la tribulación, para estar con nosotros en nuestra tribulación. Llegará también el tiempo en el que seremos arrebatados, en la nube, al encuentro del Señor, en el aire, y así estaremos siempre con el Señor, a condición de que procuremos tener ahora con nosotros y que sea nuestro compañero de viaje aquel que nos ha de dar entrada en nuestra patria definitiva, o, por decirlo mejor, aquel que entonces será nuestra patria, si ahora es nuestro camino.

Para mí, Señor, es mejor sufrir las tribulaciones contigo que reinar sin ti, que vivir regaladamente sin ti, y que gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, unirme más íntimamente a ti en la tribulación, tenerte conmigo en la hoguera que estar sin ti, incluso en el cielo: ¿Qué me importa el cielo sin ti? y contigo ¿qué me importa la tierra? La plata en el horno, el horno en el crisol, el corazón lo prueba el Señor. Allí, allí estás tú, Señor, con ellos, estás en medio de los congregados en tu nombre, como en otro tiempo estabas con los tres jóvenes en el horno.

¿Por qué tememos, por qué dudamos, por qué rehuímos este fuego abrasador? El fuego quema, pero el Señor está con nosotros en la tribulación. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Igualmente, si él nos libera, ¿quién podrá arrebatarnos de sus manos? ¿Quién podrá arrancarnos de ellas? Finalmente, si él nos glorifica, ¿quién podrá privarnos de la gloria? Si él nos glorifica, ¿quién nos humillará?

Lo saciaré de largos días. Como si dijera abiertamente: «Sé qué es lo que desea, de qué tiene sed, qué es lo que le gusta. No le gusta ni el oro ni la plata, ni el placer, ni la curiosidad, ni tampoco honor alguno de este mundo. Todo esto lo estima pérdida, todo esto lo desprecia y lo estima como basura. Se tiene a sí mismo en nada y no tolera ocuparse de esas cosas que sabe que no pueden llenarle. No ignora a imagen de quién está hecho, de qué grandeza es capaz, ni soporta crecer en lo pequeño para menguar en lo grande.

Así, pues, lo saciaré de largos días, ya que no puede satisfacerlo sino la luz verdadera, ni llenarlo sino la eterna, pues ni aquellos largos días tienen fin, ni aquella claridad ocaso, ni aquella saciedad cansancio».

Responsorio.

R. Este santo combatió hasta la muerte por ser fiel al Señor, sin temer las amenazas de los enemigos; * Estaba cimentado sobre roca firme. (T.P. Aleluya.)

V. Éste despreció la vida del mundo, y llegó al reino celestial. * Estaba cimentado sobre roca firme. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Que se alegre tu Iglesia, oh, Dios, confiada en la protección del mártir san Pancracio, y por su intercesión gloriosa permanezca entregada a ti y se mantenga firme. Por nuestro Señor Jesucristo.


13 de mayo.

La Bienaventurada Virgen María de Fátima. Memoria libre.

Segunda lectura:
De los sermones de san Efrén, diácono.

María sola abraza al que todo el universo no abarca.

María fue hecha cielo en favor nuestro al llevar la divinidad que Cristo, sin dejar la gloria del Padre, encerró en los angostos límites de un seno para conducir a los hombres a una dignidad mayor. Eligió a ella sola entre toda la asamblea de las vírgenes para que fuese instrumento de nuestra salvación.

En ella encontraron su culmen los vaticinios de todos los justos y profetas. De ella nació aquella brillantísima estrella bajo cuya guía vio una gran luz el pueblo, que caminaba en tinieblas.

María puede ser denominada de forma adecuada con diversos títulos. Ella es el templo del Hijo de Dios, que salió de ella de manera muy distinta a como había entrado, porque, aunque había entrado en su seno sin cuerpo, salió revestido de un cuerpo.

Ella es el nuevo cielo místico, en el que el Rey de reyes habitó como en su morada. De él bajó a la tierra mostrando ostensiblemente una forma y semejanza terrena.

Ella es la vid que da como fruto un suave olor. Su fruto, como difería absolutamente por la naturaleza del árbol, necesariamente cambiaba su semejanza por causa del árbol.

Ella es la fuente que brota de la casa del Señor, de la que fluyeron para los sedientos aguas vivas que, si alguien las gusta aunque sea con la punta de los labios, jamás sentirá sed.

Amadísimos, se equivoca quien piensa que el día de la renovación de María puede ser comparado con otro día de la creación. En el inicio fue creada la tierra; por medio de ella es renovada. En el inicio fue maldita en su actividad por el pecado de Adán; por medio de ella le es devuelta la paz y la seguridad. En el inicio, la muerte se extendió a todos los hombres por el pecado de los primeros padres, pero ahora hemos sido trasladados de la muerte a la vida. En el inicio, la serpiente se adueñó de los oídos de Eva, y el veneno se extendió a todo el cuerpo; ahora María acoge en sus oídos al defensor de la perpetua felicidad. Lo que fue instrumento de muerte, ahora se alza como instrumento de vida.

El que se sienta sobre los Querubines es sostenido ahora por los brazos de una mujer; Aquel al que todo el orbe no puede abarcar, María sola lo abraza; Aquel al que temen los Tronos y las Dominaciones, una joven lo protege; Aquel cuya morada es eterna, se sienta en las rodillas de una virgen; Aquel que tiene la tierra por escabel de sus pies, la pisa con pies de niño.

Responsorio:

R. Saltó el corazón de la Virgen: ante el anuncio del ángel concibió el misterio divino; entonces acogió en su virginal seno al más bello entre los hijos de los hombres, * Y la bendita por siempre nos dio a Dios hecho hombre. (T.P. Aleluya.)

V. La morada de su seno puro se convirtió inmediatamente en templo de Dios: por el poder de la palabra, la Virgen intacta concibió al Hijo, * Y la bendita por siempre nos dio a Dios hecho hombre. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que hiciste a la Madre de tu Hijo también Madre nuestra, concédenos que, perseverando en la penitencia y en la plegaria por la salvación del mundo, podamos promover cada día con mayor eficacia el reino de Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.


14 de mayo:

San Matías, Apóstol. Fiesta.

Fue elegido por los apóstoles para ocupar el puesto de Judas, como testigo de la resurrección del Señor. Así lo atestiguan los Hechos de los apóstoles (Hechos 1, 15-26).

Himno (Del común de apóstoles):

Voceros de Dios,
heraldos de Amor,
apóstoles santos.

Locura de cruz,
de Dios es la luz,
apóstoles santos.

Mensaje del Rey,
de amor es la ley,
apóstoles santos.

De Cristo solaz,
sois cristos de paz
apóstoles santos.

Sois piedra frontal
del reino final,
apóstoles santos. Amén.

Salmodia (Tomada del común de apóstoles):

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. (T.P. Aleluya.)

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. (T.P. Aleluya.)

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones. (T.P. Aleluya.)

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones. (T.P. Aleluya.)

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. (T.P. Aleluya.)

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. (T.P. Aleluya.)

V. Contaron las alabanzas del Señor y su poder. (T.P. Aleluya.)

R. Y las maravillas que realizó. (T.P. Aleluya.)

Primera lectura: (Tomada del común de apóstoles para el tiempo pascual):
Hechos de los Apóstoles 5, 12-32.

Los apóstoles en los comienzos de la Iglesia.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.

Entonces el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles:

«Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida».

Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la cárcel, y volvieron a informar, diciendo:

«Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».

Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando:

«Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo».

Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease. Una vez conducidos, les hicieron comparecer ante el Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo:

«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen».

Responsorio: Hechos Apóstoles 4, 33. 31.

R. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor; * Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. (T.P. Aleluya.)

V. Llenos del Espíritu Santo, anunciaban con valentía la palabra de Dios. * Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. (T.P. Aleluya.)

Segunda lectura:
De las homilías de san Juan Crisóstomo, sobre el libro de los Hechos de los apóstoles: 3, 1. 2. 3.

Muéstranos, Señor, a cuál has elegido.

Uno de aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de los hermanos y dijo. Pedro, a quien se había encomendado el rebaño de Cristo, es el primero en hablar, llevado de su fervor y de su primacía dentro del grupo: Hermanos, tenemos que elegir de entre nosotros. Acepta el parecer de los reunidos, y al mismo tiempo honra a los que son elegidos, e impide la envidia que se podía insinuar.

¿No tenía Pedro facultad para elegir a quienes quisiera? La tenía, sin duda, pero se abstiene de usarla, para no dar la impresión de que obra por favoritismo. Por otra parte, Pedro aún no había recibido el Espíritu Santo. Propusieron —dice el texto sagrado— dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. No es Pedro quien propone los candidatos, sino todos los asistentes. Lo que sí hace Pedro es recordar la profecía, dando a entender que la elección no es cosa suya. Su oficio es el de intérprete, no el de quien impone un precepto.

Hace falta, por tanto, que uno de los que nos acompañaron. Fijaos qué interés tiene en que los candidatos sean testigos oculares, aunque aún no hubiera venido el Espíritu.

Uno de los que nos acompañaron —precisa— mientras convivió con nosotros el Señor Jesús. Se refiere a los que han convivido con él, y no a los que sólo han sido discípulos suyos. Es sabido, en efecto, que eran muchos los que lo seguían desde el principio. Y, así, vemos que dice el Evangelio: Era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús.

Y prosigue: Mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba. Con razón señala este punto de partida, ya que los hechos anteriores nadie los conocía por experiencia, sino que los enseñó el Espíritu Santo.

Luego continúa diciendo: Hasta el día de su ascensión, y: Como testigo de la resurrección de Jesús. No dice: «Testigo de las demás cosas», sino: Testigo de la resurrección de Jesús. Pues merecía mayor fe quien podía decir: «El que comía, bebía y fue crucificado, este mismo ha resucitado». No era necesario ser testigo del período anterior ni del siguiente, ni de los milagros, sino sólo de la resurrección. Pues aquellos otros hechos habían sido públicos y manifiestos; en cambio, la resurrección se había verificado en secreto y sólo estos testigos la conocían.

Todos rezan, diciendo: Señor, tú penetras el corazón de todos, muéstranos. «Tú, no nosotros». Llaman con razón al que penetra todos los corazones, pues él solo era quien había de hacer la elección. Le exponen su petición con toda confianza, dada la necesidad de la elección. No dicen: «Elige», sino muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios. Echaron suertes. No se creían dignos de hacer por sí mismos la elección, y por eso prefieren atenerse a una señal.

Responsorio: Hechos Apóstoles 1, 24-25. 26.

R. Señor, tú penetras el corazón de todos; * Muéstranos a cuál de los dos has elegido para este ministerio apostólico. (T.P. Aleluya.)

V. Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles. * Muéstranos a cuál de los dos has elegido para este ministerio apostólico. (T.P. Aleluya.)

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que agregaste a san Matías al colegio de los apóstoles, concede, por su ayuda, a quienes nos alegramos en la suerte de tu predilección, ser contados entre tus elegidos. Por nuestro Señor Jesucristo.


15 de mayo.

San Isidro, labrador. Memoria obligatoria.

A finales del siglo XI nace san Isidro en Madrid, en cuya parroquia de San Andrés fue bautizado. Contrajo matrimonio en Torrelaguna con María de la Cabeza. Trabajó como jornalero agricultor. Murió muy anciano. La tradición popular conservó la memoria de su espíritu de oración y de generosidad con los necesitados. Es patrono del campo español. Fue canonizado por Gregorio XV el año 1622. Su cuerpo se conserva incorrupto en la catedral de Madrid.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín: Sermón Morin 11 sobre las Bienaventuranzas.

Sembrad siempre buenas obras.

Sed ricos en buenas obras, dice el Señor. Éstas son las riquezas que debéis ostentar, que debéis sembrar. Éstas son las obras a las que se refiere el Apóstol, cuando dice que no debemos cansarnos de hacer el bien, pues a su debido tiempo recogeremos. Sembrad, aunque no veáis todavía lo que habéis de recoger. Tened fe y seguid sembrando. ¿Acaso el labrador, cuando siembra, contempla ya la cosecha? El trigo de tantos sudores, guardado en el granero, lo saca y lo siembra. Confía sus granos a la tierra. Y vosotros, ¿no confiáis vuestras obras al que hizo el cielo y la tierra?

Fijaos en los que tienen hambre, en los que están desnudos, en los necesitados de todo, en los peregrinos, en los que están presos. Todos éstos serán los que os ayudarán a sembrar vuestras obras en el cielo… La cabeza, Cristo, está en el cielo, pero tiene en la tierra sus miembros. Que el miembro de Cristo dé al miembro de Cristo; que el que tiene dé al que necesita. Miembro eres tú de Cristo y tienes que dar, miembro es él de Cristo y tiene que recibir. Los dos vais por el mismo camino, ambos sois compañeros de ruta. El pobre camina agobiado; tú, rico, vas cargado. Dale parte de tu carga. Dale, al que necesita, parte de lo que a ti te pesa. Tú te alivias y a tu compañero le ayudas.

Responsorio: Isaías 58, 7; Santiago 1, 27.

R. Esto te pide el Señor: * Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. (T.P. Aleluya.)

V. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: * Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Señor, Dios nuestro, que en la humildad y sencillez de san Isidro, labrador, nos dejaste un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo, concédenos que el trabajo de cada día humanice nuestro mundo y sea al mismo tiempo plegaria de alabanza a tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.


17 de mayo.

San Pascual Bailón, religioso. Memoria libre.

San Pascual nace el año 1540 en Torrehermosa, perteneciente al reino de Aragón, donde ejerce el humilde oficio de pastor. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores, y sobresalió por su devoción a la Virgen y por su amor a la eucaristía. Murió en Villarreal de los Infantes, cerca de Valencia, el 17 de mayo de 1592. Fue canonizado por Alejandro VIII en 1690. León XIII lo nombró patrono de las Asociaciones y Congresos eucarísticos por el breve apostólico Providentissimus, de 28 de noviembre de 1897.

Segunda lectura:
Del breve apostólico Providentissimus, del papa León XIII 28 de noviembre de 1897).

La eucaristía, vínculo de paz y de unidad.

Para animar a los católicos a profesar valientemente su fe y a practicar las virtudes cristianas, ningún medio es más eficaz que el que consiste en alimentar y aumentar la piedad del pueblo hacia aquella admirable prenda de amor, vínculo de paz y de unidad, que es el sacramento de la eucaristía.

Ahora bien, entre aquellos cuya piedad para con este sublime misterio de la fe se manifestó con más vívido fervor, Pascual Bailón ocupa el primer lugar. Dotado por naturaleza de muy delicada afición a las cosas celestiales, después de haber pasado santamente la juventud en la guarda de su rebaño, abrazó una vida más severa en la Orden de Frailes Menores de la estricta observancia, y mereció por sus meditaciones sobre el convite eucarístico adquirir la ciencia relativa a él; hasta el punto de que aquel hombre, desprovisto de nociones y aptitudes literarias, resultó capaz de responder a preguntas sobre las más difíciles materias de fe, y hasta de escribir libros piadosos. Pública y abiertamente profesó la verdad de la eucaristía entre los herejes y, por ello, tuvo que pasar por graves pruebas. Émulo del mártir Tarsicio, fue varias veces amenazado con la muerte.

Creemos, pues, que las asociaciones eucarísticas no pueden ser confiadas a mejor patronazgo. Llenos de confianza, hacemos votos por que los ejemplos de este santo den por fruto el aumento de aquellos que, en el pueblo cristiano, dirigen cada día su celo, sus intenciones y su amor a Cristo Salvador, principio el más alto y el más augusto de toda salvación.

Responsorio: Cf. Juan 6, 51-52.

R. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor. * El que coma de este pan vivirá para siempre. (T.P. Aleluya.)

V. El santo varón Pascual, pobre y sencillo, muerto para este mundo, vive glorioso en el cielo. * El que coma de este pan vivirá para siempre. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que otorgaste a san Pascual Bailón un amor extraordinario a los misterios del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo, concédenos la gracia de alcanzar las riquezas divinas que él recibió en este sagrado banquete que preparas a tus hijos. Por nuestro Señor Jesucristo.


18 de mayo.

San Juan I, Papa y mártir. Memoria libre.

Nació en Toscana, y fue elegido papa el año 523. Enviado como legado de Teodorico a Justino, emperador de Constantinopla, fue detenido a su vuelta y encarcelado. Su gestión no había sido del agrado del monarca. Murió en Ravena el 526.

Segunda lectura:
De las cartas de san Juan de Ávila, presbítero: Carta 58, a unos amigos suyos.

Porque la vida de Jesucristo sea manifiesta en nosotros.

Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda nuestra tribulación, de manera que podamos nosotros consolar a los que en toda angustia están; y esto por la consolación, con la cual Dios nos consuela. Porque, así como las tribulaciones de Cristo abundan en nosotros, así por Cristo es abundante nuestra consolación.

Palabras son éstas del apóstol san Pablo. Tres veces fue azotado con varas, y cinco con azotes, y una vez apedreado hasta que fue dejado por muerto, y perseguido de todo linaje de hombres, y atormentado con todo género de trabajos y penas, y esto no pocas veces; mas como él en otra parte dice: Nosotros siempre somos traídos a la muerte por amor de Jesucristo, porque la vida de Jesucristo sea manifiesta en nosotros.

Y, con todas estas tribulaciones, no sólo no murmura ni se queja de Dios, como los flacos suelen hacer; no se entristece, como los amadores de su honra o regalo; no importuna a Dios que se las quite, como los que no le conocen, y por eso no las quieren por compañeras; no las tiene por pequeña merced, como los que las desean poco, mas, toda la ignorancia y flaqueza dejada atrás, bendice en ellas y da gracias por ellas al Dador de ellas, como por una señalada merced, teniéndose por dichoso de padecer algo por la honra de aquel que sufrió tantas deshonras por sacarnos de la deshonra en que estábamos sirviendo a la vileza de los pecados, y nos hermoseó y honró con su espíritu y adopción de hijos de Dios, y nos dio arra y prenda de gozar en el cielo de él y por él.

¡Oh hermanos míos, muy mucho amados! Dios quiere abrir vuestros ojos para considerar cuántas mercedes nos hace en lo que el mundo piensa que son disfavores, y cuán honrados somos en ser deshonrados por buscar la honra de Dios, y cuán alta honra nos está guardada por el abatimiento presente, y cuán blandos, amorosos y dulces brazos nos tiene Dios abiertos para recibir a los heridos en la guerra por él, que, sin duda, exceden sin comparación en placer a toda hiel que los trabajos aquí puedan dar. Y, si algún seso hay en nosotros, mucho deseo tenemos de estos abrazos; porque, ¿quién no desea al que todo es amable y deseable, sino quien no sabe qué cosa es desear?

Pues tened por cierto que si aquellas fiestas os agradan y las deseáis ver y gozar, que no hay otro más seguro camino que el padecer. Ésta es la senda por donde fue Cristo y todos los suyos, que él llama estrecha; empero lleva a la vida; y nos dejó esta enseñanza, que si quisiéramos ir donde está él, que fuésemos por el camino por donde fue él; porque no es razón que, yendo el Hijo de Dios por camino de deshonras, vayan los hijos de los hombres por camino de honras, pues que no es mejor el discípulo que el Maestro, ni el esclavo que el Señor.

Ni plega a Dios que nuestra ánima en otra parte descanse, ni otra vida en este mundo escoja, sino trabajar en la cruz del Señor. Aunque no sé si digo bien en llamar trabajos a los de la cruz, porque a mí me parece que son descansos en cama florida y llena de rosas.

Responsorio: 2a Corintios 4, 11. 16.

R. Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; * Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. (T.P. Aleluya.)

V. Aunque nuestro hombre exterior se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. * Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, recompensa de las almas fieles, que has consagrado este día con el martirio del papa san Juan, escucha las oraciones de tu pueblo y concédenos imitar la constancia en la fe de aquel cuyos méritos celebramos. Por nuestro Señor Jesucristo.


20 de mayo.

San Bernardino de Siena, presbítero. Memoria libre.

Nacido en Massa Marittima, territorio de Siena, el año 1380, entró en la Orden de los Frailes Menores, se ordenó sacerdote y desplegó por toda Italia una gran actividad como predicador, con notables frutos. Propagó la devoción al santísimo nombre de Jesús. Tuvo un papel importante en la promoción intelectual y espiritual de su Orden; escribió, además, algunos tratados de teología. Murió el año 1444.

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardino de Siena, presbítero. Sermón 49, Sobre el glorioso nombre de Jesucristo, cap. 5.

El nombre de Jesús, luz de los predicadores.

El nombre de Jesús es la luz de los predicadores, pues es su resplandor el que hace anunciar y oír su palabra. ¿Por qué crees que se extendió tan rápidamente y con tanta fuerza la fe por el mundo entero, sino por la predicación del nombre de Jesús? ¿No ha sido por esta luz y por el gusto de este nombre como nos llamó Dios a su luz maravillosa? Iluminados todos y viendo ya la luz en esta luz, puede decirnos el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor; caminad como hijos de la luz.

Es preciso predicar este nombre para que resplandezca y no quede oculto. Pero no debe ser predicado con el corazón impuro o la boca manchada, sino que hay que guardarlo y exponerlo en un vaso elegido.

Por esto dice el Señor, refiriéndose al Apóstol: Ese hombre es un vaso elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos, reyes, y a los israelitas. Un vaso —dice— elegido por mí, como aquellos vasos elegidos en que se expone a la venta una bebida de agradable sabor, para que el brillo y esplendor del recipiente invite a beber de ella; para dar a conocer —dice— mi nombre.

Pues igual que con el fuego se limpian los campos, se consumen los hierbajos, las zarzas y las espinas inútiles, e igual también que cuando sale el sol y, disipadas las tinieblas, huyen los ladrones, los atracadores y los que andan errantes por la noche, así también cuando hablaba Pablo a la gente era como el fragor de un trueno, o como un incendio crepitante, o como el sol que de pronto brilla con más claridad, y consumía la incredulidad, lucía la verdad y desaparecía el error como la cera que se derrite en el fuego.

Pablo hablaba del nombre de Jesús en sus cartas, en sus milagros y ejemplos. Alababa y bendecía el nombre de Jesús.

El Apóstol llevaba este nombre, como una luz, a pueblos, reyes y a los israelitas, y con él iluminaba las naciones, proclamando por doquier aquellas palabras: La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Mostraba a todos la lámpara que arde y que ilumina sobre el candelero, anunciando en todo lugar a Jesús, y éste crucificado.

Por eso la Iglesia, esposa de Cristo, basándose en su testimonio, salta de júbilo con el Profeta, diciendo: Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas, es decir, siempre. El Profeta exhorta igualmente en este sentido: Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su salvación, es decir, Jesús, el Salvador que él ha enviado.

Responsorio: Eclesiástico 51, 11; Salmo 9, 3.

R. Alabaré siempre tu nombre, * Lo ensalzaré con acciones de gracias. (T.P. Aleluya.)

V. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. * Lo ensalzaré con acciones de gracias. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que has otorgado al presbítero san Bernardino de Siena un amor admirable al santo Nombre de Jesús, concédenos, por sus méritos y oraciones, que nos inflame siempre el espíritu de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de mayo.

San Cristóbal Magallanes, presbítero, y compañeros mártires. Memoria libre.

San Cristóbal nació en San Rafael Totatiche (México), el año 1869. Al irrumpir la persecución contra la Iglesia Católica, junto a otros veinticuatro presbíteros y fieles laicos a los que está unido de diversos lugares de México y de distintas edades, padeció el martirio en el año 1927, confesando, como sus compañeros, a Cristo Rey ante el odio contra el nombre cristiano.

Segunda lectura:
De los sermones de san Cesáreo de Arlés, obispo, 225, 1-2.

El que dé testimonio de la verdad será mártir de Cristo.

Queridísimos hermanos, cada vez que celebramos las fiestas de los mártires debemos pensar que militamos bajo el mismo Rey bajo el que también ellos merecieron luchar y vencer. Debemos pensar que hemos sido salvados por el mismo Bautismo por el que ellos también fueron salvados, que gozamos y somos fortalecidos con los mismos sacramentos que ellos merecieron recibir, que llevamos en la frente el sello del Emperador que ellos también llevaron felizmente.

Por ello, cada vez que celebramos el aniversario de los Santos mártires, los bienaventurados mártires deben reconocer en nosotros algo de sus virtudes, para que les agrade suplicar para nosotros la misericordia de Dios. En efecto, todos aman lo que les es semejante. Por tanto, si lo semejante se une a lo semejante, lo desemejante se aleja mucho. Nuestro particular bienaventurado, cuya festividad deseamos celebrar con gozo, fue sobrio, ¿cómo se le podrá unir el que se da a la bebida? ¿Qué unión puede tener el humilde con el soberbio, el generoso con el envidioso, el espléndido con el avaro, el pacífico con el iracundo? El bienaventurado mártir fue, sin duda, casto: ¿cómo podrá unirse al adúltero? Queridísimos hermanos, si los gloriosos mártires repartieron lo suyo con los pobres, ¿cómo podrán ser amigos de los que roban lo ajeno? Los santos mártires se afanaban en amar a los enemigos, ¿cómo tendrán parte con los que, a veces, ni siquiera se esfuerzan en el amor recíproco entre amigos? Queridísimos hermanos, no nos contraríe imitar, en la medida de nuestras fuerzas, a los santos mártires para que, por sus méritos y oraciones, merezcamos ser absueltos de todos los pecados.

Alguno dirá: ¿Quién puede imitar a los santos mártires? Con la ayuda de Dios podemos y debemos imitarlos en muchas cosas, si no en todo.

¿No puedes soportar el fuego? Puedes evitar la lujuria. ¿No puedes soportar la pezuña desgarradora? Rechaza la avaricia que conduce a negocios perversos y a ganancias malvadas. Si te vence lo fácil, ¿cómo no te destrozará lo difícil? La paz tiene también sus mártires: pues, en buena medida, participa del martirio el que vence a la ira, el que rehúye la envidia como si fuera un veneno viperino, el que rechaza la soberbia, el que expulsa del corazón el odio, el que refrena los deseos superfluos de la gula, el que no se entrega a la embriaguez.

Cada vez y en cualquier lugar que trabajes por una causa justa, si das testimonio de ella, serás mártir. Puesto que Cristo es la justicia y la verdad, en cualquier lugar donde trabajes por la justicia o por la verdad o por la castidad, si las defiendes con todas tus fuerzas, recibirás la recompensa de los mártires.

Y como la palabra mártir significa testigo, quien da testimonio en favor de la verdad será indudablemente mártir de Cristo, que es la verdad.

Responsorio: Filipenses 1, 21; Gálatas 6, 14.

R. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. * Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. (T.P. Aleluya.)

V. En la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. * Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que a san Cristóbal de Magallanes, presbítero, y a sus compañeros los hiciste fieles a Cristo Rey hasta el martirio, concédenos, por su intercesión, que, perseverando en la confesión de la fe verdadera, podamos adherirnos siempre a los mandatos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


22 de mayo.

Santa Joaquina Vedruna, religiosa. Memoria libre.

Joaquina Vedruna y de Mas nació en Barcelona el año 1783. Como esposa y madre fue modelo de abnegación, prudencia y delicadeza. En el año 1826 fundó el Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, dedicado al cuidado de los enfermos y a la educación de las jóvenes. Murió en Barcelona en 1854 y fue canonizada por Juan XXIII en 1959.

Segunda lectura:
Elogio de santa Joaquina de Vedruna, religiosa.

El amor lo puede todo.

Joaquina de Vedruna puede presentarse como modelo para la mujer en todos los estados de la vida. Como dijo el papa Juan veintitrés en la homilía de canonización, «conquistada por el amor de Dios y del prójimo, vivió heroicamente el Evangelio en todos los estados posibles a una mujer, hasta fundar una familia religiosa que encuentra en la caridad su única razón de ser». Fue madre de nueve hijos. Al quedarse viuda, crea el Instituto de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, convirtiéndose así en madre y bienhechora de innumerables necesitados. Fue obsesión de toda su vida hacer la voluntad de Dios.

Como pequeña muestra del espíritu sobrenatural que animaba su vida, he aquí unos retazos tomados de sus cartas:

«Amemos a Dios sin cesar. Solamente el Señor, creador de cielo y tierra, ha de ser nuestro descanso y consuelo. Amor, y amor que nunca dice basta. Cuanto más amemos a Dios, más le querremos amar… Pongamos nuestro espíritu en Dios, quien todo lo puede, y emprenderemos lo que él quiera. Con Jesús y teniendo a Jesús, todo sobra. El Espíritu de Jesucristo no quiere sino practicar la caridad, la humildad y vivir en pobreza. Sí, avivemos la fe, tengamos confianza, practiquemos la caridad y alcanzaremos la bendición de la Santísima Trinidad. Pidamos a nuestra Madre, la Virgen Santísima, que, con su protección, ella nos guíe».

En fin, la propia santa Joaquina de Vedruna redactó la fórmula de su profesión religiosa, en la que quiso sintetizar los ideales de su vida consagrada:

«Prometo entregarme en todo a la más fervorosa caridad con los enfermos y a la cuidadosa instrucción de las jóvenes».

Responsorio: 1a Corintios 13, 4. 6. 2.

R. El amor es paciente, afable; no tiene envidia. * El amor no se alegra de la injusticia. (T.P. Aleluya.)

V. Si no tengo amor, no soy nada. * El amor no se alegra de la injusticia. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Señor, tú que has hecho surgir en la Iglesia a santa Joaquina Vedruna para la educación cristiana de la juventud y el alivio de los enfermos, haz que sepamos imitar sus ejemplos y dediquemos nuestra vida a servir con amor a nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.


22 de mayo.

Santa Rita de Casia, religiosa. Memoria libre.

Resplandeció en Umbría, en el siglo XV. Casada con un hombre violento, soportó pacientemente sus crueldades logrando reconciliarlo con Dios. Después, privada de marido e hijos, ingresó como religiosa en un monasterio de la Orden de San Agustín. Dando a todos un sublime ejemplo de paciencia y compunción, murió antes del año 1457.

Segunda lectura:
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el Evangelio de san Juan: Tratado 81, 4.

Las palabras de Jesucristo permanecen en nosotros.

Jesucristo dice: Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y os sucederá. Si permanecen en Cristo, ¿qué pueden querer sino lo que conviene a Cristo? Si permanecen en el Salvador, ¿qué pueden querer sino lo que no es ajeno a la salvación? Unas cosas las queremos porque estamos en Cristo, y otras cosas las queremos porque todavía estamos en este mundo. Por permanecer en este mundo, algunas veces se nos desliza la petición de algo cuya inconveniencia desconocemos. Pero no sucede esto en nosotros si permanecemos en Cristo que, cuando le pedimos, no hace sino lo que nos conviene.

Así, pues, permaneciendo en Él cuando sus palabras permanecen en nosotros, pediremos lo que queramos y nos sucederá. Porque si lo pedimos y no sucede, no hemos pedido lo que permanece en Él ni lo que encierran sus palabras que permanecen en nosotros, sino que encierran la pasión y la debilidad de la carne que no está en Él y en la que no permanecen sus palabras.

Con sus palabras concuerda la oración que Él mismo nos enseñó y en la que decimos: Padre nuestro que estás en los cielos. En nuestras peticiones no nos apartemos de las palabras y el sentido de esta oración, y lo que pidamos sucederá.

Sólo entonces, cuando hagamos lo que mandó y amemos lo que prometió, se debe decir que sus palabras permanecen en nosotros; cuando sus palabras permanecen en la memoria pero no se encuentran en la manera de vivir, el sarmiento no cuenta para la vid, porque no recibe la vida de la raíz. A esta diferencia se puede aplicar lo que se dice en la Escritura: En la memoria guardan sus mandamientos para cumplirlos. Muchos los guardan en la memoria para despreciarlos o incluso para ridiculizarlos y atacarlos. Las palabras de Cristo no permanecen en quienes de algún modo tienen contacto con ellas, pero no están adheridos a ellas; por lo tanto, no les resultarán beneficiosas, sino que serán usadas como testimonio en su contra. Y porque están en ellos de modo tal que no permanecen en ellos, las tienen para ser condenados por ellas.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 4, 1. 7ac.

R. Guarda tu pie cuando entres en la casa de Dios. * Y acércate para escucharlo. (T.P. Aleluya.)

V. La obediencia es mejor que las víctimas de los necios. * Y acércate para escucharlo. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Te pedimos, Señor, nos concedas la sabiduría de la cruz y la fortaleza con las que te dignaste enriquecer a santa Rita de Casia, para que, padeciendo con Cristo en la tribulación, podamos participar más íntimamente en su Misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo.


25 de mayo.

San Beda el Venerable, presbítero y doctor. Memoria libre.

Nació junto al monasterio de Wearmouth el año 673. Fue educado por san Benito Biscop, ingresó en dicho monasterio y, ordenado sacerdote, ejerció el ministerio de la enseñanza y la actividad literaria. Escribió obras teológicas e históricas de gran erudición, que recogen muchas de las tradiciones de los santos Padres, así como notables tratados exegéticos. Murió el año 735.

Segunda lectura:
De la carta de Cutberto, sobre la muerte de san Beda el Venerable.

Deseo ver a Cristo.

El martes, antes de la fiesta de la Ascensión, la enfermedad de Beda se agravó; su respiración era fatigosa y los pies se le hinchaban. Sin embargo, durante todo aquel día siguió sus lecciones y el dictado de sus escritos con ánimo alegre. Dijo, entre otras cosas:

«Aprended de prisa porque no sé cuánto tiempo viviré aún, ni si el Creador me llevará consigo en seguida».

Nosotros teníamos la impresión de que tenía noticia clara de su muerte; prueba de ello es que se pasó toda la noche velando y en acción de gracias.

Al amanecer del miércoles, nos mandó que escribiéramos lo que teníamos comenzado; lo hicimos hasta la hora de Tercia. A la hora de Tercia tuvimos la procesión con las reliquias de los santos, como es costumbre ese día. Uno de los nuestros, que estaba con Beda, le dijo:

«Maestro, falta aún un capítulo del libro que últimamente dictabas; ¿te resultaría muy difícil seguir contestando a nuestras preguntas?».

A lo que respondió:

«No hay dificultad. Toma la pluma y ponte a escribir en seguida».

Así lo hizo él. Pero a la hora de Nona me dijo:

«Tengo en mi baúl unos cuantos objetos de cierto valor, a saber, pimienta, pañuelos e incienso; ve corriendo y avisa a los presbíteros del monasterio para repartir entre ellos estos regalos que Dios me ha hecho».

Ellos vinieron, y Beda les dirigió la palabra, rogando a todos y cada uno que celebraran misas por él y recitaran oraciones por su alma, lo que prometieron todos de buena gana.

Se les caían las lágrimas, sobre todo cuando Beda dijo que ya no verían por más tiempo su rostro en este mundo. Pero se alegraron cuando dijo:

«Hora es ya de que vuelva a mi Creador (si así le agrada), a quien me creó cuando yo no era y me formó de la nada. He vivido mucho tiempo, y el piadoso juez ha tenido especial providencia de mi vida; es inminente el momento de mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo; mi alma desea ver en todo su esplendor a mi rey, Cristo».

Y dijo más cosas edificantes, continuando con su alegría de siempre hasta el atardecer.

Wiberto, de quien ya hemos hablado, se atrevió aún a decirle:

«Querido maestro, queda aún por escribir una frase».

Contestó Beda:

«Pues escribe en seguida».

Al poco tiempo dijo el muchacho:

«Ya está».

Y Beda contestó de nuevo:

«Bien dices, está cumplido. Ahora haz el favor de colocarme la cabeza de manera que pueda sentarme mirando a la capilla en que solía orar; pues también ahora quiero invocar a mi Padre».

Y así, tendido sobre el suelo de su celda, comenzó a recitar:

«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Al nombrar al Espíritu Santo exhaló el último suspiro, y, sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas.

Responsorio: Cf. Mateo 5, 19.

R. Pasando el tiempo de mi vida en la celda de un monasterio, puse todo mi afán en meditar las Escrituras; entre la observancia de la regla disciplinar y la preocupación diaria de cantar en la Iglesia. * Yo tuve como tarea agradable el aprender, enseñar o escribir. (T.P. Aleluya.)

V. Quien cumpla los preceptos y los enseñe será grande en el reino de los cielos. * Yo tuve como tarea agradable el aprender, enseñar o escribir. (T.P. Aleluya.)

Oración.

Oh, Dios, que has iluminado a tu Iglesia con la sabiduría de san Beda, presbítero, concede, en tu bondad, a tus siervos ser iluminados siempre por su sabiduría y ayudados por sus méritos. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 25 de mayo.

San Gregorio VII, Papa. Memoria libre.

Hildebrando nació en Toscana hacia el año 1028. Se educó en Roma y abrazó la vida monástica; fue varias veces legado de los papas en la obra de reforma eclesiástica, que él mismo hubo de proseguir con gran denuedo al subir a la cátedra de Pedro en 1073, con el nombre de Gregorio VII. Su principal adversario fue el emperador Enrique IV. Murió desterrado en Salerno el año 1085.

Segunda lectura:
De las cartas de san Gregorio VII, Papa: Carta 64 extra Registrum.

Una Iglesia libre, casta y católica.

Os rogamos encarecidamente en el Señor Jesús, que nos redimió con su muerte, que procuréis enteraros del por qué y el cómo de las tribulaciones y sufrimientos que sufrimos de parte de los enemigos de la religión cristiana.

Desde que, por disposición divina, la santa madre Iglesia me elevó, a pesar de mi indignidad y —testigo me es Dios— contra mi voluntad, a la Sede Apostólica, he procurado por todos los medios que la santa Iglesia, esposa de Dios, señora y madre nuestra, vuelva a ser libre, casta y católica, como corresponde a su condición. Era de esperar que el antiguo enemigo, a la vista de estos planes armase contra nosotros a sus miembros para que fracasáramos.

Por eso se atrevió a hacernos, a nos y a la Sede Apostólica, un daño como no había hecho desde los tiempos de Constantino el Grande. No tiene nada de extraño, puesto que, cuanto más avanzan los tiempos, más se afana por extinguir la religión cristiana.

Y ahora, hermanos míos carísimos, escuchad con atención lo que os digo. Todos los que en el mundo entero llevan el nombre de cristianos y conocen verdaderamente la fe cristiana saben y creen que san Pedro, príncipe de los apóstoles, es el padre de todos los cristianos y el primer pastor después de Cristo, y que la santa Iglesia romana es madre y maestra de todas las Iglesias.

Si, pues, creéis esto y lo retenéis sin vacilar, os ruego y ordeno, como hermano e indigno maestro vuestro, por amor de Dios todopoderoso, que ayudéis y socorráis a los que, como hemos dicho, son padre y madre vuestros, si queréis obtener el perdón de los pecados y conseguir bendición y gracia en este siglo y en el venidero.

El Dios omnipotente, de quien procede todo bien, ilumine siempre vuestra mente y la fecunde con su amor y el del prójimo, de modo que los que hemos llamado padre y madre vuestros vengan a ser vuestros deudores y lleguéis a su compañía sin temor. Amén.

Responsorio: Eclesiástico 45, 3; Salmo 77, 70. 71.

R. El Señor lo mostró poderoso ante el rey, lo mandó a su pueblo * Y le mostró su gloria. (T.P. Aleluya.)

V. El Señor escogió a su siervo, para pastorear a Israel, su heredad. * Y le mostró su gloria. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Señor, te pedimos que concedas a tu Iglesia el espíritu de fortaleza y el celo por la justicia con que has esclarecido al papa san Gregorio, para que, rechazando la iniquidad, realice con libertad y amor lo que es justo. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 25 de mayo.

Santa María Magdalena de Pazzi, virgen. Memoria libre.

Nació en Florencia el año 1566; educada en la piedad y admitida en la Orden carmelitana, llevó una vida oculta de oración y de abnegación, pidiendo constantemente por la reforma de la Iglesia. Además, dirigió por el camino de la perfección a muchas de sus hermanas de religión. Dios la enriqueció con múltiples dones y murió el año 1607.

Segunda lectura:
Del libro de las revelaciones y del libro de la prueba, de santa María Magdalena de Pazzi, virgen. Manuscritos III, 186. 264; IV, 716.

Ven, Espíritu Santo.

Realmente eres admirable, Verbo de Dios, haciendo que el Espíritu Santo te infunda en el alma de tal modo que ésta se una con Dios, le guste y no halle su consuelo más que en él.

El Espíritu Santo viene al alma, sellado con el sello de la sangre del Verbo o Cordero inmolado; más aún, la misma sangre le incita a venir, aunque el propio Espíritu se pone en movimiento y tiene ya ese deseo.

Este Espíritu, que se pone en movimiento y es consustancial al Padre y al Verbo, sale de la esencia del Padre y del beneplácito del Verbo, y viene al alma como una fuente en que ésta se sumerge. A la manera que dos ríos confluyen y se entremezclan y el más pequeño pierde su propio nombre y asume el del más grande, también actúa así este divino Espíritu al venir al alma y hacerse una sola cosa con ella. Pero, para ello, es necesario que el alma, que es la más pequeña, pierda su nombre, dejándolo al Espíritu; esto lo conseguirá si se transforma en el Espíritu hasta hacerse una sola cosa con él.

Este Espíritu, además, dispensador de los tesoros del seno del Padre y custodio de los designios del Padre y el Hijo, se infunde en el ánimo con tal suavidad que su irrupción resulta imperceptible, y pocos estiman su valor.

Con su peso y su ligereza se traslada a todos aquellos lugares que encuentra dispuestos a recibirle. Se le escucha en su habla abundante y en su gran silencio; penetra en todos los corazones por el ímpetu del amor, inmóvil y movilísimo al mismo tiempo.

No te quedas, Espíritu Santo, en el Padre inmóvil y en el Verbo y, sin embargo, permaneces siempre en el Padre y en el Verbo, en ti mismo y en todos los espíritus bienaventurados, y en todas las criaturas. Eres necesario a la criatura por razón de la sangre del Verbo unigénito, quien, debido a la vehemencia de su amor, se hizo necesario a sus criaturas. Descansas en las criaturas que se disponen a recibir con pureza la comunicación de tus dones y tu propia semejanza. Descansas en aquellos que reciben los efectos de la sangre del Verbo y se hacen digna morada tuya.

Ven, Espíritu Santo. Que venga la unión del Padre, el beneplácito del Verbo. Tú, Espíritu de la verdad, eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los amantes, la hartura de los hambrientos, el consuelo de los peregrinos; eres, por fin, aquel en el que se contienen todos los tesoros.

Ven, tú, el que, descendiendo sobre María, hiciste que el Verbo tomara carne; realiza en nosotros por la gracia lo mismo que realizaste en ella por la gracia y la naturaleza.

Ven, tú, alimento de los pensamientos castos, fuente de toda misericordia, cúmulo de toda pureza.

Ven, y llévate de nosotros todo aquello que nos impide el ser llevados por ti.

Responsorio: 1a Corintios 2, 9-10.

R. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar * Lo que Dios ha preparado para los que lo aman. (T.P. Aleluya.)

V. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. * Lo que Dios ha preparado para los que lo aman. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, amante de la virginidad, que has enriquecido con gracias celestiales a santa María Magdalena de Pazzi, virgen, abrasada en tu amor, concede, a cuantos hoy la veneramos, imitar los ejemplos de su pureza y caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.


26 de mayo.

San Felipe Neri, presbítero. Memoria obligatoria.

Nació en Florencia el año 1515; marchó a Roma y se dedicó al cuidado de los jóvenes; destacó en el camino de la perfección cristiana y fundó una asociación para atender a los pobres. Ordenado sacerdote en 1551, fundó la Congregación del Oratorio, en la que se cultivaba especialmente la lectura espiritual, el canto y las obras de caridad. Brilló por sus obras de caridad con el prójimo, por su sencillez y su alegría. Murió el año 1595.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo; Sermón 171, 1-3. 5.

Estad siempre alegres en el Señor.

El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.

Que el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo en el mundo. El gozo en el Señor siempre debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando estamos en este mundo.

Pero alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me alegro allí donde estoy». ¿Pero es que por estar en el mundo no estás en el Señor? Escucha al apóstol Pablo cuando habla a los atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de Dios, Señor y creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. El que está en todas partes, ¿en dónde no está? ¿Acaso no nos exhortaba precisamente a esto? El Señor está cerca; nada os preocupe.

Gran cosa es ésta: el mismo que asciende sobre todos los cielos está cercano a quienes se encuentran en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo, sino aquel que por su benignidad se ha hecho próximo a nosotros?

Aquel hombre que cayó en manos de unos bandidos, que fue abandonado medio muerto, que fue desatendido por el sacerdote y el levita y que fue recogido, curado y atendido por un samaritano que iba de paso, representa a todo el género humano. Así, pues, como el Justo e Inmortal estuviese lejos de nosotros, los pecadores y mortales, bajó hasta nosotros para hacerse cercano quien estaba lejos.

No nos trata como merecen nuestros pecados, pues somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo unigénito murió por nosotros para no ser el único hijo. No quiso ser único quien, único, murió por todos. El Hijo único de Dios ha hecho muchos hijos de Dios. Compró a sus hermanos con su sangre, quiso ser reprobado para acoger a los réprobos, vendido para redimirnos, deshonrado para honrarnos, muerto para vivificarnos.

Por tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo: es decir, alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alegraos de tal forma que sea cual sea la situación en la que os encontréis, tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.

Responsorio: 2a Corintios 13, 11; Romanos 15, 13.

R. Hermanos, alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. * Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. (T.P. Aleluya.)

V. Que el Dios de la esperanza colme vuestra fe de alegría y de paz. * Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que no cesas de enaltecer a tus siervos con la gloria de la santidad, concédenos, por tu bondad, que el Espíritu Santo encienda en nosotros aquel mismo fuego que atravesó admirablemente el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo.


27 de mayo.

San Agustín de Cantorbery, obispo. Memoria libre.

Desde el monasterio romano de San Andrés, el año 597 fue enviado a Inglaterra por san Gregorio Magno, para predicar el Evangelio. Consagrado obispo de Cantorbery y con ayuda del rey Etelberto convirtió a muchos a la fe y fundó muchas iglesias, sobre todo, en el reino de Kent. Murió el 26 de mayo hacia el 605.

Segunda lectura:
De las cartas de san Gregorio Magno, Papa: Libro 9, 36.

Los ingleses han sido revestidos por la luz de la santa fe.

Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, porque el grano de trigo caído en tierra murió, para no reinar él solo en el cielo; por su muerte vivimos, su debilidad nos conforta, su pasión nos libera de la nuestra, su amor nos hace buscar en las Islas Británicas hermanos a quienes no conocemos, y su don nos hace encontrar a quienes buscábamos sin conocerlos.

¿Quién será capaz de relatar la alegría nacida en el corazón de todos los fieles al tener noticias de que los ingleses, por obra de la gracia de Dios y con tu colaboración, expulsadas las tinieblas de sus errores, han sido revestidos por la luz de la santa fe; de que con espíritu fidelísimo pisotean los ídolos a los que antes estaban sometidos por un temor tirano; de que con puro corazón se someten al Dios omnipotente; de que, abandonando sus malas acciones, siguen las normas de la predicación; de que se someten a los preceptos divinos y se eleva su inteligencia; de que se humillan en oración hasta la tierra para que su mente no quede en la tierra? ¿Quién ha podido realizar todo esto sino aquel que dijo: Mi Padre sigue actuando y yo también actúo?

Para demostrar que no es la sabiduría humana, sino su propio poder el que convierte al mundo, eligió Dios como predicadores suyos a hombres incultos, y lo mismo ha hecho en Inglaterra, realizando obras grandes por medio de instrumentos débiles. Ante este don divino hay, hermano carísimo, mucho de qué alegrarse y mucho de qué temer.

Sé bien que el Dios todopoderoso, por tu amor, ha realizado grandes milagros entre esta gente que ha querido hacerse suya. Por ello, es preciso que este don del cielo sea para ti al mismo tiempo causa de gozo en el temor y de temor en el gozo. De gozo, ciertamente, pues ves cómo el alma de los ingleses es atraída a la gracia interior por obra de los milagros exteriores; de temor, también, para que tu debilidad no caiga en el orgullo al ver los milagros que se producen, y no vaya a suceder que, mientras se te rinde un honor externo, la vanagloria te pierda en tu interior.

Debemos recordar que, cuando los discípulos regresaban gozosos de su misión y dijeron al Señor: Hasta los demonios se nos someten en tu nombre, él les contestó: No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.

Responsorio: Filipenses 3, 17; 4, 9; 1a Corintios 1, 10.

R. Hermanos, seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. * Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros. (T.P. Aleluya.)

V. Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo. * Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que por la predicación del obispo san Agustín de Canterbury llevaste a los pueblos de Inglaterra al Evangelio, te pedimos que los frutos de sus trabajos permanezcan en tu Iglesia con perenne fecundidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


29 mayo.

San Pablo VI, Papa. Memoria libre.

Juan Bautista Montini nació el 26 de septiembre de 1897 en Concesio, cerca de Brescia (Italia). Ordenado presbítero el 29 de mayo de 1920, prestó su servicio a la Sede Apostólica hasta que fue nombrado arzobispo de Milán. El 21 de junio de 1963 fue elegido para la cátedra de Pedro, y llevó a feliz término el Concilio Vaticano II, promovió la reforma de la vida de la Iglesia, especialmente la liturgia, el diálogo ecuménico y el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Entregó su espíritu a Dios el 6 de agosto de 1978.

Segunda lectura:
De las homilías de san Pablo VI, papa: (En la última sesión pública del Concilio Vaticano II, 7 de diciembre de
1965: AAS 58 [1966] 53. 55-56. 58-59).

Es necesario conocer al hombre para conocer a Dios.

Gracias a este Concilio, la concepción teológica y teocéntrica de la naturaleza humana y del hombre ha atraído sobre sí la atención de todos como desafiando a aquellos que piensan que es ajena y extraña a nuestro tiempo; y ha asumido pretensiones que ciertamente el mundo juzgará en un primer momento absurdas, pero que confiamos que después reconocerá como mucho más humanas, sabias y saludables: a saber, que Dios existe siempre, existe realmente, vive, es personal, es providente, es infinitamente bueno, no solo en sí, sino también infinitamente bueno para con nosotros; es nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felicidad; de modo que el hombre, cuando se esfuerza en fijar en Dios su corazón y su mente, en la contemplación realiza el acto espiritual que debe ser considerado como el más noble y perfecto de todos; un acto que también en nuestro tiempo puede y debe jerarquizar los innumerables campos de la actividad humana.

La Iglesia, reunida en Concilio, ha dirigido realmente su atención —además de hacia sí misma y la relación que la une con Dios— hacia el hombre, el hombre tal como se presenta actualmente: el hombre que vive; el hombre que está totalmente entregado a sí mismo; el hombre que no solo se considera el único centro de todo su interés, sino que se atreve a afirmar que él es el principio y razón de todas las cosas. Todo el hombre fenoménico —para utilizar una palabra reciente—, revestido de sus innumerables circunstancias, se ha presentado ante los Padres conciliares, también ellos hombres, todos pastores y hermanos, atentos y amorosos; el hombre que se queja con pasión de su trágico destino, el hombre que tanto ayer como hoy piensa que los otros son inferiores a él, y por ello es siempre frágil y falso, egoísta y feroz; el hombre descontento de sí, que ríe y que llora; el hombre versátil, dispuesto a representar cualquier papel; el hombre dedicado exclusivamente a la investigación científica; el hombre que, como tal, piensa, ama, trabaja, está siempre a la expectativa de algo, como aquel «hijo que florece»; un hombre que debe considerarse con cierta religión sagrada por la inocencia de su infancia, el misterio de su pobreza, la piedad a la que mueven sus debilidades; el hombre individualista y social; el hombre que «alaba al tiempo pasado al mismo tiempo que espera el futuro, soñando que será más feliz»; el hombre pecador y el hombre santo, y así sucesivamente. Aquel interés profano y laico de la humanidad se ha mostrado finalmente en su cruel magnitud y ha desafiado, por así decirlo, al Concilio. La religión, es decir, el culto a Dios que quiso hacerse hombre, y la religión —pues así debe ser considerada—, esto es, el culto al hombre que quiere hacerse Dios, se han encontrado. ¿Qué ha sucedido? ¿Una lucha, un choque, un anatema? Podía haberse dado, pero está claro que no sucedió así. Aquella antigua historia del buen samaritano ha sido el ejemplo y la norma según la cual se ha regido la espiritualidad de nuestro Concilio. Además, un amor inmenso a los hombres lo ha llenado totalmente. Las necesidades humanas conocidas y meditadas de nuevo, que son tanto más penosas cuanto más crece el hijo de la tierra, absorbieron toda la atención de este Sínodo nuestro. Vosotros, humanistas modernos que negáis las verdades que trascienden la naturaleza de las cosas, conceded al menos este mérito al Concilio y reconoced nuestro nuevo humanismo, pues también nosotros, nosotros más que nadie, somos cultivadores del hombre.

Siendo así las cosas, hay que afirmar, en verdad, que la religión católica y la vida humana están unidas entre sí por una alianza amiga y ambas persiguen al mismo tiempo un único bien ciertamente humano; es decir, la religión católica es para la humanidad y es, en cierto modo, la vida del género humano. Se debe decir la vida por la doctrina excelsa y totalmente perfecta que ella misma transmite sobre el hombre —¿no es el hombre, abandonado a sí mismo, un misterio para sí mismo?—; doctrina que transmite porque la extrae de la ciencia que tiene de Dios. Pues para conocer al hombre, al hombre verdadero, al hombre íntegro, es necesario conocer antes a Dios.

Y si recordamos todos los que estáis aquí presentes, que en el rostro de todo hombre, especialmente si se ha hecho transparente por las lágrimas y dolores, debemos reconocer el rostro de Cristo, el Hijo del hombre; y si en el rostro de Cristo debemos reconocer el rostro del Padre celestial, según aquello: «El que me ve, ve al Padre», nuestro modo de considerar las cosas humanas se transforma en cristianismo que está completamente vuelto hacia Dios como a su centro; tanto que podemos enunciar el hecho de esta manera: es necesario conocer al hombre para conocer a Dios.

Responsorio: Cf. Filipenses 4, 8.

R. Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable. * Tenedlo en cuenta. (T.P. Aleluya.)

V. Todo lo que es virtud o mérito. * Tenedlo en cuenta. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que confiaste el cuidado de tu Iglesia al papa san Pablo, apóstol valiente del Evangelio de tu Hijo, concédenos que, iluminados por sus enseñanzas, podamos colaborar contigo para extender en el mundo la civilización del amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


30 de mayo.

San Fernando. Memoria libre.

Fernando III el Santo nació el año 1198 en el reino leonés, probablemente cerca de Valparaíso (Zamora) y murió en Sevilla el 30 de mayo de 1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió definitivamente las coronas de ambos reinos. Iniciado el proceso de canonización y probado el culto inmemorial, fue elevado a la gloria de los altares el 4 de febrero de 1671. Es patrono de varias instituciones españolas. También los cautivos, desvalidos y gobernantes le invocan como su especial protector.

Segunda lectura:
Elogio de san Fernando.

El poder temporal puesto al servicio de Dios y de la Iglesia.

Fernando tercero, además de conquistador victorioso, fue gobernante modelo. Fomentó la restauración religiosa de España, en estrecha unión con el papa y con la jerarquía eclesiástica española. Con celo incansable promovió la organización de las sedes de Baeza-Jaén, Córdoba, Sevilla, Badajoz y Mérida. El aspecto más conocido y sobresaliente de su reinado es la Reconquista, que quedó virtualmente terminada en su tiempo. Protector de las ciencias y de las artes, la universidad de Salamanca le debe el comienzo de su florecimiento, y las catedrales de Burgos y Toledo lo proclaman mecenas de los artistas cristianos.

En medio de las glorias del mundo, fue piadoso, generoso con los vencidos, humilde hasta penitenciarse en público, mortificado con cilicios, dado a la oración.

A la vida y a la acción de san Fernando podrían aplicarse perfectamente aquellas palabras de san Agustín en su carta a Donato, procónsul de África:

«¡Ojalá no se encontrara la Iglesia agitada por tan grandes aflicciones que tenga necesidad del auxilio de poder alguno temporal! Y puesto que eres tú el que socorres a la madre Iglesia, favoreciendo a sus sincerísimos hijos, ¿quién no verá que hemos recibido del cielo un no pequeño alivio en estas aflicciones, cuando un tal varón como tú, amantísimo del nombre de Cristo, ha ascendido a la dignidad real?».

Responsorio: Cf. Job 7, 1; cf. 2a Corintios 10, 4.

R. No empleamos en nuestro combate armas carnales. * En el nombre de Dios somos capaces de arrasar fortalezas. (T.P. Aleluya.)

V. Milicia es la vida del hombre sobre la tierra. * En el nombre de Dios somos capaces de arrasar fortalezas. (T.P. Aleluya.)

Oración:

Oh, Dios, que elegiste al rey san Fernando como defensor de tu Iglesia en la tierra, escucha las súplicas de tu pueblo que te pide tenerlo como protector en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


31 de mayo.

La Visitación de la Virgen María. Fiesta.

Himno:

María, pureza en vuelo,
Virgen de vírgenes, danos
la gracia de ser humanos
sin olvidarnos del cielo.

Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación. (T.P. Aleluya.)

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo
se abren ante Cristo
que, como hombre,
sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación. (T.P. Aleluya.)

Antífona 2: El Altísimo ha consagrado su morada. (T.P. Aleluya.)

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Altísimo ha consagrado su morada. (T.P. Aleluya.)

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María! (T.P. Aleluya.)

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María! (T.P. Aleluya.)

V. María conservaba todas estas cosas. (T.P. Aleluya.)

R. Meditándolas en su corazón. (T.P. Aleluya.)

Primera lectura: Cantar de los Cantares 2, 8-14; 8, 6-7.

Llegada del amado.

¡Un rumor…! ¡Mi amado! Vedlo, aquí llega, saltando por los montes, brincando por las colinas. Es mi amado un gamo, parece un cervatillo. Vedlo parado tras la cerca, mirando por la ventana, atisbando por la celosía.

Habla mi amado y me dice:

«Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente».

Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido. Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra. En la higuera despuntan las yemas, las viñas en flor exhalan su perfume.

«Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente».

Paloma mía, en las oquedades de la roca, en el escondrijo escarpado, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz: es muy dulce tu voz y fascinante tu figura.

Grábame como sello en tu corazón, grábame como sello en tu brazo, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas. Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable.

Responsorio: Lucas 1, 41b-43. 44.

R. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! * ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (T.P. Aleluya.)

V. En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. * ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (T.P. Aleluya.)

Segunda lectura:
De las homilías de san Beda el Venerable, presbítero: Libro 1, 4.

María proclama la grandeza del Señor por las obras que ha hecho en ella.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Con estas palabras, María reconoce en primer lugar los dones singulares que le han sido concedidos, pero alude también a los beneficios comunes con que Dios no deja nunca de favorecer al género humano.

Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas de la majestad de Dios.

Se alegra en Dios, su salvador, el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su creador, de quien espera la salvación eterna.

Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios de la Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba corporalmente en su seno.

Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo. No se atribuye nada a sus méritos, sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de aquel que es por esencia poderoso y grande, y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.

Muy acertadamente añade: Su nombre es santo, para que los que entonces la oían y todos aquellos a los que habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre había de procurarles, también a ellos, una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación, conforme al oráculo profético que afirma: Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán, ya que este nombre se identifica con aquel del que antes ha dicho: Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.

Por esto se introdujo en la Iglesia la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de la alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la encarnación del Señor enardece la devoción de los fieles y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los corrobora en la solidez de la virtud. Y ello precisamente en la hora de Vísperas, para que nuestra mente, fatigada y tensa por el trabajo y las múltiples preocupaciones del día, al llegar el tiempo del reposo, vuelva a encontrar el recogimiento y la paz del espíritu.

Responsorio: Lucas 1, 45-46; Salmo 65, 16.

R. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Y María dijo: * «Proclama mi alma la grandeza del Señor». (T.P. Aleluya.)

V. Venid a escuchar, os contaré lo que Dios ha hecho conmigo. * «Proclama mi alma la grandeza del Señor». (T.P. Aleluya.)

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, visitar a Isabel, concédenos que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos siempre cantar con ella tus maravillas. Por nuestro Señor Jesucristo.


(Sábado siguiente al Sagrado Corazón de Jesús).

Inmaculado Corazón de María. Memoria obligatoria.

Segunda lectura:
De los sermones de san Lorenzo Justiniano, obispo. Sermón X, en la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María.

María conservaba todas estas cosas en su corazón.

María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María Santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual.

Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Este es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo, el Señor, entra de buen grado.

Responsorio.

R. No sé con qué alabanzas ensalzarte, oh santa e inmaculada virginidad. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

V. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado una digna morada al Espíritu Santo en el Corazón de la Virgen María, concédenos en tu bondad, por su intercesión, que merezcamos ser templo de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


(Lunes, día siguiente a Pentecostés).

Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Segunda lectura:
De la alocución del Papa san Pablo VI, en la clausura de la tercera etapa del Concilio Vaticano II. (21 noviembre 1964: AAS 56 [1964], 1015-1016)

María Madre de la Iglesia.

Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título.

Se trata de un título, venerables hermanos, que no es nuevo para la piedad de los cristianos; antes bien, con este nombre de Madre, y con preferencia a cualquier otro, los fieles y la Iglesia entera acostumbran a dirigirse a María. En verdad pertenece a la esencia genuina de la devoción a María, encontrando su justificación en la dignidad misma de la Madre del Verbo Encarnado.

La divina maternidad es el fundamento de su especial relación con Cristo y de su presencia en la economía de la salvación operada por Cristo, y también constituye el fundamento principal de las relaciones de María con la Iglesia, por ser Madre de Aquél, que desde el primer instante de la Encarnación en su seno virginal se constituyó en cabeza de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de Cristo, es Madre también de los fieles y de todos los pastores; es decir, de la Iglesia.

Con ánimo lleno de confianza y amor filial elevamos a Ella la mirada, a pesar de nuestra indignidad y flaqueza; Ella, que nos dio con Cristo la fuente de la gracia, no dejará de socorrer a la Iglesia, que, floreciendo, ahora en la abundancia de los dones del Espíritu Santo, se empeña con nuevos ánimos en su misión de salvación.

Nuestra confianza se aviva y confirma más considerando los vínculos estrechos que ligan al género humano con nuestra Madre celestial. A pesar de la riqueza en maravillosas prerrogativas con que Dios la ha honrado, para hacerla digna Madre del Verbo Encarnado, está muy próxima a nosotros. Hija de Adán, como nosotros, y, por tanto, hermana nuestra con los lazos de la naturaleza, es, sin embargo, una criatura preservada del pecado original en virtud de los méritos de Cristo, y que a los privilegios obtenidos suma la virtud personal de una fe total y ejemplar, mereciendo el elogio evangélico “Bienaventurada porque has creído”. En su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo. Por lo cual, toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y de obras, encuentra en Ella la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 35.

R. El Espíritu Santo vino sobre María: * la fuerza del Altísimo la cubrió con su sombra.

V. Ella fue asociada a la pasión de su Hijo, que la vivió como Madre del Redentor: * La fuerza del Altísimo la cubrió con su sombra.

Oración:

Oh, Dios, Padre de misericordia, cuyo Unigénito, clavado en la cruz, proclamó a la bienaventurada Virgen María, su Madre, como Madre también nuestra, concédenos, por su cooperación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.



HIMNO TE DEUM.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

















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