SEMANAS 9ª a 17ª

Lecturas «Oficio de Lecturas»:

TIEMPO ORDINARIO:

Semanas 9a a 17a.

9a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 9a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Job 28, 1-28.

Sólo Dios es sabio.

Job dijo:

«Existen minas de plata, lugares donde el oro se refina. El hierro se extrae de la tierra; el bronce, de la roca fundida. Allí, en el límite de las tinieblas, el hombre rastrea lo más hondo, entre rocas oscuras y siniestras. Abre galerías lejos de los transeúntes, olvidado, en lugares nunca pisados; suspendido, lejos de los hombres.

La tierra que produce alimentos se trastorna con fuego subterráneo; sus piedras ocultan zafiros, sus terrones tienen oro en polvo. El ave rapaz desconoce su sendero, el ojo del halcón no lo divisa, no lo huellan las fieras arrogantes ni siquiera lo pisan los leones. El hombre echa mano al pedernal, descuaja las montañas de raíz; en la roca excava galerías, vislumbra objetos preciosos; ataja los hontanares de los ríos y saca lo oculto a la luz.

Pero ¿dónde se encuentra la sabiduría?, ¿dónde el yacimiento de la prudencia? El ser humano desconoce su camino, no se encuentra en la tierra de los vivos. Dice el Océano: “No está en mí”; responde el Mar: “No está conmigo”. No puede adquirirse con oro ni comprarse a peso de plata; no se paga con oro de Ofir, con ónices preciosos o zafiros; no la igualan el oro ni el vidrio, ni se paga con vasos de oro fino, no cuentan el cristal ni los corales, la Sabiduría vale más que las perlas; no la iguala el topacio de Etiopía, ni se cambia por el oro más puro.

¿De dónde se saca la sabiduría, dónde se encuentra la prudencia? Se oculta a los ojos de las fieras y se esconde de las aves del cielo. Muerte y Abismo confiesan: “De oídas conocemos su fama”. Sólo Dios encontró su camino, él llegó a descubrir su morada, pues contempla los límites del orbe y ve cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al trueno, entonces la vio y la calculó, la estableció y examinó a fondo. Entonces dijo al ser humano: “Temer al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia”».

Responsorio: 1a Corintios 2, 7; 1, 30.

R. Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida. * Predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

V. Vosotros sois en Cristo Jesús, al que Dios ha hecho para nosotros sabiduría. * Predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

Segunda lectura:
San Agustín: Confesiones 2, 2; 5, 5.

Nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Porque, al invocarlo, lo llamo para que venga a mí. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es que hay algo en mí, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mí, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si estoy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mi? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mí el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Correré tras estas palabras tuyas y me aferraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo.

Responsorio: Salmo 72, 25-26; 34, 3.

R. ¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra? * Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.

V. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». * Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 9a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Job 29, 1-10; 30, 1. 9-23.

Job lamenta su desgracia.

Job continuó así su discurso:

«¡Si pudiera revivir el pasado, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba por encima de mi cabeza, y a su luz cruzaba las tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, cuando el Todopoderoso estaba conmigo y me veía rodeado de mis hijos! Cuando lavaba mis pies en leche, y la roca me daba ríos de aceite.

Cuando salía a la puerta de la ciudad y tomaba asiento en la plaza, los jóvenes, al verme, se escondían, los ancianos se ponían de pie; los jefes dejaban de hablar, tapándose la boca con la mano; enmudecía la voz de los notables, se les pegaba la lengua al paladar.

Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres no habría permitido estar entre los perros de mi rebaño. Pero ahora me sacan coplas, soy el tema de sus burlas; me aborrecen, me abandonan y aun me escupen cuando paso. Dios me ha debilitado y afligido, por eso me humillan sin reparo. A mi derecha se alza gente canalla que hace que mis pasos vacilen, que prepara la forma de exterminarme. Deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina, nadie los detiene. Irrumpen por una amplia brecha; erguido pido auxilio en la asamblea.

Se desatan contra mí los terrores, se llevan como aire mi dignidad, como nube se esfuma mi prestigio. Entretanto mi vida se diluye: me atenazan días de aflicción, la noche me taladra los huesos, pues no duerme el dolor que me roe. Me agarra violento por la ropa, me ahoga con el cuello de la túnica, me arroja por tierra, en el fango, confundido con el barro y la ceniza.

Te pido auxilio, y no respondes; me presento ante ti, y no lo adviertes. Te has convertido en mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas a lomos del viento, sacudido a merced del huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde todos los vivos se dan cita».

Responsorio: Job 30, 17. 18. 19; 7, 16.

R. La noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. * Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

V. Déjame, Señor, que mis días son un soplo.* Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

Segunda lectura:
San Doroteo: Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 1-2.

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.

Responsorio: 1a Juan 1, 8. 9; Proverbios 28, 13.

R. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. * Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados.

V. El que oculta su crimen no prosperará. * Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 9a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Job 31, 1-8. 13-23. 35-37.

Justicia de Job en su vida pasada.

Job dijo:

«Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en doncella. ¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? ¿No reserva la desgracia al criminal?, ¿no le aguarda el fracaso al malhechor? ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez. Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos; si se pegó alguna mancha a mis manos, ¡que otro devore mi siembra, que me arranquen mis retoños!

Si negué sus derechos al esclavo o a la esclava, que pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué diré cuando él me interrogue? ¿No los hizo en el vientre como a mí?, ¿no fue Uno quien nos formó en el seno?

Si me cerré al pobre necesitado o a la viuda consumida por el llanto; si comí el pan en soledad, sin querer repartirlo con el huérfano (desde joven lo cuidé como un padre, lo guié desde el seno materno); si vi a un transeúnte sin vestido o a un pobre sin ropa que ponerse, y no me lo agradecieron sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano cuando vi que el tribunal me apoyaba, ¡que se me salga el hombro de la espalda, que se me rompa el brazo por el codo! Me aterra que Dios me castigue, nada puedo frente a su majestad.

¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma, que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival escriba su alegato! Entonces lo llevaría sobre el hombro o ceñido como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos, saldría a su encuentro como un príncipe».

Responsorio: Job 31, 3; Proverbios 15, 3; Job 31, 4.

R. ¿No reserva Dios la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? * En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

V. ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos? * En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

Segunda lectura:
San Doroteo, abad: Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 2-3.

La falsa paz de espíritu.

El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizá alguien me objetará: «Si un hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?».

En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizá habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto, sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello, le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Este tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, Si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, más leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.

Responsorio: Job 9, 2. 14; 15, 15.

R. Sé muy bien que el hombre no es justo frente a Dios. * ¿Quién soy yo para replicarle o escoger argumentos contra él?

V. Ni aun a sus ángeles los encuentra fieles ni el cielo es puro a sus ojos. * ¿Quién soy yo para replicarle o escoger argumentos contra él?

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.



Miércoles 9a semana.

V. Todos admiraban las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Job 32, 1-6; 33, 1-22.

Disertación de Elihú sobre el misterio de Dios.

Los tres hombres ya no respondieron a Job, convencidos de que era inocente. Pero Elihú, hijo de Baraquel, del clan de Ram, natural de Buz, se indignó contra Job, porque pretendía justificarse frente a Dios. También se indignó contra los tres compañeros, porque, al no hallar respuesta, habían dejado a Dios por culpable. Elihú había esperado mientras ellos hablaban con Job, porque eran mayores que él; pero, viendo que ninguno de los tres respondía, Elihú, hijo de Baraquel el buzita, intervino indignado con estas palabras:

«Escucha, Job, mis palabras; presta oído a mi discurso: Yo soy joven, vosotros ya viejos; por eso, intimidado, dudaba en exponeros a todos mi saber. Ya comienzo a abrir la boca, mi lengua junto al paladar empieza a formar palabras. Hablaré con corazón sincero, con un saber aquilatado en mis labios. El soplo de Dios me formó, el aliento del Todopoderoso me dio vida. Contéstame, si puedes hacerlo; mantente firme frente a mí. Yo soy obra de Dios, como tú; también modelado con arcilla. No va a trastornarte mi terror, ni pienso ensañarme contigo.

Tú declaraste en mi presencia, (yo mismo oí tus palabras): “Soy puro, sin un delito; soy inocente, sin culpa. Es él quien busca pretextos, ¡me tiene por enemigo! Mete mis pies en el cepo, vigila todos mis pasos”.

Pues te digo que no tienes razón: Si Dios es más grande que el hombre, ¿cómo te atreves a acusarlo de no atender a tus razones? Dios habla de un modo u otro, aunque no nos demos cuenta: en sueños o visiones nocturnas, cuando cae el sopor sobre el hombre, cuando está dormitando en su cama. Abre entonces el oído del hombre e inculca en él sus advertencias: para impedir que cometa una acción o protegerlo del orgullo del hombre; para impedirle que caiga en la fosa, que su vida traspase el canal.

Lo corrige en el lecho del dolor, con la agonía incesante de sus miembros, hasta que acaba aborreciendo la comida y le repugna su manjar favorito; su carne se consume, desaparece; sus huesos, que estaban ocultos, aparecen; su existencia se acerca a la fosa, su vida al lugar de los muertos».

Responsorio: Romanos 11, 33-34.

R. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! * ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

V. ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? * ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados morales sobre el libro de Job: Libro 23, 23-24.

La verdadera enseñanza evita la arrogancia.

Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso. Ésta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.

A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia. Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad.

Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, se esfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras.

De ahí que Pablo, hablando a los tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.

Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que infunde una buena conducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del Señor: Les enseñaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos. Él, en efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. Él tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de su humanidad.

Responsorio: 1a Pedro, 5, 5; Mateo 11, 29.

R. Tened sentimientos de humildad unos con otros, * Porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes.

V. Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. * Porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 9a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Job 38, 1-30.

Dios confunde a Job.

El Señor habló a Job desde la tormenta:

«¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla? Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte y tú me instruirás.

¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Cuéntamelo, si tanto sabes. ¿Quién señaló sus dimensiones (¡seguro que lo sabes!) o le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de los hijos de Dios? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?

¿Has mandado en tu vida a la mañana o señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados; para marcarla como arcilla bajo el sello y teñirla lo mismo que un vestido; para negar la luz a los malvados y quebrar el brazo sublevado? ¿Has entrado por las fuentes del Mar o paseado por la hondura del Océano? ¿Te han enseñado las puertas de la Muerte o has visto los portales de las Sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz?, ¿dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su tierra o enseñarles el camino de su casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido y has cumplido tantísimos años.

¿Has entrado en los silos de la nieve y observado los graneros del granizo, que reservo para la hora del peligro, para el día de la guerra y del combate? ¿Por dónde se dispersa el relámpago, por dónde se difunde el viento del Este? ¿Quién ha abierto un canal al aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para que llueva en las tierras despobladas, en la estepa no habitada por el hombre; para que empape el desierto desolado y brote la hierba en el páramo? ¿Tiene padre la lluvia?, ¿quién engendra el rocío?, ¿de qué seno sale el hielo?, ¿quién da a luz la escarcha de los cielos, cuando el agua se endurece como piedra y se cierra la superficie del Abismo?».

Responsorio: Romanos 9, 20; Job 38, 3.

R. ¿Quién eres tú, un hombre, para contestarle a Dios? * ¿Va a decirle la arcilla al que la modela: «Por qué me has hecho así»?

V. Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás. * ¿Va a decirle la arcilla al que la modela: «Por qué me has hecho así»?

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados morales sobre el libro de Job: Libro 29, 2-4.

La Iglesia se asoma como el alba.

Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial. Por esto, dice acertadamente el Cantar de los cantares: ¿Quién es ésta que se asoma como el alba? Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.

Pero, además, si consideramos la naturaleza del amanecer o alba, hallaremos un pensamiento más sutil. El alba o amanecer anuncian que la noche ya ha pasado, pero no muestran todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tienen algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad somos como el alba o amanecer, porque en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Se dice a Dios, por boca del salmista: Ningún hombre vivo es inocente frente a ti. Y también está escrito: Todos faltamos a menudo.

Por esto, Pablo, cuando dice: La noche está avanzada, no añade: «El día ha llegado», sino: El día se echa encima. Al decir, por tanto, que, después de la noche, el día se echa encima, no que ya ha llegado, enseña claramente que nos hallamos todavía en el alba, en el tiempo que media entre las tinieblas y el sol.

La santa Iglesia de los elegidos será pleno día cuando no tenga ya mezcla alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente iluminada con la fuerza de la luz interior. Por esto, con razón, la Escritura nos enseña el carácter transitorio de esta alba, cuando dice: Has señalado su puesto a la aurora, pues aquel a quien se le ha de asignar su puesto tiene que pasar de un sitio a otro. Y este puesto de la aurora no puede ser otro que la perfecta claridad de la visión eterna. Cuando haya sido conducida a esta perfecta claridad, ya no quedará en ella ningún rastro de tinieblas de la noche transcurrida. Este anhelo de la aurora por llegar a su lugar propio viene expresado por el salmo que dice: Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? También Pablo manifiesta la prisa de la aurora por llegar al lugar que ella reconoce como suyo, cuando dice que desea morir para estar con Cristo. Y también: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

Responsorio: Filipenses 1, 3. 6. 9.

R. Doy gracias a mi Dios cada vez que os menciono. * Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús.

V. Ésta es mi oración: que vuestro amor vaya creciendo más y más en penetración y en sensibilidad. * Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 9a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Job 40, 1-14; 42, 1-6.

Job se somete a la majestad divina.

El Señor interpeló a Job:

«¿Quiere el censor discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios, que responda».

Job respondió al Señor:

«Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano. Hablé una vez, no insistiré; dos veces, nada añadiré».

El Señor replicó a Job desde la tormenta:

«Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú me instruirás: ¿Te atreves a violar mi derecho, a condenarme por salir tú absuelto? ¿Tienes el poder de Dios?, ¿truena tu voz como la suya? ¡Pues vístete de gloria y majestad, cúbrete de fasto y esplendor, derrama la riada de tu cólera y abate al soberbio con tu mirada; humilla con tu mirada al arrogante y aplasta a los malvados donde estén; entiérralos juntos en el polvo, venda sus rostros en la tumba! Entonces yo también te alabaré: “Tu diestra te ha dado la victoria”».

Job respondió al Señor:

«Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible. Dijiste: “¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?”. Es cierto, hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Dijiste: “Escucha y déjame hablar; voy a interrogarte y tú me instruirás”. Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza».

Responsorio: Job 42, 5-6; 40, 5. 4.

R. Te conocía sólo de oídas, Señor, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto. * Y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.

V. He hablado una vez, y no insistiré; dos veces, y no añadiré nada; me taparé la boca con la mano. * Y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.

Segunda lectura:
Balduino de Cantorbery: Tratado 6.

El Señor discierne los pensamientos y sentimientos del corazón.

El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y, aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.

Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio u otra persona o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.

Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.

La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.

Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios y ante su presencia.

Responsorio: Miqueas 6, 8; Salmo 36, 3.

R. Te han explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: * Que respetes el derecho, que ames la misericordia, y que andes humilde con tu Dios.

V. Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra. * Que respetes el derecho, que ames la misericordia, y que andes humilde con tu Dios.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 9a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Job 42, 7-17.

Dios rehabilita a Job ante sus adversarios.

Cuando el Señor terminó de decir esto a Job, se dirigió a Elifaz de Temán:

«Estoy irritado contra ti y contra tus dos compañeros, porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job. Por tanto, tomad siete novillos y siete carneros, dirigíos a mi siervo Job, ofrecedlos en holocausto, y él intercederá por vosotros; yo haré caso a Job y no os trataré como merece vuestra temeridad, por no haber hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job».

Elifaz de Temán, Bildad de Súaj y Sofar de Naamat hicieron lo que había ordenado el Señor, y el Señor mostró su favor a Job.

Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones. Vinieron a visitarlo sus hermanos y hermanas, junto con antiguos conocidos; comieron con él en su casa, le dieron el pésame y lo consolaron de la desgracia que el Señor le había enviado. Cada uno le regaló una suma de dinero y un anillo de oro.

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio. Llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma; la segunda, Acacia; y la tercera, Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre las hizo herederas, igual que a sus hermanos.

Job vivió otros ciento cuarenta años, y conoció a sus hijos, a sus nietos y a sus biznietos.

Murió anciano tras una larga vida.

Responsorio: Cf. Job 42, 7. 8.

R. Dijo el Señor a Elifaz: «Tú y tus compañeros no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job. * Él intercederá por vosotros».

V. Yo haré caso a Job, y no os trataré como merece vuestra temeridad. * Él intercederá por vosotros.

Segunda lectura:
Santo Tomás de Aquino: Comentario sobre el evangelio de san Juan: Cap. 14, lec. 2.

El camino para llegar a la vida verdadera.

Cristo en persona es el camino, por esto dice: Yo soy el camino. Lo cual tiene una explicación muy verdadera, ya que por medio de él podemos acercarnos al Padre.

Mas, como este camino no dista de su término, sino que está unido a él, añade: Y la verdad, y la vida; y, así, él mismo es a la vez el camino y su término. Es el camino según su humanidad, el término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre, dice: Yo soy el camino; en cuanto Dios, añade: Y la verdad, y la vida, dos expresiones que indican adecuadamente el término de este camino.

Efectivamente, el término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar, el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar, la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. Ahora bien, Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, con todo y que él mismo en persona es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Cristo es asimismo el camino para llegar a la vida, con todo y que él mismo en persona es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.

Por esto, el evangelista identifica el término de este camino con las nociones de verdad y vida, que ya antes ha aplicado a Cristo. En primer lugar, afirma que él es la vida, al decir que en la Palabra había vida; en segundo lugar, afirma que es la verdad, cuando dice que era la luz de los hombres, ya que luz y verdad significan lo mismo.

Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Éste es el camino, camina por él. Y san Agustín dice: «Camina a través del hombre y llegarás a Dios». Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término.

Si buscas a dónde has de ir, adhiérete a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar repasa la verdad. Si buscas dónde has de quedarte, adhiérete a Cristo, porque él es la vida: Quien me alcanza, alcanza la vida y goza del favor del Señor.

Adhiérete, pues, a Cristo, si quieres vivir seguro; es imposible que te desvíes, porque él es el camino. Por esto, los que a él se adhieren no van descaminados, sino que van por el camino recto. Tampoco pueden verse engañados, ya que él es la verdad y enseña la verdad completa, pues dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Tampoco pueden verse decepcionados, ya que él es la vida y dador de vida, tal como dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Responsorio: Job 42, 10. 11. 12; 1a Corintios 10, 13.

R. El Señor duplicó todas las posesiones de Job, y sus hermanos lo consolaron. * El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio.

V. Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. * El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


10a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 10a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Eclesiástico 46, 1-10.

Elogio de Josué y de Caleb.

Valiente guerrero fue Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés en la dignidad de profeta. De acuerdo con lo que su nombre indica, se mostró grande para salvar a los elegidos del Señor, para tomar venganza de los enemigos sublevados e introducir a Israel en su heredad. ¡Qué glorioso cuando alzaba la mano y blandía la espada contra las ciudades! ¿Quién había sido tan valiente antes de él? ¡Él mismo combatía las batallas del Señor!

¿Acaso no se detuvo el sol ante su mano y un día se convirtió en dos? Él invocó al Altísimo soberano, cuando los enemigos le rodeaban por todas partes, y el Señor, que es grande, le respondió, enviando una terrible lluvia de granizo. Cayó de golpe sobre la nación hostil, y al bajar aniquiló a los adversarios, para que las naciones conocieran la fuerza de sus armas y entendieran que luchaban contra el Señor.

Josué se mantuvo fiel al Todopoderoso e hizo el bien en tiempos de Moisés. Él y también Caleb, hijo de Jefuné, resistieron frente a la asamblea, apartaron al pueblo del pecado y acallaron las murmuraciones malignas. Sólo ellos dos se salvaron entre seiscientos mil hombres de a pie, para ser introducidos en la heredad, en la tierra que mana leche y miel. El Señor dio a Caleb un gran vigor que le duró hasta su vejez, para que subiera a las alturas del país, que sus descendientes conservaron como heredad; para que todos los hijos de Israel supieran que es bueno seguir los caminos del Señor.

Responsorio: Eclesiástico 46, 4. 3.

R. Invocó al Dios Altísimo cuando lo acosaban alrededor, * Y el Dios Altísimo le respondió con fuerte granizo y pedrisco.

V. ¿Quién le pudo resistir? Por su medio se detuvo el sol. * Y el Dios Altísimo le respondió con fuerte granizo y pedrisco.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Romanos: Caps. 1, 1 – 2, 2.

No quiero agradar a los hombres, sino a Dios.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia que ha alcanzado misericordia por la majestad del Padre altísimo y de Jesucristo, su Hijo único; a la Iglesia amada e iluminada por la voluntad de aquel que ha querido todo lo que existe, según la caridad de Jesucristo, nuestro Dios; Iglesia, además, que preside en el territorio de los romanos, digna de Dios, digna de honor, digna de ser llamada dichosa, digna de alabanza, digna de alcanzar sus deseos, de una loable integridad, y que preside a todos los congregados en la caridad, que guarda la ley de Cristo, que está adornada con el nombre del Padre: para ella mi saludo en el nombre de Jesucristo, Hijo del Padre. Y a los que están adheridos en cuerpo y alma a todos sus preceptos, constantemente llenos de la gracia de Dios y exentos de cualquier tinte extraño, les deseo una grande y completa felicidad en Jesucristo, nuestro Dios.

Por fin, después de tanto pedirlo al Señor, insistiendo una y otra vez, he alcanzado la gracia de ir a contemplar vuestro rostro, digno de Dios; ahora, en efecto, encadenado por Cristo Jesús, espero poder saludaros, si es que Dios me concede la gracia de llegar hasta el fin. Los comienzos por ahora son buenos; sólo falta que no halle obstáculos en llegar a la gracia final de la herencia que me está reservada. Porque temo que vuestro amor me perjudique. Pues a vosotros os es fácil obtener lo que queráis, pero a mí me sería difícil alcanzar a Dios, si vosotros no me tenéis consideración.

No quiero que agradéis a los hombres, sino a Dios, como ya lo hacéis. El hecho es que a mí no se me presentará ocasión mejor de llegar hasta Dios, ni vosotros, con sólo que calléis, podréis poner vuestra firma en obra más bella. En efecto, si no hacéis valer vuestra influencia, ya me convertiré en palabra de Dios; pero, si os dejáis llevar del amor a mi carne mortal, volveré a ser sólo un simple eco. El mejor favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado; así, unidos por la caridad en un solo coro, podréis cantar al Padre por Cristo Jesús, porque Dios se ha dignado hacer venir al obispo de Siria desde oriente hasta occidente. ¡Qué hermoso es que el sol de mi vida se ponga para el mundo y vuelva a salir para Dios!

Responsorio: Filipenses 1, 21; Gálatas 6, 14.

R. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. * Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

V. En la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. * Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 10a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Josué 1, 1-18.

Josué, llamado por Dios, exhorta al pueblo a la unidad.

Después de la muerte de Moisés, siervo del Señor, dijo el Señor a Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés:

«Moisés, mi siervo, ha muerto. Anda, pasa el Jordán con todo este pueblo, en marcha hacia el país que voy a darles a los hijos de Israel. Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies, como le prometí a Moisés. Vuestro territorio se extenderá desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates hasta el Mar Grande, en occidente (toda la tierra de los hititas). Mientras vivas, nadie podrá resistirte. Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente!, que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres.

Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir toda la ley que te dio mi siervo Moisés; no te desvíes a derecha ni a izquierda y tendrás éxito en todas tus empresas. Que el libro de esta ley no se te caiga de los labios; medítalo día y noche, para poner por obra todo lo que se prescribe en él; así tendrás suerte y éxito en todas tus empresas. Lo que yo te mando es que tengas valor y seas valiente. No tengas miedo ni te acobardes, que contigo está el Señor, tu Dios, en cualquier cosa que emprendas».

Entonces Josué dio a los responsables del pueblo la orden siguiente:

«Recorred el campamento y dad esta orden al pueblo: “Abasteceos de víveres, porque dentro de tres días pasaréis el Jordán, para ir a tomar posesión de la tierra que el Señor, vuestro Dios, os da en propiedad”».

A los de Rubén, Gad y media tribu de Manasés les dijo:

«Acordaos de lo que os mandó Moisés, siervo del Señor. El Señor, vuestro Dios, os da el descanso, dándoos esta tierra. Vuestras mujeres, vuestros pequeños y vuestro ganado se quedarán en la tierra que os ha dado Moisés en Transjordania; pero vosotros, los soldados, pasaréis el Jordán en orden de batalla, al frente de vuestros hermanos, para ayudarles, hasta que el Señor les dé el descanso, lo mismo que a vosotros, y también ellos tomen posesión de la tierra que el Señor, vuestro Dios, les va a dar. Entonces volveréis a la tierra de vuestra propiedad, la que Moisés, siervo del Señor, os dio aquí en Transjordania».

Ellos le respondieron:

«Haremos lo que nos has ordenado, iremos adonde nos mandes; te obedeceremos a ti igual que obedecimos en todo a Moisés. Basta que el Señor, tu Dios, esté contigo como estuvo con él. El que se rebele y no obedezca tus órdenes, las que sean, que muera. ¡Tú, ten ánimo, sé valiente!».

Responsorio: Josué 1, 5. 6. 9; Deuteronomio 31, 20.

R. Como estuve con Moisés estaré contigo —dice el Señor—. * ¡Ánimo, sé valiente!, que tú has de introducir a mi pueblo en la tierra que mana leche y miel.

V. No te acobardes, que yo estoy contigo; en todas tus empresas, no te dejaré ni te abandonaré. * ¡Ánimo, sé valiente!, que tú has de introducir a mi pueblo en la tierra que mana leche y miel.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Romanos: Caps. 3, 1 – 5, 3.

Ser cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho.

Nunca tuvisteis envidia de nadie, y así lo habéis enseñado a los demás. Lo que yo ahora deseo es que lo que enseñáis y mandáis a otros lo mantengáis con firmeza y lo practiquéis en esta ocasión. Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.

Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.

Halagad, más bien, a las fieras, para que sean mi sepulcro y no dejen nada de mi cuerpo; así, después de muerto, no seré gravoso a nadie. Entonces seré de verdad discípulo de Cristo, cuando el mundo no vea ya ni siquiera mi cuerpo. Rogad por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios. No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte; ellos eran libres, yo no soy al presente más que un esclavo. Pero, si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre con él. Ahora, en medio de mis cadenas, es cuando aprendo a no desear nada.

Desde Siria hasta Roma vengo luchando ya con las fieras, por tierra y por mar, de noche y de día, atado como voy a diez leopardos, es decir, a un pelotón de soldados que, cuantos más beneficios se les hace, peores se vuelven. Pero sus malos tratos me ayudan a ser mejor, aunque tampoco por eso quedo absuelto. Quiera Dios que tenga yo el gozo de ser devorado por las fieras que me están destinadas; lo que deseo es que no se muestren remisas; yo las azuzaré para que me devoren pronto, no suceda como en otras ocasiones que, atemorizadas, no se han atrevido a tocar a sus víctimas. Si se resisten, yo mismo las obligaré.

Perdonadme lo que os digo; es que yo sé bien lo que me conviene. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa, visible o invisible, me prive por envidia de la posesión de Jesucristo. Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamiento de huesos, seccionamiento de miembros, trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Jesucristo.

Responsorio: Gálatas 2, 19-20.

R. La ley me ha dado muerte, pero así vivo para Dios. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, * Que me amó hasta entregarse por mí.

V. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. * Que me amó hasta entregarse por mí.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 10a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Josué 2, 1-24.

Por fe, Rajab, la prostituta, acogió amistosamente a los espías.

Josué, hijo de Nun, mandó en secreto dos espías desde Sitín, con este encargo:

«Id y reconoced la región y la ciudad de Jericó».

Ellos se fueron, llegaron a Jericó y entraron en casa de una prostituta llamada Rajab y se hospedaron allí. Pero llegó el aviso al rey de Jericó:

«Mira, unos hijos de Israel han llegado aquí esta tarde a reconocer el país».

Entonces el rey de Jericó mandó decir a Rajab:

«Saca a los hombres que han entrado en tu casa, porque han venido a reconocer todo el país».

Pero ella metió a los dos hombres en un escondite y luego respondió:

«Es cierto, vinieron esos hombres a mi casa, pero yo no sabía de dónde eran. Y, al oscurecer, cuando se iban a cerrar las puertas, los hombres se marcharon, pero no sé adónde. Si salís rápidamente tras ellos, los alcanzaréis».

Rajab había hecho subir a los espías a la azotea y los había escondido entre unos haces de lino que tenía apilados allí. Salieron algunos hombres en su busca camino del Jordán, hacia los vados; en cuanto salieron, se cerró la puerta de la villa.

Antes de que los espías se acostaran, Rajab subió a la azotea, donde ellos estaban, y les dijo:

«Sé que el Señor os ha dado el país, pues nos ha invadido una ola de terror, y toda la gente de aquí tiembla ante vosotros; porque hemos oído que el Señor secó el agua del mar Rojo ante vosotros cuando os sacó de Egipto, y lo que hicisteis con los dos reyes amorreos de Transjordania, Sijón y Og, consagrándolos al exterminio; al oírlo, ha desfallecido nuestro corazón y todos se han quedado sin aliento a vuestra llegada; porque el Señor, vuestro Dios, es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra. Ahora, pues, juradme por el Señor que, por haberos tratado yo con bondad, vosotros también trataréis con bondad a la casa de mi padre. Y dadme una señal segura de que dejaréis con vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas y a todos los suyos y que nos libraréis de la matanza».

Ellos le respondieron:

«¡Nuestra vida a cambio de la vuestra, con tal de que no nos denuncies! Cuando el Señor nos dé el país, te trataremos con bondad y lealtad».

Entonces ella los descolgó con una soga por la ventana, porque su casa estaba pegando a la muralla y vivía en la misma muralla. Y les dijo:

«Caminad hacia el monte para que no os encuentren los que os andan buscando. Quedaos allí escondidos tres días, hasta que ellos regresen; luego podréis seguir vuestro camino».

Contestaron:

«Nosotros respondemos de ese juramento que nos has exigido, con esta condición: cuando entremos en el país, ata esta cinta roja a la ventana por la que nos has descolgado y reúnes aquí, en tu casa, a tu padre y a tu madre, a tus hermanos y a toda la familia de tu padre. Si alguien sale de las puertas de tu casa, su sangre caerá sobre su cabeza. Nosotros no seremos responsables. Pero, si alguien pone su mano sobre cualquiera que esté contigo en casa, su sangre caerá sobre nuestras cabezas. En cambio, si nos denuncias, quedaremos libres del juramento que nos has exigido».

Rajab contestó:

«De acuerdo».

Y los despidió. Ellos se marcharon y ella ató la cinta roja a la ventana. Se metieron en el monte y estuvieron allí tres días, hasta que regresaron los que fueron en su busca; por más que los buscaron por todo el camino, no dieron con ellos. Entonces los dos espías se volvieron monte abajo, cruzaron el río, llegaron hasta Josué, hijo de Nun, y le contaron todo lo que les había pasado. Le dijeron:

«El Señor nos da todo el país. Toda la gente está ya temblando ante nosotros».

Responsorio: Santiago 2, 24-26; Hebreos 11, 31.

R. El hombre queda justificado por las obras, y no por la fe sólo. Rajab, ¿no quedó justificada por las obras, por acoger a los emisarios y hacerles salir por el camino? * Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo sin espíritu es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver.

V. Por fe, Rajab, la prostituta, no pereció con los rebeldes, por haber acogido amistosamente a los espías. * Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo sin espíritu es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Romanos: Caps. 6, 1 – 9, 3.

Mi amor está crucificado.

De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.

El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar mi deseo, que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.

No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él, que es la boca que no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para que llegue a la meta. Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido.

Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, que, privada ahora de mí, no tiene otro pastor que el mismo Dios. Sólo Jesucristo y vuestro amor harán para con ella el oficio de obispo. Yo me avergüenzo de pertenecer al número de los obispos; no soy digno de ello, ya que soy el último de todos y un abortivo. Sin embargo, llegaré a ser algo, si llego a la posesión de Dios, por su misericordia.

Os saluda mi espíritu y la caridad de las Iglesias que me han acogido en el nombre de Jesucristo, y no como a un transeúnte. En efecto, incluso las Iglesias que no entraban en mi itinerario corporal acudían a mí en cada una de las ciudades por las que pasaba.

Responsorio: Colosenses 1, 24. 29.

R. Me alegro de sufrir: * Así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.

V. Lucho denodadamente con la fuerza poderosa que Cristo me da. * Así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 10a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Josué 3, 1-17; 4, 14-19; 5, 10-12.

El pueblo atraviesa el Jordán y celebra la Pascua.

Josué madrugó, levantó el campamento de Sitín, llegó hasta el Jordán con todos los hijos de Israel y pernoctaron en la orilla antes de cruzarlo. Al cabo de tres días, los responsables fueron por el campamento y dieron esta orden a la gente:

«Cuando veáis moverse el Arca de la Alianza del Señor, vuestro Dios, transportada por los sacerdotes levitas, empezad a caminar desde vuestros puestos detrás de ella. Así sabréis el camino por donde tenéis que ir, porque nunca hasta ahora habéis pasado por él; pero a una distancia del Arca como de unos dos mil codos; no os acerquéis más».

Josué ordenó al pueblo:

«Purificaos, porque mañana el Señor obrará prodigios en medio de vosotros».

Y a los sacerdotes les dijo:

«Alzad el Arca de la Alianza y pasad el río delante de la gente».

Ellos alzaron el Arca de la Alianza y marcharon delante de la gente.

El Señor dijo a Josué:

«Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú dales esta orden a los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza: “En cuanto lleguéis a tocar el agua de la orilla del Jordán, deteneos en el Jordán”».

Josué dijo a los hijos de Israel:

«Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios».

Y añadió:

«Así conoceréis que el Dios vivo está en medio de vosotros y que va a expulsar ante vosotros a cananeos, hititas, heveos, perizitas, guirgaseos, amorreos y jebuseos. Mirad, el Arca de la Alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Elegid doce hombres de las tribus de Israel, uno de cada tribu. Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca del Señor, Dueño de toda la tierra, pisen el agua del Jordán, la corriente de agua del Jordán que viene de arriba quedará cortada y se detendrá formando como un embalse».

Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza caminaron delante de la gente.

En cuanto los portadores del Arca de la Alianza llegaron al Jordán y los sacerdotes que la portaban mojaron los pies en el agua de la orilla (el Jordán baja crecido hasta los bordes todo el tiempo de la siega), el agua que venía de arriba se detuvo y formó como un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adán, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba hacia el mar de la Arabá, el mar de la Sal, quedó cortada del todo.

La gente pasó el río frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.

Aquel día, el Señor engrandeció a Josué ante todo Israel y lo respetaron a él como habían respetado a Moisés mientras vivió.

El Señor dijo a Josué:

«Manda a los sacerdotes, portadores del Arca del Testimonio, que salgan del Jordán».

Josué les mandó:

«Salid del Jordán».

Y en cuanto salieron de en medio del Jordán los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza del Señor, nada más poner los pies en tierra, el agua del Jordán volvió a llenar el cauce y corrió como antes, hasta los bordes.

El pueblo salió del Jordán el día diez del mes primero y acampó en Guilgal, al este de Jericó.

Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas. Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Responsorio: Josué 4, 22-24; Salmo 113, 5.

R. Israel pasó el Jordán al secar Dios sus aguas, como hizo en el mar Rojo. * Para que todas las naciones del mundo sepan que la mano de Dios es poderosa.

V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? * Para que todas las naciones del mundo sepan que la mano de Dios es poderosa.

Segunda lectura:
Orígenes: Homilías sobre el libro de Josué: Homilía 4, 1.

El paso del Jordán.

En el paso del río Jordán, el arca de la alianza guiaba al pueblo de Dios. Los sacerdotes y levitas que la llevaban se pararon en el Jordán, y las aguas, como en señal de reverencia a los sacerdotes que la llevaban, detuvieron su curso y se amontonaron a distancia, para que el pueblo de Dios pudiera pasar impunemente. Y no te has de admirar cuando se te narran estas hazañas relativas al pueblo antiguo, porque a ti, cristiano, que por el sacramento del bautismo has atravesado la corriente del Jordán, la palabra divina te promete cosas mucho más grandes y excelsas, pues te promete que pasarás y atravesarás el mismo aire.

Oye lo que dice Pablo acerca de los justos: Seremos arrebatados en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Nada, pues, ha de temer el justo, ya que toda la creación está a su servicio.

Oye también lo que Dios promete al justo por boca del profeta: Cuando pases por el fuego, la llama no te abrasará, porque yo, el Señor, soy tu Dios. Vemos, por tanto, cómo el justo tiene acceso a cualquier lugar, y cómo toda la creación se muestra servidora del mismo. Y no pienses que aquellas hazañas son meros hechos pasados y que nada tienen que ver contigo, que los escuchas ahora: en ti se realiza su místico significado. En efecto, tú, que acabas de abandonar las tinieblas de la idolatría y deseas ser instruido en la ley divina, eres como si acabaras de salir de la esclavitud de Egipto.

Al ser agregado al número de los catecúmenos y al comenzar a someterte a las prescripciones de la Iglesia, has atravesado el mar Rojo y, como en aquellas etapas del desierto, te dedicas cada día a escuchar la ley de Dios y a contemplar la gloria del Señor, reflejada en el rostro de Moisés. Cuando llegues a la mística fuente del bautismo y seas iniciado en los venerables y magníficos sacramentos, por obra de los sacerdotes y levitas, parados como en el Jordán, los cuales conocen aquellos sacramentos en cuanto es posible conocerlos, entonces también tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te recibirá Jesús, el verdadero sucesor de Moisés, y será tu guía en el nuevo camino.

Entonces tú, consciente de tales maravillas de Dios, viendo cómo el mar se ha abierto para ti y cómo el río ha detenido sus aguas, exclamarás: ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos? Y te responderá el oráculo divino: En presencia del Señor se estremece la tierra, en presencia del Dios de Jacob; que transforma las peñas en estanques, el pedernal en manantiales de agua.

Responsorio: Sabiduría 17, 1; 19, 22; Salmo 76, 20.

R. Tus juicios, Señor, son grandiosos e inexplicables. * Enalteciste y glorificaste a tu pueblo.

V. Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas. * Enalteciste y glorificaste a tu pueblo.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 10a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Josué 5, 13 – 6, 21.

Destrucción de una fortaleza enemiga.

Sucedió que, estando ya cerca de Jericó, Josué alzó los ojos y vio a un hombre en pie frente a él, con la espada desenvainada en la mano. Josué se adelantó hacia él y le preguntó:

«¿Eres de los nuestros o del enemigo?».

Contestó aquél:

«No. Soy el general del ejército del Señor y acabo de llegar».

Josué cayó rostro en tierra, adorándolo. Después le preguntó:

«¿Qué manda mi señor a su siervo?».

El general del ejército del Señor le contestó:

«Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar que pisas es sagrado».

Josué lo hizo así.

Jericó estaba cerrada a cal y canto por miedo a los hijos de Israel. Nadie salía ni entraba. El Señor dijo a Josué:

«Mira, entrego en tu poder a Jericó, a su rey y a sus valientes guerreros. Todos los combatientes, rodead la ciudad, dando una vuelta a su alrededor; así durante seis días. Siete sacerdotes llevarán delante del Arca siete trompas de cuerno de carnero. El séptimo día, daréis siete vueltas a la ciudad y los sacerdotes tocarán las trompas. Cuando suene el cuerno de carnero y oigáis el sonido de la trompa, todo el pueblo lanzará el alarido de guerra; y se desplomarán las murallas de la ciudad. Y el pueblo la asaltará, cada uno por el lugar que tenga enfrente».

Josué, hijo de Nun, llamó a los sacerdotes y les mandó:

«Tomad el Arca de la Alianza y que siete sacerdotes lleven siete trompas de cuerno de carnero delante del Arca del Señor».

Y luego al pueblo:

«Id y dad una vuelta alrededor de la ciudad; y que la vanguardia pase delante del Arca del Señor».

En cuanto Josué acabó de dar estas órdenes al pueblo, los siete sacerdotes, llevando siete trompas de cuerno de carnero delante del Señor, empezaron a tocar. El Arca de la Alianza del Señor los seguía. La vanguardia marchaba delante de los sacerdotes que tocaban las trompas; la retaguardia marchaba detrás del Arca. Según iban caminando, tocaban las trompas. Josué había dado esta orden al pueblo:

«No gritéis, no alcéis la voz, no se os escape una palabra hasta el momento en que yo os mande lanzar el alarido de guerra; entonces gritaréis».

Dieron con el Arca del Señor una vuelta a la ciudad, rodeándola una vez y se volvieron al campamento para pasar la noche. Josué se levantó de madrugada y los sacerdotes tomaron el Arca del Señor. Los siete sacerdotes que llevaban las siete trompas de cuerno de carnero delante del Arca del Señor iban tocando las trompas según caminaban. Las tropas de vanguardia iban delante de ellos y el resto detrás del Arca del Señor; y tocaban las trompetas según caminaban. Aquel segundo día dieron otra vuelta a la ciudad y se volvieron al campamento. Así hicieron seis días.

El día séptimo, se levantaron al alba y dieron siete vueltas a la ciudad, del mismo modo. Sólo que el día séptimo dieron siete vueltas a la ciudad. A la séptima vuelta, los sacerdotes tocaron las trompas y Josué ordenó al pueblo:

«¡Gritad, que el Señor os da la ciudad! La ciudad, con todo lo que hay en ella, está consagrada al exterminio, en honor del Señor. Sólo han de quedar con vida la prostituta Rajab y todos los que estén con ella en casa, porque escondió a nuestros emisarios. Cuidado no prevariquéis quedándoos con algo de lo consagrado al exterminio; porque acarrearíais la desgracia sobre todo el campamento de Israel, haciéndolo objeto de exterminio. Toda la plata y el oro y todos los objetos de bronce o de hierro están consagrados al Señor: ingresarán en su tesoro».

El pueblo lanzó el alarido de guerra y sonaron las trompas. En cuanto el pueblo oyó el son de la trompa, todo el pueblo lanzó un poderoso alarido de guerra. Las murallas se desplomaron y el ejército se lanzó al asalto de la ciudad, cada uno desde el lugar que tenía enfrente; y la conquistaron. Consagraron al exterminio todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros; todo lo pasaron a cuchillo.

Responsorio: Cf. Isaías 25, 1. 2; Hebreos 11, 30.

R. Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias; * Porque convertiste la ciudad en escombros, y jamás será reconstruida.

V. Por fe se derrumbaron los muros de Jericó a los siete días de dar vueltas alrededor, * Porque convertiste la ciudad en escombros, y jamás será reconstruida.

Segunda lectura:
Orígenes: Homilías sobre el libro de Josué, 6, 4.

La conquista de Jericó.

Los israelitas ponen cerco a Jericó, porque ha llegado el momento de conquistarla. ¿Y cómo la conquistan? No sacan la espada contra ella, ni la acometen con el ariete, ni vibran los dardos; las únicas armas que emplean son las trompetas de los sacerdotes, y ellas hacen caer las murallas de Jericó.

Hallamos, con frecuencia, en las Escrituras que Jericó es figura del mundo. En efecto, aquel hombre de que nos habla el Evangelio, que bajaba de Jerusalén a Jericó y que cayó en manos de unos ladrones, sin duda era un símbolo de Adán, que fue arrojado del paraíso al destierro de este mundo. Y aquellos ciegos de Jericó, a los que vino Cristo para hacer que vieran, simbolizaban a todos aquellos que en este mundo estaban angustiados por la ceguera de la ignorancia, a los cuales vino el Hijo de Dios. Esta Jericó simbólica, esto es, el mundo, está destinada a caer. El fin del mundo es algo de que nos hablan ya desde antiguo y repetidamente los libros santos.

¿Cómo se pondrá fin al mundo? ¿Con qué medios? Al sonido —dice— de las trompetas. ¿De qué trompetas? El apóstol Pablo te descubrirá el sentido de estas palabras misteriosas. Oye lo que dice: Resonará la trompeta, y los muertos en Cristo despertarán incorruptibles, y él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo. Será entonces cuando Jesús, nuestro Señor, vencerá y abatirá a Jericó, salvándose únicamente aquella prostituta de que nos habla el libro santo, con toda su familia. Vendrá —dice el texto sagrado— nuestro Señor Jesús, y vendrá al son de las trompetas.

Salvará únicamente a aquella mujer que acogió a sus exploradores, figura de todos los que acogieron con fe y obediencia a sus apóstoles y, como ella, los colocaron en la parte más alta, por lo que mereció ser asociada a la casa de Israel. Pero a esta mujer, con todo su simbolismo, no debemos ya recordarle ni tenerle en cuenta sus culpas pasadas. En otro tiempo fue una prostituta, mas ahora está unida a Cristo con un matrimonio virginal y casto. A ella pueden aplicarse las palabras del Apóstol: Quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen intacta. El mismo Apóstol, en su estado anterior, puede compararse a ella, ya que dice: También nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género.

¿Quieres ver con más claridad aún cómo aquella prostituta ya no lo es? Escucha las palabras de Pablo: Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo por el de nuestro Dios. Ella, para poder salvarse de la destrucción de Jericó, siguiendo la indicación de los exploradores, colgó de su ventana una cinta de hilo escarlata, como signo eficaz de salvación. Esta cinta representaba la sangre de Cristo, por la cual es salvada actualmente toda la Iglesia, en el mismo Jesucristo, nuestro Señor, al cual sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Isaías 49, 22. 26; Juan 8, 28.

R. Mira, con la mano hago seña a las naciones, alzo mi estandarte para los pueblos. * Y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu redentor es el héroe de Jacob.

V. Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy. * Y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu redentor es el héroe de Jacob.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 10a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Josué 10, 1-14; 11, 15-17.

El pueblo de Dios toma posesión de la tierra.

Cuando Adonisédec, rey de Jerusalén, oyó que Josué había tomado Ay y la había consagrado al exterminio (haciendo con Ay y su rey lo mismo que con Jericó y su rey) y que los de Gabaón habían hecho una alianza de paz con Israel y convivían con los israelitas, se asustó enormemente. Porque Gabaón era una ciudad importante, como cualquier capital real, mayor que Ay, y todos sus hombres eran valientes. Entonces Adonisédec, rey de Jerusalén, envió este mensaje a Ohán, rey de Hebrón, a Pirán, rey de Yarmut, a Yafia, rey de Laquis, y a Debir, rey de Eglón:

«Venid en mi ayuda, a ver si derrotamos a Gabaón, que ha hecho las paces con Josué y los hijos de Israel».

Entonces los cinco reyes, el de Jerusalén, el de Hebrón, el de Yarmut, el de Laquis y el de Eglón, se juntaron, subieron con sus ejércitos, acamparon frente a Gabaón y la atacaron.

Los de Gabaón despacharon emisarios a Josué, al campamento de Guilgal, con este ruego:

«No abandones a tus siervos. Ven enseguida a salvarnos. Ayúdanos, porque se han aliado contra nosotros todos los reyes amorreos de la montaña».

Entonces Josué subió desde Guilgal con toda la gente armada y con todos los guerreros más valientes, y el Señor le dijo:

«No les tengas miedo, que yo te los doy; ninguno de ellos podrá resistirte».

Josué caminó toda la noche desde Guilgal y cayó sobre ellos de repente. El Señor los desbarató ante Israel, que les infligió una severa derrota en Gabaón y los persiguió por la cuesta de Bet Jorón, destrozándolos hasta Acecá (y hasta Maquedá). Y, cuando iban huyendo de los hijos de Israel por la cuesta de Bet Jorón, el Señor les lanzó desde el cielo un gran pedrisco en el camino hasta Acecá, del que murieron. Y murieron más por el pedrisco que por la espada de los hijos de Israel.

El día en que el Señor puso a los amorreos en manos de los hijos de Israel, Josué habló al Señor y gritó en presencia de Israel:

«¡Detente, sol, en Gabaón! ¡Y tú, luna, en el valle de Ayalón!».

Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que el pueblo se vengó de los enemigos. Así está escrito en el Libro del Justo:

«El sol se detuvo en medio del cielo y tardó un día entero en ponerse».

Ni hubo antes ni ha habido después un día como aquél, en que el Señor obedeciera a la voz de un hombre. Es que el Señor luchaba por Israel.

Lo que el Señor había ordenado a su siervo Moisés, éste se lo ordenó a Josué y Josué lo cumplió; no descuidó nada de cuanto el Señor había ordenado a Moisés. Así fue como se apoderó Josué de todo el país: de la montaña, de todo el Negueb, de toda la región de Gosén, de la Sefelá y de la Arabá, de la montaña de Israel y de su llanura, desde el monte Jalac, hacia Seír, hasta Baalgad, en el valle del Líbano, al pie del monte Hermón. Se apoderó de todos sus reyes y los ajustició.

Responsorio: Ezequiel 34, 13. 15.

R. Congregaré a mis ovejas de los países, las traeré a su tierra, * Las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.

V. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear. * Las apacentaré en los montes de Israel, en las cañadas y en los poblados del país.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentarios sobre los salmos: Salmo 1, 4. 7-8.

Dulzura del libro de los salmos.

Aunque es verdad que toda la sagrada Escritura está impregnada de la gracia divina, el libro de los salmos posee, con todo, una especial dulzura; el mismo Moisés, que narra en un estilo llano las hazañas de los antepasados, después de haber hecho que el pueblo atravesara el mar Rojo de un modo admirable y glorioso, al contemplar cómo el Faraón y su ejército habían quedado sumergidos en él, superando sus propias cualidades (como había superado con aquel hecho sus propias fuerzas), cantó al Señor un cántico triunfal. También María, su hermana, tomando en su mano el pandero, invitaba a las otras mujeres, diciendo: Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar.

La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos. El que lo lee halla en él un remedio específico para curar las heridas de sus propias pasiones. El que sepa leer en él encontrará allí, como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio final.

Aquel que desee recordar e imitar las hazañas de los antepasados hallará compendiada en un solo salmo toda la historia de los padres antiguos, y así, leyéndolo, podrá ir recorriéndola de forma resumida.

Aquel que investiga el contenido de la ley, que se reduce toda ella al mandamiento del amor (porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley), hallará en los salmos con cuánto amor uno solo se expuso a graves peligros para librar a todo el pueblo de su oprobio; con lo cual se dará cuenta de que la gloria de la caridad es superior al triunfo de la fuerza.

Y ¿qué decir de su contenido profético? Aquello que otros habían anunciado de manera enigmática se promete clara y abiertamente a un personaje determinado, a saber, que de su descendencia nacerá el Señor Jesús, como dice el Señor a aquél: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. De este modo, en los salmos hallamos profetizado no sólo el nacimiento de Jesús, sino también su pasión salvadora, su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión al cielo y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir, aquello mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona.

Responsorio: Salmo 56, 8-9.

R. Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. * Voy a cantar y a tocar para el Señor.

V. Despierta, gloria mía; despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora. * Voy a cantar y a tocar para el Señor.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 10a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Josué 24, 1-7. 13-28.

Renovación de la alianza en la tierra prometida.

Josué reunió todas las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios. Josué dijo a todo el pueblo:

«Así dice el Señor, Dios de Israel: “Al otro lado del río Éufrates vivieron antaño vuestros padres: Téraj, padre de Abrahán y de Najor, y servían a otros dioses. Yo tomé a Abrahán vuestro padre del otro lado del Río, lo conduje por toda la tierra de Canaán y multipliqué su descendencia, dándole un hijo, Isaac. A Isaac le di dos hijos: Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié después a Moisés y Aarón y castigué a Egipto con los portentos que hice en su tierra. Luego os saqué de allí. Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con sus carros y caballos hasta el mar Rojo; pero ellos gritaron al Señor y él tendió una nube oscura entre vosotros y los egipcios; después hizo que se desplomara sobre ellos el mar, que los anegó. Con vuestros propios ojos visteis lo que hice con Egipto. Después vivisteis en el desierto muchos años.

Y os di una tierra por la que no habíais sudado, ciudades que no habíais construido y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado y de cuyos frutos ahora coméis”.

Pues bien: temed al Señor; servidle con toda sinceridad; quitad de en medio los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río y en Egipto; y servid al Señor. Pero si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».

El pueblo respondió:

«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; y quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos. Además, el Señor expulsó ante nosotros a los pueblos amorreos que habitaban el país. También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!».

Y Josué dijo al pueblo:

«No lograréis servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No perdonará vuestros delitos ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, él también se volverá contra vosotros y, después de haberos hecho tanto bien, os maltratará y os aniquilará».

El pueblo le respondió:

«¡No! Nosotros serviremos al Señor».

Josué insistió:

«Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido al Señor para servirle».

Respondieron:

«¡Testigos somos!».

«Entonces, quitad de en medio los dioses extranjeros que conserváis, e inclinad vuestro corazón hacia el Señor, Dios de Israel».

El pueblo respondió:

«¡Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!».

Aquel día Josué selló una alianza con el pueblo y les dio leyes y mandatos en Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios. Cogió una gran piedra y la erigió allí, bajo la encina que hay en el santuario del Señor. Y dijo Josué a todo el pueblo:

«Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, porque ha oído todas las palabras que el Señor nos ha dicho. Ella será testigo contra vosotros, para que no podáis renegar de vuestro Dios».

Luego Josué despidió al pueblo, cada cual a su heredad.

Responsorio: Josué 24, 16. 24; 1a Corintios 8, 5. 6.

R. ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! * Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

V. Aunque hay los llamados dioses en el cielo y en la tierra, para nosotros no hay más que un Dios. * Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos.

Segunda lectura:
San Ambrosio:
Comentarios sobre los salmos: Salmo 1, 9-12.

Cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también con la mente.

¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.

En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.

¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.

Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que dice: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia; con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: Tocaré para ti la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.

Responsorio: Salmo 91, 2. 4.

R. Es bueno dar gracias al Señor * Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

V. Con arpas de diez cuerdas y laúdes, sobre arpegios de cítaras. * Y tocar para tu nombre, oh Altísimo.

Oración:

Oh, Dios, fuente de todo bien, escucha a los que te invocamos, para que, inspirados por ti, consideremos lo que es justo y lo cumplamos según tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


11a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 11a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: Jueces 2, 6 – 3, 4.

Visión de conjunto del tiempo de los jueces.

Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se fueron cada cual a su heredad, para tomar posesión del país. El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que habían visto todas las grandes obras que el Señor había realizado en favor de Israel.

Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años. Y lo enterraron en el término de su heredad, en Timnat Jeres, en la montaña de Efraín, al norte del monte Gaas. Toda aquella generación se reunió también con sus padres, y le siguió otra generación que no había conocido al Señor ni la obra que había realizado en favor de Israel.

Los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor, y sirvieron a los baales. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que les había hecho salir de la tierra de Egipto, y fueron tras otros dioses, dioses de los pueblos vecinos, postrándose ante ellos e irritando al Señor. Abandonaron al Señor para servir a Baal y a las astartés. Se encendió, entonces, la ira del Señor contra Israel, los entregó en manos de saqueadores que los expoliaron y los vendió a los enemigos de alrededor, de modo que ya no pudieron resistir ante ellos. Siempre que salían, la mano del Señor estaba contra ellos para mal, según lo había anunciado el Señor y conforme les había jurado. Por lo que se encontraron en grave aprieto.

Entonces el Señor suscitó jueces que los salvaran de la mano de sus saqueadores. Pero tampoco escucharon a sus jueces, sino que se prostituyeron yendo tras otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron pronto del camino que habían seguido sus padres, escuchando los mandatos del Señor. No obraron como ellos. Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos en vida del juez, pues el Señor se compadecía de sus gemidos, provocados por quienes los vejaban y oprimían. Pero, a la muerte del juez volvían a prevaricar más que sus padres, yendo tras otros dioses, para servirles y postrarse ante ellos. No desistían de su comportamiento ni de su conducta obstinada. La ira del Señor se encendió contra Israel y declaró:

«Puesto que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no han escuchado mi voz, tampoco yo volveré a expulsar delante de ellos a ninguno de los pueblos que Josué dejó al morir, a fin de probar a Israel por medio de ellos, y saber si guardan o no los caminos del Señor, marchando por ellos, como hicieron sus padres».

El Señor permitió que aquellos pueblos se quedaran, sin expulsarlos de inmediato, y no los entregó en mano de Josué.

Éstas son las gentes que dejó el Señor, para probar con ellas a los israelitas que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán e instruirlos y adiestrarlos en la guerra: cinco príncipes filisteos, y todos los cananeos, sidonios y heveos, que habitaban la montaña del Líbano, desde el monte Baal Hermón a Lebo Jamat. Esto ocurrió así para poner a prueba a Israel y saber si obedecían los mandatos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.

Responsorio: Salmo 105, 40. 41. 44; Jueces 2, 16.

R. La ira del Señor se encendió contra su pueblo, y los entregó en manos de gentiles; * Pero miró su angustia, y escuchó sus gritos.

V. El Señor hacía surgir jueces, que los libraban de las bandas de salteadores. * Pero miró su angustia, y escuchó sus gritos.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 4-6.

La oración ha de salir de un corazón humilde.

Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios. Debemos agradar a Dios con la actitud corporal y con la moderación de nuestra voz. Porque, así como es propio del falto de educación hablar a gritos, así, por el contrario, es propio del hombre respetuoso orar con un tono de voz moderado. El Señor, cuando nos adoctrina acerca de la oración, nos manda hacerla en secreto, en lugares escondidos y apartados, en nuestro mismo aposento, lo cual concuerda con nuestra fe, cuando nos enseña que Dios está presente en todas partes, que nos oye y nos ve a todos y que, con la plenitud de su majestad, penetra incluso los lugares más ocultos, tal como está escrito: ¿Soy yo Dios sólo de cerca, y no Dios de lejos? Porque uno se esconda en su escondrijo, ¿no lo voy a ver yo? ¿No lleno yo el cielo y la tierra? Y también: En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

Y, cuando nos reunimos con los hermanos para celebrar los sagrados misterios, presididos por el sacerdote de Dios, no debemos olvidar este respeto y moderación ni ponernos a ventilar continuamente sin ton ni son nuestras peticiones, deshaciéndonos en un torrente de palabras, sino encomendarlas humildemente a Dios, ya que él escucha no las palabras, sino el corazón, ni hay que convencer a gritos a aquel que penetra nuestros pensamientos, como lo demuestran aquellas palabras suyas: ¿Por qué pensáis mal? Y en otro lugar: Así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que escruta corazones y mentes.

De este modo oraba Ana, como leemos en el primer libro de Samuel, ya que ella no rogaba a Dios a gritos, sino de un modo silencioso y respetuoso, en lo escondido de su corazón. Su oración era oculta, pero manifiesta su fe; hablaba no con la boca, sino con el corazón, porque sabía que así el Señor la escuchaba, y, de este modo, consiguió lo que pedía, porque lo pedía con fe. Esto nos recuerda la Escritura, cuando dice: Hablaba para sí, y no se oía su voz, aunque movía los labios, y el Señor la escuchó. Leemos también en los salmos: Reflexionad en el silencio de vuestro lecho. Lo mismo nos sugiere y enseña el Espíritu Santo por boca de Jeremías, con aquellas palabras: Hay que adorarte en lo interior, Señor.

El que ora, hermanos muy amados, no debe ignorar cómo oraron el fariseo y el publicano en el templo. Este último, sin atreverse a levantar sus ojos al cielo, sin osar levantar sus manos, tanta era su humildad, se daba golpes de pecho y confesaba los pecados ocultos en su interior, implorando el auxilio de la divina misericordia, mientras que el fariseo oraba satisfecho de sí mismo; y fue justificado el publicano, porque, al orar, no puso la esperanza de la salvación en la convicción de su propia inocencia, ya que nadie es inocente, sino que oró confesando humildemente sus pecados, y aquel que perdona a los humildes escuchó su oración.

Responsorio: S. Benito, Regla, 19, 6-7; 2, 3.

R. Pensemos cómo debemos conducirnos en la presencia de Dios y de sus ángeles, * Y que, al entonar nuestros salmos de alabanza, nuestra mente concuerde con nuestra voz.

V. Para ser escuchados no hace falta la abundancia de palabras, sino un sincero arrepentimiento y pureza de corazón. * Y que, al entonar nuestros salmos de alabanza, nuestra mente concuerde con nuestra voz.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 11a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: Jueces 4, 1-24.

Débora y Barac.

Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor, después de la muerte de Ehud. Y el Señor los vendió a Yabín, rey de Canaán, que reinaba en Jasor. El jefe de su ejército era Sísara, que habitaba en Jaróset Goyín. Los hijos de Israel clamaron al Señor, pues Sísara tenía novecientos carros de hierro y había oprimido con dureza a Israel a lo largo de veinte años.

Débora, la profetisa, mujer de Lapidot, juzgaba a Israel por aquel tiempo. Se sentaba bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraín, y los hijos de Israel subían allí a juicio. Mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, de Cadés de Neftalí, y le dijo:

«El Señor, Dios de Israel, ha ordenado lo siguiente: “Ve, haz una convocatoria en el monte Tabor, y toma contigo diez mil hombres de Neftalí y Zabulón. Yo te atraeré hacia el torrente Quisón a Sísara, jefe del ejército de Yabín, con sus carros y su tropa, y lo entregaré en tu mano”».

Barac contestó:

«Si vienes conmigo, iré, pero si no vienes conmigo, no iré».

Ella dijo:

«Iré contigo, sólo que no te corresponderá la gloria por la expedición que vas a emprender, pues el Señor entregará a Sísara en mano de una mujer».

Débora se levantó y fue con Barac a Cadés. Barac convocó a Zabulón y a Neftalí en Cadés. Diez mil hombres subieron tras sus pasos, y también Débora subió con él.

Jéber, el quenita, se había separado de Caín, de los hijos de Jobab, suegro de Moisés. Y había desplegado su tienda junto a la encina de Saanayin, cerca de Cadés. Le informaron a Sísara que Barac, hijo de Abinoán, había subido al monte Tabor. Y reunió todos sus carros, novecientos carros de hierro, y a toda la gente que estaba con él, desde Jaróset Goyín al torrente Quisón. Entonces Débora dijo a Barac:

«Levántate, pues éste es el día en que el Señor ha entregado a Sísara en tu mano. El Señor marcha delante de ti».

Barac bajó del monte Tabor con diez mil hombres tras él. El Señor desbarató a filo de espada a Sísara, a todos los carros y a todo el ejército ante Barac. Sísara bajó del carro y huyó a pie, mientras Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaróset Goyín. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada, sin que se salvara ni uno.

Sísara huyó a pie hasta la tienda de Yael, esposa de Jéber, el quenita, pues había paz entre Yabín, rey de Jasor, y la casa de Jéber, el quenita. Yael salió al encuentro de Sísara y le dijo:

«Acércate, mi señor, acércate a mí, no temas».

Entró en su tienda y ella lo tapó con una manta. Él le pidió:

«Por favor, dame de beber un poco de agua, pues tengo sed».

Ella abrió el odre de leche, le dio de beber y lo tapó de nuevo. Él le dijo:

«Ponte a la puerta de la tienda, y si viene alguno y te pregunta: ¿hay alguien aquí?, le responderás: no hay nadie».

Yael, esposa de Jéber, agarró una estaca de la tienda y tomó el martillo en su mano, se le acercó sigilosamente y le clavó la estaca en la sien hasta que se hundió en la tierra. Y él, que estaba profundamente dormido y exhausto, murió. Entre tanto, Barac venía persiguiendo a Sísara. Yael salió a su encuentro y le dijo:

«Ven y mira al hombre que buscas».

Entró en la tienda: Sísara yacía muerto con la estaca en la sien.

El Señor humilló aquel día a Yabín, rey de Canaán, ante los hijos de Israel. La mano de los hijos de Israel fue haciéndose cada vez más pesada sobre Yabín, rey de Canaán, hasta que lo aniquilaron.

Responsorio: 1a Corintios 1, 27. 29; 2a Corintios 12, 9; 1a Corintios 1, 28.

R. Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor, * Pues la fuerza se realiza en la debilidad.

V. Dios ha escogido lo que no cuenta para anular a lo que cuenta. * Pues la fuerza se realiza en la debilidad.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 8-9.

Nuestra oración es pública y común.

Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en los cielos», ni: «El pan mío dámelo hoy», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.

El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces —dice— los tres, al unísono, cantaban himnos y bendecían a Dios. Oraban los tres al unísono, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.

Por eso, fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos —dice la Escritura— se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. Se dedicaban a la oración en común, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.

¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vosotros —dice el Señor— rezad así: «Padre nuestro, que estás en los cielos».

El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a su casa —dice el Evangelio— y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos.

Responsorio: Salmos 21, 23; 56, 10.

R. Contaré tu fama a mis hermanos, * En medio de la asamblea te alabaré.

V. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones. * En medio de la asamblea te alabaré.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 11a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: Jueces 6, 1-6. 11-24a.

Vocación de Gedeón.

Los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor y él los entregó durante siete años en manos de Madián. Madián dejó sentir su poder sobre Israel y, por su causa, los hijos de Israel se refugiaron en las cavernas que hay en los montes, en las cuevas y en los riscos.

Cada vez que Israel sembraba, Madián, Amalec y los hijos de Oriente subían contra él. Acampaban frente a ellos y saqueaban la cosecha del país hasta la entrada de Gaza. Y no dejaban víveres en Israel, ni oveja, ni buey, ni asno. Pues subían con sus ganados y sus tiendas, numerosos como langostas. Ellos y sus camellos eran innumerables, y llegaban al país para devastarlo. Israel se empobreció muchísimo a causa de Madián y los hijos de Israel clamaron al Señor.

Vino, entonces, el ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto que hay en Ofrá, perteneciente a Joás, de los de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas. Se le apareció el ángel del Señor y le dijo:

«El Señor esté contigo, valiente guerrero».

Gedeón respondió:

«Perdón, mi señor; si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto? ¿Dónde están todos los prodigios que nos han narrado nuestros padres, diciendo: el Señor nos hizo subir de Egipto? En cambio ahora, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de Madián».

El Señor se volvió hacia él y le dijo:

«Ve con esa fuerza tuya y salva a Israel de las manos de Madián. Yo te envío».

Gedeón replicó:

«Perdón, mi Señor, ¿con qué voy a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo soy el menor de la casa de mi padre».

El Señor le dijo:

«Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como a un solo hombre».

Gedeón insistió:

«Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú el que estás hablando conmigo. Te ruego que no te retires de aquí hasta que vuelva a tu lado, traiga mi ofrenda y la deposite ante ti».

El Señor respondió:

«Permaneceré sentado hasta que vuelvas».

Gedeón marchó a preparar un cabrito y panes ácimos con unos cuarenta y cinco kilos de harina. Puso la carne en un cestillo, echó la salsa en una olla, lo llevó bajo la encina y se lo presentó. El ángel de Dios le dijo entonces:

«Coge la carne y los panes ácimos, deposítalos sobre aquella peña, y vierte la salsa».

Así lo hizo. El ángel del Señor alargó la punta del bastón que tenía en la mano, tocó la carne y los panes ácimos, y subió un fuego de la peña que consumió la carne y los panes ácimos. Después el ángel del Señor desapareció de sus ojos. Cuando Gedeón reconoció que se trataba del ángel del Señor, dijo:

«¡Ay, Señor mío, Señor, que he visto cara a cara al ángel del Señor!».

El Señor respondió:

«La paz contigo, no temas, no vas a morir».

Gedeón erigió allí un altar al Señor y lo llamó «el Señor paz».

Responsorio: Isaías 45, 3-4; Jueces 6, 14; cf. Isaías 45, 6.

R. Yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel. * Vete, y con esta fuerza salva a Israel.

V. Para que sepan todos que yo soy el Señor, y no hay otro. * Vete, y con esta fuerza salva a Israel.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 11-12.

Santificado sea tu nombre.

Cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos ponemos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera nunca atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre.

Sea nuestra conducta cual conviene a nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, hemos de pensar y obrar cosas espirituales y celestiales, ya que el mismo Señor Dios ha dicho: Yo honro a los que me honran, y serán humillados los que me desprecian. Asimismo el Apóstol dice en una de sus cartas: No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

A continuación, añadimos: Santificado sea tu nombre, no en el sentido de que Dios pueda ser santificado por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es él mismo quien santifica? Mas, como sea que él ha dicho: Sed santos, porque yo soy santo, por esto, pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación cotidiana, ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación.

El Apóstol nos enseña en qué consiste esta santificación que Dios se digna concedernos, cuando dice: Los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. Afirma que hemos sido consagrados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. Lo que pedimos, pues, es que permanezca en nosotros esta consagración o santificación y —acordándonos de que nuestro juez y Señor conminó a aquel hombre que él había curado y vivificado a que no volviera a pecar más, no fuera que le sucediese algo peor— no dejamos de pedir a Dios, de día y de noche, que la santificación y vivificación que nos viene de su gracia sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia.

Responsorio: Ezequiel 36, 23. 25. 27; Levítico 11, 44.

R. Mostraré la santidad de mi nombre ilustre; derramaré sobre vosotros un agua pura, os daré un corazón nuevo y os infundiré mi Espíritu; * Para que caminéis según mis preceptos, y guardéis y cumpláis mis mandatos.

V. Sed santos, porque yo soy santo. * Para que caminéis según mis preceptos, y guardéis y cumpláis mis mandatos.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 11a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: Jueces 6, 33-40; 7, 1-8. 16-22.

Gedeón vence con un mínimo ejército.

Madián, Amalec y los hijos de Oriente se juntaron a una, cruzaron el Jordán y acamparon en el valle de Yezrael. El espíritu del Señor revistió a Gedeón, que tocó el cuerno, y Abiezer se incorporó tras él. Despachó mensajeros a todo Manasés, que también se le unió. Despachó mensajeros a Aser, a Zabulón y a Neftalí, y subieron a su encuentro. Gedeón dijo a Dios:

«Si vas a ser tú el que salve a Israel por mi mano, según has dicho, mira, voy a dejar un vellón de lana en la era. Si cae rocío únicamente sobre el vellón, y todo el suelo queda seco, sabré que salvarás a Israel por mi mano, tal y como has dicho».

Así ocurrió. Se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió el rocío del vellón, llenando una cazuela de agua. Gedeón dijo a Dios:

«No se encienda tu ira contra mí, si hablo una vez más. Permíteme que pruebe sólo otra vez con el vellón. Quede seco sólo el vellón, mientras que en todo el suelo haya rocío».

Y así lo hizo el Señor aquella noche. Quedó únicamente seco el vellón y cayó rocío en todo el suelo».

Jerubaal, es decir Gedeón, y todo el pueblo que estaba con él madrugaron y acamparon en En Jarod, quedando el campamento de Madián al norte del suyo, junto a la colina de Moré, en el valle. El Señor dijo a Gedeón:

«Es todavía mucha gente. Hazlos bajar a la fuente y allí te los seleccionaré. Y del que yo te diga que vaya contigo, ése te acompañará; y aquel del que te diga que no vaya contigo, ése no te acompañará».

Ahora, pues, pregona a oídos del pueblo:

«Quien tenga miedo y tiemble, vuelva y márchese por el monte Galaad».

Se volvieron veintidós mil del pueblo y quedaron diez mil. Mas el Señor dijo a Gedeón:

«Es todavía mucha gente. Haz que bajen a la fuente y allí los seleccionaré. Y del que yo te diga: “Ése ha de ir contigo”, ése irá contigo; y del que te diga: “Ése no ha de ir contigo”, ése no irá contigo».

Gedeón hizo que el pueblo bajara a la fuente y el Señor le dijo:

«A todo el que beba lamiendo el agua con su lengua, como lame el perro, lo pondrás aparte, y lo mismo a cuantos doblen la rodilla para beber».

El número de los que lamieron el agua llevándola con las manos a la boca fue de trescientos. El resto de la gente dobló la rodilla para beber agua.

El Señor declaró a Gedeón:

«Os salvaré con los trescientos hombres que han lamido y entregaré a Madián en tu mano. El resto de la gente, que cada uno se vuelva a su casa».

Dividió los trescientos hombres en tres cuerpos y puso en manos de todos ellos cuernos y cántaros vacíos con antorchas en el interior de los cántaros. Les ordenó:

«Miradme y haced lo mismo. Cuando llegue al extremo del campamento, haced lo mismo que yo. Tocaré el cuerno con todos los que estén conmigo. Entonces, también vosotros tocaréis el cuerno alrededor del campamento y exclamaréis: ¡por el Señor y por Gedeón!».

Gedeón y los cien hombres que estaban con él llegaron al extremo del campamento al comienzo de la segunda vigilia, cuando acababan de relevarse los centinelas. Tocaron los cuernos y rompieron los cántaros que llevaban en las manos. Los tres grupos tocaron los cuernos y rompieron los cántaros. Cogieron en la izquierda las antorchas y en la derecha los cuernos para tocar, y gritaron:

«¡Espada para el Señor y para Gedeón!».

Permanecieron cada cual en su puesto, alrededor del campamento. Todos los del campamento corrían y, dando gritos, huían. Los trescientos tocaron los cuernos y el Señor hizo que esgrimieran la espada unos contra otros en todo el campamento y que huyeran hasta Bet Sitá, hacia Sererá, hasta la ribera de Abel Mejolá, en dirección de Tabat.

Responsorio: 1a Corintios 1, 27-29; Lucas 1, 52.

R. Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta. * De modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

V. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. * De modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 13-15.

Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad.

Prosigue la oración que comentamos: Venga a nosotros tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

También podemos entender, hermanos muy amados, este reino de Dios, cuya venida deseamos cada día, en el sentido de la misma persona de Cristo, cuyo próximo advenimiento es también objeto de nuestros deseos. Él es la resurrección, ya que en él resucitaremos, y por esto podemos identificar el reino de Dios con su persona, ya que en él hemos de reinar. Con razón, pues, pedimos el reino de Dios, esto es, el reino celestial, porque existe también un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo está por encima de los honores y del reino de este mundo.

Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divinas. Además, el Señor, dando pruebas de la debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, y, para dar ejemplo a sus discípulos de que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Pero, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos, la confianza con que luchamos y, en la muerte, la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.

Responsorio: Mateo 7, 21; Marcos 3, 35.

R. El que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, * Ése entrará en el reino de los cielos.

V. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. * Ése entrará en el reino de los cielos.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 11a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: Jueces 8, 22-23. 30-32; 9, 1-15. 19-20.

El pueblo de Dios intenta instaurar la monarquía.

Los israelitas dijeron a Gedeón:

«Manda tú sobre nosotros, y lo mismo tu hijo y el hijo de tu hijo, pues nos has salvado de la mano de Madián».

Pero Gedeón les respondió:

«Ni yo ni mi hijo mandaremos sobre vosotros. El Señor es quien mandará sobre vosotros».

Gedeón tuvo setenta hijos, nacidos de él, pues tenía muchas mujeres. En cuanto a la concubina que vivía en Siquén, también le engendró un hijo, a quien puso de nombre Abimélec. Gedeón, hijo de Joás, murió en buena vejez y fue enterrado en el sepulcro de su padre Joás, en Ofrá de Abiezer.

Abimélec, hijo de Jerubaal, fue a Siquén, donde vivían los hijos de su madre, y les propuso a ellos y a toda la familia de su abuelo materno lo siguiente:

«Decid, por favor, a todos los señores de Siquén: “¿Qué os resulta mejor, que manden sobre vosotros setenta hombres, todos los hijos de Jerubaal, o que mande sobre vosotros un solo hombre?”. Recordad que yo soy hueso vuestro y carne vuestra».

Los hermanos de su madre transmitieron estas palabras a todos los señores de Siquén. Y su corazón se inclinó por Abimélec, pues se dijeron:

«Es nuestro hermano».

Le entregaron cerca de ochocientos gramos de plata del templo de Baal Berit, y Abimélec contrató hombres desocupados y aventureros, que fueron tras él. Llegó a casa de su padre, a Ofrá, y mató sobre una piedra a sus hermanos, a los setenta hijos de Jerubaal. Quedó Jotán, el hijo menor de Jerubaal, que se había escondido.

Se reunieron todos los señores de Siquén y todo Bet Millo, y fueron a proclamar rey a Abimélec junto a la encina de la estela que hay en Siquén. Se lo anunciaron a Jotán, que, puesto en pie sobre la cima del monte Garizín, alzó la voz y les dijo a gritos:

«Escuchadme, señores de Siquén, y así os escuche Dios. Fueron una vez los árboles a ungir rey sobre ellos. Y dijeron al olivo:

“Reina sobre nosotros”.

El olivo les contestó:

“¿Habré de renunciar a mi aceite, que tanto aprecian en mí dioses y hombres para ir a mecerme sobre los árboles?”.

Entonces los árboles dijeron a la higuera:

“Ven tú a reinar sobre nosotros”.

La higuera les contestó:

“¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?”.

Los árboles dijeron a la vid:

“Ven tú a reinar sobre nosotros”.

La vid les contestó:

“¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?”.

Todos los árboles dijeron a la zarza:

“Ven tú a reinar sobre nosotros”.

La zarza contestó a los árboles:

“Si queréis en verdad ungirme rey sobre vosotros, venid a cobijaros a mi sombra. Y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano”.

Pues, si os habéis comportado hoy veraz y honradamente con Jerubaal y con su casa, alegraos con Abimélec y también él se alegre con vosotros; pero si no es así, salga fuego de Abimélec y devore a los señores de Siquén y a todo Bet Millo. Y salga fuego de los señores de Siquén y del Bet Millo y devore a Abimélec».

Responsorio: Jueces 8, 23; Apocalipsis 5, 13.

R. Ni yo ni mi hijo seremos vuestro jefe. * Vuestro jefe será el Señor.

V. Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder. * Vuestro jefe será el Señor.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 18. 22.

Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados.

Continuamos la oración y decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Esto puede entenderse en sentido espiritual o literal, pues de ambas maneras aprovecha a nuestra salvación. En efecto, el pan de vida es Cristo, y este pan no es sólo de todos en general, sino también nuestro en particular. Porque, del mismo modo que decimos: Padre nuestro, en cuanto que es Padre de los que lo conocen y creen en él, de la misma manera decimos: El pan nuestro, ya que Cristo es el pan de los que entramos en contacto con su cuerpo.

Pedimos que se nos dé cada día este pan, a fin de que los que vivimos en Cristo y recibimos cada día su eucaristía como alimento saludable no nos veamos privados, por alguna falta grave, de la comunión del pan celestial y quedemos separados del cuerpo de Cristo, ya que él mismo nos enseña: Yo soy el pan que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Por lo tanto, si él afirma que los que coman de este pan vivirán para siempre, es evidente que los que entran en contacto con su cuerpo y participan rectamente de la eucaristía poseen la vida; por el contrario, es de temer, y hay que rogar que no suceda así, que aquellos que se privan de la unión con el cuerpo de Cristo queden también privados de la salvación, pues el mismo Señor nos conmina con estas palabras: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Por eso, pedimos que nos sea dado cada día nuestro pan, es decir, Cristo, para que todos los que vivimos y permanecemos en Cristo no nos apartemos de su cuerpo que nos santifica.

Después de esto, pedimos también por nuestros pecados, diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados.

Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo.

Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados. Dos cosas nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón. Por esto, dice que el Señor es fiel, porque él nos ha prometido el perdón de los pecados, y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a pedir que sean perdonadas nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón.

Responsorio: Salmos 30, 2. 4; 24, 18.

R. A ti, Señor, me acojo: no quede yo defraudado; tú eres mi roca y mi baluarte. * Por tu nombre dirígeme y guíame.

V. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados. * Por tu nombre dirígeme y guíame.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 11a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Jueces 13, 1-25.

Anuncio del nacimiento de Sansón.

Los hijos de Israel volvieron a obrar mal a los ojos del Señor y el Señor los entregó en manos de los filisteos durante cuarenta años.

Había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos. El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:

«Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos».

La mujer dijo al esposo:

«Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. No le pregunté de dónde era, ni me dio a conocer su nombre. Me dijo:

«He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte».

Manoj imploró así al Señor:

«Te ruego, Señor mío, que venga nuevamente a nosotros el hombre de Dios que enviaste, para que nos indique qué hemos de hacer con el niño que nazca».

Dios escuchó la voz de Manoj, y el ángel de Dios se presentó de nuevo a la mujer, cuando se encontraba en el campo. Su esposo Manoj no estaba con ella. Al punto, la mujer corrió a anunciárselo a su marido. Le dijo:

«Se me ha aparecido el hombre que vino a verme el otro día».

Manoj se levantó y siguió a su esposa. Llegó donde estaba el hombre y le preguntó:

«¿Eres tú el hombre que habló a mi esposa?».

Respondió:

«Yo soy».

Manoj dijo:

«Ahora que se van a cumplir tus palabras, ¿cuál será la norma de vida del niño y el comportamiento respecto a su misión?».

El ángel del Señor le respondió:

«La mujer ha de guardarse de todo cuanto le dije. No probará nada que provenga del fruto de la vid. No beberá vino o licor, ni probará nada impuro. Guardará cuanto le ordené».

Manoj dijo al ángel del Señor:

«Permítenos retenerte y que te preparemos un cabrito».

Pero el ángel del Señor le respondió:

«Aunque me retengas, no probaré tu pan. Pero, si quieres ofrecer un holocausto al Señor, hazlo».

Y es que Manoj no sabía que se trataba del ángel del Señor. Manoj le preguntó:

«¿Cuál es tu nombre, para que podamos honrarte, cuando se cumplan tus palabras?».

El ángel del Señor le respondió:

«¿Por qué preguntas mi nombre? Es misterioso».

Manoj tomó el cabrito y la ofrenda, y lo ofreció sobre la peña al Señor que obra misteriosamente. Manoj y su esposa observaban. Al subir al cielo la llama del altar, subió el ángel del Señor con la llama del altar. Cuando Manoj y su esposa lo vieron, cayeron rostro a tierra. Y el ángel del Señor no volvió a aparecérseles. Entonces supo Manoj que se trataba del ángel del Señor. Y le dijo a su esposa:

«Seguramente vamos a morir, pues hemos visto a Dios».

Pero su esposa repuso:

«Si el Señor hubiera querido matarnos, no habría recibido de nuestras manos ni el holocausto ni la ofrenda, ni nos habría mostrado todo esto, ni nos habría hecho oír algo semejante».

La mujer dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Sansón. El niño creció, y el Señor lo bendijo. El espíritu del Señor comenzó a agitarlo en Majné Dan, entre Sorá y Estaol.

Responsorio: Lucas 1, 13. 15; Jueces 13, 5.

R. El ángel dijo a Zacarías: «Tu mujer te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo, * Porque estará consagrado a Dios».

V. El ángel del Señor se apareció a la mujer de Manoj y le dijo: «Concebirás y darás a luz un hijo, no pasará la navaja por su cabeza». * Porque estará consagrado a Dios.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 23-24.

Que los que somos hijos de Dios permanezcamos en la paz de Dios.

El Señor añade una condición necesaria e ineludible, que es, a la vez, un mandato y una promesa, esto es, que pidamos el perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden, para que sepamos que es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados, si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa. Por ello, dice también en otro lugar: La medida que uséis, la usarán con vosotros. Y aquel siervo del Evangelio, a quien su amo había perdonado toda la deuda y que no quiso luego perdonarla a su compañero, fue arrojado a la cárcel. Por no haber querido ser indulgente con su compañero, perdió la indulgencia que había conseguido de su amo.

Y vuelve Cristo a inculcarnos esto mismo, todavía con más fuerza y energía, cuando nos manda severamente: Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas. Pero, si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre celestial perdonará vuestros pecados. Ninguna excusa tendrás en el día del juicio, ya que serás juzgado según tu propia sentencia y serás tratado conforme a lo que tú hayas hecho.

Dios quiere que seamos pacíficos y concordes y que habitemos unánimes en su casa, y que perseveremos en nuestra condición de renacidos a una vida nueva, de tal modo que los que somos hijos de Dios permanezcamos en la paz de Dios, y los que tenemos un solo espíritu tengamos también un solo pensar y sentir. Por esto, Dios tampoco acepta el sacrificio del que no está en concordia con alguien, y le manda que se retire del altar y vaya primero a reconciliarse con su hermano; una vez que se haya puesto en paz con él, podrá también reconciliarse con Dios en sus plegarias. El sacrificio más importante a los ojos de Dios es nuestra paz y concordia fraterna y un pueblo cuya unión sea un reflejo de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Además, en aquellos primeros sacrificios que ofrecieron Abel y Caín, lo que miraba Dios no era la ofrenda en sí, sino la intención del oferente, y, por eso, le agradó la ofrenda del que se la ofrecía con intención recta. Abel, el pacífico y justo, con su sacrificio irreprochable, enseñó a los demás que, cuando se acerquen al altar para hacer su ofrenda, deben hacerlo con temor de Dios, con rectitud de corazón, con sinceridad, con paz y concordia. En efecto, el justo Abel, cuyo sacrificio había reunido estas cualidades, se convirtió más tarde él mismo en sacrificio y así con su sangre gloriosa, por haber obtenido la justicia y la paz del Señor, fue el primero en mostrar lo que había de ser el martirio, que culminaría en la pasión del Señor. Aquellos que lo imitan son los que serán coronados por el Señor, los que serán reivindicados el día del juicio.

Por lo demás, los discordes, los disidentes, los que no están en paz con sus hermanos no se librarán del pecado de su discordia, aunque sufran la muerte por el nombre de Cristo, como atestiguan el Apóstol y otros lugares de la sagrada Escritura, pues está escrito: El que odia a su hermano es un homicida, y el homicida no puede alcanzar el reino de los cielos y vivir con Dios. No puede vivir con Cristo el que prefiere imitar a Judas y no a Cristo.

Responsorio: Efesios 1, 3. 4; Romanos 15, 5. 6.

R. Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados: esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, * Como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.

V. Que Dios os conceda estar de acuerdo entre vosotros, para que, unánimes, a una sola voz, alabéis a Dios. * Como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 11a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: Jueces 16, 4-6. 16-31.

Perfidia de Dalila y muerte de Sansón.

Sansón se enamoró de una mujer del torrente Sorec, llamada Dalila. Los príncipes de los filisteos subieron a verla y le dijeron:

«Sedúcelo y averigua en qué reside su enorme fuerza y con qué se le podría atar para doblegarlo. Nosotros te daremos doce kilos y medio de plata cada uno».

Dalila dijo a Sansón:

«Aclárame en qué reside tu enorme fuerza y con qué se te había de atar para doblegarte».

Y como le asediase todos los días con sus palabras y le importunara tanto, su espíritu se abatió.

Entonces le puso al descubierto su corazón y le dijo:

«La navaja no ha pasado por mi cabeza, pues soy nazir de Dios desde el seno de mi madre. Si me raparan, mi fuerza se alejaría de mí. Me debilitaría y vendría a ser como cualquier hombre».

Dalila se dio cuenta de que le había abierto completamente el corazón y mandó llamar a los príncipes filisteos:

«Subid, porque esta vez me ha abierto completamente el corazón».

Los príncipes filisteos subieron allá, llevando la plata en sus manos.

Lo adormeció sobre sus rodillas y llamó a un hombre que le rapó las siete guedejas de su cabeza. Entonces comenzó a debilitarse y su fuerza se alejó de él. Dalila le gritó:

«Los filisteos sobre ti, Sansón».

Él se despertó de su sueño, pensando:

«Saldré como las otras veces y me libraré de ellos».

No sabía que el Señor se había alejado de él. Los filisteos lo apresaron y le sacaron los ojos. Le bajaron a Gaza y lo ataron con una doble cadena de bronce. En la cárcel estuvo dando vueltas a la muela. Ahora bien, después que lo hubieron rapado, el cabello de su cabeza comenzó a crecer.

Los príncipes de los filisteos se congregaron para ofrecer un gran sacrificio a su dios Dagón y para hacer un festejo. Decían:

«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos a Sansón, nuestro enemigo».

Cuando lo vio la gente, alababan a su dios diciendo:

«Nuestro dios ha entregado en nuestras manos al enemigo, que asolaba nuestro territorio y multiplicaba nuestros muertos».

Cuando ya tenían el corazón alegre, dijeron:

«Llamad a Sansón para que nos divierta».

Llamaron a Sansón de la cárcel y bailó ante ellos. Luego lo colocaron entre las columnas.

Sansón dijo al lazarillo:

«Déjame tocar las columnas sobre las que se asienta el templo, para que pueda apoyarme en ellas».

El templo estaba lleno de hombres y mujeres. Se encontraban allí todos los príncipes filisteos. En la azotea había unos tres mil hombres y mujeres, viendo los juegos de Sansón.

Entonces Sansón invocó al Señor:

«Dueño y Señor mío, acuérdate de mí y dame fuerzas sólo esta vez, oh Dios, para que de un solo golpe pueda vengarme de los filisteos, por lo de mis dos ojos».

Sansón palpó las dos columnas centrales sobre las que se asentaba el templo y se apoyó sobre ellas, en una con la derecha y en la otra con la izquierda. Entonces gritó:

«Muera yo también con los filisteos».

Empujó con fuerza, y el templo se desplomó sobre los príncipes y sobre toda la gente que había en él. Los que mató al morir fueron más que los que había matado en vida.

Sus hermanos y toda la casa paterna bajaron a recogerlo y lo subieron a enterrar entre Sorá y Estaol, en el sepulcro de su padre Manoj. Sansón había juzgado a Israel diez años.

Responsorio: Salmos 42, 1; 30, 4; Jueces 16, 28.

R. Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, * Tú que eres mi roca y mi baluarte.

V. Acuérdate de mí, dame la fuerza. * Tú que eres mi roca y mi baluarte.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre el Padrenuestro: Caps. 28-30.

Hay que orar no sólo con palabras, sino también con hechos.

No es de extrañar, queridos hermanos, que la oración que nos enseñó Dios con su magisterio resuma todas nuestras peticiones en tan breves y saludables palabras. Esto ya había sido predicho anticipadamente por el profeta Isaías, cuando, lleno de Espíritu Santo, habló de la piedad y la majestad de Dios, diciendo: Palabra que acaba y abrevia en justicia, porque Dios abreviará su palabra en todo el orbe de la tierra. En efecto, cuando vino aquel que es la Palabra de Dios en persona, nuestro Señor Jesucristo, para reunir a todos, sabios e ignorantes, y para enseñar a todos, sin distinción de sexo o edad, el camino de salvación, quiso resumir en un sublime compendio todas sus enseñanzas, para no sobrecargar la memoria de los que aprendían su doctrina celestial y para que aprendiesen con facilidad lo elemental de la fe cristiana.

Y así, al enseñar en qué consiste la vida eterna, nos resumió el misterio de esta vida en estas palabras tan breves y llenas de divina grandiosidad: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Asimismo, al discernir los primeros y más importantes mandamientos de la ley y los profetas, dice: Escucha, Israel; el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Éste es el primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. Y también: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas.

Además, Dios nos enseñó a orar no sólo con palabras, sino también con hechos, ya que él oraba con frecuencia, mostrando, con el testimonio de su ejemplo, cuál ha de ser nuestra conducta en este aspecto; leemos, en efecto: Jesús solía retirarse a despoblado para orar; y también: Subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.

El Señor, cuando oraba, no pedía por sí mismo —¿qué podía pedir por sí mismo, si él era inocente?—, sino por nuestros pecados, como lo declara con aquellas palabras que dirige a Pedro: Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti; para que tu fe no se apague. Y luego ruega al Padre por todos, diciendo: No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.

Gran benignidad y bondad la de Dios para nuestra salvación: no contento con redimirnos con su sangre, ruega también por nosotros. Pero atendamos cuál es el deseo de Cristo, expresado en su oración: que así como el Padre y el Hijo son una misma cosa, así también nosotros imitemos esta unidad.

Responsorio: Salmo 24 1-2. 5.

R. A ti, Señor, levanto mi alma; * Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado.

V. Haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando. * Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado.

Oración:

Oh, Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha con bondad nuestras súplicas y, pues sin ti nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza, concédenos siempre la ayuda de tu gracia, para que, al poner en práctica tus mandamientos, te agrademos con nuestros deseos y acciones. Por nuestro Señor Jesucristo.


12a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 12a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: 1o Samuel 16, 1-13.

David es ungido rey.

El Señor dijo a Samuel:

«¿Hasta cuándo vas a estar sufriendo por Saúl, cuando soy yo el que lo he rechazado como rey sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te envío a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí».

Samuel respondió:

«¿Cómo voy a ir? Si lo oye Saúl, me mata».

El Señor respondió:

«Llevas de la mano una novilla y dices que has venido a ofrecer un sacrificio al Señor. Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que has de hacer. Me ungirás al que te señale».

Samuel hizo lo que le había ordenado el Señor. Una vez llegado a Belén, los ancianos de la ciudad salieron temblorosos a su encuentro. Preguntaron:

«¿Es de paz tu venida?».

Respondió:

«Sí. He venido para ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio».

Purificó a Jesé y a sus hijos, y los invitó al sacrificio.

Cuando éstos llegaron, vio a Eliab y se dijo:

«Seguro que está su ungido ante el Señor».

Pero el Señor dijo a Samuel:

«No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón».

Jesé llamó a Abinadab y lo presentó a Samuel, pero le dijo:

«Tampoco a éste lo ha elegido el Señor».

Jesé presentó a Samá. Y Samuel dijo:

«El Señor tampoco ha elegido a éste».

Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel. Pero Samuel dijo a Jesé:

«El Señor no ha elegido a éstos».

Entonces Samuel preguntó a Jesé:

«¿No hay más muchachos?».

Y le respondió:

«Todavía queda el menor, que está pastoreando el rebaño».

Samuel le dijo:

«Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa, mientras no venga».

Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel:

«Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es éste».

Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espíritu del Señor vino sobre David desde aquel día en adelante. Samuel emprendió luego el camino de Ramá.

Responsorio: Salmo 88, 20. 21. 22.

R. He ceñido la corona a un héroe, he levantado a un soldado sobre el pueblo. * Para que mi mano esté siempre con él.

V. Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado. * Para que mi mano esté siempre con él.

Segunda lectura:
Faustino Luciferano: Tratado sobre la Trinidad 39-40.

Cristo es rey y sacerdote eterno.

Nuestro Salvador fue verdaderamente ungido, en su condición humana, ya que fue verdadero rey y verdadero sacerdote, las dos cosas a la vez, tal y como convenía a su excelsa condición. El salmo nos atestigua su condición de rey, cuando dice: Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo. Y el mismo Padre atestigua su condición de sacerdote, cuando dice: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aarón fue el primero en la ley antigua que fue constituido sacerdote por la unción del crisma y, sin embargo, no se dice: «Según el rito de Aarón», para que nadie crea que el Salvador posee el sacerdocio por sucesión. Porque el sacerdocio de Aarón se transmitía por sucesión, pero el sacerdocio del Salvador no pasa a los otros por sucesión, ya que él permanece sacerdote para siempre, tal como está escrito: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

El Salvador es, por lo tanto, rey y sacerdote según su humanidad, pero su unción no es material, sino espiritual. Entre los israelitas, los reyes y sacerdotes lo eran por una unción material de aceite; no que fuesen ambas cosas a la vez, sino que unos eran reyes y otros eran sacerdotes; sólo a Cristo pertenece la perfección y la plenitud en todo, él, que vino a dar plenitud a la ley.

Los israelitas, aunque no eran las dos cosas a la vez, eran, sin embargo, llamados cristos (ungidos), por la unción material del aceite que los constituía reyes o sacerdotes. Pero el Salvador, que es el verdadero Cristo, fue ungido por el Espíritu Santo, para que se cumpliera lo que de él estaba escrito: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. Su unción supera a la de sus compañeros, ungidos como él, porque es una unción de júbilo, lo cual significa el Espíritu Santo.

Sabemos que esto es verdad por las palabras del mismo Salvador. En efecto, habiendo tomado el libro de Isaías, lo abrió y leyó: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido; y dijo a continuación que entonces se cumplía aquella profecía que acababan de oír. Y, además, Pedro, el príncipe de los apóstoles, enseñó que el crisma con que había sido ungido el Salvador es el Espíritu Santo y la fuerza de Dios, cuando, en los Hechos de los apóstoles, hablando con el centurión, aquel hombre lleno de piedad y de misericordia, dijo entre otras cosas: La cosa empezó en Galilea, cuando Juan predicaba el bautismo. Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.

Vemos, pues, cómo Pedro afirma de Jesús que fue ungido, según su condición humana, con la fuerza del Espíritu Santo. Por esto, Jesús, en su condición humana, fue con toda verdad Cristo o ungido, ya que por la unción del Espíritu Santo fue constituido rey y sacerdote eterno.

Responsorio: Cf. Hebreos 7, 2-4; 6, 20.

R. Mirad qué grande es el que viene a salvar al mundo: * Él es el rey de justicia, cuya vida no tendrá fin.

V. Entra por nosotros como precursor, sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec. * Él es el rey de justicia, cuya vida no tendrá fin.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 12a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: 1o Samuel 17, 1-10. 32. 38-51.

David lucha contra Goliat.

Los filisteos reunieron sus tropas para la guerra. Se juntaron en Soco de Judá y acamparon entre Soco y Azeca, en Efes Damín. Saúl y los hombres de Israel se reunieron, y acamparon en el valle del Terebinto. Y formaron en orden de batalla frente a los filisteos. Los filisteos se encontraban a un lado de la montaña e Israel al otro lado, con un valle entre ellos.

De las huestes filisteas salió entonces un guerrero. Se llamaba Goliat, era de Gat y medía unos tres metros. Llevaba un yelmo de bronce en la cabeza y vestía una coraza de escamas de bronce que pesaba unos sesenta kilos. Llevaba grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce en la espalda. El asta de la lanza era semejante a un enjullo de tejedor, y su punta de hierro pesaba unos seis kilos. El escudero caminaba delante de él.

Goliat se puso en pie y gritó a los escuadrones de Israel:

«¿Por qué salís en orden de batalla? ¿No soy yo un filisteo y vosotros servidores de Saúl? Escoged a uno de vosotros para bajar contra mí. Si puede conmigo en el combate y me mata, seremos vuestros esclavos. Pero, si yo puedo con él y lo mato, seréis nuestros esclavos y nos serviréis».

Y añadió:

«Hoy he avergonzado a los batallones de Israel con mi desafío. Dadme un hombre, para luchar cuerpo a cuerpo».

David dijo a Saúl:

«Que no desmaye el corazón de nadie por causa de ese hombre. Tu siervo irá a luchar contra ese filisteo».

Saúl ordenó armar a David con su propia armadura. Le puso el yelmo de bronce en la cabeza y lo revistió con la coraza. Después le ciñó su propia espada sobre la armadura. David intentó caminar así, pero no estaba acostumbrado. Le dijo a Saúl:

«No puedo caminar así, porque no estoy acostumbrado».

Y se despojó de ellos. Agarró el bastón, se escogió cinco piedras lisas del torrente y las puso en su zurrón de pastor y en el morral, y avanzó hacia el filisteo con la honda en mano. El filisteo se fue acercando a David, precedido de su escudero. Fijó su mirada en David y lo despreció, viendo que era un muchacho, rubio y de hermoso aspecto. El filisteo le dijo:

«¿Me has tomado por un perro, para que vengas a mí con palos?».

Y maldijo a David por sus dioses.

El filisteo siguió diciéndole:

«Acércate y echaré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo».

David le respondió:

«Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos».

Cuando el filisteo se puso en marcha, avanzando hacia David, éste corrió veloz a la línea de combate frente a él. David metió su mano en el zurrón, cogió una piedra, la lanzó con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo con una honda y una piedra. Le golpeó y le mató sin espada en la mano. David echó a correr y se detuvo junto al filisteo. Cogió su espada, la sacó de la vaina y le remató con ella, cortándole la cabeza. Los filisteos huyeron, al ver muerto a su campeón.

Responsorio: 1o Samuel 17, 37; cf. Salmo 56, 4. 5.

R. El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, * Él me librará de las manos de mis enemigos.

V. Envió Dios su gracia y su fidelidad, libró mi vida de entre los leones. * Él me librará de las manos de mis enemigos.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano. (PG 46, 254-255).

El cristiano es otro Cristo.

Pablo, mejor que nadie, conocía a Cristo y enseñó, con sus obras, cómo deben ser los que de él han recibido su nombre, pues lo imitó de una manera tan perfecta que mostraba en su persona una reproducción del Señor, ya que, por su gran diligencia en imitarlo, de tal modo estaba identificado con el mismo ejemplar, que no parecía ya que hablara Pablo, sino Cristo, tal como dice él mismo, perfectamente consciente de su propia perfección: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí. Y también dice: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Él nos hace ver la gran virtualidad del nombre de Cristo, al afirmar que Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios, al llamarlo paz y luz inaccesible en la que habita Dios, expiación, redención, gran sacerdote, Pascua, propiciación de las almas, irradiación de la gloria e impronta de la substancia del Padre, por quien fueron hechos los siglos, comida y bebida espiritual, piedra y agua, fundamento de la fe, piedra angular, imagen del Dios invisible, gran Dios, cabeza del cuerpo que es la Iglesia, primogénito de la nueva creación, primicias de los que han muerto, primogénito de entre los muertos, primogénito entre muchos hermanos, mediador entre Dios y los hombres, Hijo unigénito coronado de gloria y de honor, Señor de la gloria, origen de las cosas, rey de justicia y rey de paz, rey de todos, cuyo reino no conoce fronteras.

Estos nombres y otros semejantes le da, tan numerosos que no pueden contarse. Nombres cuyos diversos significados, si se comparan y relacionan entre sí, nos descubren el admirable contenido del nombre de Cristo y nos revelan, en la medida en que nuestro entendimiento es capaz, su majestad inefable.

Por lo cual, puesto que la bondad de nuestro Señor nos ha concedido una participación en el más grande, el más divino y el primero de todos los nombres, al honrarnos con el nombre de «cristianos», derivado del de Cristo, es necesario que todos aquellos nombres que expresan el significado de esta palabra se vean reflejados también en nosotros, para que el nombre de «cristianos» no aparezca como una falsedad, sino que demos testimonio del mismo con nuestra vida.

Responsorio: Salmo 5, 12; 88, 16-17.

R. Que se alegren, Señor, los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos para que se llenen de gozo * Los que aman tu nombre.

V. Caminarán, oh Señor, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día. * Los que aman tu nombre.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 12a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: 1o Samuel 17, 57 – 18, 9. 20-30.

Envidia de Saúl contra David.

Cuando David volvió de matar al filisteo, lo tomó Abner y lo condujo ante Saúl. Traía en su mano la cabeza del filisteo. Saúl le preguntó:

«Muchacho, ¿de quién eres hijo?».

David respondió:

«Soy hijo de tu siervo Jesé, el de Belén».

Cuando David acabó de hablar con Saúl, el ánimo de Jonatán quedó unido al de David y lo amó como a sí mismo. Aquel día Saúl lo tomó a su servicio, y no le permitió volver a casa de su padre. Jonatán hizo un pacto con David, a quien amaba como a sí mismo. Se despojó del manto que llevaba y se lo dio a David, lo mismo que sus vestiduras y hasta su espada, su arco y su cinturón.

Cuando David salía en expedición adonde quiera que le enviaba Saúl, tenía éxito, y Saúl le puso al frente de los soldados. Cayó bien a todo el pueblo y también a los servidores de Saúl. A su regreso, cuando David volvía de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando con tambores, gritos de alborozo y címbalos. Las mujeres cantaban y repetían al bailar:

«Saúl mató a mil, David a diez mil».

A Saúl le enojó mucho aquella copla y le pareció mal, pues pensaba:

«Han asignado diez mil a David y mil a mí. No le falta más que la realeza».

Desde aquel día Saúl vio con malos ojos a David.

Mical, hija de Saúl, amaba a David. Y cuando se lo dijeron a Saúl, el asunto le pareció bien.

Saúl pensaba:

«Se la entregaré para que le resulte una trampa y caiga sobre él la mano de los filisteos».

Saúl le propuso dos veces a David:

«Hoy puedes ser mi yerno».

Luego ordenó a sus servidores:

«Decid a David en secreto: “El rey te aprecia y todos sus servidores te estiman. Hazte ahora yerno del rey”».

Los servidores de Saúl pronunciaron estas palabras a oídos de David. Él respondió:

«¿Os parece cosa fácil ser yerno del rey? Yo soy un hombre sencillo y pobre».

Los servidores de Saúl le informaron:

«David ha hablado en estos términos».

Saúl replicó:

«Decid a David: “Al rey no le interesa la dote, sino cien prepucios de filisteos, para vengarse de sus enemigos”».

Saúl pensaba que David caería a manos de los filisteos. Sus servidores repitieron a David estas palabras y la propuesta le pareció bien, para llegar a ser yerno del rey. No se había cumplido el plazo, cuando David se puso en camino con sus hombres, mató doscientos de entre los filisteos y llevó al rey el número completo de prepucios para ser su yerno. Entonces Saúl le entregó por esposa a su hija Mical.

Saúl se dio perfecta cuenta de que el Señor estaba con David y de que su hija Mical lo amaba. Creció aún más el miedo que tenía a David y fue su enemigo de por vida. Los príncipes de los filisteos seguían hostigando, pero en cada una de sus salidas David tenía más éxito que todos los servidores de Saúl y su nombre se hizo famoso.

Responsorio: Salmo 55, 2. 4. 14.

R. Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día. * Yo confío en ti.

V. Libraste mi alma de la muerte, mis pies de la caída. * Yo confío en ti.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Tratado sobre el perfecto modelo de cristiano. (PG 46, 283-286).

Manifestemos a Cristo en toda nuestra vida.

Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. De ellas, ocupa el primer lugar el pensamiento; viene en segundo lugar la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción, con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema.

Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo con Cristo, sino que llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las perlas el cieno de la perturbación, con el fin de afear y destruir el brillo de la piedra preciosa.

Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede.

En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos derivada de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo, para que el hombre, tanto en lo interno como en lo externo, se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de su vida, a este conocimiento que proviene del Señor, dejándose guiar y mover por él. En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos participes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre.

Responsorio: Colosenses 3, 17; Romanos 14, 17.

R. Todo lo que de palabra o de obra realicéis, * Sea todo en nombre del Señor.

V. Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. * Sea todo en nombre del Señor.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 12a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: 1o Samuel 19, 8-10; 20, 1-17.

Amistad entre David y Jonatán.

La guerra se reanudó. David salió a luchar contra los filisteos y les infligió una gran derrota; los filisteos huyeron ante él. Un mal espíritu del Señor vino sobre Saúl, cuando estaba sentado en su casa con la lanza en mano, mientras David tañía. Saúl intentó clavar a David en la pared con la lanza. Pero él esquivó a Saúl, que clavó la lanza en la pared. David huyó, poniéndose a salvo aquella noche.

David huyó de Nayot de Ramá, y fue a decirle a Jonatán:

«¿Qué he hecho yo? ¿Cuál es mi crimen y mi pecado contra tu padre, para que busque matarme?».

Jonatán le respondió:

«De ninguna manera. No morirás. Mi padre no hace cosa grande o pequeña sin dármela a conocer. ¿Por qué habría de ocultarme este asunto? Nada de eso».

David juró de nuevo:

«Tu padre sabe bien que he hallado gracia a tus ojos y se habrá dicho: “Que no sepa esto Jonatán, para que no se apene”. Pero juro, por la vida del Señor y por tu vida, que estoy a un paso de la muerte».

Jonatán le dijo a David:

«¿Qué quieres que haga por ti?».

David le contestó:

«Mañana es novilunio y yo habría de sentarme con tu padre a comer. Déjame partir y me ocultaré en el campo hasta pasado mañana por la tarde. Si tu padre me echa de menos, le dirás: “David me rogó encarecidamente hacer una escapada a su ciudad de Belén, porque celebran allí el sacrificio anual de toda la familia”. Si responde: “Está bien”, entonces tu siervo estará seguro. Pero si se encoleriza, sábete que está decidido el mal por su parte. Actúa lealmente con tu siervo, porque le has hecho entrar contigo en una alianza ante el Señor. Si hay en mí alguna falta, mátame tú mismo. ¿Para qué llevarme hasta tu padre?».

Jonatán respondió:

«Lejos de ti tal cosa. Si llegara a saber que está decidido por parte de mi padre traer esta desgracia sobre ti, ¿no iba a avisarte?».

David le preguntó:

«¿Quién me avisará, si tu padre responde con dureza?».

Jonatán le respondió:

«Ven, salgamos al campo».

Y los dos salieron al campo.

Jonatán le dijo a David:

«Por el Señor, Dios de Israel, mañana a esta hora sondearé a mi padre por tercera vez. Si está bien dispuesto respecto a ti y no te mando recado ni te lo hago saber, que el Señor me castigue. Si mi padre se complace en hacerte mal, te lo haré saber y te dejaré partir para que vayas en paz. Y que el Señor esté contigo como estuvo con mi padre. Ojalá que mientras viva obres conmigo según la fidelidad que exige el Señor. Y si muero, no retires jamás tu fidelidad hacia mi casa, ni siquiera cuando el Señor haga desaparecer de la faz de la tierra a todos y cada uno de los enemigos de David».

Jonatán hizo alianza con la casa de David y el Señor pidió cuentas a los enemigos de David. Jonatán volvió a obligar a David que le jurara por el amor que le tenía, porque le amaba como a sí mismo.

Responsorio: Proverbios 17, 17; 1a Juan 4, 7.

R. En toda ocasión ama el amigo, * El hermano nace para el peligro.

V. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. * El hermano nace para el peligro.

Segunda lectura:
Beato Elredo: Tratado sobre la amistad espiritual: Libro 3 (PL 195, 692-693).

La amistad verdadera es perfecta y constante.

Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al Señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: —le dice— serás el rey, y yo seré tu segundo.

¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores.

Y, habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué va a morir David? ¿Qué ha hecho? Él se jugó la vida cuando mató al filisteo; bien que te alegraste al verlo. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo de perdida —le dice—; ya sabía yo que estabas confabulado con él, para vergüenza tuya y de tu madre! Y, a continuación, vomita todo el veneno que llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará seguro.

¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. —dice— serás el rey, y yo seré tu segundo.

Ésta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Anda, pues, haz tú lo mismo.

Responsorio: Eclesiástico 6, 14. 16.

R. Al amigo fiel tenlo por amigo, * El que lo encuentra, encuentra un tesoro.

V. Un amigo fiel es un talismán, el que teme a Dios lo alcanza. * El que lo encuentra, encuentra un tesoro.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 12a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: 1o Samuel 21, 1-10; 22, 1-5.

Huida de David.

David emprendió el camino, mientras Jonatán entraba en la ciudad. David llegó a Nob, donde se encontraba el sacerdote Ajimélec. Éste salió con miedo a su encuentro, y le preguntó:

«¿Cómo vienes solo y sin compañía?».

David le respondió:

«El rey me ha dado órdenes, diciéndome: “Nadie sepa nada del asunto al que te envío y de lo que te he ordenado”. A los criados, los he citado en tal lugar. Y bien, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes o lo que haya».

El sacerdote le dijo:

«No tengo a mano pan común, sino pan consagrado; bastaría con que los criados se hayan guardado al menos de mujer».

David le respondió:

«Ciertamente. Siempre que salgo a luchar, nos abstenemos de mujeres y los criados se mantienen puros. Aunque es un viaje profano, hoy están puros sus cuerpos».

El sacerdote le entregó el pan consagrado, pues no había otro pan que el de la proposición, que se retira de la presencia del Señor para poner pan reciente ese día.

Aquel día se encontraba allí uno de los servidores de Saúl, detenido ante el Señor. Se llamaba Doeg, edomita, jefe de los pastores de Saúl. David preguntó a Ajimélec:

«¿No hay por aquí a mano una lanza o una espada? Pues ni siquiera cogí la espada ni las armas, por tratarse de un asunto urgente del rey».

El sacerdote respondió:

«Ahí está la espada de Goliat, el filisteo, al que mataste en el valle del Terebinto, envuelta en un paño, detrás del efod. Si la quieres, cógela, ya que aquí no hay más que ésa».

David dijo:

«No hay otra mejor. Dámela».

David marchó de allí y se puso a salvo en la cueva de Adulán. Cuando se enteraron sus hermanos y toda la casa de su padre, bajaron adonde estaba. Se le unieron las gentes en apuros, con deudas o de ánimo desesperado, y él se convirtió en su jefe. Unos cuatrocientos estaban con él.

David marchó de allí a Mispá de Moab y dijo al rey de Moab:

«Permite a mis padres vivir entre vosotros, hasta que sepa lo que el Señor va a hacer de mí».

Los llevó a la presencia del rey de Moab y vivieron allí todo el tiempo que David permaneció en el refugio.

El profeta Gat dijo a David:

«No sigas en el refugio. Ve y adéntrate en la tierra de Judá».

David partió hasta llegar al bosque de Járet.

Responsorio: Romanos 7, 6; Marcos 2, 25. 26.

R. Al morir a lo que nos tenía cogidos, quedamos exentos de la ley; * Así podemos servir en virtud de un espíritu nuevo, no de un código anticuado.

V. ¿No habéis oído nunca lo que hizo David cuando tuvo hambre? Entró en la casa de Dios y comió de los panes presentados. * Así podemos servir en virtud de un espíritu nuevo, no de un código anticuado.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1263-1266).

Dios es como una roca inaccesible.

Lo mismo que suele acontecer al que desde la cumbre de un alto monte mira algún dilatado mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde las alturas de la voz divina, como desde la cima de un monte, mira la inefable profundidad de su contenido.

Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos lugares marítimos, en los cuales, al contemplar un monte por el lado que mira al mar, lo vemos como cortado por la mitad y completamente liso desde su cima hasta la base, y como si su cumbre estuviera suspendida sobre el abismo; la misma impresión que causa al que mira desde tan elevada altura a lo profundo del mar, la misma sensación de vértigo experimento yo al quedar como en suspenso por la grandeza de esta afirmación del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. A Dios nadie lo ha visto jamás, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre ha visto ni puede ver. Ésta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y quedar con vida.

Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias, pues, no se debate la esperanza del hombre?

Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.

Por lo tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra, si, viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos, si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Responsorio: Juan 1, 18; Salmo 144, 3.

R. A Dios nadie lo ha visto jamás: * El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

V. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. * El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 12a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: 1o Samuel 25, 14-24a. 28-39.

David y Abigail.

En aquellos días uno de los criados informó a Abigail, la esposa de Nabal:

«David ha enviado unos mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro amo, pero él los ha tratado desconsideradamente. Esos hombres se han portado muy bien con nosotros. No nos molestaron, ni echamos de menos nada mientras anduvimos con ellos, cuando estábamos en el campo. Fueron muralla para nosotros, día y noche, el tiempo que estuvimos con ellos pastoreando el rebaño. Considera, ahora, y mira lo que tienes que hacer, pues está decidida la ruina de nuestro señor y de su casa. Es una persona intratable para hablar con él».

Abigail cogió apresuradamente doscientos panes, dos odres de vino, cinco ovejas adobadas, setenta y cinco kilos de grano tostado, cien racimos de pasas, doscientas tortas de higos, y las cargó sobre los asnos. Y dijo a sus criados:

«Id delante de mí, que yo os seguiré».

Pero a su esposo Nabal no le dijo nada. Ella iba montada sobre un asno y bajaba por lo escondido de la montaña, mientras David y sus hombres bajaban en dirección contraria. Y se encontró con ellos.

David había comentado:

«En vano he guardado todo lo de ese hombre en el desierto, sin que nada le faltara, pues me ha devuelto mal por bien. Que Dios castigue a los enemigos de David, si esta mañana dejo en pie algo de todo lo que tiene, incluyendo a todos los varones».

Cuando Abigail divisó a David, bajó apresuradamente del asno y cayó rostro en tierra ante él, postrándose. Se echó a sus pies y le dijo:

«Perdona la falta de tu sierva y, ya que el Señor hará estable ciertamente la casa de mi señor, pues mi señor combate las batallas del Señor, no haya en ti mancha alguna en toda tu vida. Y aunque alguien te está persiguiendo y busca tu vida, la vida de mi señor está guardada en la bolsa de la vida junto al Señor, tu Dios, mientras que zarandeará la vida de tus enemigos como piedra puesta en la honda. Y cuando el Señor haga a mi señor todo el bien que le tiene prometido y te haya hecho jefe de Israel, mi señor no tendrá motivo de turbación ni remordimiento de corazón por haber derramado sangre sin motivo, para aparecer como vencedor. Que el Señor favorezca a mi señor y entonces, acuérdate de tu sierva».

David contestó a Abigail:

«Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro. Y bendita tu prudencia y bendita tú, que me has librado hoy de derramar sangre para quedar como vencedor. Pero, vive el Señor, Dios de Israel, que me ha librado de hacerte mal, que si no te hubieras apresurado a venir a mi encuentro, al rayar el alba no le habría quedado a Nabal ni un solo varón».

David tomó de su mano lo que le había traído y le dijo:

«Sube en paz a tu casa. Ya ves que te he escuchado y he aceptado tu petición».

Cuando Abigail llegó junto a Nabal, éste celebraba un banquete de rey en su casa. Nabal estaba de buen humor, ebrio del todo. Ella no le contó nada, ni poco ni mucho, hasta la luz del alba. A la mañana siguiente, cuando se le disiparon los efectos del vino a Nabal, su mujer le contó todo lo sucedido. Su corazón se le paró en el pecho y se quedó de piedra. Transcurridos diez días, el Señor hirió a Nabal y murió. David exclamó al saber que había muerto Nabal:

«Bendito sea el Señor, que me ha vengado de Nabal y ha librado a su siervo de una mala acción. Él ha hecho caer sobre su cabeza la maldad de Nabal».

Responsorio: 1o Samuel 25, 32. 33; Mateo 5, 7.

R. Bendito el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro. * Me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano.

V. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. * Me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1266-1267).

La esperanza de ver a Dios.

La promesa de Dios es ciertamente tan grande que supera toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto, podrá desear un bien superior, si en la visión de Dios lo tiene todo? Porque, según el modo de hablar de la Escritura, ver significa lo mismo que poseer; y así, en aquello que leemos: Que veas la prosperidad de Jerusalén, la palabra «ver» equivale a tener. Y en aquello otro: Que sea arrojado el impío, para que no vea la grandeza del Señor, por «no ver» se entiende no tener parte en esta grandeza.

Por lo tanto, el que ve a Dios alcanza por esta visión todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en resumen, todo bien.

Tal y tan grande es, en efecto, la felicidad prometida que nosotros esperamos; pero, como antes hemos demostrado, la condición para ver a Dios es un corazón puro, y, ante esta consideración, de nuevo mi mente se siente arrebatada y turbada por una especie de vértigo, por la duda de si esta pureza de corazón es de aquellas cosas imposibles y que superan y exceden nuestra naturaleza. Pues, si esta pureza de corazón es el medio para ver a Dios, y si Moisés y Pablo no lo vieron, porque, como afirman, Dios no puede ser visto por ellos ni por cualquier otro, esta condición que nos propone ahora la Palabra para alcanzar la felicidad nos parece una cosa irrealizable.

¿De qué nos sirve conocer el modo de ver a Dios, si nuestras fuerzas no alcanzan a ello? Es lo mismo que si uno afirmara que en el cielo se vive feliz, porque allí es posible ver lo que no se puede ver en este mundo. Porque, si se nos mostrase alguna manera de llegar al cielo, sería útil haber aprendido que la felicidad está en el cielo. Pero, si nos es imposible subir allí, ¿de qué nos sirve conocer la felicidad del cielo sino solamente para estar angustiados y tristes, sabiendo de qué bienes estamos privados y la imposibilidad de alcanzarlos? ¿Es que Dios nos invita a una felicidad que excede nuestra naturaleza y nos manda algo que, por su magnitud, supera las fuerzas humanas?

No es así. Porque Dios no creó a los volátiles sin alas, ni mandó vivir bajo el agua a los animales dotados para la vida en tierra firme. Por tanto, si en todas las cosas existe una ley acomodada a su naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima de la propia naturaleza, de ello deducimos, por lógica conveniencia, que no hay que desesperar de alcanzar la felicidad que se nos propone, y que Juan y Pablo y Moisés, y otros como ellos, no se vieron privados de esta sublime felicidad, resultante de la visión de Dios; pues, ciertamente, no se vieron privados de esta felicidad ni aquel que dijo: Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará, ni aquel que se reclinó sobre el pecho de Jesús, ni aquel que oyó de boca de Dios: Te he conocido más que a todos.

Por tanto, si es indudable que aquellos que predicaron que la contemplación de Dios está por encima de nuestras fuerzas son ahora felices, y si la felicidad consiste en la visión de Dios, y si para ver a Dios es necesaria la pureza de corazón, es evidente que esta pureza de corazón, que nos hace posible la felicidad, no es algo inalcanzable.

Los que aseguran, pues, tratando de basarse en las palabras de Pablo, que la visión de Dios está por encima de nuestras posibilidades se engañan y están en contradicción con las palabras del Señor, el cual nos promete que, por la pureza de corazón, podemos alcanzar la visión divina.

Responsorio: Salmo 62, 2; 16, 15.

R. Mi alma está sedienta de ti, Dios mío; * Mi carne tiene ansia de ti.

V. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante. * Mi carne tiene ansia de ti.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 12a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: 1o Samuel 26, 5-25.

Magnanimidad de David con Saúl.

David fue al lugar donde había acampado Saúl y vio dónde estaban acostados Saúl y el jefe de su ejército, Abner, hijo de Ner. Saúl estaba acostado en el cercado y el ejército estaba acampado a su alrededor. David tomó entonces la palabra y preguntó a Ajimélec, el hitita, y a Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab:

«¿Quién quiere bajar conmigo al campamento donde se encuentra Saúl?».

Abisay respondió:

«Yo bajaré contigo».

David y Abisay llegaron de noche junto a la tropa. Saúl dormía, acostado en el cercado, con la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa dormían en torno a él. Abisay dijo a David:

«Dios pone hoy al enemigo en tu mano. Déjame que lo clave de un golpe con la lanza en la tierra. No tendré que repetir».

David respondió:

«No acabes con él, pues ¿quién ha extendido su mano contra el ungido del Señor y ha quedado impune?».

Y prosiguió:

«Vive el Señor, que él le herirá, ya se acerque su día y muera, ya baje a la guerra y perezca. El Señor me libre de extender la mano contra su ungido. Ahora, coge la lanza de su cabecera y el jarro de agua y vámonos».

David cogió la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertó. Todos dormían, porque el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo.

David cruzó al otro lado y se puso en pie sobre la cima de la montaña, lejos, manteniendo una gran distancia entre ellos. Y gritó a la tropa y a Abner, hijo de Ner:

«¿No respondes, Abner?».

Abner preguntó:

«¿Quién eres tú, que gritas al rey?».

David le contestó:

«¿No eres un gran hombre? ¿Quién como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has protegido al rey, tu señor, cuando uno del pueblo entró para matarlo? No está bien lo que has hecho. Vive el Señor, que merecéis la muerte, por no haber protegido al ungido del Señor. Ahora, busca la lanza del rey y el jarro de agua que tenía a la cabecera».

Saúl reconoció la voz de David y dijo:

«¿Es ésta tu voz, David, hijo mío?».

David respondió:

«Es mi voz, oh rey, mi señor».

Y prosiguió:

«¿Por qué mi señor persigue a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué hay de malo en mí? Escuche el rey, mi señor, las palabras de su siervo: si el Señor te mueve contra mí, sea aplacado con una ofrenda, pero si son los hombres, malditos sean ante el Señor los que me han excluido hoy de participar en la heredad del Señor, diciéndome: “Ve a servir a otros dioses”. Que no caiga mi sangre en tierra, lejos de la presencia del Señor. Pues el rey de Israel ha salido a luchar buscando una pulga, como el que persigue la perdiz por los montes».

Saúl respondió:

«He obrado mal. Vuelve, David, hijo mío. No volveré a hacerte mal, por haber respetado hoy mi vida. He sido un insensato y me he equivocado por completo».

David respondió:

«Aquí está la lanza del rey. Venga por ella uno de sus servidores. Y que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor. Como tu vida ha sido preciosa hoy a mis ojos, tan preciosa sea la mía a los ojos del Señor, y me libre de toda adversidad».

Saúl le dijo:

«Bendito seas, hijo mío, David. Llevarás a cabo cuanto quieras y triunfarás».

Entonces David prosiguió su camino y Saúl volvió a su casa.

Responsorio: Salmo 53, 5. 3. 8. 4.

R. Unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte; oh Dios, sálvame por tu nombre, * Sal por mí con tu poder.

V. Te ofreceré un sacrificio voluntario; oh Dios, escucha mi súplica. * Sal por mí con tu poder.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1270-1271).

Dios puede ser hallado en el corazón del hombre.

La salud corporal es un bien para el hombre; pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el poseerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido hemos de entender las palabras que comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Y no creo que esta manera de ver a Dios, la del que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por así decirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que el que tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las criaturas contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.

Yo diría que esta concisa expresión de aquel que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en quienes se halla algún deseo de contemplar el bien verdadero, cuando oigáis que la majestad divina está elevada y ensalzada por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su belleza es inefable, que su naturaleza es incomprensible, no caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello que deseáis».

Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, en seguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno.

Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo, no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros —es como si dijera el Señor—, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inaccesible, si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.

La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu espíritu pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha, eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo. Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina, por medio del cual vemos a Dios.

Responsorio: Juan 14, 6. 9; 6, 47.

R. Dice el Señor: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. * Quien me ha visto a mí ha visto al Padre».

V. El que cree en mí tiene vida eterna. * Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.

Oración:

Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


13a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 13a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: 1o Samuel 28, 3-25.

Saúl consulta a la nigromante de Fuendor.

Samuel había muerto, todo Israel había hecho duelo por él y le habían enterrado en su ciudad de Ramá. Saúl había expulsado del país a los nigromantes y a los adivinos. Los filisteos se concentraron y fueron a acampar en Sunán. Saúl reunió a todo Israel y acamparon en Gelboé. Cuando Saúl vio el campamento filisteo, tuvo miedo y el pánico se apoderó de él. Consultó al Señor, pero no le respondió ni en sueños ni por los urim ni por los profetas.

Entonces Saúl ordenó a sus servidores:

«Buscadme una nigromante, para ir y consultar por medio de ella».

Sus servidores le respondieron:

«En Endor hay una nigromante».

Saúl se disfrazó cambiándose de ropas, se puso en camino con dos hombres y llegaron de noche a donde vivía la mujer. Saúl le pidió:

«Pon en práctica tu arte de adivinar y evócame al que yo te ordene».

La mujer respondió:

«Bien sabes lo que ha hecho Saúl, que ha suprimido del país a los nigromantes y adivinos. ¿Por qué quieres tenderme una trampa para que muera?».

Saúl le juró por el Señor:

«Vive el Señor, que no te sobrevendrá ninguna culpa por esto».

La mujer preguntó:

«¿A quién he de evocar?».

Respondió:

«A Samuel».

Cuando la mujer vio a Samuel, lanzó un grito. Y dijo a Saúl:

«¿Por qué me has engañado? Tú eres Saúl».

El rey le dijo:

«No temas. Pero ¿qué estás viendo?».

La mujer respondió:

«Veo un espectro que surge de la tierra».

Él le preguntó:

«¿Cuál es su aspecto?».

Respondió:

«Un hombre anciano que sube envuelto en un manto».

Saúl comprendió que era Samuel. Se inclinó rostro a tierra y se postró.

Samuel dijo a Saúl:

«¿Por qué me turbas, evocándome?».

Saúl respondió:

«Estoy en un gran apuro. Los filisteos me hacen la guerra y Dios se ha alejado de mí. Ya no me responde, ni por los profetas ni en sueños. Te he llamado para que me indiques lo que he de hacer».

Samuel le dijo:

«¿Por qué me consultas, entonces, si el Señor se ha apartado de ti y se ha hecho enemigo tuyo? El Señor está cumpliendo lo que predijo por medio de mí. Va a arrancar el reino de tu mano y lo va a dar a otro, a David. Lo mismo que tú no obedeciste la voz del Señor ni obraste contra Amalec conforme al ardor de su cólera, así va a hacer hoy contigo el Señor. Además, el Señor te entregará a ti y a Israel en mano de los filisteos. Tú y tus hijos estaréis mañana conmigo, y el Señor entregará el campamento de Israel en mano de los filisteos».

Saúl cayó de pronto por tierra, cuan largo era, temblando todo él por las palabras de Samuel. Además, no tenía fuerzas, pues no había probado bocado todo aquel día y toda aquella noche. La mujer se acercó a Saúl y, al ver que se encontraba tan turbado, le dijo:

«Tu sierva te ha escuchado y he arriesgado la vida, obedeciendo tus órdenes. Ahora, escucha también tú a tu sierva y deja que te sirva un pedazo de pan para que comas y cobres fuerzas para seguir el camino».

Él se negó diciendo:

«No quiero comer».

Sus servidores y la mujer le porfiaron y aceptó. Se incorporó del suelo y se sentó en el lecho. La mujer tenía en casa un ternero cebado, que mató a toda prisa. Tomó harina, la amasó y coció unos panes sin levadura. Lo presentó ante Saúl y sus servidores y comieron. Luego se levantaron y partieron aquella misma noche.

Responsorio: 1o Crónicas 10, 13. 14.

R. Saúl murió por haberse rebelado contra el Señor, no prestando atención a su palabra. * El Señor traspasó el reino a David.

V. Por haber consultado a los espíritus en vez de consultar al Señor. * El Señor traspasó el reino a David.

Segunda lectura:
Pablo VI: Homilía pronunciada en Manila el 29 de noviembre 1970.

Predicamos a Cristo hasta los confines de la tierra.

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros.

Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.

¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.

Responsorio: 2a Timoteo 1, 10; Juan 1, 16; Colosenses 1, 16-17.

R. Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio. * De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

V. Todo fue creado por él y para él, él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. * De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 13a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: 1o Samuel 31, 1-4; 2o Samuel 1, 1-16.

Muerte de Saúl.

Los filisteos entablaron combate contra Israel. Los israelitas huyeron ante ellos y muchos cayeron muertos en el monte Gelboé. Los filisteos acosaron a Saúl y a sus hijos y dieron muerte a Jonatán, a Abinadab y a Malqui Sua, hijos de Saúl. El peso del combate cayó sobre Saúl; los arqueros dieron con él y quedó aterrorizado ante ellos. Saúl dijo a su escudero:

«Desenvaina la espada y atraviésame con ella, no sea que vengan esos incircuncisos y hagan escarnio de mí».

Pero su escudero no accedió, por el gran miedo que tenía. Entonces Saúl cogió la espada y se echó sobre ella.

Después de la muerte de Saúl, David derrotó a Amalec y de regreso se detuvo dos días en Sicelag. Al tercer día vino un hombre del campamento de Saúl con las vestiduras rasgadas y tierra en la cabeza. Al llegar a la presencia de David, cayó a tierra y se postró. David le preguntó:

«¿De dónde vienes?».

Respondió:

«He huido del campamento de Israel».

David le preguntó de nuevo:

«¿Qué ha sucedido? Cuéntamelo».

Respondió:

«La tropa ha huido de la batalla y muchos del pueblo han caído y han muerto, entre ellos Saúl y su hijo Jonatán».

David siguió preguntando al joven que le traía la noticia:

«¿Cómo sabes que han muerto Saúl y su hijo Jonatán?».

Respondió:

«Me encontraba casualmente en el monte Gelboé, cuando vi a Saúl echado sobre su lanza, mientras los carros y jefes de la caballería lo acosaban de cerca. Al volverse, me vio y me llamó. Contesté: “Aquí estoy”. Me preguntó: “¿Quién eres?”. Le respondí: “Soy un amalecita”. Y me dijo: “Acércate, y remátame. Estoy en los estertores, pero todavía me queda vida”. Me acerqué a él y lo rematé, comprendiendo que no podría vivir después de su derrota. Luego cogí la diadema de la cabeza y el brazalete del brazo para traerlos aquí a mi señor».

Entonces David, echando mano a sus vestidos, los rasgó, lo mismo que sus acompañantes. Hicieron duelo, lloraron y ayunaron hasta la tarde por Saúl, por su hijo Jonatán, por el pueblo del Señor y por la casa de Israel, caídos a espada. David preguntó al joven que le informaba:

«¿De dónde eres?».

Respondió:

«Soy hijo de un extranjero amalecita».

David le dijo:

«¿Cómo no has tenido temor de extender tu mano y acabar con el ungido del Señor?».

Llamó a uno de los servidores, y le ordenó:

«Ve y mátalo».

Lo hirió y murió. David sentenció:

«Caiga tu sangre sobre tu cabeza, pues tú mismo has testimoniado en contra tuya, al decir: “Yo he dado muerte al ungido del Señor”».

Responsorio: Cf. 2o Samuel 1, 21. 19.

R. ¡Montes de Gelboé, ni rocío ni lluvia caigan sobre vosotros!, * Donde cayeron los valientes de Israel.

V. Ojalá visite el Señor los demás montes que están alrededor y pase lejos de Gelboé. * Donde cayeron los valientes de Israel.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 47, Sobre las ovejas 1. 2. 3. 6.

El Señor es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Las palabras que hemos cantado expresan nuestra convicción de que somos rebaño de Dios: Él es nuestro Dios, creador nuestro. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. Los pastores humanos tienen unas ovejas que no han hecho ellos, apacientan un rebaño que no han creado ellos. En cambio, nuestro Dios y Señor, porque es Dios y creador, se hizo él mismo las ovejas que tiene y apacienta. No fue otro quien las creó y él las apacienta, ni es otro quien apacienta las que él creó.

Por tanto, ya que hemos reconocido en este cántico que somos sus ovejas, su pueblo y el rebaño que él guía, oigamos qué es lo que nos dice a nosotros, sus ovejas. Antes hablaba a los pastores, ahora a las ovejas. Por eso, nosotros lo escuchábamos, antes, con temor, vosotros, en cambio, seguros.

¿Cómo lo escucharemos en estas palabras de hoy? ¿Quizá al revés, nosotros seguros y vosotros con temor? No, ciertamente. En primer lugar porque, aunque somos pastores, el pastor no sólo escucha con temor lo que se dice a los pastores, sino también lo que se dice a las ovejas. Si escucha seguro lo que se dice a las ovejas, es porque no se preocupa por las ovejas. Además, ya os dijimos entonces que en nosotros hay que considerar dos cosas: una, que somos cristianos; otra, que somos guardianes. Nuestra condición de guardianes nos coloca entre los pastores, con tal de que seamos buenos. Por nuestra condición de cristianos, somos ovejas igual que vosotros. Por lo cual, tanto si el Señor habla a los pastores como si habla a las ovejas, tenemos que escuchar siempre con temor y con ánimo atento.

Oigamos, pues, hermanos, en qué reprende el Señor a las ovejas descarriadas y qué es lo que promete a sus ovejas. Y vosotros —dice—, sois mis ovejas. En primer lugar, si consideramos, hermanos, qué gran felicidad es ser rebaño de Dios, experimentaremos una gran alegría, aun en medio de estas lágrimas y tribulaciones. Del mismo de quien se dice: Pastor de Israel, se dice también: No duerme ni reposa el guardián de Israel. Él vela, pues, sobre nosotros, tanto si estamos despiertos como dormidos. Por esto, si un rebaño humano está seguro bajo la vigilancia de un pastor humano, cuán grande no ha de ser nuestra seguridad, teniendo a Dios por pastor, no sólo porque nos apacienta, sino también porque es nuestro creador.

Y a vosotras —dice—, mis ovejas, así dice el Señor Dios: «Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío». ¿A qué vienen aquí los machos cabríos en el rebaño de Dios? En los mismos pastos, en las mismas fuentes, andan mezclados los machos cabríos, destinados a la izquierda, con las ovejas, destinadas a la derecha, y son tolerados los que luego serán separados. Con ello se ejercita la paciencia de las ovejas, a imitación de la paciencia de Dios. Él es quien separará después, unos a la izquierda, otros a la derecha.

Responsorio: Juan 10, 27-28; Ezequiel 34, 15.

R. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; * No perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

V. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear. * No perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 13a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: 2o Samuel 2, 1-11; 3, 1-5.

David es ungido en Hebrón como rey de Judá.

Después de esto, David consultó al Señor:

«¿Puedo subir a alguna de las ciudades de Judá?».

El Señor le respondió:

«Sube».

David preguntó:

«¿Adónde he de subir?».

Respondió:

«A Hebrón».

David subió allá con sus dos esposas, Ajinoán, la yezraelita, y Abigail, la mujer de Nabal, el de Carmel. Llevó a los hombres que le acompañaban, cada uno con su familia. Y se asentaron en las ciudades de Hebrón. Los hombres de Judá vinieron a ungir a David como rey sobre la casa de Judá.

Le llegó a David esta información:

«Los hombres de Yabés de Galaad han dado sepultura a Saúl».

David despachó entonces mensajeros a las gentes de Yabés de Galaad para decirles:

«Benditos seáis del Señor, por haber hecho esta obra de misericordia con vuestro señor, con Saúl, y haberle sepultado. Que el Señor os trate con misericordia y lealtad. Yo en persona haré con vosotros el mismo bien que vosotros habéis hecho. Ahora, sed fuertes y valientes, aunque haya muerto vuestro señor Saúl. A mí me ha ungido la casa de Judá como rey suyo».

Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Saúl, cogió a Isboset, hijo de Saúl, y le hizo pasar a Majanáin. Le hizo rey de Galaad, de los asuritas, de Yezrael, Efraín, Benjamín y todo Israel. Isboset, hijo de Saúl, tenía cuarenta años cuando comenzó a reinar sobre Israel y reinó dos años. Sólo la casa de Judá seguía a David. El tiempo que David reinó en Hebrón sobre la casa de Judá fue de siete años y seis meses.

La lucha entre las casas de Saúl y David fue larga. David iba fortaleciéndose, mientras la casa de Saúl iba debilitándose.

A David le nacieron hijos en Hebrón. Su primogénito fue Amnón, de Ajinoán, la yezraelita, el segundo Quilab, de Abigail, mujer de Nabal, el de Carmel, el tercero Absalón, hijo de Maacá, hija de Talmay, rey de Guesur, el cuarto Adonías, hijo de Jaguit, el quinto Sefatías, hijo de Abital, y el sexto Yitreán, de su esposa Eglá. Éstos le nacieron a David en Hebrón.

Responsorio: Génesis 49, 10. 8.

R. No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, * Hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos.

V. A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, se postrarán ante ti los hijos de tu madre, * Hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 47, Sobre las ovejas 12-14.

Si buscare agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia. Hay hombres que juzgan temerariamente, que son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en sospechar lo que no ven, que se empeñan incluso en pregonar lo que ni sospechan; contra esos tales, ¿qué recurso queda sino el testimonio de nuestra conciencia? Y ni aun en aquellos a los que buscamos agradar, hermanos, buscamos nuestra propia gloria, o al menos no debemos buscarla, sino más bien su salvación, de modo que, siguiendo nuestro ejemplo, si es que nos comportamos rectamente, no se desvíen. Que sean imitadores nuestros, si nosotros lo somos de Cristo; y, si nosotros no somos imitadores de Cristo que tomen al mismo Cristo por modelo. Él es, en efecto, quien apacienta su rebaño, él es el único pastor que lo apacienta por medio de los demás buenos pastores, que lo hacen por delegación suya.

Por tanto, cuando buscamos agradar a los hombres, no buscamos nuestro propio provecho, sino el gozo de los demás, y nosotros nos gozamos de que les agrade lo que es bueno, por el provecho que a ellos les reporta, no por el honor que ello nos reporta a nosotros. Está bien claro contra quiénes dijo el Apóstol: Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. Como también está claro a quiénes se refería al decir: Procurad contentar en todo a todos, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos. Ambas afirmaciones son límpidas, claras y transparentes. Tú limítate a pacer y beber, sin pisotear ni enturbiar.

Conocemos también aquellas palabras del Señor Jesucristo, maestro de los apóstoles: Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo, esto es, al que os ha hecho tales. Nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía. Por lo tanto, él ha de ser alabado, ya que él es de quien procede la bondad que pueda haber en ti, y no tú, ya que de ti mismo no puede proceder más que maldad. Sería contradecir a la verdad si quisieras ser tú alabado cuando haces algo bueno, y que el Señor fuera vituperado cuando haces algo malo.

El mismo que dijo: Alumbre vuestra luz a los hombres, dijo también en la misma ocasión: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres. Y, del mismo modo que estas palabras te parecían contradictorias en boca del Apóstol, así también en el Evangelio. Pero si no enturbias el agua de tu corazón, también en ellas reconocerás la paz de las Escrituras, y participarás tú también de su misma paz.

Procuremos, pues, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con rectitud delante de los hombres, y no sólo preocuparnos de tener la conciencia tranquila, sino también, en cuanto lo permita nuestra debilidad y la vigilancia de nuestra fragilidad humana, procuremos no hacer nada que pueda hacer sospechar mal a nuestro hermano más débil, no sea que, comiendo hierba limpia y bebiendo un agua pura, pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más débiles tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada.

Responsorio: Filipenses 2, 2. 3-4; 1a Tesalonicenses 5, 14. 15.

R. Dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir; dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. * No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

V. Sostened a los débiles, sed pacientes con todos, esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos. * No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 13a semana.

V. Todos admiraban las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: 2o Samuel 4, 2 – 5, 7.

David, rey de Israel.
Conquista de Jerusalén.

Dos jefes de bandas estaban al servicio del hijo de Saúl. Uno se llamaba Baaná y el otro Recab, hijos de Rimón, el beerotita, de los hijos de Benjamín; pues también Beerot era considerado de Benjamín. Los beerotitas habían huido a Gitain y allí han vivido como inmigrantes hasta el día de hoy.

Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo, tullido de ambos pies. Tenía cinco años, cuando llegó de Yezrael la noticia sobre Saúl y Jonatán. La nodriza lo cogió para huir, pero con las prisas de la huida cayó y quedó cojo. Se llamaba Mefiboset.

Recab y Baaná, los hijos de Rimón, el beerotita, se dirigieron a la casa de Isboset en pleno calor del día, mientras él estaba acostado, durmiendo la siesta. La portera de la casa también se había quedado dormida mientras seleccionaba el grano de trigo. Ellos entraron hasta el interior de la casa y lo hirieron en la ingle. Después, Recab y su hermano Baaná se pusieron a salvo. Entraron en la casa, cuando él estaba acostado en el lecho de la alcoba; lo hirieron y lo mataron. Después le cortaron la cabeza. Y, habiéndola cogido, marcharon por el camino de la Arabá durante toda la noche.

Llevaron la cabeza de Isboset a David en Hebrón. Y dijeron al rey:

«Aquí tienes la cabeza de Isboset, hijo de Saúl, tu enemigo, que buscaba tu vida. El Señor ha vengado hoy a mi señor de Saúl y su descendencia».

Pero David tomó la palabra y replicó a Recab y a su hermano Baaná, hijos de Rimón el beerotita:

«Vive el Señor, que me ha librado de todo peligro. Si al que me trajo la noticia de que: “Ha muerto Saúl” pensando ser portador de una buena noticia, le agarré y le maté en Sicelag, pagándole así su buena noticia, qué menos voy a hacer a unos malvados que han asesinado a un hombre justo en su casa y sobre su lecho. ¿Cómo no voy a reclamar su sangre de vuestras manos y barreros de la tierra?».

Y David dio orden a los criados de que los mataran. Les cortaron manos y pies y los colgaron en la alberca de Hebrón. En cuanto a la cabeza de Isboset, la recogieron y la enterraron en el sepulcro de Abner en Hebrón.

Todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:

«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho:

«Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel».

Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel. David tenía treinta años cuando comenzó a reinar. Y reinó cuarenta años; siete años y seis meses sobre Judá en Hebrón, y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá.

David se dirigió con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que habitaban en el país. Éstos dijeron a David:

«No entrarás aquí, pues te rechazarán hasta los ciegos y los cojos».

Era como decir: «David no entrará aquí».

Pero David tomó la fortaleza de Sión, que es la ciudad de David.

Responsorio: Salmo 2, 2. 6. 1.

R. Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías. * Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo.

V. ¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? * Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo.

Segunda lectura:
Santa Teresa de Jesús: Camino de perfección, Cap. 51.

Venga a nosotros tu reino.

¿Quién hay —por desastrado que sea— que cuando pide a una persona de prestigio no lleva pensado cómo lo ha de pedir para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar mucho. ¿No hubierais podido, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues, a quien tan bien entiende todo, no parece era menester más.

¡Oh sabiduría de los ángeles! Para vos y vuestro Padre esto bastaba (que así le pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas dejástelo en la suya): mas nos conocéis a nosotros, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos un poco en mirar siquiera si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos —con este libre albedrío que tenemos—, no admitiremos lo que el Señor nos diere, porque, aunque sea lo mejor, como no veamos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

Pues dice el buen Jesús: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Ahora mirad qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar, ni ensalzar este nombre santo del Padre eterno —conforme a lo poquito que podemos nosotros—, de manera que se hiciese como es razón, si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno junto a lo otro. Porque entendáis esto que pedimos, y lo que nos importa pedirlo y hacer cuanto pudiéramos para contentar a quien nos lo ha de dar, quiero decir aquí lo que yo entiendo.

El gran bien que hay en el reino del cielo —con otros muchos— es ya no tener cuenta con cosas de la tierra: un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre, y no le ofende nadie, todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá: aunque no en esta perfección y en un ser, mas muy de otra manera le amaríamos si le conociésemos.

Responsorio.

R. El que sabe dar cosas buenas a sus hijos nos manda pedir, buscar y llamar. * Recibiremos tanto más cuanto más fielmente creamos, más firmemente esperemos, más ardientemente deseemos.

V. Este asunto se resuelve más con gemidos que con discursos, más con llanto que con palabras. * Recibiremos tanto más cuanto más fielmente creamos, más firmemente esperemos, más ardientemente deseemos.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 13a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: 2o Samuel 6, 1-23.

Traslado del Arca a Jerusalén.

David reunió una vez más a los selectos de Israel, treinta mil hombres. Se puso en marcha con la gente de Baalá de Judá que estaba con él para trasladar de allí el Arca de Dios, designada con el nombre de «Señor del universo, que se sienta sobre querubines».

Pusieron el Arca de Dios en un carro nuevo y la llevaron desde la casa de Abinadab, en la colina. Uzá y Ajió, hijos de Abinadab, conducían el carro nuevo y lo llevaron con el Arca de Dios desde la casa de Abinadab, en la colina. Ajió iba delante del Arca. David y toda la casa de Israel bailaban ante el Señor con instrumentos de ciprés, cítaras, arpas, tambores, sistros y címbalos.

Al llegar a la era de Nacón, Uzá alargó su mano al Arca de Dios y la agarró, porque los bueyes la habían desplazado. Se encendió, entonces, la cólera del Señor contra Uzá, y le hirió allí mismo por su temeridad. Y allí murió, junto al Arca de Dios. David se enfadó, porque el Señor había abierto brecha contra Uzá. Y a aquel lugar se le llamó Pérez Uzá, hasta hoy. David temió aquel día al Señor y dijo:

«¿Cómo va a venir a mí el Arca del Señor?».

Y no quiso trasladar el Arca del Señor junto a él a la ciudad de David, sino que la condujo a casa de Obededón, el guitita. El Arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obededón, de Gat. Y el Señor bendijo a Obededón y a toda su casa. Informaron al rey David:

«El Señor ha bendecido la casa de Obededón y todo lo suyo por el Arca de Dios».

Entonces David fue y trajo con algazara el Arca de Dios de la casa de Obededón a la ciudad de David.

Cuando los portadores del Arca del Señor avanzaban seis pasos, se sacrificaba un toro y un animal cebado. David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, ceñido de un efod de lino. Él y toda la casa de Israel iban subiendo el Arca del Señor entre aclamaciones y al son de trompeta. Cuando el Arca del Señor entraba en la ciudad de David, Mical, la hija de Saúl, se asomó a la ventana, vio al rey David saltando y danzando ante el Señor, y lo menospreció en su corazón.

Trajeron el Arca del Señor y la instalaron en su lugar, en medio de la tienda que había desplegado David. David ofreció ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión. Cuando acabó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor del universo. Repartió a todo el pueblo, a la muchedumbre de Israel, hombres y mujeres, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pastel de uvas pasas. Tras lo cual, todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.

Al volver para bendecir su casa, Mical, la hija de Saúl, salió al encuentro de David, y le dijo:

«Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose a los ojos de sus servidoras y servidores, como se descubre un cualquiera».

David respondió:

«Danzaré sin descanso ante el Señor, que me ha preferido a tu padre y a toda su casa para hacerme jefe de todo su pueblo Israel. Y me rebajaré todavía más y me humillaré a mis propios ojos; pero apareceré cada vez con más gloria ante esas criadas de las que tú has hablado».

Mical, hija de Saúl, no tuvo ya hijos en toda su vida.

Responsorio: Salmo 131, 8-9; Salmo 23, 7. 9.

R. Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder: * Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen.

V. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. * Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen.

Segunda lectura:
San Jerónimo: Homilía a los recién bautizados, sobre el salmo 41.

Pasaré al lugar del tabernáculo admirable.

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Como la cierva del salmo busca corrientes de agua, así también nuestros ciervos, que han salido de Egipto y del mundo, y han aniquilado en las aguas del bautismo al Faraón con todo su ejército, después de haber destruido el poder del diablo, buscan las fuentes de la Iglesia, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Que el Padre sea fuente, lo hallamos escrito en el libro de Jeremías: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua. Acerca del Hijo, leemos en otro lugar: Abandonaron la fuente de la sabiduría. Y del Espíritu Santo: El que bebe del agua que yo le daré, nacerá dentro de él un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna, palabras cuyo significado nos explica luego el evangelista, cuando nos dice que el Salvador se refería al Espíritu Santo. De todo lo cual se deduce con toda claridad que la triple fuente de la Iglesia es el misterio de la Trinidad.

Esta triple fuente es la que busca el alma del creyente, el alma del bautizado, y por eso dice: Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. No es un tenue deseo el que tiene de ver a Dios, sino que lo desea con un ardor parecido al de la sed. Antes de recibir el bautismo, se decían entre sí: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Ahora ya han conseguido lo que deseaban: han llegado a la presencia de Dios y se han acercado al altar y tienen acceso al misterio de salvación.

Admitidos en el cuerpo de Cristo y renacidos en la fuente de vida, dicen confiadamente: Pasaré al lugar del tabernáculo admirable, hacia la casa de Dios. La casa de Dios es la Iglesia, ella es el tabernáculo admirable, porque en él resuenan los cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.

Decid, pues, los que acabáis de revestiros de Cristo y, siguiendo nuestras enseñanzas, habéis sido extraídos del mar de este mundo, como pececillos con el anzuelo: «En nosotros, ha sido cambiado el orden natural de las cosas. En efecto, los peces, al ser extraídos del mar, mueren; a nosotros, en cambio, los apóstoles nos sacaron del mar de este mundo para que pasáramos de muerte a vida. Mientras vivíamos sumergidos en el mundo, nuestros ojos estaban en el abismo y nuestra vida se arrastraba por el cieno, mas, desde el momento en que fuimos arrancados de las olas, hemos comenzado a ver el sol, hemos comenzado a contemplar la luz verdadera, y, por esto, llenos de alegría desbordante, le decimos a nuestra alma: Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío”».

Responsorio: Salmo 26, 4.

R. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: * Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

V. Gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. * Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 13a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: 2o Samuel 7, 1-25.

La profecía mesiánica de Natán.

Cuando el rey se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:

«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».

Natán dijo al rey:

«Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».

Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:

«Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? Desde el día en que hice subir de Egipto a los hijos de Israel hasta hoy, yo no he habitado en casa alguna, sino que he estado peregrinando de acá para allá, bajo una tienda como morada. Durante todo el tiempo que he peregrinado con todos los hijos de Israel, ¿acaso me dirigí a alguno de los jueces a los que encargué pastorear a mi pueblo Israel, diciéndoles: ‘Por qué no me construís una casa de cedro?’”.

Pues bien, di a mi siervo David: “Así dice el Señor del universo: Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.

En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Será él quien construya una casa a mi nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si obra mal, yo lo castigaré con vara y con golpes de hombres. Pero no apartaré de él mi benevolencia, como la aparté de Saúl, al que alejé de mi presencia. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».

Natán trasladó a David estas palabras y la visión. Entonces el rey David vino a presentarse ante el Señor y dijo:

«¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, para que me hayas engrandecido hasta tal punto? Y, por si esto fuera poco a los ojos de mi Dueño y Señor, has hecho también a la casa de tu siervo una promesa para el futuro. ¡Ésta es la ley del hombre, Dueño mío y Señor mío! ¿Y qué más podría decirte David? Tú conoces a tu siervo, Dueño mío y Señor mío. Has realizado esta gran proeza por tu palabra y según tu corazón, manifestándosela a tu siervo. Por ello eres grande, mi Dueño y Señor, y no hay nadie como tú ni dios alguno fuera de ti, como hemos escuchado con nuestros oídos.

¿Y quién como tu pueblo, Israel, nación única sobre la tierra, a la que Dios fue a rescatar como pueblo suyo, engrandeciendo su nombre y realizando por vosotros proezas y prodigios en favor de tu tierra, en presencia de tu pueblo, que rescataste de Egipto, de sus gentes y de sus dioses? Constituiste a tu pueblo Israel pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, confirma la palabra que has pronunciado acerca de tu siervo y de su casa, y cumple tu promesa».

Responsorio: Cf. Lucas 1, 30-32; Salmo 131, 11.

R. El ángel Gabriel dijo a María: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y Dios le dará el trono de David, su padre. * Reinará sobre la casa de Jacob para siempre».

V. El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono». * Reinará sobre la casa de Jacob para siempre.

Segunda lectura:
San Agustín: Del libro sobre la predestinación de los elegidos, capítulo 15, 30-31.

Jesucristo es del linaje de David según la carne.

El más esclarecido ejemplar de la predestinación y de la gracia es el mismo Salvador del mundo, el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús; porque para llegar a serlo, ¿con qué méritos anteriores, ya de obras, ya de fe, pudo contar la naturaleza humana que en él reside? Yo ruego que se me responda a lo siguiente: aquella naturaleza humana que en unidad de persona fue asumida por el Verbo, coeterno del Padre, ¿cómo mereció llegar a ser Hijo unigénito de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió previamente para llegar a tan inefable y soberana dignidad? ¿No fue acaso por la virtud y asunción del mismo Verbo, por lo que aquella humanidad, en cuanto empezó a existir, empezó a ser Hijo único de Dios?

Manifiéstese, pues, ya a nosotros en el que es nuestra Cabeza, la fuente misma de la gracia, la cual se derrama por todos sus miembros según la medida de cada uno. Tal es la gracia, por la cual se hace cristiano el hombre desde el momento en que comienza a creer; la misma por la cual aquel Hombre, unido al Verbo desde el primer momento de su existencia, fue hecho Jesucristo; del mismo Espíritu Santo, de quien Cristo fue nacido, es ahora el hombre renacido; por el mismo Espíritu Santo, por quien verificó que la naturaleza humana de Cristo estuviera exenta de todo pecado, se nos concede a nosotros ahora la remisión de los pecados. Sin duda, Dios tuvo presciencia de que realizaría todas estas cosas. Porque en esto consiste la predestinación de los santos, que tan soberanamente resplandece en el Santo de los santos. ¿Quién podría negarla de cuantos entienden rectamente las palabras de la verdad? Pues el mismo Señor de la gloria, en cuanto que el Hijo de Dios se hizo hombre, sabemos que fue también predestinado.

Fue, por tanto, predestinado Jesús, para que, al llegar a ser hijo de David según la carne, fuese también, al mismo tiempo, Hijo de Dios según el Espíritu de santidad; pues nació del Espíritu Santo y de María Virgen. Tal fue aquella singular elevación del hombre, realizada de manera inefable por el Verbo divino, para que Jesucristo fuese llamado a la vez, verdadera y propiamente, Hijo de Dios e hijo del hombre; hijo del hombre, por la naturaleza humana asumida, e Hijo de Dios, porque el Verbo unigénito la asumió en sí; de otro modo no se creería en la trinidad, sino en una cuaternidad de personas.

Así fue predestinada aquella humana naturaleza a tan grandiosa, excelsa y sublime dignidad, más arriba de la cual no podría ya darse otra elevación mayor; de la misma manera que la divinidad no pudo descender ni humillarse más por nosotros, que tomando nuestra naturaleza con todas sus debilidades hasta la muerte de cruz. Por tanto, así como ha sido predestinado ese hombre singular para ser nuestra Cabeza, así también una gran muchedumbre hemos sido predestinados para ser sus miembros. Enmudezcan, pues, aquí las deudas contraídas por la humana naturaleza, pues ya perecieron en Adán, y reine por siempre esta gracia de Dios, que ya reina por medio de Jesucristo, Señor nuestro, único Hijo de Dios y único Señor. Y así, si no es posible encontrar en nuestra Cabeza mérito alguno que preceda a su singular generación, tampoco en nosotros, sus miembros, podrá encontrarse merecimiento alguno que preceda a tan multiplicada regeneración.

Responsorio: Cf. Gálatas 4, 4-5; Efesios 2, 4; Romanos 8, 3.

R. Mirad, ya se cumplió el tiempo en que envió Dios a su Hijo, nacido de la Virgen, nacido bajo la ley. * Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

V. Dios, por el gran amor con que nos amó, envió a su Hijo encarnado en una carne pecadora como la nuestra. * Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 13a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: 2o Samuel 11, 1-17. 26-27.

El pecado de David.

A la vuelta de un año, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel. Masacraron a los amonitas y sitiaron Rabá, mientras David se quedó en Jerusalén.

Una tarde David se levantó de la cama y se puso a pasear por la terraza del palacio. Desde allí divisó a una mujer que se estaba bañando, de aspecto muy hermoso. David mandó averiguar quién era aquella mujer. Y le informaron:

«Es Betsabé, hija de Elián, esposa de Urías, el hitita».

David envió mensajeros para que la trajeran. Llegó a su presencia y se acostó con ella, que estaba purificándose de sus reglas. Ella volvió a su casa. Quedó encinta y mandó este aviso a David:

«Estoy encinta».

David, entonces, envió a decir a Joab:

«Mándame a Urías, el hitita».

Joab se lo mandó. Cuando llegó Urías, David le preguntó cómo se encontraban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego le dijo:

«Baja a tu casa a lavarte los pies».

Urías salió del palacio y tras él un regalo del rey. Pero Urías se acostó a la puerta del palacio con todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa. Informaron a David:

«Urías no ha bajado a su casa».

Y David dijo a Urías:

«Acabas de llegar de un viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?».

Urías contestó:

«El Arca, Israel y Judá moran en tiendas, y mi señor Joab y los servidores de mi señor acampan al raso. ¿Y yo voy a ir a mi casa a comer y beber y a acostarme con mi mujer? Por tu vida, por tu propia vida, no he de hacer tal cosa».

Entonces le dijo David:

«Quédate hoy aquí y mañana te enviaré».

Urías se quedó aquel día y el siguiente en Jerusalén. David le invitó a comer con él y le hizo beber hasta ponerle ebrio. Urías salió por la tarde a acostarse en su jergón con los servidores de su señor, pero no bajó a su casa.

A la mañana siguiente David escribió una carta a Joab, que le mandó por Urías. En la carta había escrito:

«Poned a Urías en primera línea, donde la batalla sea más encarnizada. Luego retiraos de su lado, para que lo hieran y muera».

Joab observó la ciudad y situó a Urías en el lugar en el que sabía que estaban los hombres más aguerridos. Las gentes de la ciudad hicieron una salida. Trabaron combate con Joab y hubo bajas en la tropa, entre los servidores de David. Murió también Urías, el hitita.

La mujer de Urías supo que había muerto su marido, e hizo duelo por él. Cuando acabó el duelo, David envió a por ella y la recogió en su casa como esposa suya. Ella le dio un hijo. Mas lo que había hecho David desagradó al Señor.

Responsorio: Cf. 2o Samuel 12, 9; Éxodo 20, 2. 13. 14.

R. Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. * ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?

V. Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto. No matarás. No cometerás adulterio. * ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?

Segunda lectura:
De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén: Catequesis 1, 2-3. 5-6.

Reconoce el mal que has hecho, ahora que es el tiempo propicio.

Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga por la fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y así, libertado de la pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud del Señor, será digno de poseer la herencia celestial. Despojaos, por la confesión de vuestros pecados, del hombre viejo, viciado por las concupiscencias engañosas, y vestíos del hombre nuevo que se va renovando según el conocimiento de su creador. Adquirid, mediante vuestra fe, las arras del Espíritu Santo, para que podáis ser recibidos en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello sacramental, para que podáis ser reconocidos favorablemente por aquel que es vuestro dueño. Agregaos al santo y racional rebaño de Cristo, para que un día, separados a su derecha, poseáis en herencia la vida que os está preparada.

Porque los que conserven adherida la aspereza del pecado, a manera de una piel velluda, serán colocados a la izquierda, por no haberse querido beneficiar de la gracia de Dios, que se obtiene por Cristo a través del baño de regeneración. Me refiero no a una regeneración corporal, sino al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos, en efecto, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero las almas son regeneradas por la fe, porque el Espíritu sopla donde quiere. Y así entonces, si te has hecho digno de ello, podrás escuchar aquella voz: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor, a saber, si tu conciencia es hallada limpia y sin falsedad.

Pues, si alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a prueba la gracia de Dios, se engaña a sí mismo e ignora la realidad de las cosas. Procura, oh hombre, tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios penetra en el interior del hombre.

El tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce el mal que has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro celeste.

Limpia tu recipiente, para que sea capaz de una gracia más abundante, porque el perdón de los pecados se da a todos por igual, pero el don del Espíritu Santo se concede a proporción de la fe de cada uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si trabajas mucho, mucha será tu recompensa. Corres en provecho propio, mira, pues, tu conveniencia.

Si tienes algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el perdón de los pecados: es necesario que tú también perdones al que te ha ofendido.

Responsorio: Proverbios 28, 13; 1a Juan 1, 9.

R. El que oculta su crimen no prosperará, * El que lo confiesa y se enmienda obtendrá misericordia.

V. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados. * El que lo confiesa y se enmienda obtendrá misericordia.

Oración:

Oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


14a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 14a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: 2o Samuel 12, 1-25.

Arrepentimiento de David.

El Señor envió a Natán a ver a David y, llegado a su presencia, le dijo:

«Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre, en cambio, no tenía más que una cordera pequeña que había comprado. La alimentaba y la criaba con él y con sus hijos. Ella comía de su pan, bebía de su copa y reposaba en su regazo; era para él como una hija. Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había llegado a su casa».

La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán:

«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».

Entonces Natán dijo a David:

«Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo te ungí rey de Israel y te libré de la mano de Saúl. Te entregué la casa de tu señor, puse a sus mujeres en tus brazos, y te di la casa de Israel y de Judá. Y, por si fuera poco, te añadiré mucho más. ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que le desagrada? Hiciste morir a espada a Urías el hitita, y te apropiaste de su mujer como esposa tuya, después de haberlo matado por la espada de los amonitas. Pues bien, la espada no se apartará de tu casa jamás, por haberme despreciado y haber tomado como esposa a la mujer de Urías, el hitita”. Así dice el Señor: “Yo voy a traer la desgracia sobre ti, desde tu propia casa. Cogeré a tus mujeres ante tus ojos y las entregaré a otro, que se acostará con ellas a la luz misma del sol. Tú has obrado a escondidas. Yo, en cambio, haré esto a la vista de todo Israel y a la luz del sol”».

David respondió a Natán:

«He pecado contra el Señor».

Y Natán le dijo:

«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás. Ahora bien, por haber despreciado al Señor con esa acción, el hijo que te va a nacer morirá sin remedio».

Natán se fue a su casa. El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David y cayó enfermo. David oró con insistencia a Dios por el niño. Ayunaba y pasaba las noches acostado en tierra. Los ancianos de su casa se acercaron a él e intentaban obligarlo a que se levantara del suelo, pero no accedió, ni quiso tomar con ellos alimento alguno. Al séptimo día murió el niño. Los servidores de David temían comunicarle su muerte, pensando:

«Si mientras vivía aún el niño le hablábamos y no nos escuchaba, ¿cómo decirle ahora que ha muerto? Haría un disparate».

Al ver David que sus servidores cuchicheaban, comprendió que el niño había muerto. Les preguntó:

«¿Ha muerto el niño?».

Respondieron:

«Sí».

Entonces David se alzó del suelo, se lavó, se ungió, se mudó de ropa y, entrando en el templo del Señor, se postró. Volvió a casa, pidió que le pusieran comida y comió.

Sus servidores le dijeron:

«¿Cómo obras así? Cuando el niño vivía todavía, ayunabas y llorabas. Y, una vez muerto, te levantas y pruebas alimento».

Contestó:

«Mientras vivía el niño, ayunaba y lloraba, pensando: “Quién sabe. Quizás el Señor se compadezca de mí y el niño se cure”. Ahora que ha muerto, ¿para qué ayunar? ¿Puedo hacerle volver? Yo soy el que irá adonde él. Él no volverá a mí».

David consoló a su mujer Betsabé. Fue y se acostó con ella. Dio a luz un hijo y lo llamó Salomón. El Señor lo amó y mandó al profeta Natán que le pusiera el nombre de Yedidías, en consideración al Señor.

Responsorio: Oración de Manasés 9, 10. 12; Salmo 50, 5. 6

R. Mis pecados son incontables, más que los granos de arena que hay en la orilla del mar; no soy digno de levantar al cielo la mirada, por la muchedumbre de mis culpas, porque he provocado tu ira. * Cometí la maldad que aborreces.

V. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé. * Cometí la maldad que aborreces.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 19, 2-3.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado.

Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así como nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.

¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo salmo: Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Por tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa esto que podrás aplacar a Dios sin ninguna oblación? ¿Qué dice el salmo? Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa y verás que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te enseña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofrecían víctimas de sus rebaños, y éste era su sacrificio. Los sacrificios no te satisfacen, pero quieres otra clase de sacrificios.

Si te ofreciera un holocausto —dice—, no lo querrías. Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sacrificios? De ningún modo. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro hay que quebrantar antes el impuro.

Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.

Responsorio.

R. Mis pecados, Señor, se han clavado en mí como saetas; pero antes de que en mí produzcan llagas, * Sáname, Señor, con el remedio de la penitencia.

V. Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. * Sáname, Señor, con el remedio de la penitencia.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 14a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: 2o Samuel 15, 7-14. 24-30; 16, 5-13.

Rebelión de Absalón y huida de David.

Al cabo de cuatro años Absalón dijo al rey:

«Déjame ir a Hebrón, a cumplir el voto que hice al Señor. Pues tu siervo hizo un voto, cuando moraba en Guesur de Siria, diciendo: “Si el Señor me concede volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio”».

El rey le dijo:

«Vete en paz».

Y él se puso en camino hacia Hebrón.

Absalón mandó emisarios por todas las tribus de Israel para decir:

«Cuando oigáis el sonido del cuerno, decid: “Absalón reina en Hebrón”».

Doscientos convidados de Jerusalén marchaban con Absalón. Iban inocentemente, sin saber nada de todo el asunto. Mientras ofrecía los sacrificios, Absalón mandó llamar de Guiló a Ajitofel, el guilonita, consejero de David. La conjuración fue cobrando fuerza y el pueblo que se unía a Absalón era cada vez más numeroso.

Alguien llegó junto a David con esta información:

«El corazón de la gente de Israel sigue a Absalón».

Entonces David dijo a los servidores que estaban con él en Jerusalén:

«Levantaos y huyamos, pues no tendremos escapatoria ante Absalón. Vámonos rápidamente, no sea que se apresure, nos dé alcance, precipite sobre nosotros la ruina y pase la ciudad a filo de espada».

Sadoq y los levitas que llevaban el Arca de la Alianza de Dios la depositaron junto a Abiatar, hasta que toda la gente terminó de salir de la ciudad. Entonces el rey dijo a Sadoc:

«Vuelve con el Arca de Dios a la ciudad. Si encuentro gracia a los ojos del Señor, me concederá volver y ver el Arca y su morada. Pero si él dice: “Ya no me eres grato”, aquí me tiene, haga conmigo como bien le parezca».

El rey siguió hablándole:

«¿Eres tú un vidente? Vuelve en paz a la ciudad con tu hijo Ajimás y Jonatán, hijo de Abiatar. Mirad, yo me detendré en los pasos del desierto, hasta que lleguen noticias vuestras para informarme».

Sadoc y Abiatar volvieron con el Arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí.

David subía la cuesta de los Olivos llorando con la cabeza cubierta y descalzo. Los que le acompañaban llevaban cubierta la cabeza y subían llorando.

Al llegar el rey a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba caminando y lanzando maldiciones. Y arrojaba piedras contra David y todos sus servidores. El pueblo y los soldados protegían a David a derecha e izquierda. Semeí decía al maldecirlo:

«Fuera, fuera, hombre sanguinario, hombre desalmado. El Señor ha hecho recaer sobre ti la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino has usurpado. Y el Señor ha puesto el reino en manos de tu hijo Absalón. Has sido atrapado por tu maldad, pues eres un hombre sanguinario».

Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:

«¿Por qué maldice este perro muerto al rey, mi señor? Deja que vaya y le corte la cabeza».

El rey contestó:

«¿Qué hay entre vosotros y yo, hijo de Seruyá? Si maldice y si el Señor le ha ordenado maldecir a David, ¿quién le va a preguntar: “Por qué actúas así”?».

Luego David se dirigió a Abisay y a todos sus servidores:

«Un hijo mío, salido de mis entrañas, busca mi vida. Cuánto más este benjaminita. Dejadle que me maldiga, si se lo ha ordenado el Señor. Quizá el Señor vea mi humillación y me pague con bendiciones la maldición de este día».

David y sus hombres subían por el camino, mientras Semeí iba por la ladera del monte, paralelo a él, maldiciendo y arrojando piedras entre la polvareda que levantaba al caminar.

Responsorio: Salmo 40, 10; Marcos 14, 18.

R. Mi amigo, de quien yo me fiaba, * Que compartía mi pan, es el primero en traicionarme.

V. Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo. * Que compartía mi pan, es el primero en traicionarme.

Segunda lectura:
San Clemente I: Carta a los Corintios 46, 2 – 47, 4; 48, 1-6.

Busque cada uno no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad.

Escrito está: Juntaos con los santos, porque los que se juntan con ellos se santificarán. Y otra vez, en otro lugar, dice: Con el hombre inocente serás inocente; con el elegido serás elegido, y con el perverso te pervertirás. Juntémonos, pues, con los inocentes y justos, porque ellos son elegidos de Dios. ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo? ¿A qué fin desgarramos y despedazamos los miembros de Cristo y nos sublevamos contra nuestro propio cuerpo, llegando a tal punto de insensatez que nos olvidamos de que somos los unos miembros de los otros?

Acordaos de las palabras de Jesús, nuestro Señor. Él dijo, en efecto: ¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido, que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros. Y, sin embargo, vuestra sedición es contumaz.

Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo, apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya desde entonces fomentabais las parcialidades. Mas aquella parcialidad fue menos culpable que la actual, pues al cabo os inclinabais a apóstoles acreditados por Dios y a un hombre acreditado por éstos.

Arranquemos, pues, con rapidez ese escándalo y postrémonos ante el Señor, suplicándole con lágrimas sea propicio con nosotros, nos reconcilie consigo y nos restablezca en el sagrado y puro comportamiento de nuestra fraternidad. Porque ésta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Ésta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación. Enhorabuena que uno tenga carisma de fe, que otro sea poderoso en explicar los conocimientos, otro sabio en el discernimiento de discursos, otro casto en su conducta. El hecho es que cuanto mayor parezca uno ser, tanto más debe humillarse y buscar no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad.

Responsorio: 1a Corintios 9, 19. 22; Job 29, 15-16.

R. Siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos. Me he hecho débil con los débiles, * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

V. Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo; yo era padre de los pobres. * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 14a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: 2o Samuel 18, 6-17. 24 – 19, 5.

Muerte de Absalón y duelo de David.

En aquellos días, el ejército salió al campo al encuentro de Israel. Y se trabó la batalla en el bosque de Efraín. Allí fue derrotado el ejército de Israel por los hombres de David. Aquel día hubo allí una gran mortandad: veinte mil bajas. El combate se extendió por el entorno del territorio y el bosque devoró aquel día más hombres que la espada.

Absalón se encontró frente a los hombres de David. Montaba un mulo y, al pasar el mulo bajo el ramaje de una gran encina, la cabeza se enganchó en la encina y quedó colgado entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que montaba siguió adelante. Alguien lo vio y avisó a Joab:

«He visto a Absalón colgado de una encina».

Joab dijo al que le informaba:

«Si lo has visto, ¿por qué no lo derribaste allí mismo? Yo te habría dado más de cien gramos de plata y un cinturón».

Aquel hombre contestó a Joab:

«Aunque recibiera en mi mano más de once kilos de plata, no extendería mi mano contra el hijo del rey, pues el rey te dictó a ti, a Abisay y a Itai, a nuestros propios oídos, esta orden: “Guardadme al muchacho, a Absalón”. Si yo hubiera obrado mal contra él, nada permanecería oculto al rey. Incluso tú te habrías puesto contra mí».

Joab replicó:

«No quiero quedarme aquí esperando ante ti».

Y cogiendo tres venablos en la mano, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba aún vivo colgado de la encina. Lo rodearon diez criados, escuderos de Joab, que hirieron a Absalón y le dieron muerte. Joab tocó el cuerno y retuvo al ejército, que dejó de perseguir a Israel. Cogieron a Absalón, lo arrojaron a una gran hoya en el bosque y apilaron encima un montón enorme de piedras. Y todo Israel huyó, cada cual a su tienda.

David estaba sentado entre las dos puertas. El vigía subió a la terraza del portón, sobre la muralla. Alzó los ojos y vio que un hombre venía corriendo en solitario. El vigía gritó para anunciárselo al rey. El rey dijo:

«Si es uno solo, trae buenas noticias en su boca».

Se iba acercando, cuando el vigía divisó otro hombre corriendo. Y gritó al portero:

«Veo otro hombre corriendo solo».

El rey dijo:

«También éste es portador de buenas noticias».

El vigía siguió diciendo:

«Ya distingo al primero y por el modo de correr es Ajimás, hijo de Sadoc».

El rey dijo:

«Éste es un hombre bueno y viene con buenas noticias».

Ajimás dijo en alta voz al rey:

«Paz».

Y se postró ante el rey, rostro en tierra. Después exclamó:

«Bendito sea el Señor, tu Dios, que ha acabado con los hombres que habían levantado su mano contra el rey, mi señor».

El rey preguntó:

«¿Está bien el muchacho Absalón?».

Ajimás respondió:

«Vi un tumulto grande cuando Joab envió a un siervo del rey y a tu siervo, pero no supe qué era».

El rey dijo:

«Retírate y quédate ahí».

Se retiró y se quedó allí. Cuando llegó el cusita, dijo:

«Reciba una buena noticia el rey, mi señor: el Señor te ha hecho justicia hoy, librándote de la mano de todos los que se levantaron contra ti».

El rey preguntó:

«¿Se encuentra bien el muchacho Absalón?».

El cusita respondió:

«Que a los enemigos de mi señor, el rey, y a todos los que se han levantado contra ti para hacerte mal les ocurra como al muchacho».

Entonces el rey se estremeció. Subió a la habitación superior del portón y se puso a llorar. Decía al subir:

«¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!».

Avisaron a Joab:

«El rey llora y hace duelo por Absalón».

Así, la victoria de aquel día se convirtió en duelo para todo el pueblo, al oír decir que el rey estaba apenado por su hijo. El ejército entró aquel día a escondidas en la ciudad, como se esconde el ejército avergonzado que ha huido de la batalla. El rey se había cubierto el rostro, y gritaba con voz fuerte:

«¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!».

Responsorio: Salmo 54, 13. 14. 15; Cf. Salmo 40, 10; 2o Samuel 18, 33.

R. Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; * Pero tú, mi compañero, a quien me unía una dulce intimidad, eres el primero en traicionarme.

V. El rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía: * Pero tú, mi compañero, a quien me unía una dulce intimidad, eres el primero en traicionarme.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario sobre los salmos: Salmo 32, 29.

Los de fuera, lo quieran o no, son hermanos nuestros.

Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad no sólo para con vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de nosotros, que reconocen a Cristo como cabeza, igual que nosotros, pero están divididos de su cuerpo. Deploremos, hermanos, su suerte, sabiendo que se trata de nuestros hermanos. Lo quieran o no, son hermanos nuestros. Dejarían de serlo si dejaran de decir: Padre nuestro.

Dijo de algunos el profeta: A los que os dicen: «No sois hermanos nuestros», decidles: «Sois hermanos nuestros». Atended a quiénes se refería al decir esto. ¿Por ventura a los paganos? No, porque, según el modo de hablar de las Escrituras y de la Iglesia, no los llamamos hermanos. ¿Por ventura a los judíos, que no creyeron en Cristo?

Leed los escritos del Apóstol, y veréis que, cuando dice «hermanos» sin más, se refiere únicamente a los cristianos: Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Y dice también en otro lugar: Sois injustos y ladrones, y eso con hermanos vuestros.

Esos, pues, que dicen: «No sois hermanos nuestros», nos llaman paganos. Por esto, quieren bautizarnos de nuevo, pues dicen que nosotros no tenemos lo que ellos dan. Por esto, es lógico su error, al negar que nosotros somos sus hermanos. Mas, ¿por qué nos dijo el profeta: Decidles: «Sois hermanos nuestros», sino porque admitimos como bueno su bautismo y por esto no lo repetimos? Ellos, al no admitir nuestro bautismo, niegan que seamos hermanos suyos; en cambio, nosotros, que no repetimos su bautismo, porque lo reconocemos igual al nuestro, les decimos: Sois hermanos nuestros.

Si ellos nos dicen: «¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis?», les respondemos: Sois hermanos nuestros. Si dicen: «Apartaos de nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros», nosotros sí que tenemos que ver con ellos: si reconocemos al mismo Cristo, debemos estar unidos en un mismo cuerpo y bajo una misma cabeza.

Os conjuramos, pues, hermanos, por las entrañas de caridad, con cuya leche nos nutrimos, con cuyo pan nos fortalecemos, os conjuramos por Cristo, nuestro Señor, por su mansedumbre, a que usemos con ellos de una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que reflexionen y se den cuenta que no tienen en absoluto nada que decir contra la verdad; lo único que les queda es la enfermedad de su animosidad, enfermedad tanto más débil cuanto más fuerte se cree. Oremos por los débiles, por los que juzgan según la carne, por los que obran de un modo puramente humano, que son, sin embargo, hermanos nuestros, pues celebran los mismos sacramentos que nosotros, aunque no con nosotros, que responden un mismo Amén que nosotros, aunque no con nosotros; prodigad ante Dios por ellos lo más entrañable de vuestra caridad.

Responsorio: Efesios 4, 1. 3-4.

R. Os ruego por el Señor que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. * Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

V. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. * Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 14a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: 2o Samuel 24, 1-4. 10-18. 24b-25.

Censo del pueblo y construcción del altar.

En aquellos días, se encendió, una vez más, la cólera del Señor contra Israel e indujo a David contra ellos:

«Anda, haz el censo de Israel y Judá».

El rey mandó entonces a Joab, jefe del ejército, que estaba a su lado:

«Recorre todas las tribus de Israel, desde Dan a Berseba, y haz el censo del pueblo, para que sepa su número».

Joab le respondió:

«Que el Señor, tu Dios, multiplique al pueblo por cien y lo puedan ver los ojos del rey, mi señor. Pero ¿para qué desea tal cosa el rey, mi señor?».

La palabra del rey prevaleció sobre Joab y los jefes del ejército y salieron de la presencia del rey para censar al pueblo de Israel.

Pero después, David sintió remordimiento por haber hecho el censo del pueblo. Y dijo al Señor:

«He pecado gravemente por lo que he hecho. Ahora, Señor, perdona la falta de tu siervo, que ha obrado tan neciamente».

Al levantarse David por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió esta palabra del Señor:

«Ve y di a David: así dice el Señor. “Tres cosas te propongo. Elige una de ellas y la realizaré”».

Gad fue a ver a David y le notificó:

«¿Prefieres que vengan siete años de hambre en tu país, o que tengas que huir durante tres meses ante tus enemigos, los cuales te perseguirán, o que haya tres días de peste en tu país? Ahora, reflexiona y decide qué he de responder al que me ha enviado».

David respondió a Gad:

«¡Estoy en un gran apuro! Pero pongámonos en manos del Señor, cuya misericordia es enorme, y no en manos de los hombres».

El Señor mandó la peste a Israel desde la mañana hasta el plazo fijado. Murieron setenta y siete mil hombres del pueblo desde Dan hasta Berseba. El ángel del Señor extendió su mano contra Jerusalén para asolarla. Pero el Señor se arrepintió del castigo y ordenó al ángel que asolaba al pueblo:

«¡Basta! Retira ya tu mano».

El ángel del Señor se encontraba junto a la era de Arauná, el jebuseo. Al ver al ángel golpeando al pueblo, David suplicó al Señor:

«Soy yo el que ha pecado y el que ha obrado mal. Pero ellos, las ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, carga tu mano contra mí y contra la casa de mi padre».

Gad se presentó aquel día a David para decirle:

«Sube y levanta un altar al Señor en la era de Arauná, el jebuseo».

David compró la era y los bueyes por medio kilo de plata. Construyó allí un altar al Señor y ofreció holocaustos y sacrificios pacíficos. El Señor tuvo compasión del país y cesó la plaga sobre Israel.

Responsorio: Cf. Judit 9, 18; 1o Crónicas 21, 15; 2o Samuel 24, 17.

R. Acuérdate, Señor, de tu alianza y di al ángel exterminador: «Basta, detén tu mano». * Para que no quede esta tierra devastada y sin alma viviente.

V. ¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Aparta, Señor, tu ira de este pueblo tuyo. * Para que no quede esta tierra devastada y sin alma viviente.

Segunda lectura:
Anónimo: Doctrina de los doce apóstoles 9, 1 – 10, 6; 14, 1-3.

Acerca de la eucaristía.

Respecto a la acción de gracias, lo haréis de esta manera: Primeramente sobre el cáliz:

«Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, la que nos diste a conocer por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos».

Luego sobre el pan partido:

«Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos manifestaste por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos. Como este pan estaba disperso por los montes y después, al ser reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente».

Pero que de vuestra acción de gracias coman y beban sólo los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de ello dijo el Señor: No deis lo santo a los perros.

Después de saciaros, daréis gracias de esta manera:

«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre, que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos. Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida que disfrutaran de ellas. Pero, además, nos has proporcionado una comida y bebida espiritual y una vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A ti sea la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y congrégala de los cuatro vientos, ya santificada, en el reino que has preparado para ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre.

Que venga tu gracia y que pase este mundo. ¡Hosanna al Dios de David! El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que se arrepienta. Marana tha. Amén».

Reunidos cada domingo, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.

Pero todo aquel que tenga alguna contienda con su compañero, no se reúna con vosotros, sin antes haber hecho la reconciliación, a fin de que no se profane vuestro sacrificio. Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me ofrecerá un sacrificio puro, porque yo soy rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones.

Responsorio: 1a Corintios 10, 16-17.

R. El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? * Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

V. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. * Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 14a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: 1o Crónicas 22, 5-19.

David prepara la construcción del templo.

En aquellos días, David se decía:

«Mi hijo Salomón es aún joven y débil, y el templo que hay que construir al Señor debe ser sumamente grandioso, para que su fama y gloria llegue a todos los países. Así que yo le haré los preparativos».

E hizo David grandes preparativos antes de su muerte. Después llamó a su hijo Salomón y le mandó construir un templo al Señor, Dios de Israel. David dijo a Salomón:

«Hijo mío, yo pensé construir un templo en honor del Señor, mi Dios. Pero recibí la palabra del Señor que me dijo: “Tú has derramado mucha sangre y has emprendido grandes guerras. No construirás un templo en mi honor, porque has derramado mucha sangre en mi presencia. Mira, te nacerá un hijo que será un hombre pacífico; le concederé paz con todos los enemigos de alrededor. Su nombre, por tanto, será Salomón. En sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. Él construirá un templo en mi honor. Será para mí un hijo y yo seré para él un padre, y consolidaré por siempre su trono real en Israel”.

Ahora, hijo mío, que el Señor esté contigo y consigas construir el templo del Señor, tu Dios, como lo ha predicho de ti. Que el Señor te conceda tan sólo sensatez y prudencia, para que, cuando gobiernes a Israel, observes la ley del Señor, tu Dios. Prosperarás si tienes cuidado en practicar los mandatos y preceptos que el Señor mandó a Israel por medio de Moisés. ¡Sé fuerte y valiente! ¡No temas ni desmayes! Mira, fatigosamente he reunido para el templo de Dios unas treinta y cuatro mil toneladas de oro, unas trescientas cuarenta mil toneladas de plata, bronce y hierro incalculable por su abundancia; además, madera y piedras, que tú podrás aumentar. Dispones de muchos obreros: canteros, albañiles, carpinteros, expertos en toda clase de obras. Hay abundancia de oro, plata, bronce y hierro. ¡Ánimo, pues! Manos a la obra y que el Señor sea contigo».

David ordenó a todos los jefes de Israel que ayudasen a su hijo Salomón:

«Bien sabéis que el Señor, vuestro Dios, está con vosotros y que os ha dado paz por todas partes. Él me entregó a los habitantes de esta tierra, sometida al Señor y a su pueblo. Ahora entregaos en cuerpo y alma a buscar al Señor, vuestro Dios. Disponeos a construir un santuario al Señor Dios, para trasladar al templo construido en honor del Señor el Arca de la alianza del Señor y los utensilios consagrados a Dios».

Responsorio: 1o Crónicas 22, 19; Salmo 131, 7; Isaías 56, 7.

R. Servid al Señor en cuerpo y alma y construid un santuario. * Entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies.

V. Dice el Señor: «Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos». * Entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentario sobre el salmo 118: Núms. 12. 13-14.

El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Yo y el Padre vendremos y haremos morada en él. Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbra a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza.

Él salió del seno de la Virgen como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe de la tierra. Reciben esta luz los que desean la claridad del resplandor sin fin, aquella claridad que no interrumpe noche alguna. En efecto, a este sol que vemos cada día suceden las tinieblas de la noche; en cambio, el Sol de justicia nunca se pone, porque a la sabiduría no sucede la malicia.

Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. Nuestra puerta es la fe, la cual, si es resistente, defiende toda la casa. Por esta puerta entra Cristo. Por esto, dice la Iglesia en el Cantar de los cantares: Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche!

Considera cuándo es principalmente que llama a tu puerta el Verbo de Dios, siendo así que su cabeza está cuajada del rocío de la noche. Él se digna visitar a los que están tentados o atribulados, para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación. Su cabeza, por tanto, se cubre de rocío o de relente cuando su cuerpo está en dificultades. Entonces, pues, es cuando hay que estar en vela, no sea que cuando venga el Esposo se vea obligado a retirarse. Porque, si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin haber llamado; pero, si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta.

Hay, pues, una puerta en nuestra alma, hay en nosotros aquellas puertas de las que dice el salmo: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. Si quieres alzar los dinteles de tu fe, entrará a ti el Rey de la gloria, llevando consigo el triunfo de su pasión. También el triunfo tiene sus puertas, pues leemos en el salmo lo que dice el Señor Jesús por boca del salmista: Abridme las puertas del triunfo.

Vemos, por tanto, que el alma tiene su puerta, a la que viene Cristo y llama. Ábrele, pues; quiere entrar, quiere hallar en vela a su Esposa.

Responsorio: Apocalipsis 3, 20; Mateo 24, 46.

R. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, * Entraré y comeremos juntos.

V. Dichoso el criado a quien el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. * Entraré y comeremos juntos.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 14a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: 1o Reyes 1, 11-35; 2, 10-12.

Dios señala como sucesor suyo a Salomón.

En aquellos días, Natán dijo a Betsabé, madre de Salomón:

«¿No has oído que Adonías, hijo de Jaguit, se ha erigido rey sin que David nuestro señor lo sepa? Ve ahora mismo; te daré un consejo para que pongas a salvo tu vida y la vida de tu hijo Salomón. Ve, preséntate al rey David y dile: “Oh, rey, mi señor, ¿no juraste a tu sierva: ‘Tu hijo Salomón reinará después de mí y se sentará en mi trono’? Entonces, ¿por qué se ha proclamado rey Adonías?”. Mientras estés hablando allí con el rey, entraré detrás de ti y confirmaré tus palabras».

Betsabé se presentó al rey David, en la alcoba el rey era muy anciano y Abisag, la sunamita, cuidaba de él. Betsabé hizo una inclinación y se postró ante el rey; éste le preguntó:

«¿Qué te trae?».

Ella le respondió:

«Mi señor, tú has jurado a tu sierva por el Señor tu Dios: “Tu hijo Salomón reinará después de mí y se sentará en mi trono”; pero Adonías se ha proclamado rey, sin saberlo tú, oh rey, mi señor. Ha sacrificado bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, y ha invitado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, jefe del ejército, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Rey, mi señor, todo Israel tiene sus ojos puestos en ti, esperando que les anuncies quién ocupará el trono del rey, mi señor, tras él. De lo contrario, cuando el rey, mi señor, repose con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos tratados como culpables».

Llegó entonces el profeta Natán, cuando ella se hallaba hablando aún con el rey. Avisaron al rey:

«Está aquí el profeta Natán».

Entrando donde estaba el monarca, se postró ante él, rostro en tierra, y dijo:

«Oh rey, mi señor: Tú tienes que haber dispuesto: “Adonías reinará después de mí y se sentará en mi trono”, porque Adonías ha bajado hoy a sacrificar bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, y ha invitado a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar, que en este momento comen y beben en su presencia profiriendo gritos de “Viva el rey Adonías”. Pero no nos ha invitado ni a mí, tu siervo, ni al sacerdote Sadoc ni a Benaías, hijo de Yehoyadá; tampoco ha invitado a tu siervo Salomón. ¿Viene esta orden del rey, mi señor, sin que hayas comunicado a tus siervos quién se sentará en el trono del rey, mi señor, tras él?».

El rey David respondió:

«Llamadme a Betsabé».

Entró ella en presencia del rey y se quedó de pie ante él. Entonces pronunció el rey este juramento:

«¡Vive Dios, que me ha librado de todo aprieto! Te juré por el Señor, Dios de Israel: “Tu hijo Salomón reinará después de mí y se sentará sobre mi trono en mi lugar”. ¡Pues así he de cumplirlo hoy mismo!».

Entonces Betsabé se inclinó rostro a tierra; postrada ante el rey, exclamó:

«¡Viva por siempre el rey David, mi señor!».

El rey ordenó:

«Llamad al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Yehoyadá».

Entraron a presencia del rey, que les dijo:

«Tomad con vosotros a los leales de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón en mi propia mula; bajadlo a Guijón y allí lo ungirán rey de Israel el sacerdote Sadoc y Natán, el profeta. Tocad entonces el cuerno y aclamad: “¡Viva el rey Salomón!”. Subiréis luego tras él y, cuando llegue, se sentará en mi trono y reinará en mi lugar, pues he dispuesto que sea el príncipe designado de Israel y de Judá».

David se durmió con sus padres y lo sepultaron en la Ciudad de David. Cuarenta años reinó David sobre Israel; siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén. Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino quedó establecido sólidamente en su mano.

Responsorio: Cantar de los cantares 3, 11; Salmo 71, 1. 2.

R. Muchachas de Sión, salid para ver al rey Salomón con la rica corona que le ciñó su madre * El día de fiesta de su corazón.

V. Dios mío, confía tu juicio al rey, para que rija a tus humildes con rectitud. * El día de fiesta de su corazón.

Segunda lectura:
San Clemente I, Papa: Carta a los Corintios: Caps. 50, 1 – 51, 3; 55, 1-4.

Dichosos nosotros si hubiéremos cumplido los mandamientos de Dios en la concordia de la caridad.

Ya veis, queridos hermanos, cuán grande y admirable cosa es la caridad, y cómo no es posible describir su perfección. ¿Quién será capaz de estar en ella, sino aquellos a quienes Dios mismo hiciere dignos? Roguemos, pues, y supliquémosle que, por su misericordia, nos permita vivir en la caridad, sin humana parcialidad, irreprochables. Todas las generaciones, desde Adán hasta el día de hoy, han pasado; mas los que fueron perfectos en la caridad, según la gracia de Dios, ocupan el lugar de los justos, los cuales se manifestarán en la visita del reino de Cristo. Está escrito, en efecto: Entrad en los aposentos un breve instante, mientras pasa mi cólera, y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.

Dichosos nosotros, queridos hermanos, si hubiéremos cumplido los mandamientos de Dios en la concordia de la caridad, a fin de que por la caridad se nos perdonen nuestros pecados. Porque está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuya boca no se encuentra engaño. Esta bienaventuranza fue concedida a los que han sido escogidos por Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos cometido por asechanzas de nuestro adversario, y aun aquellos que han encabezado sediciones y banderías deben acogerse a nuestra común esperanza. Pues los que proceden en su conducta con temor y caridad prefieren antes sufrir ellos mismos y no que sufran los demás; prefieren que se tenga mala opinión de ellos mismos, antes que sea vituperada aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos viene de la tradición. Más le vale a un hombre confesar sus caídas, que endurecer su corazón.

Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea generoso? ¿Alguien que sea compasivo? ¿Hay alguno que se sienta lleno de caridad? Pues diga: «Si por mi causa vino la sedición, contienda y escisiones, yo me retiro y me voy a donde queráis, y estoy pronto a cumplir lo que la comunidad ordenare, con tal de que el rebaño de Cristo se mantenga en paz con sus ancianos establecidos». El que esto hiciere se adquirirá una grande gloria en Cristo, y todo lugar lo recibirá, pues del Señor es la tierra y cuanto la llena. Así han obrado y así seguirán obrando quienes han llevado un comportamiento digno de Dios, del cual no cabe jamás arrepentirse.

Responsorio: 1a Juan 4, 21; Mateo 22, 40.

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien ama a Dios ame también a su hermano.

V. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. * Quien ama a Dios ame también a su hermano.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 14a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Eclesiástico 47, 12-24.

Historia de los antepasados: de Salomón a Jeroboán.

Le sucedió a David en el trono un hijo sabio, que, gracias a él, vivió holgadamente.

Salomón reinó en tiempo de paz, y Dios le dio tranquilidad en sus fronteras, para que levantara un templo en su nombre y edificara un santuario eterno.

¡Qué sabio fuiste en tu juventud, lleno de inteligencia como un río!

Tu espíritu cubrió la tierra, la llenaste con enigmáticos proverbios.

Tu nombre llegó hasta las islas lejanas, y fuiste amado por la paz que infundías.

De tus cantos, tus sentencias, tus proverbios y tus interpretaciones se admiraron las naciones.

En nombre del Señor Dios, que es llamado Dios de Israel, amontonaste el oro como estaño, como plomo multiplicaste la plata.

Pero entregaste tu cuerpo a las mujeres y te dejaste dominar por ellas.

Profanaste así tu gloria y deshonraste tu linaje, acarreando la ira sobre tus hijos y afligiéndolos con tu locura.

Por eso tu dinastía se dividió en dos, y de Efraín surgió un reino rebelde.

Pero el Señor jamás retiró su misericordia, no dejó que sus palabras se perdieran, ni que se borrase la descendencia de su elegido, ni que desapareciese el linaje del que fue su amado. Por eso dio a Jacob un resto, y a David un retoño nacido de él.

Descansó Salomón con sus padres y dejó en el trono a uno de su linaje, lo más loco del pueblo, falto de inteligencia: Roboán, que pervirtió al pueblo con su consejo.

También Jeroboán, hijo de Nabat, hizo pecar a Israel e indicó a Efraín el camino del pecado. Desde entonces el pueblo cometió tantos pecados que fueron expulsados de su tierra.

Responsorio: Ezequiel 37, 21. 22. 23. 24; Juan 10, 16.

R. Voy a congregar a los israelitas, y no volverán a ser dos naciones ni volverán a contaminarse con sus ídolos; * Ellos serán mi pueblo y tendrán todos ellos un único pastor.

V. Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y habrá un solo rebaño. * Ellos serán mi pueblo y tendrán todos ellos un único pastor.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 126, 2.

El Señor Jesucristo es el verdadero Salomón.

El templo que Salomón edificó para el Señor era tipo y figura de la futura Iglesia, que es el cuerpo del Señor, tal como dice en el Evangelio: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Del mismo modo que Salomón edificó aquel templo, se edificó también un templo el verdadero Salomón, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero pacífico. Porque hay que saber que el nombre de Salomón significa «Pacífico», y el verdadero pacífico es Jesucristo, de quien dice el Apóstol: Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Él es el verdadero pacífico que unió en su persona, constituyéndose en piedra angular, los dos muros que provenían de partes opuestas, a saber, el pueblo de los creyentes que provenían de la circuncisión, y el pueblo de los creyentes que provenían de la gentilidad incircuncisa; de ambos pueblos hizo una sola Iglesia, de la que es piedra angular, y por esto es el verdadero pacífico.

Cristo es el verdadero Salomón, y aquel otro Salomón, hijo de David, engendrado de Betsabé, rey de Israel, era figura de este Rey pacífico. Por esto, el salmo, para que pienses más bien en el nuevo Salomón, que es quien edificó la verdadera casa de Dios, empieza con estas palabras: Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. El Señor es, por tanto, quien construye la casa, es el Señor Jesucristo quien construye su propia casa. Muchos son los que trabajan en la construcción, pero, si él no construye, en vano se cansan los albañiles.

¿Quiénes son los que trabajan en esta construcción? Todos los que predican la palabra de Dios en la Iglesia, los dispensadores de los misterios de Dios. Todos nos esforzamos, todos trabajamos, todos construimos ahora; y también antes de nosotros se esforzaron, trabajaron, construyeron otros; pero, si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Por esto, los apóstoles, y más en concreto Pablo, al ver que algunos se desmoronaban, dice: Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles. Como sabía que él mismo era edificado interiormente por el Señor, por esto se lamentaba por aquéllos, por el temor de haber trabajado en ellos inútilmente. Nosotros, por tanto, os hablamos desde el exterior, pero es él quien edifica desde dentro. Nosotros podemos saber cómo escucháis, pero cómo pensáis sólo puede saberlo aquel que ve vuestros pensamientos. Es él quien edifica, quien amonesta, quien amedrenta, quien abre el entendimiento, quien os conduce a la fe; aunque nosotros cooperamos también con nuestro esfuerzo.

Responsorio: Cf. 1o Reyes 8, 10. 14. 15; Juan 2, 19.

R. El templo quedó terminado, y la gloria del Señor llenó el atrio; el rey se alegró y dijo: * «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, por todo lo que habló a David, mi padre».

V. Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. * Bendito sea el Señor, Dios de Israel, por todo lo que habló a David, mi padre.

Oración:

Oh, Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que liberaste de la esclavitud del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


15a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 15a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: 1o Reyes 16, 29 – 17, 16.

Los comienzos del profeta Elías en tiempo de Ajab, rey de Israel.

Ajab, hijo de Omrí, inició su reinado en Israel el año treinta y ocho de Asá, rey de Judá. Ajab, hijo de Omrí, reinó sobre Israel en Samaría veintidós años. Ajab, hijo de Omrí, hizo el mal a los ojos del Señor, más aún que todos los que le precedieron. No le bastó seguir los pecados de Jeroboán, hijo de Nebat, sino que, además, tomó por mujer a Jezabel, hija de Itobaal, rey de los sidonios, y se puso a servir a Baal, postrándose ante él. Le elevó un altar en el santuario de Baal que edificó en Samaría y construyó Ajab la estela. Prosiguiendo de este modo irritó al Señor, Dios de Israel, más aún que todos los reyes de Israel que le precedieron. En su tiempo, Jiel de Betel reconstruyó Jericó, pero echó sus cimientos a costa de Abirán, su primogénito, y levantó sus puertas a costa de su hijo menor Segub, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Josué, hijo de Nun.

Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab:

«Vive el Señor, Dios de Israel, ante quien sirvo, que no habrá en estos años rocío ni lluvia si no es por la palabra de mi boca».

La palabra del Señor llegó a Elías diciendo:

«Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Querit, frente al Jordán. Habrás de beber sus aguas y he ordenado a los cuervos que allí te suministren alimento».

Fue a establecerse en el torrente de Querit, frente al Jordán, procediendo según la palabra del Señor. Los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana y lo mismo al atardecer; y bebía del torrente.

Al cabo de unos días se secó el torrente, pues no hubo lluvia sobre el país. La palabra del Señor llegó entonces a Elías diciendo:

«Levántate, vete a Sarepta de Sidón y establécete, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te suministre alimento».

Se alzó y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña. Elías la llamó y le dijo:

«Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé».

Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle:

«Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan».

Ella respondió:

«Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; sólo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos».

Pero Elías le dijo:

«No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel:

“La orza de harina no se vaciará, | la alcuza de aceite no se agotará, | hasta el día en que el Señor conceda | lluvias sobre la tierra”».

Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías.

Responsorio: Santiago 5, 17. 18; Eclesiástico 48, 1. 3.

R. El profeta Elías oró para que no lloviese, y no llovió. * Luego volvió a orar, y el cielo derramó lluvia.

V. Surgió un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido; con el oráculo divino sujetó el cielo. * Luego volvió a orar, y el cielo derramó lluvia.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms 1-7.

Catequesis sobre los ritos que preceden al bautismo.

Hasta ahora os hemos venido hablando cada día acerca de cuál ha de ser vuestra conducta. Os hemos ido leyendo los hechos de los patriarcas o los consejos del libro de los Proverbios a fin de que, instruidos y formados por estas enseñanzas, os fuerais acostumbrando a recorrer el mismo camino que nuestros antepasados y a obedecer los oráculos divinos, con lo cual, renovados por el bautismo, os comportéis como exige vuestra condición de bautizados.

Mas ahora es tiempo ya de hablar de los sagrados misterios y de explicaros el significado de los sacramentos, cosa que, si hubiésemos hecho antes del bautismo, hubiese sido una violación de la disciplina del arcano más que una instrucción. Además de que, por el hecho de cogeros desprevenidos, la luz de los divinos misterios se introdujo en vosotros con más fuerza que si hubiese precedido una explicación.

Abrid, pues, vuestros oídos y percibid el buen olor de vida eterna que exhalan en vosotros los sacramentos. Esto es lo que significábamos cuando, al celebrar el rito de la apertura, decíamos: «Effetá», esto es: «Ábrete», para que, al llegar el momento del bautismo, entendierais lo que se os preguntaba y la obligación de recordar lo que habíais respondido. Este mismo rito empleó Cristo, como leemos en el Evangelio, al curar al sordomudo.

Después de esto, se te abrieron las puertas del santo de los santos, entraste en el lugar destinado a la regeneración. Recuerda lo que se te preguntó, ten presente lo que respondiste. Renunciaste al diablo y a sus obras, al mundo y a sus placeres pecaminosos. Tus palabras están conservadas, no en un túmulo de muertos, sino en el libro de los vivos.

Viste allí a los diáconos, los presbíteros, el obispo. No pienses sólo en lo visible de estas personas, sino en la gracia de su ministerio. En ellos hablaste a los ángeles, tal como está escrito: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es un ángel del Señor de los ejércitos. No hay lugar a engaño ni retractación; es un ángel quien anuncia el reino de Cristo, la vida eterna. Lo que has de estimar en él no es su apariencia visible, sino su ministerio. Considera qué es lo que te ha dado, úsalo adecuadamente y reconoce su valor.

Al entrar, pues, para mirar de cara al enemigo y renunciar a él con tu boca, te volviste luego hacia el oriente, pues quien renuncia al diablo debe volverse a Cristo y mirarlo de frente.

Responsorio: Tito 3, 3. 5; Efesios 2, 3.

R. Antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros; * Pero Dios según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo.

V. Antes procedíamos nosotros siguiendo los deseos de la carne y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación. * Pero Dios según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 15a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: 1o Reyes 18, 16b-40.

Elías frente a los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo.

En aquellos días, Ajab partió al encuentro de Elías y, al verlo, le dijo:

«¿Eres tú, ruina de Israel?».

Él respondió:

«No soy yo quien ha arruinado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, por abandonar los mandatos del Señor y seguir a los baales. Pero ahora, manda que todo Israel se reúna en torno a mí en el monte Carmelo, especialmente a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel».

Ajab dio una orden entre todos los hijos de Israel y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elías se acercó a todo el pueblo y dijo:

«¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal».

El pueblo no respondió palabra. Elías continuó:

«Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Vosotros clamaréis invocando el nombre de vuestro dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y el dios que responda por el fuego, ése es Dios».

Todo el pueblo acató:

«¡Está bien lo que propones!».

Elías se dirigió a los profetas de Baal:

«Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, pues sois más numerosos. Clamad invocando el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego».

Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo:

«¡Baal, respóndenos!».

Mas no hubo voz ni respuesta. Brincaban en torno al altar que habían hecho. A mediodía, Elías se puso a burlarse de ellos:

«¡Gritad con voz más fuerte, porque él es dios, pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez esté dormido y despertará!».

Entonces gritaron con voz más fuerte, haciéndose incisiones con cuchillos y lancetas hasta chorrear sangre por sus cuerpos según su costumbre. Pasado el mediodía, entraron en trance hasta la hora de presentar las ofrendas, pero no hubo voz, no hubo quien escuchara ni quien respondiese.

Elías dijo a todo el pueblo:

«Acercaos a mí».

Y todo el pueblo se acercó a él. Entonces se puso a restaurar el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra del Señor: «Tu nombre será Israel».

Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor e hizo alrededor una zanja de una capacidad de un par de arrobas de semilla. Luego dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima.

«Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron. Pidió:

«Hacedlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron.

«Hacedlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron. Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar. A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir:

«Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones».

Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas. Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando:

«¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!».

Entonces Elías sentenció:

«Echad mano a los profetas de Baal, que no escape ni uno».

Les echaron mano y Elías les hizo bajar al torrente de Quisón, y allí los degolló.

Responsorio: 1o Reyes 18, 21; Mateo 6, 24.

R. Elías se acercó a la gente y dijo: «¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? * Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo».

V. Nadie puede estar al servicio de dos amos; no podéis servir a Dios y al dinero. * Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo».

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms 8-11.

Renacemos del agua y del Espíritu Santo.

¿Qué es lo que viste en el bautisterio? Agua, desde luego, pero no sólo agua; viste también a los diáconos ejerciendo su ministerio, al obispo haciendo las preguntas de ritual y santificando. El Apóstol te enseñó, lo primero de todo, que no hemos de fijarnos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. Pues, como leemos en otro lugar, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, son visibles por sus obras. Por esto, dice el Señor en persona: Aunque no me creáis a mí, creed a las obras. Cree, pues, que está allí presente la divinidad. ¿Vas a creer en su actuación y no en su presencia? ¿De dónde vendría esta actuación sin su previa presencia?

Considera también cuán antiguo sea este misterio, pues fue prefigurado en el mismo origen del mundo. Ya en el principio, cuando hizo Dios el cielo y la tierra, el Espíritu —leemos— se cernía sobre la faz de las aguas. Y si se cernía es porque obraba. El salmista nos da a conocer esta actuación del espíritu en la creación del mundo, cuando dice: La palabra del Señor hizo el cielo; el espíritu de su boca, sus ejércitos. Ambas cosas, esto es, que se cernía y que actuaba, son atestiguadas por la palabra profética. Que se cernía, lo afirma el autor del Génesis; que actuaba, el salmista.

Tenemos aún otro testimonio. Toda carne se había corrompido por sus iniquidades. Mi espíritu no durará por siempre en el hombre —dijo Dios—, puesto que es de carne. Con las cuales palabras demostró que la gracia espiritual era incompatible con la inmundicia carnal y la mancha del pecado grave. Por esto, queriendo Dios reparar su obra, envió el diluvio y mandó al justo Noé que subiera al arca. Cuando menguaron las aguas del diluvio, soltó primero un cuervo, el cual no volvió, y después una paloma que, según leemos, volvió con una rama de olivo. Ves cómo se menciona el agua, el leño, la paloma, ¿y aún dudas del misterio?

En el agua es sumergida nuestra carne, para que quede borrado todo pecado carnal. En ella quedan sepultadas todas nuestras malas acciones. En un leño fue clavado el Señor Jesús, cuando sufrió por nosotros su pasión. En forma de paloma descendió el Espíritu Santo, como has aprendido en el nuevo Testamento, el cual inspira en tu alma la paz, en tu mente la calma.

Responsorio: Isaías 44, 3. 4; Juan 4, 14.

R. Voy a derramar agua sobre lo sediento y torrentes en el páramo; * Voy a derramar mi Espíritu, y crecerán como sauces junto a las acequias.

V. Se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. * Voy a derramar mi Espíritu, y crecerán como sauces junto a las acequias.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 15a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: 1o Reyes 19, 1-9a. 11-21.

El Señor se revela a Elías.

En aquellos días, Ajab transmitió a Jezabel cuanto había hecho Elías y cómo pasó a cuchillo a todos los profetas de Baal. Jezabel envió un mensajero para decirle:

«Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no he hecho con tu vida como has hecho tú con la vida de uno de éstos».

Entonces Elías tuvo miedo, se levantó y se fue para poner a salvo su vida. Llegó a Berseba de Judá y allí dejó a su criado. Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo:

«¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!».

Se recostó y quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y dijo:

«Levántate y come».

Miró alrededor, y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo:

«Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo».

Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor y le dijo:

«Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor».

Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto, fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo:

«¿Qué haces aquí, Elías?».

Y él respondió:

«Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela».

Le dijo el Señor:

«Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá. Al que escape a la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape a la espada de Jehú, lo matará Eliseo. Dejaré un resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron».

Partió Elías de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo:

«Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre, y te seguiré».

Le respondió:

«Anda y vuélvete, pues ¿qué te he hecho?».

Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio.

Responsorio: Cf. Éxodo 33, 22. 20; Juan 1, 18.

R. El Señor dijo a Moisés: «Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca, y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado. * No puede ver nadie a Dios y quedar con vida».

V. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. * No puede ver nadie a Dios y quedar con vida.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms. 12-16. 19.

Todo les sucedía como un ejemplo.

Te enseña el Apóstol que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. Y en el cántico de Moisés leemos: Sopló tu aliento y los cubrió el mar. Te das cuenta de que el paso del mar Rojo por los hebreos era ya una figura del santo bautismo, ya que en él murieron los egipcios y escaparon los hebreos. Esto mismo nos enseña cada día este sacramento, a saber, que en él queda sumergido el pecado y destruido el error, y en cambio la piedad y la inocencia lo atraviesan indemnes.

Oyes cómo nuestros padres estuvieron bajo la nube, y una nube ciertamente beneficiosa, ya que refrigeraba los ardores de las pasiones carnales; la nube que los cubría era el Espíritu Santo. Él vino después sobre la Virgen María, y la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra, cuando engendró al Redentor del género humano. Y aquel milagro en tiempo de Moisés aconteció en figura. Si, pues, en la figura estaba el Espíritu, ¿no estará en la verdad, siendo así que la Escritura te enseña que la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo?

El agua de Mara era amarga, pero Moisés echó en ella un madero y se volvió dulce. De modo semejante, el agua, sin la proclamación de la cruz del Señor, no sirve en absoluto para la salvación; pero cuando ha sido consagrada por el misterio de la cruz salvadora, entonces se vuelve apta para el baño espiritual y para la bebida saludable. Pues del mismo modo que Moisés, el profeta, echó un madero en aquella agua, así ahora el sacerdote echa en ésta la proclamación de la cruz del Señor y el agua se vuelve dulce para la gracia.

No creas, pues, solamente lo que ven tus ojos corporales; más segura es la visión de lo invisible, porque lo que se ve es temporal, lo que no se ve eterno. La visión interna de la mente es superior a la mera visión ocular.

Finalmente, aprende lo que te enseña una lectura del libro de los Reyes. Naamán era sirio y estaba leproso, sin que nadie pudiera curarlo. Entonces, una jovencita de entre los cautivos explicó que en Israel había un profeta que podía limpiarlo de la infección de la lepra. Naamán, habiendo tomado oro y plata, se fue a ver al rey de Israel. Éste, al saber el motivo de su venida, rasgó sus vestiduras, diciendo que le buscaban querella al pedirle una cosa que no estaba en su regio poder. Pero Eliseo mandó decir al rey que le enviase al sirio, para que supiera que había un Dios en Israel. Y, cuando vino a él, le mandó que se sumergiera siete veces en el río Jordán. Entonces Naamán empezó a decirse a sí mismo que eran mejores las aguas de los ríos de su patria, en los cuales se había bañado muchas veces sin que lo hubiesen limpiado de su lepra, y se marchaba de allí sin hacer lo que le había dicho el profeta. Pero sus siervos lo persuadieron por fin y se bañó, y, al verse curado, entendió al momento que lo que purifica no es el agua sino el don de Dios.

Él dudó antes de ser curado; pero tú, que ya estás curado, no debes dudar.

Responsorio: Salmo 77, 52. 53; 1a Corintios 10, 2.

R. El Señor sacó como un rebaño a su pueblo, y los condujo seguros, sin alarmas, * Mientras el mar cubría a sus enemigos.

V. Todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. * Mientras el mar cubría a sus enemigos.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 15a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: 1o Reyes 21, 1-21. 27-29.

Elías, defensor de la justicia para con los pobres.

Por aquel tiempo, ocurrió que Nabot de Yezrael tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaría. Ajab habló a Nabot diciendo:

«Dame tu viña para que pueda tener un huerto ajardinado, pues está pegando a mi casa; yo te daré a cambio una viña mejor, o, si te parece bien, te pagaré su precio en plata».

Nabot respondió a Ajab:

«Dios me libre de cederte la herencia de mis padres».

Se fue Ajab a su casa abatido y enfadado por la respuesta que le había dado Nabot de Yezrael:

«No te cederé la heredad de mis padres».

Se postró en su lecho de cara a la pared y se negó a comer. Jezabel, su mujer, se le acercó y le dijo:

«¿Qué te pasa que estás entristecido y no comes alimento alguno?».

Él le respondió:

«Hablé con Nabot de Yezrael y le propuse: “Véndeme tu viña por su valor en plata, o, si lo prefieres, te daré otra viña a cambio”; pero él me contestó: “No te cederé mi viña”».

Jezabel, su mujer, le replicó:

«¡Ya es hora de que ejerzas el poder regio en Israel! Levántate, come y se te alegrará el ánimo. Yo misma me encargo de darte la viña de Nabot de Yezrael».

Escribió cartas con el nombre de Ajab y las selló con el sello de él, enviándolas a los ancianos y notables que vivían junto a Nabot. En las cartas escribió lo siguiente:

«Proclamad un ayuno y sentad a Nabot al frente de la asamblea. Frente a él sentad a dos hombres hijos de Belial que testifiquen en su contra diciendo: “Tú has maldecido a Dios y al rey”. Entonces lo sacaréis fuera y lo lapidaréis hasta que muera».

Los hombres de la ciudad, los ancianos y notables que vivían junto a Nabot en su ciudad, hicieron tal como Jezabel les ordenó según lo escrito en las cartas remitidas a ellos. Así proclamaron un ayuno y sentaron a Nabot al frente de la asamblea. Llegaron los dos hombres hijos de Belial, se sentaron frente a él y testificaron contra él diciendo:

«Nabot ha maldecido a Dios y al rey».

Lo sacaron fuera de la ciudad y lo lapidaron a pedradas hasta que murió. Enviaron a decir a Jezabel:

«Nabot ha sido lapidado y está muerto».

En cuanto Jezabel oyó que Nabot había muerto lapidado, dijo a Ajab:

«Levántate y toma posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael, el que se negó a vendértela por su valor en plata, pues Nabot ya no está vivo, ha muerto».

Apenas oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a la viña de Nabot, el de Yezrael, para tomar posesión de ella.

La palabra del Señor llegó entonces a Elías tesbita para decirle:

«Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Ahora se encuentra en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión de ella. Le hablarás diciendo: “Así habla el Señor: ‘¿Has asesinado y pretendes tomar posesión?’. Por esto, así habla el Señor: ‘En el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán los perros también tu propia sangre’”».

Entonces Ajab se dirigió a Elías diciendo:

«Así que has dado conmigo, enemigo mío».

Respondió Elías:

«He dado contigo. Así, por haberte vendido, haciendo el mal a los ojos del Señor, yo mismo voy a traer sobre ti el desastre. Barreré tu descendencia y exterminaré en Israel a todos los varones de la familia de Ajab, del primero al último.

Ajab, al oír estas palabras, rasgó sus vestiduras, se echó un sayal sobre el cuerpo y ayunó. Con el sayal puesto se acostaba y andaba pesadamente. Llegó a Elías tesbita la palabra del Señor:

«¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? No traeré el mal en los días de su vida, por haberse humillado ante mí, sino en vida de su hijo».

Responsorio: Santiago 4, 8. 9. 10; 5, 6.

R. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, purificaos el corazón; * Llorad y haced duelo, humillaos ante el Señor.

V. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste. * Llorad y haced duelo, humillaos ante el Señor.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms. 19-21. 24. 26-38.

El agua no purifica sin la acción del Espíritu Santo.

Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo que ves para que no seas tú también de éstos que dicen: «¿Éste es aquel gran misterio que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? Veo la misma agua de siempre, ¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado puro?». De ahí has de deducir que el agua no purifica sin la acción del Espíritu.

Por esto, has leído que en el bautismo los tres testigos se reducen a uno solo: el agua, la sangre y el Espíritu, porque, si prescindes de uno de ellos, ya no hay sacramento del bautismo. ¿Qué es, en efecto, el agua sin la cruz de Cristo, sino un elemento común, sin ninguna eficacia sacramental? Pero tampoco hay misterio de regeneración sin el agua, porque el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. También el catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, con la que ha sido marcado, pero si no fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no puede recibir el perdón de los pecados ni el don de la gracia espiritual.

Por eso, el sirio Naamán, en la ley antigua, se bañó siete veces, pero tú has sido bautizado en el nombre de la Trinidad. Has profesado —no lo olvides— tu fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. Vive conforme a lo que has hecho. Por esta fe has muerto para el mundo y has resucitado para Dios y, al ser como sepultado en aquel elemento del mundo, has muerto al pecado y has sido resucitado a la vida eterna. Cree, por tanto, en la eficacia de estas aguas.

Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina Probática) esperaba un hombre que lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos? Él era, pues, al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y Juan dio testimonio de él, diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Y, si el Espíritu descendió como paloma, fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento.

¿Te queda aún lugar a duda? Recuerda cómo en el Evangelio el Padre te proclama con toda claridad: Éste es mi Hijo, mi predilecto, cómo proclama lo mismo el Hijo, sobre el cual se mostró el Espíritu Santo como una paloma, cómo lo proclama el Espíritu Santo, que descendió como una paloma, cómo lo proclama el salmista: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales, cómo la Escritura te atestigua que, a ruegos de Yerubaal, bajó fuego del cielo, y cómo también, por la oración de Elías, fue enviado un fuego que consagró el sacrificio.

En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Y, si quieres atender a los méritos, considéralos como a Elías, considera también en ellos los méritos de Pedro y Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos recibieron del Señor Jesús. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.

Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. No significa esto que creas en uno que es el más grande, en otro que es menor, en otro que es el último, sino que el mismo tenor de tu profesión de fe te induce a que creas en el Hijo igual que en el Padre, en el Espíritu igual que en el Hijo, con la sola excepción de que profesas que tu fe en la cruz se refiere únicamente a la persona del Señor Jesús.

Responsorio: Mateo 3, 11; Isaías 1, 16. 17. 18.

R. El que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. * Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

V. «Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien», dice el Señor. * Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 15a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: 1o Reyes 22, 1-9. 15-23. 29. 34-38.

Juicio de Dios contra el impío rey Ajab.

En aquellos días, pasaron tres años en los que no hubo guerra entre Siria e Israel. Al tercero, Josafat, rey de Judá, descendió a visitar al rey de Israel. Éste dijo a sus servidores:

«Vosotros sabéis que Ramot de Galaad nos pertenece y, sin embargo, no hacemos nada por rescatarla de manos del rey de Siria», y preguntó a Josafat:

«¿Vas a venir conmigo a la guerra contra Ramot de Galaad?».

Josafat respondió al rey de Israel:

«Yo haré como tú, mi pueblo como tu pueblo, mis caballos como tus caballos».

Josafat se dirigió al rey de Israel:

«Consulta en este día la palabra del Señor».

El rey de Israel reunió a los profetas, unos cuatrocientos hombres, para consultarles:

«¿He de ir a la guerra contra Ramot de Galaad o debo desistir?».

Le respondieron:

«Sube, porque el Señor la entregará en manos del rey».

Pero Josafat insistió:

«¿No hay aquí todavía otro profeta del Señor al que hacer consulta?».

Y contestó el rey de Israel a Josafat:

«Todavía hay un hombre para consultar al Señor por su medio, pero yo lo odio, pues no me profetiza el bien, sino el mal. Se trata de Miqueas, hijo de Jimlá».

Josafat dijo:

«No hable el rey de esta manera».

El rey de Israel llamó entonces a un eunuco y le ordenó:

«Trae enseguida a Miqueas, hijo de Jimlá».

Cuando llegó ante el rey, éste le preguntó:

«Miqueas, ¿hemos de marchar en guerra contra Ramot de Galaad o debemos desistir?».

Le respondió:

«Sube, tendrás éxito. El Señor la entregará en manos del rey».

Pero el rey le recriminó:

«¿Cuántas veces he de hacerte jurar que no me digas sino sólo la verdad en nombre del Señor?».

Entonces Miqueas dijo:

«Veo a todo Israel en desbandada por los montes como rebaño sin pastor. Ha dicho el Señor: “No tienen señor. Cada cual regrese en paz a su casa”».

El rey de Israel se dirigió a Josafat diciendo:

«¿No te dije que no me profetiza el bien sino el mal?».

Dijo entonces Miqueas:

«Por todo ello, escucha la palabra del Señor: “He visto al Señor sentado en su trono, con todo el ejército de los cielos en pie junto a él, a derecha e izquierda”. El Señor preguntó: “¿Quién engañará a Ajab para que suba y caiga en Ramot de Galaad?”; unos respondían una cosa y otros otra, hasta que un espíritu se adelantó y de pie ante el Señor dijo: “Yo lo engañaré”. El Señor le preguntó: “¿De qué modo?”. Le respondió: “Iré y me convertiré en espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas”; el Señor dijo entonces: “Lo engañarás y lo vencerás. Ve y haz como dices”. Así pues, porque el Señor ha predicho el mal contra ti, ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos estos profetas tuyos».

El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, subieron contra Ramot de Galaad. Entonces un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel por entre las placas de la coraza, y dijo el rey a su auriga:

«Me siento mal, da la vuelta a los caballos y sácame de la batalla».

Pero aquel día el combate se prolongó y el rey hubo de ser sostenido en pie en su carro frente a los arameos, hasta que murió al atardecer; la sangre de la herida corría por el fondo del carro. Al caer el sol corrió un grito por el campamento:

«¡Cada uno a su ciudad!, ¡cada uno a su herencia! ¡El rey ha muerto!».

Condujeron al rey a Samaría y allí lo enterraron; lavaron el carro junto a la alberca de Samaría y los perros lamieron su sangre y las prostitutas se bañaron en ella, según la palabra que el Señor pronunciara.

Responsorio: Jeremías 29, 8. 9. 11; Deuteronomio 18, 18.

R. «Que no os engañen vuestros profetas, porque os profetizan falsamente en mi nombre; * Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros», dice el Señor.

V. Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca. * «Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros», dice el Señor.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms. 29-30. 34-35. 37. 42.

Catequesis de los ritos que siguen al bautismo.

Al salir de la piscina bautismal, fuiste al sacerdote. Considera lo que vino a continuación. Es lo que dice el salmista: Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón. Es el ungüento del que dice el Cantar de los cantares: Tu nombre es como un bálsamo fragante, y de ti se enamoran las doncellas. ¡Cuántas son hoy las almas renovadas que llenas de amor a ti, Señor Jesús, te dicen: Arrástranos tras de ti; correremos tras el olor de tus vestidos, atraídas por el olor de tu resurrección!

Esfuérzate en penetrar el significado de este rito, porque el sabio lleva los ojos en la cara. Este ungüento va bajando por la barba, esto es, por tu juventud renovada, y por la barba de Aarón, porque te convierte en raza elegida, sacerdotal, preciosa. Todos, en efecto, somos ungidos por la gracia del Espíritu para ser miembros del reino de Dios y formar parte de su sacerdocio.

Después de esto, recibiste la vestidura blanca, como señal de que te habías despojado de la envoltura del pecado y te habías vestido con la casta ropa de la inocencia, de conformidad con lo que dice el salmista: Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. En efecto, tanto la ley antigua como el Evangelio aluden a la limpieza espiritual del que ha sido bautizado: la ley antigua, porque Moisés roció con la sangre del cordero, sirviéndose de un ramo de hisopo; el Evangelio, porque las vestiduras de Cristo eran blancas como la nieve, cuando mostró la gloria de su resurrección. Aquel a quien se le perdonan los pecados queda más blanco que la nieve. Por esto, dice el Señor por boca de Isaías: Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve.

La Iglesia, engalanada con estas vestiduras, gracias al baño del segundo nacimiento, dice con palabras del Cantar de los cantares: Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén. Morena por la fragilidad de su condición humana, hermosa por la gracia; morena porque consta de hombres pecadores, hermosa por el sacramento de la fe. Las muchachas de Jerusalén, estupefactas al ver estas vestiduras, dicen: «¿Quién es ésta que sube resplandeciente de blancura? Antes era morena, ¿de dónde esta repentina blancura?».

Y Cristo, al contemplar a su Iglesia con blancas vestiduras —él, que por su amor tomó un traje sucio, como dice el libro del profeta Zacarías—, al contemplar el alma limpia y lavada por el baño de regeneración, dice: ¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos son palomas, bajo cuya apariencia bajó del cielo el Espíritu Santo.

Recuerda, pues, que has recibido el sello del Espíritu, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor, y conserva lo que has recibido. Dios Padre te ha sellado, Cristo, el Señor, te ha confirmado y ha puesto en tu corazón, como prenda suya, el Espíritu, como te enseña el Apóstol.

Responsorio: Efesios 1, 13b-14; 2a Corintios 1, 21b-22.

R. Los que creísteis habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu prometido; el cual es prenda de nuestra herencia, * Para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.

V. Dios nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. * Para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 15a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: 2o Crónicas 20, 1-9. 13-24.

Relato maravilloso de la ayuda de Dios al rey fiel Josafat.

En aquellos días, los moabitas, los amonitas y algunos meunitas vinieron a combatir contra Josafat. Algunos le avisaron:

«Una gran multitud, procedente de Edón allende el mar, se dirige contra ti; ya están en Jasón Tamar, es decir, Engadí».

Josafat, aterrorizado, decidió consultar al Señor, al tiempo que proclamaba un ayuno en todo Judá. Judá se congregó para implorar al Señor. Vinieron de todas las ciudades de Judá para suplicar al Señor. Josafat, puesto en pie en medio de la asamblea de Judá y de Jerusalén en el templo del Señor, delante del atrio nuevo, exclamó:

«Señor, Dios de nuestros padres, ¿no eres tú el Dios del cielo, el gobernador de todos los reinos gentiles, cuya mano es poderosa y fuerte, al que nadie puede resistir? ¿No fuiste tú, Dios nuestro, el que expulsaste a los moradores de esta tierra a la llegada de tu pueblo Israel y la entregaste para siempre a los descendientes de tu amigo Abrahán? La habitaron y edificaron en ella un santuario a tu Nombre, diciendo: “Cuando venga sobre nosotros el mal espada, castigo, peste o hambre, nos presentaremos ante ti, en este templo (porque tu Nombre está en este templo), clamaremos a ti en nuestra angustia; tú nos escucharás y salvarás”».

Todos los de Judá con sus pequeños, mujeres e hijos, permanecían en pie ante el Señor. En medio de la asamblea, vino el espíritu del Señor sobre Yajaziel hijo de Zacarías, hijo de Benaías, hijo de Yeiel, hijo de Matanías, levita, de los hijos de Asaf, y dijo:

«Todos los de Judá y vosotros, habitantes de Jerusalén, y tú, rey Josafat, prestad atención. Así os dice el Señor: “No temáis ni os acobardéis ante esa inmensa multitud, pues la guerra no es vuestra, sino del Señor. Mañana bajaréis contra ellos, cuando estén subiendo la cuesta de Sis; los encontraréis al final del barranco, junto al desierto de Jeruel. Esta vez no tendréis que pelear. Permaneced quietos y firmes, y veréis cómo os salva el Señor. Judá y Jerusalén, no temáis ni os acobardéis. Salid mañana a su encuentro, que el Señor estará con vosotros”».

Josafat se postró rostro en tierra. Todos los de Judá y los habitantes de Jerusalén se postraron ante el Señor para adorarlo. Los levitas, descendientes de Queat, de la estirpe de Coré, se levantaron para alabar a grandes voces al Señor, Dios de Israel.

Se levantaron temprano y salieron hacia el desierto de Técoa. Mientras salían, Josafat, puesto en pie, clamó:

«Escuchadme, los de Judá y habitantes de Jerusalén: confiad en el Señor, vuestro Dios, y subsistiréis; confiad en sus profetas y triunfaréis».

Después de consultar al pueblo, dispuso que algunos, revestidos de ornamentos sagrados, fueran en vanguardia, cantando al Señor y alabándolo con estas palabras:

«Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia».

En cuanto comenzaron las aclamaciones y alabanzas, el Señor tendió una emboscada a los moabitas, amonitas y los serranos de Seír que habían venido contra Judá, y fueron derrotados. Se levantaron los amonitas y los moabitas contra los habitantes de la serranía de Seír para destruirlos y aniquilarlos. Cuando acabaron con los habitantes de Seír, se destruyeron unos a otros. Llegaron los de Judá al otero del desierto, se volvieron hacia la multitud y no vieron más que cadáveres tendidos por el suelo; ningún superviviente.

Responsorio: Efesios 6, 12. 14; 2o Crónicas 20, 17.

R. Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados y poderes, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal. * Estad firmes, abrochaos el cinturón de la verdad.

V. Estad quietos y firmes, contemplando cómo os salva el Señor. * Estad firmes, abrochaos el cinturón de la verdad.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms. 43. 47-49.

Instrucción a los recién bautizados sobre la eucaristía.

Los recién bautizados, enriquecidos con tales distintivos, se dirigen al altar de Cristo, diciendo: Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. En efecto, despojados ya de todo resto de sus antiguos errores, renovada su juventud como un águila, se apresuran a participar del convite celestial. Llegan, pues, y, al ver preparado el sagrado altar, exclaman: Preparas una mesa ante mí. A ellos se aplican aquellas palabras del salmista: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Y más adelante: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Es, ciertamente, admirable el hecho de que Dios hiciera llover el maná para los padres y los alimentase cada día con aquel manjar celestial, del que dice el salmo: El hombre comió pan de ángeles. Pero los que comieron aquel pan murieron todos en el desierto; en cambio, el alimento que tú recibes, este pan vivo que ha bajado del cielo, comunica el sostén de la vida eterna, y todo el que coma de él no morirá para siempre, porque es el cuerpo de Cristo.

Considera, pues, ahora qué es más excelente, si aquel pan de ángeles o la carne de Cristo, que es el cuerpo de vida. Aquel maná caía del cielo, éste está por encima del cielo; aquél era del cielo, éste del Señor de los cielos; aquél se corrompía si se guardaba para el día siguiente, éste no sólo es ajeno a toda corrupción, sino que comunica la incorrupción a todos los que lo comen con reverencia. A ellos les manó agua de la roca, a ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque aquello era la sombra, esto la realidad.

Si te admira aquello que no era más que una sombra, mucho más debe admirarte la realidad. Escucha cómo no era más que una sombra lo que acontecía con los padres: Bebían —dice el Apóstol— de la roca que los seguía, y la roca era Cristo; pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros. Los dones que tú posees son mucho más excelentes, porque la luz es más que la sombra, la realidad más que la figura, el cuerpo del Creador más que el maná del cielo.

Responsorio: 1a Corintios 10, 1-2. 11. 3-4.

R. Nuestros padres atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar. * Todo esto les sucedía como un ejemplo.

V. Todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. * Todo esto les sucedía como un ejemplo.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 15a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: 2o Reyes 2, 1-15.

Asunción de Elías.

En aquellos días, sucedió que cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en la tempestad, Elías y Eliseo partieron de Guilgal, y Elías dijo a Eliseo:

«Quédate aquí, pues el Señor me envía a Betel».

Eliseo contestó:

«¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!».

Y bajaron ambos a Betel. La comunidad de los profetas que allí moraba salió al encuentro de Eliseo y le dijeron:

«¿Sabes que el Señor arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?».

Eliseo respondió:

«Claro que lo sé. ¡Callad!».

Elías ordenó:

«Eliseo, quédate aquí, porque el Señor me envía a Jericó».

Eliseo respondió:

«¡Vive Dios! ¡Por tu vida, yo no te dejaré!».

Y así llegaron a Jericó. La comunidad de los profetas que moraba en Jericó se acercó a Eliseo y le dijeron:

«¿Sabes que el Señor arrebatará hoy a tu señor por encima de tu cabeza?».

Él respondió:

«Claro que lo sé. ¡Callad!».

Y Elías le dijo:

«Quédate aquí, porque el Señor me envía al Jordán».

Eliseo volvió a responder:

«¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!».

Y los dos continuaron el camino. Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas iban también de camino y se pararon frente al río Jordán, a cierta distancia de Elías y Eliseo, los cuales se detuvieron a la vera del Jordán. Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas. Se separaron éstas a un lado y a otro, y pasaron ambos sobre terreno seco. Mientras cruzaban, dijo Elías a Eliseo:

«Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea arrebatado de tu lado».

Eliseo respondió:

«Por favor, que yo reciba dos partes de tu espíritu».

Respondió Elías:

«Pides algo difícil, pero si alcanzas a verme cuando sea arrebatado de tu lado, pasarán a ti; si no, no pasarán».

Mientras ellos iban conversando por el camino, de pronto, un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Subió Elías al cielo en la tempestad. Eliseo lo veía y clamaba:

«¡Padre mío, padre mío! ¡Carros y caballería de Israel!».

Al dejar de verlo, agarró sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que había caído de los hombros de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla. Tomó el manto que había caído de los hombros de Elías y golpeó con él las aguas, pero no se separaron. Dijo entonces:

«¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?».

Golpeó otra vez las aguas, que se separaron a un lado y a otro, y pasó Eliseo sobre terreno seco.

Responsorio: Malaquías 3, 23-24; Lucas 1, 15. 17.

R. Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. * Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres.

V. Juan será grande a los ojos del Señor, e irá delante de él con el espíritu y poder de Elías. * Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre los misterios: núms. 52-54. 58.

Este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo.

Vemos que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún hacemos cálculos sobre los efectos de la bendición proferida en nombre de Dios. Si la bendición de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la misma consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y Salvador en persona? Porque este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. Y, si la palabra de Elías tuvo tanto poder que hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo para cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas las cosas, leemos que él lo dijo, y existieron, él lo mandó, y surgieron. Por tanto, si la palabra de Cristo pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que ya existe? Mayor poder supone dar el ser a lo que no existe que dar un nuevo ser a lo que ya existe.

Mas, ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo que aconteció en su propia persona, y los misterios de su encarnación nos servirán de base para afirmar la verdad del misterio. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden natural. Y lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne.

El mismo Señor Jesús afirma: Esto es mi cuerpo. Antes de las palabras de la bendición celestial, otra es la realidad que se nombra; después de la consagración, es significado el cuerpo de Cristo. Lo mismo podemos decir de su sangre. Antes de la consagración, otro es el nombre que recibe; después de la consagración, es llamada sangre. Y tú dices: «Amén», que equivale a decir: «Así es». Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente.

Por esto, la Iglesia, contemplando la grandeza del don divino, exhorta a sus hijos y miembros de su familia a que acudan a los sacramentos, diciendo: Comed, mis familiares, bebed y embriagaos, hermanos míos. Compañeros, comed y bebed, y embriagaos, mis amigos. Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña en otro lugar el Espíritu Santo por boca del salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. En este sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un alimento material, sino espiritual. Por ello, dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura del mismo, que nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual, y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, el cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es un cuerpo espiritual y divino, ya que Cristo es espíritu, tal como leemos: El espíritu ante nuestra faz, Cristo, el Señor. Y en la carta de Pedro leemos también: Cristo murió por vosotros. Finalmente, este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida alegra el corazón del hombre, como recuerda el salmista.

Responsorio: Mateo, 26, 26; Job 31, 31.

R. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: * «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».

V. Los hombres de mi campamento dijeron: «¡Ojalá nos dejen saciarnos de su carne!». * Tomad, comed: esto es mi cuerpo.

Oración:

Oh, Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al camino, concede a todos los que se profesan cristianos rechazar lo que es contrario a este nombre y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo.


16a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 16a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: 2a Corintios 1, 1-14.

Acción de gracias en medio de las tribulaciones.

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que residen en Acaya: gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo. De hecho, si pasamos tribulaciones, es para vuestro consuelo y salvación; si somos consolados, es para vuestro consuelo, que os da la capacidad de aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que si compartís los sufrimientos, también compartiréis el consuelo.

Pues no queremos que ignoréis que la tribulación que nos sobrevino en Asia nos abrumó tan por encima de nuestras fuerzas que perdimos toda esperanza de vivir. Pues hemos tenido sobre nosotros la sentencia de muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró y nos librará de esas muertes terribles; y esperamos que nos seguirá librando, si vosotros cooperáis pidiendo por nosotros; así, viniendo de muchos el favor que Dios nos haga, también serán muchos los que le den gracias por causa nuestra.

Pues el motivo de nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia: ella nos asegura que procedemos con todo el mundo, y sobre todo con vosotros, con la sinceridad y honradez de Dios, y no por sabiduría carnal, sino por gracia de Dios. Pues no os escribimos sino lo que leéis o entendéis; ya nos habéis entendido en parte, pero espero que entendáis completamente que somos nosotros vuestro motivo de orgullo, lo mismo que vosotros el nuestro, para el día de nuestro Señor Jesús.

Responsorio: Salmo 93, 18-19; 2a Corintios 1, 5.

R. Tu misericordia, Señor, me sostiene; * Cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia.

V. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. * Cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Magnesios 1, 1 – 5, 2.

Es necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador: mi saludo en él y mis votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.

Después de enterarme del orden perfecto de vuestra caridad según Dios, me he determinado, con regocijo mío, a tener en la fe en Jesucristo esta conversación con vosotros. Habiéndose dignado el Señor honrarme con un nombre en extremo glorioso, voy entonando en estas cadenas que llevo por doquier un himno de alabanza a las Iglesias, a las que deseo la unión con la carne y el espíritu de Jesucristo, que es nuestra vida para siempre, una unión en la fe y en la caridad, a la que nada puede preferirse, y la unión con Jesús y con el Padre; en él resistimos y logramos escapar de toda malignidad del príncipe de este mundo, y así alcanzaremos a Dios.

Tuve la suerte de veros a todos vosotros en la persona de Damas, vuestro obispo, digno de Dios, y en la persona de vuestros dignos presbíteros Baso y Apolonio, así como del diácono Soción, consiervo mío, de cuya compañía ojalá me fuera dado gozar, pues se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley de Jesucristo.

Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente.

Es pues necesario no sólo llamarse cristianos, sino serlo en realidad; pues hay algunos que reconocen ciertamente al obispo su título de vigilante o supervisor, pero luego lo hacen todo a sus espaldas. Los tales no me parece a mí que tengan buena conciencia, pues no están firmemente reunidos con la grey, conforme al mandamiento.

Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.

Responsorio: 1a Timoteo 4, 12. 16. 15.

R. Sé un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez. * Si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan.

V. Preocúpate de esas cosas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. * Si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 16a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: 2a Corintios 1, 15 – 2, 11.

Por qué cambió el Apóstol sus planes de viaje.

Hermanos: Con este convencimiento deseábamos ir primero a vosotros, a fin de que recibierais otra gracia y, pasando junto a vosotros, ir a Macedonia; y luego, desde Macedonia, volver a vosotros, para que vosotros me encaminarais hacia Judea. Al hacer estos planes, ¿actué a la ligera?, ¿o es que los planes que hago los hago con miras humanas, de forma que se dan en mí el sí y el no?

¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no es sí y no. Pues el Hijo de Dios, Jesucristo, que fue anunciado entre vosotros por mí, por Silvano y por Timoteo, no fue sí y no, sino que en él sólo hubo sí. Pues todas las promesas de Dios han alcanzado su sí en él. Así, por medio de él, decimos nuestro Amén a Dios, para gloria suya a través de nosotros. Es Dios quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros; y además nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones. Dios me es testigo, por mi vida, de que no he ido aún a Corinto por consideración a vosotros; y no porque seamos señores de vuestra fe, sino que contribuimos a vuestra alegría. Pues vosotros os mantenéis firmes en la fe.

Decidí por mi cuenta no ir a vosotros otra vez causándoos tristeza. Pues si os entristezco yo a vosotros, ¿quién me va a alegrar entonces, cuando el único que puede hacerlo está triste por causa mía? Os escribí precisamente aquello para que, cuando llegara, no me entristecieran aquellos que tenían que alegrarme; de hecho estoy persuadido de que todos tenéis mi alegría por vuestra. Porque os escribí con muchas lágrimas, debido a una gran aflicción y angustia de corazón; pero no lo hice para entristeceros sino para mostraros el amor tan especial que tengo por vosotros. Pues si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado a mí, sino, en cierto modo y para no exagerar, a todos vosotros. Bástale a ese tal el correctivo que le ha impuesto la mayoría; de modo que más vale que lo perdonéis y animéis, no sea que se hunda en una tristeza excesiva. Por eso, os recomiendo que le confirméis el amor; os escribí precisamente para esto, para comprobar vuestro temple y ver si obedecíais en todo. Lo que vosotros perdonéis a alguien, también yo se lo perdono. Pues lo que yo he perdonado, si algo tengo que perdonar, fue por causa vuestra, teniendo delante a Cristo; quiero evitar ser engañado por Satanás, pues no se me ocultan sus intenciones.

Responsorio: 2a Corintios 1, 21-22; Deuteronomio 5, 2. 4.

R. Dios es quien nos confirma en Cristo. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, * Y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

V. El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros, cara a cara habló con nosotros. * Y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Magnesios 6, 1 – 9, 2.

Una sola oración y una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría.

Como en las personas de vuestra comunidad, que tuve la suerte de ver, os contemplé en la fe a todos vosotros y a todos cobré amor, yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos, para mí muy queridos, el ejercicio que les ha sido confiado del ministerio de Jesucristo, el cual estaba junto al Padre antes de los siglos y se manifestó en estos últimos tiempos.

Así pues, todos, conformándoos al proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo bajo un punto de vista meramente humano, sino amaos unos a otros en Jesucristo en todo momento. Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, antes bien, formad un solo cuerpo con vuestro obispo y con los que os presiden, para que seáis modelo y ejemplo de inmortalidad.

Por consiguiente, a la manera que el Señor nada hizo sin contar con su Padre, ya que formaba una sola cosa con él —nada, digo, ni por sí mismo ni por sus apóstoles—, así también vosotros, nada hagáis sin contar con vuestro obispo y con los presbíteros, ni tratéis de colorear como laudable algo que hagáis separadamente, sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría, ya que uno solo es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre, que en un solo Padre estuvo y a él solo ha vuelto.

No os dejéis engañar por doctrinas extrañas ni por cuentos viejos que no sirven para nada. Porque, si hasta el presente seguimos viviendo según la ley judaica, confesamos no haber recibido la gracia. En efecto, los santos profetas vivieron según Jesucristo. Por eso, justamente fueron perseguidos, inspirados que fueron por su gracia para convencer plenamente a los incrédulos de que hay un solo Dios, el cual se habría de manifestar a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra que procedió del silencio, y que en todo agradó a aquel que lo había enviado.

Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a una nueva esperanza, no guardando ya el sábado, sino considerando el domingo como el principio de su vida, pues en ese día amaneció también nuestra vida gracias al Señor y a su muerte, ¿cómo podremos nosotros vivir sin aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos ya en espíritu, esperaban como a su Maestro? Y, por eso, el mismo a quien justamente esperaban, una vez llegado, los resucitó de entre los muertos.

Responsorio: 1a Pedro 3, 8. 9; Romanos 12, 10. 11.

R. Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad: * Porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

V. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo; servid constantemente al Señor. * Porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 16a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: 2a Corintios 2, 12 – 3, 6.

Pablo, ministro de una alianza nueva.

Hermanos: Llegué a Tróade para anunciar el Evangelio de Cristo y se me abrió una gran puerta en el Señor; pero, al no encontrar allí a Tito, mi hermano, no me quedé tranquilo; entonces me despedí de ellos y salí para Macedonia.

Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y difunde por medio de nosotros en todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque somos incienso de Cristo ofrecido a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para unos, olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida, para vida. Pero, ¿quién es capaz de esto? Por lo menos no somos como tantos otros que negocian con la palabra de Dios, sino que hablamos con sinceridad en Cristo, de parte de Dios y delante de Dios.

¿Empezamos otra vez a recomendarnos?, ¿o será que, como algunos, necesitamos presentaros o pediros cartas de recomendación? Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne.

Pero esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra, sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida.

Responsorio: 2a Corintios 3, 4. 6. 5.

R. Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo, * Que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, no de código escrito, sino de espíritu.

V. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios. * Que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, no de código escrito, sino de espíritu.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Magnesios 10, 1 – 15.

Tenéis a Cristo en vosotros.

No permita Dios que permanezcamos insensibles ante la bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario de actuar, ya podríamos darnos por perdidos. Así pues, ya que nos hemos hecho discípulos suyos, aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre distinto del suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura, vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es Jesucristo. Impregnaos de la sal de Cristo, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis calificados.

Todo eso, queridos hermanos, no os lo escribo porque haya sabido que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como el menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor vuestro, no sea que piquéis en el anzuelo de la vana especulación, sino que tengáis plena certidumbre del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el gobierno de Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente por Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que ninguno de vosotros se aparte.

¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, si yo fuera digno de ello! Porque, si es cierto que estoy encadenado, sin embargo, no puedo compararme con uno solo de vosotros, que estáis sueltos. Sé que no os hincháis con mi alabanza, pues tenéis dentro de vosotros a Jesucristo. Y más bien sé que, cuando os alabo, os avergonzáis, como está escrito: El justo se acusa a sí mismo.

Poned, pues, todo vuestro empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo, a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de presbíteros, y a vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que entre vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual.

Como sé que estáis llenos de Dios, sólo brevemente os he exhortado. Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre alcanzar a Dios, y acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro. Necesito de vuestras plegarias a Dios y de vuestra caridad, para que la Iglesia de Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de vuestra Iglesia.

Os saludan los efesios desde Esmirna, de donde os escribo, los cuales están aquí presentes para gloria de Dios y que, juntamente con Policarpo, obispo de Esmirna, han procurado atenderme y darme gusto en todo. Igualmente os saludan todas las demás Iglesias en honor de Jesucristo. Os envío mi despedida, a vosotros que vivís unidos a Dios y que estáis en posesión de un espíritu inseparable, que es Jesucristo.

Responsorio: Efesios 3, 16. 17. 19; Colosenses 2, 6-7.

R. Dios os conceda que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; * Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento, para que lleguéis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.

V. Proceded según él; arraigados en él, dejaos construir y afianzar en la fe. * Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento, para que lleguéis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 16a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: 2a Corintios 3, 7 – 4, 4.

Gloria del ministerio del nuevo Testamento.

Hermanos: Si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu! Pues si el ministerio de la condena era glorioso, ¿no será mucho más glorioso el ministerio de la justicia? Más todavía, en este aspecto, lo que era glorioso ya no lo es, comparado con esta gloria sobreeminente. Y si lo que era pasajero tuvo su gloria, ¡cuánto más glorioso no será lo que permanece! Así pues, teniendo esta esperanza, procedemos con toda franqueza, y no como hizo Moisés, que se echaba un velo sobre la cara para evitar que los hijos de Israel contemplaran el fin de lo que era caduco. Pero tienen la mente embotada, pues hasta el día de hoy permanece aquel velo en la lectura del Antiguo Testamento, sin quitarse, porque se elimina en Cristo.

Y hasta hoy, cada vez que se lee a Moisés, cae un velo sobre sus corazones; pero cuando se convierta al Señor, se quitará el velo. Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Mas todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor.

Por esto, encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios. Y si nuestro Evangelio está velado, lo está entre los que se pierden, los incrédulos, cuyas mentes ha obcecado el dios de este mundo para que no vean el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios.

Responsorio: 2a Corintios 3, 18; Filipenses 3, 3.

R. Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor * Y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente.

V. Damos culto con el Espíritu de Dios, y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús. * Y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente.

Segunda lectura:
Tomás de Kempis: Imitación de Cristo: Libro 2, 1-6.

El reino de Dios es paz y alegría en el Espíritu Santo.

Conviértete a Dios de todo corazón, despréndete de este mundo miserable, y tu alma encontrará la paz; pues el reino de Dios es paz y alegría en el Espíritu Santo. Cristo vendrá a ti y te dará a probar su consuelo, si le preparas una digna morada en tu interior.

Toda su gloria y hermosura está en lo interior, y allí se complace. Tiene él un frecuente trato con el hombre interior, platica dulcemente con él, lo consuela suavemente, le infunde una paz profunda y tiene con él una familiaridad admirable en extremo.

Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo, para que se digne venir a ti y habitar en ti. Pues él dice: El que me ama guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos morada en él.

De modo que hazle en ti lugar a Cristo. Si posees a Cristo, serás rico, y con él te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres.

Pon en Dios toda tu confianza, y sea él el objeto de tu veneración y de tu amor. Él responderá por ti y todo lo hará bien, como mejor convenga.

No tienes aquí ciudad permanente. Dondequiera que estuvieres serás extranjero y peregrino; jamás tendrás reposo si no te unes íntimamente a Cristo.

Pon tu pensamiento en el Altísimo y eleva a Cristo tu oración constantemente. Si no sabes meditar cosas sublimes y celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus preciosas llagas. Sufre por Cristo y con Cristo, si quieres reinar con Cristo.

Si una sola vez entrases perfectamente al interior de Jesús y gustases un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o desventajas; más bien te gozarías de las humillaciones que te hiciesen, porque el amor de Jesús hace que el hombre se menosprecie a sí mismo.

Responsorio: Salmo 70, 1-2. 5.

R. A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; * Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo.

V. Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. * Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 16a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: 2a Corintios 4, 5-18.

Debilidad y confianza del Apóstol.

Hermanos: No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.

Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.

Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.

Por eso, no nos acobardamos, sino que, aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Responsorio: 2a Corintios 4, 6; Deuteronomio 5, 24.

R. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla», * Ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

V. El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza, hemos oído su voz. * Ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentario sobre los salmos: Salmo 43, 89-90.

Ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro.

¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque, si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?

En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.

¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.

Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.

¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: «Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro».

Responsorio: 2a Corintios 4, 6; Hebreos 10, 32.

R. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla», * El mismo Dios ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

V. Recordad aquellos días primeros, cuando recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos. * El mismo Dios ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 16a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: 2a Corintios 5, 1-21.

La esperanza de la casa celestial.
El ministerio de la reconciliación.

Hermanos: Sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos. Y, de hecho, en esta situación suspiramos anhelando ser revestidos de la morada que viene del cielo, si es que nos encuentran vestidos y no desnudos. Pues los que vivimos en esta tienda suspiramos abrumados, por cuanto no queremos ser desvestidos sino sobrevestidos para que lo mortal sea absorbido por la vida; y el que nos ha preparado para esto es Dios, el cual nos ha dado como garantía el Espíritu.

Así pues, siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal.

Por tanto, sabiendo lo que es el temor del Señor, tratamos de ganar la confianza de los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto; aunque espero estar también al descubierto ante vuestras conciencias. No estamos volviendo a recomendarnos ante vosotros; nuestro único deseo es daros motivos para gloriaros de nosotros, de modo que tengáis algo que responder a los que se glorían de apariencias y no de lo que hay en el corazón; pues si empezamos a desatinar, fue por Dios; si nos moderamos, es por vosotros. Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.

Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

Responsorio: 2a Corintios 5, 18; Romanos 8, 32.

R. Dios por medio de Cristo nos reconcilió consigo. * Y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

V. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. * Y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

Segunda lectura:
San Agustín: Del libro de las Confesiones: Libro 10, 43. 68-70.

Cristo murió por todos.

Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia revelaste a los humildes, y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen la misma humildad, ese mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición que lo situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal: pues era mortal en cuanto hombre, y era justo en cuanto Dios. Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz, por medio de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó la muerte de los impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó tener en común con ellos.

¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros, que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo poder para entregar su vida y tuvo poder para recuperarla. Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros.

Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos.

He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda contemplar las maravillas de tu voluntad. Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, me redimió con su sangre. No me opriman los insolentes; que yo tengo en cuenta mi rescate, y lo como y lo bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que comen de él y son saciados por él. Y alabarán al Señor los que lo buscan.

Responsorio: 2a Corintios 5, 14. 15; Romanos 8, 32.

R. Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que Cristo murió por todos, * Para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

V. Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. * Para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 16a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: 2a Corintios 6, 1 – 7, 1.

Tribulaciones de Pablo y exhortación a la santidad.

Hermanos: Como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: «En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé».

Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Nunca damos a nadie motivo de escándalo, para no poner en ridículo nuestro ministerio; antes bien, nos acreditamos en todo como ministros de Dios con mucha paciencia en tribulaciones, infortunios, apuros; en golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, ciencia, paciencia y amabilidad; con el Espíritu Santo y con amor sincero; con palabras verdaderas y la fuerza de Dios; con las armas de la justicia, a derecha e izquierda; a través de honra y afrenta, de mala y buena fama; como impostores que dicen la verdad, desconocidos, siendo conocidos de sobra, moribundos que vivimos, sentenciados nunca ajusticiados; como afligidos, pero siempre alegres, como pobres, pero que enriquecen a muchos, como necesitados, pero poseyéndolo todo.

Corintios, os hemos hablado abiertamente, nuestro corazón se ha dilatado. No os habéis empequeñecido dentro de nosotros, sino dentro de vosotros mismos. Os hablo como a hijos: correspondednos con la misma paga y dilataos también vosotros.

No os unzáis en yugo desigual con los infieles: ¿qué tienen en común la justicia y la maldad?, ¿qué relación hay entre la luz y las tinieblas?, ¿qué concordia puede haber entre Cristo y Beliar?, ¿qué pueden compartir el fiel y el infiel?, ¿qué acuerdo puede haber entre el templo de Dios y los ídolos? Pues nosotros somos templo del Dios vivo; así lo dijo él: «Habitaré entre ellos y caminaré con ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por eso, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor. No toquéis lo impuro, y yo os acogeré. Y seré para vosotros un padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor omnipotente».

Teniendo, pues, estas promesas, queridos, purifiquémonos de toda impureza de la carne o del espíritu, para ir completando nuestra santificación en el temor de Dios.

Responsorio: 2a Corintios 6, 14. 16; 1a Corintios 3, 16.

R. ¿Qué tiene que ver la justicia con la maldad? ¿Son compatibles el templo de Dios y los ídolos? * Porque vosotros sois templo del Dios vivo.

V. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? * Porque vosotros sois templo del Dios vivo.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Homilías sobre la 2a carta a los Corintios: Homilía 13, 1-2.

Sentimos el corazón ensanchado.

Sentimos el corazón ensanchado. Del mismo modo que el calor dilata los cuerpos, así también la caridad tiene un poder dilatador, pues se trata de una virtud cálida y ardiente. Esta caridad es la que abría la boca de Pablo y ensanchaba su corazón. «No os amo sólo de palabra —es como si dijera—, sino que mi corazón está de acuerdo con mi boca; por eso, os hablo confiadamente, con el corazón en la mano». Nada encontraríamos más dilatado que el corazón de Pablo, el cual, como un enamorado, estrechaba a todos los creyentes con el fuerte abrazo de su amor, sin que por ello se dividiera o debilitara su amor, sino que se mantenía íntegro en cada uno de ellos. Y ello no debe admirarnos, ya que este sentimiento de amor no sólo abarcaba a los creyentes, sino que en su corazón tenían también cabida los infieles de todo el mundo.

Por esto, no dice simplemente: «Os amo», sino que emplea esta expresión más enfática: «Nos hemos desahogado con vosotros, sentimos el corazón ensanchado; os llevamos a todos dentro de nosotros, y no de cualquier manera, sino con gran amplitud». Porque aquel que es amado se mueve con gran libertad dentro del corazón del que lo ama; por esto, dice también: Dentro de nosotros no estáis encogidos, sois vosotros los que estáis encogidos por dentro. Date cuenta, pues, de cómo atempera su reprensión con una gran indulgencia, lo cual es muy propio del que ama. No les dice: «No me amáis», sino: «No me amáis como yo», porque no quiere censurarles con mayor aspereza.

Y, si vamos recorriendo todas sus cartas, descubrimos a cada paso una prueba de este amor casi increíble que tiene para con los fieles. Escribiendo a los romanos, dice: Tengo muchas ganas de veros; y también: Muchas veces he tenido en proyecto haceros una visita; como también: Pido a Dios que alguna vez por fin consiga ir a visitaros. A los gálatas les dice: Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto; y a los efesios: Por esta razón, doblo las rodillas por vosotros; a los tesalonicenses: ¿Quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona? Añadiendo, además, que los lleva consigo en su corazón y en sus cadenas.

Asimismo escribe a los colosenses: Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y por todos los que no me conocen personalmente; busco que tengáis ánimos; y a los tesalonicenses: Como una madre cuida de sus hijos, os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas. Dentro de nosotros no estáis encogidos, dice. Y no les dice solamente que los ama, sino también que es amado por ellos, con la intención de levantar sus ánimos. Y da la prueba de ello, diciendo: Tito nos habló de vuestra añoranza, de vuestro llanto, de vuestra adhesión a mí.

Responsorio: 1a Corintios 13, 4. 6; Proverbios 10, 12.

R. El amor es paciente, afable; no tiene envidia, no presume; * No se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

V. El odio provoca reyertas, el amor disimula las ofensas. * No se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

Oración:

Muéstrate propicio con tus siervos, Señor, y multiplica compasivo los dones de tu gracia sobre ellos, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren siempre, con observancia atenta, en tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.

17a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 17a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: 2a Corintios 7, 2-16.

El arrepentimiento de los corintios sirvió de consuelo al Apóstol.

Hermanos: Dadnos cabida en vuestros corazones. A nadie ofendimos, a nadie arruinamos, a nadie explotamos. No os digo esto para condenaros, pues ya os he dicho que os tengo en el corazón hasta el punto de que compartimos muerte y vida. Puedo hablaros con toda franqueza, estoy orgulloso de vosotros, estoy lleno de consuelo, desbordo de gozo en todas nuestras tribulaciones.

En efecto, cuando llegamos a Macedonia no tuvimos ningún sosiego, sino tribulaciones de toda clase: luchas por fuera, temores por dentro. Pero el Dios que consuela a los afligidos, nos consoló con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino además con el consuelo que él había encontrado entre vosotros; nos comunicó vuestra añoranza, vuestro llanto, vuestro afán por mí, lo cual me alegró todavía más.

Porque, si os contristé con mi carta, no me arrepiento; y si entonces lo sentí pues veo que aquella carta os entristeció, aunque por poco tiempo, ahora me alegro, no porque os hubierais entristecido, sino porque vuestra tristeza os llevó al arrepentimiento; pues os entristecisteis como Dios quiere, de modo que de parte nuestra no habéis sufrido ningún perjuicio. Efectivamente, la tristeza vivida como Dios quiere produce arrepentimiento decisivo y saludable; en cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte. Pues mirad cuántas cosas ha producido entre vosotros el haberos entristecido según Dios: ¡qué interés y qué excusas, qué indignación y qué respeto, qué añoranza, qué afecto y qué escarmiento! Habéis mostrado en todo que sois inocentes en este asunto. De hecho, si os escribí no fue pensando en el ofensor ni en el ofendido, sino para que se pusiera de manifiesto entre vosotros ante Dios vuestro interés por nosotros. Esto es lo que nos ha consolado.

Además de este consuelo, nos alegró enormemente la alegría de Tito, cuyo espíritu se tranquilizó gracias a todos vosotros. Porque, si en algo me he gloriado de vosotros ante él, no he quedado avergonzado. Todo lo contrario, así como os he hablado siempre con verdad, de igual modo nuestro orgullo con Tito se ha mostrado también verdadero. Además, su cariño por vosotros ha aumentado al recordar la obediencia que manifestasteis todos vosotros y la piadosa reverencia con que lo recibisteis. Me alegra porque cuento con vosotros en todo.

Responsorio: 2a Corintios 7, 10. cf. 9.

R. Llevar la pena como Dios quiere produce arrepentimiento saludable y decisivo; * En cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte.

V. Llevamos la pena como Dios quiere, de modo que no hemos salido perdiendo nada. * En cambio, la tristeza de este mundo lleva a la muerte.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo, sobre la 2a carta Corintios: Homilía 14, 1-2.

En toda esta lucha me siento rebosando de alegría.

Nuevamente vuelve Pablo a hablar de la caridad, para atemperar la aspereza de su reprensión. Pues, después que los ha reprendido y les ha echado en cara que no lo aman como él los ama, sino que, separándose de su amor, se han juntado a otros hombres perniciosos, por segunda vez, suaviza la dureza de su reprensión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, esto es: «Amadnos». El favor que pide no es en manera alguna gravoso, y es un favor de más provecho para el que lo da que para el que lo recibe. Y no dice: «Amadnos», sino: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, expresión que incluye un matiz de compasión.

«¿Quién —dice— nos ha echado fuera de vuestra mente? ¿Quién nos ha arrojado de ella? ¿Cuál es la causa de que nos sintamos al estrecho entre vosotros?». Antes había dicho: Vosotros estáis encogidos por dentro, y ahora aclara el sentido de esta expresión, diciendo: Dadnos amplio lugar en vuestro corazón, añadiendo este nuevo motivo para atraérselos. Nada hay, en efecto, que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que la ama desea en gran manera verse correspondido.

Ya os tengo dicho —añade— que os llevo tan en el corazón, que estamos unidos para vida y para muerte. Muy grande es la fuerza de este amor, pues que, a pesar de sus desprecios, desea morir y vivir con ellos. «Porque os llevamos en el corazón, mas no de cualquier modo, sino del modo dicho». Porque puede darse el caso de uno que ame pero rehúya el peligro; no es éste nuestro caso.

Me siento lleno de ánimos. ¿De qué ánimos? «De los que vosotros me proporcionáis: porque os habéis enmendado y me habéis consolado así con vuestras obras». Esto es propio del que ama, reprochar la falta de correspondencia a su amor, pero con el temor de excederse en sus reproches y causar tristeza. Por esto, dice: Me siento lleno de ánimos y rebosando de alegría.

Es como si dijera: «Me habéis proporcionado una gran tristeza, pero me habéis proporcionado también una gran satisfacción y consuelo, ya que no sólo habéis quitado la causa de mi tristeza, sino que además me habéis llenado de una alegría mayor aún».

Y, a continuación, explica cuán grande sea esta alegría, cuando, después que ha dicho: Me siento rebosando de alegría, añade también: En toda esta lucha. «Tan grande —dice— es el placer que me habéis dado, que ni estas tan graves tribulaciones han podido oscurecerlo, sino que su grandeza exuberante ha superado todos los pesares que nos invadían y ha hecho que ni los sintiéramos».

Responsorio: 2a Corintios 12, 12. 15.

R. La marca de apóstol se vio en mi trabajo entre vosotros, * En todo mi aguante y en las señales, portentos y milagros.

V. Con muchísimo gusto gastaré, y me desgastaré yo mismo por vosotros. * En todo mi aguante y en las señales, portentos y milagros.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 17a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: 2a Corintios 8, 1-24.

Pablo encarga la colecta para Jerusalén.

Os informamos, hermanos, de la gracia que Dios ha concedido a las iglesias de Macedonia: en las pruebas y tribulaciones ha crecido su alegría, y su pobreza extrema se ha desbordado en tesoros de generosidad. Puesto que, según sus posibilidades, os lo aseguro, e incluso por encima de sus posibilidades, con toda espontaneidad nos pedían insistentemente la gracia de poder participar en la colecta en favor de los santos. Y, superando nuestras expectativas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor y además a nosotros, conforme a la voluntad de Dios. En vista de eso, le pedimos a Tito que concluyera esta obra de caridad entre vosotros, ya que había sido él quien la había comenzado.

Y lo mismo que sobresalís en todo en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado, sobresalid también en esta obra de caridad. No os lo digo como un mandato, sino que deseo comprobar, mediante el interés por los demás, la sinceridad de vuestro amor. Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. En este asunto os doy un consejo: ya que vosotros comenzasteis no sólo a hacer la colecta, sino también a tomar la iniciativa, os conviene que ahora la concluyáis; de este modo, a la prontitud en el deseo corresponderá la realización según vuestras posibilidades.

Porque, si hay buena voluntad, se le agradece lo que uno tiene, no lo que no tiene. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar. En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie vuestra carencia; así habrá igualdad. Como está escrito: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba».

¡Gracias a Dios, que ha puesto en el corazón de Tito este mismo afán por vosotros! Es decir, aceptó la recomendación y, más solícito que nunca, fue espontáneamente a visitaros. Enviamos con él al hermano que se ha hecho célebre en todas las iglesias a causa del Evangelio. Y no sólo esto, sino que ha sido elegido por las iglesias como compañero nuestro de viaje en esta colecta que administramos para gloria del Señor y por iniciativa nuestra. Así evitamos que nadie nos critique por la administración de esta importante suma, porque nuestras intenciones son limpias, no sólo ante el Señor, sino también ante los hombres.

Enviamos también con ellos a otro hermano nuestro, cuya solicitud hemos comprobado muchas veces en muchos asuntos; ahora se muestra más solícito aún, por la gran confianza que tiene en vosotros. Respecto a Tito, es compañero mío y colabora conmigo en vuestros asuntos; respecto a los demás hermanos, son delegados de las iglesias y gloria de Cristo. Mostradles, pues, vuestro amor y el orgullo que siento por vosotros ante las iglesias.

Responsorio: 2a Corintios 8, 9; Filipenses 2, 7.

R. Ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, * Para enriqueceros con su pobreza.

V. Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. * Para enriqueceros con su pobreza.

Segunda lectura:
San Cesáreo de Arlés: Sermón 25, 1.

La misericordia divina y la misericordia humana.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.

¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad, y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.

Responsorio: Lucas 6, 36-38; Mateo 5, 7.

R. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; * Perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará.

V. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. * Perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 17a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: 2a Corintios 9, 1-15.

Frutos espirituales de la colecta.

Hermanos: Sobre este servicio en favor de los santos, me es superfluo escribiros. Pues conozco vuestra buena disposición, de la cual me glorío ante los macedonios, diciéndoles que Acaya está preparada desde el año pasado y que vuestro celo ha estimulado a muchísimos. Con todo, he enviado a los hermanos para que nuestro orgullo por vosotros no resulte vano en este asunto, es decir, para que estéis preparados como voy diciendo; no sea que si los macedonios que van conmigo os encuentran sin preparar, nosotros, por no decir vosotros, quedemos en ridículo en este asunto. Por eso juzgué necesario pedir a los hermanos que fuesen a vosotros antes que yo y tuviesen preparadas de antemano las donaciones que habíais prometido. Así estarán preparados como un regalo y no como una exigencia.

Mirad: el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría. Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones, de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo, os sobre para toda clase de obras buenas. Como está escrito: «Repartió abundantemente a los pobres, su justicia permanece eternamente». El que proporciona semilla al que siembra y pan para comer proporcionará y multiplicará vuestra semilla y aumentará los frutos de vuestra justicia.

Siempre seréis ricos para toda largueza, la cual, por medio de nosotros, suscitará acción de gracias a Dios; porque la realización de este servicio no sólo remedia las necesidades de los santos, sino que además redunda en abundante acción de gracias a Dios. Al comprobar el valor de esta prestación, glorificarán a Dios por vuestra profesión de fe en el Evangelio de Cristo y por vuestra generosa comunión con ellos y con todos; finalmente, con su oración por vosotros mostrarán su afecto al ver la gracia sobreabundante que Dios ha derramado sobre vosotros. ¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!

Responsorio: Lucas 6, 38; 2a Corintios 9, 7.

R. Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. * La medida que uséis, la usarán con vosotros.

V. Cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso. * La medida que uséis, la usarán con vosotros.

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Homilía 3 sobre la caridad, 6.

Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia.

Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?

Y tú, ¿serás avaro, tratándose de gastar en algo que ha de redundar en tanta gloria para ti? Recibirás la aprobación del mismo Dios, los ángeles te alabarán, todos los hombres que existen desde el origen del mundo te proclamarán bienaventurado; en recompensa por haber administrado rectamente unos bienes corruptibles, recibirás la gloria eterna, la corona de justicia, el reino de los cielos. Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. Ea, pues, reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante.

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehuyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.

Responsorio: Isaías 58, 7-8.

R. Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo: * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

V. Viste al que veas desnudo, y no te cierres a tu propia carne. * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.



Miércoles 17a semana.

V. Todos admiraban las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: 2a Corintios 10, 1 – 11, 6.

Apología del Apóstol.

Hermanos: Yo, Pablo, en persona, tan cobarde de cerca y tan valiente de lejos, os ruego por la mansedumbre y mesura de Cristo: os pido que me ahorréis tener que mostrarme valiente cuando esté entre vosotros, con la intrepidez con que pienso enfrentarme a esos que opinan que nos comportamos según la carne. Pues, aunque procedemos como quien vive en la carne, no militamos según la carne, ya que las armas de nuestro combate no son carnales; es Dios quien les da la capacidad para derribar torreones; deshacemos sofismas y cualquier baluarte que se alce contra el conocimiento de Dios y reducimos los entendimientos a cautiverio para que se sometan a la obediencia de Cristo. Además, estamos dispuestos a castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea completa.

¡Mirad las cosas de frente! Si alguno cree ser de Cristo, que lo reconsidere y verá que, si él es de Cristo, también nosotros lo somos. E incluso si me gloriara más de lo debido de la autoridad que nos dio el Señor para construir vuestra comunidad y no para destruirla, no me avergonzaría. Pues no quiero aparecer como quien os mete miedo con las cartas. «Porque las cartas dicen son duras y severas, pero su presencia física es raquítica y su palabra despreciable». Considere ese tal que lo que somos de palabra por carta estando ausentes, lo seremos con los hechos cuando estemos presentes.

No nos atrevemos a equipararnos ni a compararnos con algunos de los que se recomiendan a sí mismos. Ellos, al medirse de acuerdo con la opinión propia y al compararse consigo mismos, actúan sin sentido. Nosotros, por el contrario, no nos gloriaremos desmesuradamente, sino según la medida de la norma que Dios mismo nos ha asignado al hacernos llegar incluso hasta vosotros. Pues no nos extralimitamos, como si no hubiéramos llegado incluso hasta vosotros; de hecho, fuimos los primeros en llegar hasta vosotros con el Evangelio de Cristo. Tampoco nos gloriamos más allá de la medida adecuada con sudores ajenos; esperamos más bien que, al crecer vuestra fe, podamos crecer aún más entre vosotros según nuestra medida, hasta el punto de anunciar el Evangelio más allá de vosotros, aunque sin gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados.

El que se gloría, que se gloríe en el Señor, porque no está aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien el Señor recomienda.

¡Ojalá me toleraseis algo de locura!; aunque ya sé que me la toleráis. Tengo celos de vosotros, los celos de Dios, pues os he desposado con un solo marido, para presentaros a Cristo como una virgen casta. Pero me temo que, lo mismo que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes, apartándose de la sinceridad y de la pureza debida a Cristo.

Pues, si se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que os he predicado, u os propone recibir un espíritu diferente del que recibisteis, o aceptar un Evangelio diferente del que aceptasteis, lo toleráis tan tranquilos. No me creo en nada inferior a esos superapóstoles. En efecto, aunque en el hablar soy inculto, no lo soy en el saber; que en todo y en presencia de todos os lo hemos demostrado.

Responsorio: 2a Corintios 10, 3-4; Efesios 6, 16. 17.

R. Aunque soy hombre y procedo como tal, no milito con miras humanas; * Las armas de mi servicio no son humanas.

V. Tened embrazado el escudo de la fe, tomad por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios. * Las armas de mi servicio no son humanas.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 18, 23-25.

La Iglesia o convocación del pueblo de Dios.

La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales.

Con toda propiedad se la llama Iglesia o convocación, ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la tienda del encuentro. Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra «convoca» es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote. Y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Reúneme al pueblo, y les haré oír mis palabras, para que aprendan a temerme. También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, desde el fuego, el día de la iglesia o convocación; es como si dijera más claramente: «El día en que, llamados por el Señor, os congregasteis». También el salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo.

Anteriormente había cantado el salmista: En la iglesia bendecid a Dios, al Señor, estirpe de Israel. Pero nuestro Salvador edificó una segunda Iglesia, formada por los gentiles, nuestra santa Iglesia de los cristianos, acerca de la cual dijo a Pedro: Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

En efecto, una vez relegada aquella única iglesia que estaba en Judea, en adelante se van multiplicando por toda la tierra las Iglesias de Cristo, de las cuales se dice en los salmos: Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la iglesia de los fieles. Concuerda con esto lo que dijo el profeta a los judíos: Vosotros no me agradáis dice el Señor de los ejércitos, añadiendo a continuación: Del oriente al poniente es grande entre las naciones mi nombre.

Acerca de esta misma santa Iglesia católica, escribe Pablo a Timoteo: Quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios vivo, columna y base de la verdad.

Responsorio: 1a Pedro 2, 9-10.

R. Vosotros sois una raza elegida, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios * Para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

V. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios». * Para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 17a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: 2a Corintios 11, 7-29.

Contra los falsos apóstoles.

Hermanos: ¿O hice mal en abajarme para elevaros a vosotros, anunciando de balde el Evangelio de Dios? Para estar a vuestro servicio tuve que despojar a otras comunidades, recibiendo de ellas un subsidio. Mientras estuve con vosotros, no me aproveché de nadie, aunque estuviera necesitado; los hermanos que llegaron de Macedonia atendieron a mi necesidad. Mi norma fue y seguirá siendo no seros gravoso en nada. Por la verdad de Cristo que hay en mí: nadie en toda Grecia me quitará esta satisfacción. ¿Por qué? ¿Porque no os quiero? Bien sabe Dios que no es así.

Esto lo hago y lo seguiré haciendo para cortar de raíz todo pretexto a quienes lo buscan para gloriarse de ser tanto como nosotros. Esos tales son falsos apóstoles, obreros tramposos, disfrazados de apóstoles de Cristo; y no hay por qué extrañarse, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia. Pero su final corresponderá a sus obras.

Vuelvo a decirlo: que nadie me tenga por insensato; y si no, aceptadme aunque sea como insensato, para que pueda gloriarme un poquito yo también. Dado que voy a gloriarme, lo que diga no lo digo en el Señor, sino como quien disparata. Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. Pues vosotros, que sois sensatos, soportáis con gusto a los insensatos: si uno os esclaviza, si os explota, si os roba, si es arrogante, si os insulta, lo soportáis. Lo digo para vergüenza vuestra: ¡Cómo hemos sido nosotros tan débiles!

Pero a lo que alguien se atreva lo digo disparatando, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo. ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles; muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa.

Y aparte todo lo demás, la carga de cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién tropieza sin que yo me encienda?

Responsorio: Gálatas 1, 11-12; 2a Corintios 11, 10. 7.

R. El Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; * Yo no lo he recibido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

V. Lo digo con la verdad de Cristo que poseo: os anuncié el Evangelio de Dios. * Yo no lo he recibido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 18, 26-29.

La Iglesia es la esposa de Cristo.

«Católica»: éste es el nombre propio de esta Iglesia santa y madre de todos nosotros; ella es en verdad esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios (porque está escrito: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, y lo que sigue), y es figura y anticipo de la Jerusalén de arriba, que es libre y es nuestra madre, la cual, antes estéril, es ahora madre de una prole numerosa.

En efecto, habiendo sido repudiada la primera, en la segunda Iglesia, esto es, la católica, Dios —como dice Pablo— estableció en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, y toda clase de virtudes: la sabiduría y la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y el amor a los hombres, y una paciencia insuperable en las persecuciones.

Ella fue la que antes, en tiempo de persecución y de angustia, con armas ofensivas y defensivas, con honra y deshonra, redimió a los santos mártires con coronas de paciencia entretejidas de diversas y variadas flores; pero ahora, en este tiempo de paz, recibe, por gracia de Dios, los honores debidos, de parte de los reyes, de los hombres constituidos en dignidad y de toda clase de hombres. Y la potestad de los reyes sobre sus súbditos está limitada por unas fronteras territoriales; la santa Iglesia católica, en cambio, es la única que goza de una potestad ilimitada en toda la tierra. Tal como está escrito, Dios ha puesto paz en sus fronteras.

En esta santa Iglesia católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos alcanzarla del Señor. Porque la meta que se nos ha señalado no consiste en algo de poca monta, sino que nos esforzamos por la posesión de la vida eterna. Por esto, en la profesión de fe, se nos enseña que, después de aquel artículo: La resurrección de los muertos, de la que ya hemos disertado, creamos en la vida del mundo futuro, por la cual luchamos los cristianos.

Por tanto, la vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad, también a nosotros los hombres se nos han prometido verídicamente los bienes de la vida eterna.

Responsorio: Cf. Isaías 19, 25; Salmo 32, 12.

R. Bendito el pueblo a quien el Señor de los ejércitos bendice, diciendo: * «Tú eres obra de mis manos y mi heredad, Israel».

V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. * Tú eres obra de mis manos y mi heredad, Israel.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 17a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: 2a Corintios 11, 30 – 12, 13.

El Apóstol presume de sus debilidades.

Hermanos: Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad. El Dios y Padre del Señor Jesús bendito sea por siempre sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas montó una guardia en la ciudad para prenderme; metido en un costal, me descolgaron muralla abajo por una ventana, y así escapé de sus manos.

¿Hay que gloriarse?: sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que ese hombre si en el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir. De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, sólo me gloriaré de mis debilidades. Aunque, si quisiera gloriarme, no me comportaría como un necio, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que nadie me considere superior a lo que ve u oye de mí.

Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad».

Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

¡Me he convertido en un insensato! ¡Vosotros me habéis obligado! Hablar en favor mío debería ser cosa vuestra; pues, aunque yo no sea nadie, en nada soy menos que esos superapóstoles. Los signos del apóstol se vieron realizados entre vosotros: aguante perfecto, signos, prodigios y milagros. ¿En qué habéis sido inferiores a las otras iglesias, excepto en que yo no he vivido a costa vuestra? Perdonadme este agravio.

Responsorio: 2a Corintios 12, 9; 4, 7.

R. Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo; * La fuerza se realiza en la debilidad.

V. Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios. * La fuerza se realiza en la debilidad.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a san Policarpo de Esmirna 1, 1 – 4, 3.

Hemos de soportarlo todo por Dios, a fin de que también él nos soporte a nosotros.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a Policarpo, obispo de la Iglesia de Esmirna, o más bien, puesto él mismo bajo la vigilancia o episcopado de Dios Padre y del Señor Jesucristo: mi más cordial saludo.

Al comprobar que tu sentir está de acuerdo con Dios y asentado como sobre roca inconmovible, yo glorifico en gran manera al Señor por haberme hecho la gracia de ver tu rostro intachable, del que ojalá me fuese dado gozar siempre en Dios. Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera, y a que exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que ocupas con toda diligencia corporal y espiritual. Preocúpate de que se conserve la concordia, que es lo mejor que puede existir. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como siempre lo haces. Dedícate continuamente a la oración. Pide mayor sabiduría de la que tienes. Mantén alerta tu espíritu, pues el espíritu desconoce el sueño. Háblales a todos al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia.

Si sólo amas a los buenos discípulos, ningún mérito tienes en ello. El mérito está en que sometas con mansedumbre a los más perniciosos. No toda herida se cura con el mismo emplasto. Los accesos de fiebre cálmalos con aplicaciones húmedas. Sé en todas las cosas sagaz como la serpiente, pero sencillo en toda ocasión, como la paloma. Por eso, justamente eres a la vez corporal y espiritual, para que aquellas cosas que saltan a tu vista las desempeñes buenamente, y las que no alcanzas a ver ruegues que te sean manifestadas. De este modo, nada te faltará, sino que abundarás en todo don de la gracia. Los tiempos requieren de ti que aspires a alcanzar a Dios, juntamente con los que tienes encomendados, como el piloto anhela prósperos vientos, y el navegante, sorprendido por la tormenta, suspira por el puerto. Sé sobrio, como un atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de cuya existencia también tú estás convencido. En todo y por todo soy una víctima de expiación por ti, así como mis cadenas, que tú mismo has besado.

Que no te amedrenten los que se dan aires de hombres dignos de todo crédito y enseñan doctrinas extrañas a la fe. Por tu parte, mantente firme como un yunque golpeado por el martillo. Es propio de un grande atleta el ser desollado y, sin embargo, vencer. Pues ¡cuánto más hemos de soportarlo todo nosotros por Dios, a fin de que también él nos soporte a nosotros! Sé todavía más diligente de lo que eres. Date cabal cuenta de los tiempos. Aguarda al que está por encima del tiempo, al intemporal, al invisible, que por nosotros se hizo visible; al impalpable, al impasible, que por nosotros se hizo pasible; al que en todas las formas posibles sufrió por nosotros.

Las viudas no han de ser desatendidas. Después del Señor, tú has de ser quien cuide de ellas. Nada se haga sin tu conocimiento, y tú, por tu parte, hazlo todo contando con Dios, como efectivamente lo haces. Mantente firme. Celébrense reuniones con más frecuencia. Búscalos a todos por su nombre. No trates altivamente a esclavos y esclavas; mas tampoco dejes que se engrían, sino que traten, para gloria de Dios, de mostrarse mejores servidores, a fin de que alcancen de él una libertad más excelente.

Responsorio: 1a Timoteo 6, 11-12; 2a Timoteo 2, 10.

R. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. * Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

V. Lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación. * Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 17a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: 2a Corintios 12, 14 – 13, 13.

Próxima y severa visita del Apóstol a los corintios.

Mirad, hermanos: por tercera vez estoy a punto de ir a vosotros; y tampoco ahora viviré a costa vuestra. Pues no busco lo vuestro, sino a vosotros; en efecto, no corresponde a los hijos ahorrar para los padres, sino a los padres para los hijos. Por mi parte, con sumo gusto gastaré y me desgastaré yo mismo por vosotros. Y si yo os quiero más, ¿me querréis vosotros menos? Algunos concederán que yo no he sido una carga para vosotros, pero añadirán que, como soy tan astuto, os he cazado con engaño.

Vamos a ver, de los que he enviado a vosotros, ¿de quién me he servido para explotaros? Le rogué a Tito que fuera y con él envié al otro hermano: ¿os ha explotado Tito?, ¿no hemos actuado con el mismo espíritu?, ¿no hemos seguido las mismas huellas?

Pensáis que nos estamos defendiendo otra vez ante vosotros. Hablamos delante de Dios en Cristo; y todo es, queridos, para edificación vuestra. Temo, pues, que, cuando vaya, no os encuentre como quisiera y que tampoco vosotros me encontréis a mí como quisierais. Podría haber contiendas, envidias, animosidad, disputas, difamación, chismes, engreimientos, alborotos. Temo que, cuando vaya, Dios me vuelva a humillar entre vosotros y tenga que llorar por muchos que pecaron antes y no se han convertido de la inmoralidad, el libertinaje y el desenfreno en que vivían.

Ésta va a ser la tercera vez que voy a vosotros. Todo asunto debe resolverse por la declaración de dos o tres testigos. Repito ahora, ausente, lo que dije en mi segunda visita a los que pecaron antes y a todos en general: que, cuando vuelva, no tendré miramientos, tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí; y él no es débil con vosotros, sino que muestra su fuerza entre vosotros. Pues es cierto que fue crucificado por causa de su debilidad, pero ahora vive por la fuerza de Dios. Lo mismo nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios para vosotros.

Examinad vosotros si os mantenéis en la fe. Comprobadlo vosotros mismos. ¿O no reconocéis que Cristo Jesús está en vosotros? ¡A ver si no pasáis la prueba! Aunque espero que reconozcáis que nosotros sí la hemos pasado. Rogamos a Dios que no hagáis nada malo; no para que parezca que nosotros hemos pasado la prueba, sino para que vosotros practiquéis el bien, aunque parezca que no la hemos pasado. Pues no podemos hacer nada contra la verdad, sino a favor de la verdad. En efecto, nos alegramos siendo débiles, con tal de que vosotros seáis fuertes. Todo lo que pedimos es que os enmendéis.

Por este motivo, os escribo estas cosas mientras estoy ausente, para no verme obligado a ser tajante cuando esté presente, con la autoridad que el Señor me ha dado para edificar y no para destruir.

Por lo demás, hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los santos.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros.

Responsorio: 2a Corintios 13, 11; Filipenses 4, 7.

R. Alegraos, enmendaos, vivid en paz. * Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

V. La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones en Cristo Jesús. * Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a S. Policarpo de Esmirna 5, 1 – 8, 1. 3.

Que todo se haga para gloria de Dios.

Huye de la intriga y del fraude; más aún, habla a los fieles para precaverlos contra ello. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que vivan contentas con sus maridos, tanto en cuanto a la carne, como en cuanto al espíritu. Igualmente predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor ama a la Iglesia. Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, permanezca en ella, pero sin ensoberbecerse. Pues, si se engríe, está perdido; y, si por ello se estimare en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposos y esposas, conviene que celebren su enlace con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por solo deseo. Que todo se haga para gloria de Dios.

Escuchad al obispo, para que Dios os escuche a vosotros. Yo me ofrezco como víctima de expiación por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a tener parte con Dios! Colaborad mutuamente unos con otros, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas; vuestras cajas de fondos han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros. Así pues, tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros. ¡Ojalá pudiera yo gozar de vuestra presencia en todo tiempo!

Como la Iglesia de Antioquía de Siria, gracias a vuestra oración, goza de paz, según se me ha comunicado, también yo gozo ahora de gran tranquilidad, con esa seguridad que viene de Dios; con tal de que alcance yo a Dios por mi martirio, para ser así hallado en la resurrección como discípulo vuestro. Es conveniente, Policarpo felicísimo en Dios, que convoques un consejo divino y elijáis a uno a quien profeséis particular amor y a quien tengáis por intrépido, el cual podría ser llamado «correo divino», a fin de que lo deleguéis para que vaya a Siria y dé, para gloria de Dios, un testimonio sincero de vuestra ferviente caridad.

El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que está dedicado a Dios. Esta obra es de Dios, y también de vosotros cuando la llevéis a cabo. Yo, en efecto, confío, en la gracia, que vosotros estáis prontos para toda buena obra que atañe a Dios. Como sé vuestro vehemente fervor por la verdad, he querido exhortaros por medio de esta breve carta.

Pero, como no he podido escribir a todas las Iglesias por tener que zarpar precipitadamente de Troas a Neápolis, según lo ordena la voluntad del Señor, escribe tú, como quien posee el sentir de Dios, a las Iglesias situadas más allá de Esmirna, a fin de que también ellas hagan lo mismo. Las que puedan, que manden delegados a pie; las que no, que envíen cartas por mano de los delegados que tú envíes, a fin de que alcancéis eterna gloria con esta obra, como bien lo merecéis.

Deseo que estéis siempre bien, viviendo en unión de Jesucristo, nuestro Dios; permaneced en él, en la unidad y bajo la vigilancia de Dios.

¡Adiós en el Señor!

Responsorio: 1a Corintios 15, 58; 2a Tesalonicenses 3, 13.

R. Manteneos firmes y constantes, trabajad siempre por el Señor, sin reservas, * Convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

V. No os canséis de hacer el bien. * Convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

Oración:

Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.





HIMNO TE DEUM.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.















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