SEMANAS 25ª a 34ª

Lecturas «Oficio de Lecturas»:

TIEMPO ORDINARIO:
Semanas 26a a la 34a.

SEMANA 26a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 26a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Filipenses 1, 1-11.

Saludo. Acción de gracias.

Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo que residen en Filipos, con sus obispos y diáconos. Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Doy gracias a mi Dios cada vez que os recuerdo; siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo en el corazón, porque tanto en la prisión como en mi defensa y prueba del Evangelio, todos compartís mi gracia.

Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús. Y ésta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.

Responsorio: Filipenses 1, 9-10. 6.

R. Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad, * Para que apreciéis los valores y seáis limpios e irreprochables.

V. Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. * Para que apreciéis los valores y seáis limpios e irreprochables.

Segunda lectura:
San Policarpo: Carta a los Filipenses 1, 1 – 2, 3.

Estáis salvados por gracia.

Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.

Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.

Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.

Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.

Responsorio: 2a Timoteo 1, 9; Salmo 113 B, 1.

R. Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, * Dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.

V. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad. * Dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 26a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Filipenses 1, 12-26.

Pablo juzga su obra.

Quiero que sepáis, hermanos, que mi situación personal ha favorecido más bien el avance del Evangelio, pues la gente del pretorio y todos los demás ven claro que estoy preso por Cristo. De este modo la mayoría de los hermanos, alentados por mis cadenas a confiar en el Señor, se atreven mucho más a anunciar sin miedo la Palabra. Algunos anuncian a Cristo por envidia y rivalidad; otros, en cambio, lo hacen con buena intención; éstos porque me quieren y saben que me han encargado de defender el Evangelio; aquéllos proclaman a Cristo por rivalidad, con intenciones torcidas, pensando hacer más penosas mis cadenas.

¿Qué más da? Al fin y al cabo, de la manera que sea, con hipocresía o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro, y seguiré alegrándome. Porque sé que esto será para mi bien gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo. Lo espero con impaciencia, porque en ningún caso me veré defraudado, al contrario, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte.

Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Convencido de esto, siento que me quedaré y estaré a vuestro lado, para vuestro progreso en la alegría y en la fe, de modo que el orgullo que en Cristo Jesús sentís rebose cuando me encuentre de nuevo entre vosotros.

Responsorio: Filipenses 1, 20-21.

R. Sé, en conformidad con mi constante esperanza, que en ningún caso seré derrotado; al contrario, ahora, como siempre, * Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte.

V. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. * Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte.

Segunda lectura:
San Policarpo: Carta a los Filipenses 3, 1 – 5, 2.

Armémonos con las armas de la justicia.

No es por propia iniciativa mía, hermanos, que os escribo estas cosas referentes a la justicia, sino que lo hago porque vosotros mismos me habéis incitado a ello. Porque ni yo ni persona alguna semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso apóstol Pablo, el cual, viviendo entre vosotros y hablando cara a cara con los hombres que vivían en aquel entonces en vuestra Iglesia, enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad y, después de su partida, os escribió una carta, que, si estudiáis con atención, os edificará en aquella fe, madre de todos nosotros, que va seguida de la esperanza y precedida del amor a Dios, a Cristo y al prójimo. El que permanece en estas virtudes cumple los mandamientos de la justicia, porque quien posee la caridad está muy lejos de todo pecado.

La codicia es la raíz de todos los males. Sabiendo, pues, que sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él, armémonos con las armas de la justicia e instruyámonos primero a nosotros mismos a caminar según los mandamientos del Señor. Enseñad también a vuestras esposas a caminar en la fe que les fue dada, en la caridad y en la castidad; que aprendan a ser fieles y cariñosas con sus maridos, a amar castamente a todos y a educar a sus hijos en el temor de Dios. Que las viudas sean prudentes en la fe del Señor y que oren sin cesar por todos, apartándose de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero, y alejándose de todo mal. Que piensen que ellas son como el altar de Dios y que el Señor lo escudriña todo, pues nada se le oculta de nuestros pensamientos ni de nuestros sentimientos ni de los secretos más íntimos de nuestro corazón.

Y, ya que sabemos que con Dios no se juega, nuestro deber es caminar de una manera digna de sus mandamientos y de su voluntad. De una manera semejante, que los diáconos sean irreprochables ante la santidad de Dios, como ministros que son del Señor y de Cristo, no de los hombres: que no sean calumniadores ni dobles en sus palabras ni amantes del dinero, sino castos en todo, compasivos, caminando conforme a la verdad del Señor, que quiso ser el servidor de todos. Si le somos agradables en esta vida, recibiremos, como premio, la vida futura, tal como nos lo ha prometido el Señor al decirnos que nos resucitará de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de él y conservamos la fe, reinaremos también con él.

Responsorio: Filipenses 4, 8. 9.

R. Todo lo que es verdadero, noble, justo, amable, * Todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

V. Lo que aprendisteis y recibisteis, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros. * Todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 26a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Filipenses 1, 27 – 2, 11.

Exhortación a imitar a Cristo.

Hermanos: Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, de modo que, tanto si voy a veros como si tengo de lejos noticias vuestras, sepa que os mantenéis firmes en el mismo espíritu y que lucháis juntos como un solo hombre por la fidelidad al Evangelio, sin el menor miedo a los adversarios; esto será para ellos signo de perdición, para vosotros de salvación: todo por obra de Dios. Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no sólo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él, estando como estamos en el mismo combate; ese en que me visteis una vez y que ahora conocéis de oídas.

Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Responsorio: 1a Pedro 2, 24; Hebreos 2, 14; cf. 12, 2.

R. Cristo, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia; * Así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

V. El que inició nuestra fe, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz. * Así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

Segunda lectura:
San Policarpo: Carta a los Filipenses 6, 1 – 8, 2.

Cristo nos ha dejado un ejemplo en su propia persona.

Que los presbíteros tengan entrañas de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al buen camino a los que se han extraviado; que visiten a los enfermos, que no descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que procuren el bien ante Dios y ante los hombres; que se abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto; que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo presente que todos estamos inclinados al pecado.

Si, pues, pedimos al Señor que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor y todos compareceremos ante el tribunal de Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del Señor y arrastran a los insensatos al error.

Todo el que no reconoce que Jesucristo vino en la carne es del Anticristo, y el que no confiesa el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las enseñanzas que nos fueron transmitidas desde el principio; seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve, a fin de que no nos deje caer en la tentación, porque, como dijo el Señor, el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

Mantengámonos, pues, firmemente adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia; él, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo. Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia persona, y esto es lo que nosotros hemos creído.

Responsorio: Cf. Romanos 12, 17; 2a Corintios 6, 3; Hechos de los Apóstoles 24, 15. 16.

R. Procuramos hacer lo que es bueno no sólo ante Dios, sino también ante la gente; nunca damos a nadie motivo de escándalo, * Para no poner en ridículo nuestro ministerio.

V. Con la esperanza puesta en Dios, me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprochable ante Dios y ante los hombres. * Para no poner en ridículo nuestro ministerio.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 26a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Filipenses 2, 12-30.

Seguid actuando vuestra salvación.

Queridos hermanos, ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor.

Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, manteniendo firme la palabra de la vida. Así, en el Día de Cristo, ésa será mi gloria, porque mis trabajos no fueron inútiles ni mis fatigas tampoco. Y si mi sangre se ha de derramar, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría; por vuestra parte estad alegres y alegraos conmigo.

Con la ayuda del Señor Jesús, espero mandaros pronto a Timoteo, para animarme yo también recibiendo noticias vuestras. Porque no tengo a nadie tan de acuerdo conmigo que se preocupe lealmente de vuestros asuntos. Todos buscan su interés, no el de Jesucristo.

De Timoteo, en cambio, conocéis su probada virtud, pues se puso conmigo al servicio del Evangelio como un hijo con su padre. A él precisamente espero enviároslo en cuanto vea clara mi situación; aunque, con la ayuda del Señor, confío en ir pronto personalmente.

Entretanto, me considero obligado a enviaros de nuevo a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, a quien vosotros enviasteis para que atendiera mi necesidad. Él os echa mucho de menos y está angustiado porque os habéis enterado de su enfermedad. De hecho, estuvo a punto de morir, pero Dios tuvo compasión de él; no sólo de él, sino también de mí, para que no se me añadiera una tristeza a la otra. Os lo mando lo antes posible, para que viéndolo, volváis a alegraros, y yo me sienta aliviado. Recibidlo, pues, en el Señor, con la mayor alegría; estimad a personas como él, que, por la causa de Cristo, ha estado a punto de morir, exponiendo su vida para prestarme, en lugar vuestro, el servicio que vosotros no podíais.

Responsorio: 2a Pedro 1, 10. 11; Efesios 5, 8. 11.

R. Poned cada vez más ahínco en ir ratificando vuestro llamamiento y elección. * Si lo hacéis así, os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

V. Caminad como hijos de la luz, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas. * Si lo hacéis así, os abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Segunda lectura:
San Policarpo: Carta a los Filipenses 9, 1 – 11, 4.

Andemos en la fe y en la justicia.

Os exhorto a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y a que perseveréis en la paciencia; con vuestros propios ojos, en efecto, habéis contemplado una paciencia admirable no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en muchos otros que eran de vuestra comunidad, en el mismo Pablo y en los otros apóstoles; imitadlos, persuadidos de que todos ellos no corrieron en vano, sino que anduvieron en la fe y en la justicia y ahora están en el lugar que merecieron, cerca del Señor, con el cual padecieron. Porque ellos no amaron este mundo presente, sino a aquel que por nosotros murió y a quien Dios, también por nosotros, resucitó.

Permaneced, pues, en estos sentimientos y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inquebrantables en la fe, amando a los hermanos, queriéndoos unos a otros, unidos en la verdad, estando atentos unos al bien de los otros con la dulzura del Señor, no despreciando a nadie. Cuando podáis hacer bien a alguien, no os echéis atrás, porque la limosna libra de la muerte. Someteos unos a otros y procurad que vuestra conducta entre los gentiles sea buena; así verán con sus propios ojos que os portáis honradamente; entonces os podrán alabar y el nombre del Señor no será blasfemado a causa de vosotros. Porque, ¡ay de aquel por cuya causa ultrajan el nombre del Señor! Enseñad a todos la sobriedad y vivid también vosotros según ella.

Me ha contristado sobremanera el caso de Valente, que había sido durante un tiempo presbítero de vuestra Iglesia, y que ahora vive totalmente ajeno al ministerio que se le había confiado. Os exhorto también a que os abstengáis del amor al dinero y a que seáis castos y veraces. Apartaos de todo mal. El que no es capaz de gobernarse a sí mismo en estas cosas ¿cómo podrá enseñarlas a los demás? Quien no se abstiene de la avaricia se verá mancillado también por la idolatría y será contado entre los paganos que desconocen el juicio del Señor. ¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo, como dice san Pablo?

No es que nada de esto haya observado y oído decir de vosotros, entre quienes trabajó el bienaventurado apóstol Pablo, quien os cita al principio de su carta. De vosotros, en efecto, se gloría ante todas las Iglesias, que entonces eran las únicas que conocían a Dios, mientras que nosotros todavía no lo habíamos conocido.

Por ello, me he apenado mucho a causa de Valente y de su esposa; ¡ojalá el Señor les inspire un verdadero arrepentimiento! Con ellos debéis comportaros moderadamente: no los tratéis como a enemigos, al contrario, llamadlos de nuevo, como miembros sufrientes y extraviados, para salvar así el cuerpo entero de todos vosotros. Haciendo esto, os iréis edificando vosotros mismos.

Responsorio: Filipenses 2, 12-13; Juan 15, 5.

R. Seguid actuando vuestra salvación con temor y temblor, * Porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor.

V. Dice el Señor: «Sin mí no podéis hacer nada». * Porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 26a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Filipenses 3, 1-16.

El ejemplo de Pablo.

Hermanos, alegraos, en el Señor. A mí no me cuesta nada repetiros lo ya dicho otras veces, y a vosotros os dará seguridad. ¡Cuidado con los perros, cuidado con los malos obreros, cuidado con la mutilación! Los circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne.

Aunque también yo tendría motivos para confiar en ella. Y si alguno piensa que puede hacerlo, yo mucho más: circuncidado a los ocho días, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprochable.

Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unidos.

Responsorio: Filipenses 3, 8. 10; Romanos 6, 8.

R. Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo. * Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos.

V. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. * Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos.

Segunda lectura:
San Policarpo: Carta a los Filipenses 12, 1 – 14.

Que Jesucristo os haga crecer en la fe y en la verdad.

Estoy seguro de que estáis bien instruidos en las sagradas Escrituras y de que nada de ellas se os oculta; a mí, en cambio, no me ha sido concedida esta gracia. Según lo que se dice en estas mismas Escrituras, si os indignáis, no lleguéis a pecar: que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. Dichoso quien lo recuerde; yo creo que vosotros lo hacéis así.

Que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y el mismo Jesucristo, pontífice eterno e Hijo de Dios, os hagan crecer en la fe y en la verdad con toda dulzura y sin ira alguna, en paciencia y en longanimidad, en tolerancia y castidad; que él os dé parte en la herencia de los santos, y, con vosotros, a nosotros, así como a todos aquellos que están bajo el cielo y han de creer en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Orad por todos los santos. Orad también por los reyes, por los que ejercen autoridad, por los príncipes y por los que os persiguen y os odian, y por los enemigos de la cruz; así vuestro fruto será manifiesto a todos, y vosotros seréis perfectos en él.

Me escribisteis, tanto vosotros como Ignacio, pidiéndome que, si alguien va a Siria, lleve aquellas cartas que yo mismo os escribí; lo haré, ya sea yo personalmente, ya por medio de un legado, cuando encuentre una ocasión favorable.

Como me lo habéis pedido, os enviamos las cartas de Ignacio, tanto las que nos escribió a nosotros como las otras suyas que teníamos en nuestro poder; os las mandamos juntamente con esta carta, y podréis sin duda sacar de ellas gran provecho, pues están llenas de fe, de paciencia y de toda edificación en lo que se refiere a nuestro Señor. Comunicadnos, por vuestra parte, todo cuanto sepáis de cierto sobre Ignacio y sus compañeros.

Os he escrito estas cosas por medio de Crescente, a quien siempre os recomendé y a quien ahora os recomiendo de nuevo. Entre nosotros se comporta de una manera irreprochable, y lo mismo, espero, hará entre vosotros. Os recomiendo también a su hermana para cuando venga a vosotros.

Estad firmes en el Señor Jesucristo, y que su gracia esté con todos los vuestros. Amén.

Responsorio: Hebreos 13, 20. 21; 2o Macabeos 1, 3.

R. Que el Dios de la paz os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. * Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

V. Que os dé a todos el deseo de adorarlo y de hacer su voluntad. * Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 26a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Filipenses 3, 17 – 4, 9.

Manteneos así en el Señor.

Hermanos: Sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque —como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Ruego a Evodia y también a Síntique que piensen lo mismo en el Señor. Y a ti en particular, leal compañero, te pido que las ayudes, pues ellas lucharon a mi lado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Responsorio: Efesios 4, 17; 1a Tesalonicenses 5, 15-18.

R. Esto es lo que os aseguro en el Señor: que no andéis ya como los gentiles, sino que os esmeréis siempre en haceros el bien unos a otros y a todos. * Ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

V. Estad siempre alegres, sed constantes en orar, dad gracias en toda ocasión. * Ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Sobre la carta a los Filipenses: PLS 1, 617-618.

Estad siempre alegres en el Señor.

Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna, mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos desmesuradamente ante los males que pudieran sobrevenirnos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.

En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas —Dios no lo permita— con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo.

Responsorio: Salmo 39, 3-4.

R. El Señor afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos; * Me puso en la boca un cántico nuevo.

V. Él escuchó mi grito y me levantó de la charca fangosa. * Me puso en la boca un cántico nuevo.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 26a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Filipenses 4, 10-23.

Generosidad de los filipenses con Pablo.

Hermanos: Me alegré muchísimo en el Señor de que ahora, por fin, haya vuelto a florecer vuestro interés por mí; siempre lo habíais sentido, pero os faltaba la ocasión. Aunque ando escaso de recursos, no lo digo por eso; yo he aprendido a bastarme con lo que tengo. Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones.

Vosotros, filipenses, sabéis además que, desde que salí de Macedonia y empecé la misión, ninguna iglesia, aparte de vosotros, me abrió una cuenta de haber y debe. Ya me mandasteis a Tesalónica, más de una vez, un subsidio para aliviar mi necesidad; no es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta. Tengo lo necesario, y me sobra. Estoy plenamente satisfecho habiendo recibido de Epafrodito vuestro donativo, que es suave olor, sacrificio aceptable y grato a Dios.

En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Saludad a cada uno de los santos en Cristo. Os mandan saludos los hermanos que están conmigo. Os saludan todos los santos, en especial los que están al servicio del César. La gracia del Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu.

Responsorio: Filipenses 4, 12-13; 2a Corintios 12, 10.

R. Sé vivir en pobreza y abundancia, en la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. * Todo lo puedo en aquel que me conforta.

V. Vivo contento en medio de mis debilidades y de las dificultades sufridas por Cristo. * Todo lo puedo en aquel que me conforta.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Libro sobre la conducta cristiana: PG 46, 295-298.

Combate bien el combate de la fe.

El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado. Sabemos que se llama nueva criatura a la inhabitación del Espíritu Santo en el corazón puro y sin mancha, libre de toda culpa, de toda maldad y de todo pecado. Pues, cuando la voluntad detesta el pecado y se entrega, según sus posibilidades, a la prosecución de las virtudes, viviendo la misma vida del Espíritu, acoge en sí la gracia y queda totalmente renovada y restaurada. Por ello, se dice: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva; y también aquello otro: Celebremos la Pascua, no con levadura vieja, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Todo esto concuerda muy bien con lo que hemos dicho más arriba sobre la nueva criatura.

Ahora bien, el enemigo de nuestra alma tiende muchas trampas ante nuestros pasos, y la naturaleza humana es, de por sí, demasiado débil para conseguir la victoria sobre este enemigo. Por ello, el Apóstol quiere que nos revistamos con armas celestiales: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia —dice—, bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. ¿Te das cuenta de cuántos son los instrumentos de salvación indicados por el Apóstol? Todos ellos nos ayudan a caminar por una única senda y nos conducen a una sola meta. Con ellos se avanza fácilmente por aquel camino de vida que lleva al perfecto cumplimiento de los preceptos divinos. El mismo Apóstol dice también en otro lugar: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Por ello, es necesario que quien desprecia las grandezas de este mundo y renuncia a su gloria vana renuncie también a su propia vida. Renunciar a la propia vida significa no buscar nunca la propia voluntad, sino la voluntad de Dios y hacer del querer divino la norma única de la propia conducta; significa también renunciar al deseo de poseer cualquier cosa que no sea necesaria o común. Quien así obra se encontrará más libre y dispuesto para hacer lo que le manden los superiores, realizándolo prontamente con alegría y con esperanza, como corresponde a un servidor de Cristo, redimido para el bien de sus hermanos. Esto es precisamente lo que desea también el Señor, cuando dice: El que quiera ser grande y primero entre vosotros, que sea el último y esclavo de todos.

Esta servicialidad hacia los hombres debe ser ciertamente gratuita, y el que se consagra a ella debe sentirse sometido a todos y servir a los hermanos como si fuera deudor de cada uno de ellos. En efecto, es conveniente que quienes están al frente de sus hermanos se esfuercen más que los demás en trabajar por el bien ajeno, se muestren más sumisos que los súbditos y, a la manera de un siervo, gasten su vida en bien de los demás, pensando que los hermanos son en realidad como un tesoro que pertenece a Dios y que Dios ha colocado bajo su cuidado.

Por ello, los superiores deben cuidar de los hermanos como si se tratara de unos tiernos niños a quienes los propios padres han puesto en manos de unos educadores. Si de esta manera vivís, llenos de afecto los unos para con los otros, si los súbditos cumplís con alegría los decretos y mandatos, y los maestros os entregáis con interés al perfeccionamiento de los hermanos, si procuráis teneros mutuamente el debido respeto, vuestra vida, ya en este mundo, será semejante a la de los ángeles en el cielo.

Responsorio: Gálatas 5, 13; 1a Corintios 10, 32.

R. Vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; * Al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.

V. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios. * Al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.

Oración:

Oh, Dios, que manifiestas tu poder sobre todo con el perdón y la misericordia, aumenta en nosotros tu gracia, para que, aspirando a tus promesas, nos hagas participar de los bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 27a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 27a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: 1a Timoteo 1, 1-20.

Misión de Timoteo. Pablo, predicador del Evangelio.

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios, Salvador nuestro, y de Cristo Jesús, esperanza nuestra, a Timoteo, verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Al salir para Macedonia, te encargué que permanecieras en Éfeso; tenías que transmitir a algunos la orden de que no enseñaran doctrinas diferentes ni se ocuparan de fábulas y de genealogías interminables, cosas que llevan más a disquisiciones que a la realización del plan de Dios de acuerdo con la fe. Esta orden tiene por objeto el amor que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera. Algunos se han desviado de estas cosas y se han vuelto a una vana palabrería; pretenden ser maestros de la ley, cuando no saben lo que dicen ni entienden lo que tan rotundamente afirman.

Sabemos que la ley es buena siempre que se use legítimamente, teniendo claro que no ha sido formulada para el justo, sino para los que viven sin normas o no se someten a ellas; para los impíos y los pecadores; para los irreligiosos y los profanos; para los parricidas y los matricidas; para los asesinos, los fornicarios, los invertidos, los traficantes de personas, los mentirosos, los perjuros y para todo lo demás que se oponga a la sana doctrina según el Evangelio de la gloria del Dios bienaventurado, que me ha sido confiado.

Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.

Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Timoteo, hijo mío, te confío este encargo, de acuerdo con las profecías pronunciadas anteriormente acerca de ti, para que, apoyado en ellas, combatas el noble combate, conservando la fe y la buena conciencia. Algunos se desentendieron de ésta y naufragaron en la fe; entre ellos están Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado a Satanás para que aprendan a no blasfemar.

Responsorio: 1a Timoteo 1, 14. 15; Romanos 3, 25.

R. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano. * Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

V. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios. * Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Regla Pastoral: Libro 2, 4.

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil.

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

Quien quiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

Responsorio: Salmo 50, 15. 16-17.

R. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. * Cantará mi lengua tu justicia.

V. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. * Cantará mi lengua tu justicia.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 27a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: 1a Timoteo 2, 1-15.

Invitación a la oración.

Querido hermano: Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto.

Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos; éste es un testimonio dado a su debido tiempo y para el que fui constituido heraldo y apóstol —digo la verdad, no miento—, maestro de las naciones en la fe y en la verdad.

Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones; de igual modo, las mujeres convenientemente vestidas, arregladas con decencia y modestia; no con peinados de trenzas y oro o perlas, ni con ropa costosa, sino como conviene a mujeres que profesan la piedad mediante las buenas obras. Que la mujer aprenda sosegadamente y con toda sumisión. No consiento que la mujer enseñe ni que domine sobre el varón, sino que permanezca sosegada. Pues primero fue formado Adán; después, Eva. Además, Adán no fue engañado; en cambio, la mujer, habiendo sido engañada, incurrió en transgresión, aunque se salvará por la maternidad, si permanece en la fe, el amor y la santidad, junto con la modestia.

Responsorio: 1a Timoteo 2, 5-6; Hebreos 2, 17.

R. Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, * Que se entregó en rescate por todos.

V. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo. * Que se entregó en rescate por todos.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre Caín y Abel: Libro 1, 9, 34. 38-39.

Hay que orar especialmente por todo el cuerpo de la Iglesia.

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo. Alabar a Dios es lo mismo que hacer votos y cumplirlos. Por eso, se nos dio a todos como modelo aquel samaritano que, al verse curado de la lepra juntamente con los otros nueve leprosos que obedecieron la palabra del Señor, volvió de nuevo al encuentro de Cristo y fue el único que glorificó a Dios, dándole gracias. De él dijo Jesús: No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios. Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».

Con esto el Señor Jesús en su enseñanza divina te mostró, por una parte, la bondad de Dios Padre y, por otra, te insinuó la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia: te mostró la bondad del Padre, haciéndote ver cómo se complace en darnos sus bienes, para que con ello aprendas a pedir bienes al que es el mismo bien; te mostró la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia, no para que tú repitas sin cesar y mecánicamente fórmulas de oración, sino para que adquieras el espíritu de orar asiduamente. Porque, con frecuencia, las largas oraciones van acompañadas de vanagloria, y la oración continuamente interrumpida tiene como compañera la desidia.

Luego te amonesta también el Señor a que pongas el máximo interés en perdonar a los demás cuando tú pides perdón de tus propias culpas; con ello, tu oración se hace recomendable por tus obras. El Apóstol afirma, además, que se ha de orar alejando primero las controversias y la ira, para que así la oración se vea acompañada de la paz del espíritu y no se entremezcle con sentimientos ajenos a la plegaria. Además, también se nos enseña que conviene orar en todas partes: así lo afirma el Salvador, cuando dice, hablando de la oración: Entra en tu aposento.

Pero, entiéndelo bien, no se trata de un aposento rodeado de paredes, en el cual tu cuerpo se encuentra como encerrado, sino más bien de aquella habitación que hay en tu mismo interior, en la cual habitan tus pensamientos y moran tus deseos. Este aposento para la oración va contigo a todas partes, y en todo lugar donde te encuentres continúa siendo un lugar secreto, cuyo solo y único árbitro es Dios.

Se te dice también que has de orar especialmente por el pueblo de Dios, es decir, por todo el cuerpo, por todos los miembros de tu madre, la Iglesia, que viene a ser como un sacramento del amor mutuo. Si sólo ruegas por ti, también tú serás el único que suplica por ti. Y, si todos ruegan solamente por sí mismos, la gracia que obtendrá el pecador será, sin duda, menor que la que obtendría del conjunto de los que interceden si éstos fueran muchos. Pero, si todos ruegan por todos, habrá que decir también que todos ruegan por cada uno.

Concluyamos, por tanto, diciendo que, si oras solamente por ti, serás, como ya hemos dicho, el único intercesor en favor tuyo. En cambio, si tú oras por todos, también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas también parte del todo. De esta manera, obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros. En lo cual no existe ninguna arrogancia, sino una mayor humildad y un fruto más abundante.

Responsorio: Salmo 60, 2-3. 6.

R. Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; * Te invoco desde el confín de la tierra.

V. Porque tú, oh Dios, escucharás mis votos y me darás la heredad de los que veneran tu nombre. * Te invoco desde el confín de la tierra.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 27a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: 1a Timoteo 3, 1-16.

Los ministros de la Iglesia.

Querido hermano: Es palabra digna de crédito que, si alguno aspira al episcopado, desea una noble tarea. Pues conviene que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios? Que no sea alguien recién convertido a la fe, por si se le sube a la cabeza y es condenado lo mismo que el diablo. Conviene además que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito ni en el lazo del diablo.

En cuanto a los diáconos, sean asimismo respetables, sin doble lenguaje, no aficionados al mucho vino ni dados a negocios sucios; que guarden el misterio de la fe con la conciencia pura. Tienen que ser probados primero y, cuando se vea que son intachables, que ejerzan el ministerio. Las mujeres, igualmente, que sean respetables, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean maridos de una sola mujer, que gobiernen bien a sus hijos y sus propias casas. Porque quienes ejercen bien el ministerio logran buena reputación y mucha confianza en lo referente a la fe que se funda en Cristo Jesús.

Aunque espero estar pronto contigo, te escribo estas cosas por si tardo, para que sepas cómo conviene conducirse en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.

En verdad es grande el misterio de la piedad, el cual fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, mostrado a los ángeles, proclamado en las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria.

Responsorio: Cf. Hechos 20, 28; 1a Corintios 4, 2.

R. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, * Como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.

V. En un administrador, lo que se busca es que sea fiel. * Como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Tralianos: Caps. 1, 1 – 3, 2; 4, 1-2; 6, 1; 7, 1 – 8, 1.

Os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la amada de Dios, Padre de Jesucristo, la Iglesia santa que habita en Trales del Asia, digna de Dios y escogida, que goza de paz, tanto en el cuerpo como en el espíritu, a causa de la pasión de Jesucristo, el que nos da una esperanza de resucitar como él; mi mejor saludo apostólico y mis mejores deseos de que viváis en la alegría.

Sé que tenéis sentimientos irreprochables e inconmovibles, a pesar de vuestros sufrimientos, y ello no sólo por vuestro esfuerzo, sino también por vuestro buen natural: así me lo ha manifestado vuestro obispo Polibio, quien, por voluntad de Dios y de Jesucristo, ha venido a Esmirna y se ha congratulado conmigo, que estoy encadenado por Cristo Jesús; en él me ha sido dado contemplar a toda vuestra comunidad y por él he recibido una prueba de cómo vuestro amor para conmigo es según Dios, y he dado gracias al Señor, pues de verdad he conocido que, como ya me habían contado, sois auténticos imitadores de Dios.

En efecto, al vivir sometidos a vuestro obispo como si se tratara del mismo Jesucristo, sois, a mis ojos, como quien anda no según la carne, sino según Cristo Jesús, que por nosotros murió a fin de que, creyendo en su muerte, escapéis de la muerte. Es necesario, por tanto, que, como ya lo venís practicando, no hagáis nada sin el obispo; someteos también a los presbíteros como a los apóstoles de Jesucristo, nuestra esperanza, para que de esta forma nuestra vida esté unida a la de él.

También es preciso que los diáconos, como ministros que son de los misterios de Jesucristo, procuren, con todo interés, hacerse gratos a todos, pues no son ministros de los manjares y de las bebidas, sino de la Iglesia de Dios. Es, por tanto, necesario que eviten, como si se tratara de fuego, toda falta que pudiera echárseles en cara.

De manera semejante, que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como si fuera la imagen del Padre, y a los presbíteros como si fueran el senado de Dios y el colegio apostólico. Sin ellos no existe la Iglesia. Creo que estáis bien persuadidos de todo esto. En vuestro obispo, a quien recibí y a quien tengo aún a mi lado, contemplo como una imagen de vuestra caridad; su misma manera de vivir es una magnífica lección, y su mansedumbre una fuerza.

Mis pensamientos en Dios son muy elevados, pero me pongo a raya a mí mismo, no sea que perezca por mi vanagloria. Pues ahora sobre todo tengo motivos para temer y me es necesario no prestar oído a quienes podrían tentarme de orgullo. Porque cuantos me alaban, en realidad, me dañan. Es cierto que deseo sufrir el martirio, pero ignoro si soy digno de él. Mi impaciencia, en efecto, quizá pasa desapercibida a muchos, pero en cambio a mí me da gran guerra. Por ello, necesito adquirir una gran mansedumbre, pues ella desbaratará al príncipe de este mundo.

Os exhorto, no yo, sino la caridad de Jesucristo, a que uséis solamente el alimento cristiano y a que os abstengáis de toda hierba extraña a vosotros, es decir, de toda herejía.

Esto lo realizaréis si os alejáis del orgullo y permanecéis íntimamente unidos a nuestro Dios, Jesucristo, y a vuestro obispo, sin apartaros de las enseñanzas de los apóstoles. El que está en el interior del santuario es puro, pero el que está fuera no es puro: quiero decir con ello que el que actúa a espaldas del obispo y de los presbíteros y diáconos no es puro ni tiene limpia su conciencia.

No os escribo esto porque me haya enterado que tales cosas se den entre vosotros, sino porque os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos.

Responsorio: Efesios 4, 3-6; 1a Corintios 3, 11.

R. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. * Un Señor, una fe, un bautismo.

V. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. * Un Señor, una fe, un bautismo.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 27a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: 1a Timoteo 4, 1 – 5, 2.

Los maestros de la mentira. Los ancianos.

Querido hermano: El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe por prestar oídos a espíritus embaucadores y a enseñanzas de demonios, inducidos por la hipocresía de unos mentirosos, que tienen cauterizada su propia conciencia, que prohíben casarse y mandan abstenerse de alimentos que Dios creó para que los creyentes y los que han llegado al conocimiento de la verdad participen de ellos con acción de gracias. Porque toda criatura de Dios es buena, y no se debe rechazar nada, sino que hay que tomarlo todo con acción de gracias, pues es santificado por la palabra de Dios y la oración.

Si propones estas cosas a los hermanos, serás un buen servidor de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que tú has seguido tan atentamente. En cambio, evita las fábulas profanas y propias de ancianas.

Ejercítate en la piedad. El ejercicio corporal aprovecha para poco, mientras que la piedad aprovecha para todo. Tiene la promesa de la vida, la presente y la futura. Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación. Pues para esto nos fatigamos y luchamos, porque hemos puesto la esperanza en el Dios vivo, que es salvador de todos, sobre todo de los que creen.

Ordena estas cosas y enséñalas. Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé, en cambio, un modelo para los fieles en la palabra, la conducta, el amor, la fe, la pureza.

Hasta que yo llegue, centra tu atención en la lectura, la exhortación, la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por intervención profética con la imposición de manos del presbiterio. Medita estas cosas y permanece en ellas, para que todos vean cómo progresas. Cuida de ti mismo y de la enseñanza. Sé constante en estas cosas, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.

No increpes al anciano, sino exhórtalo como a un padre; a los jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza.

Responsorio: 1a Timoteo 4, 8. 10; 2a Corintios 4, 9.

R. La piedad es útil para siempre, pues tiene una promesa de vida; y éste es el objetivo de nuestras fatigas y luchas. * Pues tenemos puesta la esperanza en Dios vivo.

V. Estamos acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan. * Pues tenemos puesta la esperanza en Dios vivo.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Carta a los Tralianos Caps. 8, 1 – 9, 2; 11, 1 – 13, 3.

Convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre.

Revestíos de mansedumbre y convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre. Que ninguno de vosotros tenga nada contra su hermano. No deis pretexto con ello a los paganos, no sea que, ante la conducta insensata de algunos de vosotros, los gentiles blasfemen de la comunidad que ha sido congregada por el mismo Dios, porque ¡ay de aquel por cuya ligereza ultrajan mi nombre!

Tapaos, pues, los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús, descendiente del linaje de David, hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió como hombre, que fue perseguido verdaderamente bajo Poncio Pilato y verdaderamente también fue crucificado y murió, en presencia de los moradores del cielo, de la tierra y del abismo y que resucitó verdaderamente de entre los muertos por el poder del Padre. Este mismo Dios Padre nos resucitará también a nosotros, que amamos a Jesucristo, a semejanza del mismo Jesucristo, sin el cual no tenemos la vida verdadera.

Huid de los malos retoños: llevan un fruto mortífero y, si alguien gusta de él, muere al momento. Estos retoños no son plantación del Padre. Si lo fueran, aparecerían como ramas de la cruz y su fruto sería incorruptible; por esta cruz, Cristo os invita, como miembros suyos que sois, a participar en su pasión. La cabeza, en efecto, no puede nacer separada de los miembros, y Dios, que es la unidad, promete darnos parte en su misma unidad.

Os saludo desde Esmirna, juntamente con las Iglesias de Asia, que están aquí conmigo y que me han confortado, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas, que llevo por doquier a causa de Cristo, mientras no ceso de orar para ser digno de Dios, ellas mismas os exhortan: perseverad en la concordia y en la oración de unos por otros. Conviene que cada uno de vosotros, y en particular los presbíteros, reconfortéis al obispo, honrando así a Dios Padre, a Jesucristo y a los apóstoles.

Deseo que escuchéis con amor mis palabras, no sea que esta carta se convierta en testimonio contra vosotros. No dejéis de orar por mí, pues necesito de vuestro amor ante la misericordia de Dios, para ser digno de alcanzar aquella herencia a la que ya me acerco, no sea caso que me consideren indigno de ella.

Os saluda la caridad de los esmirniotas y de los efesios. Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro, porque soy el último de toda la comunidad. Os doy mi adiós en Jesucristo a todos vosotros, los que estáis sumisos a vuestro obispo, según el querer de Dios; someteos también, de manera semejante, al colegio de los presbíteros. Y amaos todos, unos a otros, con un corazón unánime.

Mi espíritu se ofrece como víctima por todos vosotros, y no sólo ahora, sino que se ofrecerá también cuando llegue a la presencia de Dios. Aún estoy expuesto al peligro, pero el Padre es fiel y cumplirá, en Cristo Jesús, mi deseo y el vuestro. Deseo que también vosotros seáis hallados en él sin defecto ni pecado.

Responsorio: 2a Tesalonicenses 2, 14-15; Eclesiástico 15, 13.

R. Dios os llamó por medio del Evangelio, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo. * Así, pues, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido.

V. El Señor aborrece la maldad y la blasfemia, los que temen a Dios no caen en ella. * Así, pues, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 27a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: 1a Timoteo 5, 3-25.

Las viudas y los presbíteros.

Querido hermano: Honra a las viudas, a las que son verdaderamente viudas. Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que éstos aprendan primero a cumplir con sus deberes con la propia familia y a corresponder como es debido a lo que han recibido de los progenitores, porque esto es agradable a los ojos de Dios.

La que es verdaderamente viuda, y ha quedado sola, tiene puesta su esperanza en Dios y persevera en las súplicas y en las oraciones noche y día. En cambio, la que se da a los placeres, aunque viva, está muerta. Ordena estas cosas, para que sean irreprochables. Pues si alguno no cuida de los suyos y sobre todo de los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que uno que no cree.

Para que una viuda sea inscrita en la lista se requiere que no tenga menos de sesenta años, que haya sido mujer de un solo marido y esté acreditada por sus buenas obras: si crió bien a sus hijos, si practicó la hospitalidad, si lavó los pies de los santos, si asistió a los atribulados, si procuró hacer todo tipo de obras buenas.

No aceptes a las viudas jóvenes, pues, cuando se avivan en ellas los impulsos sensuales que alejan de Cristo, quieren casarse, y se ven condenadas por haber roto su compromiso anterior. Y al mismo tiempo, como además están ociosas, se acostumbran a ir por las casas; con lo cual, además de ociosas, se hacen también charlatanas y entrometidas, hablando lo que no conviene. Quiero, pues, que las jóvenes se casen, tengan hijos, gobiernen su propia casa y no den al adversario ningún pretexto para que critique. Pues ya algunas se han descarriado siguiendo a Satanás. Si alguna creyente tiene viudas, que las asista, para que no se grave a la Iglesia y ésta pueda asistir a las que son verdaderamente viudas.

Los presbíteros que presiden bien son dignos de doble honor, principalmente los que se afanan en la predicación y en la enseñanza. Pues dice la Escritura: «No pondrás bozal al buey que trilla», y «El obrero es digno de su salario». No admitas una acusación contra un presbítero, a menos que se apoye en dos o tres testigos. A los que pequen, repréndelos delante de todos, para que los demás cobren temor.

Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús y de los ángeles elegidos que observes estas cosas sin prejuicios y sin dejarte llevar por favoritismos. A nadie impongas las manos precipitadamente, ni te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro.

En adelante ya no bebas más agua sola, sino toma un poco de vino a causa del estómago y de tus frecuentes enfermedades.

Los pecados de algunos son manifiestos incluso antes del juicio; los de otros, en cambio, lo son inmediatamente después. De igual modo, también las buenas obras son manifiestas y las que no son buenas no pueden permanecer ocultas.

Responsorio: Filipenses 1, 27; 2, 4. 5.

R. Llevad una vida digna del Evangelio de Cristo, luchad juntos como un solo hombre por la fidelidad. * No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

V. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. * No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquia: Carta a los Filadelfios: Caps. 1, 1 – 2, 1; 3, 2-5.

Un solo obispo con los presbíteros y diáconos.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que habita en Filadelfia del Asia, que ha alcanzado la misericordia y está firmemente asentada en aquella concordia que proviene de Dios, y tiene su gozo en la pasión de nuestro Señor y la plena certidumbre de la misericordia que Dios ha manifestado en la resurrección de Jesucristo: mi saludo en la sangre del Señor Jesús.

Tú, Iglesia de Filadelfia, eres mi gozo permanente y durable, sobre todo cuando te contemplo unida a tu obispo con los presbíteros y diáconos, designados según la palabra de Cristo, y confirmados establemente por su Santo Espíritu, conforme a la propia voluntad del Señor.

Sé muy bien que vuestro obispo no ha recibido el ministerio de servir a la comunidad ni por propia arrogancia ni de parte de los hombres ni por vana ambición, sino por el amor de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Su modestia me ha maravillado en gran manera: este hombre es más eficaz con su silencio que otros muchos con vanos discursos. Y su vida está tan en consonancia con los preceptos divinos como lo puedan estar las cuerdas con la lira; por eso, me atrevo a decir que su alma es santa y su espíritu feliz; conozco bien sus virtudes y su gran santidad: sus modales, su paz y su mansedumbre son como un reflejo de la misma bondad del Dios vivo.

Vosotros, que sois hijos de la luz y de la verdad, huid de toda división y de toda doctrina perversa; adonde va el pastor allí deben seguirlo las ovejas.

Todos los que son de Dios y de Jesucristo viven unidos al obispo; y los que, arrepentidos, vuelven a la unidad de la Iglesia también serán porción de Dios y vivirán según Jesucristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor.

Procurad, pues, participar de la única eucaristía porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbiterio y los diáconos, consiervos míos; mirad, pues, de hacerlo todo según Dios.

Hermanos míos, desbordo de amor por vosotros y, lleno de alegría, intento fortaleceros; pero no soy yo quien os fortifica, sino Jesucristo, por cuya gracia estoy encadenado, pero cada vez temo más porque todavía no soy perfecto; sin embargo, confío que vuestra oración me ayudará a perfeccionarme, y así podré obtener aquella herencia que Dios me tiene preparada en su misericordia; a mí, que me he refugiado en el Evangelio, como si en él estuviera corporalmente presente el mismo Cristo, y me he fundamentado en los apóstoles, como si se tratara del presbiterio de la Iglesia.

Responsorio: Efesios 2, 20. 22. 21.

R. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. * Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

V. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. * Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 27a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: 1a Timoteo 6, 1-10.

Los siervos. Los falsos maestros.

Querido hermano: Cuantos están bajo el yugo de la esclavitud consideren a sus amos dignos de todo respeto, para que el nombre de Dios y la doctrina no sean maldecidos. Mas quienes tengan amos creyentes no los menosprecien porque son hermanos; al contrario, sírvanlos mejor, pues los que se benefician de su buena obra son creyentes y amados.

Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones sobre palabras; de ahí salen envidias, polémicas, blasfemias, malévolas suspicacias, altercados interminables de hombres corrompidos en la mente y privados de la verdad, que piensan que la piedad es un medio de lucro.

La piedad es ciertamente una gran ganancia para quien se contenta con lo suficiente. Pues nada hemos traído al mundo, como tampoco podemos llevarnos nada de él. Teniendo alimentos y con qué cubrirnos, contentémonos con esto. Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación, se enredan en un lazo y son presa de muchos deseos absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, y algunos, arrastrados por él, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos.

Responsorio: Mateo 6, 25; 1a Timoteo 6, 8.

R. No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. * ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

V. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. * ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?

Segunda lectura:
San Vicente de Lerins: Primer Conmonitorio: Cap. 23.

El progreso del dogma cristiano.

¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible, y la realidad es que este progreso se da.

En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente distinto.

Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada uno de sus miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza; es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idéntica doctrina.

Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos, los cuales, si bien con el correr de los años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero, no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos que hace un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.

Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya desarrollados; pero, con todo, el uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si algún miembro del cuerpo no es visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo, existe ya como un embrión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser realidad en el anciano que no se contenga como en germen en el niño.

No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el cuerpo del recién nacido.

Porque, si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte en un monstruo, o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del tiempo.

Nuestros mayores sembraron antiguamente, en el campo de la Iglesia, semillas de una fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus descendientes, en lugar de la verdad del trigo, legáramos a nuestra posteridad el error de la cizaña.

Al contrario, lo recto y consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los primeros trabajos.

Responsorio: Deuteronomio 4, 1. 2; Juan 6, 63.

R. Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. * No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada.

V. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. * No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 27a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: 1a Timoteo 6, 11-21.

Última exhortación.

Querido hermano: Tú, hombre de Dios, huye de estas cosas. Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos.

Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él honor y poder eterno. Amén.

A los ricos de este mundo ordénales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de la riqueza, sino en Dios que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos; que hagan el bien, sean ricos en buenas obras, generosos y dispuestos a compartir; y así atesorarán un excelente fondo para el porvenir y alcanzarán aquella que es realmente la vida verdadera.

Timoteo, guarda el depósito, apártate de las habladurías perniciosas y de las objeciones del mal llamado conocimiento; pues algunos que lo profesaban se desviaron de la fe. La gracia esté con vosotros.

Responsorio: Colosenses 2, 6-7; Mateo 6, 19. 20.

R. Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded según él. Arraigados en él, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, * Y rebosad agradecimiento.

V. No atesoréis tesoros en la tierra, atesorad tesoros en el cielo. * Y rebosad agradecimiento.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Homilías sobre los evangelios: Homilía 17, 3. 14.

Nuestro ministerio pastoral.

Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Por tanto, para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.

Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio. Porque unas veces los predicadores no dejan oír su voz a causa de su propia maldad, otras, en cambio, son los súbditos quienes impiden que la palabra de los que presiden nuestras asambleas llegue al pueblo.

Efectivamente, muchas veces es la propia maldad la que impide a los predicadores levantar su voz, como lo afirma el salmista: Dios dice al pecador: «¿Por qué recitas mis preceptos?». Otras veces, en cambio, son los súbditos quienes impiden que se oiga la voz de los predicadores, como dice el Señor a Ezequiel: Te pegaré la lengua al paladar, te quedarás mudo y no podrás ser su acusador, pues son casa rebelde. Como si claramente dijera: «No quiero que prediques, porque este pueblo, con sus obras, me irrita hasta tal punto que se ha hecho indigno de oír la exhortación para convertirse a la verdad». Es difícil averiguar por culpa de quién deja de llegar al pueblo la palabra del predicador, pero, en cambio, fácilmente se ve cómo el silencio del predicador perjudica siempre al pueblo y, algunas veces, incluso al mismo predicador.

Y hay aún, amados hermanos, otra cosa, en la vida de los pastores, que me aflige sobremanera; pero, a fin de que lo que voy a decir no parezca injurioso para algunos, empiezo por acusarme yo mismo de que, aun sin desearlo, he caído en este defecto, arrastrado sin duda por el ambiente de este calamitoso tiempo en que vivimos.

Me refiero a que nos vemos como arrastrados a vivir de una manera mundana, buscando el honor del ministerio episcopal y abandonando, en cambio, las obligaciones de este ministerio. Descuidamos, en efecto, fácilmente el ministerio de la predicación y, para vergüenza nuestra, nos continuamos llamando obispos; nos place el prestigio que da este nombre, pero, en cambio, no poseemos la virtud que este nombre exige. Así, contemplamos plácidamente cómo los que están bajo nuestro cuidado abandonan a Dios, y nosotros no decimos nada; se hunden en el pecado, y nosotros nada hacemos para darles la mano y sacarlos del abismo.

Pero, ¿cómo podríamos corregir a nuestros hermanos, nosotros, que descuidamos incluso nuestra propia vida? Entregados a las cosas de este mundo, nos vamos volviendo tanto más insensibles a las realidades del espíritu, cuanto mayor empeño ponemos en interesarnos por las cosas visibles.

Por eso, dice muy bien la Iglesia, refiriéndose a sus miembros enfermos: Me pusieron a guardar sus viñas; y mi viña, la mía, no la supe guardar. Elegidos como guardas de las viñas, no custodiamos ni tan sólo nuestra propia viña, sino que, entregándonos a cosas ajenas a nuestro oficio, descuidamos los deberes de nuestro ministerio.

Responsorio: Lucas 10, 2; Salmo 61, 9.

R. La mies es abundante, y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies * Que mande obreros a su mies.

V. Pueblos suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón. * Que mande obreros a su mies.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 28a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 28a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: Ageo 1, 1 – 2, 9.

Exhortación a la reconstrucción del templo. Gloria del templo futuro.

El año segundo del rey Darío, el día primero del mes sexto, la palabra del Señor fue dirigida a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, por medio del profeta Ageo:

«Esto dice el Señor del universo: Este pueblo anda diciendo: “No es momento de ponerse a construir la casa del Señor”».

La palabra del Señor vino por medio del profeta Ageo:

«¿Y es momento de vivir en casas lujosas mientras que el templo es una ruina? Ahora pues, esto dice el Señor del universo: Pensad bien en vuestra situación. Sembrasteis mucho y recogisteis poco; coméis y no os llenáis; bebéis y seguís con sed; os vestís y no entráis en calor; el trabajador guarda su salario en saco roto.

Esto dice el Señor del universo: Pensad bien en vuestra situación. Subid al monte, traed madera, construid el templo. Me complaceré en él y seré glorificado, dice el Señor.

Esperabais mucho y sacasteis poco; lo que llevasteis a casa yo lo dispersé. ¿Por qué? —oráculo del Señor del universo—. Porque mi casa es una ruina, mientras que cada uno de vosotros disfruta de su propia casa.

Por eso el cielo ya no os da agua y la tierra se guarda el fruto. Decreté la sequía sobre la tierra y los montes, sobre el trigo, el mosto y el aceite, y sobre todo lo que brota de la tierra, sobre hombres y animales, y sobre todas vuestras labores».

Zorobabel, hijo de Sealtiel, el sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y el resto de la gente escucharon el mensaje del Señor su Dios, las palabras del profeta Ageo, enviado del Señor su Dios; y la gente temió al Señor. Dijo Ageo, mensajero del Señor, a la gente, según la misión que el Señor le había confiado:

«Yo estoy con vosotros —oráculo del Señor—».

El Señor estimuló el ánimo de Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, el de Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y el del resto de la gente, y emprendieron las obras del templo del Señor del universo, su Dios. Era el día veinticuatro del mes sexto.

El año segundo del rey Darío, el día veintiuno del mes séptimo, llegó la palabra del Señor por medio del profeta Ageo:

«Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y al resto de la gente: “¿Quién de entre vosotros queda de los que vieron este templo en su primitivo esplendor? Y el que veis ahora, ¿no os parece que no vale nada?

Ánimo, pues, Zorobabel —oráculo del Señor—; ánimo también tú, Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote. ¡Ánimo gentes todas! —oráculo del Señor—. ¡Adelante, que estoy con vosotros! —oráculo del Señor del universo—.

Ahí está mi palabra, la que os di al sacaros de Egipto; y mi espíritu está en medio de vosotros. ¡No temáis!

Pues esto dice el Señor del universo: Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo de gloria, dice el Señor del universo. Míos son la plata y el oro —oráculo del Señor del universo—. Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo. Y derramaré paz y prosperidad en este lugar, oráculo del Señor del universo”».

Responsorio: Ageo 1, 8; Isaías 56, 7.

R. Subid al monte, construid el templo, * Para que pueda complacerme —dice el Señor—.

V. Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. * Para que pueda complacerme —dice el Señor—.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Comentario sobre el libro del profeta Ageo, Cap. 14.

Es grande mi nombre entre las naciones.

La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico de Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.

Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía ofrecer en él sus sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones. Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Yo soy el Gran Rey dice el Señor, y mi nombre es respetado en las naciones; en todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda pura.

En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente en su edificación obtendrán, como premio del Salvador y don del cielo, al mismo Cristo, que es la paz de todos, por quien podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu; así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar: Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una vida virtuosa.

Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo consista en edificar la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten piedras vivas y espirituales en la construcción del templo santo, morada de Dios por el Espíritu. Todos estos esfuerzos lograrán, sin duda, su finalidad, y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación de su alma.

Responsorio: Salmo 83, 5; Zacarías 2, 15.

R. Dichosos los que viven en tu casa, Señor, * Alabándote siempre.

V. Aquel día se incorporarán al Señor muchos pueblos y serán pueblo mío. * Alabándote siempre.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 28a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: Ageo 2, 10-23.

Bendiciones futuras. Promesas hechas a Zorobabel.

El día veinticuatro del mes noveno, el año segundo de Darío, le llegó la palabra del Señor al profeta Ageo:

«Esto dice el Señor del universo: Pregunta a los sacerdotes qué dice la ley sobre esto: “Si alguien lleva carne consagrada en el pliegue de su manto y con su pliegue toca pan, caldo, vino, aceite o cualquier otra comida, ¿los consagra?”».

Los sacerdotes le respondieron:

«No».

Continuó Ageo:

«Y si un cadáver toca estas cosas, ¿las hace impuras?».

Los sacerdotes le respondieron:

«Sí».

Dijo entonces Ageo:

«Pues así es esta gente y este pueblo para mí —oráculo del Señor—. Todo lo que hacen y todo lo que ofrecen es impuro.

Fijaos, pues, de hoy en adelante. Antes de poner piedra sobre piedra en el templo del Señor, ibais a buscar en un montón de trigo de veinte medidas, y no había más que diez; ibais al lagar para sacar cincuenta cántaras, y no había más que veinte. Y es que yo había condenado todo vuestro trabajo con tizón, añublo y granizo; y aun así no os volvisteis a mí —oráculo del Señor—. Fijaos pues, de hoy en adelante. Desde el día veinticuatro del mes noveno, cuando se pusieron los cimientos del templo del Señor, ¿sigue faltando el grano en el granero?; y la vid, la higuera, el granado y el olivo, ¿siguen sin dar fruto? A partir de hoy os bendeciré».

Llegó la palabra del Señor a Ageo por segunda vez, el veinticuatro del mes:

«Di a Zorobabel, gobernador de Judá: “Voy a hacer temblar cielos y tierra; voy a destruir los tronos de los reinos; voy a desmantelar el poder de los pueblos; voy a destruir carros y aurigas; caerán caballos y jinetes atravesados por la espada del vecino. Aquel día —oráculo del Señor del universo— te tomaré, Zorobabel, hijo de Sealtiel, Siervo mío —oráculo del Señor—. Te pondré el anillo de mando, porque te he elegido —oráculo del Señor del universo—”».

Responsorio: Ageo 2, 7. 9.

R. Agitaré cielo y tierra. * Y vendrá el Deseado de todas las gentes.

V. La gloria de este templo será grande, y en este sitio daré la paz. * Y vendrá el Deseado de todas las gentes.

Segunda lectura:
San Fulgencio de Ruspe: Tratado contra Fabiano: Cap. 28, 16-19.

La participación del cuerpo y sangre de Cristo nos santifica.

Cuando ofrecemos nuestro sacrificio, realizamos aquello mismo que nos mandó el Salvador; así nos lo atestigua el Apóstol, al decir: El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Nuestro sacrificio, por tanto, se ofrece para proclamar la muerte del Señor y para reavivar, con esta conmemoración, la memoria de aquel que por nosotros entregó su propia vida. Ha sido el mismo Señor quien ha dicho: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y, porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y nosotros sepamos vivir crucificados para el mundo; así, imitando la muerte de nuestro Señor, como Cristo murió al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios, también nosotros andemos en una vida nueva, y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios.

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado, y la participación del cuerpo y sangre de Cristo, cuando comemos el pan y bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insinuándonos, con ello, que también nosotros debemos morir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de Cristo en Dios, crucificando nuestra carne con sus concupiscencias y pecados.

Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a Dios y a su prójimo, aunque no lleguen a beber el cáliz de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mortificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nuestro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y placeres de la carne ni vivirán dedicados a los bienes visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando poseemos el don de esta caridad, llegamos a convertirnos realmente en aquello mismo que sacramentalmente celebramos en nuestro sacrificio.

Responsorio: Lucas 22, 19; Juan 6, 59.

R. Jesús, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: * «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

V. Éste es el pan que ha bajado del cielo; el que come este pan vivirá para siempre. * Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 28a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: Zacarías 1, 1 – 2, 4.

Visión sobre la reconstrucción de Jerusalén.

El mes octavo del año segundo de Darío, la palabra del Señor fue dirigida al profeta Zacarías, hijo de Baraquías, hijo de Idó, en estos términos:

«El Señor se irritó mucho contra vuestros padres.

Les dirás: Esto dice el Señor del universo:

Volveos a mí —oráculo del Señor del universo— y yo me volveré a vosotros, dice el Señor del universo. No seáis como vuestros padres, a quienes predicaron los profetas de antaño diciendo: “Esto dice el Señor del universo: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras perversas acciones”. Pero ni me escucharon ni me hicieron caso —oráculo del Señor—. ¿Dónde están vuestros padres? Y los profetas, ¿vivirán para siempre? ¡Ay! ¿No es verdad que mis palabras y mandatos que les di por medio de mis siervos los profetas hicieron mella en vuestros padres y se convirtieron diciendo: “El Señor del universo nos ha tratado como había pensado, según nuestro comportamiento y nuestras acciones”?».

El día veinticuatro del mes undécimo, el mes de sebat, el año segundo de Darío, la palabra del Señor fue dirigida al profeta Zacarías, hijo de Baraquías, hijo de Idó, en estos términos:

Tuve una visión nocturna. Había un hombre montado en un caballo rojo entre los mirtos, en la hondonada. Tras él había caballos rojos, alazanes y blancos. Pregunté:

«Señor, ¿qué caballos son ésos?».

El mensajero que me hablaba me contestó:

«Yo te enseñaré qué son».

El hombre que estaba entre los mirtos tomó la palabra y dijo:

«Éstos son los que el Señor envió a inspeccionar toda la tierra».

Respondieron al mensajero del Señor que estaba entre los mirtos:

«Hemos inspeccionado la tierra y toda vive en paz».

Respondió el mensajero del Señor:

«Señor del universo, ¿hasta cuándo seguirás sin compadecerte de Jerusalén y de las ciudades de Judá contra las que te enojaste durante setenta años?».

El Señor respondió al mensajero que me hablaba con buenas palabras, con palabras de consuelo. Me dijo el mensajero que me hablaba: Proclama lo que sigue:

«Esto dice el Señor del universo: Vivo una intensa pasión por Jerusalén; siento por Sión celos terribles. Estoy profundamente irritado contra los pueblos arrogantes, pues yo me enojé un poco y ellos echaron leña al fuego.

Por eso, esto dice el Señor: Me vuelvo a Jerusalén con ternura y se construirá mi templo en ella —oráculo del Señor del universo—; se volverá a utilizar el cordón de medir.

Proclama esto otro: Esto dice el Señor del universo: Mis ciudades volverán a rebosar de bienes, y el Señor consolará de nuevo a Sión y elegirá de nuevo a Jerusalén».

Levanté los ojos y vi cuatro cuernos. Pregunté al mensajero que me hablaba:

«¿Qué son esos cuernos?».

Me respondió:

«Son los cuernos que han dispersado a Judá, Israel y Jerusalén».

El Señor me mostró cuatro herreros. Pregunté:

«¿Qué andan haciendo esos herreros?».

Me respondió:

«Son los cuernos que dispersaron a Judá hasta que nadie pudo levantar cabeza. Pero vinieron los herreros para espantarlos y expulsar los cuernos de los pueblos que habían alzado su poder contra la tierra de Judá para dispersarlo».

Responsorio: Zacarías 1, 16; Apocalipsis 21, 23.

R. Me vuelvo a Jerusalén con compasión: * Mi templo será reedificado.

V. La ciudad no necesita sol ni luna, porque su lámpara es el Cordero. * Mi templo será reedificado.

Segunda lectura:
San Columbano: Instrucción 12, Sobre la compunción 2-3.

Luz perenne en el templo del Pontífice eterno.

¡Cuán dichosos son los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentra en vela! Feliz aquella vigilia en la cual se espera al mismo Dios y Creador del universo, que todo lo llena y todo lo supera.

¡Ojalá se dignara el Señor despertarme del sueño de mi desidia, a mí, que, aun siendo vil, soy su siervo! Ojalá me inflamara en el deseo de su amor inconmensurable y me encendiera con el fuego de su divina caridad!; resplandeciente con ella, brillaría más que los astros, y todo mi interior ardería continuamente con este divino fuego.

¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios! Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca, y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante.

Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro, dígnate encender tú mismo nuestras lámparas, para que brillen sin cesar en tu templo, y de ti, que eres la luz perenne, reciban ellas la luz indeficiente con la cual se ilumine nuestra oscuridad, y se alejen de nosotros las tinieblas del mundo.

Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente.

Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a nosotros, que llamamos a tu puerta, para que, conociéndote, te amemos sólo a ti y únicamente a ti; que seas tú nuestro único deseo, que día y noche meditemos sólo en ti, y en ti únicamente pensemos. Alumbra en nosotros un amor inmenso hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser amado y querido; que esta nuestra dilección hacia ti invada todo nuestro interior y nos penetre totalmente, y, hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos, que nada podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las aguas de la tierra y del firmamento, nunca llegarán a extinguir en nosotros la caridad, según aquello que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.

Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Isaías 60, 19-20.

R. Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; * Será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor.

V. Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna. * Será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 28a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: Zacarías 3, 1 – 4, 14.

Promesas hechas al jefe Zorobabel y al sacerdote Josué.

En aquellos días, el Señor me mostró al sumo sacerdote Josué, de pie ante el mensajero del Señor, y a Satán, en pie, a su derecha para acusarlo. Dijo el mensajero del Señor al Satán:

«Que te increpe el Señor, Satán; que te increpe el Señor, el que elige Jerusalén. ¿Acaso no es éste un tizón sacado del fuego?».

Josué llevaba vestidos sucios y estaba ante el mensajero. Dijo éste a los que estaban ante él:

«Quitadle los vestidos sucios».

Y dijo a Josué:

«Mira, aparto de ti tu pecado y te visto con vestido de fiesta».

Dijo luego:

«Que le pongan una diadema limpia en la cabeza».

Le colocaron una diadema limpia en la cabeza y le pusieron los vestidos. El mensajero del Señor estaba allí de pie. El mensajero del Señor declaró solemnemente a Josué lo siguiente:

«Esto dice el Señor del universo: Si marchas por mis caminos y cumples mis preceptos, tú también administrarás mi templo. Te ocuparás de mis atrios y podrás entrar aquí con estos que me rodean.

Escucha, Josué, sumo sacerdote, tú y los compañeros que se sientan en tu presencia —pues esos hombres son un presagio—. Mirad, voy a hacer venir a mi siervo “Germen”.

Mirad la piedra que pongo ante Josué, es piedra única con siete ojos. Yo mismo grabaré su inscripción —oráculo del Señor del universo—, y apartaré el pecado de este país en un solo día —oráculo del Señor—.

Aquel día os invitaréis unos a otros debajo de la parra y de la higuera».

Volvió el mensajero que hablaba conmigo y me despertó como se despierta a quien duerme. Me dijo:

«¿Qué ves?».

Respondí:

«Veo un candelabro de oro macizo con un depósito y siete lámparas en su parte superior, y cada una de ellas con siete brazos. Junto a él hay dos olivos, uno a la derecha y otro a la izquierda del depósito».

Pregunté al mensajero que me hablaba:

«¿Qué representa todo esto, señor?».

Me contestó el mensajero que me hablaba:

«¿No sabes lo que representa todo esto?».

Le respondí:

«No, señor».

Me dijo él:

«Éste es el mensaje del Señor a Zorobabel: “Ni con violencia ni por la fuerza, sino por mi espíritu, dice el Señor del universo. ¿Quién eres tú, gran montaña? Conviértete en llano ante Zorobabel. ¡Él es quien saca la piedra de remate entre aclamaciones y vivas!”».

Me dijo el Señor del universo:

«Zorobabel puso personalmente los cimientos de este templo y él mismo lo rematará. Entonces reconocerás que el Señor del universo me envió a vosotros. ¡Quien se reía de los comienzos humildes se alegrará al contemplar la piedra arrancada por Zorobabel! Esos siete son los siete ojos del Señor que recorren toda la tierra».

Continué preguntándole:

«¿Qué son estos dos olivos, uno a la derecha y otro a la izquierda del depósito?».

Pregunté por segunda vez:

«¿Y los dos brotes de olivo de los que mana el aceite como oro a través de los tubos dorados?».

Me dijo:

«¿No sabes lo que significan?».

Le respondí:

«No, señor».

Me dijo:

«Esos dos son los dos ungidos, los que están ante el Señor de toda la tierra».

Responsorio: Apocalipsis 11, 4. cf. 3.

R. Éstos son los dos olivos y los dos candelabros * Que están en la presencia del Señor de la tierra.

V. El Señor hará que sus dos testigos profeticen. * Que están en la presencia del Señor de la tierra.

Segunda lectura;
San Máximo Confesor, abad, a Talasio: Cuestión 63.

La luz que alumbra a todo hombre.

La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

Él, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

Responsorio: Juan 12, 35. 36; 9, 39.

R. Caminad mientras tenéis luz, antes que os sorprendan las tinieblas. * Mientras hay luz, fiaos de la luz, para que seáis hijos de la luz.

V. Yo he venido a este mundo para que los que no ven vean. * Mientras hay luz, fiaos de la luz, para que seáis hijos de la luz.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 28a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: Zacarías 8, 1-17. 20-23.

Promesas de salvación para Sión.

Vino la palabra del Señor del universo diciendo:

«Esto dice el Señor del universo: Vivo una intensa pasión por Sión, siento unos celos terribles por ella».

«Esto dice el Señor: Voy a volver a Sión, habitaré en Jerusalén. Llamarán a Jerusalén “Ciudad Fiel”, y al monte del Señor del universo, “Monte Santo”».

«Esto dice el Señor del universo: De nuevo se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén; todos con su bastón, pues su vida será muy larga. Y sus calles estarán llenas de niños y niñas jugando».

«Esto dice el Señor del universo: Y si al resto de este pueblo le parece imposible que suceda esto en aquellos días, ¿será también imposible para mí?» —oráculo del Señor del universo—.

«Esto dice el Señor del universo: Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente. Los traeré y vivirán en Jerusalén; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios en fidelidad y justicia».

«Esto dice el Señor del universo: ¡Ánimo, los que escuchasteis aquellos días las palabras de los profetas presentes cuando echaron los cimientos del templo y del santuario del Señor del universo! Antes de aquellos días, el salario de la gente nada valía; el rendimiento del ganado era nulo, y el que luchaba no conseguía la paz frente al enemigo. Y yo había enfrentado a unos contra otros. Pero ahora ya no estoy en la misma actitud que antes con el resto de este pueblo —oráculo del Señor del universo—, pues la semilla de paz será: la viña da fruto, la tierra da su producto y los cielos dan rocío, y comparto todo esto con el resto de este pueblo. Sucederá que así como fuisteis maldición entre los pueblos, casa de Judá y casa de Israel, lo mismo os salvaré y seréis bendición. No temáis. ¡Que se fortalezcan vuestras manos!».

«Esto dice el Señor del universo: De la misma forma que planeé el mal contra vosotros, a causa de la cólera que me produjo el comportamiento de vuestros padres —dice el Señor del universo—, y no me arrepentía, de la misma forma, ahora cambio de actitud y planeo hacer el bien a Jerusalén y a la casa de Judá. No temáis».

Esto es lo que tenéis que hacer: Deciros la verdad unos a otros; sí, la verdad. Que vuestros juicios sean de paz y justicia; que nadie ande pensando hacer mal a su vecino; que nadie disfrute jurando falsamente, pues odio todas estas cosas, palabra del Señor.

«Esto dice el Señor del universo: Vendrán igualmente pueblos y habitantes de grandes ciudades. E irán los habitantes de una y dirán a los de la otra: “Subamos a aplacar al Señor; yo también iré a contemplar al Señor del universo”. Y vendrán pueblos numerosos, llegarán poderosas naciones buscando al Señor del universo en Jerusalén y queriendo aplacar al Señor».

«Esto dice el Señor del universo: En aquellos días, diez hombres de lenguas distintas de entre las naciones se agarrarán al manto de un judío diciendo: “Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros”».

Responsorio: Zacarías 8, 7. 9; Hechos Apóstoles 3, 25.

R. Así dice el Señor: Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente. * Fortaleced las manos, los que escuchasteis aquel día esta palabra de la boca de los profetas.

V. Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres. * Fortaleced las manos, los que escuchasteis aquel día esta palabra de la boca de los profetas.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratados sobre el evangelio de san Juan: Tratado 26, 4-6.

Yo salvaré a mi pueblo.

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?». Y yo les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer».

¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?

¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz?

Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.

Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es cierto que «cada cual va en pos de su apetito», ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

«Dichosos, por tanto —dice—, los que tienen hambre y sed de la justicia —entiende, aquí en la tierra—, porque —allí, en el cielo— ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día».

Responsorio: Juan 6, 44. 45.

R. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. * Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.

V. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios». * Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 28a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: Malaquías 1, 1-14; 2, 13-16.

Vaticinio contra los sacerdotes negligentes y contra el repudio.

Palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías.

«“Os amo”, dice el Señor. Pero vosotros decís: “¿En qué se nota que nos amas?”. Dice el Señor: ¿No era Esaú hermano de Jacob y yo amé a Jacob y menosprecié a Esaú? Asolé sus montañas y entregué su heredad a los chacales del desierto. Edón dice: “Si estamos arruinados, reconstruiremos las ruinas”. Pero responde el Señor del universo: Ellos construyen y yo destruyo. Los llamarán “País malvado”, “Pueblo con el que el Señor rompió para siempre”. Lo veréis con vuestros propios ojos y diréis: “¡Se ha engrandecido el Señor, incluso más allá de las fronteras de Israel!”.

El hijo honra al padre y el siervo a su señor. Si yo soy padre, ¿dónde está mi honor? Si soy señor, ¿dónde está el temor hacia mí? Esto os dice el Señor del universo a vosotros, sacerdotes que despreciáis mi nombre. Pero replicáis: “¿En qué despreciamos tu nombre?”. Traéis a mi altar alimentos contaminados, impuros, y encima decís: “¿En qué te contaminamos?”. ¡Cuando decís que la mesa del Señor no merece consideración! ¿Está bien traer un animal ciego para sacrificar? ¿Está bien traer un animal cojo y enfermo para sacrificar? Llévalo, ofréceselo al gobernador; ¿estará satisfecho de ti?, ¿te favorecerá por ello?, dice el Señor del universo.

Aplacad, pues, ahora el rostro del Señor y tendrá compasión de nosotros. Esto es cosa vuestra, ¿os favorecerá?, dice el Señor del universo. ¿Quién de vosotros cerrará la puerta para que nadie encienda inútilmente mi altar? No me dais ninguna satisfacción, dice el Señor del universo, ni me agrada vuestra ofrenda.

Pues de Oriente a Occidente mi nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se quema incienso en mi honor y se ofrece a mi nombre una ofrenda pura, pues mi nombre es grande entre las naciones, dice el Señor del universo.

Pero vosotros lo profanáis diciendo: “La mesa del Señor está contaminada, y ni su fruto ni su comida merecen la pena”. Y añadís: “¡Qué aburrimiento!”, dejándolo de lado, dice el Señor del universo. Traéis como ofrenda productos robados, estropeados o enfermos; ¿cómo queréis que me agraden? ¡Maldito sea el estafador que teniendo en su rebaño un buen macho y habiendo hecho un voto al Señor, le ofrece un desecho! Pues yo soy un gran rey, dice el Señor del universo, y todas las naciones temen mi nombre.

También hacéis esto: cubrís de lágrimas el altar del Señor, de llantos y gemidos, pero el Señor no mira vuestra ofrenda, ni os la recibe con gusto. Y encima decís: “¿Por qué?”. Porque el Señor es testigo de que traicionaste a la mujer de tu juventud, a tu compañera, a la mujer con quien te uniste por alianza. Nadie que tenga un mínimo de espíritu actúa así; ¡cuánto menos quien busca descendencia divina! Cuidad vuestro espíritu y no traicionéis a la mujer de vuestra juventud. El que odia y la despacha, dice el Señor Dios de Israel, cubre sus vestidos de violencia, dice el Señor del universo. Cuidad vuestro espíritu y no seáis traidores».

Responsorio: Malaquías 2, 5. 6; Salmo 109, 4.

R. Mi alianza con el sacerdote era de vida y paz; se la di, para que me temiera y respetara. * Una doctrina auténtica llevaba en la boca, y en sus labios no se hallaba maldad.

V. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente. «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec». * Una doctrina auténtica llevaba en la boca, y en sus labios no se hallaba maldad.

Segunda lectura:
San Agustín: Ciudad de Dios: Libro 10, 6.

En todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre y una ofrenda pura.

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado.

Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

Responsorio: Miqueas 6, 6. 8; cf. Deuteronomio 10, 14. 12.

R. ¿Con qué me acercaré al Señor? Te han explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: * Simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia, y que andes humilde con tu Dios.

V. Del Señor, tu Dios, son los cielos, la tierra y todo cuanto la habita; ahora, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? * Simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia, y que andes humilde con tu Dios.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 28a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: Malaquías 3, 1-24.

El día del Señor.

Así dice el Señor:

«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo. ¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada?

Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño. Os llamaré a juicio y seré testigo diligente contra magos y adúlteros, contra los que juran en falso, contra los que roban el salario al trabajador, explotan a viudas, huérfanos y emigrantes, y no vuelven su mirada hacia mí, dice el Señor del universo.

Pues yo, el Señor, no he cambiado; pero vosotros, hijos de Jacob, seguís en las mismas. Desde los tiempos de vuestros antepasados os habéis rebelado contra mis mandatos y no los cumplís. Volveos a mí y yo me volveré a vosotros, dice el Señor del universo. Decís: “¿Volvernos de qué?”. ¿Puede defraudar el hombre a Dios? ¡Pues vosotros me estáis defraudando a mí! Decís: “¿En qué te defraudamos?”. ¡En los diezmos y tributos! Estáis del todo malditos; me defraudáis, todo el pueblo me defrauda.

Traed todos los diezmos al tesoro y habrá sustento en mi templo. Ponedme así a prueba, dice el Señor del universo, y veréis cómo abro las compuertas del cielo y derramo bendición sin medida. Ahuyentaré de entre vosotros el insecto devorador y no se os echarán a perder los frutos de la tierra, ni se estropeará la viña, dice el Señor del universo. Todos los pueblos os felicitarán, pues seréis un gozo de país», dice el Señor del universo.

Levantáis la voz contra mí, dice el Señor. Decís: “¿En qué levantamos la voz contra ti?”. En que decís: “Pura nada, el temor debido al Señor. ¿Qué sacamos con guardar sus mandatos, haciendo duelo ante el Señor del universo? Al contrario, los orgullosos son los afortunados; prosperan los malhechores, tientan a Dios y salen airosos”.

Los hombres que temen al Señor se pusieron a comentar esto entre sí. El Señor atendió y escuchó, y se escribió un libro memorial, en su presencia, en favor de los hombres que temen al Señor. Ese día que estoy preparando, dice el Señor del universo, volverán a ser propiedad mía; me compadeceré de ellos como se compadece el hombre de su hijo que lo honra. Volveréis a ver la diferencia entre el justo y el malhechor, entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve.

He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz. Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra; saldréis y brincaréis como terneros que salen del establo. Pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo la planta de vuestros pies, el día en que yo actúe, dice el Señor del universo.

Recordad la ley de mi siervo Moisés, los mandatos y preceptos que le di en el Horeb para todo Israel. Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».

Responsorio: Malaquías 3, 1; Lucas 1, 76.

R. Mirad, yo envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. * Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.

V. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos. * Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et spes: Núms. 40. 45.

Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último.

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina, sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga el reino de Dios y que se establezca la salvación de todo el género humano. Por otra parte, todo el bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los deseos de la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sentar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.

Responsorio: Hechos Apóstoles 10, 36; 4, 12; 10, 42.

R. Dios envió su palabra, anunciando la paz que traería Jesucristo; * Él es el Señor de todos, y ningún otro puede salvar.

V. Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. * Él es el Señor de todos, y ningún otro puede salvar.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos preceda y acompañe, y nos sostenga continuamente en las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 29a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 29a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Ester 1, 1-3. 9-13. 15-16.19; 2, 5-10. 16-17.

Repudio de Vasti y elección de Ester.

Esto sucedió en tiempos de Asuero, que reinó sobre ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía. Tenía su trono en la ciudadela de Susa.

El año tercero de su reinado, el rey ofreció un banquete a todos los jefes y cortesanos, a los oficiales del ejército de Persia y Media, a los nobles y a los gobernadores de las provincias. También la reina Vasti ofreció un banquete a las mujeres en el palacio del rey Asuero.

El día séptimo, Asuero, con el corazón ya alegre por el vino, mandó a Mehumán, Bizetá, Jarboná, Bigtá, Abagtá, Zetar y Carcás, los siete eunucos destinados al servicio personal del rey, que llevaran ante su presencia a la reina Vasti, adornada con la corona real, para que la gente y los nobles pudieran admirar su hermosura, pues era realmente una mujer muy hermosa. Pero la reina Vasti se negó a obedecer la orden que le comunicaron los eunucos. El rey se encolerizó y se encendió su ira. Entonces decidió consultar a los expertos en leyes, pues era costumbre discutir con ellos los asuntos regios, y les preguntó:

«Según la ley, ¿qué medida se debe adoptar con la reina Vasti por haberse negado a obedecer la orden del rey Asuero que le comunicaron los eunucos?».

Respondió Memucán en presencia del rey y de los nobles:

«La reina Vasti ha cometido una falta, y no sólo contra el rey, sino también contra los gobernantes y súbditos de todas las provincias del rey Asuero. Si el rey lo tiene a bien, promulgue un decreto irrevocable que se incluya en la legislación de los persas y los medos: Vasti no volverá a presentarse ante el rey y el rey concederá el título de reina a otra mujer más digna que ella».

Había en la ciudadela de Susa un judío llamado Mardoqueo, hijo de Yaír, hijo de Semeí, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín. Había sido deportado desde Jerusalén con Jeconías, rey de Judá, en la deportación que hizo Nabucodonosor, rey de Babilonia. Mardoqueo había criado a Edisa, es decir, Ester, prima suya y huérfana de padre y madre. La joven era hermosa y muy atractiva. A la muerte de sus padres, Mardoqueo la había adoptado como hija.

Cuando se publicó el edicto real, muchas jóvenes fueron llevadas a la ciudadela de Susa y encomendadas a Hegeo. También Ester fue conducida al palacio real y encomendada a Hegeo, el encargado de las mujeres.

Como a Hegeo le gustó mucho la joven y le agradó, se apresuró a proporcionarle cosméticos y sustento, puso a su disposición siete doncellas, seleccionadas entre las de palacio y la instaló, junto con sus doncellas, en el mejor lugar del harén. Ester no había dicho a qué raza o pueblo pertenecía, pues Mardoqueo se lo había prohibido.

Fue presentada ante el rey Asuero en el palacio real el mes décimo, es decir, el mes de tébet, del año séptimo de su reinado. El rey la prefirió a las demás mujeres y la trató con especial cariño y bondad, hasta el punto de coronarla y nombrarla reina en lugar de Vasti.

Responsorio: Salmo 112, 5-8; Lucas 1, 51-52.

R. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? * Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes.

V. Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. * Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 8, 15. 17 – 9, 18.

Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración.

¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

Responsorio: Jeremías 29, 13. 12. 11.

R. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. * Me invocaréis, y yo os escucharé.

V. Yo tengo designios de paz y no de aflicción, para daros un porvenir y una esperanza. * Me invocaréis, y yo os escucharé.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 29a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Ester 3, 1-15.

Los judíos en peligro.

En aquellos días, el rey Asuero elevó de categoría a Amán, hijo de Hamdatá, agaguita: le otorgó un rango superior al de los demás dignatarios. Todos los servidores de palacio que estaban en la puerta del rey, por orden real, mostraban su respeto a Amán inclinándose y postrándose ante él. Mardoqueo, sin embargo, se negaba a inclinarse y postrarse. Los servidores de palacio le preguntaban:

«¿Por qué no obedeces la orden del rey?».

Día tras día le repetían la pregunta, pero Mardoqueo no se daba por enterado. Entonces lo denunciaron a Amán para ver si Mardoqueo se mantenía en su actitud, pues ya les había indicado que él era judío.

Cuando Amán comprobó que Mardoqueo no se arrodillaba ante él, montó en cólera. Como le dijeron a qué raza pertenecía Mardoqueo, no se contentó con castigarle a él, sino que se propuso exterminar, junto con él, a todos los judíos residentes en el reino de Asuero.

El año duodécimo del reinado de Asuero, el mes primero, que es el mes de nisán, se efectuó en presencia de Amán el sorteo denominado «pur» para determinar el mes y el día en que el pueblo judío debía ser aniquilado. La suerte cayó en el mes duodécimo, que es el mes de adar. Amán dijo al rey Asuero:

«Hay un pueblo, disperso entre las gentes de todas las provincias de tu reino, que se mantiene apartado. Tiene leyes particulares y no cumple los decretos del rey. El rey no debe tolerarlo. Si tu majestad estima oportuno decretar su destrucción, yo entregaré trescientos cincuenta mil kilos de plata con destino al tesoro real».

Entonces el rey se quitó de la mano el anillo del sello y, entregándoselo a Amán, hijo de Hamdatá, agaguita y enemigo de los judíos, le dijo:

«Quédate con el dinero; y con ese pueblo haz lo que quieras».

El día trece del mes primero fueron convocados los escribanos del rey para que redactaran, de acuerdo con las instrucciones de Amán, un documento destinado a los sátrapas del rey, a los gobernadores de cada una de las provincias y a los jefes de cada pueblo, a cada provincia en su escritura y a cada pueblo en su lengua. El documento, escrito en nombre del rey Asuero, llevaba el sello real. A todas las provincias del reino fueron enviados mensajeros con cartas en las que se ordenaba destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y viejos, niños y mujeres, y saquear sus bienes en un solo día, el trece del mes duodécimo, que es el mes de adar.

Una copia del edicto que debía ser promulgado en cada provincia fue divulgada entre los pueblos con el fin de que se preparasen para aquel día. Por orden del rey, los mensajeros partieron a toda prisa. El decreto fue promulgado en la ciudadela de Susa. Mientras el rey y Amán se dedicaban a beber, la ciudad estaba consternada.

Responsorio: Ester 13, 9; Salmo 43, 27; Ester 13, 17.

R. Señor mío, rey y dueño de todo, todo está bajo tu poder, y no hay quien se oponga a tu voluntad. * Redímenos por tu misericordia.

V. Escucha nuestra súplica, cambia nuestro duelo en fiesta. * Redímenos por tu misericordia.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 9, 18 – 10, 20.

Debemos, en ciertos momentos, amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal.

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta, y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

Responsorio: Salmo 87, 2-3; Isaías 26, 8.

R. Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; * Llegue hasta ti mi súplica.

V. Ansío tu nombre y tu recuerdo. * Llegue hasta ti mi súplica.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 29a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Ester 4, 1-17.

Amán intenta la ruina de todos los judíos.

Cuando Mardoqueo tuvo noticia de lo que pasaba, rasgó sus vestiduras, se vistió de saco, se cubrió de ceniza y recorrió la ciudad gimiendo amargamente y clamaba a voz en cuello:

«Quieren eliminar a un pueblo que no ha faltado en nada».

Se detuvo ante la puerta del palacio real, pues nadie podía cruzarla vestido de saco.

En todas las provincias, cuando fue conocido el decreto real, hubo gran duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos. Muchos de ellos se acostaron sobre saco y ceniza.

Las esclavas y los eunucos de Ester fueron a decírselo. Ella quedó consternada y envió ropa a Mardoqueo para que abandonara el saco y se vistiera; pero él no quiso.

Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos reales que estaban a su servicio, y le ordenó que preguntase a Mardoqueo cuál era la razón de semejante proceder. Hatac encontró a Mardoqueo en la plaza situada frente a la puerta de palacio y Mardoqueo le contó lo que le había sucedido y cómo Amán había prometido entregar al tesoro real una suma de dinero por la destrucción de los judíos. Le dio una copia del decreto de exterminio promulgado en Susa, para que se lo mostrara a Ester y la pusiera al tanto de la situación, con el ruego de que ella se presentara ante el rey para pedir clemencia en favor de su pueblo y le dijera:

«Recuerda cuando eras pequeña: cómo te alimentaba con mi mano. Ya que Amán, el segundo en el reino, ha pedido nuestra muerte, invoca tú al Señor, habla al rey en favor nuestro y líbranos de la muerte».

Hatac comunicó a Ester la respuesta de Mardoqueo, y ella lo envió de nuevo con este mensaje:

«Todos los cortesanos del rey y la gente de las provincias saben que, por decreto real, cualquier persona, hombre o mujer, que se presente ante el rey en el patio interior sin haber sido llamada merece la muerte, a menos que el rey, extendiendo su cetro de oro hacia ella, le perdone la vida. Y hace ya treinta días que el rey no me llama a su presencia».

Cuando Mardoqueo recibió el mensaje de Ester, pidió que le dijeran:

«No pienses que, por estar en el palacio real, vas a ser la única que se salve entre todos los judíos. Si ahora te obstinas en callar, el auxilio y la liberación vendrán a los judíos de otra parte, mientras que tú y tu familia pereceréis. Incluso es muy posible que hayas llegado a ser reina para una ocasión como ésta».

Ester mandó que respondieran a Mardoqueo:

«Reúne a todos los judíos que habitan en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis doncellas ayunaremos. Después, aunque la ley lo prohíbe, me presentaré ante el rey. Y, si he de morir, moriré».

Mardoqueo se fue y cumplió lo que Ester le había indicado.

Responsorio: Cf. Ester 14, 14; Tobías 3, 13; Judit 6, 15.

R. Nunca tuve esperanza en otro alguno, más que en ti, Dios de Israel; * Porque estás airado y te compadeces, y perdonas todos los pecados de los que están en tribulación.

V. Señor Dios, creador de cielo y tierra, mira nuestra humillación. * Porque estás airado y te compadeces, y perdonas todos los pecados de los que están en tribulación.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 11, 21 – 12, 22.

Sobre la oración dominical.

A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.

Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.

Y, cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.

Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades.

Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente. Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.

Responsorio: 2o Macabeos 1, 5. 3.

R. Que escuche el Señor vuestras oraciones, se reconcilie con vosotros * Y no os abandone en la desgracia, el Señor, vuestro Dios.

V. Que os dé a todos el deseo de adorarlo y de hacer su voluntad. * Y no os abandone en la desgracia, el Señor, vuestro Dios.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 29a semana.

V. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Ester 4, 17k-17z.

Oración de la reina Ester.

En aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. Despojándose de sus vestiduras lujosas, se puso ropas de angustia y aflicción; y, en lugar de sus refinados perfumes, cubrió su cabeza de polvo y basura. Humilló extremadamente su cuerpo con ayunos, cubrió totalmente su aspecto alegre con sus cabellos desordenados y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo:

«Señor mío, rey nuestro, tú eres el único. Defiéndeme que estoy sola y no tengo más defensor que tú, porque yo misma me he puesto en peligro.

Desde mi nacimiento yo oí en mi tribu y en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones y a nuestros padres entre todos sus antepasados para que fueran por siempre tu heredad. Realizaste en favor suyo todo lo que prometiste.

En cambio nosotros hemos pecado ante ti y nos has entregado en manos de nuestros enemigos por haber adorado a sus dioses. Eres justo, Señor.

Pero ahora no se contentan con la amargura de nuestra esclavitud, sino que han pactado con sus ídolos para derogar tu decreto, hacer desaparecer tu heredad, cerrar la boca de los que te alaban y apagar la gloria de tu casa y de tu altar; para abrir la boca de los gentiles al elogio de sus dioses vacíos y para que admiren por siempre a un rey de carne.

No entregues, Señor, tu cetro a los que no son nada, que no se rían de nuestra caída. Al contrario, vuelve sus planes contra ellos y escarmienta al que empezó a atacarnos. Acuérdate, Señor; manifiéstate en el tiempo de nuestra tribulación y dame valor, rey de los dioses y dueño de todo poder. Pon en mi boca la palabra oportuna cuando esté ante el león y cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca y termine con él y con los que piensan como él.

Pero a nosotros sálvanos con tu mano y defiéndeme a mí, que estoy sola, y no tengo a nadie fuera de ti, Señor. Tú conoces todo y sabes que he aborrecido la gloria de los impíos y detesto el lecho de los incircuncisos y de cualquier extranjero.

Tú sabes mi pena, porque detesto el signo de mi dignidad que llevo sobre mi cabeza cuando aparezco en público; lo detesto como trapo de menstruación y no lo llevo en privado. Tu sierva no ha comido en la mesa de Amán y no ha apreciado el banquete del rey, ni ha bebido vino de libaciones; y, desde el día de mi coronación hasta hoy, tu sierva no ha encontrado gozo sino en ti, Señor, Dios de Abrahán.

¡Oh Dios, que todo lo dominas!, atiende a la voz de los que pierden la esperanza y líbranos de la mano de los malvados. Y líbrame de mi temor».

Responsorio: Cf. Ester 4, 12. 13. 9; cf. Job 24, 23.

R. Dame valor, Rey de los dioses y Señor de toda autoridad; * Pon en mis labios palabras rectas y oportunas.

V. Señor, danos oportunidad de arrepentirnos y no cierres las bocas que te alaban. * Pon en mis labios palabras rectas y oportunas.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 12, 22 – 13, 24.

Nada hallarás que no se encuentre en esta oración dominical.

Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?

Y, si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y, aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualidades que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Al citar estas tres propiedades, se habla de la conciencia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor.

Responsorio: Salmo 101, 2. cf. 18; 129, 2.

R. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti. * Porque no desprecias, oh Dios, las peticiones de los indefensos.

V. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. * Porque no desprecias, oh Dios, las peticiones de los indefensos.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 29a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Ester 5, 1-5; 7, 1-10.

El rey y Amán asisten al convite de Ester. Ejecución de Amán.

Al tercer día, Ester se puso los vestidos de reina y fue hasta el patio interior de palacio, que daba al salón del trono. Cuando el rey, que estaba sentado en el trono real, mirando hacia la entrada, vio a la reina Ester de pie en el patio, quedó embelesado y extendió hacia ella el cetro de oro que tenía en la mano. Ester se acercó y tocó el extremo del cetro. Entonces el rey le preguntó:

«¿Qué sucede, reina Ester? ¿Qué deseas? Aunque sea la mitad de mi reino, te lo concederé».

Ester dijo:

«Si place al rey, venga hoy con Amán al banquete que le he preparado».

El rey ordenó:

«Avisad inmediatamente a Amán, para que se cumpla lo que Ester desea».

El rey y Amán acudieron al banquete de la reina Ester. Aquel segundo día, el rey dijo de nuevo a la reina durante el banquete:

«Te daré lo que me pidas, reina Ester. Aunque sea la mitad de mi reino, te será concedido».

La reina Ester respondió:

«Majestad, si he hallado gracia a tus ojos y te place, mi deseo y petición es que salves mi vida y la vida de mi pueblo, pues yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser destruidos, muertos y aniquilados. Si nos hubieran vendido como esclavos y esclavas, me habría callado, ya que tal desgracia no habría perjudicado los intereses del rey».

El rey Asuero preguntó a la reina Ester:

«¿Quién es y dónde está el que pretende hacer semejante cosa?».

Ester respondió:

«El perseguidor y enemigo es ese malvado, Amán».

Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina. Entonces el rey, enfurecido, se levantó del banquete y salió al jardín de palacio, mientras que Amán, entendiendo que el rey había decidido su perdición, permaneció en la sala para suplicar por su vida a la reina Ester. Cuando el rey regresó del jardín a la sala del banquete, Amán estaba reclinado sobre el diván donde se recostaba Ester. Al verlo, el rey exclamó:

«¡Y se atreve a violentar a la reina en mi propio palacio!».

Bastó que el rey pronunciara esas palabras para que cubriesen el rostro de Amán. Jarboná, uno de los eunucos destinados al servicio personal del rey, dijo:

«En casa de Amán hay una horca de unos veinticinco metros de altura que él mismo ha mandado preparar para Mardoqueo, el que salvó al rey con su denuncia».

El rey ordenó:

«¡Ahorcadlo allí!».

Y colgaron a Amán en la horca que él había preparado para Mardoqueo. Con lo cual se aplacó la ira del rey.

Responsorio: Cf. Ester 10, 9; Isaías 48, 20.

R. Israel clamó a Dios, y el Señor salvó a su pueblo; * Lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.

V. Anunciad con gritos de júbilo: «El Señor ha redimido a su siervo Jacob». * Lo liberó de todos los males y obró grandes señales entre los demás pueblos.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 14, 25-26.

No sabemos pedir lo que nos conviene.

Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el por qué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Responsorio: Mateo 7, 7. 8; Salmo 144, 18.

R. Pedid, y se os dará; * Porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

V. Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente. * Porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 29a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Baruc 1, 14 – 2, 5; 3, 1-8.

Oración del pueblo penitente.

«Leed el documento que os enviamos y proclamadlo en el templo del Señor el día de la fiesta y en las fechas que creáis oportunas».

El texto dice así:

«Confesamos que el Señor nuestro Dios es justo. Nosotros, en cambio, sentimos en este día la vergüenza de la culpa. Nosotros, hombres de Judá, vecinos de Jerusalén, nuestros reyes y gobernantes, nuestros sacerdotes y profetas, lo mismo que nuestros antepasados, hemos pecado contra el Señor desoyendo sus palabras. Hemos desobedecido al Señor nuestro Dios, pues no cumplimos los mandatos que él nos había propuesto.

Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy, no hemos hecho caso al Señor nuestro Dios y nos hemos negado a obedecerlo. Por eso nos han sucedido ahora estas desgracias y nos ha alcanzado la maldición con la que el Señor conminó a Moisés cuando sacó a nuestros padres de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel. No obedecimos al Señor cuando nos hablaba por medio de sus enviados los profetas; todos seguimos nuestros malos deseos sirviendo a otros dioses y haciendo lo que reprueba el Señor nuestro Dios.

Por eso, el Señor ha cumplido las amenazas que pronunció contra nuestros gobernantes, reyes y príncipes, y contra la gente de Israel y de Judá. Jamás sucedió bajo el cielo lo que sucedió en Jerusalén —de acuerdo con lo escrito en la ley de Moisés—: que llegaríamos a comernos la carne de nuestros propios hijos e hijas. El Señor sometió su pueblo a todos los reinos vecinos y dejó desolado su territorio; así los convirtió en objeto de burla y escarnio en todos los pueblos circundantes por donde los dispersó. Fueron vasallos y no señores, porque habíamos pecado contra el Señor, nuestro Dios, desoyendo su voz.

Señor todopoderoso, Dios de Israel, un alma afligida y un espíritu abatido claman a ti. Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre, nosotros morimos para siempre. Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha las súplicas de los israelitas que ya murieron y las súplicas de los hijos de los que pecaron contra ti: ellos desobedecieron al Señor, su Dios, y a nosotros nos persiguen las desgracias.

No te acuerdes de los delitos de nuestros padres; acuérdate hoy de tu poder y de tu renombre. Porque tú eres el Señor, Dios nuestro, y nosotros te alabaremos, Señor. Nos infundiste tu temor para que invocásemos tu nombre y te alabásemos en el destierro, y para que decidiéramos apartarnos de los pecados con que te ofendieron nuestros padres. Y ahora aquí estamos, en este destierro donde nos dispersaste, convertidos en objeto de burla y maldición, para que paguemos así los delitos de nuestros padres, que se alejaron del Señor, nuestro Dios».

Responsorio: Efesios 2, 4-5; cf. Baruc 2, 12.

R. Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, * Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.

V. Hemos pecado contra el Señor, Dios nuestro; hemos cometido crímenes y delitos contra todos sus mandamientos. * Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.

Segunda lectura:
San Agustín: Carta a Proba: Carta 130, 14, 27 – 15, 28.

El Espíritu intercede por nosotros.

Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquier otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene. Ésta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportunamente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee, y allí nada podrá desear que no sea conveniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración, mientras vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva, y su luz nos hará ver la luz; aquel día, en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero, como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz, hemos de pensar que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que nos conviene. Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia; docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios, que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede por los santos, es para significar que incita a los fieles a interceder, del mismo modo que también se dice: Se trata de una prueba del Señor, vuestro Dios, para ver si lo amáis, es decir, para que vosotros conozcáis si lo amáis. El Espíritu pues, incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con perseverancia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables.

Responsorio: Romanos 8, 26; Zacarías 12, 10.

R. No sabemos pedir lo que nos conviene, * Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

V. Aquel día, dice el Señor, derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. * Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 29a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Baruc 3, 9-15. 24 – 4, 4.

La salvación de Israel es obra de la sabiduría.

Escucha, Israel, mandatos de vida; presta oído y aprende prudencia. ¿Cuál es la razón, Israel, de que sigas en país enemigo, envejeciendo en tierra extranjera; de que te crean un ser contaminado, un muerto habitante del Abismo? ¡Abandonaste la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, habitarías en paz para siempre. Aprende dónde está la prudencia, dónde el valor y la inteligencia, dónde una larga vida, la luz de los ojos y la paz. ¿Quién encontró su lugar o tuvo acceso a sus tesoros?

¡Qué grande es, Israel, la morada de Dios; qué vastos sus dominios! Es grande y sin límites, sublime y sin medida. Allí nacieron los gigantes, famosos en la antigüedad, corpulentos y belicosos. Pero Dios no los eligió ni les mostró el camino del saber; murieron por falta de prudencia, perecieron por falta de reflexión. ¿Quién subió al cielo para cogerla, quién la bajó de las nubes? ¿Quién cruzó el mar para encontrarla y comprarla a precio de oro puro? Nadie conoce su camino ni puede rastrear sus sendas.

El que todo lo sabe la conoce, la ha examinado y la penetra; el que creó la tierra para siempre y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz y le obedece, la llama y acude temblorosa; a los astros que velan gozosos arriba en sus puestos de guardia, los llama, y responden: «Presentes», y brillan gozosos para su Creador. Éste es nuestro Dios, y no hay quien se le pueda comparar; rastreó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo, Jacob, se lo mostró a su amado, Israel. Después apareció en el mundo y vivió en medio de los hombres.

Es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la guarden vivirán; los que la abandonen morirán. Vuélvete, Jacob, a recibirla, camina al resplandor de su luz; no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero. ¡Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor!

Responsorio: Romanos 11, 33; Baruc 3, 32. 37.

R. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! * ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

V. El que todo lo sabe conoce la sabiduría, y se la enseñó a su amado, Israel. * ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!

Segunda lectura:
San Pedro Crisólogo: Sermón 117.

El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre.

El apóstol san Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen. Dice, en efecto, la Escritura: El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida.

Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en cambio, se configuró a sí mismo y fue su propio autor, pues no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos. Aquel primer Adán fue plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.

Y ¿qué más podemos añadir? Éste es aquel Adán que, cuando creó al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, también el primero, como él mismo afirma: Yo soy el primero y yo soy el último.

«Yo soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último, porque, ciertamente, no tengo fin. No es primero lo espiritual —dice—, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El espíritu no fue lo primero —dice—, primero vino la vida y después el espíritu». Antes, sin duda, es la tierra que el fruto, pero la tierra no es tan preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste, en cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón el profeta se gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto? Aquel que se afirma en otro lugar: A un fruto de tus entrañas lo pondré sobre tu trono. Y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.

Igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. ¿Cómo, pues, los que no nacieron con tal naturaleza celestial llegaron a ser de esta naturaleza y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición en que habían renacido? Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual fecunda con su luz el seno materno de la fuente virginal, para que aquellos a quienes el origen terreno de su raza da a luz en condición terrena y miserable vuelvan a nacer en condición celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador. Por tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador, realicemos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

Renacidos ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia, virtudes todas por las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros y ser semejante a nosotros.

Responsorio: Romanos 5, 18. 12.

R. Si el delito de uno trajo la condena a todos, * También la justicia de uno traerá la justificación y la vida.

V. Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte. * También la justicia de uno traerá la justificación y la vida.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 30a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 30a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Sabiduría 1, 1-15.

Alabanza de la sabiduría divina.

Amad la justicia, gobernantes de la tierra, pensad correctamente del Señor y buscadlo con sencillez de corazón. Porque se manifiesta a los que no le exigen pruebas y se revela a los que no desconfían de él. Los pensamientos retorcidos alejan de Dios y el poder, puesto a prueba, confunde a los necios. La sabiduría no entra en alma perversa, ni habita en cuerpo sometido al pecado.

Pues el espíritu educador y santo huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y es ahuyentado cuando llega la injusticia. La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al blasfemo: inspecciona las entrañas, vigila atentamente el corazón y cuanto dice la lengua. Pues el espíritu del Señor llena la tierra, todo lo abarca y conoce cada sonido.

Por eso quien habla inicuamente no tiene escapatoria, ni pasará de largo junto a él la justicia acusadora. Se examinarán los planes del impío, el rumor de sus palabras llegará hasta el Señor y quedarán probados sus delitos. Porque un oído celoso lo escucha todo y no se le escapa ni el más leve murmullo. Guardaos, pues, de murmuraciones inútiles y absteneos de la maledicencia, porque ni la frase más solapada cae en el vacío y la boca calumniadora da muerte al alma.

No os procuréis la muerte con vuestra vida extraviada, ni os acarreéis la perdición con las obras de vuestras manos. Porque Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal.

Responsorio: Proverbios 3, 13. 15. 17; Santiago 3, 17.

R. Dichoso el que encuentra sabiduría: es más valiosa que las perlas: * Sus caminos son deleitosos, y sus sendas son prósperas.

V. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras. * Sus caminos son deleitosos, y sus sendas son prósperas.

Segunda lectura:
San Clemente I, Papa: Carta a los Corintios 19, 2 – 20, 12.

Dios ha creado el mundo con orden y sabiduría y con sus dones lo enriquece.

No perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando cuán bueno se muestra él para con todas sus criaturas.

Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas que de él han recibido; el día y la noche van haciendo su camino, tal como él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin trasgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos, ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad donde Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos, que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también a las ordenaciones del Señor.

Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca; las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aun los más pequeños de los animales, uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

Así, en toda la creación, el Dueño y soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz y la concordia, pues él desea el bien de todas sus criaturas y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Cf. Judit 9, 17; 6, 15.

R. Señor, Dios del cielo y de la tierra, creador de las aguas, rey de toda la creación, * Escucha las plegarias de tus siervos.

V. Señor, rey de cielos y tierra, ten misericordia de nuestra humillación. * Escucha las plegarias de tus siervos.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 30a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Sabiduría 1, 16 – 2, 1a. 10-24.

Necios razonamientos de los impíos contra el justo.

Los impíos llaman a la muerte con gestos y palabras; se desviven por ella, creyéndola su amiga: han hecho un pacto con ella, pues merecen compartir su suerte.

Razonando equivocadamente se decían:

«Oprimamos al pobre inocente, no tengamos compasión de la viuda, ni respetemos las canas venerables del anciano. Sea nuestra fuerza la norma de la justicia, pues lo débil es evidente que de nada sirve. Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable. Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes. Nos considera moneda falsa y nos esquiva como a impuros. Proclama dichoso el destino de los justos, y presume de tener por padre a Dios.

Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo salvará».

Así discurren, pero se equivocan, pues los ciega su maldad. Desconocen los misterios de Dios, no esperan el premio de la santidad, ni creen en la recompensa de una vida intachable. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando.

Responsorio: Sabiduría 2, 1. 12. 13. 17. 18; Mateo 27, 43.

R. Se dijeron los impíos: Atropellemos al justo, que se opone a nuestras acciones y se da el nombre de hijo del Señor. * Veamos si sus palabras son verdaderas: si es hijo de Dios, lo librará de nuestras manos.

V. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era hijo de Dios? * Veamos si sus palabras son verdaderas: si es hijo de Dios, lo librará de nuestras manos.

Segunda lectura:
San Clemente I, papa: Carta a los Corintios 21, 1 – 22, 5; 23, 1-2.

No nos apartemos nunca de la voluntad de Dios.

Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros en motivo de condenación, por no tener una conducta digna de Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la Escritura: El Espíritu del Señor es lámpara que sondea lo íntimo de las entrañas.

Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que no a Dios.

Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.

Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar.

Todo esto nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y, en su entrañable condescendencia, reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la duplicidad de ánimo, y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.

Responsorio: Tobías 4, 19; 14, 8. 9.

R. Bendice al Señor en todo momento, y pídele que allane tus caminos * Y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

V. Sirve sinceramente al Señor y haz lo que le agrada, con todas tus fuerzas. * Y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 30a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Sabiduría 3, 1-19.

Los justos poseerán el reino.

La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. Los insensatos pensaban que habían muerto, y consideraban su tránsito como una desgracia, y su salida de entre nosotros, una ruina, pero ellos están en paz.

Aunque la gente pensaba que cumplían una pena, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes bienes, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como chispas en un rastrojo. Gobernarán naciones, someterán pueblos y el Señor reinará sobre ellos eternamente.

Los que confían en él comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos.

Los impíos, en cambio, serán castigados por sus pensamientos, pues despreciaron al justo y se apartaron del Señor. Desgraciado el que desdeña la sabiduría y la instrucción; vana es su esperanza, baldíos sus esfuerzos e inútiles sus obras. Sus mujeres son necias, depravados sus hijos y maldita su posteridad.

Dichosa la estéril intachable, cuyo lecho no conoció la infidelidad: obtendrá su fruto el día del juicio. Dichoso también el eunuco en cuyas manos no hay pecado, ni tuvo malos pensamientos contra el Señor: por su fidelidad recibirá un favor especial y una herencia envidiable en el templo del Señor. Porque el fruto del buen trabajo es glorioso y la raíz de la prudencia es imperecedera.

En cambio, los hijos de los adúlteros no llegarán a la madurez, y la prole nacida de unión ilegítima desaparecerá. Aunque vivan largos años, nadie los tendrá en cuenta, y al final su vejez será deshonrosa. Si mueren pronto, no tendrán esperanza, ni consuelo en el día del juicio, pues la raza de los malvados acaba mal.

Responsorio: Sabiduría 3, 6. 7. 9.

R. El Señor probó a sus elegidos como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto; a la hora de la cuenta resplandecerán, * Porque se apiada de ellos y mira por sus elegidos.

V. Los que confían en él comprenderán la verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado. * Porque se apiada de ellos y mira por sus elegidos.

Segunda lectura:
San Clemente I, papa: Carta a los Corintios 24, 1-5; 27, 1 – 29, 1.

Dios es fiel en sus promesas.

Consideremos, amadísimos hermanos, cómo Dios no cesa de alentarnos con la esperanza de una futura resurrección, de la que nos ha dado ya las primicias al resucitar de entre los muertos al Señor Jesucristo. Estemos atentos, amados hermanos, al mismo proceso natural de la resurrección que contemplamos todos los días: el día y la noche ponen ya ante nuestros ojos como una imagen de la resurrección: la noche se duerme, el día se levanta; el día termina, la noche lo sigue. Pensemos también en nuestras cosechas: ¿Qué es la semilla y cómo la obtenemos? Sale el sembrador y arroja en tierra unos granos de simiente, y lo que cae en tierra, seco y desnudo, se descompone; pero luego, de su misma descomposición, el Dueño de todo, en su divina providencia, lo resucita, y de un solo grano saca muchos, y cada uno de ellos lleva su fruto.

Tengamos, pues, esta misma esperanza y unamos con ella nuestras almas a aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. Quien nos prohibió mentir ciertamente no mentirá, pues nada es imposible para Dios, fuera de la mentira. Reavivemos, pues, nuestra fe en él y creamos que todo está, de verdad, en sus manos.

Con una palabra suya creó el universo, y con una palabra lo podría también aniquilar. ¿Quién puede decirle: «Qué has hecho»? O ¿quién puede resistir la fuerza de su brazo? Él lo hace todo cuando quiere y como quiere, y nada dejará de cumplirse de cuanto él ha decretado. Todo está presente ante él, y nada se opone a su querer, pues el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra; sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón.

Siendo, pues, así que todo está presente ante él y que él todo lo contempla, tengamos temor de ofenderlo y apartémonos de todo deseo impuro de malas acciones, a fin de que su misericordia nos defienda en el día del juicio. Porque ¿quién de nosotros podría huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo podría acoger a un desertor de Dios? Dice, en efecto, en cierto lugar, la Escritura: ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. ¿En qué lugar, pues, podría alguien refugiarse para escapar de aquel que lo envuelve todo?

Acerquémonos, por tanto, al Señor con un alma santificada, levantando hacia él nuestras manos puras e incontaminadas; amemos con todas nuestras fuerzas al que es nuestro Padre, amante y misericordioso, y que ha hecho de nosotros su pueblo de elección.

Responsorio: Ester 13, 9; Salmo 43, 27; Ester 13, 10.

R. Señor, rey y dueño de todo, todo está bajo tu poder, y no hay quien se oponga a tu voluntad. * Redímenos por tu misericordia.

V. Tú creaste el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo el cielo. * Redímenos por tu misericordia.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 30a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Sabiduría 6, 1-25.

Hay que amar la sabiduría.

Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor y la soberanía del Altísimo. Él examinará vuestras acciones y sondeará vuestras intenciones. Porque, siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni actuasteis según la voluntad de Dios.

Terrible y repentino caerá sobre vosotros, porque un juicio implacable espera a los grandes. Al más pequeño se le perdona por piedad, pero los poderosos serán examinados con rigor. El Dios de todo no teme a nadie, ni lo intimida la grandeza, pues él hizo al pequeño y al grande y de todos cuida por igual, pero a los poderosos les espera un control riguroso.

A vosotros, soberanos, dirijo mis palabras, para que aprendáis sabiduría y no pequéis. Los que cumplen santamente las leyes divinas serán santificados, y los que se instruyen en ellas encontrarán en ellas su defensa. Así, pues, desead mis palabras; anheladlas y recibiréis instrucción.

Radiante e inmarcesible es la sabiduría, la ven con facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran. Se adelanta en manifestarse a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa, pues la encuentra sentada a su puerta.

Meditar sobre ella es prudencia consumada y el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones. Pues ella misma va de un lado a otro buscando a los que son dignos de ella; los aborda benigna por los caminos y les sale al encuentro en cada pensamiento.

Su verdadero comienzo es el deseo de instrucción, el afán de instrucción es amor, el amor es la observancia de sus leyes, el respeto de las leyes es garantía de inmortalidad y la inmortalidad acerca a Dios; por tanto, el deseo de la sabiduría conduce al reino. Así que, si queréis tronos y cetros, soberanos de las naciones, honrad a la sabiduría y reinaréis eternamente.

Os explicaré qué es la sabiduría y cuál su origen, sin ocultaros ningún secreto, sino que la rastrearé desde su origen, esclareciendo lo que se conoce de ella, sin pasar por alto la verdad. No haré camino con la envidia corrosiva, pues nada tiene que ver con la sabiduría.

Abundancia de sabios salva el mundo, y un rey sensato da bienestar al pueblo. Así pues, dejaos instruir por mis palabras y sacaréis provecho.

Responsorio: Sabiduría 7, 13. 14; 3, 11; 7, 28.

R. Aprendí la sabiduría sin malicia y la reparto sin envidia; * Porque es un tesoro inagotable para los hombres.

V. Desdichado el que desdeña la sabiduría y la instrucción, pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. * Porque es un tesoro inagotable para los hombres.

Segunda lectura:
San Clemente I, papa: Carta a los Corintios 30, 3-4; 34, 2 – 35, 5.

Sigamos la senda de la verdad.

Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras palabras. Porque está escrito: ¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?

Es necesario, por tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto poseemos nos lo ha dado Dios. Él, en efecto, ya nos ha prevenido, diciendo: Mirad, el Señor Dios llega, y viene con él su salario para pagar a cada uno su propio trabajo. De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la Escritura: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes y gritaban, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!».

Nosotros, pues, también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que están, ya desde ahora, al alcance de nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.

Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre con diligencia lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia.

Responsorio: Salmo 24, 4-5. 16.

R. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; * Porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

V. Mírame y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. * Porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 30a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Sabiduría 7, 15-29.

La sabiduría es imagen de Dios.

Que Dios me conceda hablar con conocimiento y tener pensamientos dignos de sus dones, porque él es el mentor de la sabiduría y el adalid de los sabios. En sus manos estamos nosotros y nuestras palabras, toda prudencia y toda inteligencia práctica.

Él me concedió la verdadera ciencia de los seres, para conocer la estructura del cosmos y las propiedades de los elementos, el principio, el fin y el medio de los tiempos, la alternancia de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y el instinto de las fieras, el poder de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces. He llegado a conocerlo todo, lo oculto y lo manifiesto, porque la sabiduría, artífice de todo, me lo enseñó.

La sabiduría posee un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo, incoercible, benéfico, amigo de los hombres, firme, seguro, sin inquietudes, que todo lo puede, todo lo observa, y penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles.

La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento y en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo. Es efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente; por eso, nada manchado la alcanza. Es irradiación de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad.

Aun siendo una sola, todo lo puede; sin salir de sí misma, todo lo renueva y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas. Pues Dios sólo ama a quien convive con la sabiduría. Ella es más bella que el sol y supera a todas las constelaciones. Comparada con la luz del día, sale vencedora, porque la luz deja paso a la noche, mientras que a la sabiduría no la domina el mal.

Responsorio: Colosenses 1, 15-16; Sabiduría 7, 26.

R. Jesucristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; * Porque por medio de él fueron creadas todas las cosas.

V. Es reflejo de la luz eterna, imagen de la bondad de Dios. * Porque por medio de él fueron creadas todas las cosas.

Segunda lectura:
San Atanasio: Sermones contra los arrianos: Sermón 2, 78. 79.

Las obras de la creación, reflejo de la Sabiduría eterna.

En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las criaturas como una imagen de su propio ser, exclama: El Señor me estableció al comienzo de sus obras. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus criaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: El que os recibe a vosotros me recibe a mí, pues, aunque él no forma parte de la creación, sin embargo, en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras.

Por esta razón precisamente, la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles son visibles para la mente que penetra en sus obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es criatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las criaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué arguye san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y, si no existe ninguna sabiduría en las criaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio es cauto y se aparta del mal y con sabiduría se construye una casa.

Y dice también el Eclesiastés: La sabiduría serena el rostro del hombre; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: No preguntes: «¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora?». Eso no lo pregunta un sabio.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sira: La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad se la regaló a los que lo temen; pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: El Señor me estableció al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos.

Responsorio: Sabiduría 7, 22. 23; 1a Corintios 2, 10.

R. La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, penetrante, bondadoso, incoercible, * Todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus.

V. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. * Todopoderoso, todovigilante, que penetra todos los espíritus.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 30a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Sabiduría 8, 1-21b.

La sabiduría debe pedirse a Dios.

La sabiduría se despliega con vigor de un confín a otro y todo lo gobierna con acierto. La amé y la busqué desde mi juventud y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su intimidad con Dios realza su nobleza, pues el Señor de todas las cosas la ama. Está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige entre sus obras.

Si la riqueza es un bien deseable en la vida, ¿hay mayor riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo? Y si la inteligencia es quien lo realiza, ¿quién sino la sabiduría es artífice de cuanto existe? Si alguien ama la justicia, las virtudes son fruto de sus afanes, pues ella enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza: para los hombres no hay nada en la vida más útil que esto. Y si alguien desea una gran experiencia, ella conoce el pasado y adivina el futuro, conoce los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas, prevé de antemano signos y prodigios y el desenlace de momentos y tiempos.

Así pues, decidí hacerla compañera de mi vida, sabiendo que sería mi consejera en la dicha y mi consuelo en las preocupaciones y la tristeza:

«Gracias a ella obtendré gloria entre la gente y honor entre los ancianos, aunque sea joven. En el juicio lucirá mi agudeza y seré la admiración de los poderosos. Si callo, esperarán a que hable, si tomo la palabra, me prestarán atención y si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca.

Gracias a ella alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. Gobernaré pueblos y someteré naciones, soberanos terribles se asustarán al oír hablar de mí; me mostraré bueno con el pueblo y valiente en la guerra. Al volver a mi casa descansaré junto a ella, pues su compañía no causa amargura y su intimidad no entristece, sino que alegra y regocija».

Pensaba en estas cosas y reflexionaba sobre ellas en mi corazón: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría, en su amistad se encuentra un noble deleite, hay riqueza inagotable en el trabajo de sus manos, prudencia en la asiduidad de su trato y prestigio en la conversación con ella. Así pensaba tratando de hacerla mía.

Era yo un muchacho de buen natural, me tocó en suerte un alma buena, o mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara. Pero, al comprender que no la alcanzaría, si Dios no me la daba —y ya era un signo de sensatez saber de quién procedía tal don—, acudí al Señor y le supliqué.

Responsorio: Sabiduría 7, 7-8a; Santiago 1, 5.

R. Supliqué, y se me concedió la prudencia; * Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y tronos.

V. En caso de que alguno de vosotros se vea falto de sabiduría, que la pida a Dios. Dios da generosamente y sin echar en cara, y él se la dará. * Invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y tronos.

Segunda lectura:
Balduino de Cantorbery: Tratado 6.

La palabra de Dios es viva y eficaz.

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo. Los que buscan a Cristo, palabra, fuerza y sabiduría de Dios, descubren por esta expresión de la Escritura toda la grandeza, fuerza y sabiduría de aquel que es la verdadera palabra de Dios y que existía ya antes del comienzo de los tiempos y, junto al Padre, participaba de su misma eternidad. Cuando llegó el tiempo oportuno, esta palabra fue revelada a los apóstoles, por ellos el mundo la conoció, y el pueblo de los creyentes la recibió con humildad. Esta palabra existe, por tanto, en el seno del Padre, en la predicación de quienes la proclaman y en el corazón de quienes la aceptan.

Esta palabra de Dios es viva, ya que el Padre le ha concedido poseer la vida en sí misma, como el mismo Padre posee la vida en sí mismo. Por lo cual, hay que decir que esta palabra no sólo es viva, sino que es la misma vida, como afirma el propio Señor, cuando dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Precisamente porque esta palabra es la vida, es también viva y vivificante; por esta razón, está escrito: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Es vivificante cuando llama a Lázaro del sepulcro, diciendo al que estaba muerto: Lázaro, ven afuera.

Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos, y su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz.

Es eficaz en la creación del mundo, eficaz en el gobierno del universo, eficaz en la redención de los hombres. ¿Qué otra cosa podríamos encontrar más eficaz y más poderosa que esta palabra? ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Esta palabra es eficaz cuando actúa y eficaz cuando es proclamada; jamás vuelve vacía, sino que siempre produce fruto cuando es enviada.

Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos.

Responsorio: Eclesiástico 1, 5. 16.

R. La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en el cielo, * Y sus canales son los mandamientos eternos.

V. La plenitud de la sabiduría es temer al Señor. * Y sus canales son los mandamientos eternos.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 30a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Sabiduría 11, 20b – 12, 2. 11b-19.

La misericordia y la paciencia de Dios.

Tú todo lo has dispuesto con peso, número y medida.

Tú siempre puedes desplegar tu gran poder. ¿Quién puede resistir la fuerza de tu brazo? Porque el mundo entero es ante ti como un gramo en la balanza, como gota de rocío mañanero sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas.

Por eso corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor. Si les indultaste los pecados, no fue por miedo a nadie. Pues, ¿quién puede decirte: «¿Qué has hecho?», o ¿quién se opondrá a tu sentencia?, ¿quién te citará a juicio por haber destruido las naciones que tú has creado?, o ¿quién se alzará contra ti para vengar a los injustos?

Pues fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que no juzgas injustamente; ni rey ni soberano que pueda desafiarte defendiendo a los que tú has castigado.

Siendo justo, todo lo gobiernas con justicia y consideras incompatible con tu poder condenar a quien no merece ser castigado. Porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos. Despliegas tu fuerza ante el que no cree en tu poder perfecto y confundes la osadía de los que lo conocen. Pero tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia, porque haces uso de tu poder cuando quieres.

Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores.

Responsorio: Cf. Sabiduría 11, 24. 25. 27; Eclesiástico 36, 1.

R. Señor, te compadeces de todos y no odias nada de lo que has hecho; cierras los ojos a los pecados de los hombres y los perdonas; * Porque tú eres nuestro Dios y Señor.

V. Sálvanos, Dios del universo, míranos y muéstranos la luz de tu misericordia. * Porque tú eres nuestro Dios y Señor.

Segunda lectura:
Santa Catalina de Siena: Diálogo sobre la divina providencia: Cap. 134.

Cuán bueno y cuán suave es, Señor,
tu Espíritu para con todos nosotros.

El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta manera:

«¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo. Pero yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él.

Y así, cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura y me complací en crearlo a mi imagen y semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno.

Lo enriquecí también al darle inteligencia, para que, en la sabiduría de mi Hijo, comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en fuego intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien. Di también al hombre la voluntad, para que pudiera amar, y así tuviera parte en aquel amor que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que con su inteligencia conoce y contempla.

Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el hombre, para que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar así al gozo inefable de mi contemplación eterna. Pero, como ya te he dicho otras muchas veces, el cielo estaba cerrado a causa de la desobediencia de vuestro primer padre, Adán; por esta desobediencia, vinieron y siguen viniendo al mundo todos los males.

Pues bien, para alejar del hombre la muerte causada por su desobediencia, yo, con gran amor, vine en vuestra ayuda, entregándoos con gran providencia a mi Hijo unigénito, para socorrer, por medio de él, vuestra necesidad. Y a él le exigí una gran obediencia, para que así el género humano se viera libre de aquel veneno con el cual fue infectado el mundo a causa de la desobediencia de vuestro primer padre. Por eso, mi Hijo unigénito, enamorado de mi voluntad, quiso ser verdadera y totalmente obediente y se entregó, con toda prontitud, a la muerte afrentosa de la cruz, y, con esta santísima muerte, os dio a vosotros la vida, no con la fuerza de su naturaleza humana, sino con el poder de su divinidad».

Responsorio: Salmo 16, 8. 7.

R. Guárdanos, Señor, como a las niñas de tus ojos, * A la sombra de tus alas escóndenos.

V. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas a quien se refugia a tu derecha. * A la sombra de tus alas escóndenos.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 31a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 31a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: 1o Macabeos 1, 1-24.

Victoria y soberbia de los griegos.

Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra enmudeció ante él, su corazón se llenó de soberbia y de orgullo; reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que le pagaron tributo.

Pero después cayó en cama y, cuando vio cercana la muerte, llamó a los generales más ilustres, educados con él desde la juventud, y les repartió el reino antes de morir. A los doce años de reinado, Alejandro murió, y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio; al morir Alejandro todos ciñeron la corona real; y después, durante muchos años, lo hicieron sus hijos, que multiplicaron las desgracias del mundo.

De ellos brotó un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.

Por entonces surgieron en Israel hijos apóstatas que convencieron a muchos:

«Vayamos y pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias».

Les gustó la propuesta y algunos del pueblo decidieron acudir al rey. El rey les autorizó a adoptar la legislación pagana; y entonces, acomodándose a las costumbres de los gentiles, construyeron en Jerusalén un gimnasio, disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se asociaron a los gentiles y se vendieron para hacer el mal.

Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos. Invadió Egipto con un poderoso ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota. Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas. Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país.

Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y contra Jerusalén con un poderoso ejército. Entró con arrogancia en el santuario, robó el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios, la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes y los incensarios de oro, la cortina y las coronas. Y arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo; se incautó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró, y se lo llevó todo a su tierra, después de verter muchas sangre y de proferir fanfarronadas increíbles.

Responsorio: 2o Macabeos 7, 33; Hebreos 12, 11.

R. Si Dios se ha enojado un momento para corregirnos y educarnos, * El Señor volverá a reconciliarse con sus siervos.

V. Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, pero después nos da como fruto una vida honrada. * El Señor volverá a reconciliarse con sus siervos.

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et spes, Núm. 78.

Naturaleza de la paz.

La paz no consiste en una mera ausencia de guerra ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias, ni nace del dominio despótico, sino que, con razón, se define como obra de la justicia. Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana y que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombres que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena.

En efecto, aunque fundamentalmente el bien común del género humano depende de la ley eterna, en sus exigencias concretas está, con todo, sometido a las continuas transformaciones ocasionadas por la evolución de los tiempos; la paz no es nunca algo adquirido de una vez para siempre, sino que es preciso irla construyendo y edificando cada día. Como además la voluntad humana es frágil y está herida por el pecado, el mantenimiento de la paz requiere que cada uno se esfuerce constantemente por dominar sus pasiones, y exige de la autoridad legítima una constante vigilancia.

Y todo esto es aún insuficiente. La paz de la que hablamos no puede obtenerse en este mundo, si no se garantiza el bien de cada una de las personas y si los hombres no saben comunicarse entre sí espontáneamente con confianza las riquezas de su espíritu y de su talento. La firme voluntad de respetar la dignidad de los otros hombres y pueblos y el solícito ejercicio de la fraternidad son algo absolutamente imprescindible para construir la verdadera paz. Por ello, puede decirse que la paz es también fruto del amor, que supera los límites de lo que exige la simple justicia.

La paz terrestre nace del amor al prójimo, y es como la imagen y el efecto de aquella paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el mismo Hijo encarnado, príncipe de la paz, ha reconciliado por su cruz a todos los hombres con Dios, reconstruyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo. Así ha dado muerte en su propia carne al odio y, después del triunfo de su resurrección, ha derramado su Espíritu de amor en el corazón de los hombres.

Por esta razón, todos los cristianos quedan vivamente invitados a que, realizando la verdad en el amor, se unan a aquellos hombres que, como auténticos constructores de la paz, se esfuerzan por instaurarla y rehacerla. Movidos por este mismo espíritu, no podemos menos de alabar a quienes, renunciando a toda intervención violenta en la defensa de sus derechos, recurren a aquellos medios de defensa que están incluso al alcance de los más débiles, con tal de que esto pueda hacerse sin lesionar los derechos y los deberes de otras personas o de la misma comunidad.

Responsorio: Cf. 1o Crónicas 29, 11-12; 2o Macabeos 1, 24.

R. Tuyo es el poder, tú eres rey y soberano de todo, Señor. * Danos la paz, Señor, en nuestros días.

V. Señor Dios, creador de todo, terrible y fuerte, justo y compasivo. * Danos la paz, Señor, en nuestros días.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 31a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: 1o Macabeos 1, 41-64.

La persecución de Antíoco.

En aquel tiempo, el rey decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su reino, obligando a cada uno a abandonar la legislación propia. Todas las naciones acataron la orden del rey e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

El rey despachó correos a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con órdenes escritas: tenían que adoptar la legislación extranjera, se prohibía ofrecer en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones, y guardar los sábados y las fiestas; se mandaba contaminar el santuario y a los fieles, construyendo aras, templos y capillas idolátricas, sacrificando cerdos y animales inmundos; tenían que dejar sin circuncidar a los niños y profanarse a sí mismos con toda clase de impurezas y abominaciones, de manera que olvidaran la ley y cambiaran todas las costumbres. El que no cumpliese la orden del rey sería condenado a muerte.

En estos términos escribió el rey a todos sus súbditos. Nombró inspectores para todo el pueblo, y mandó que en todas las ciudades de Judá, una tras otra, se ofreciesen sacrificios. Se les unió mucha gente del pueblo, todos ellos traidores a la ley, y cometieron tales tropelías en el país que los israelitas tuvieron que esconderse en cualquier refugio disponible.

El día quince de casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de los holocaustos la abominación de la desolación; y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno. Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas. Rasgaban y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; al que le descubrían en casa un libro de la Alianza, y a quien vivía de acuerdo con la ley, lo ajusticiaban según el decreto real. Como tenían el poder, todos los meses hacían lo mismo a los israelitas que se encontraban en las ciudades. El veinticinco de cada mes sacrificaban sobre el ara pagana que se hallaba encima del altar de los holocaustos. A las madres que circuncidaban a sus hijos, las mataban como ordenaba el edicto con las criaturas colgadas al cuello; y mataban también a sus familiares y a los que habían circuncidado a los niños.

Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la Alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

Responsorio: Cf. Daniel 9, 18; Hechos Apóstoles 4, 29.

R. Abre los ojos, Señor, y mira nuestra aflicción: las gentes nos rodean para castigarnos. * Tú, Señor, extiende tu brazo y líbranos.

V. Ahora, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra. * Tú, Señor, extiende tu brazo y líbranos.

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et spes, Núms. 82-83.

Necesidad de inculcar sentimientos que llevan a la paz.

Procuren los hombres no limitarse a confiar sólo en el esfuerzo de unos pocos, descuidando su propia actitud mental. Pues los gobernantes de los pueblos, como gerentes que son del bien común de su propia nación y promotores al mismo tiempo del bien universal, están enormemente influenciados por la opinión pública y por los sentimientos del propio ambiente. Nada podrían hacer en favor de la paz si los sentimientos de hostilidad, desprecio y desconfianza, y los odios raciales e ideologías obstinadas, dividieran y enfrentaran entre sí a los hombres. De ahí la urgentísima necesidad de una reeducación de las mentes y de una nueva orientación de la opinión pública.

Quienes se consagran a la educación de los hombres, sobre todo de los jóvenes, o tienen por misión educar la opinión pública consideren como su mayor deber el inculcar en todas las mentes sentimientos nuevos, que llevan a la paz. Es necesario que todos convirtamos nuestro corazón y abramos nuestros ojos al mundo entero, pensando en aquello que podríamos realizar en favor del progreso del género humano si todos nos uniéramos.

No deben engañarnos las falsas esperanzas. En efecto, mientras no desaparezcan las enemistades y los odios y no se concluyan pactos sólidos y leales para el futuro de una paz universal, la humanidad, amenazada ya hoy por graves peligros, a pesar de sus admirables progresos científicos, puede llegar a conocer una hora funesta en la que ya no podría experimentar otra paz que la paz horrenda de la muerte. La Iglesia de Cristo, que participa de las angustias de nuestro tiempo, mientras denuncia estos peligros no pierde con todo la esperanza; por ello, no deja de proponer al mundo actual, una y otra vez, con oportunidad o sin ella, aquel mensaje apostólico: Ahora es tiempo favorable, para que se opere un cambio en los corazones, ahora es día de salvación.

Para construir la paz es preciso que desaparezcan primero todas las causas de discordia entre los hombres, que son las que engendran las guerras; entre estas causas deben desaparecer principalmente las injusticias. No pocas de estas injusticias tienen su origen en las excesivas desigualdades económicas y también en la lentitud con que se aplican los remedios necesarios para corregirlas. Otras injusticias provienen de la ambición de dominio, del desprecio a las personas, y, si queremos buscar sus causas más profundas, las encontraremos en la envidia, la desconfianza, el orgullo y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar tantos desórdenes, de ahí se sigue que, aun cuando no se llegue a la guerra, el mundo se ve envuelto en contiendas y violencias.

Además, como estos mismos males se encuentran también en las relaciones entre las diversas naciones, se hace absolutamente imprescindible que, para superar o prevenir esas discordias y para acabar con las violencias, se busque, como mejor remedio, la cooperación y coordinación entre las instituciones internacionales, y se estimule sin cesar la creación de organismos que promuevan la paz.

Responsorio:
Cf. Eclesiástico 23, 2; Isaías 49, 8; 37, 35; Salmo 121, 7; 33, 15.

R. He puesto en tu corazón una doctrina de sabiduría, dice el Señor; * He escuchado tus ruegos de que proteja esta ciudad y de que haya paz en tus días.

V. Apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. * He escuchado tus ruegos de que proteja esta ciudad y de que haya paz en tus días.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 31a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: 1o Macabeos 2, 1. 15-28. 42-50. 65-70.

Rebelión y muerte de Matatías.

Por entonces surgió Matatías, hijo de Juan, hijo de Simón sacerdote de la familia de Joarib; aunque oriundo de Jerusalén, se había establecido en Modín.

Los funcionarios reales, encargados de imponer la apostasía, llegaron a Modín para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías y sus hijos se reunieron aparte. Los funcionarios del rey tomaron la palabra y dijeron a Matatías:

«Tú eres una persona ilustre, un hombre importante en esta ciudad, y estás respaldado por tus hijos y parientes. Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones; y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de Amigos del rey; os premiarán con oro y plata y muchos regalos».

Pero Matatías respondió en voz alta:

«Aunque todos los súbditos del rey le obedezcan apostatando de la religión de sus padres y aunque prefieran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la Alianza de nuestros padres. ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión ni a derecha ni a izquierda».

Nada más decirlo, un judío se adelantó a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modín, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatías se indignó, tembló de cólera y, en un arrebato de ira santa, corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. Y, acto seguido, mató al funcionario real que obligaba a sacrificar y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Pinjás a Zimrí, hijo de Salu. Luego empezó a decir a voz en grito por la ciudad:

«¡Todo el que sienta celo por la ley y quiera mantener la Alianza, que me siga!».

Y se echó al monte, con sus hijos, dejando en la ciudad todo cuanto tenía. Por entonces se les agregó el grupo de «los leales», israelitas valientes, todos entregados de corazón a la ley; se les sumaron también como refuerzos todos los que querían escapar de aquellas desgracias. Organizaron un ejército y descargaron su ira contra los pecadores y su cólera contra los apóstatas. Los que se libraron del ataque fueron a refugiarse entre los gentiles.

Matatías y sus partidarios organizaron una correría, derribaron las aras, circuncidaron por la fuerza a los niños no circuncidados que encontraban en territorio israelita y persiguieron a los insolentes; la campaña fue un éxito, de manera que rescataron la ley de manos de los gentiles y sus reyes, y mantuvieron a raya a los malvados.

Cuando le llegó la hora de morir, Matatías dijo a sus hijos:

«Hoy triunfan la insolencia y el descaro; son tiempos de subversión y de ira. Ahora, hijos míos, sed celosos de la ley y dad la vida por la Alianza de vuestros padres. Mirad, sé que vuestro hermano Simón es prudente; obedecedlo siempre, que él será vuestro padre. Y Judas Macabeo, aguerrido desde joven, será vuestro caudillo y dirigirá la guerra contra el extranjero. Vosotros ganaos a todos los que guardan la ley y vengad a vuestro pueblo; dad a los gentiles su merecido y cumplid cuidadosamente los preceptos de la ley».

Y, después de bendecirlos, fue a reunirse con sus antepasados. Murió el año ciento cuarenta y seis. Lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín, y todo Israel le hizo solemnes funerales.

Responsorio: 1o Macabeos 2, 51. 64.

R. Recordad las hazañas que hicieron nuestros padres en su tiempo. * Y conseguiréis gloria sin par y fama perpetua.

V. Hijos míos, sed valientes en defender la ley, que ella será vuestra gloria. * Y conseguiréis gloria sin par y fama perpetua.

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et spes, Núms. 88-90.

Papel de los cristianos en la construcción de la paz.

Los cristianos deben cooperar, con gusto y de corazón, en la edificación de un orden internacional en el que se respeten las legítimas libertades y se fomente una sincera fraternidad entre todos; y eso con tanta mayor razón cuanto más claramente se advierte que la mayor parte de la humanidad sufre todavía una extrema pobreza, hasta tal punto que puede decirse que Cristo mismo, en la persona de los pobres, eleva su voz para solicitar la caridad de sus discípulos.

Que se evite, pues, el escándalo de que, mientras ciertas naciones, cuya población es muchas veces en su mayoría cristiana, abundan en toda clase de bienes, otras, en cambio, se ven privadas de lo más indispensable y sufren a causa del hambre, de las enfermedades y de toda clase de miserias. El espíritu de pobreza y de caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo.

Hay que alabar y animar, por tanto, a aquellos cristianos, sobre todo a los jóvenes, que espontáneamente se ofrecen para ayudar a los demás hombres y naciones. Más aún, es deber de todo el pueblo de Dios, animado y guiado por la palabra y el ejemplo de sus obispos, aliviar, según las posibilidades de cada uno, las miserias de nuestro tiempo; y esto hay que hacerlo, como era costumbre en la antigua Iglesia, dando no solamente de los bienes superfluos, sino aun de los necesarios.

El modo de recoger y distribuir lo necesario para las diversas necesidades, sin que haya de ser rígida y uniformemente ordenado, llévese a cabo, sin embargo, con toda solicitud en cada una de las diócesis, naciones e incluso en el plano universal, uniendo, siempre que se crea conveniente, la colaboración de los católicos con la de los otros hermanos cristianos. En efecto, el espíritu de caridad, lejos de prohibir el ejercicio ordenado y previsor de la acción social y caritativa, más bien lo exige. De aquí que sea necesario que quienes pretenden dedicarse al servicio de las naciones en vía de desarrollo sean oportunamente formados en instituciones especializadas.

Por eso, la Iglesia debe estar siempre presente en la comunidad de las naciones para fomentar o despertar la cooperación entre los hombres; y eso tanto por medio de sus órganos oficiales como por la colaboración sincera y plena de cada uno de los cristianos, colaboración que debe inspirarse en el único deseo de servir a todos.

Este resultado se conseguirá mejor si los mismos fieles, en sus propios ambientes, conscientes de la propia responsabilidad humana y cristiana, se esfuerzan por despertar el deseo de una generosa cooperación con la comunidad internacional. Dése a esto una especial importancia en la formación de los jóvenes, tanto en su formación religiosa como civil.

Finalmente, es muy de desear que los católicos, para cumplir debidamente su deber en el seno de la comunidad internacional, se esfuercen por cooperar activa y positivamente con sus hermanos separados, que como ellos profesan la caridad evangélica, y con todos aquellos otros hombres que están sedientos de verdadera paz.

Responsorio: Cf. Habacuc 3, 3; Levítico 26, 1. 6. 9.

R. He aquí que vengo de Temán, * Yo, el Señor, vuestro Dios, que os traigo la paz.

V. Me volveré hacia vosotros y os haré crecer y multiplicaros, manteniendo mi pacto con vosotros. * Yo, el Señor, vuestro Dios, que os traigo la paz.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 31a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: 1o Macabeos 3, 1-26.

Judas Macabeo.

Sucedió a Matatías su hijo Judas, apodado Macabeo. Le apoyaban todos sus hermanos y todos los partidarios de su padre, que seguían luchando por Israel llenos de entusiasmo.

Judas dilató la fama de su pueblo; vistió la coraza como un gigante, ciñó sus armas y entabló combates, protegiendo sus campamentos con la espada. Fue un león con sus hazañas, un cachorro que ruge por la presa. Rastreó y persiguió a los apóstatas, quemó a los agitadores del pueblo. Por miedo a Judas, los apóstatas se acobardaron, los malhechores quedaron consternados; y por él se consiguió la liberación.

Hizo sufrir a muchos reyes, alegró a Jacob con sus hazañas, su recuerdo será siempre bendito. Recorrió las ciudades de Judá, exterminando de ella a los impíos; apartó de Israel la cólera divina. Su renombre llenó la tierra, porque reunió a los que estaban perdidos.

Apolonio reunió un ejército extranjero y un gran contingente de Samaría para luchar contra Israel. Cuando lo supo Judas, salió a hacerle frente, lo derrotó y lo mató. Muchos fueron los caídos, y los supervivientes huyeron. Al recoger los despojos, Judas se quedó con la espada de Apolonio y la usó siempre en la guerra. Cuando Serón, general en jefe del ejército sirio, se enteró de que Judas había reunido en torno a sí una tropa numerosa de hombres adictos en edad militar, se dijo:

«Voy a ganar fama y renombre en el reino, luchando contra Judas y los suyos, esos que despreciaron la orden del rey».

Se le sumó un poderoso ejército de gente impía, que subió con él para ayudarle a vengarse de los hijos de Israel. Cuando llegaba cerca de la cuesta de Bet Jorón, Judas le salió al encuentro con un puñado de hombres; pero al ver el ejército que venía de frente, dijeron a Judas:

«¿Cómo vamos a luchar contra esa multitud bien armada, siendo nosotros tan pocos? Y además estamos agotados, porque no hemos comido en todo el día».

Judas respondió:

«Es fácil que muchos caigan en manos de pocos, pues al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. El Señor los aplastará ante nosotros. No los temáis».

Nada más terminar de hablar, se lanzó contra ellos de repente. Derrotaron a Serón y su ejército, y lo persiguieron por la bajada de Bet Jorón hasta la llanura. Serón tuvo unas ochocientas bajas y los demás huyeron al territorio filisteo. Judas y sus hermanos empezaron a ser temidos y una ola de pánico cayó sobre las naciones vecinas. Su fama llegó a oídos del rey, porque las naciones comentaban las batallas de Judas.

Responsorio: 1o Macabeos 3, 20. 22. 19. 21. 22.

R. Vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad. No los temáis; * La victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo.

V. Nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. El Señor los aplastará ante nosotros. * La victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 5, Sobre la fe y el símbolo 10-11.

La fe realiza obras que superan las fuerzas humanas.

La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.

¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.

La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito: Uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar.

Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría decir a una montaña que viniera aquí, y vendría. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.

Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego y, plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes prometidos.

Procura, pues, llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas humanas.

Responsorio: Gálatas 2, 16; Romanos 3, 25.

R. Comprendimos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo.

V. A quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 31a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: 1o Macabeos 4, 36-59.

Purificación y dedicación del templo.

Judas y sus hermanos propusieron:

«Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo».

Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, la maleza crecida en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las dependencias derruidas, se rasgaron las vestiduras, hicieron gran duelo y se pusieron ceniza sobre sus cabezas. Cayeron rostro en tierra y, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo.

Judas dio orden a sus hombres de combatir a los de la acrópolis hasta terminar la purificación del santuario. Luego eligió sacerdotes irreprochables, observantes de la ley, que purificaron el santuario y arrojaron las piedras contaminadas a un lugar inmundo.

Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo para que no fuese motivo de oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Así que demolieron el altar y depositaron sus piedras en el monte del templo, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que resolviera el caso.

Tomaron luego piedras sin tallar, como prescribía la ley, y construyeron un altar nuevo igual que el anterior. Restauraron el santuario y el interior del edificio y consagraron los atrios. Renovaron los utensilios sagrados y metieron en el santuario el candelabro, el altar del incienso y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar y encendieron las lámparas del candelabro para que iluminaran el santuario. Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron las cortinas, dieron fin a la obra que habían emprendido.

El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno (es decir, casleu), todos madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos que habían reconstruido. Precisamente en el aniversario del día en que lo habían profanado los gentiles, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y timbales. Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al Cielo, que les había dado el triunfo.

Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos. Restauraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo celebró una gran fiesta, que invalidó la profanación de los gentiles.

Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos, durante ocho días a partir del veinticinco del mes de casleu.

Responsorio: 1o Macabeos 4, 57. 56. 58; 2o Macabeos 10, 38.

R. Decoraron la fachada del templo con coronas de oro y consagraron el altar al Señor; * El pueblo entero celebró una gran fiesta.

V. Bendecían con himnos de alabanza al Señor. * El pueblo entero celebró una gran fiesta.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 5, Sobre la fe y el símbolo 12-13.

Sobre el símbolo de la fe.

Al aprender y profesar la fe, adhiérete y conserva solamente la que ahora te entrega la Iglesia, la única que las santas Escrituras acreditan y defienden. Como sea que no todos pueden conocer las santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguna alma perezca por ignorancia, hemos resumido, en los pocos versículos del símbolo, el conjunto de los dogmas de la fe.

Procura, pues, que esta fe sea para ti como un viático que te sirva toda la vida y, de ahora en adelante, no admitas ninguna otra, aunque fuera yo mismo quien, cambiando de opinión, te dijera lo contrario, o aunque un ángel caído se presentara ante ti disfrazado de ángel de luz y te enseñara otras cosas para inducirte al error. Pues, si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado seamos nosotros mismos o un ángel del cielo, ¡sea maldito!

Esta fe que estáis oyendo con palabras sencillas retenedla ahora en la memoria y, en el momento oportuno, comprenderéis, por medio de las santas Escrituras, lo que significa exactamente cada una de sus afirmaciones. Porque tenéis que saber que el símbolo de la fe no lo han compuesto los hombres según su capricho, sino que las afirmaciones que en él se contienen han sido entresacadas del conjunto de las santas Escrituras y resumen toda la doctrina de la fe. Y, a la manera de la semilla de mostaza, que, a pesar de ser un grano tan pequeño, contiene ya en sí la magnitud de sus diversas ramas, así también las pocas palabras del símbolo de la fe resumen y contienen, como en una síntesis, todo lo que nos da a conocer el antiguo y el nuevo Testamento.

Velad, pues, hermanos, y conservad cuidadosamente la tradición que ahora recibís y grabadla en el interior de vuestro corazón.

Poned todo cuidado, no sea que el enemigo, encontrando a alguno de vosotros desprevenido y remiso, le robe este tesoro, o bien se presente algún hereje que, con sus errores, contamine la verdad que os hemos entregado. Recibir la fe es como poner en el banco el dinero que os hemos entregado; Dios os pedirá cuenta de este depósito. Os recomiendo —como dice el Apóstol—, en presencia de Dios, que da la vida al universo, y de Cristo Jesús, que dio testimonio ante Poncio Pilato con tan noble profesión, que guardéis sin mancha la fe que habéis recibido, hasta el día de la manifestación de Cristo Jesús.

Ahora se te hace entrega del tesoro de la vida, pero el Señor, el día de su manifestación, te pedirá cuenta de él, cuando aparezca como el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él la gloria, el honor y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Hebreos 10, 38-39; Habacuc 2, 4.

R. Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor. * Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

V. El injusto tiene el alma hinchada. * Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 31a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: 2o Macabeos 12, 32-46.

Sacrificio por los difuntos.

Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; se entabló el combate y los judíos tuvieron unas cuantas bajas.

Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara su aliado y dirigiera la batalla. En la lengua patria lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga.

Judas reorganizó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado y allí mismo celebraron el sábado. Al día siguiente, como ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos.

Todos vieron claramente que aquella era la razón de su muerte. Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias de los pecados de los que habían caído en la batalla.

Luego recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa. Por eso, encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.

Responsorio: Cf. 2o Macabeos 12, 45. 46.

R. A los que han muerto piadosamente * Les está reservado un magnífico premio.

V. Es una idea piadosa y santa rezar por los muertos, para que sean liberados del pecado. * Les está reservado un magnífico premio.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno. Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo, 23-24.

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos.

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección: así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! Él pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Cf. Salmo 102, 14-15; 85, 15.

R. Te rogamos, Señor, Dios nuestro, que recibas las almas de nuestros difuntos, por quienes derramaste tu sangre. * Acuérdate de que somos barro y de que el hombre es como la hierba o la flor del campo.

V. Señor misericordioso, clemente y compasivo. * Acuérdate de que somos barro y de que el hombre es como la hierba o la flor del campo.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 31a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: 1o Macabeos 9, 1-22.

Muerte de Judas en batalla.

En cuanto Demetrio supo que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y a Alcimo a la tierra de Judea con el ala derecha del ejército. Emprendieron la marcha por el camino de Galilea, acamparon junto a Mesalot de Arbela, ocuparon la ciudad y mataron a muchos.

El primer mes del año ciento cincuenta y dos, acamparon frente a Jerusalén, pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. Judas acampaba en Eleasa con tres mil soldados escogidos, y al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos del campamento desertaron y sólo quedaron ochocientos. Al ver Judas que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. Aunque desalentado, dijo a los que quedaban:

«¡Hala, subamos contra el enemigo! A lo mejor podemos derrotarlos».

Los suyos intentaban disuadirle:

«Es completamente imposible. Pero si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros y entonces combatiremos. Ahora somos pocos».

Judas repuso:

«¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama».

El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de trompeta. Los de Judas también tocaron las trompetas. El suelo retembló por el fragor de los ejércitos. Se entabló el combate al amanecer y duró hasta la tarde.

Judas vio que Báquides y los más fuertes del ejército estaban a la derecha. Se le juntaron los más animosos, destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Azara. Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se lanzaron en persecución de Judas y sus compañeros. El combate arreció y hubo muchas bajas por ambas partes. Judas cayó también y los demás huyeron.

Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. Todo Israel lo lloró y le hizo solemnes funerales, entonando durante muchos días esta elegía:

«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!».

No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos.

Responsorio: Cf. 1o Macabeos 4, 8. 9. 10. 9.

R. No temáis el empuje de los enemigos. Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados. * Gritemos al cielo para que nos favorezca nuestro Dios.

V. Recordad las maravillas que hizo con el Faraón y su ejército en el mar Rojo. * Gritemos al cielo para que nos favorezca nuestro Dios.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre el bien de la muerte 3, 9; 4, 15.

En toda ocasión, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús.

Dice el Apóstol: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Existe, pues, en esta vida una muerte que es buena; por ello se nos exhorta a que en toda ocasión y por todas partes, llevemos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Que la muerte vaya, pues, actuando en nosotros, para que también se manifieste en nosotros la vida, es decir, para que obtengamos aquella vida buena que sigue a la muerte, vida dichosa después de la victoria, vida feliz, terminado el combate, vida en la que la ley de la carne no se opone ya a la ley del espíritu, vida, finalmente, en la que ya no es necesario luchar contra el cuerpo mortal, porque el mismo cuerpo mortal ha alcanzado ya la victoria.

Yo mismo no sabría decir si la grandeza de esta muerte es mayor incluso que la misma vida. Pues me hace dudar la autoridad del Apóstol que afirma: Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. En efecto, ¡cuántos pueblos no fueron engendrados a la vida por la muerte de uno solo! Por ello, enseña el Apóstol que los que viven en esta vida deben apetecer que la muerte feliz de Cristo brille en sus propios cuerpos y deshaga nuestra condición física para que nuestro hombre interior se renueve y, si se destruye este nuestro tabernáculo terreno, tenga lugar la edificación de una casa eterna en el cielo.

Imita, pues, la muerte del Señor quien se aparta de la vida según la carne y aleja de sí aquellas injusticias de las que el Señor dice por Isaías: Abre las prisiones injustas, haz saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, rompe todos los cepos.

El Señor, pues, quiso morir y penetrar en el reino de la muerte para destruir con ello toda culpa; pero, a fin de que la naturaleza humana no acabara nuevamente en la muerte, se nos dio la resurrección de los muertos: así, por la muerte, fue destruida la culpa y, por la resurrección, la naturaleza humana recobró la inmortalidad.

La muerte de Cristo es, pues, como la transformación del universo. Es necesario, por tanto, que también tú te vayas transformando sin cesar: debes pasar de la corrupción a la incorrupción, de la muerte a la vida, de la mortalidad a la inmortalidad, de la turbación a la paz. No te perturbe, pues, el oír el nombre de muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en realidad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes? Por eso, dice la Escritura: Que mi muerte sea la de los justos, es decir, sea yo sepultado como ellos, para que desaparezcan mis culpas y sea revestido de la santidad de los justos, es decir, de aquellos que llevan en su cuerpo y en su alma la muerte de Cristo.

Responsorio: 2a Timoteo 2, 11-12; Eclesiástico 1, 23.

R. Es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él. * Si perseveramos, reinaremos con él.

V. El hombre paciente aguanta hasta el momento justo, y al final su paga es la alegría. * Si perseveramos, reinaremos con él.

Oración:

Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 32a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 32a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: Daniel 1, 1-21.

Unos jóvenes israelitas se mantienen fieles en el palacio del rey de Babilonia.

El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó a Jerusalén y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín, rey de Judá, y todo el ajuar que quedaba en el templo. Nabucodonosor se los llevó a Senaar, al templo de su Dios, y el ajuar del templo lo metió en el depósito del templo de su dios.

El rey ordenó a Aspenaz, jefe de sus eunucos, seleccionar algunos hijos de Israel de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes, y aptos para servir en el palacio real; y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaba una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales entrarían al servicio del rey.

Entre ellos había unos judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El capitán de los eunucos les cambió los nombres, llamando a Daniel, Baltasar; a Ananías, Sidrac; a Misael, Misac, y a Azarías, Abdénago.

Daniel hizo el propósito de no contaminarse con los manjares, ni con el vino de la mesa real, y pidió al capitán de los eunucos que le dispensase de aquella contaminación. Dios concedió a Daniel encontrar gracia y misericordia en el capitán de los eunucos, y éste dijo a Daniel:

«Tengo miedo al rey mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; pues si os ve más flacos que vuestros compañeros, ponéis en peligro mi cabeza delante del rey».

Daniel dijo al encargado que el capitán de los eunucos había puesto para cuidarles a él, a Ananías, a Misael y a Azarías:

«Por favor, prueba diez días con tus siervos: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Después, que comparen en tu presencia nuestro aspecto y el de los jóvenes que comen de la mesa real, y trátanos según el resultado».

Él les aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Después de los diez días tenían mejor aspecto y estaban más robustos que cualquiera de los jóvenes que comían de la mesa real. Así que el encargado les retiró la ración de comida y de vino, y les dio legumbres.

Dios les concedió a los cuatro inteligencia, comprensión de cualquier escritura, y sabiduría. Daniel sabía, además, interpretar visiones y sueños.

Al cumplirse el plazo señalado para presentarlos al rey, el capitán de los eunucos los llevó a Nabucodonosor. Después de hablar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y quedaron a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, los encontró diez veces superiores al resto de los magos y adivinos de todo su reino. Daniel estuvo en palacio hasta el año primero del reinado de Ciro.

Responsorio: Cf. Daniel 1, 17. 20.

R. El Señor les concedió ciencia y sabiduría, confirmó en ellos el don de su espíritu. * Llenó sus corazones de entendimiento.

V. Toda clase de sabiduría y entendimiento que el rey requería de ellos, la encontraba. * Llenó sus corazones de entendimiento.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 1, 1 – 2, 7.

Cristo quiso salvar a los que estaban a punto de perecer.

Hermanos: Debemos mirar a Jesucristo como miramos a Dios, pensando que él es el juez de vivos y muertos; y no debemos estimar en poco nuestra salvación. Porque, si estimamos en poco a Cristo, poco será también lo que esperamos recibir. Aquellos que, al escuchar sus promesas, creen que se trata de dones mediocres pecan, y nosotros pecamos también si desconocemos de dónde fuimos llamados, quién nos llamó y a qué fin nos ha destinado y menospreciamos los sufrimientos que Cristo padeció por nosotros.

¿Con qué pagaremos al Señor o qué fruto le ofreceremos que sea digno de lo que él nos dio? ¿Cuántos son los dones y beneficios que le debemos? Él nos otorgó la luz, nos llama, como un padre, con el nombre de hijos y, cuando estábamos en trance de perecer, nos salvó. ¿Cómo, pues, podremos alabarlo dignamente o cómo le pagaremos todos sus beneficios? Nuestro espíritu estaba tan ciego que adorábamos las piedras y los leños, el oro y la plata, el bronce y todas las obras salidas de las manos de los hombres; nuestra vida entera no era otra cosa que una muerte. Envueltos, pues, y rodeados de oscuridad, nuestra vida estaba recubierta de tinieblas, y Cristo quiso que nuestros ojos se abrieran de nuevo, y así la nube que nos rodeaba se disipó.

Él se compadeció, en efecto, de nosotros y, con entrañas de misericordia, nos salvó, pues había visto nuestro extravío y nuestra perdición y cómo no podíamos esperar nada fuera de él que nos aportara la salvación. Nos llamó cuando nosotros no existíamos aún y quiso que pasáramos de la nada al ser.

Alégrate, la estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores: porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Al decir: Alégrate, la estéril, se refería a nosotros, pues estéril era nuestra Iglesia, antes de que le fueran dados sus hijos. Al decir: Rompe a cantar, la que no tenías dolores, se significan las plegarias que debemos elevar a Dios, sin desfallecer, como desfallecen las que están de parto. Lo que finalmente se añade: Porque la abandonada tendrá más hijos que la casada, se dijo para significar que nuestro pueblo parecía al principio estar abandonado del Señor, pero ahora, por nuestra fe, somos más numerosos que aquel pueblo que se creía posesor de Dios.

Otro pasaje de la Escritura dice también: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esto quiere decir que hay que salvar a los que se pierden. Porque lo grande y admirable no es el afianzar los edificios sólidos, sino los que amenazan ruina. De este modo, Cristo quiso ayudar a los que perecían y fue la salvación de muchos, pues vino a llamarnos cuando nosotros estábamos ya a punto de perecer.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 5, 9-10; Colosenses 1, 13.

R. Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros, * Para que vivamos con él.

V. Nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. * Para que vivamos con él.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 32a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: Daniel 2, 26-47.

Visión de la estatua y de la piedra. El reino eterno de Dios.

En aquellos días el rey preguntó a Daniel, cuyo nombre era Baltasar:

«¿De modo que eres capaz de contarme el sueño que he visto y de exponerme su interpretación?».

Dirigiéndose al rey, Daniel contestó:

«El secreto del que habla su majestad no lo pueden explicar al rey ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos, pero hay un Dios en el cielo que revela los secretos y que ha anunciado al rey Nabucodonosor lo que sucederá al final de los tiempos».

Éste es el sueño y las visiones de tu mente estando acostado:

«Tú, oh rey, mientras estabas en tu lecho, te pusiste a pensar en lo que iba a suceder más tarde, y el que revela los secretos te comunicó lo que va a suceder. En cuanto a mí, se me ha revelado este secreto, no porque tenga una sabiduría superior a la de todos los vivientes, sino para que exponga su interpretación al rey, de modo que puedas entender lo que tenías en la mente.

Tú, oh rey, estabas mirando y apareció una gran estatua. Era una estatua enorme y su brillo extraordinario resplandecía ante ti, y su aspecto era terrible. Aquella estatua tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies de hierro mezclado con barro. Mientras estabas mirando, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua, y los hizo pedazos. Se hicieron pedazos a la vez el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como tamo de una era en verano; el viento los arrebató y desaparecieron sin dejar rastro. Y la piedra que había deshecho la estatua creció hasta hacerse una montaña enorme que ocupaba toda la tierra».

Éste era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido: Tú, ¡oh rey, rey de reyes!, a quien el Dios del cielo ha entregado el reino y el poder, y el dominio y la gloria, y a quien ha dado todos los territorios habitados por hombres, bestias del campo y aves del cielo, para que reines sobre todos ellos, tú eres la cabeza de oro. Te sucederá otro reino menos poderoso; después, un tercer reino de bronce, que dominará a todo el orbe. Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro; como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.

Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido, aunque conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse uno con otro, lo mismo que no se puede fundir el hierro con el barro.

Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro pueblo, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre.

En cuanto a la piedra que viste desprenderse del monte sin intervención humana, y que destrozó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro, esto significa lo que el Dios poderoso ha revelado al rey acerca del tiempo futuro. El sueño tiene sentido y la interpretación es cierta».

Entonces el rey Nabucodonosor se postró rostro en tierra rindiendo homenaje a Daniel y mandó que le ofrecieran sacrificios y oblaciones.

El rey dijo a Daniel:

«Sin duda que vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de reyes; él revela los secretos, puesto que tú fuiste capaz de explicar este secreto».

Responsorio: Daniel 2, 44; cf. Lucas 20, 17. 18.

R. El Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, * Y el reino de Dios durará por siempre.

V. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular, y si ella cae sobre alguno lo hará trizas. * Y el reino de Dios durará por siempre.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 3, 1 – 4, 5; 7, 1-6.

Confesemos a Dios con nuestras obras.

Mirad cuán grande ha sido la misericordia del Señor para con nosotros: En primer lugar, no ha permitido que quienes teníamos la vida sacrificáramos ni adoráramos a dioses muertos, sino que quiso que, por Cristo, llegáramos al conocimiento del Padre de la verdad. ¿Qué significa conocerlo a él sino el no apostatar de aquel por quien lo hemos conocido? El mismo Cristo afirma: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre. Ésta será nuestra recompensa si nos ponemos de parte de aquel que nos salvó. ¿Y cómo nos pondremos de su parte? Haciendo lo que nos dice y no desobedeciendo nunca sus mandamientos; honrándolo no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Dice, en efecto, Isaías: Este pueblo me glorifica con los labios, mientras su corazón está lejos de mí.

No nos contentemos, pues, con llamarlo «Señor», pues esto solo no nos salvará. Está escrito, en efecto: No todo el que me dice «Señor, Señor» se salvará, sino el que practica la justicia. Por tanto, hermanos, confesémoslo con nuestras obras, amándonos los unos a los otros. No seamos adúlteros, no nos calumniemos ni nos envidiemos mutuamente, antes al contrario, seamos castos, compasivos, buenos; debemos también compadecernos de las desgracias de nuestros hermanos y no buscar desmesuradamente el dinero. Mediante el ejercicio de estas obras, confesaremos al Señor; en cambio, no lo confesaremos si practicamos lo contrario a ellas. No es a los hombres a quienes debemos temer, sino a Dios. Por eso, a los que se comportan mal les dijo el Señor: Aunque vosotros estuviereis reunidos conmigo, si no cumpliereis mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «No sé quienes sois. Alejaos de mí, malvados».

Por esto, hermanos míos, luchemos, pues sabemos que el combate ya ha comenzado y que muchos son llamados a los combates corruptibles, pero no todos son coronados, sino que el premio se reserva a quienes se han esforzado en combatir debidamente. Combatamos nosotros de tal forma que merezcamos todos ser coronados. Corramos por el camino recto, el combate incorruptible, y naveguemos y combatamos en él para que podamos ser coronados; y, si no pudiéramos todos ser coronados, procuremos acercarnos lo más posible a la corona. Recordemos, sin embargo, que, si uno lucha en los combates corruptibles y es sorprendido infringiendo las leyes de la lucha, recibe azotes y es expulsado fuera del estadio.

¿Qué os parece? ¿Cuál será el castigo de quien infringe las leyes del combate incorruptible? De los que no guardan el sello, es decir, el compromiso de su bautismo, dice la Escritura: Su gusano no muere, su fuego no se apaga y serán el horror de todos los vivientes.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 1, 9-10; 1a Juan 2, 28.

R. Os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos; * Él nos librará del castigo futuro.

V. Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida. * Él nos librará del castigo futuro.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 32a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: Daniel 3, 8-12. 19-24. 91-97 (24-30)

La estatua de oro del rey.
Los jóvenes librados del horno.

En aquel tiempo unos caldeos fueron a denunciar a los judíos. Dijeron al rey Nabucodonosor:

«¡Viva el rey eternamente! Su Majestad ha decretado que, cuando alguien escuche tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos, se postre adorando la estatua de oro, y quien no se postre en adoración será arrojado a un horno encendido. Pues bien, hay unos judíos, Sidrac, Misac y Abdénago, a quienes has encomendado el gobierno de la provincia de Babilonia, que no obedecen la orden real, ni temen a tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has erigido».

Entonces Nabucodonosor, furioso contra Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el horno encendido. Así, a aquellos hombres, vestidos con sus pantalones, camisas, gorros y demás ropa, los ataron y los echaron en el horno encendido.

Puesto que la orden del rey era severa, y el horno estaba ardiendo al máximo, sucedió que las llamas abrasaron a los que conducían a Sidrac, Misac y Abdénago; mientras los tres, Sidrac, Misac y Abdénago, caían atados en el horno encendido.

Ellos caminaban en medio de las llamas alabando a Dios y bendiciendo al Señor.

Entonces el rey Nabucodonosor se alarmó, se levantó y preguntó, estupefacto, a sus consejeros:

«¿No eran tres los hombres que atamos y echamos al horno?».

Le respondieron:

«Así es, majestad».

Preguntó:

«Entonces, ¿cómo es que veo cuatro hombres, sin atar, paseando por el fuego sin sufrir daño alguno? Y el cuarto parece un ser divino».

Y acercándose Nabucodonosor a la puerta del horno encendido, dijo:

«Sidrac, Misac y Abdénago, siervos del Dios altísimo, salid y venid».

Enseguida Sidrac, Misac y Abdénago salieron del fuego. Los sátrapas, ministros, prefectos y consejeros se aprestaron para ver a aquellos hombres en cuyos cuerpos no había hecho mella el fuego; no se les había quemado el cabello de la cabeza, los pantalones estaban intactos, y ni siquiera olían a humo.

Nabucodonosor, entonces, dijo:

«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él, desobedecieron el decreto real y entregaron sus cuerpos antes que venerar y adorar a otros dioses fuera del suyo. Por eso decreto que a quien blasfeme contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, de cualquier pueblo, nación o lengua que sea, lo hagan pedazos y su casa sea derribada. Porque no existe otro Dios capaz de librar como éste».

Después el rey dio cargos a Sidrac, Misac y Abdénago en la provincia de Babilonia.

Responsorio: Daniel 3, 49. 50. 59.

R. Un ángel del Señor bajó adonde estaban Azarías y sus compañeros, expulsó las llamas fuera del horno, * Y el fuego no los atormentó ni los hirió.

V. Bendito sea su Dios, que envió un ángel a salvar a sus siervos que confiaron en él. * Y el fuego no los atormentó ni los hirió.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 8, 1 – 9, 11.

El arrepentimiento de un corazón sincero.

Hagamos penitencia mientras vivimos en este mundo. Somos, en efecto, como el barro en manos del artífice. De la misma manera que el alfarero puede componer de nuevo la vasija que está modelando, si le queda deforme o se le rompe, cuando todavía está en sus manos, pero, en cambio, le resulta imposible modificar su forma cuando la ha puesto ya en el horno, así también nosotros, mientras estamos en este mundo, tenemos tiempo de hacer penitencia y debemos arrepentirnos con todo nuestro corazón de los pecados que hemos cometido mientras vivimos en nuestra carne mortal, a fin de ser salvados por el Señor. Una vez que hayamos salido de este mundo, en la eternidad, ya no podremos confesar nuestras faltas ni hacer penitencia.

Por ello, hermanos, cumplamos la voluntad del Padre, guardemos casto nuestro cuerpo, observemos los mandamientos de Dios, y así alcanzaremos la vida eterna. Dice, en efecto, el Señor en el Evangelio: Si no fuisteis de fiar en lo menudo, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Porque os aseguro que el que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar. Esto es lo mismo que decir: «Guardad puro vuestro cuerpo e incontaminado el sello de vuestro bautismo, para que seáis dignos de la vida eterna».

Que ninguno de vosotros diga que nuestra carne no será juzgada ni resucitará; reconoced, por el contrario, que ha sido por medio de esta carne en la que vivís que habéis sido salvados y habéis recibido la visión. Por ello, debemos mirar nuestro cuerpo como si se tratara de un templo de Dios. Pues, de la misma manera que habéis sido llamados en esta carne, también en esta carne saldréis al encuentro del que os llamó. Si Cristo, el Señor, el que nos ha salvado, siendo como era espíritu, quiso hacerse carne para podernos llamar, también nosotros, por medio de nuestra carne, recibiremos la recompensa.

Amémonos, pues, mutuamente, a fin de que podamos llegar todos al reino de Dios. Mientras tenemos tiempo de recobrar la salud, pongámonos en manos de Dios, para que él, como nuestro médico, nos sane; y demos los honorarios debidos a este nuestro médico. ¿Qué honorarios? El arrepentimiento de un corazón sincero. Porque él conoce de antemano todas las cosas y penetra en el secreto de nuestro corazón. Tributémosle, pues, nuestras alabanzas no solamente con nuestros labios, sino también con todo nuestro corazón, a fin de que nos acoja como hijos. Pues el Señor dijo: Mis hermanos son los que cumplen la voluntad de mi Padre.

Responsorio: Ezequiel 18, 31. 32; 2a Tesalonicenses 3, 9.

R. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo. * Pues no quiero la muerte de nadie —oráculo del Señor—. ¡Arrepentíos, y viviréis!

V. El Señor tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. * Pues no quiero la muerte de nadie —oráculo del Señor—. ¡Arrepentíos, y viviréis!

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 32a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: Daniel 5, 1-2. 5-9. 13-17. 25-30 – 6, 1.

Juicio de Dios en el banquete de Baltasar.

En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un gran banquete a mil de sus nobles, y se puso a beber vino delante de los mil. Bajo el efecto del vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y plata que su padre Nabucodonosor había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey junto con sus nobles, sus mujeres y sus concubinas.

De repente aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoque del muro del palacio real, frente al candelabro; y el rey veía el dorso de la mano que escribía. Entonces su rostro palideció, sus pensamientos le turbaron, los músculos del cuerpo se le aflojaron, y las rodillas le entrechocaban.

El rey mandó a gritos que vinieran los astrólogos, magos y adivinos, y dijo a los sabios de Babilonia:

«El que lea ese escrito y me explique su interpretación se vestirá de púrpura, llevará al cuello un collar de oro y ocupará el tercer puesto en mi reino».

Acudieron todos los sabios del reino, pero no pudieron leer lo escrito ni exponer al rey su interpretación. Entonces el rey Baltasar quedó muy consternado y su rostro palideció; también sus nobles estaban perplejos.

Trajeron a Daniel ante el rey y éste le preguntó:

«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey mi padre? He oído decir de ti que posees el espíritu de los dioses, y que en ti se encuentran inteligencia, prudencia y una sabiduría extraordinaria. Han traído ante mí a los sabios y astrólogos para que leyeran este escrito y me expusieran su interpretación, pero no han podido exponer la interpretación de todo esto. He oído decir de ti que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y exponerme su interpretación, te vestirás de púrpura, llevarás al cuello un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino».

Entonces Daniel habló así al rey:

«Lo que está escrito es: “Contado, Pesado, Dividido”. Y la interpretación es ésta: “Contado”: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el final. “Pesado”: te ha pesado en la balanza, y te falta peso. “Dividido”: tu reino ha sido dividido, y lo entregan a medos y persas».

Entonces Baltasar mandó que vistieran a Daniel de púrpura, que le pusieran al cuello un collar de oro y que pregonaran que tenía el tercer puesto en el reino.

Baltasar, rey de los caldeos, fue asesinado aquella misma noche. Darío, el medo, accedió al trono a la edad de sesenta y dos años.

Responsorio: Salmo 74, 6. 8. 9; Apocalipsis 14, 9. 10.

R. No alcéis la testuz contra el cielo, porque sólo Dios gobierna: a uno humilla, y a otro ensalza; * El Señor tiene una copa en la mano, de la cual beberán todos los malvados de la tierra.

V. Quien venere a la fiera y a su estatua beberá del vino del furor de Dios. * El Señor tiene una copa en la mano, de la cual beberán todos los malvados de la tierra.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 10, 1 – 12, 1; 13, 1.

Perseveremos en la esperanza.

Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado y esforcémonos por vivir ejercitando la virtud con el mayor celo; huyamos del vicio, como del primero de nuestros males, y rechacemos la impiedad, a fin de que el mal no nos alcance. Porque, si nos esforzamos en obrar el bien, lograremos la paz. La razón por la que algunos hombres no alcanzan la paz es porque se dejan llevar por temores humanos y posponen las promesas futuras a los gozos presentes. Obran así porque ignoran cuán grandes tormentos están reservados a quienes se entregan a los placeres de este mundo y cuán grande es la felicidad que nos está preparada en la vida eterna. Y, si ellos fueran los únicos que hicieran esto, sería aún tolerable; pero el caso es que no cesan de pervertir a las almas inocentes con sus doctrinas depravadas, sin darse cuenta que de esta forma incurren en una doble condenación: la suya propia y la de quienes los escuchan.

Nosotros, por tanto, sirvamos a Dios con un corazón puro, y así seremos justos; porque, si no servimos a Dios y desconfiamos de sus promesas, entonces seremos desgraciados. Se dice, en efecto, en los profetas: Desdichados los de ánimo doble, los que dudan en su corazón, los que dicen: «Todo esto hace tiempo que lo hemos oído, ya fue dicho en tiempo de nuestros padres; hemos esperado, día tras día, y nada de ello se ha realizado». ¡Oh insensatos! Comparaos con un árbol; tomad, por ejemplo, una vid: primero se le cae la hoja, luego salen los brotes, después puede contemplarse la uva verde, finalmente aparece la uva ya madura. Así también mi pueblo: primero sufre inquietudes y tribulaciones, pero luego alcanzará la felicidad.

Por tanto, hermanos míos, no seamos de ánimo doble, antes bien perseveremos en la esperanza, a fin de recibir nuestro galardón, porque es fiel aquel que ha prometido dar a cada uno según sus obras. Si practicamos, pues, la justicia ante Dios, entraremos en el reino de los cielos y recibiremos aquellas promesas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.

Estemos, pues, en todo momento en expectación del reino de Dios, viviendo en la caridad y en la justicia, pues desconocemos el día de la venida del Señor. Por tanto, hermanos, hagamos penitencia y obremos el bien, pues vivimos rodeados de insensatez y de maldad. Purifiquémonos de nuestros antiguos pecados y busquemos nuestra salvación arrepintiéndonos de nuestras faltas en lo más profundo de nuestro ser. No adulemos a los hombres ni busquemos agradar solamente a los nuestros; procuremos, por el contrario, edificar con nuestra vida a los que no son cristianos, evitando así que el nombre de Dios sea blasfemado por nuestra causa.

Responsorio: 1a Corintios 15, 58; 2a Tesalonicenses 3, 13.

R. Manteneos firmes y constantes, trabajad siempre por el Señor, sin reservas, * Convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

V. No os canséis de hacer el bien. * Convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 32a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: Daniel 9, 1-4a. 18-27.

Plegaria y visión de Daniel.

El año primero de Darío, hijo de Asuero, medo de linaje y rey de los caldeos, el año primero de su reinado, yo, Daniel, indagué en los libros la palabra del Señor dicha al profeta Jeremías acerca del número de años que Jerusalén había de quedar en ruinas: era setenta años. Después me dirigí al Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza. Oré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión:

«Ay, mi Señor, inclina tu oído y escúchame; abre los ojos y mira nuestra desolación y la ciudad que lleva tu nombre; pues, al presentar ante ti nuestras súplicas, no confiamos en nuestra justicia, sino en tu gran compasión. Escucha, Señor; perdona, Señor; atiende, Señor; actúa sin tardanza, Señor mío, por tu honor, pues tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo».

Aún estaba yo hablando y suplicando, confesando mi pecado y el de mi pueblo, Israel, y presentando mis súplicas al Señor mi Dios en favor de su monte santo; aún estaba pronunciando la súplica, cuando aquel hombre, Gabriel, el que había visto al comienzo en la visión, llegó volando hasta mí a la hora de la ofrenda vespertina. Al llegar, me habló así:

«Daniel, acabo de salir para hacer que comprendas. Al principio de tus súplicas se pronunció una sentencia, y yo he venido para comunicártela, porque eres un predilecto. Entiende la sentencia, comprende la visión:

Setenta semanas están decretadas sobre tu pueblo y tu ciudad santa; para poner fin al delito, cancelar el pecado y expiar el crimen, para traer una justicia eterna, para que se cumpla la visión y la profecía, y para ungir el santo de los santos.

Has de saberlo y comprenderlo: desde que se decretó la vuelta y la reconstrucción de Jerusalén hasta un príncipe ungido pasarán siete semanas; y pasarán sesenta y dos semanas; y entonces será reconstruida con calles y fosos, pero serán tiempos de angustia.

Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán a un ungido inocente. Vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo, pero su final será un cataclismo; guerra y destrucción están decretadas hasta el fin. Hará una alianza firme con muchos durante una semana: durante media semana hará cesar sacrificios y ofrendas, y pondrá sobre el altar la abominación de la desolación, hasta que el fin decretado le llegue al desolador».

Responsorio: Baruc 2, 16; Daniel 9, 18; Salmo 79, 20.

R. Míranos, Señor, desde tu santa morada y fíjate en nosotros; inclina, Dios mío, tu oído y escucha; * Abre los ojos y mira nuestra aflicción.

V. Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. * Abre los ojos y mira nuestra aflicción.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 13, 2 – 14, 5.

La Iglesia viva es el cuerpo de Cristo.

Dice el Señor: Todo el día, sin cesar, ultrajan mi nombre entre las naciones; y también en otro lugar: ¡Ay de aquel por cuya causa ultrajan mi nombre! ¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira.

Cuando nos oyen decir que Dios afirma: Si amáis sólo a los que os aman no es grande vuestro mérito, pero grande es vuestra virtud si amáis a vuestros enemigos y a quienes os odian, se llenan de admiración ante la sublimidad de estas palabras; pero luego, al contemplar cómo no amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros, y con ello el nombre de Dios es blasfemado.

Así, pues, hermanos, si cumplimos la voluntad de Dios, perteneceremos a la Iglesia primera, es decir, a la Iglesia espiritual, que fue creada antes que el sol y la luna; pero, si no cumplimos la voluntad del Señor, seremos de aquellos de quienes afirma la Escritura: Vosotros convertís mi casa en una cueva de bandidos. Por tanto, procuremos pertenecer a la Iglesia de la vida, para alcanzar así la salvación.

Creo que no ignoráis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo. Dice, en efecto, la Escritura: Creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó, el hombre es Cristo, la mujer es la Iglesia; ahora bien, los escritos de los profetas y de los apóstoles nos enseñan también que la Iglesia no es de este tiempo, sino que existe desde el principio; en efecto, la Iglesia era espiritual como espiritual era el Señor Jesús, pero se manifestó visiblemente en los últimos tiempos para llevarnos a la salvación.

Esta Iglesia que era espiritual se ha hecho visible en la carne de Cristo, mostrándonos con ello que, si nosotros conservamos intacta esta Iglesia por medio de nuestra carne, la recibiremos en el Espíritu Santo, pues nuestra carne es como la imagen del Espíritu, y nadie puede gozar del modelo si ha destruido su imagen. Todo esto quiere decir, hermanos, lo siguiente: Conservad con respeto vuestra carne, para que así tengáis parte en el Espíritu. Y, si afirmamos que la carne es la Iglesia y el Espíritu es Cristo, ello significa que quien deshonra la carne deshonra la Iglesia, y este tal no será tampoco partícipe de aquel Espíritu, que es el mismo Cristo. Con la ayuda del Espíritu Santo, esta carne puede, por tanto, llegar a gozar de aquella incorruptibilidad y de aquella vida que es tan sublime, que nadie puede explicar ni describir, pero que Dios ha preparado para sus elegidos.

Responsorio: Jeremías 7, 3; Santiago 4, 8.

R. Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: «Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, * Y habitaré con vosotros en este lugar».

V. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos, purificaos el corazón. * Y habitaré con vosotros en este lugar.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 32a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: Daniel 10, 1-21.

Visión de un hombre y aparición del ángel.

El año tercero de Ciro, rey de Persia, Daniel, llamado Baltasar, recibió una palabra: la palabra era cierta, acerca de un ejército inmenso. Comprendió la palabra y entendió la visión.

Por entonces, yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía manjares exquisitos, no probaba vino ni carne, ni me ungí durante las tres semanas. El día veinticuatro del mes primero, estaba yo junto al Río Grande, el Tigris. Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro de Ofaz; su cuerpo era como crisólito, su rostro como un relámpago, sus ojos como antorchas llameantes, sus brazos y piernas como destellos de bronce bruñido, sus palabras resonaban como las de una multitud.

Sólo yo, Daniel, contemplaba la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no contemplaba la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo, y al ver aquella magnífica visión, me sentí desfallecer; mi semblante quedó desfigurado y no lograba dominarme.

Entonces oí el sonido de sus palabras y, al oírlo, caí de bruces, en un letargo, con el rostro en tierra. Una mano me tocó e hizo que me pusiera sobre las rodillas y las palmas de las manos. Luego me habló:

«Daniel, predilecto, fíjate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque ahora me han enviado a ti».

Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando.

Me dijo:

«No temas, Daniel. Desde el primer día que te dedicaste a intentar comprender y a humillarte ante tu Dios, tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas. El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días, pero Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia. Ahora he venido a explicarte lo que ha de suceder a tu pueblo en los últimos días, porque aún hay visión para días».

Mientras me hablaba así, caí de bruces a tierra y enmudecí. Entonces alguien como una figura humana me tocó los labios; abrí la boca y dije al que estaba frente a mí:

«Mi Señor, la visión me ha hecho retorcerme de dolor y no puedo dominarme. ¿Cómo podrá este esclavo de mi Señor hablar a mi Señor? ¡Ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento!».

De nuevo, alguien como una figura humana me tocó y me infundió fuerzas. Después me dijo:

«No temas, hombre predilecto; la paz sea contigo, sé fuerte».

Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije:

«Mi Señor, puedes hablar, pues me has dado fuerzas».

Me dijo:

«¿Sabes para qué he venido hasta ti? Ahora tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando yo me vaya, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda contra aquéllos si no es vuestro príncipe, Miguel».

Responsorio: Daniel 10, 12. 19. 21.

R. Desde el día aquel en que te dedicaste a estudiar y a humillarte ante Dios, * Tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas.

V. No temas, Daniel; te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. * Tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 15, 1 – 17, 2.

Convirtámonos a Dios, que nos llama.

Creo que vale la pena tener en cuenta el consejo que os he dado acerca de la continencia; el que lo siga no se arrepentirá, sino que se salvará a sí mismo por haberlo seguido y me salvará a mí por habérselo dado. No es pequeño el premio reservado al que hace volver al buen camino a un alma descarriada y perdida. La mejor muestra de agradecimiento que podemos tributar a Dios, que nos ha creado, consiste en que tanto el que habla como el que escucha lo hagan con fe y con caridad.

Mantengámonos firmes en nuestra fe, justos y santos, para que así podamos confiadamente rogar a Dios, pues él nos asegura: Clamarás al Señor, y te responderá: «Aquí estoy». Estas palabras incluyen una gran promesa, pues nos demuestran que el Señor está más dispuesto a dar que nosotros a pedir. Ya que nos beneficiamos todos de una benignidad tan grande, no nos envidiemos unos a otros por los bienes recibidos. Estas palabras son motivo de alegría para los que las cumplen, de condenación para los que las rechazan.

Así, pues, hermanos, ya que se nos ofrece esta magnífica ocasión de arrepentirnos, mientras aun es tiempo convirtámonos a Dios, que nos llama y se muestra dispuesto a acogernos. Si renunciamos a los placeres terrenales y dominamos nuestras tendencias pecaminosas, nos beneficiaremos de la misericordia de Jesús. Daos cuenta que llega el día del juicio, ardiente como un horno, cuando el cielo se derretirá y toda la tierra se licuará como el plomo en el fuego, y entonces se pondrán al descubierto nuestras obras, aun las más ocultas. Buena cosa es la limosna como penitencia del pecado; mejor el ayuno que la oración, pero mejor que ambos la limosna; el amor cubre la multitud de los pecados, pero la oración que sale de un corazón recto libra de la muerte. Dichoso el que sea hallado perfecto en estas cosas, porque la limosna atenúa los efectos del pecado.

Arrepintámonos de todo corazón, para que no se pierda ninguno de nosotros. Si hemos recibido el encargo de apartar a los idólatras de sus errores, ¡cuánto más debemos procurar no perdernos nosotros que ya conocemos a Dios! Ayudémonos, pues, unos a otros en el camino del bien, sin olvidar a los más débiles, y exhortémonos mutuamente a la conversión.

Responsorio: Judas 21; Tito 2, 12.

R. Manteneos en el amor de Dios, * Aguardando a que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna.

V. Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa. * Aguardando a que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 32a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: Daniel 12, 1-13.

Profecía sobre el último día y la resurrección.

El ángel me dijo:

«Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Tú, Daniel, guarda estas palabras y sella este libro hasta el momento final. Muchos lo repasarán y aumentarán su saber».

Yo, Daniel, vi a otros dos hombres de pie, uno a esta parte del río y el otro a la otra parte del río. Y pregunté al hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río:

«¿Cuándo se cumplirán estos prodigios?».

El hombre vestido de lino, que se cernía sobre el agua del río, alzó la mano derecha y la izquierda al cielo, y le oí jurar por el que vive eternamente:

«Un tiempo y dos tiempos y medio tiempo. Cuando acabe la opresión del pueblo santo, se cumplirá todo esto».

Yo oí sin entender y pregunté:

«Mi Señor, ¿cuál será el desenlace?».

Me respondió:

«Vete, Daniel. Las palabras están guardadas y selladas hasta el momento final. Muchos serán limpiados, blanqueados y purificados; los malvados seguirán en su maldad, sin que ninguno de los malvados entienda; los maestros comprenderán. Desde que supriman el sacrificio cotidiano y coloquen la abominación de la desolación, pasarán mil doscientos noventa días. Dichoso el que aguarde hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días. Tú, vete hasta el final y descansa. Te alzarás a recibir tu destino al final de los días».

Responsorio: Cf. Lucas 20, 35. 36. 38.

R. Los que sean juzgados dignos de la resurrección de entre los muertos ya no pueden morir, * Son como ángeles, porque participan de la resurrección.

V. Dios no lo es de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. * Son como ángeles, porque participan de la resurrección.

Segunda lectura:
Anónimo: Homilía de un autor del siglo segundo 18, 1 – 20, 5.

Practiquemos el bien, para que al fin nos salvemos.

Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los impíos, que serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un gran pecador y de que no he logrado todavía superar la tentación ni las insidias del diablo, me esfuerzo en practicar el bien y, por amor al juicio futuro, trato al menos de irme acercando a la perfección.

Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del Dios de verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está escrito, nos salvemos todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os pido por favor que os arrepintáis de todo corazón, con lo que obtendréis la salvación y la vida. Obrando así, serviremos de modelo a todos aquellos jóvenes que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios. No tomemos a mal ni nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de retornarnos al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por nuestra doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas tendencias.

Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que obedecen estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este mundo, cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de entristecerse el justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda un tiempo feliz; volverá a la vida junto con sus antecesores y gozará de una felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.

Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.

Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y Autor de nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la verdad y la vida celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Salmo 36, 27. 28. 1.

R. Apártate del mal y haz el bien, * Porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles.

V. No te exasperes por los malvados, no envidies a los que obran el mal. * Porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles.

Oración:

Dios de poder y misericordia, aparta, propicio, de nosotros toda adversidad, para que, bien dispuestos cuerpo y espíritu, podamos aspirar libremente a lo que te pertenece. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 33a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 33a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Joel 2, 21 – 3, 5.

Los últimos tiempos.

Así dice el Señor:

«No temas, tierra; goza y alégrate, porque el Señor se engrandece por su acción. No temáis, fieras del campo, pues florecen las dehesas, y los árboles dan su producto, la higuera y la viña dan su fruto.

Hijos de Sión, gozaos y alegraos en el Señor vuestro Dios, pues os da la lluvia temprana en su momento, y os envía el agua: la temprana y la de primavera en el primer mes. Se llenarán las eras de grano, los lagares rebosarán de mosto y aceite. Les daré el doble del bienestar que se llevó el saltón, la caballeta, el saltamontes y la langosta, mi gran ejército que envié contra ellos. Comeréis y os hartaréis, y alabaréis el nombre del Señor vuestro Dios, que actuó con vosotros con tantas maravillas. Y mi pueblo no tendrá que avergonzarse nunca más.

Reconoceréis que yo estoy en medio de Israel, que yo soy el Señor vuestro Dios y que no hay otro. Y mi pueblo no tendrá que avergonzarse nunca más.

Después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Incluso sobre vuestros siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días. Pondré señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, la luna, en sangre ante el Día del Señor que llega, grande y terrible.

Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Habrá supervivientes en el monte Sión, como lo dijo el Señor, y también en Jerusalén entre el resto que el Señor convocará».

Responsorio: Lucas 21, 25. 31; Marcos 13, 33.

R. Habrá señales en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes. * Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

V. Vigilad y orad, pues no sabéis cuándo es el momento. * Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 95, 14. 15.

No pongamos resistencia a su primera venida,
y no temeremos la segunda.

Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Vino una primera vez, pero vendrá de nuevo. En su primera venida, pronunció estas palabras que leemos en el Evangelio: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre viene sobre las nubes. ¿Qué significa: Desde ahora? ¿Acaso no ha de venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia a su primera venida, y no temeremos la segunda.

¿Qué debe hacer el cristiano, por tanto? Servirse de este mundo, no servirlo a él. ¿Qué quiere decir esto? Que los que tienen han de vivir como si no tuvieran, según las palabras del Apóstol: Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina. Quiero que os ahorréis preocupaciones. El que se ve libre de preocupaciones espera seguro la venida de su Señor. En efecto, ¿qué clase de amor a Cristo es el de aquel que teme su venida? ¿No nos da vergüenza, hermanos? Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida.

¿De verdad lo amamos? ¿No será más bien que amamos nuestros pecados? Odiemos el pecado, y amemos al que ha de venir a castigar el pecado. Él vendrá, lo queramos o no; el hecho de que no venga ahora no significa que no haya de venir más tarde. Vendrá, y no sabemos cuándo; pero, si nos halla preparados, en nada nos perjudica esta ignorancia.

Aclamen los árboles del bosque. Vino la primera vez, y vendrá de nuevo a juzgar a la tierra; hallará aclamándolo con gozo, porque ya llega, a los que creyeron en su primera venida.

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto a sí a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Y les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber, y lo que sigue.

Y a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron practicar la misericordia. ¿Y a dónde irán? Id al fuego eterno. Esta mala noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias. ¿Cuál es la mala noticia? Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Los que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Ésta es la justicia y la fidelidad de que habla el salmo.

¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da de lo que te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? Éstas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.

Responsorio: Mateo 16, 27; Salmo 95, 13.

R. El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, * Y entonces pagará a cada uno según su conducta.

V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. * Y entonces pagará a cada uno según su conducta.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 33a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Joel 4, 1-3. 9-21.

Último juicio y felicidad eterna.

Así dice el Señor:

«En aquellos días, en el momento en que cambie el destino de Judá y de Jerusalén, reuniré a todos los pueblos, los haré bajar al valle de Josafat y allí los juzgaré; por mi pueblo, por Israel, por mi heredad, que dispersaron entre los pueblos; y por mi país, que se lo repartieron. Echaron mi pueblo a suertes, cambiaron mozos por rameras, vendieron mozas por vino y encima se lo bebieron.

Anunciad esto entre los pueblos: ¡Santificaos para la guerra, despertad a los valientes! ¡Que se acerquen, que suban todos los guerreros! Forjad espadas con vuestros arados, lanzas con vuestras podaderas. Que el flojo diga: “¡Soy un valiente!”. De prisa, venid, pueblos todos de alrededor, reuníos allí. ¡Señor, haz que bajen tus valientes!

Que se movilicen y suban las naciones al valle de Josafat, pues allá voy a plantar mi trono para juzgar a todos los pueblos de alrededor. Echad la hoz, pues la mies está madura; venid a pisar la uva, que el lagar está repleto y las cubas rebosan. ¡Tan enorme es su maldad! ¡Muchedumbres, muchedumbres en el valle de Josafat! Pues se acerca el Día del Señor en el valle de la Decisión.

Se oscurecerán el sol y la luna, y las estrellas perderán su brillo. El Señor ruge en Sión y da voces en Jerusalén; temblarán cielos y tierra. Pero el Señor es abrigo para su pueblo, refugio para los hijos de Israel.

Sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios que vive en Sión, mi santo monte. Jerusalén será santa y los extranjeros no pasarán más por ella.

Aquel día las montañas chorrearán vino nuevo, las colinas rezumarán leche y todos los torrentes de Judá bajarán rebosantes. Y brotará una fuente de la casa del Señor que regará el valle de Sitín. Egipto será una desolación y Edón un desierto solitario, por la violencia ejercida contra Judá, cuya sangre inocente derramaron en su país. Judá será habitada para siempre y Jerusalén de generación en generación. Vengaré su sangre, no quedará impune. El Señor vive en Sión».

Responsorio: Joel 4, 18; Apocalipsis 22, 17. 1.

R. Los montes manarán vino, las acequias de Judá irán llenas de agua, brotará un manantial del templo del Señor. * El que tenga sed, y quiera, que venga a beber de balde el agua viva.

V. El ángel me mostró el río de agua viva, luciente como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. * El que tenga sed, y quiera, que venga a beber de balde el agua viva.

Segunda lectura:
San Fulgencio de Ruspe: Tratado sobre el perdón de los pecados, libro 2, 11, 2 – 12, 1. 3-4.

El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda.

En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la última trompeta, porque resonará, y los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados. Al decir «nosotros», enseña Pablo que han de gozar junto con él del don de la transformación futura todos aquellos que, en el tiempo presente, se asemejan a él y a sus compañeros por la comunión con la Iglesia y por una conducta recta. Nos insinúa también el modo de esta transformación cuando dice: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. Pero a esta transformación, objeto de una justa retribución, debe preceder antes otra transformación, que es puro don gratuito.

La retribución de la transformación futura se promete a los que en la vida presente realicen la transformación del mal al bien.

La primera transformación gratuita consiste en la justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria será entonces perfecta, inmutable y para siempre. Esta gloria inmutable y eterna es, en efecto, el objetivo al que tienden, primero, la gracia de la justificación y, después, la transformación gloriosa.

En esta vida somos transformados por la primera resurrección, que es la iluminación destinada a la conversión; por ella, pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la justicia, de la incredulidad a la fe, de las malas acciones a una conducta santa. Sobre los que así obran no tiene poder alguno la segunda muerte. De ellos, dice el Apocalipsis: Dichoso aquel a quien le toca en suerte la primera resurrección, sobre ellos la segunda muerte no tiene poder. Y leemos en el mismo libro: El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda. Así como hay una primera resurrección, que consiste en la conversión del corazón, así hay también una segunda muerte, que consiste en el castigo eterno.

Que se apresure, pues, a tomar parte ahora en la primera resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda muerte. Los que en la vida presente, transformados por el temor de Dios, pasan de mala a buena conducta pasan de la muerte a la vida, y más tarde serán transformados de su humilde condición a una condición gloriosa.

Responsorio: Colosenses 3, 3-4; Romanos 6, 11.

R. Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. * Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

V. Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. * Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 33a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Zacarías 9, 1 – 10, 2.

Promesa de salvación para Sión.

La palabra del Señor llegó a la tierra de Jadrac y se detuvo en Damasco. En el Señor están puestos los ojos de Siria y de todas las tribus de Israel; también de Jamat, su vecina; de Tiro y Sidón, donde abunda la sabiduría. Tiro se ha construido una fortaleza, ha amontonado plata como polvo y oro como barro de las calles. Pero el Señor va a apoderarse de ella, echará al mar su fortaleza y el fuego la devorará.

Lo verá Asquelón y temblará, Gaza se retorcerá de dolor, como Ecrón, al perder su esperanza. Se suprimirá al rey de Gaza, Asquelón quedará deshabitada y habitarán bastardos en Asdod. Troncharé el orgullo de los filisteos, quitaré su sangre de su boca y sus abominaciones de entre sus labios. También él quedará como un resto para nuestro Dios; será como un jefe de Judá, y Ecrón como un jebuseo.

Acamparé junto a mi casa y la protegeré de los ejércitos que merodean. Y ya no pasará sobre ellos el opresor, pues en adelante yo mismo la vigilaré.

¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; romperá el arco guerrero y proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar, desde el Río hasta los extremos del país.

En cuanto a ti, por la sangre de tu alianza, sacaré a tus prisioneros del pozo donde no hay agua. Volved de la fortaleza, prisioneros de la esperanza. Hoy mismo os lo anuncio: ¡voy a devolverte el doble! He tensado para mí a Judá, empuño como arco a Efraín; lanzo a los hijos de Sión contra los hijos de Yaván; te empuñaré como espada de héroe.

El Señor aparecerá sobre ellos, su flecha saldrá como rayo; el Señor Dios tocará el cuerno, avanzará entre tormentas de bochorno. El Señor del universo los protegerá, devorarán la carne de los honderos; beberán y harán ruido como los borrachos, estarán llenos como copas de ofrendas, como las esquinas del altar.

Aquel día les salvará el Señor su Dios, salvará a su pueblo como a ovejas; serán como piedras preciosas, como estandarte en su país. ¡Qué prosperidad y qué hermosura!: el trigo hará crecer a sus jóvenes y el vino a sus doncellas.

Pedid al Señor la lluvia tardía de primavera. El Señor, que crea aguaceros y provoca borrascas, dará a todos y a cada uno los pastos del campo. Pues los amuletos proclaman palabras sin sentido y los adivinos tienen visiones engañosas. Desvelan sueños vacíos, consuelos ilusorios. Por ello andan desperdigados lo mismo que ovejas, vagan dispersos por falta de pastor.

Responsorio: Zacarías 9, 9; Juan 12, 14.

R. Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; * Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

V. Jesús encontró un borriquillo y se montó en él, como estaba escrito: * Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

Segunda lectura:
San Andrés de Creta: Sermón 9, Sobre el domingo de Ramos.

Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso.

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para el, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.

Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.

Responsorio: Salmo 117, 26. 27. 23.

R. Bendito el que viene en nombre del Señor; * El Señor es Dios, él nos ilumina.

V. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. * El Señor es Dios, él nos ilumina.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 33a semana.

V. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Zacarías 10, 3 – 11, 3.

Liberación y regreso de Israel.

Así dice el Señor:

«Se enciende mi cólera contra los pastores, voy a pedir cuentas a los machos cabríos; el Señor del universo se preocupa por el rebaño, por la casa de Judá; hace de ellos su espléndido caballo de guerra. De ellos saldrán juntos piedra angular y estaca, arco guerrero y jefes todos. Serán como héroes, pisoteando en la guerra el barro de las calles. Y lucharán porque el Señor estará con ellos y los jinetes quedarán avergonzados. Haré aguerrida a la casa de Judá, salvaré a la casa de José; y los instalaré en su tierra, pues me he compadecido de ellos, como si nunca los hubiera aborrecido. Pues soy el Señor, su Dios, y les responderé.

Los de Efraín serán unos valientes, sus corazones se alegrarán como con el vino; sus hijos lo verán y gozarán, sus corazones se regocijarán en el Señor. Los llamaré y los reuniré, pues los he rescatado. Serán tan numerosos como antes. Los dispersé entre las naciones, y aun en tierras lejanas me recordarán; criarán hijos y volverán.

Los haré volver de Egipto, y de Asur los reuniré. A la tierra de Galaad y al Líbano los traeré, y ni siquiera eso les bastará. Atravesarán la angostura del mar, y el Señor golpeará sus olas, quedará seca la hondura del Nilo. Hundiré el orgullo de Asur y eliminaré el poder de Egipto. Los haré fuertes en el Señor, y en su nombre caminarán —oráculo del Señor—».

Abre tus puertas, Líbano; devore el fuego tus cedros. Laméntate, ciprés, pues ha caído el cedro; los majestuosos árboles están asolados. Lamentaos, robles de Basán, pues ahí está, por tierra, el bosque impenetrable. Lamento de los pastores, pues quedó asolado su esplendor; rugido de los leones, pues quedó arrasada la espesura del Jordán.

Responsorio: Zacarías 10, 6. 7; Isaías 28, 5.

R. Los salvaré y los repatriaré, pues me dan lástima. Yo soy el Señor, su Dios. * Se sentirán gozosos con el Señor.

V. Aquel día, será el Señor de los ejércitos corona enjoyada, diadema espléndida, para el resto de su pueblo. * Se sentirán gozosos con el Señor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 21, 1-4.

El corazón del justo se gozará en el Señor.

El justo se alegra con el Señor, espera en él, y se felicitan los rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y el corazón. Tales son las palabras que dirige a Dios la mente y la lengua del cristiano: El justo se alegra, no con el mundo, sino con el Señor. Amanece la luz para el justo —dice otro salmo—, y la alegría para los rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de esta alegría. En un salmo oyes: El justo se alegra con el Señor, y en otro: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.

¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se nos manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la clara visión. ¿Cuándo llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que dice Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.

Ahora amamos en esperanza. Por esto, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él.

Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo, y se te acercará; ámalo, y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti, si lo amas? Dios es amor.

Me dirás: «¿Qué es el amor?». El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.

Responsorio.

R. Antes de que veas lo que ahora no te es posible ver, acepta por la fe lo que aún no ves. * Camina guiado por la fe, para que llegues a la clara visión.

V. No gozará en la patria la felicidad producida por la visión plena quien no haya recibido en el camino la ayuda de la fe. * Camina guiado por la fe, para que llegues a la clara visión.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 33a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Zacarías 11, 4 – 12, 8.

Parábola de los pastores.

Esto dice el Señor mi Dios:

«Apacienta las ovejas de matanza, esas que ellos compran y matan sin escrúpulos; sus compradores decían: “¡Bendito el Señor que me ha hecho rico!”. Pero los pastores no se compadecieron de ellas. Pues ya no volveré a compadecerme de los habitantes del país —oráculo del Señor—. Mirad: voy a entregar a todos y cada uno en manos de su vecino y de su rey, que arrasarán el país, y no los libraré de sus manos».

Apacenté las ovejas de matanza para los tratantes de ovejas; tomé dos cayados: a uno llamé «Bondad» y al otro «Concordia»; y apacenté a las ovejas. Eliminé a tres pastores en un mes, pues me harté de ellos y ellos de mí. Y dije:

«Ya no os apacentaré más; la que tenga que morir, que muera, y la que tenga que desaparecer, que desaparezca; y las que queden, que se coman unas a otras».

Tomé el cayado «Bondad» y lo partí, para romper el acuerdo que había contraído con todos los pueblos. Aquel día quedó roto, y los tratantes de ovejas que me observaban se dieron cuenta de que era el que había hablado. Y les dije:

«Si os parece bien, pagadme mi salario; si no, dejadlo».

Y contaron mi salario: treinta monedas de plata. Me dijo el Señor:

«Echa al tesoro el valioso precio en que me han tasado».

Cogí las treinta monedas de plata y las eché en el tesoro del templo. Rompí el segundo cayado, «Concordia», para deshacer la hermandad entre Judá e Israel. Me dijo el Señor:

«Toma también los aparejos de un mal pastor, pues establezco un pastor en el país que no se ocupará de la oveja extraviada, ni buscará a la perdida, ni curará a la maltrecha, ni se preocupará de la sana, sino que se comerá la carne de las gordas y les arrancará las pezuñas».

¡Ay del pastor inútil que pierde las ovejas! La espada le alcanzará el brazo y hasta el ojo derecho; se le secará totalmente el brazo, y el ojo derecho se le cegará.

Oráculo. Palabra del Señor sobre Israel. Oráculo del Señor, que extiende los cielos y cimienta la tierra, que forma el aliento del hombre en su interior:

«Voy a hacer de Jerusalén una copa embriagadora para todos los pueblos que la rodean, y también Judá participará, cuando se asedie a Jerusalén.

Aquel día haré de Jerusalén una piedra pesadísima para todos los pueblos; quienes la levanten se destrozarán. Y se juntarán contra ella todas las naciones de la tierra.

Aquel día —oráculo del Señor— haré que se espanten los caballos y se enloquezcan los jinetes, pero mantendré los ojos abiertos sobre la casa de Judá y cegaré a todos los caballos de los pueblos. Se dirán los jefes de Judá para sus adentros: “Para los habitantes de Jerusalén, el Señor del universo, su Dios, es una fuerza”.

Aquel día haré de los jefes de Judá un brasero sobre brasas, una antorcha entre gavillas; devorarán a derecha e izquierda a todos los pueblos de alrededor, y Jerusalén volverá a estar en su lugar de siempre. Primero salvará el Señor las tiendas de Judá, para que ni la casa de David ni los habitantes de Jerusalén se engrían de su esplendor frente a Judá».

Aquel día protegerá el Señor a los habitantes de Jerusalén. Aquel día, el más flojo será como David; la casa de David, como un dios, como un ángel del Señor al frente de ellos.

Responsorio: Zacarías 11, 12. 13; Mateo 26, 15.

R. Pesaron mi salario: treinta dineros; * Es el precio en que me apreciaron.

V. Judas propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. * Es el precio en que me apreciaron.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Comentario al Cantar de los cantares Cap. 2.

Oración al buen pastor.

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues —dice el texto sagrado—, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.

Responsorio: Salmo 26, 13. 4; Filipenses 1, 21.

R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. * Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

V. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. * Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 33a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Zacarías 12, 9-12a; 13, 1-9.

La salvación de Jerusalén.

Así dice el Señor:

«Aquel día me dedicaré a exterminar a todos los pueblos que han venido contra Jerusalén. Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron. Le harán duelo como de hijo único, lo llorarán como se llora al primogénito.

Aquel día el duelo de Jerusalén será tan grande como el de Hadad-Rimón, en los llanos de Meguido. Todo el país hará duelo, familia por familia.

Aquel día brotará una fuente para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, remedio de errores e impurezas.

Aquel día —oráculo del Señor del universo— arrancaré del país los nombres de los ídolos y no se recordarán más. También extirparé del país a los profetas y el espíritu de impureza. Y sucederá que, si alguien anda profetizando, sus padres le dirán: “Vas a morir, pues lo que profetizas en nombre del Señor es mentira”. Sus padres lo traspasarán cuando esté profetizando.

Aquel día se avergonzarán los profetas de las visiones de sus profecías y no se vestirán ya con el manto de pelo y así pasar inadvertidos. Y dirá: “Yo no soy profeta, soy labrador; compré la tierra cuando era joven”. Pero le dirán: “¿Y qué son esas cicatrices entre los brazos?”. A lo que responderá: “Son las que me hicieron en casa de mis amantes”.

¡Despierta, espada, contra mi pastor, contra mi valeroso compañero! —oráculo del Señor del universo—. Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas; mi brazo castigará incluso a los zagales.

Y sucederá en todo el país —oráculo del Señor— que dos tercios serán exterminados, perecerán, pero quedará un tercio. A ese tercio lo pasaré por el fuego y lo purificaré como se purifica la plata. Él me llamará por mi nombre y yo le responderé. Diré: “Él es mi pueblo”, y él dirá: “El Señor es mi Dios”».

Responsorio: Mateo 26, 31; Zacarías 13, 7.

R. Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: * «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño».

V. Álzate, espada, contra mi pastor, contra mi ayudante —oráculo del Señor—. * Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.

Segunda lectura:
San Juan Eudes: Tratado sobre el reino de Jesús: Parte 3, 4.

El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia.

Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.

Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.

Responsorio: Colosenses 1, 24. 39.

R. Me alegro de sufrir: * Así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.

V. Ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente con la fuerza poderosa que Cristo me da. * Así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 33a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Zacarías 14, 1-21.

Tribulaciones y gloria de Jerusalén en los últimos tiempos.

Así dice el Señor:

«Mirad que llega el Día del Señor y se repartirá tu botín en medio de ti. Reuniré a todos los pueblos en Jerusalén para la guerra. La ciudad será conquistada, las casas saqueadas, las mujeres violadas; la mitad de la ciudad irá al destierro, pero el resto de la población no será arrancado de la ciudad. El Señor vendrá y guerreará contra aquellos pueblos, como cuando guerrea el día del combate.

Aquel día se plantarán sus pies sobre el monte de los Olivos, al este de Jerusalén. El monte de los Olivos se partirá en dos, al este y al oeste; quedará un gran valle. La mitad de la montaña se retirará hacia el norte y la otra mitad hacia el sur. Y huiréis por el valle de mis montañas, pues el valle de las montañas llegará hasta Azel; huiréis como cuando el terremoto en tiempos del rey Ozías de Judá. Y llegará el Señor, mi Dios, con todos sus santos.

Sucederá aquel día que no habrá luz, ni frío ni calor. Será un día único, que el Señor conoce: sin día ni noche. Al anochecer habrá una luz espléndida.

Aquel día brotarán aguas vivas de Jerusalén: la mitad irá al mar oriental, la otra mitad al occidental, tanto en verano como en invierno. El Señor será rey de todo el mundo.

Aquel día el Señor y su nombre serán únicos. Todo el país se convertirá en una llanura, desde Guibeá hasta Rimón, al sur de Jerusalén, que será realzada y habitada en su lugar, desde la Puerta de Benjamín hasta la Puerta Antigua, hasta la Puerta del Ángulo y la Torre de Jananel, hasta el Lagar del Rey. Habitarán en ella y no habrá más exterminio; habitarán Jerusalén tranquilos.

Éste será el castigo con el que castigará el Señor a todas las naciones que lucharon contra Jerusalén: su carne se pudrirá cuando todavía estén vivos; sus ojos se pudrirán en sus cuencas; sus lenguas se pudrirán en sus bocas.

Aquel día serán presa de un gran pánico enviado por el Señor; cada uno agarrará la mano de su vecino y su mano cubrirá la de su vecino. También Judá combatirá en Jerusalén. Se juntará toda la riqueza de las naciones vecinas: oro, plata, vestidos en gran número. El mismo castigo alcanzará a caballos, mulas, camellos, burros, y a todos los animales de sus campamentos. Así será el castigo.

Todos los supervivientes de las naciones que atacaron Jerusalén subirán cada año para postrarse ante el rey, el Señor del universo, y celebrarán la fiesta de las Tiendas. Y a la tribu que no suba a Jerusalén para postrarse ante el rey, el Señor del universo, no le llegará la lluvia. Y si la tribu de Egipto no sube y no viene, se quedará sin lluvia. Les caerá el mismo castigo con el que castigó el Señor a los pueblos que no subieron a celebrar la fiesta de las Tiendas. Ésta será la sanción de Egipto y la de todos los pueblos que no subieron a celebrar la fiesta de las Tiendas.

Aquel día los cascabeles de los caballos llevarán la inscripción: “Consagrado al Señor”. Las cazuelas del templo serán como los hisopos del altar. Todas las cazuelas de Jerusalén y de Judá estarán consagradas al Señor del universo. Y todos los que vengan a ofrecer un sacrificio las usarán para cocerlo.

Aquel día no quedará ni un comerciante en el templo del Señor del universo».

Responsorio: Zacarías 14, 8; 13, 1; Juan 19, 34.

R. Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén, y se alumbrará un manantial a la dinastía de David. * Contra pecados e impurezas.

V. Uno de los soldados, con la lanza, traspasó el costado de Jesús, y al punto salió sangre y agua. * Contra pecados e impurezas.

Segunda lectura:
Santo Tomás de Aquino: Conferencia sobre el Credo: Opuscula theologica 2.

Me saciaré de tu semblante.

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colmado su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: Él sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí superabundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como el suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.

Responsorio: Salmo 16, 15; 1a Corintios 13, 13.

R. Con mi apelación vengo a tu presencia, * Y al despertar me saciaré de tu semblante.

V. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce. * Y al despertar me saciaré de tu semblante.

Oración:

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 34a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Jesucristo, Rey del Universo.

Domingo 34a semana.

Himno:

Oh Jesucristo, Redentor de todos,
que, antes de que la luz resplandeciera,
naciste de tu Padre soberano
con la gloria semejante a la paterna.

Tú que eres luz y resplandor del Padre
y perpetua esperanza de los hombres,
escucha las palabras que tus siervos
elevan hasta ti de todo el orbe.

La tierra, el mar, el cielo y cuanto existe
bajo la muchedumbre de sus astros
rinden tributo con un canto nuevo
a quien la nueva salvación nos trajo.

Y nosotros, los hombres, los que fuimos
lavados con tu sangre sacratísima,
celebramos también, con nuestros cantos
y nuestras alabanzas, tu venida.

Gloria sea al divino Jesucristo,
que nació de tan puro y casto seno,
y gloria igual al Padre y al Espíritu
por infinitos e infinitos tiempos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Él me ha establecido rey en Sión, su monte santo, para proclamar su decreto.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron contra su santo
siervo Jesús, tu Ungido (Hech 4, 27).

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Él me ha establecido rey en Sión, su monte santo, para proclamar su decreto.

Antífona 2: Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan.

Salmo 71.
Poder real del Mesías.

Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos:
oro, incienso y mirra. (Mt 2, 11)

I

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan.

Antífona 3: Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

II

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

V. Te hago luz de las naciones.

R. Para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Primera lectura:
Apocalipsis 1, 4-6. 10. 12-18; 2, 26. 28; 3, 5. 12. 20-21.

Visión del Hijo del hombre en su majestad.

Gracia y paz a vosotros de parte del que es, el que era y ha de venir; de parte de los siete Espíritus que están ante su Trono; y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta. Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñido el pecho con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego. Sus pies eran semejantes al bronce bruñido incandescente en el crisol; y su voz como rumor de muchas aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas; y de su boca salía una espada aguda de doble filo; su rostro era como el sol cuando brilla en su apogeo.

Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome:

«No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.

Al vencedor, que cumpla mis obras hasta el final, le daré autoridad sobre las naciones como yo he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana, y no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. Le haré columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá fuera; escribiré sobre él el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo.

Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono».

Responsorio: Marcos 13, 26-27; Salmo 97, 9.

R. Verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a sus ángeles * Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud. * Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Segunda lectura:
Del opúsculo de Orígenes, presbítero, sobre la oración, Cap. 25.

Venga a nosotros tu reino.

Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues la palabra está cerca de nosotros, en los labios y en el corazón, sin duda, cuando pedimos que venga el reino de Dios, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se someten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está presente el Padre, y Cristo reina en ella, junto con el Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio: Vendremos a él y haremos morada en él.

Este reino de Dios que está dentro de nosotros llegará, con nuestra cooperación, a su plena perfección cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entregue a Dios Padre su reino, y así Dios lo será todo para todos. Por esto, rogando incesantemente con aquella actitud interior que se hace divina por la acción del Verbo, digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino.

Con respecto al reino de Dios, hay que tener también esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver la luz con las tinieblas, ni la justicia con la maldad, ni pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo, así tampoco pueden coexistir el reino de Dios y el reino del pecado.

Por consiguiente, si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en nosotros todos los principados, todos los poderes y todas las fuerzas.

Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros, y el último enemigo, la muerte, puede ser reducido a la nada, de modo que Cristo diga también en nosotros: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la regeneración y de la resurrección.

Responsorio: Apocalipsis 11, 15; Salmo 21, 28-29.

R. El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, * Y reinará por los siglos de los siglos.

V. En su presencia se postrarán las familias de los pueblos, porque del Señor es el reino. * Y reinará por los siglos de los siglos.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste recapitular todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que la creación entera, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Él, que vive y reina contigo.


Lunes 34a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: 2a Pedro 1, 1-11.

Exhortación sobre el camino de la salvación.

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe tan preciosa como la nuestra: a vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor.

Pues su poder divino nos ha concedido todo lo que conduce a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos ha llamado con su propia gloria y potencia, con las cuales se nos han concedido las preciosas y sublimes promesas, para que, por medio de ellas, seáis partícipes de la naturaleza divina, escapando de la corrupción que reina en el mundo por la ambición; en vista de ello, poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, y al cariño fraterno el amor.

Pues estas cosas, si las tenéis en abundancia, no os dejan ociosos ni infecundos para el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Y quien no las tenga es ciego y miope, que echa en el olvido la purificación de sus propios pecados.

Por eso, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección; haciendo esto no caeréis nunca. Pues así se os facilitará muchísimo la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Responsorio: Cf. 2a Pedro 1, 3.4; Gálatas 3, 27.

R. El Señor os ha llamado con su propia gloria y potencia, y os ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes prometidos, * Con lo cual podéis participar del mismo ser de Dios.

V. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. * Con lo cual podéis participar del mismo ser de Dios.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 92, 1. 2. 3.

Cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia.

Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.

Responsorio: Gálatas 6, 9-10. 7.

R. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. * Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos.

V. Lo que uno siembre, eso cosechará. * Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos.

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 34a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: 2a Pedro 1, 12-21.

Testimonio de los apóstoles y los profetas.

Queridos hermanos: Estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque ya las sabéis y estáis firmes en la verdad que poseéis. Mientras habito en esta tienda de campaña, considero un deber animaros con una exhortación, sabiendo que pronto voy a dejar mi tienda, según me manifestó nuestro Señor Jesucristo. Pero pondré mi empeño en que, incluso después de mi muerte, tengáis siempre la posibilidad de acordaros de esto.

Pues no nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada.

Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones, pero sabiendo, sobre todo, lo siguiente, que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios.

Responsorio: Juan 1, 14; 2a Pedro 1, 16. 18.

R. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros; * Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre.

V. Fuimos testigos oculares de su grandeza, estando con él en la montaña sagrada. * Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratados sobre el evangelio de san Juan: Tratado 35, 8-9.

Llegarás a la fuente, verás la luz.

Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.

No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la sublime gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz —dice— traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y —como dice también el apóstol Pablo— iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.

Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos?

Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos —dice el mismo Juan—, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él.

Responsorio: Apocalipsis 22, 5. 4.

R. Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol, * Porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

V. Lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. * Porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 34a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: 2a Pedro 2, 1-9.

Los falsos maestros.

Queridos hermanos: Lo mismo que hubo en el pueblo falsos profetas, también habrá entre vosotros falsos maestros que propondrán herejías de perdición y, negando al Dueño que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida perdición. Muchos seguirán su libertinaje y por causa de ellos se difamará el camino de la verdad. Y por codicia negociarán con vosotros con palabras artificiosas; su sentencia está activa desde antiguo y su perdición no duerme.

En efecto, Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en las tenebrosas cavernas del infierno, los entregó reservándolos para el juicio; y no perdonó al mundo antiguo provocando el diluvio sobre un mundo de impíos, aunque preservó a Noé, el pregonero de la justicia, y a otros siete; condenó a la catástrofe a las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a ceniza y dejándolas como ejemplo para los impíos del futuro; libró al justo Lot, acosado por la conducta libertina de los corruptos —pues este justo, con lo que veía y oía de aquellos con quienes convivía, sentía atormentada su alma justa por sus obras inicuas—. Así pues, bien sabe el Señor librar de la prueba a los piadosos y guardar a los impíos para castigarlos en el día del juicio.

Responsorio: Mateo 7, 15; 24, 11. 24.

R. Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, * Pero por dentro son lobos rapaces.

V. Aparecerán muchos falsos profetas, con tal ostentación de señales que engañarán a mucha gente. * Pero por dentro son lobos rapaces.

Segunda lectura:
De las Homilías atribuidas a San Macario, obispo: Homilía 28.

¡Ay del alma en la que no habita Cristo!

Así como en otro tiempo Dios, irritado contra los judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus adversarios los sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni sacrificios, así también ahora, airado contra el alma que quebranta sus mandatos, la entrega en poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta afearla.

Y, del mismo modo que una casa, si no habita en ella su dueño, se cubre de tinieblas, de ignominia y de afrenta, y se llena de suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y de la presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.

¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que no se oye ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales. ¡Ay del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la que no habita su dueño! ¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive! ¡Ay de la nave privada de piloto!, porque, embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por naufragar. ¡Ay del alma que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!, porque, puesta en un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una tempestad invernal terminará en el naufragio.

¡Ay del alma privada del cultivo diligente de Cristo que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque, hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto, acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque, al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en hospedaje de todos los vicios.

Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así también Cristo, el rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la humanidad desolada por el pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella los espinos y abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.

Responsorio: Juan 15, 1. 5. 9.

R. Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos; * El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

V. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. * El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 34a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: 2a Pedro 2, 9-22.

Amenazas a los pecadores.

Queridos hermanos: Bien sabe el Señor librar de la prueba a los piadosos y guardar a los impíos para castigarlos en el día del juicio, y sobre todo a los que andan tras la carne con deseos lascivos y desprecian el Señorío.

Atrevidos y arrogantes, no temen blasfemar contra seres gloriosos, cuando ni los ángeles, que son superiores en fuerza y en poder, profieren juicio insultante contra ellos en presencia del Señor. Éstos, como animales irracionales, destinados naturalmente a la caza y a la muerte, insultan lo que desconocen y perecerán como bestias, cobrando por ser injustos salario de iniquidad. Para ellos la felicidad consiste en el placer de cada día; son corruptos y viciosos que disfrutan con sus engaños mientras banquetean con vosotros; tienen los ojos llenos de adulterio y son insaciables en el pecado; seducen a las personas débiles y tienen el corazón entrenado en la codicia, ¡Malditos sean! Abandonando el camino recto, se extraviaron y siguieron el derrotero de Balaán, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad y obtuvo la reprensión de su propia trasgresión: una burra muda, expresándose con voz humana, impidió la insensatez del profeta.

Éstos son fuentes sin agua y nubes impulsadas por el huracán, a los que aguarda la oscuridad de las tinieblas, pues expresando grandilocuencias sin sentido seducen con deseos carnales libertinos a quienes hace poco se han alejado de los que se mueven en el error. Les prometen libertad, pero ellos son esclavos de la corrupción, porque uno es esclavo de aquello que lo domina.

Pues si, después de haberse alejado de los abusos del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a implicarse en ellos hasta verse dominados, entonces su situación última es peor que la primera. Pues habría sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, desviarse del mandamiento santo que les había sido transmitido. Les pasa lo de ese refrán tan verdadero que dice: «El perro vuelve a su propio vómito» y «Cerda lavada se revuelca en el fango».

Responsorio: Filipenses 4, 8. 9; 1a Corintios 16, 13.

R. Todo lo que es verdadero, noble, puro, tenedlo en cuenta. * Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros.

V. Estad alerta, manteneos en la fe, sed hombres, sed robustos. * Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Homilías sobre el evangelio de san Mateo: Homilía 33, 1. 2.

Si somos ovejas, vencemos; si nos convertimos en lobos, somos vencidos.

Mientras somos ovejas, vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero, si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del Pastor. Éste, en efecto, no pastorea lobos, sino ovejas, y, por esto, te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder.

Es como si dijera: «No os alteréis por el hecho de que os envío en medio de lobos y, al mismo tiempo, os mando que seáis como ovejas y como palomas. Hubiera podido hacer que fuera al revés y enviaros de modo que no tuvierais que sufrir mal alguno ni enfrentaros como ovejas ante lobos, podía haberos hecho más temibles que leones; pero eso no era lo conveniente, porque así vosotros hubierais perdido prestigio y yo la ocasión de manifestar mi poder. Es lo mismo que decía a Pablo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así es como yo he determinado que fuera». Al decir: Os mando como ovejas, dice implícitamente: «No desmayéis: yo sé muy bien que de este modo sois invencibles».

Pero, además, para que pusieran también ellos algo de su parte y no pensaran que todo había de ser pura gracia y que habían de ser coronados sin mérito propio, añade: Por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. «Mas, ¿de qué servirá nuestra sagacidad —es como si dijesen— en medio de tantos peligros? ¿Cómo podremos ser sagaces en medio de tantos embates? Por mucha que sea la sagacidad de la oveja, ¿de qué le aprovechará cuando se halle en medio de los lobos, y en tan gran número? Por mucha que sea la sencillez de la paloma, ¿de qué le servirá, acosada por tantos gavilanes?». Ciertamente, la sagacidad y la sencillez no sirven para nada a estos animales irracionales, pero a vosotros os sirven de mucho.

Pero veamos cuál es la sagacidad que exige aquí el Señor. «Como serpientes —dice—. Así como a la serpiente no le importa perderlo todo, aunque sea seccionado su cuerpo, con tal que conserve la cabeza, así también tú —dice— debes estar dispuesto a perderlo todo, tu dinero, tu cuerpo y aun la misma vida, con tal que conserves la fe. La fe es la cabeza y la raíz; si la conservas, aunque pierdas todo lo demás, lo recuperarás luego con creces». Así, pues, no te manda que seas sólo sencillo ni sólo sagaz, sino ambas cosas a la vez, porque en ello consiste la verdadera virtud. La sagacidad de la serpiente te hará invulnerable a los golpes mortales; la sencillez de la paloma frenará tus impulsos de venganza contra los que te dañan o te ponen asechanzas, pues, sin esto, en nada aprovecha la sagacidad.

Nadie piense que estos mandatos son imposibles de cumplir. El Señor conoce más que nadie la naturaleza de las cosas: él sabe que la violencia no se vence con la violencia, sino con la mansedumbre.

Responsorio: Mateo 10, 16; Juan 12, 36.

R. Mirad que os mando como ovejas entre lobos —dice el Señor—; * Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.

V. Mientras hay luz, fiaos de la luz, para que seáis hijos de la luz. * Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 34a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: 2a Pedro 3, 1-18.

Exhortación a esperar la venida del Señor.

Ésta es ya, queridos míos, la segunda carta que os escribo. Con ellas quiero suscitar en vosotros, a base de recuerdos, un sano criterio para recordar los mensajes emitidos por los santos profetas y el mandamiento del Señor y Salvador transmitido por los apóstoles; sabiendo, ante todo, que en los últimos días vendrán burlones con todo tipo de burlas, que actuarán conforme a sus propias pretensiones y dirán: «¿En qué queda la promesa de su venida? Pues desde que los padres murieron todo sigue igual, como desde el principio de la creación».

Porque intencionadamente se les escapa que desde antiguo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida en medio del agua gracias a la palabra de Dios; por eso el mundo de entonces pereció anegado por el agua. Pero ahora los cielos y la tierra custodiados por esa misma palabra están reservados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.

Mas no olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto.

Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.

Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables, y considerad que la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación, según os escribió también nuestro querido hermano Pablo conforme a la sabiduría que le fue concedida; tal como dice en todas las cartas en las que trata estas cosas. En ellas hay ciertamente algunas cuestiones difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tergiversan como hacen con las demás Escrituras para su propia perdición.

Así pues, queridos míos, ya que estáis prevenidos, estad en guardia para que no os arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga vuestra firmeza. Por el contrario, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.

Responsorio: Isaías 65, 17. 18; Apocalipsis 21, 5.

R. Mirad: yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear: * Todo lo hago nuevo.

V. Voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo. * Todo lo hago nuevo.

Segunda lectura:
San Cipriano: Tratado sobre la muerte: Cap. 18, 24. 26.

Rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad.

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos al mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo —dice— ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo las pasiones de la carne y la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que, mientras vivimos en él, somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros, significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que, con el vigor de su continencia, dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.

Responsorio: Filipenses 3, 20-21; Colosenses 3, 4.

R. Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. * Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

V. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. * Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 34a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Judas 1-8. 12-13. 17-25.

Reprensión a los impíos y exhortación a los fieles.

Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago, a los que son llamados, amados en Dios Padre y custodiados en Jesucristo: a vosotros, misericordia, paz y amor abundantes.

Queridos míos, al poner todo mi empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo animándoos a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos. Pues se han infiltrado ciertos individuos cuya condenación está prescrita desde antiguo, impíos que han convertido en libertinaje la gracia de nuestro Dios y rechazan al único Soberano y Señor Jesucristo.

Aunque lo habéis conocido todo de una vez para siempre, quiero recordaros, sin embargo, que el Señor, habiendo salvado al pueblo de la tierra de Egipto, después exterminó a los que no creyeron; y que a los ángeles que no se mantuvieron en su rango sino que abandonaron su propia morada los tiene guardados para el juicio del gran Día, atados en las tinieblas con cadenas perpetuas. También Sodoma y Gomorra, con las ciudades circunvecinas, por haberse prostituido como aquéllas y por haber practicado vicios contra naturaleza, quedan ahí como muestra, padeciendo la pena de un fuego eterno.

A pesar de ello, con estos soñadores pasa lo mismo, manchan la carne, rechazan todo señorío y blasfeman contra seres gloriosos. Éstos, que banquetean sin recato y se apacientan a sí mismos, son una mancha en vuestros ágapes, nubes sin lluvia que los vientos se llevan; árboles otoñales y sin frutos que, arrancados de cuajo, mueren por segunda vez; olas encrespadas del mar que arrojan la espuma de sus propias desvergüenzas; estrellas fugaces a las que aguarda la oscuridad eterna de las tinieblas.

En cambio vosotros, queridos míos, acordaos de las predicciones de los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; pues os decían que en el tiempo final habrá gente burlona que actuará conforme a los propios deseos de impiedad. Son éstos los que crean discordias, animales que no tienen espíritu. En cambio, vosotros, queridos míos, basándoos en vuestra santísima fe y orando movidos por el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna. Tened compasión con los que titubean, a unos salvadlos arrancándolos del fuego, a otros mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por el vicio.

Al que puede preservaros de tropiezos y presentaros intachables y exultantes ante su gloria, al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, sea la gloria y majestad, el poder y la soberanía desde siempre, ahora y por todos los siglos. Amén.

Responsorio: Tito 2, 12-13; Hebreos 10, 24.

R. Llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, * Aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.

V. Fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. * Aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín: Sermón 256, 1. 2. 3.

Cantemos Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención a los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo, hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios —dice el Apóstol—, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.

Responsorio: Cf. Apocalipsis 21, 21; Tobías 13, 21. 22. 13.

R. Tus plazas, Jerusalén, serán pavimentadas con oro puro, y en ti se entonarán cantos de alegría. * Y todas tus calles dirán: «Aleluya».

V. Brillarás cual luz de lámpara, y vendrán a ti de todos los confines de la tierra. * Y todas tus calles dirán: «Aleluya».

Oración:

Despierta, Señor, la voluntad de tus fieles, para que, con la búsqueda más intensa del fruto de la acción divina, reciban mayores auxilios de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.












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