LECTURAS SANTOS MARZO

Oficio Lecturas

Santos de MARZO.

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4 de marzo.

San Casimiro. Para la conmemoración.

Hijo del rey de Polonia, nació el año 1458. Cultivó de manera eminente las virtudes cristianas, sobre todo la castidad y la caridad con los pobres. Gran defensor de la fe, tuvo particular devoción a la eucaristía y a la Virgen María. Murió tuberculoso el año 1484 en Grodno (antigua Polonia) y está enterrado en Vilna (Lituania).

Segunda lectura:
De la Vida de san Casimiro, escrita por un autor casi contemporáneo.

Invirtió su tesoro según el mandato del Altísimo.

La sorprendente, sincera y no engañosa caridad de Casimiro, por la que amaba ardientemente al Dios todopoderoso en el Espíritu, impregnaba de tal forma su corazón, que brotaba espontáneamente hacia su prójimo. No había cosa más agradable y más deseable para él que repartir sus bienes y entregarse a sí mismo a los pobres de Cristo, a los peregrinos, enfermos, cautivos y atribulados.

Para las viudas y huérfanos y necesitados era no solamente un defensor y un protector, sino que se portaba con ellos como si fuera su padre, su hijo o su hermano.

Tendríamos que escribir una larga historia si hubiésemos de contar uno por uno sus actos de amor a Dios y sus obras de caridad con el prójimo.

Es poco menos que imposible describir su gran amor por la justicia, su templanza, su prudencia, su fortaleza y constancia, precisamente en esa edad en la que los hombres suelen sentir mayor inclinación al mal.

A cada paso exhortaba a su padre, el rey, a respetar la justicia en el gobierno de la nación y en el de los pueblos que le estaban sometidos. Y, si alguna vez el rey por debilidad o negligencia incurría en algún error, no dudaba en reprochárselo con modestia.

Tomaba como suyas las causas de los pobres y miserables, por lo que la gente le llamaba «defensor de los pobres». A pesar de su dignidad de príncipe y de su nobleza de sangre, no tenía dificultad en tratar con cualquier persona por humilde y despreciable que pareciera.

Siempre fue su deseo ser contado más bien entre los pobres de espíritu, de quienes es el reino de los cielos, que entre los personajes famosos y poderosos de este mundo. No tuvo ambición del dominio terreno ni quiso nunca recibir la corona que el padre le ofrecía, por temor de que su alma se viera herida por el aguijón de las riquezas, que nuestro Señor Jesucristo llamó espinas, o sufriera el contagio de las cosas terrenas.

Personas de gran autoridad, algunas de las cuales viven aún y que conocían hasta el fondo su comportamiento, aseguran que permaneció virgen hasta el fin de sus días.

Responsorio: Eclesiástico 29, 14; 1a Timoteo 6, 11.

R. Invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, * Y te producirá más que el oro.

V. Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. * Y te producirá más que el oro.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien servir es reinar, concédenos, por la ayuda e intercesión de san Casimiro, servirte siempre en santidad y justicia. Por nuestro Señor Jesucristo.



7 de marzo.

Santa Perpetua y santa Felicidad, mártires. Para la conmemoración.

Fueron martirizadas en Cartago, durante la persecución de Septimio Severo (año 203). Conservamos una bellísima narración de dicho martirio, elaborada en parte por los mismos mártires y en parte por un escritor de la época.

Segunda lectura:
De la Historia del martirio de los santos mártires cartagineses, Caps. 18, 20-21.

Llamados y elegidos para gloria del Señor.

Brilló por fin el día de la victoria de los mártires y marchaban de la cárcel al anfiteatro, como si fueran al cielo, con el rostro resplandeciente de alegría, y sobrecogidos no por el temor, sino por el gozo.

La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua y cayó de espaldas. Se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el suelo, se acercó, le dio la mano y la levantó. Ambas juntas se mantuvieron de pie y, doblegada la crueldad del pueblo, fueron llevadas a la puerta llamada Sanavivaria. Allí Perpetua fue recibida por un tal Rústico, que por entonces era catecúmeno, y que la acompañaba. Ella, como si despertara de un sueño (tan fuera de sí había estado su espíritu), comenzó a mirar alrededor suyo y, asombrando a todos dijo:

«¿Cuándo nos arrojarán esa vaca, no sé cual?».

Como le dijeran que ya se la habían arrojado, no quiso creerlo hasta que comprobó en su cuerpo y en su vestido las marcas de la embestida. Después, haciendo venir a su hermano, también catecúmeno, dijo:

«Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de nuestros padecimientos».

Del mismo modo Saturo, junto a la otra puerta, exhortaba al soldado Pudente, diciéndole:

«En resumen, como presentía y predije, hasta ahora no he sentido ninguna de las bestias. Ahora créeme de todo corazón: cuando salga de nuevo, seré abatido por una única dentellada de leopardo».

Cuando el espectáculo se acercaba a su fin, fue arrojado a un leopardo y de una dentellada quedó tan cubierto de sangre, que el pueblo, cuando el leopardo intentaba morderle de nuevo, como dando testimonio de aquel segundo bautismo, gritaba:

«Salvo, el que está lavado; salvo, el que está lavado».

Y ciertamente estaba salvado por haber sido lavado de esta forma.

Entonces Saturo dijo al soldado Pudente:

«Adiós, y acuérdate de la fe y de mí; que estos padecimientos no te turben, sino que te confirmen».

Luego le pidió un anillo que llevaba al dedo y, empapándolo en su sangre, se lo entregó como si fuera su herencia, dejándoselo como prenda y recuerdo de su sangre. Después, exánime, cayó en tierra, donde se encontraban todos los demás que iban a ser degollados en el lugar acostumbrado.

Pero el pueblo exigió que fueran llevados al centro del anfiteatro para ayudar, con sus ojos homicidas, a la espada que iba a atravesar sus cuerpos. Ellos se levantaron y se colocaron allí donde el pueblo quería, y se besaron unos a otros para sellar el martirio con el rito solemne de la paz.

Todos, inmóviles y en silencio, recibieron el golpe de la espada; especialmente Saturo, que había subido  el primero, pues ayudaba a Perpetua, fue el primero en entregar su espíritu.

Perpetua dio un salto al recibir el golpe de la espada entre los huesos, sin duda para que sufriera algún dolor. Y ella misma trajo la mano titubeante del gladiador inexperto hasta su misma garganta. Quizás una mujer de este temple, que era temida por el mismo espíritu inmundo, no hubiera podido ser muerta de otra forma, si ella misma no lo hubiese querido.

¡Oh valerosos y felices mártires! ¡Oh, vosotros, que de verdad habéis sido llamados y elegidos para gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio: Romanos 8, 34-35. 37.

R. Cristo Jesús está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. * ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la persecución?, ¿la espada? 

V. En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. * ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la persecución?, ¿la espada?

Oración:

Oh, Dios, las santas mártires Perpetua y Felicidad, urgidas por la caridad, vencieron el tormento de la muerte rechazando al enemigo; concédenos, por sus oraciones, crecer siempre en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.



8 de marzo.

San Juan de Dios, religioso. Para la conmemoración.

Nació en Portugal el año 1495. Después de una milicia llena de peligros, se entregó por completo al servicio de los enfermos. Fundó un hospital en Granada y vinculó a su obra un grupo de compañeros, los cuales constituyeron después la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios. Destacó, sobre todo, por su caridad con los enfermos y necesitados. Murió en Granada el año 1550.

Segunda lectura:
De las cartas de san Juan de Dios, religioso.

Jesucristo es fiel y lo provee todo.

Si mirásemos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer bien mientras pudiésemos: pues que, dando nosotros, por su amor, a los pobres lo que él mismo nos da, nos promete ciento por uno en la bienaventuranza. ¡Oh bienaventurado logro y ganancia! ¿Quién no da lo que tiene a este bendito mercader, pues hace con nosotros tan buena mercancía y nos ruega, los brazos abiertos, que nos convirtamos y lloremos nuestros pecados y hagamos caridad primero a nuestras ánimas y después a los prójimos? Porque, así como el agua mata al fuego, así la caridad al pecado.

Son tantos los pobres que aquí se llegan, que yo mismo muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar, mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer. Como la ciudad es grande y muy fría, especialmente ahora en invierno, son muchos los pobres que se llegan a esta casa de Dios. Entre todos, enfermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay más de ciento diez. Como esta casa es general, reciben en ella generalmente de todas enfermedades y suerte de gentes, así que aquí hay tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos, y otros muy viejos y muy niños, y, sin estos, otros muchos peregrinos y viandantes, que aquí se allegan, y les dan fuego y agua, sal y vasijas para guisar de comer. Para todo esto no hay renta, mas Jesucristo lo provee todo.

De esta manera, estoy aquí empeñado y cautivo por solo Jesucristo. Viéndome tan empeñado, muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo, y viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades, así al cuerpo como al ánima, como no los puedo socorrer, estoy muy triste, mas empero confío en Jesucristo; que él me desempeñará, pues él sabe mi corazón. Y, así, digo que maldito el hombre que fía de los hombres, sino de solo Jesucristo; de los hombres has de ser desamparado, que quieras o no; mas Jesucristo es fiel y durable, y pues que Jesucristo lo provee todo, a él sean dadas las gracias por siempre jamás. Amén.

Responsorio: Isaías 58, 7-8.

R. Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo; * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

V. Viste al que veas desnudo, y no te cierres a tu propia carne. * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

Oración:

Oh, Dios, que colmaste a san Juan de Dios de espíritu de misericordia, te pedimos que, practicando las obras de caridad, merezcamos encontrarnos entre los elegidos de tu reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.



9 de marzo.

Santa Francisca Romana, religiosa. Para la conmemoración.

Nació en Roma el año 1384. Se casó joven y tuvo tres hijos. En la dura época que le tocó vivir repartió sus bienes entre los pobres, atendió a los enfermos y desempeñó una admirable actividad con los necesitados, destacando, sobre todo, por su humildad y paciencia. El año 1425 instituyó la Congregación de  Oblatas, bajo la regla de san Benito. Murió el año 1440.

Segunda lectura:
De la Vida de santa Francisca Romana, escrita por María Magdalena Anguillaria, superiora de las Oblatas de Tor de’Specchi.

La paciencia y caridad de santa Francisca.

Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.

Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.

Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.

Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.

Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.

Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto más fétidas o repugnantes eran.

Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.

Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.

Responsorio: Rut, 3, 10-11; Judit 13, 25.

R. El Señor te bendiga, * Pues ya saben todos los del pueblo que eres una mujer de cualidades.

V. El Señor ha glorificado tu nombre de tal modo, que tu alabanza está siempre en la boca de todos. * Pues ya saben todos los del pueblo que eres una mujer de cualidades.

Oración:

Oh, Dios, que nos diste en santa Francisca Romana un modelo singular de vida conyugal y monástica, concédenos estar a tu servicio con tal perseverancia, que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.



15 de marzo.

San Raimundo de Fitero, Abad.

En la Catedral de Toledo y Parroquia de Ciruelos:
Memoria obligatoria.
En la Archidiócesis de Toledo: Memoria libre.

Nació en Tarazona (España), de cuya Iglesia, según se cree, fue canónigo. Monje en el monasterio cisterciense de Scala Dei (Tarbes, Francia), volvió a su tierra natal para fundar el monasterio de Santa María de Fitero en 1152. En los años 1158-1159 fundó la Orden Militar de Calatrava, bajo la Regla del Císter. Murió el 6 de febrero de 1163 en Ciruelos (Toledo) siendo sepultado en la iglesia monástica de la Orden Militar de Calatrava allí existente. El 15 de marzo de 1468, sus restos fueron trasladados al Monasterio de Monte Sión, en Toledo, y desde el siglo XIX se veneran en la Santa Iglesia Catedral Primada.

Del común de santos varones: para los religiosos.

Segunda lectura:
De las obras de Rodrigo Ximénez de Rada, obispo.

Con la ayuda del Señor, prosperó la acción de los monjes.

Después de llegar el rey Sancho a Toledo, corrió el rumor de que los árabes se dirigían con un gran ejército hasta Calatrava. Los Templarios, que guarnecían esta plaza, temiendo no poder hacer frente al ataque de los árabes, acudieron al rey Sancho y le rogaron que se hiciera cargo del castillo y de la ciudad de Calatrava, ya que ellos no tenían fuerzas suficientes para resistir al enemigo y no habían podido encontrar otro señor que quisiera correr el riesgo de la defensa de la plaza.

Se hallaba entonces en la capital del Reino un religioso llamado Raimundo, abad de Fitero, a quien acompañaba el monje Diego Velázquez, de origen noble, que se había educado en su juventud con el rey Sancho y había sido experto en las artes militares. Este monje, al ver al rey preocupado por la suerte de Calatrava, aconsejó al abad que pidiera al rey dicha plaza, y, aunque al principio el abad se resistiera, al fin hizo caso a las instancias del monje y, llegándose al rey, le pidió Calatrava. A pesar de que esto no les parecía cuerdo a algunos, sin embargo, como era del agrado de Dios, el rey dio su consentimiento.

Entonces el abad y el monje acudieron inmediatamente al primado Juan, que entonces presidía la Iglesia toledana. Éste, al oír su santo propósito, dio gracias a Dios, les ayudó enseguida con sus propios bienes y mandó predicar públicamente que todos los que acudieran en defensa de Calatrava obtendrían el perdón de sus pecados. Con esto se hizo tal conmoción en la ciudad que apenas quedó nadie que no marchara en persona o al menos proporcionara caballos, armas o dinero para dicha acción. El rey Sancho donó al instante al abad y a la Abadía de Santa María de Fitero la fortaleza y la ciudad de Calatrava como posesión perpetua.

Guiados por el Señor, el abad y el monje Diego se dirigieron a Calatrava. Entonces ocurrió que, por providencia del Altísimo, aquel ejército agareno del que tanto se había hablado, no asedió la ciudad. Muchos, movidos por la devoción, recibieron la forma de vida de aquellos monjes, vistiendo un hábito más simplificado, como lo exigía la agilidad militar, y así, con la ayuda del Señor, prosperó la obra emprendida por los monjes. El abad Raimundo regresó a su monasterio de Fitero y, tomando consigo animales, rebaños y otros enseres, y acompañado de gran número de guerreros a quienes él mismo había suministrado dinero y avituallamiento, volvió de nuevo a Calatrava. En Fitero dejó sólo a los ancianos y enfermos para el cuidado del monasterio. Así es como el santo abad Raimundo fundó la esclarecida Orden de Calatrava. Sus monjes alababan a Dios con el salterio, al mismo tiempo que ceñían la espada. Su comida era muy frugal; sus vestidos, áspera lana. La estricta observancia de la Regla les servía de prueba y la práctica del silencio les acompañaba. El frecuente doblar las rodillas les humillaba y las vigilias nocturnas les mortificaban. La oración ferviente les instruía y el continuo trabajo era su mejor ejercicio. Unos a otros se ayudaban como hermanos en el mutuo ejemplo.

Raimundo fue el primer abad de Fitero. Al morir fue sepultado en la villa de Ciruelos, cerca de Toledo, donde, según cuenta la tradición, Dios obró muchos milagros por su medio.

Responsorio: Lucas 12, 35-36; Mateo 24, 42.

R. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. * Vosotros estad como los que aguardan a que el Señor vuelva de la boda.

V. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. * Vosotros estad como los que aguardan a que el Señor vuelva de la boda.

Oración:

Señor, tú concediste al abad san Raimundo entregarse de corazón a la causa del Reino en medio de las vicisitudes de este mundo; concédenos también, por sus méritos, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación y de librarnos de todo mal. Por nuestro Señor Jesucristo.



17 de marzo.

San Patricio, obispo. Para la conmemoración.

Nacido en Gran Bretaña hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda, y obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado clerical y fue consagrado obispo de Irlanda, desplegando extraordinarias dotes de evangelizador, y convirtiendo a la fe a numerosas gentes, entre las que organizó la Iglesia. Murió el año 461, en Down, llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).

Segunda lectura:
De la Confesión de san Patricio, obispo: Capítulos 14-16.

Muchos pueblos renacieron a Dios por mí.

Sin cesar doy gracias a Dios que me mantuvo fiel en el día de la prueba. Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina? Tú me has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he de recibirlo con idéntica disposición, dando gracias a Dios que me otorgó esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que anunciarían su Evangelio para que llegue a oídos de todos los pueblos. ¿De dónde me vino después este don tan grande y tan saludable: conocer y amar a Dios, perder a mi patria y a mis padres y llegar a esta gente de Irlanda, para predicarles el Evangelio, sufrir ultrajes de parte de los incrédulos, ser despreciado como extranjero, sufrir innumerables persecuciones hasta ser encarcelado y verme privado de mi condición de hombre libre, por el bien de los demás?

Si Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte. Mucho es lo que debo a Dios, que me concedió gracia tan grande de que muchos pueblos renacieron a Dios por mí. Y después les dio crecimiento y perfección. Y también porque pude ordenar en todos aquellos lugares a los ministros para el servicio del pueblo recién convertido; pueblo que Dios había llamado desde los confines de la tierra, como lo había prometido por los profetas: A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: «Qué engañoso es el legado de nuestros padres, qué vaciedad sin provecho». Y también: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Allí quiero esperar el cumplimiento de su promesa infalible, como afirma en el Evangelio: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob. Como lo afirma nuestra fe, los creyentes vendrán de todas partes del mundo.

Responsorio: Romanos 15, 15-16; 1, 9.

R. El don recibido de Dios me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mi acción sacra consiste en anunciar el Evangelio de Dios, * Para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios.

V. Doy culto al Padre con toda mi alma, proclamando el Evangelio de su Hijo. * Para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios.

Oración:

Oh, Dios, que elegiste al obispo san Patricio para predicar tu gloria a los pueblos de Irlanda, concede, por sus méritos e intercesión, que cuantos se glorían del nombre cristiano proclamen siempre tus maravillas a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.



18 de marzo.

San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor de la Iglesia. Para la conmemoración.

Nació de padres cristianos el año 315; sucedió al obispo Máximo en la sede de Jerusalén el año 348. Por su actitud en la controversia arriana, se vio más de una vez condenado al destierro. De su actividad pastoral dan testimonio sus numerosos sermones en los que explicaba a los fieles la doctrina ortodoxa, la Sagrada Escritura y la Tradición. Murió el año 386.

Segunda lectura:
De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo, 3, 1-3.

Preparad limpios los vasos para recibir al Espíritu Santo.

Alégrese el cielo, goce la tierra, por estos que van a ser rociados con el hisopo y purificados con el hisopo espiritual, por el poder de aquel que en su pasión bebió desde la cruz por medio de la caña de hisopo. Alégrense las virtudes de los cielos; y prepárense las almas que van a desposarse con el Esposo. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor».

Comportaos, pues, rectamente, oh hijos de la justicia, recordando la exhortación de Juan: Allanad sus senderos: Retirad todos los estorbos e impedimentos para llegar directamente a la vida eterna. Por la fe sincera, preparad limpios los vasos de vuestra alma para recibir al Espíritu Santo. Comenzad por lavar vuestros vestidos con la penitencia, a fin de que os encuentren limpios, ya que habéis sido llamados al tálamo del Esposo.

El Esposo llama a todos sin distinción, pues su gracia es liberal y abundante; sus pregoneros reúnen a todos a grandes voces, pero luego él segrega a aquellos que no son dignos de entrar a las bodas, figura del bautismo.

Que ninguno de los inscritos tenga que oír aquella voz: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?

Ojalá que todos escuchéis aquellas palabras: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu Señor.

Hasta ahora os habéis quedado fuera de la puerta, pero deseo que todos podáis decir: El rey me introdujo en su cámara. Me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Que vuestra alma se encuentre sin mancha ni arruga, ni nada por el estilo; no digo antes de recibir la infusión de la gracia (¿para qué, entonces, habríais sido llamados a la remisión de los pecados?), pero sí que, cuando la gracia se os infunda, vuestra conciencia, estando libre de toda falta, concurra al efecto de la gracia.

El bautismo es algo sumamente valioso y debéis acercaros a él con la mejor preparación. Que cada uno se coloque ante la presencia de Dios, rodeado de todas las miradas de los ejércitos celestiales. El Espíritu Santo sellará vuestras almas, pues habéis sido elegidos para militar al servicio del gran rey.

Preparaos, pues, y disponeos para ello, no tanto con la blancura inmaculada de vuestra túnica, cuanto con un espíritu verdaderamente fervoroso.

Responsorio: Malaquías 2, 6; Salmo 88, 22.

R. Una doctrina auténtica llevaba en la boca, y en sus labios no se hallaba maldad; * Se portaba conmigo con integridad y rectitud, dice el Señor.

V. Mi mano estaba siempre con él, y mi brazo lo hizo valeroso. * Se portaba conmigo con integridad y rectitud, dice el Señor.

Oración:

Oh, Dios, que por medio de san Cirilo de Jerusalén, obispo, has conducido a tu Iglesia admirablemente a una comprensión más profunda de los misterios de la salvación, concédenos, por su ayuda, conocer de tal modo a tu Hijo que poseamos con mayor abundancia la vida divina. Por Jesucristo, nuestro Señor.



19 de marzo.

San José, Esposo de la Virgen María. Solemnidad.

Himno:

Porque fue varón justo,
lo amó el Señor,
y dio el ciento por uno
su labor.

El alba mensajera
del sol de alegre brillo
conoce ese martillo
que suena en la madera.
La mano carpintera
madruga a su quehacer,
y hay gracia antes que sol en el taller.

Cabeza de tu casa
del que el Señor se fía,
por la carpintería
la gloria entera pasa.
Tu mano se acompasa
con Dios en la labor,
y alargas tú la mano del Señor.

Y, pues que el mundo entero
te mira y se pregunta,
di tú cómo se junta
ser santo y carpintero,
la gloria y el madero,
la gracia y el afán,
tener propicio a Dios y escaso el pan.

Salmodia: Del común de santos varones, excepto las antífonas.

Antífona 1: Un ángel del Señor se apareció a José y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús». (T.P. Aleluya.)

Salmo 20, 2-8. 14.
Acción de gracias por la victoria del rey.

El Señor resucitado recibió la vida,
años que se prolongan sin término.
(S. Ireneo)

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Un ángel del Señor se apareció a José y le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús». (T.P. Aleluya.)

Antífona 2: Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a María, su mujer. (T.P. Aleluya.)

Salmo 91.
Alabanza del Dios creador.

Este salmo canta las maravillas
realizadas en Cristo. (S. Atanasio)

I

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a María, su mujer. (T.P. Aleluya.)

Antífona 3: José subió desde Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con María. (T.P. Aleluya.)

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: José subió desde Nazaret a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con María. (T.P. Aleluya.)

V. El justo germinará como una azucena. (T.P. Aleluya.)

R. Y florecerá eternamente ante el Señor. (T.P. Aleluya.)

Primera lectura: Hebreos 11, 1-16.

Fe de los santos patriarcas.

La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos. Por la fe sabemos que el universo fue configurado por la palabra de Dios, de manera que lo visible procede de lo invisible.

Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella sigue hablando después de muerto.

Por la fe fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraron, porque Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le acreditó que había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerlo, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan.

Por la fe, advertido Noé de lo que aún no se veía, tomó precauciones y construyó un arca para salvar a su familia; por ella condenó al mundo y heredó la justicia que viene de la fe.

Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo vigor para concebir cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía. Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.

Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.

Responsorio: Romanos 4, 20. 22; Santiago 2, 22.

R. Ante la promesa de Dios no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, * Por lo cual le valió la justificación. (T.P. Aleluya.)

V. La fe actuaba en sus obras, y por las obras de la fe llegó a su madurez. * Por lo cual le valió la justificación. (T.P. Aleluya.)

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardino de Siena: Sermón 2, Sobre san José.

Protector y custodio fiel.

La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar.

Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor.

Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es éste el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es san José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular.

José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa.

No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo.

Por eso, también con razón, se dice más adelante: Pasa al banquete de tu Señor. Aun cuando el gozo significado por este banquete es el que entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: Pasa al banquete, a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios.

Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Cf. Génesis 45, 8; 50, 20; Salmo 27, 7; 117, 14.

R. El Señor me hizo ministro del rey y señor de su casa. * Me exaltó para dar vida a pueblos numerosos. (T.P. Aleluya.)

V. El Señor es mi fuerza y mi escudo: él es mi salvación. * Me exaltó para dar vida a pueblos numerosos. (T.P. Aleluya.)

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que tu Iglesia conserve siempre y lleve a su plenitud los primeros misterios de la salvación humana que confiaste a la fiel custodia de san José. Por nuestro Señor Jesucristo.



23 de marzo.

Santo Toribio de Mogrovejo, obispo. Para la conmemoración.

Nació en España hacia el 1538, y estudió derecho en Salamanca. Nombrado obispo de Lima el año 1580, marchó a América. Lleno de celo apostólico, reunió numerosos sínodos y concilios que promovieron con mucho fruto la vida religiosa de todo el virreinato. Defendió con valentía los derechos de la Iglesia, con gran dedicación a su grey y preocupación, sobre todo, por la población autóctona. Murió el año 1606.

Segunda lectura:
Del Decreto Christus Dominus, sobre el deber pastoral de los obispos en la Iglesia, del Concilio Vaticano II: Núms. 12-13. 16.

Disponibles para toda obra buena.

Los obispos, en el ejercicio de su deber de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que destaca entre los principales de los obispos. Por la fortaleza del Espíritu, llamen a los hombres a la fe o confírmelos en la fe viva; propongan a los hombres el misterio íntegro de Cristo, es decir, todas aquellas verdades cuya ignorancia equivale a ignorar a Cristo, e igualmente muéstrenles el camino revelado por Dios para darle gloria y que, por eso mismo, conduce a alcanzar la eterna bienaventuranza.

Muestren, además, que las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas, de acuerdo con el plan salvífico de Dios creador, se ordenan también a la salvación de los hombres y que por este motivo pueden contribuir en gran medida a la edificación del cuerpo de Cristo.

En consecuencia, enseñen hasta qué punto, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, debe ser estimada la persona humana con su libertad, y la vida misma del cuerpo; la familia, su unidad y estabilidad, la procreación y educación de la prole; la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso; las artes e inventos técnicos; la pobreza y la abundancia. Expongan los criterios de acuerdo con los cuales se puedan resolver los graves problemas que afectan a la posesión, incremento y recta distribución de los bienes materiales, a la guerra y a la paz, y a la fraterna convivencia de todos los pueblos.

Expongan la doctrina cristiana de manera acomodada a las necesidades de los tiempos, es decir, que den respuesta a las dificultades e interrogantes que preocupan y angustian especialmente a los hombres. Al mismo tiempo velen por la doctrina, enseñando a los mismos fieles a defenderla y propagarla. Al enseñarla, manifiesten la maternal solicitud de la Iglesia hacia todos los hombres, tanto fieles como no fieles, y tengan especial solicitud de los pobres y de los jóvenes, a quienes el Señor les ha enviado a evangelizar.

Al ejercer su oficio de padre y pastor, sean los obispos en medio de los suyos como servidores; sean buenos pastores que conocen a sus ovejas y que son a su vez conocidos por ellas; sean verdaderos pastores que se distinguen por el espíritu de amor y de solicitud hacia todos, y a cuya autoridad, conferida, desde luego, por Dios, todos se sometan de buen ánimo. Congreguen y formen de tal forma a toda su familia que todos, conscientes de sus deberes, vivan y actúen en comunión de caridad.

Para que puedan realizar esto eficazmente, los obispos, disponibles para toda obra buena y aguantándolo todo por los elegidos, deben adaptar su vida de tal forma que corresponda a las necesidades de los tiempos.

Responsorio: 1a Pedro 5, 2. 3-4; Hechos Apóstoles 20, 28.

R. Sed pastores del rebaño de Dios, convirtiéndoos en modelos del rebaño. * Y, cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

V. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios. * Y, cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Oración:

Oh, Dios, que acrecentaste tu Iglesia mediante el celo por la verdad y la solicitud apostólica del obispo santo Toribio de Mogrovejo, concede al pueblo a ti consagrado crecer y renovarse continuamente en la fe y en la santidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.



25 de marzo.

La Anunciación del Señor. Solemnidad.

Himno:

Dios te salve, Anunciación,
morena de maravilla,
tendrás un hijo más bello
que los tallos de la brisa.

Mensaje de Dios te traigo.
Él te saluda, María,
pues Dios se prendó de ti,
y Dios es Dios de alegría.

Llena de gracia te llamo
porque la gracia te llena;
si más te pudiera dar,
mucha más gracia te diera.

El Señor está contigo,
aún más que tú estás con Dios;
tu carne ya no es tu carne,
tu sangre ya es para dos.

Y bendita vas a ser
entre todas las mujeres,
pues, si eres madre de todos,
¿quién podría no quererte? Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. (T.P. Aleluya.)

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. (T.P. Aleluya.)

Antífona 2: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Me has preparado un cuerpo; aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». (T.P. Aleluya.)

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Me has preparado un cuerpo; aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». (T.P. Aleluya.)

Antífona 3: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. (T.P. Aleluya.)

Salmo 44.
Las nupcias del Rey.

¡Que llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. (T.P. Aleluya.)

V. La Palabra se hizo carne. (T.P. Aleluya.)

R. Y acampó entre nosotros. (T.P. Aleluya.)

Primera lectura: 1o Crónicas 17, 1-15.

Vaticinio sobre el Hijo de David.

Una vez instalado en su casa, David dijo al profeta Natán:

«Mira yo vivo en una casa de cedro, mientras que el Arca de la alianza del Señor está en una tienda».

Natán le respondió:

«Haz lo que te dicte el corazón, porque Dios está contigo».

Pero aquella noche Natán recibió esta palabra de Dios:

«Ve a decir a mi siervo David: “Así dice el Señor: No serás tú quien me construya la Casa para habitar. Desde el día en que liberé a Israel hasta el día de hoy no he habitado en casa alguna, sino que he estado de tienda en tienda y de santuario en santuario. Mientras iba de un lugar a otro con todo Israel, ¿acaso dirigí la palabra a algún juez de Israel, a los que mandé gobernar a mi pueblo, para decirle: ¿Por qué no me construís una casa de cedro?”.

Pues bien, di a mi siervo David:

“Así dice el Señor del universo: Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera que hayas ido, he eliminado a todos tus enemigos ante ti y voy a hacerte tan famoso como a los más famosos de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel, lo plantaré para que viva en él; ya no será perturbado, ni los malvados continuarán humillándolo, como antaño, como en los días en que instituí jueces sobre mi pueblo, Israel, sino que humillaré a todos tus enemigos. Te anuncio además que el Señor te edificará una casa.

Y cuando llegue el momento de irte con tus antepasados, suscitaré a un descendiente, a uno de tus hijos, y afianzaré su reino. Él me edificará un templo y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo; no le retiraré mi favor, como se lo retiré a tu predecesor. Lo confirmaré para siempre en mi casa y en mi reino, y su trono estará firme eternamente”».

Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 26. 27. 30. 31. 32.

R. El ángel Gabriel fue enviado a la Virgen María, desposada con José, para anunciarle el mensaje; y la Virgen se asustó del resplandor. No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. * Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo. (T.P. Aleluya.)

V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. * Concebirás y darás a luz, y se llamará Hijo del Altísimo. (T.P. Aleluya.)

Segunda lectura:
De las cartas de san León Magno, papa: Carta 28, a Flaviano, 3-4.

El misterio de nuestra reconciliación.

La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.

El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.

Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados.

Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo —por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales— fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.

Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra; el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible; el que existía antes del tiempo, empezó a existir en el tiempo; el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo; el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.

En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así como la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.

La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 31. 42.

R. Recibe, Virgen María, la palabra del Señor, que te ha sido comunicada por el ángel: Concebirás y darás a luz al que es Dios y hombre juntamente. * Por eso te llamarán bendita entre las mujeres. (T.P. Aleluya.)

V. Darás a luz un hijo, sin detrimento de tu virginidad; quedarás grávida y serás madre, permaneciendo intacta. * Por eso te llamarán bendita entre las mujeres. (T.P. Aleluya.)

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que has querido que tu Verbo asumiera la verdad de la carne humana en el seno de la Virgen María, concédenos que cuantos confesamos a nuestro Redentor Dios y hombre merezcamos ser partícipes también de su naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo.





HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.




















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