LECTURAS SANTOS JULIO

Oficio Lecturas
Santos de JULIO.

Inmaculado Corazón de María.

(Sábado siguiente al Sagrado Corazón de Jesús)

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(Sábado siguiente al Sagrado Corazón de Jesús):

Inmaculado Corazón de María. Memoria obligatoria.

Segunda lectura:
De los sermones de san Lorenzo Justiniano, obispo. Sermón 8, en la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María.

María conservaba todas estas cosas en su corazón.

María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María Santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual.

Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado. Allí Dios atiende más a la intención que a la exterioridad de nuestras obras. Por esto, ya sea que por la contemplación salgamos de nosotros mismos para reposar en Dios, ya sea que nos ejercitemos en la práctica de las virtudes o que nos esforcemos en ser útiles a nuestro prójimo con nuestras buenas obras, hagámoslo de manera que la caridad de Cristo sea lo único que nos apremie. Éste es el sacrificio de la purificación espiritual, agradable a Dios, que se ofrece no en un templo hecho por mano de hombres, sino en el templo del corazón, en el que Cristo, el Señor, entra de buen grado.

Responsorio.

R. No sé con qué alabanzas ensalzarte, oh santa e inmaculada virginidad. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

V. Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado una digna morada al Espíritu Santo en el Corazón de la Virgen María, concédenos en tu bondad, por su intercesión, que merezcamos ser templo de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.



3 de julio:

Santo Tomás Apóstol. Fiesta.

Tomás es conocido entre los demás apóstoles por su incredulidad, que se desvaneció en presencia de Cristo resucitado; él proclamó la fe pascual de la Iglesia con estas palabras: «¡Señor mío y Dios mío!». Nada sabemos con certeza acerca de su vida, aparte de los indicios que nos suministra el Evangelio. Se dice que evangelizó la India. Desde el siglo VI se celebra el día 3 de julio el traslado de su cuerpo a Edesa.

Himno:

Voceros de Dios,
heraldos de Amor,
apóstoles santos.

Locura de cruz,
de Dios es la luz,
apóstoles santos.

Mensaje del Rey,
de amor es la ley,
apóstoles santos.

De Cristo solaz,
sois cristos de paz
apóstoles santos.

Sois piedra frontal
del reino final,
apóstoles santos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones. Aleluya.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

V. Contaron las alabanzas del Señor y su poder.

R. Y las maravillas que realizó.

Primera lectura: 1a Corintios 4, 1-16.

Sigamos el ejemplo del Apóstol, como él siguió el de Cristo.

Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador, lo que se busca es que sea fiel. Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis antes de tiempo: dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá la alabanza de Dios.

Hermanos, he aplicado lo anterior a Apolo y a mí por causa vuestra, para que con nuestro caso aprendáis aquello de «no saltarse el reglamento» y no os engriáis el uno a costa del otro. A ver, ¿quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo, como si nadie te lo hubiera dado? Ya tenéis todo lo que ansiabais, ya sois ricos, habéis conseguido un reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos. Por lo que veo, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres.

Nosotros, unos necios por Cristo; vosotros, ¡qué sensatos en Cristo! Nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora hemos pasado hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan, y les deseamos bendiciones; nos persiguen, y aguantamos; nos calumnian, y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el deshecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy.

No os escribo esto para avergonzaros, sino para haceros recapacitar, porque os quiero como a hijos; porque tendréis mil tutores en Cristo, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Por eso, os exhorto a que sigáis mi ejemplo.

Responsorio: Jn 15, 15; Mt 13, 11. 16.

R. Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos, * Porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

V. A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! * Porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

Segunda lectura:
De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios.

¡Señor mío y Dios mío!

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?

Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?». Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.

Responsorio: 1a Juan 1, 2. 1. 3.

R. La vida se hizo visible, nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos * La vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.

V. Lo que hemos visto con nuestros propios ojos, y palparon nuestras manos: La Palabra de la vida. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. * La vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos alegrarnos en la festividad del apóstol santo Tomás, para que nos ayude siempre con su protección, y que los creyentes en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu apóstol reconoció como su Señor, tengamos vida en su nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.



4 de julio:

Santa Isabel de Portugal. Memoria libre.

Nació el año 1271, hija del rey Pedro III de Aragón. Cuando era aún casi una niña, fue dada en matrimonio al rey de Portugal, del que tuvo dos hijos. Fortalecida con la oración y la práctica de la caridad, soportó infinidad de tribulaciones y dificultades. Al morir su esposo, distribuyó sus bienes entre los pobres y recibió el hábito de terciaria franciscana. Murió el año 1336, mientras se esforzaba por restablecer la paz entre su hijo y su yerno.

Segunda lectura:
De un sermón atribuido a san Pedro Crisólogo, obispo: Sobre la paz: PL 52, 347-348.

Dichosos los que trabajan por la paz.

Dichosos los que trabajan por la paz dice el evangelista, amadísimos hermanos, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Con razón cobran especial lozanía las virtudes cristianas en aquel que posee la armonía de la paz cristiana, y no se llega a la denominación de hijo de Dios si no es a través de la práctica de la paz.

La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre y cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todos nuestros actos. La paz recomienda nuestras peticiones ante Dios y es el camino más fácil para que obtengan su efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz, ya que él ha dicho: La paz os dejo, mi paz os doy, lo que equivale a decir: «Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva.

El mandamiento celestial nos obliga a conservar esta paz que se nos ha dado, y el deseo de Cristo puede resumirse en pocas palabras: volver a encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz es cosa de Dios; arrancarla de raíz es cosa del enemigo. En efecto, así como el amor fraterno procede de Dios, así el odio procede del demonio; por esto, debemos apartar de nosotros toda clase de odio, pues dice la Escritura: El que odia a su hermano es un homicida.

Veis, pues, hermanos muy amados, la razón por la que hay que procurar y buscar la paz y la concordia; estas virtudes son las que engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice san Juan, que el amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este amor vive apartado de Dios.

Observemos, por tanto, hermanos, estos mandamientos de vida; hagamos por mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una paz profunda y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud de los pecados. Todo vuestro afán ha de ser la consecución de este amor, capaz de alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud que hay que guardar con más empeño, ya que Dios está siempre rodeado de una atmósfera de paz. Amad la paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis nuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.

Responsorio: Isaías 58, 7-8.

R. Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo: * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

V. Viste al que veas desnudo, y no te cierres a tu propia carne. * Entonces romperá tu luz como la aurora, y te abrirá camino la justicia.

Oración:

Oh, Dios, que creas la paz y amas la caridad, haciendo brillar a santa Isabel de Portugal con la gracia admirable de reconciliar a los enemigos; concédenos, por su intercesión, ser constructores de paz para que podamos ser llamados hijos de Dios. Por nuestro Señor Jesucristo.



5 de julio:

San Antonio María Zaccaría, presbítero. Memoria libre.

Nació en Cremona, ciudad de Lombardía, el año 1502; estudió medicina en Padua y, después de ordenado sacerdote, fundó la Sociedad de Clérigos de san Pablo o Barnabitas, la cual trabajó mucho por la reforma de costumbres en los fieles. Murió el año 1539.

Segunda lectura:
De un sermón de san Antonio María Zaccaría, presbítero, a sus hermanos de religión.

El discípulo del apóstol Pablo.

Nosotros, unos necios por Cristo: esto lo decía nuestro bienaventurado guía y santísimo patrono, refiriéndose a sí mismo y a los demás apóstoles, como también a todos los que profesan las enseñanzas cristianas y apostólicas. Pero ello, hermanos muy amados, no ha de sernos motivo de admiración o de temor, ya que un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Nuestros enemigos se hacen mal a sí mismos y nos prestan a nosotros un servicio, ya que nos ayudan a conseguir la corona de la gloria eterna, mientras que provocan sobre ellos la ira de Dios, y, por esto, debemos compadecerlos y amarlos en vez de odiarlos y aborrecerlos. Más aún, debemos orar por ellos y no dejarnos vencer del mal, sino vencer el mal con el bien, y amontonar las muestras de bondad sobre sus cabezas, según nos aconseja nuestro Apóstol, como carbones encendidos de ardiente caridad; así ellos viendo nuestra paciencia y mansedumbre, se convertirán y se inflamarán en amor de Dios.

A nosotros, aunque indignos, Dios nos ha elegido del mundo, por su misericordia, para que, dedicados a su servicio, vayamos progresando constantemente en la virtud y, por nuestra constancia, demos fruto abundante de caridad, jubilosos por la esperanza de poseer la gloria que nos corresponde por ser hijos de Dios, y gloriándonos incluso en medio de nuestras tribulaciones.

Fijaos en vuestro llamamiento, hermanos muy amados; si lo consideramos atentamente, fácilmente nos daremos cuenta de que exige de nosotros que no rehusemos el participar en los sufrimientos de Cristo, puesto que nuestro propósito es seguir, aunque sea de lejos, las huellas de los santos apóstoles y demás soldados del Señor. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Los que hemos tomado por guía y padre a un apóstol tan eximio y hacemos profesión de seguidores suyos debemos esforzarnos en poner por obra sus enseñanzas y ejemplos; no sería correcto que, en las filas de semejante capitán, militaran unos soldados cobardes o desertores, o que un padre tan ilustre tuviera unos hijos indignos de él.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 20, 21. 24; Romanos 1, 16a.

R. No he ahorrado medio alguno para predicar la fe en nuestro Señor Jesucristo. * No me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios.

V. Yo no me avergüenzo del Evangelio. * No me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios.

Oración:

Concédenos, Señor, según el espíritu de san Pablo apóstol, avanzar en el conocimiento incomparable de Jesucristo, que movió a san Antonio María a predicar continuamente la palabra de salvación en tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.



6 de julio:

Santa María Goretti, virgen y mártir. Memoria libre.

Nació en Corinaldo (Italia) el año 1890, de una familia humilde. Su niñez, bastante dura, transcurrió cerca de Nettuno, y durante ella se ocupó en ayudar a su madre en las tareas domésticas; era de índole piadosa, como lo demostraba su asiduidad en la oración. El año 1902, puesta en trance de defender su castidad, prefirió morir antes que pecar: el joven que atentaba contra ella puso fin a su vida agrediéndola con un punzón.

Segunda lectura:
De la homilía del papa Pío XII en la canonización de santa María Goretti. (AAS 42 [1950], 581-582.

Nada temo, porque tú vas conmigo.

De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. En aquellos momentos de peligro y de crisis, podía repetir al divino Redentor aquellas palabras del áureo librito De la imitación de Cristo: «Si me veo tentada y zarandeada por muchas tribulaciones, nada temo, con tal de que tu gracia esté conmigo. Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me ayuda. Ella es más fuerte que todos mis enemigos». Así, fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida, sin perder la gloria de la virginidad.

En la vida de esta humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y veneración los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina.

Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que todos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.

No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de la virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.

Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.

Responsorio.

R. ¡Qué hermosa eres, virgen de Cristo! * Tú que has merecido recibir la corona del Señor, la corona de la virginidad perpetua.

V. Nadie podrá quitarte la palma de la virginidad, ni separarte del amor de Cristo. * Tú que has merecido recibir la corona del Señor, la corona de la virginidad perpetua.

Oración:

Oh, Dios, fuente de la inocencia y amante de la castidad, que concediste a tu sierva María Goretti la gracia del martirio en edad juvenil, y le entregaste la corona de virgen por su combate; concédenos, por su intercesión, constancia en el cumplimiento de tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo.



9 de julio:

San Agustín Zhao Rong, presbítero, y compañeros mártires. Memoria libre.

San Agustín nació en China el año 1746 y, siendo soldado del emperador, se convirtió a la fe por la perseverancia de los santos mártires. Se hizo sacerdote y murió mártir el año 1815 por confesar y predicar el Evangelio. Junto con él se recuerdan un gran número de compañeros mártires de la Iglesia de Dios: obispos, presbíteros, religiosos, religiosas, fieles laicos, varones, mujeres, niños, niñas y párvulos que en diversas épocas y regiones de China testimoniaron, de palabra y de obra, las riquezas de Cristo en medio de las dificultades.

Segunda lectura:
De la homilía del papa Juan Pablo II en la canonización de los bienaventurados mártires en China.

La sangre de los mártires da testimonio de la fe cristiana.

Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Esta invocación, que reproduce la voz de la oración sacerdotal de Cristo elevada al Padre en la Ultima Cena, parece subir de la muchedumbre de santos y bienaventurados que el Espíritu Santo suscita en su Iglesia a lo largo de los siglos. Dos mil años después del comienzo de la obra de la redención, hacemos nuestra esa invocación, con los ojos fijos en el ejemplo de santidad de Agustín Zhao Rong y sus ciento diecinueve compañeros mártires en China. Dios Padre los consagró en su amor, escuchando la oración de su Hijo que le adquirió un pueblo santo al extender sus brazos en la cruz para destruir la muerte y manifestar la resurrección.

La Iglesia da gracias al Señor porque la bendice y derrama en ella la luz con el resplandor de la santidad de estos hijos e hijas de China. La jovencita Ana Wang, de catorce años, resistió las amenazas del verdugo que la invitaba a apartarse de la fe de Cristo, diciendo mientras se preparaba con ánimo sereno a ser decapitada: «La puerta de los cielos ha sido abierta a todos», y con susurros invocó tres veces a Jesús; Xi Guizi, un joven de dieciocho años, dijo impávido a quienes le acababan de cortar el brazo derecho y se esforzaban por arrancarle la piel cuando todavía estaba vivo: «Cada trozo de mi carne, cada gota de mi sangre traerá a vuestra memoria que soy cristiano».

Con la misma fortaleza y alegría, otros ochenta y cinco chinos dieron testimonio, hombres y mujeres de toda edad y condición, sacerdotes, religiosas y laicos que, con la entrega de la vida, confirmaron su indefectible fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Esto sucedió en diversas épocas y tiempos difíciles y angustiosos de la historia de la Iglesia en China.

En esta multitud de mártires resplandecen también treinta y tres misioneros y misioneras que, dejando su patria, intentaron insertarse en las costumbres y mentalidad chinas, adoptando con gran amor las particularidades de aquellas tierras, seducidos por el deseo de anunciar a Cristo y de servir a ese pueblo. Sus sepulcros todavía se conservan allí para mostrar que pertenecen a aquella patria a la que, a pesar de la flaqueza humana, amaron con sincero corazón, consagrando a ella todas sus energías. «A nadie hemos perjudicado sino que hemos servido a muchos», dijo el obispo Francisco Fogolla al gobernador que se disponía a matarlo con su propia espada.

Responsorio: Mateo 5, 44-45. 48.

R. Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. * Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo.

V. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. * Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo.

Oración:

Oh, Dios, que, mediante el testimonio de los santos mártires Agustín y compañeros, fortaleciste a tu Iglesia con admirable providencia, concede a tu pueblo que se mantenga fiel a la misión que le encomendaste, obtenga los beneficios de la libertad y testifique la verdad en medio del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.



11 de julio:

San Benito, Abad, patrono de Europa. Fiesta.

Nació en Nursia, región de Umbría, hacia el año 480. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, comenzó a practicar la vida eremítica en Subiaco, donde reunió a algunos discípulos; más tarde se trasladó a Casino. Allí fundó el célebre monasterio de Montecasino y escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Murió el 21 de marzo del año 547, pero, ya desde finales del siglo VIII, en muchos lugares comenzó a celebrarse su memoria el día de hoy.

Todo del Común de santos Varones: para los religiosos.

Himno:

Desde que mi voluntad
está a la vuestra rendida,
conozco yo la medida
de la mejor libertad.
Venid, Señor, y tomad
las riendas de mi albedrío;
de vuestra mano me fío
y a vuestra mano me entrego,
que es poco lo que me niego
si yo soy vuestro y vos mío.

A fuerza de amor humano
me abraso en amor divino.
La santidad es camino
que va de mí hacia mi hermano.
Me di sin tender la mano
para cobrar el favor;
me di en salud y en dolor
a todos, y de tal suerte
que me ha encontrado la muerte
sin nada más que el amor. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Te pidió vida, y se la has concedido, Señor; lo has vestido de honor y majestad.

Salmo 20, 2-8. 14.
Acción de gracias por la victoria del rey.

El Señor resucitado recibió la vida,
años que se prolongan sin término.
(S. Ireneo)

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Te pidió vida, y se la has concedido, Señor; lo has vestido de honor y majestad.

Antífona 2: La senda del justo brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día.

Salmo 91.
Alabanza del Dios creador.

I

Este salmo canta las maravillas
realizadas en Cristo. (S. Atanasio)

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: La senda del justo brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día.

Antífona 3: El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria. Aleluya.

V. El Señor condujo al justo por sendas llanas.

R. Le mostró el reino de Dios.

Primera lectura: Filipenses 3, 7 – 4, 1. 4-9. (Del común de religiosos).

Estad siempre alegres en el Señor.

Hermanos: Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unidos.

Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque —como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Responsorio: Lucas 12, 35-36; Mateo 24, 42.

R. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. * Vosotros estad como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda.

V. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. * Vosotros estad como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda.

Segunda lectura:
De la Regla de san Benito, abad: Prólogo, 4-22; cap. 72, 1-12.

No antepongan nada absolutamente a Cristo.

Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede, o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.

Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora de despertarnos del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón; y también: Quien tenga oídos que oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.

¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, antes que os sorprendan las tinieblas de la muerte.

Y el Señor, buscando entre la multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y, si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré: Aquí estoy».

¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida.

Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a aquel que nos ha llamado a su reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras.

Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Éste es el celo que han de practicar con ferviente amor los monjes, esto es: estimando a los demás más que a uno mismo; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.

Responsorio: S. Gregorio Magno, Diálogos, lib. 2, prólogo; 3.

R. El bienaventurado Benito, habiendo dejado su casa y sus bienes familiares y queriendo agradar sólo a Dios, buscó la manera de llevar una vida santa, * Y habitó en la soledad, ante los ojos del Altísimo, que todo lo ve.

V. Sabiamente indocto, se retiró, consciente de su ignorancia. * Y habitó en la soledad, ante los ojos del Altísimo, que todo lo ve.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que hiciste del abad san Benito un esclarecido maestro en la escuela del divino servicio; concédenos que, prefiriendo tu amor a todas las cosas, avancemos por la senda de tus mandamientos con libertad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.



13 de julio:

San Enrique. Memoria libre.

Nació en Baviera el año 973; sucedió a su padre en el gobierno del ducado y, más tarde, fue elegido emperador. Se distinguió por su interés en la reforma de la vida de la Iglesia y en promover la actividad misionera. Fundó varios obispados y dotó monasterios. Murió el año 1024 y fue canonizado por el papa Eugenio III el año 1146.

Segunda lectura:
De la Vida antigua de san Enrique.

Proveía a la paz y tranquilidad de la Iglesia.

El bienaventurado siervo de Dios, después de haber sido consagrado rey, no contento con las preocupaciones del gobierno temporal, queriendo llegar a la consecución de la corona de la inmortalidad, se propuso también trabajar en favor del supremo Rey, a quien servir es reinar. Para ello, se dedicó con suma diligencia al engrandecimiento del culto divino y comenzó a dotar y embellecer en gran manera las iglesias. Creó en su territorio el obispado de Bamberg, dedicado a los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo, y al glorioso mártir san Jorge, y lo sometió con una jurisdicción especial a la santa Iglesia romana; con esta disposición, al mismo tiempo que reconocía el honor debido por disposición divina a la primera de las sedes, daba solidez a su fundación, al ponerla bajo tan excelso patrocinio.

Con el objeto de dar una muestra clara de la solicitud con que aquel bienaventurado varón proveyó a la paz y a la tranquilidad de su Iglesia recién fundada, con miras incluso a los tiempos posteriores, intercalamos aquí el testimonio de una carta suya:

«Enrique, rey por la gracia de Dios, a todos los hijos de la Iglesia, tanto presentes como futuros. Las saludables enseñanzas de la revelación divina nos instruyen y amonestan a que, dejando de lado los bienes temporales y posponiendo las satisfacciones terrenas, nos preocupemos por alcanzar las mansiones celestiales, que han de durar siempre. Porque la gloria presente, mientras se posee, es caduca y vana, a no ser que nos ayude en algún modo a pensar en la eternidad celestial. Pero la misericordia de Dios proveyó en esto una solución al género humano, dándonos la oportunidad de adquirir una porción de la patria celestial al precio de las posesiones humanas.

Por lo cual, Nos, teniendo en cuenta esta designación de Dios y conscientes de que la dignidad regia a que hemos sido elevados es un don gratuito de la divina misericordia, juzgamos oportuno no sólo ampliar las iglesias construidas por nuestros antecesores, sino también edificar otras nuevas, para mayor gloria de Dios, y honrarlas de buen grado con los dones que nos sugiere nuestra devoción. Y así, no queriendo prestar oídos sordos a los preceptos del Señor, sino con el deseo de aceptar con sumisión los consejos divinos, deseamos guardar en el cielo los tesoros que la divina generosidad nos ha otorgado, allí donde los ladrones no horadan ni roban, y donde no los corroen ni la polilla ni la herrumbre; de este modo, al recordar los bienes que vamos allí acumulando en el tiempo presente, nuestro corazón vive ya desde ahora en el cielo por el deseo y el amor.

Queremos, por tanto, que sea conocido de todos los fieles que hemos erigido en sede episcopal aquel lugar heredado de nuestros padres que tiene por nombre Bamberg, para que en dicho lugar se tenga siempre memoria de Nos y de nuestros antecesores, y se inmole continuamente la víctima saludable en provecho de todos los fieles que viven en la verdadera fe».

Responsorio: Sabiduría 10, 11-12. 14. 10.

R. El Señor lo enriqueció, lo defendió de sus enemigos y lo puso a salvo de asechanzas, * Y le concedió gloria perenne.

V. Al justo lo condujo por sendas llanas y le mostró al reino de Dios. * Y le concedió gloria perenne.

Oración:

Oh, Dios, que has elevado admirablemente a san Enrique, colmado por la generosidad de tu gracia, desde las ocupaciones del gobierno terrenal a la contemplación de las cosas eternas; concédenos, por su intercesión, caminar hacia ti con presteza y puro corazón en medio de las vicisitudes del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.


14 de julio:

San Camilo de Lelis, presbítero. Memoria libre.

Nació cerca de Chieti, en la región de los Abruzos, el año 1550; primero se dedicó a la vida militar, pero luego, una vez convertido, se consagró al cuidado de los enfermos. Terminado sus estudios y recibida la ordenación sacerdotal, fundó una sociedad destinada a la erección de hospitales y al servicio de los enfermos. Murió en Roma el año 1614.

Segunda lectura:
De la Vida de san Camilo, escrita por un colega suyo: S. Cicatelli, Vita del P. Camillo de Lellis, Viterbo 1615.

Servidor de Cristo en la persona de los hermanos.

Empezaré por la santa caridad, raíz y complemento de todas las virtudes, con la que Camilo estaba familiarizado más que con ninguna otra. Y, así, afirmo que nuestro santo estaba inflamado en el fuego de esta santa virtud, no sólo para con Dios, sino también para con el prójimo, en especial para con los enfermos; y esto en tal grado que la sola vista de los enfermos bastaba para enternecer y derretir su corazón y para hacerle olvidar completamente todas las delicias, deleites y afectos mundanos. Cuando servía a algún enfermo, lo hacía con un amor y compasión tan grandes que parecía como si en ello tuviera que agotar y consumir todas sus fuerzas. De buena gana hubiera tomado sobre sí todos los males y dolencias de los enfermos con tal de aliviar sus sufrimientos o curar sus enfermedades.

Descubría en ellos la persona de Cristo con una viveza tal, que muchas veces, mientras les daba de comer se imaginaba que eran el mismo Cristo en persona y les pedía su gracia y el perdón de los pecados. Estaba ante ellos con un respeto tan grande como si real y verdaderamente estuviera en presencia del Señor. De nada hablaba con tanta frecuencia y con tanto fervor como de la santa caridad, y hubiera querido poderla infundir en el corazón de todos los mortales.

Deseoso de inflamar a sus hermanos de religión en esta virtud, la primera de todas, acostumbraba inculcarles aquellas dulcísimas palabras de Jesucristo: Estuve enfermo, y me visitasteis. Estas palabras parecía tenerlas realmente esculpidas en su corazón; tanta era la frecuencia con que las decía y repetía.

La caridad de Camilo era tan grande y tan amplia que tenían cabida en sus entrañas de piedad y benevolencia no sólo los enfermos y moribundos, sino toda clase de pobres y desventurados. Finalmente, era tan grande la piedad de su corazón para con los necesitados, que solía decir:

«Si no se hallaran pobres en el mundo, habría que dedicarse a buscarlos y sacarlos de bajo tierra, para ayudarlos y practicar con ellos la misericordia».

Responsorio: 1a Tesalonicenses 5, 14. 15. 18; Romanos 15, 7.

R. Sostened a los débiles, esmeraos siempre en hacer el bien a todos: * Ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de nosotros.

V. Acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. * Ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de nosotros.

Oración:

Oh, Dios, que adornaste a san Camilo, presbítero, con el carisma singular del amor a los enfermos, infunde en nosotros, por sus méritos, el espíritu de amor, para que, sirviéndote en los hermanos, podamos llegar seguros a ti en la hora de nuestra muerte. Por nuestro Señor Jesucristo.



15 de julio:

San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región toscana; estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con prudencia y sabiduría. Fue creado cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas.

Segunda lectura:
De las obras de San Buenaventura, obispo: Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios, 7, 1. 2. 4. 6.

La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo.

Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es la placa de la expiación colocada sobre el arca de Dios y el misterio escondido desde el principio de los siglos. El que mira plenamente de cara esta placa de expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.

Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.

Si quieres saber cómo se realizan estas cosas pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos.

Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado y la misma muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo. Bendito sea el Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!».

Responsorio: 1a Juan 3, 24; Eclesiástico 1, 9. 10.

R. Quien guarda los mandamientos de Dios permanece en él, y Dios en él; * En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

V. Dios creó la sabiduría en el Espíritu Santo y la derramó sobre todos los vivientes, se la regaló a los que lo temen. * En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

Oración:

Dios todopoderoso, concede a cuantos hoy celebramos la fiesta anual del obispo san Buenaventura aprovechar su admirable doctrina e imitar constantemente su ardiente caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.



El mismo 15 de julio.

Beatos Juan de san Martín Rodríguez y compañeros, religiosos y mártires. Memoria obligatoria en la Parroquia de Yuncos.

Beatos Alonso de Baena y compañeros, religiosos y mártires. Memoria obligatoria en la Parroquia de Villatobas.

Beatos Francisco Pérez de Godoy y compañeros, religiosos y mártires. Memoria obligatoria en la Parroquia de Torrijos.

Entre el grupo de los cuarenta jesuitas encabezados por el P. Ignacio de Azevedo, destinados a la misión de Brasil, y cuya expedición fue atacada en mitad del Atlántico por calvinistas holandeses en el año 1570, figuran los toledanos:

Juan de San Martín Rodríguez, natural de Yuncos (Toledo). Estudiante en Brasil, entró en el noviciado jesuítico de Évora (Portugal) a los veinte años.

Alfonso de Baena, nacido en Villatobas (Toledo) el año 1539, donde aprendió el oficio de orfebre. Ingresó en la Compañía de Jesús como hermano coadjutor.

Francisco Pérez Godoy nació en Torrijos (Toledo) el año 1540. Era pariente de Santa Teresa. Ingresó en la Compañía de Jesús el 5 de abril de 1569, realizando su noviciado en Portugal y destinado, como los anteriores, a la misión de Brasil.

Heridos, pero aún vivos, fueron arrojados al mar.

Segunda lectura:
De las Cartas de san Cipriano, obispo y mártir, 6, 1-2.

Los que deseamos alcanzar las promesas del Señor, debemos imitarle en todo.

Os saludo, queridos hermanos, y desearía gozar de vuestra presencia, pero la dificultad de entrar en vuestra cárcel no me lo permite. Pues ¿qué otra cosa más deseada y gozosa pudiera ocurrirme que no fuera unirme a vosotros, para que me abrazarais con aquellas manos que, conservándose puras, inocentes y fieles a la fe del Señor, han rechazado los sacrificios sacrílegos?

¿Qué cosa más agradable y más excelsa que poder besar ahora vuestros labios, que han confesado de manera solemne al Señor, y qué desearía yo con más ardor sino estar en medio de vosotros para ser contemplado con los mismos ojos, que, habiendo despreciado al mundo, han sido dignos de contemplar a Dios?

Pero como no tengo la posibilidad de participar con mi presencia en esta alegría, os envío esta carta, como representación mía, para que vosotros la leáis y la escuchéis. En ella os felicito, y al mismo tiempo os exhorto a que perseveréis con constancia y fortaleza en la confesión de la gloria del cielo; y, ya que habéis comenzado a recorrer el camino que recorrió el Señor, continuad por vuestra fortaleza espiritual hasta recibir la corona, teniendo como protector y guía al mismo Señor que dijo: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

¡Feliz cárcel, dignificada por vuestra presencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de Dios! ¡Oh tinieblas más resplandecientes que el mismo sol y más brillantes que la luz de este mundo, donde han sido edificados los templos de Dios y santificados vuestros miembros por la confesión del nombre del Señor!

Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los mandamientos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os animaba a soportar los sufrimientos del martirio. Nadie se preocupe ahora de la muerte sino de la inmortalidad, ni del sufrimiento temporal sino de la gloria eterna, ya que está escrito: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles. Y en otro lugar: El sacrificio que agrada a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, y también, cuando la sagrada Escritura habla de los tormentos que consagran a los mártires de Dios y los santifican en la prueba, afirma: La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad. Gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente.

Por tanto, si pensáis que habéis de juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debéis de regocijaros y superar las pruebas de la hora presente en vista del gozo de los bienes futuros. Pues, como sabéis, desde el comienzo del mundo las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia sufre aquí una lucha con el siglo. Ya desde el mismo comienzo, el justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el mismo camino los justos, los profetas y los apóstoles.

El mismo Señor ha sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Y en otro lugar: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego, alma y cuerpo.

También el apóstol Pablo nos dice que todos los que deseamos alcanzar las promesas del Señor, debemos imitarle en todo: Somos hijos de Dios —dice— y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Responsorio: San Cipriano, Carta 58.

R. Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

V. Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe sincera, con una total entrega. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

Oración:

Para los beatos Juan de san Martín Rodríguez y compañeros, religiosos y mártires.

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a los beatos mártires Juan y compañeros, la gracia de morir por Cristo, ayúdanos en nuestra debilidad para que así como ellos no dudaron en morir por ti, así también nosotros nos mantengamos fuertes en la confesión de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los beatos Alonso de Baena y compañeros, religiosos y mártires.

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a los beatos mártires Alonso y compañeros, la gracia de morir por Cristo, ayúdanos en nuestra debilidad para que así como ellos no dudaron en morir por ti, así también nosotros nos mantengamos fuertes en la confesión de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los beatos Francisco Pérez Godoy y compañeros, religiosos y mártires.

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a los beatos mártires Francisco y compañeros, la gracia de morir por Cristo, ayúdanos en nuestra debilidad para que así como ellos no dudaron en morir por ti, así también nosotros nos mantengamos fuertes en la confesión de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.



16 de julio:

Nuestra Señora del Carmen. Memoria obligatoria.

Las sagradas Escrituras celebran la belleza del Carmelo, donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a aquel monte, constituyendo más tarde una Orden dedicada a la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la Virgen María.

Segunda lectura:
De los sermones de San León Magno, papa: Sermón 1 en la Natividad del Señor, 2. 3.

María, antes de concebir corporalmente, concibió en su espíritu.

Dios elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara, ignorando los designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce, por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen.

Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de Dios, que en el principio estaba junto a Dios, por medio del cual se hizo todo, y sin el cual no se hizo nada, se hace hombre para librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la divinidad.

Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la verdad.

Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios verdadero, no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

Responsorio.

R. Celebremos la festividad de la gloriosa Virgen María, cuya humillación miró el Señor; * Ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció.

V. Cantemos alabanzas a Cristo en este día, al celebrar las glorias de la admirable Madre de Dios. * Ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció.

Oración:

Te suplicamos, Señor, que nos ayude la admirable intercesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos por su ayuda, consigamos llegar hasta el monte que es Cristo. Él, que vive y reina contigo.



20 de julio:

San Apolinar, obispo y mártir. Memoria libre.

Según la tradición parece que, a finales del siglo II, vivió como obispo de la Iglesia de Classe en Rávena, en la región de Fiaminia dando a conocer entre los paganos las inescrutables riquezas de Cristo, y fue honrado con el honor del eximio martirio. Marchó hacia el Señor un día 23 de julio.

Segunda lectura:
De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo: Sermón 128, 1-3.

El mártir reina y vive.

El bienaventurado Apolinar enriqueció a la iglesia con el honor local y eximio del martirio. Hizo honor al nombre de Apolinar, porque perdió aquí su vida según el mandato de su Dios, para conquistarla en la vida eterna. Bienaventurado el que acabó su carrera y mantuvo la fe de tal manera que volvió a ser el primero de su iglesia para los que confiaban en él. Nadie crea, porque se le otorgue el título de confesor, que es inferior al mártir el que, por voluntad de Dios, piensa en el combate que se vuelve a entablar cada mañana de múltiples formas. Escucha lo que dice Pablo: Muero cada día. Es poca cosa que muera una sola vez el que a menudo puede ofrecer a su rey una gloriosa victoria sobre sus enemigos. Al mártir no lo hace tanto la muerte como la fe y la piedad: y como es propio del valor sucumbir en la batalla por amor al rey, así también es propio del valor perfecto combatir durante mucho tiempo. Fue mártir no porque le produjera la muerte, sino que reconoció al mártir porque no le arrancó la fe; el astuto enemigo lanzó todos los dardos que pudo y recurrió a todas sus clases de armas, pero no pudo mover la posición de aquel fortísimo jefe ni violar su constancia. Hermanos, si es necesario, es gran cosa despreciar la vida presente por el Señor, pero es hasta glorioso despreciar el mundo con la forma de vivir y pisotear a su príncipe.

Cristo corría al encuentro del mártir; el mártir corría al encuentro de su Rey. Lo hemos dicho bien: «corría», tal como dice el profeta: Levántate para venir a mi encuentro y mira. Pero para conservar a quien la defendía luchando a favor de ella, la santa Iglesia corre apresuradamente al encuentro de Cristo para que reservase al vencedor la corona de la justicia y le procurase a ella la presencia de su combatiente en tiempo de guerra. El confesor derramaba sangre a menudo y daba testimonio de su Creador con sus heridas y con la fe de su mente. Levantando los ojos al cielo despreciaba la carne y la tierra. Pero la todavía tierna infancia de la Iglesia venció, resistió y consiguió con su deseo que el mártir fuese retardado. Hermanos, hablo de la infancia que siempre lo consigue todo, que combate más con las lágrimas que con las fuerzas. El rostro y el sudor de los fuertes no tienen el poder de las lágrimas de los niños, porque unos quebrantan los cuerpos, pero los otros quebrantan los corazones; en un caso apenas se mueven los juicios de la mente pero, en el otro, toda la piedad se abaja condescendiente.

Hermanos, ¿qué más se puede decir? La santa madre Iglesia procuró no ser separada de su obispo. Éste vive como el buen pastor que está en medio de su grey, y el que nos precedió corporalmente nunca se separó en cuanto al espíritu. Digo que nos precedió con su apariencia externa; por lo demás, la morada de su cuerpo descansa entre nosotros. El diablo desapareció; el perseguidor sucumbió; pero reina y vive el que deseó morir por su Rey.

Responsorio: 2a Timoteo 4, 7-8; Filipenses 1, 21.

R. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. * Pero ahora se me ha dado la corona de la justicia que en aquel día me restituirá el Señor, juez justo.

V. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. * Pero ahora se me ha dado la corona de la justicia que en aquel día me restituirá el Señor, juez justo.

Oración:

Conduce, Señor, a tus fieles por el camino de la salvación eterna que el obispo san Apolinar enseñó con su doctrina y martirio, y haz que, perseverando en tus mandamientos, merezcamos, por su intercesión, recibir con él la corona de gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de julio:

San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria libre.

Nació el año 1559; ingresó en la Orden de Capuchinos, donde enseñó teología a sus hermanos de religión y ocupó varios cargos de responsabilidad. Predicó con asiduidad y eficacia en varios países de Europa; también escribió muchas obras de carácter doctrinal. Murió en Lisboa el año 1619.

Segunda lectura:
De los sermones de san Lorenzo de Brindis, presbítero: Sermón cuaresmal 2.

La predicación es una función apostólica.

Para llevar una vida espiritual, que nos es común con los ángeles y los espíritus celestes y divinos, ya que ellos y nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, es necesario el pan de la gracia del Espíritu Santo y de la caridad de Dios. Pero la gracia y la caridad son imposibles sin la fe, ya que sin la fe es imposible a agradar a Dios. Y esta fe se origina necesariamente de la predicación de la palabra de Dios: La fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Por tanto, la predicación de la palabra de Dios es necesaria para la vida espiritual, como la siembra es necesaria para la vida del cuerpo.

Por esto, dice Cristo: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Salió el sembrador a pregonar la justicia, y este pregonero, según leemos, fue algunas veces el mismo Dios, como cuando en el desierto dio a todo el pueblo, de viva voz bajada del cielo, la ley de justicia; fue otras veces un ángel del Señor, como cuando en el llamado «lugar de los que lloran» echó en cara al pueblo sus transgresiones de la ley divina, y todos los hijos de Israel, al oír sus palabras, se arrepintieron y lloraron todos a voces; también Moisés predicó a todo el pueblo la ley del Señor, en las campiñas de Moab, como sabemos por el Deuteronomio. Finalmente, vino Cristo, Dios y hombre, a predicar la palabra del Señor, y para ello envió también a los apóstoles, como antes había enviado a los profetas.

Por consiguiente, la predicación es una función apostólica, angélica, cristiana, divina. Así comprendemos la múltiple riqueza que encierra la palabra de Dios, ya que es como el tesoro en que se hallan todos los bienes. De ella proceden la fe, la esperanza, la caridad, todas las virtudes, todos los dones del Espíritu Santo, todas las bienaventuranzas evangélicas, todas las buenas obras, todos los actos meritorios, toda la gloria del paraíso: Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros.

La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior, el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan y agua, pero un pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa; es como un martillo que doblega la dureza del corazón obstinado en el vicio, y como una espada que da muerte a todo pecado, en nuestra lucha contra la carne, el mundo y el demonio.

Responsorio: Isaías 40, 9; Lucas 9, 59. 60.

R. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; * Di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios».

V. Sígueme, vete a anunciar el reino de Dios. * Di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios».

Oración:

Oh, Dios, que para gloria de tu nombre y salvación de las almas otorgaste al presbítero san Lorenzo espíritu de consejo y fortaleza, concédenos conocer, con el mismo espíritu, lo que debemos realizar y, una vez conocido, por su intercesión llevarlo a la práctica. Por nuestro Señor Jesucristo.



21 de julio:

Beato Agrícola Rodríguez García de los Huertos, presbítero y mártir. Memoria libre en Consuegra, Villacañas, Guadamur y Mora de Toledo.

Segunda lectura: Del Común de un mártir.

Oración:
(del común de un mártir)


22 de julio:

Santa María Magdalena. Fiesta.

Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos (Mc. 16, 9). Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental.

Himno:

Al levantarse la aurora
Con la luz pascual de Cristo,
la Iglesia madrugadora
te pregunta: «¿A quién has visto?».

«¿Por qué lloras en el huerto?
¿A quién buscas?». «A mi amado.
Buscando al que estaba muerto,
lo encontré resucitado.

Me quedé sola buscando,
alas me daba el amor,
y, cuando estaba llorando,
vino a mi encuentro el Señor.

Vi a Jesús resucitado,
creí que era el jardinero;
por mi nombre me ha llamado,
no le conocí primero.

Él me libró del demonio,
yo le seguí hasta la cruz,
y di el primer testimonio
de la Pascua de Jesús».

Haznos, santa Magdalena,
audaces en el amor,
irradiar la luz serena
de la Pascua del Señor.

Gloria al Padre omnipotente,
gloria al Hijo redentor,
gloria al Espíritu Santo:
tres personas, sólo un Dios. Amén.

Salmodia: De santas mujeres.

Antífona 1: Abre la boca con sabiduría, y su lengua enseña con bondad.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Abre la boca con sabiduría, y su lengua enseña con bondad.

Antífona 2: Las santas mujeres vivieron esperando en Dios, y cantaban en su corazón al Señor.

Salmo 44.
Las nupcias del Rey.

¡Que llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)

I

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Las santas mujeres vivieron esperando en Dios, y cantaban en su corazón al Señor.

Antífona 3: Las llevan ante el Señor con alegría y algazara.

II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Las llevan ante el Señor con alegría y algazara.

V. Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón.

R. Señor, roca mía y redentor mío.

Primera lectura: Romanos 12, 1-21.

La vida cristiana es un culto espiritual.

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; éste es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada cual.

Pues, así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros. Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con gusto.

Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno. Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.

Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno ante toda la gente; en la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo.

No os toméis la venganza por vuestra cuenta, queridos; dejad más bien lugar a la justicia, pues está escrito: «Mía es la venganza, yo daré lo merecido», dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: actuando así amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien.

Responsorio: Romanos 12, 2; Efesios 4, 23-24.

R. Transformaos por la renovación de la mente, * Para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

V. Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana. * Para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Segunda lectura:
De las homilías de san Gregorio Magno, Papa, sobre los evangelios: Homilía 25, 1-2. 4-5.

Ardía en deseos de Cristo, a quien pensaba que se lo habían llevado.

María Magdalena, cuando llegó al sepulcro y no encontró allí el cuerpo del Señor, creyó que alguien se lo había llevado y así lo comunicó a los discípulos. Ellos fueron también al sepulcro, miraron dentro y creyeron que era tal como aquella mujer les había dicho. Y dice el evangelio acerca de ellos: Los discípulos se volvieron a su casa. Y añade, a continuación: Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando.

Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas, tal como afirma la voz de aquel que es la Verdad en persona: El que persevere hasta el final se salvará.

Primero lo buscó, sin encontrarlo; perseveró luego en la búsqueda, y así fue como lo encontró; con la dilación, iba aumentando su deseo, y este deseo aumentado le valió hallar lo que buscaba. Los santos deseos, en efecto, aumentan con la dilación. Si la dilación los enfría, es porque no son o no eran verdaderos deseos. Todo aquel que ha sido capaz de llegar a la verdad es porque ha sentido la fuerza de este amor. Por esto dice David: Mi alma tiene sed de Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Idénticos sentimientos expresa la Iglesia cuando dice, en el Cantar de los cantares: Estoy enferma de amor; y también: Mi alma se derrite.

Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Se le pregunta la causa de su dolor con la finalidad de aumentar su deseo, ya que, al recordarle a quién busca, se enciende con más fuerza el fuego de su amor.

Jesús le dice: «¡María!». Después de haberla llamado con el nombre genérico de «mujer», sin haber sido reconocido, la llama ahora por su nombre propio. Es como si le dijera:

«Reconoce a aquel que te reconoce a ti. Yo te conozco, no de un modo genérico, como a los demás, sino en especial».

María, al sentirse llamada por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado, y, al momento, lo llama: «Rabboni», es decir: «Maestro», ya que el mismo a quien ella buscaba exteriormente era el que interiormente la instruía para que lo buscase.

Responsorio.

R. Cuando volvió del sepulcro del Señor, María Magdalena anunció a los discípulos: «He visto al Señor». * Dichosa ella, escogida para llevar el primer mensaje de la resurrección de la Vida.

V. Mientras se quedaba llorando al que amaba, vio al que buscaba, anunció al que había visto. * Dichosa ella, escogida para llevar el primer mensaje de la resurrección de la Vida.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, tu Unigénito confió a María Magdalena, antes que a nadie, el anuncio de la alegría pascual, concédenos, por su intercesión y ejemplo, proclamar a Cristo vivo y que le veamos reinando en tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.



23 de julio:

Santa Brígida, religiosa. Patrona de Europa. Fiesta.

Nació en Suecia el año 1303; se casó muy joven y tuvo ocho hijos, a los que dio una esmerada educación. Ingresó en la tercera Orden de san Francisco y, al morir su marido, comenzó una vida de mayor ascetismo, sin dejar de vivir en el mundo. Fundó una Orden religiosa y se trasladó a Roma, donde fue para todos un ejemplo insigne de virtud. Emprendió varias peregrinaciones como acto de penitencia, y escribió muchas obras en las que narra sus experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373.

Himno:

Dichosa la mujer que ha conservado,
en su regazo, con amor materno,
la palabra del Hijo que ha engendrado
en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras, que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras, que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, madres de muchos fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres, en la gloria,
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Abre la boca con sabiduría, y su lengua enseña con bondad.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Abre la boca con sabiduría, y su lengua enseña con bondad.

Antífona 2: Las santas mujeres vivieron esperando en Dios, y cantaban en su corazón al Señor.

Salmo 44.
Las nupcias del Rey.

I

¡Que llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Las santas mujeres vivieron esperando en Dios, y cantaban en su corazón al Señor.

Antífona 3: Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

V. Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón.

R. Señor, roca mía, redentor mío.

Primera lectura: Filipenses 3, 7 – 4, 1. 4-9.

Estad siempre alegres en el Señor.

Hermanos: Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

Todos nosotros, los maduros, debemos sentir así. Y, si en algo sentís de otro modo, también eso os lo revelará Dios. En todo caso, desde el punto a donde hemos llegado, avancemos unidos.

Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; sólo aspiran a cosas terrenas.

Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queridos.

Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Responsorio.

R. Tuve en nada los bienes de este mundo y del tiempo presente, por amor a mi Señor Jesucristo. * A quien vi, a quien amé, en quien creí, de quien me enamoré.

V. Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos al Rey. * A quien vi, a quien amé, en quien creí, de quien me enamoré.

Segunda lectura:
De las oraciones atribuidas a santa Brígida: Oración 2.

Elevación de la mente a Cristo salvador.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida eterna.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Cf. Apocalipsis 1, 5. 6; Efesios 5, 2.

R. Cristo nos amó, y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre; * Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.

V. Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros. * Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que guiaste a santa Brígida en los diversos estados de vida, y le enseñaste de modo admirable la sabiduría de la cruz en la contemplación de la pasión de tu Hijo, concédenos que, siguiendo fielmente tu llamada, te busquemos en todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo.



24 de julio:

San Sarbelio Makhlûf, presbítero. Memoria libre.

Nació en Biqa Kafra (Líbano), en el año 1828. Ingresó en el monasterio de los Maronitas del Líbano, donde recibió el nombre de Sarbelio y llegó a ser sacerdote. Deseoso de una soledad radical y de una perfección más elevada, dejó el cenobio de Annaias para marchar al desierto, donde sirvió a Dios con gran austeridad de vida, continuos ayunos y plegarias. Piadosamente durmió en el Señor el 24 de diciembre de 1898.

Segunda lectura:
De las cartas de san Ammonas, eremita: Epístola 12.

Los que están cerca de Dios han sido constituidos médicos de almas.

Amadísimos en el Señor, sabéis que, tras la desobediencia del mandato divino, el alma no puede conocer a Dios a no ser que se aparte de los hombres y de todos los afanes. Entonces verá con cuánta energía le hace frente su adversario. Pero una vez visto el adversario que lucha con él y vencido el que a veces choca contra él, Dios habita en el alma, y de la tristeza pasa al gozo y al júbilo. Pero si es vencida en la batalla, le sobreviene la tristeza, la tibieza unida a otras muchas cosas y las molestias de todo tipo.

Por ello, los Padres vivían en el desierto de manera solitaria, como Elías el Tesbita y Juan. No penséis que éstos fueron justos entre los hombres por el hecho de que entre ellos pusieron en práctica la justicia, sino porque estuvieron en gran silencio y, por ello, recibieron las virtudes de Dios hasta el punto de habitar en ellos. Sólo entonces Dios los envió entre los hombres después de haber conseguido todas las virtudes para ser dispensadores de Dios y curar las enfermedades de aquéllos.

Eran, en efecto, médicos de almas, que podían curar la enfermedad de éstas. Por eso, arrancados del silencio fueron enviados a los hombres, pero sólo fueron enviados cuando habían sido sanadas todas sus enfermedades. No es posible que un alma sea enviada para edificar a los hombres mientras tenga algunas imperfecciones. Quienes salen antes de haber conseguido la perfección, van por decisión propia, no por voluntad de Dios. A propósito de éstos dice Dios vituperándolos: «Yo no los envié, pero ellos corrían». Como no pueden guardar su propia alma, mucho menos pueden edificar las almas de los demás.

Quienes son enviados por Dios, no se alejan voluntariamente del silencio. Saben que adquirieron la virtud divina en el silencio. Pero como no son desobedientes al Creador, salen para edificar espiritualmente, imitando al mismo Dios, tal como el Padre envió desde el cielo a su Hijo verdadero para sanar todas las enfermedades y debilidades de los hombres.

Está escrito: Él soportó nuestros dolores y llevó nuestras enfermedades. Por eso todos los Santos que han ido hasta los hombres para sanarlos imitan al Creador en todas las cosas para hacerse dignos, al menos, de la adopción de hijos de Dios y vivir también por los siglos de los siglos con el Padre y el Hijo.

Amadísimos, os he mostrado la virtud del silencio, cómo lo sana todo y cómo es agradable a Dios. Por ello os he escrito para que os mostréis fuertes en el asunto al que os dedicáis y sepáis que todos los Santos progresaron por el poder del silencio, habitó en ellos la virtud divina, les enseñó los misterios celestes y con su gracia destruyeron la vetustez de este mundo. El que os ha escrito esto llegó a esta altura por el poder del silencio.

Pero, en estos tiempos, hay muchos anacoretas que no son capaces de perseverar en el silencio porque son incapaces de vencer su propia voluntad. Por ello viven asiduamente entre los hombres, incapaces de despreciarse a sí mismos, de rehuir las costumbres del mundo y de esforzarse en el combate. De ahí que, abandonado el silencio, se queden con sus allegados para consolarse el resto de su vida. No son considerados dignos de la suavidad divina ni de que en ellos habite la virtud divina. Cuando aparece ante ellos la virtud, los encuentra buscando consuelo en el tabernáculo de este mundo y en las pasiones del alma y del cuerpo y, por tanto, no puede descender sobre ellos; más aún, el amor al dinero, la vanagloria de los hombres, todas las enfermedades del alma y los afanes impiden que la virtud divina descienda sobre ellos.

Pero vosotros os mostráis fuertes en el asunto al que os dedicáis. Quienes se alejan del silencio, no pueden superar sus propias pasiones ni pueden luchar contra su adversario, porque son esclavos de sus pasiones; pero vosotros vencéis también las pasiones y ojalá la virtud divina esté con vosotros.

Responsorio: Filipenses 3, 8. 10; Romanos 6, 8.

R. Todo lo he considerado basura con tal de ganar a Cristo. * Para conocerlo a Él, el poder de su Resurrección y la comunión en sus padecimientos.

V. Si hemos muerto con Cristo, creemos que igualmente viviremos con Cristo. * Para conocerlo a Él, el poder de su Resurrección y la comunión en sus padecimientos.

Oración:

Oh, Dios, que llamaste a san Sarbelio, presbítero, al singular combate de la vida eremítica y lo enriqueciste con toda clase de virtudes, te pedimos que, imitando la pasión del Señor, merezcamos participar de su reino. Por nuestro Señor Jesucristo.



24 de julio:

Beatos Pedro Ruiz de los Paños, y Ángel y Guillermo Plaza y compañeros, presbíteros y mártires. Memoria libre en Mora de Toledo, Orgaz, Yuncos, Argés y Toledo.

Pedro Ruiz de los Paños nació en Mora, el 18 de septiembre de 1881, fue alumno del Seminario de Toledo, ingresando posteriormente en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, de la que fue Director General. Sacerdote en 1905, ejerció su ministerio en distintos Seminarios Diocesanos de España. Puso en marcha numerosos proyectos en favor de las vocaciones sacerdotales y fundó el Instituto de Religiosas Discípulas de Jesús para este fin; trabajando en la fundación del mencionado instituto. Llegó a Toledo en julio de 1936. Allí le sorprendió la persecución religiosa y, confesándose sacerdote, fue martirizado el 23 de julio.

Guillermo Plaza Hernández, nació en Yuncos (Toledo) el 25 de junio de 1908, en el seno de una familia piadosa y pobre. En el Seminario de Toledo conoció a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos de la que entró a formar parte en 1927. Tras su ordenación sacerdotal en 1932 fue formador en los seminarios de Zaragoza y de San Ildefonso de Toledo. Apresado en los comienzos de la guerra civil por su condición de sacerdote, en plena juventud, recibió la palma del martirio en Argés el 9 de agosto de 1936.

Con ellos, y en las mismas fechas, fue martirizado también José Sala Picó, perteneciente igualmente a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, en aquellos momentos Rector del Seminario Menor Diocesano de Santo Tomás de Villanueva, en la ciudad de Toledo.

Segunda lectura:
De los escritos de los beatos Pedro Ruiz de los Paños y José María Peris Polo.

El sacerdote es la prolongación de Jesús en el mundo.

Somos, ante todo, sacerdotes de Jesucristo. El sacerdocio es el punto central de nuestra vida. A realizar la misión propia de todo sacerdote debe, por tanto, ordenarse toda nuestra actividad, tanto de hombres como de cristianos. Antes el sacerdote que el hombre con sus aficiones, sus gustos particulares, sus riquezas, sus ambiciones. Primero sacerdotes que miembros de nuestra familia. Antes sacerdotes que patriotas.

No puede compararse la eficacia de la acción sacerdotal con ninguna otra, por grande que sea. El sacerdote está unido ministerialmente con Jesús. Una sola Misa vale más que el mundo.

Como sacerdotes debemos ser santos; como forma gregis, modelos; como reparadores, sacrificados. Y todo ello quiere decir que nuestro ideal es una santidad excelsa fundada en el sacrificio de Jesús.

Obsérvese que todos en el mundo trabajan para sí mismos, todos buscan una especialidad con la cual obtengan riquezas, mientras que el sacerdote ha elegido ser especialista de la caridad, que consiste precisamente en darse a sí mismo para beneficio de todos. El sacerdote es la prolongación de Jesús en el mundo: es la bendición total de Jesús para el mundo. Todo lo ha puesto Dios en las manos de su sacerdote. Y éste todo lo distribuye gratis y en todo tiempo y circunstancia, como fuente siempre abierta, que no sólo da, sino que ruega a los pasajeros para que vengan a proveerse del agua de la vida y de balde.

Huyamos, pues, del espíritu raquítico de no saber qué hacer. El sacerdote tiene hambre de hacer, ansia de salvar almas y fuego devorador de aumentar la gloria divina, sin satisfacerse nunca mientras haya algo que hacer o que poder sufrir. No hay cosa como el fuego para propagarse. Es la fuerza más voraz, la más terrible, la que menos se puede contener. El sacerdote lleva el fuego de la caridad de Cristo que le urge como a San Pablo. ¿Quién le detendrá? ¿Qué hará con este fuego interior? Comunicarlo a las almas. Pero, ¿cómo encenderá a otros quien no arde?

Uno debe ser nuestro amor y devoción a Cristo y nuestro amor y devoción a su Iglesia, por cuanto Jesucristo y la Iglesia son entre sí como una misma cosa. Ella es el cuerpo y Él la cabeza que la rige y vivifica y ambos forman lo que San Agustín llama el Cristo total.

El oficio de ministros y vicegerentes de Cristo, así como nos asocia e identifica con Jesucristo Sacerdote, así debe asociarnos y hacernos una misma cosa con Jesucristo Víctima. No merece plenamente el nombre de sacerdote de Cristo quien no se inmola a sí mismo cada día con Cristo en el Sacrificio de la Misa. No seremos redentores ni salvadores en Cristo y por Cristo, sino a costa del sacrificio de nosotros mismos en Cristo y por Cristo.

Nada hay tan propio de un sacerdote digno como el vivir y morir crucificado con Cristo. Nuestra semejanza con Él se realiza principalmente sufriendo con Él y por Él, y da mayor participación de su cruz a aquellos que quiere hacer más semejantes a sí.

Responsorio: Cf. Juan 17, 17-19.

R. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo. * Haz que ellos sean tuyos por medio de la verdad.

V. Por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. * Haz que ellos sean tuyos por medio de la verdad.

Oración:

Oh Dios, que con la sangre de tus sacerdotes Pedro y compañeros, fecundaste su labor apostólica, orientada especialmente a la formación sacerdotal, concede, por su intercesión, que surjan en tu Iglesia dignos ministros del altar y que nosotros seamos fieles en el servicio de tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los beatos Guillermo Plaza y compañeros.

Oh Dios, que con la sangre de tus sacerdotes Guillermo y compañeros, fecundaste su labor apostólica, orientada especialmente a la formación sacerdotal, concede, por su intercesión, que surjan en tu Iglesia dignos ministros del altar y que nosotros seamos fieles en el servicio de tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo.



24 de julio:

Beatos Pedro Largo y compañeros, religiosos y mártires. Memoria libre en la Parroquia de Urda.

Los beatos Pedro Largo, presbítero, Félix Ugalde, religioso estudiante y Pedro Solana, hermano coadjutor, forman parte del grupo de veintiséis religiosos pasionistas de la comunidad de Daimiel (Ciudad Real), que recibieron la palma del martirio al comienzo de la persecución religiosa de 1936. La mayor parte eran estudiantes que se preparaban para el sacerdocio. Arrojados violentamente de su convento, murieron en cinco grupos y en fechas y lugares distintos, Pedro Largo, Félix Ugalde y Pedro Solana fueron inmolados, al amanecer del día 25 de julio en el pueblo toledano de Urda.

Segunda lectura:
De la constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, no 42.)

El martirio, don eximio y máxima prueba de amor.

Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por Él y por sus hermanos. Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia.

La santidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre para que se consagren sólo a Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso. Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo.

La Iglesia medita la advertencia del Apóstol, quien estimulando a los fieles a la caridad, les exhorta a que tengan en sí los mismos sentimientos que tuvo Cristo, el cual se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo… , hecho obediente hasta la muerte, y por nosotros se hizo pobre, siendo rico. Y como es necesario que los discípulos den siempre testimonio de esta caridad y humildad de Cristo, imitándola, la madre Iglesia se goza en que en su seno se hallen muchos varones y mujeres que siguen más de cerca el anonadamiento del Salvador y dan un testimonio más evidente de él, al abrazar la pobreza en la libertad de los hijos de Dios y al renunciar a su propia voluntad. A saber: aquellos que, en materia de perfección, se someten a un hombre por Dios más allá de lo mandado, a fin de hacerse más plenamente conformes a Cristo obediente.

Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas de este mundo y un apego a las riquezas, contrario al espíritu de pobreza evangélica, les impida la prosecución de la caridad perfecta. Acordándose de la advertencia del Apóstol: Los que usan de este mundo no se detengan en eso, porque los atractivos de este mundo pasan.

Responsorio: San Cipriano, Carta 58.

R. Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

V. Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe sincera, con una total entrega. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

Oración:

Oh Dios, fortaleza y corona de los mártires, que te dignaste asociar a la pasión del Señor a los beatos Pedro y compañeros; concédenos, que imitando su ejemplo, seamos capaces de perseverar firmes hasta la muerte en la confesión de nuestra fe. Por nuestro Señor Jesucristo.



25 de julio:

Santiago Apóstol, Patrono de España. Solemnidad.

Nació en Betsaida; era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan. Estuvo presente en los principales milagros obrados por el Señor. Fue muerto por el rey Herodes alrededor del año 42. Desde la antigüedad está muy difundida la persuasión de que Santiago había predicado el Evangelio en los confines de Occidente. Después de la invasión mahometana, el apóstol Santiago aparece venerado como cabeza refulgente de España y patrono de sus reinos cristianos. Éstos proclaman en los siglos siguientes su gratitud por la protección del Apóstol en la defensa de la fe y de la independencia de la patria y por su asistencia en la acción misionera que contribuyó a propagar la Iglesia por todo el mundo. Su sepulcro en Compostela, a semejanza del sepulcro vacío del Señor en Jerusalén y de la tumba de san Pedro en Roma, atrae, hasta nuestros días, a innumerables peregrinos de toda la cristiandad. Los papas han concedido a su santuario un jubileo frecuente y otras gracias extraordinarias.

Himno:

Santo Adalid, patrón de las Españas,
amigo del Señor:
defiende a tus discípulos queridos,
protege a tu nación.

Las armas victoriosas del cristiano
venimos a templar
en el sagrado y encendido fuego
de tu devoto altar.

¡Gloria a Santiago,
patrón insigne!
Gratos, tus hijos
hoy te bendicen.

A tus plantas postrados, te ofrecemos
la prenda más cordial de nuestro amor.
Defiende a tus discípulos queridos,
protege a tu nación.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmodia: (Tomada del común de Apóstoles).

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

V. Contaron las alabanzas del Señor y su poder.

R. Y las maravillas que realizó.

Primera lectura: 1a Corintios 1, 18 – 2, 5.

Los apóstoles predican la cruz.

Hermanos: El mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces». ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?

Y puesto que, en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los que creen. Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados judíos o griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Y si no, fijaos en vuestra asamblea, hermanos: no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así como está escrito: «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Responsorio: Marcos 10, 38-39.

R. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? * Contestaron: «Lo somos».

V. El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. * Contestaron: «Lo somos».

Segunda lectura:
De las homilías de San Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de San Mateo. Homilía 65, 2-4.

Partícipes de la pasión de Cristo.

Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: «No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís». Luego añade: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: «Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligros».

Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: «¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?», sino que sus palabras son: ¿Sois capaces de beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de «bautismo», para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.

¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: «Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.

Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya veis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero como ya dije en otro lugar si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio.

Responsorio.

R. Éste fue, entre los apóstoles, el primero que fecundó la Iglesia con su sangre; * Su sepulcro, venerado en Galicia, ilumina al mundo entero.

V. Astro brillante de España, apóstol Santiago, intercede por nosotros al Señor. * Su sepulcro, venerado en Galicia, ilumina al mundo entero.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, que consagraste los primeros trabajos de los apóstoles con la sangre de Santiago, haz que tu Iglesia, reconfortada constantemente por su patrocinio, sea fortalecida por su testimonio, y que los pueblos de España se mantengan fieles a Cristo hasta el final de los tiempos. Por nuestro Señor Jesucristo.



26 de julio:

San Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María. Memoria obligatoria.

Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye estos nombres a los padres de la Santísima Virgen María. El culto a santa Ana se introdujo ya en la Iglesia oriental en el siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X; el culto a san Joaquín es más reciente.

Segunda lectura:
De los sermones de san Juan Damasceno, obispo: Sermón 6, Sobre la Natividad de la Virgen María, 2. 4. 5. 6.

Por sus frutos los conoceréis.

Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la que había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la creación os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador.

Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Ángel del gran designio» de la salvación universal, «Dios guerrero». Este niño es Dios.

¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto, en el parto y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo.

¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros, guardando la castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el mundo a la que fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos en vuestras relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña, sumamente amable! ¡Oh hija de Adán y madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de besarte castamente, es decir, únicamente los de tus padres, para que siempre y en todo guardaras intacta tu virginidad!

Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.

Responsorio: Cf. Lucas 2, 37. 38; 7, 16.

R. Día y noche servían a Dios con ayunos y oraciones, * Aguardando la liberación de Israel.

V. Pedían a Dios que visitase a su pueblo. * Aguardando la liberación de Israel.

Oración:

Señor, Dios de nuestros padres, que concediste a los santos Joaquín y Ana la gracia de que naciera de ellos la Madre de tu Hijo encarnado, concédenos, por la plegaria de ambos, la salvación prometida a tu pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo.



27 de julio:

Beato Joaquín de la Madrid Arespacochaga, presbítero y mártir. Memoria libre en Azucaica y Toledo.

Segunda lectura del común de un mártir.

Oración:
(Del común de un mártir)



29 de julio:

Santos Marta, María y Lázaro. Memoria obligatoria.

Era hermana de María y de Lázaro; cuando hospedó al Señor en su casa de Betania, se esforzó en servirle lo mejor que pudo y, más tarde, con sus oraciones impetró la resurrección de su hermano.

Himno:

Te celebramos, oh, Marta,
con tus hermanos,
afortunada al merecer hospedar
a Cristo en tu casa.

Movida dulcemente
a impulsos del amor,
te desvivías toda solícita en atender
a huésped tan ilustre.

Mientras disponías complacida
la mesa para el Señor,
María y Lázaro tomaban para sus almas
el sustento de la vida y de la gracia.

Tu hermana ungía con nardo puro
al que estaba a punto de morir
y tú le ofrecías presurosa
tus últimos cuidados.

Oh, huéspedes dichosos de Jesús,
que prenda el amor en nuestros corazones,
y serán, como Betania,
cálidos hogares para la amistad y la confianza.

Gloria a la santa Trinidad
y que ella nos hospede al fin
en la casa del cielo donde entonar
con vosotros sus alabanzas. Amén.

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardo, abad: Sermón 3 en la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 4. 5: PL 183, 423. 424.

El orden del amor distribuyó en nuestra casa tres ministerios.

Observemos atentamente, hermanos, cómo ha regulado el amor en esta nuestra casa las tres ocupaciones: la administración de Marta, la contemplación de María y la penitencia de Lázaro. Las tres deben hallarse en toda alma perfecta; sin embargo, cada uno siente preferencia por alguna de ellas: éste se entrega a la contemplación, aquél al servicio de los hermanos y el otro a llorar su vida pasada como los leprosos que viven en los sepulcros. María está absorta en la meditación piadosa de su Dios; Marta es todo misericordia y compasión hacia el prójimo; y Lázaro se mantiene en la humildad y desprecio de sí mismo.

Que cada uno busque el lugar que le pertenece. Si se encontrasen en esta ciudad estos tres varones: Noé, Daniel y Job, por ser justos salvarán ellos la vida —oráculo del Señor—. Pero no salvarán a sus hijos ni a sus hijas. No pretendo adular a nadie, ni que nadie se engañe a sí mismo. Los que no tienen ningún cargo, ni se les ha confiado alguna ocupación especial, permanezcan sentados a los pies de Jesús con María, o con Lázaro en el sepulcro. Que Marta se afane y se preocupe de mil cuidados. Tú, en cambio, que estás libre de todo eso, opta por una de estas dos cosas: vivir tranquilo y hacer del Señor tu delicia. Y si todavía no eres capaz de eso, no te vuelques al exterior, sino vive dentro de ti mismo, como el Profeta.

Marta, por su parte, también debe intentar ser de fiar, como se pide a los encargados. Y será fiel si su intención es pura, es decir, si no busca su propio provecho, sino el de Jesucristo, y su actividad está bien ordenada, esto es, si no hace su propia voluntad, sino la del Señor.

Algunos no son generosos y ya han cobrado su paga. Otros se dejan llevar de sus impulsos, y contaminan todo lo que ofrecen con las huellas de su propia voluntad. Acudamos al canto nupcial y veamos cómo llama el esposo a su esposa, y no omite ni añade nada a estas tres cosas: Levántate, corre, amada mía, hermosa mía, paloma mía, ven a mí. ¿Qué mejor amiga que la que está atenta a los intereses del Señor y le entrega generosamente su vida? Siempre que interrumpe sus ocupaciones espirituales por uno de sus pequeñuelos, le está dando su vida. ¿No es hermosa la que refleja a cara descubierta la gloria del Señor, y se va transformando a su imagen con resplandor creciente por el Espíritu del Señor? ¿Y no es paloma la que gime y llora en los huesos de la peña o en las grietas del barranco, encerrada con una losa?

Responsorio: Cf. Juan 12, 1-3.

R. Después que Jesús resucitó a Lázaro, le ofrecieron una cena en Betania, * Y Marta servía.

V. María tomó una libra de perfume costoso y le ungió a Jesús los pies. * Y Marta servía.

Oración:

Oh, Dios, tu Hijo llamó a Lázaro del sepulcro a la vida, y se dignó hospedarse en casa de Marta, haz que, sirviéndole a él fielmente en nuestros hermanos, merezcamos, con María, ser alimentados con la meditación de su palabra. Él, que vive y reina contigo. 



30 de julio:

San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la iglesia. Memoria libre.

Nació alrededor del año 380 en Imola, en la Emilia, y entró a formar parte del clero de aquella población. El año 424 fue elegido obispo de Ravena, e instruyó a su grey, de la que era pastor celosísimo, con abundantes sermones y escritos. Murió hacia el año 450.

Segunda lectura:
De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo: Sermón 148.

El misterio de la encarnación.

El hecho de que una virgen conciba y continúe siendo virgen en el parto y después del parto es algo totalmente insólito y milagroso; es algo que la razón no se explica sin una intervención especial del poder de Dios; es obra del Creador, no de la naturaleza; se trata de un caso único, que se sale de lo corriente; es cosa divina, no humana. El nacimiento de Cristo no fue un efecto necesario de la naturaleza, sino obra del poder de Dios; fue la prueba visible del amor divino, la restauración de la humanidad caída. El mismo que, sin nacer, había hecho al hombre del barro intacto tomó, al nacer, la naturaleza humana de un cuerpo también intacto; la mano que se dignó coger barro para plasmarnos también se dignó tomar carne humana para salvarnos. Por tanto, el hecho de que el Creador esté en su criatura, de que Dios esté en la carne, es un honor para la criatura, sin que ello signifique afrenta alguna para el Creador.

Hombre, ¿por qué te consideras tan vil, tú que tanto vales a los ojos de Dios? ¿Por qué te deshonras de tal modo, tú que has sido tan honrado por Dios? ¿Por qué te preguntas tanto de dónde has sido hecho, y no te preocupas de para qué has sido hecho? ¿Por ventura todo este mundo que ves con tus ojos no ha sido hecho precisamente para que sea tu morada? Para ti ha sido creada esta luz que aparta las tinieblas que te rodean; para ti ha sido establecida la ordenada sucesión de días y noches; para ti el cielo ha sido iluminado con este variado fulgor del sol, de la luna, de las estrellas; para ti la tierra ha sido adornada con flores, árboles y frutos; para ti ha sido creada la admirable multitud de seres vivos que pueblan el aire, la tierra y el agua, para que una triste soledad no ensombreciera el gozo del mundo que empezaba.

Y el Creador encuentra el modo de acrecentar aún más tu dignidad: pone en ti su imagen, para que de este modo hubiera en la tierra una imagen visible de su Hacedor invisible y para que hicieras en el mundo sus veces, a fin de que un dominio tan vasto no quedara privado de alguien que representara a su Señor. Más aún, Dios, por su clemencia, tomó en sí lo que en ti había hecho por sí y quiso ser visto realmente en el hombre, en el que antes sólo había podido ser contemplado en imagen; y concedió al hombre ser en verdad lo que antes había sido solamente en semejanza.

Nace, pues, Cristo para restaurar con su nacimiento la naturaleza corrompida; se hace niño y consiente ser alimentado, recorre las diversas edades para instaurar la única edad perfecta, permanente, la que él mismo había hecho; carga sobre sí al hombre para que no vuelva a caer; lo había hecho terreno, y ahora lo hace celeste; le había dado un principio de vida humana, ahora le comunica una vida espiritual y divina. De este modo lo traslada a la esfera de lo divino, para que desaparezca todo lo que había en él de pecado, de muerte, de fatiga, de sufrimiento, de meramente terreno; todo ello por el don y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, ahora y siempre y por los siglos inmortales. Amén.

Responsorio: 1a Pedro 2, 4. 5; Salmo 117, 22.

R. Acercándoos al Señor, la piedra viva, * También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción.

V. Él es ahora la piedra angular. * También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción.

Oración:

Oh, Dios, que hiciste del obispo san Pedro Crisólogo un insigne predicador de tu Verbo encarnado, concédenos, por su intercesión, meditar siempre en nuestro corazón los misterios de tu salvación y manifestarlos fielmente en las obras. Por nuestro Señor Jesucristo.



30 de julio.

Beato Ricardo Pla Espí, presbítero y mártir. Memoria libre en Toledo.

Beatos Federico Rubio y compañeros, religiosos y mártires. Memoria libre en Talavera de la Reina.

Beatos Juan de la Cruz Delgado, Arturo Donoso y compañeros, religiosos y mártires. Memoria libre en las Parroquias de Puebla de Alcocer y Casas de Don Pedro.

Beatos Constancio de san José Mata, y Luis y José María de la Virgen Dolorosa Álamo Jiménez, religiosos, y compañeros, mártires. Memoria libre en Toledo y Cabañas de Yepes.

Beatos José de Mora-Granados y compañeros, religiosos y mártires. Memoria libre en de Aldeanueva de San Bartolomé, Recas y Mascaraque.

Federico Rubio nació en Benavides de Órbigo (León) en 1862. Profesó en la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios en 1886, siendo destinado al sacerdocio. Desempeñó con diligencia los cargos de maestro de novicios y superior. Nombrado director de la Escuela Apostólica de Talavera de la Reina, sufrió el martirio en la ciudad de la cerámica junto con otros tres compañeros el día 25 de julio de 1936.

En el mismo grupo de religiosos mártires de la orden de San Juan de Dios, figuran Juan de la Cruz Delgado y Arturo Donoso, naturales de Puebla de Alcocer, parroquia extremeña perteneciente a la Diócesis de Toledo, y también José de Mora-Granados, sacerdote de la Diócesis de Toledo, que ejerció su ministerio en Aldeanueva de San Bartolomé, Recas, Mascaraque y Talavera de la Reina, y que, un mes antes de su martirio, con las oportunas licencias, pasó a la Orden Hospitalaria.

Segunda lectura:
De los escritos del beato Guillermo Llop, religioso hospitalario.

Los que deseamos alcanzar las promesas del Señor, debemos imitarle en todo.

Demos gracias infinitas al Señor, porque en medio de las grandes tribulaciones que padece la Iglesia, Esposa de Jesucristo, todavía tiene almas escogidas capaces de morir por Él.

Ante el temor, muy fundado por cierto, de futuras persecuciones que acaso den mártires para el cielo, os hago las más fervorosas recomendaciones, que, si las seguís fielmente, lograréis el triunfo de los combates que sin duda se avecinan.

Os ruego, ante todo, que, a semejanza de nuestro Padre San Juan de Dios, os abracéis a la cruz de Cristo, puesta la mira en las divinas recompensas del cielo. No olvidéis las palabras de Aquel que es vida eterna: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, y tendrá un grande tesoro en el Reino de los Cielos». Negarse a sí mismo es renunciar a todas las cosas, y aún a la misma vida, para conquistar a Cristo y las delicias de su Reino. Esto no se puede lograr sin dolor, sin lágrimas, sin efusión de sangre, esto es, sin cruz y sin calvario. Vivid, pues, preparados para ofrecer a Dios el holocausto de vuestras vidas, si así pluguiese a su voluntad divina.

Crezcan en todos vosotros el aliento y la esperanza. Invocad día y noche al Espíritu Santo para que fortalezca vuestro corazón, del mismo modo que fortaleció las almas de los primeros cristianos, y esta fortaleza, recibida de lo alto, sea para todos vosotros segura garantía de victorias espirituales.

Sabidas son de todos las circunstancias difíciles por las que atraviesa actualmente la Santa Iglesia, nuestra Madre, y los sagrados Institutos Religiosos. Tengan todos muy presente el fin altísimo para el que vinieron a la Orden. No fue otro que atender caritativamente a los enfermos. Es pues un grave deber de conciencia el no abandonarlos. Atendedlos con todo cariño. Sacrificaos por ellos como Cristo se sacrificó por nosotros. No os separéis de su lado, y cuanto sea mayor el peligro, más adictos y abnegados habéis de mostraros con ellos.

Afortunadamente, la historia en cada una de sus páginas nos asegura que todas las persecuciones padecidas por la Iglesia de Jesucristo, han tenido un término glorioso para ella. Y es que todas esas persecuciones la purifican, la reparan, la refuerzan, la consolidan. Lo mismo acontecerá ahora. Tal vez llegarán a hacer mártires, pero vendrá un día en que tantos odios y escándalos habrán pasado por la tierra como las nubes por el cielo, barridas por el viento; al paso que la Iglesia, serena, majestuosa, tranquila, como luna indeficiente, seguirá su curso adelante entonando el victorioso Te Deum de los siglos.

Responsorio: Mateo 5, 11-12a.10.

R Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. * Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

V. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. * Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Para el Beato Ricardo Pla Espí, presbítero y mártir:

Oración:
(del común de un mártir)

Para los Beatos Federico Rubio y compañeros, religiosos y mártires:

Oración:

Oh Dios, rico en misericordia, que otorgaste a los beatos Federico Rubio y compañeros, configurados a Cristo compasivo hacia los que sufren, la gracia de ser testigos de la fe con el martirio y de consagrar su vida a los pobres y enfermos; concédenos por su intercesión, ser fuertes en la confesión de tu nombre y fervientes en el servicio a nuestros hermanos necesitados. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los Beatos Juan de la Cruz Delgado, Arturo Donoso y compañeros:

Oración:

Oh Dios, rico en misericordia, que otorgaste a los beatos Juan de la Cruz Delgado, Arturo Donoso y compañeros, configurados a Cristo compasivo hacia los que sufren, la gracia de ser testigos de la fe con el martirio y de consagrar su vida a los pobres y enfermos; concédenos por su intercesión, ser fuertes en la confesión de tu nombre y fervientes en el servicio a nuestros hermanos necesitados. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los Beatos Constancio de san José Mata, y Luis y José María de la Virgen Dolorosa Álamo Jiménez, religiosos, y compañeros, mártires:

Oración: (del común de varios mártires)

Oh Dios, rico en misericordia, que otorgaste a los beatos Constancio de san José Mata, y Luis y José María de la Virgen Dolorosa Álamo Jiménez, configurados a Cristo compasivo hacia los que sufren, la gracia de ser testigos de la fe con el martirio y de consagrar su vida a los pobres y enfermos; concédenos por su intercesión, ser fuertes en la confesión de tu nombre y fervientes en el servicio a nuestros hermanos necesitados. Por nuestro Señor Jesucristo.

Para los Beatos José de Mora-Granados y compañeros:

Oración:

Oh Dios, rico en misericordia, que otorgaste a los beatos José de Mora-Granados y compañeros, configurados a Cristo compasivo hacia los que sufren, la gracia de ser testigos de la fe con el martirio y de consagrar su vida a los pobres y enfermos; concédenos por su intercesión, ser fuertes en la confesión de tu nombre y fervientes en el servicio a nuestros hermanos necesitados. Por nuestro Señor Jesucristo.



31 de julio:

San Ignacio de Loyola, presbítero. Memoria obligatoria.

Nació el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas; su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús. Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia. Murió en Roma el año 1556.

Segunda lectura:
De los Hechos de san Ignacio recibidos por Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo. Capítulo 1, 5-9.

Examinad si los espíritus provienen de Dios.

Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctórum, escritos en su lengua materna.

Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.

Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:

«¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?».

Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos duró bastante tiempo.

Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia suya le ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría luego a los suyos.

Responsorio: 1a Pedro 4, 11. 8.

R. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios; el que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. * Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo.

V. Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo. * Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo.

Oración:

Oh, Dios, que has suscitado en tu Iglesia a san Ignacio de Loyola para propagar la mayor gloria de tu nombre, concédenos que, combatiendo en la tierra con su protección y su ejemplo, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.








HIMNO TE DEUM:

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
















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