LECTURAS PASCUA

OFICIO LECTURAS
del TIEMPO PASCUAL

| OCTAVA DE PASCUA |

| 2a SEMANA |

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| 5a SEMANA |

| 6a SEMANA |

| 7a SEMANA: ASCENSIÓN |

| PENTECOSTÉS |


OCTAVA DE PASCUA:

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Lunes OCTAVA

Martes OCTAVA

Miércoles OCTAVA

Jueves OCTAVA

Viernes OCTAVA

Sábado OCTAVA


2a Semana de Pascua.
Salterio 2a Semana

DOMINGO 2o
(LA DIVINA MISERICORDIA)

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


3a Semana de Pascua.
Salterio 3a Semana

DOMINGO 3o

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


4a Semana de Pascua.
Salterio 4a Semana

DOMINGO 4o

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


5a Semana de Pascua.
Salterio 1a Semana

DOMINGO 5o

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


6a Semana de Pascua.
Salterio 2a Semana

DOMINGO 6o

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


7a Semana de Pascua.
Salterio 3a Semana

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

DOMINGO PENTECOSTÉS




OCTAVA DE PASCUA.

Domingo de Pascua, en la Resurrección del Señor.

La Vigilia Pascual, ocupa el lugar del Oficio de lecturas.

Los que no han asistido a la Vigilia lean, por lo menos, cuatro lecturas, con sus cánticos y oraciones. Conviene usar los que aquí se ponen.

El Oficio de lectura comienza directamente por las lecturas.

Primera lectura: Éxodo 14, 15 – 15, 1.

Los israelitas entran en medio del mar a pie enjuto.

El Señor dijo a Moisés:

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro.

Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del Este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.

Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente. Los egipcios dijeron:

«Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».

Luego dijo el Señor a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.

Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este canto al Señor:

Antífona: Cantaré al Señor, sublime es su victoria.

Cántico Éxodo 15, 1-6. 17-18.

Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.

Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es «El Señor».

Los carros del Faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

Las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras.
Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible,
tu diestra, Señor, tritura al enemigo.

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: Cantaré al Señor, sublime es su victoria.

Oración:

Oh, Dios, también ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas y, lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón, hoy aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo; te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel. Por Jesucristo, nuestro Señor.

O bien:

Oh, Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del nuevo Testamento, el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo, liberado de la esclavitud, imagen de la familia cristiana; concede a todas las gentes, elevadas por su fe a la dignidad de pueblo elegido, regenerarse por la participación de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Segunda lectura: Ezequiel 36, 16-28;

Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.

Me vino esta palabra del Señor:

«La casa de Israel profanó con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaba. Su conducta era a mis ojos como la impureza de la regla. Me enfurecí contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país, y por haberlo profanado con sus ídolos. Los dispersé por las naciones, y anduvieron dispersos por diversos países. Los he juzgado según su conducta y sus acciones.

Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, ya que de ellos se decía: “Éstos son el pueblo del Señor y han debido abandonar su tierra”.

Así que tuve que defender mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido.

Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad.

Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”».

Antífona: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Salmo 41, 2-3. 5bcd; 42, 3-48.

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Oración:

Oh, Dios, poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad el sacramento admirable de la Iglesia entera y, en cumplimiento de tus eternos designios, lleva a feliz término la obra de la salvación humana; y que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y todo vuelve a su integridad original, por el mismo Jesucristo, de quien todo procede. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

O bien:

Oh, Dios, que al celebrar el Misterio pascual nos instruyes con las páginas de ambos Testamentos, danos a conocer tu misericordia, para que, al percibir los bienes presentes, se afiance la esperanza de los futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Tercera lectura: Carta a los Romanos 6, 3-11.

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Hermanos: ¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Antífona: Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 117, 1-2. 16ab-17. 22-23.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: Aleluya, aleluya, aleluya.

Cuarta lectura: Mateo 28, 1-10.

Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea.

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.

El ángel habló a las mujeres:

«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad por medio de tu Unigénito, concede, a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, que, renovados por tu Espíritu, resucitemos a la luz de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: Soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Salmo 1.
Los dos caminos del hombre.

Felices los que, poniendo
su esperanza en la cruz,
se sumergieron en las aguas del bautismo
(Autor anónimo del siglo II)

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Antífona 2: Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.

Antífona 3: Puedo dormir y despertar: el Señor me sostiene. Aleluya.

Salmo 3.
Confianza en medio de la angustia.

Durmió el Señor el sueño de la muerte
y resucitó del sepulcro
porque el Padre fue su ayuda.
(S. Ireneo)

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios».

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Puedo dormir y despertar: el Señor me sostiene. Aleluya.

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R. Al ver al Señor. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 1, 1-21.

Saludo y acción de gracias.

Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos, los peregrinos de la diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, conforme al previo conocimiento de Dios Padre, mediante la santificación con el Espíritu, por la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo: a vosotros, gracia y paz abundantes.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.

Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.

Sobre esta salvación estuvieron explorando e indagando los profetas que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros tratando de averiguar a quién y a qué momento apuntaba el Espíritu de Cristo que había en ellos cuando atestiguaba por anticipado la pasión del Mesías y su consiguiente glorificación. Y se les reveló que no era en beneficio propio, sino en el vuestro por lo que administraban estas cosas que ahora os anuncian quienes os proclaman el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo. Son cosas que los mismos ángeles desean contemplar.

Por eso, ceñidos los lomos de vuestra mente y, manteniéndoos sobrios, confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: «Seréis santos, porque yo soy santo».

Y puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Responsorio: 1a Pedro 1, 3. 13.

R. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, * Por la resurrección de Cristo de entre los muertos. Aleluya.

V. Estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que se os va a traer. * Por la resurrección de Cristo de entre los muertos. Aleluya.

Segunda lectura:
Melitón de Sardes: Homilía sobre la Pascua, núms. 2-7. 100-103.

Alabanza de Cristo.

Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.

Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.

La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.

Porque él fue como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un cordero; y como una oveja enmudecía, y sin embargo no era una oveja: en efecto, ha pasado la figura y ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos a Dios, en lugar de una oveja tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que lo contiene todo.

El sacrificio del cordero, el rito de la Pascua y la letra de la ley tenían por objetivo final a Cristo Jesús, por quien todo acontecía en la ley antigua y, con razón aún mayor, en la nueva economía.

La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se ha hecho nueva (ambas salieron de Sión y de Jerusalén). El mandamiento se transformó en gracia y la figura en realidad: el cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios.

El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de entre los muertos, exclamó con voz potente: «¿Quién tiene algo contra mí? ¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy —dice— Cristo; el que venció la muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.

Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra».

Responsorio: Cf. Hechos 13, 32-33; 10, 42b; 2, 36.

R. La promesa que Dios hizo a nuestros padres la ha cumplido resucitando a Jesús; * Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. Aleluya.

V. Al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías. * Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Señor Dios, que haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos, concede a tus siervos vivir el sacramento que recibieron con fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: El Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Aleluya.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Aleluya.

Antífona 2: Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.

Salmo 65.
Himno para un sacrificio de acción de gracias.

Sobre la resurrección del Señor
y la conversión de los pueblos.
(Hesiquio)

I

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.

Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!».

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.

Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.

Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.

Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:

sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, porque él nos ha devuelto la vida. Aleluya.

Antífona 3: Venid a escuchar, os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo. Aleluya.

II

Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.

Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.

Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Venid a escuchar, os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 1, 22 – 2, 10.

Vida de los hijos de Dios.

Ya que habéis purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad hasta amaros unos a otros como hermanos, amaos de corazón unos a otros con una entrega total, pues habéis sido regenerados, pero no a partir de una semilla corruptible sino de algo incorruptible, mediante la palabra de Dios viva y permanente, porque toda carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba: se agosta la hierba y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre. Pues ésa es la palabra del Evangelio que se os anunció.

Así, pues, apartaos de toda maldad, de toda falsedad, hipocresía y envidia y de toda maledicencia. Como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación, ya que habéis gustado qué bueno es el Señor.

Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.

Por eso se dice en la Escritura: «Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no queda defraudado».

Para vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, pero para los incrédulos «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular», y también piedra de choque y roca de estrellarse; y ellos chocan al despreciar la palabra. A eso precisamente estaban expuestos.

Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais «no-pueblo», ahora sois «pueblo de Dios», los que antes erais «no compadecidos», ahora sois «objeto de compasión».

Responsorio: 1a Pedro 2, 5. 9.

R. Como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, * Para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Aleluya.

V. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios. * Para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Aleluya.

Segunda lectura:
San Anastasio de Antioquía: Sermón 4, 1-2.

Era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria.

Después que Cristo se había mostrado, a través de sus palabras y sus obras, como Dios verdadero y Señor del universo, decía a sus discípulos, a punto ya de subir a Jerusalén: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen. Esto que decía estaba de acuerdo con las predicciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén. Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos; a saber, en su pasión y en su impasibilidad; como también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo como podía ser salvado el hombre. Cosas, todas éstas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él se las revela; él, en efecto, conoce todo lo que atañe al Padre, de la misma manera que el Espíritu sondea la profundidad de los misterios divinos.

El Mesías, pues, tenía que padecer, y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo lo afirmó cuando calificó de hombres sin inteligencia y cortos de entendimiento a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese; y esta salvación es aquella perfección que había de obtenerse por medio de la pasión, y que había de ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta a los Hebreos, cuando dice que él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos. Y vemos, en cierto modo, cómo aquella gloria que poseía como Unigénito, y a la que por nosotros había renunciado por un breve tiempo, le es restituida a través de la cruz en la misma carne que había asumido; dice, en efecto, san Juan, en su evangelio, al explicar en qué consiste aquella agua que dijo el Salvador que manaría como un torrente de las entrañas del que crea en él. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado; aquí el evangelista identifica la gloria con la muerte en cruz. Por eso el Señor, en la oración que dirige al Padre antes de su pasión, le pide que lo glorifique con aquella gloria que tenía junto a él, antes que el mundo existiese.

Responsorio: Hebreos 2, 10; Apocalipsis 1, 6; Lucas 24, 26.

R. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. * A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Aleluya.

V. Era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria. * A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que nos entregaste los auxilios pascuales, continúa favoreciendo a tu pueblo con estos dones celestes para que, habiendo alcanzado la libertad verdadera, pueda gozar en el cielo de la alegría que ya ha empezado a gustar en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: ¡Dios mío, qué grande eres! Aleluya.

Salmo 103.
Himno al Dios creador.

El que es de Cristo es una criatura nueva;
lo antiguo ha pasado,
lo nuevo ha comenzado. (2 Co 5, 17)

I

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: ¡Dios mío, qué grande eres! Aleluya.

Antífona 2: La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor. Aleluya.

II

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: La tierra se sacia de tu acción fecunda, Señor. Aleluya.

Antífona 3: Gloria a Dios para siempre. Aleluya.

III

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Gloria a Dios para siempre. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 2, 11-25.

Los cristianos, forasteros en este mundo.

Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida.

Someteos por causa del Señor a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores, que son como enviados por él para castigo de los malhechores y aprobación, en cambio, de los que hacen el bien. Porque ésa es la voluntad de Dios: que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes. Como personas libres, es decir, no usando la libertad como tapadera para el mal, sino como siervos de Dios, mostrad estima hacia todos, amad a la comunidad fraternal, temed a Dios, mostrad estima hacia el rey.

Que los criados estén, con todo temor, a disposición de los amos, no sólo de los buenos y comprensivos, sino también de los retorcidos. Pues eso es realmente una gracia: que, por consideración a Dios, se soporte el dolor de sufrir injustamente. Porque ¿qué mérito tiene que aguantéis cuando os pegan por portaros mal? En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios.

Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas.

Responsorio: Cf. 1a Pedro 2, 21. 24.

R. Cristo padeció su pasión por nosotros, dejándonos un ejemplo, * Para que sigamos sus huellas. Aleluya.

V. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. * Para que sigamos sus huellas. Aleluya.

Segunda lectura:
De una homilía pascual de autor antiguo. Sermón 35, 6-9.

Cristo, autor de la resurrección y de la vida.

San Pablo, para celebrar la dicha de la salvación recuperada, dice: Lo mismo que por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma forma, por Cristo la salvación fue restablecida en el mundo; y en otro lugar: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.

Y añade: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, o sea, del hombre viejo y de su pecado, seremos también imagen del hombre celestial, esto es, del perdonado, redimido, restaurado; y, en Cristo, alcanzaremos la salvación del hombre renovado, como dice el mismo apóstol: Primero, Cristo, es decir, el autor de la resurrección y de la vida; después los de Cristo, o sea, los que, por haber vivido imitando su santidad, tienen la firme esperanza de la resurrección futura y de poseer, con Cristo, el reino prometido, como dice el mismo Señor en el evangelio: Quien me siga no perecerá, sino que pasará de la muerte a la vida.

Por ello podemos decir que la pasión del Salvador es la salvación de la vida de los hombres. Para esto quiso el Señor morir por nosotros, para que, creyendo en él, llegáramos a vivir eternamente. Quiso ser, por un tiempo, lo que somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad prometida, viviéramos con él eternamente.

Ésta es la gracia de estos sagrados misterios, éste el don de la Pascua, éste el contenido de la fiesta anhelada durante todo el año, éste el comienzo de los bienes futuros.

Ante nuestros ojos tenemos a los que acaban de nacer en el agua de la vida de la madre Iglesia: reengendrados en la sencillez de los niños, nos recrean con los balbuceos de su conciencia inocente. Presentes están también los padres y madres cristianos que acompañan a su numerosa prole, renovada por el sacramento de la fe.

Destellan aquí, cual adornos de la profesión de fe que hemos escuchado, las llamas fulgurantes de los cirios de los recién bautizados, quienes, santificados por el sacramento del agua, reciben el alimento espiritual de la eucaristía.

Aquí, cual hermanos de una única familia que se nutre en el seno de una madre común, la santa Iglesia, los neófitos adoran la divinidad y las maravillosas obras del Dios único en tres personas y, con el profeta, cantan el salmo de la solemnidad pascual: Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Pero, ¿de qué día se trata? Sin duda de aquel que es el origen de la vida, el principio de la luz, el autor de toda claridad, es decir, el mismo Señor Jesucristo, quien afirmó de sí mismo: Yo soy el día: si uno camina de día, no tropieza, es decir, quien sigue en todo a Cristo, caminando siempre tras sus huellas, llegará hasta aquel solio donde brilla la luz eterna: tal como el mismo Cristo, cuando vivía aún en su cuerpo mortal, oró por nosotros al Padre, diciendo: Padre, éste es mi deseo: que los que creyeron en mí, estén conmigo donde yo estoy, como tú estás en mí y yo en ti: que también ellos estén en nosotros.

Responsorio: 1a Corintios 15, 47. 49. 48.

R. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Aleluya.

V. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que todos los años nos alegras con la solemnidad de la resurrección del Señor, concédenos propicio llegar a la alegría eterna mediante las fiestas que celebramos en el tiempo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Aleluya.

Salmo 117.
Himno de acción de gracias después de la victoria.

Jesús es la piedra que desechasteis vosotros,
los arquitectos, y que se ha convertido
en piedra angular. (Hch 4, 11)

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Aleluya.

Antífona 2: El Señor es mi salvación. Aleluya.

II

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en las zarzas;
en el nombre del Señor los rechacé.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad, hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa».

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor es mi salvación. Aleluya.

Antífona 3: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Aleluya.

III

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

— Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

— Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

— Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

— Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 3, 1-17.

La imitación de Cristo.

Que las mujeres estén a disposición de sus propios maridos, de modo que, si hay algunos que son reacios a la Palabra, se convenzan por la conducta de las mujeres y sin necesidad de palabras, asombrados, fijándose en vuestra conducta intachable y respetuosa. Que vuestro adorno no sea lo exterior, los peinados complicados, las joyas de oro, ni los vestidos lujosos, sino la profunda humanidad del corazón en la incorruptibilidad de un espíritu apacible y sereno; eso sí que es valioso ante Dios. Pues así se adornaban también antaño las santas mujeres que tenían puesta su esperanza en Dios, con actitud de disponibilidad para con sus propios maridos; por ejemplo, Sara obedeció a Abrahán llamándolo «señor»: vosotras os asemejáis a ella cuando hacéis el bien, pero sin temor alguno.

Igualmente, los maridos, en la convivencia con la mujer, sabiendo que es más delicada, demuestren estima hacia ellas como coherederas que son también de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no encuentren obstáculo.

Y por último, tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición.

Pues «quien desee amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal y sus labios de pronunciar falsedad; apártese del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella, pues los ojos del Señor se fijan en los justos y sus oídos atienden a sus ruegos; pero el Señor hace frente a los que practican el mal».

¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? Pero si, además, tuvierais que sufrir por causa de la justicia, bienaventurados vosotros. Ahora bien, no les tengáis miedo ni os amedrentéis. Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo. Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal.

Responsorio: Lucas 6, 22-23a; 1a Pedro 3, 14a.

R. Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. * Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Aleluya.

V. Dichosos vosotros, si tenéis que sufrir por causa de la justicia. * Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis de Jerusalén: Catequesis 20 [Mistagógica 2], 4-6.

El bautismo, figura de la pasión de Cristo.

Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro.

Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo.

Pues, así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche. Porque, así como de noche no vemos nada y, en cambio, de día lo percibimos todo, del mismo modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en cambio, al emerger os pareció encontraros en pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.

Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a propósito de otras cosas: Tiempo de nacer, tiempo de morir; pero a vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis un tiempo de morir y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo instante os dio ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto con vuestra muerte.

¡Oh maravilla nueva e inaudita! No hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados, en el sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera.

Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.

¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores.

No piense nadie, pues, que el bautismo fue dado solamente por el perdón de los pecados y para alcanzar la gracia de la adopción, como en el caso del bautismo de Juan, que confería sólo el perdón de los pecados; nuestro bautismo, como bien sabemos, además de limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu, es también tipo y expresión de la Pasión de Cristo. Por eso Pablo decía: ¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte.

Responsorio: Cf. Apocalipsis 7, 9.

R. Éstos son los corderos recién nacidos, que proclaman el mensaje, aleluya; acaban de renacer de la fuente bautismal. * Han sido inundados de resplandor. Aleluya.

V. Están delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. * Han sido inundados de resplandor. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre, concede a los que han renacido en la fuente bautismal una misma fe en su espíritu y un mismo amor en sus obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: Dad gracias al Señor; sólo él hizo grandes maravillas. Aleluya.

Salmo 135.
Himno pascual.

Alabar a Dios es narrar
sus maravillas. (Casiano)

I

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Dad gracias al Señor; sólo él hizo grandes maravillas. Aleluya.

Antífona 2: Sacó a Israel de Egipto; es eterna su misericordia. Aleluya.

II

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Sacó a Israel de Egipto; es eterna su misericordia. Aleluya.

Antífona 3: El Señor nos libró de nuestros opresores. Aleluya.

III

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: El Señor nos libró de nuestros opresores. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 3, 18 – 4, 11.

Expectación de la venida del Señor.

Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua.

Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.

Así pues, dado que Cristo sufrió según la carne, también vosotros armaos de la misma mentalidad, porque el que sufrió según la carne ha acabado con el pecado, para vivir el resto de su vida no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios. Pues ya es bastante el tiempo transcurrido llevando una vida de gentiles, andando entre libertinajes, instintos, borracheras, comilonas, orgías e idolatrías nefastas.

Por eso se extrañan y os insultan cuando no acudís con ellos a ese derroche de inmoralidad. Ellos darán cuenta ante aquel que está dispuesto para juzgar a vivos y muertos. Pues para esto se anunció el Evangelio también a los que ya están muertos, para que, condenados como todos los hombres en el cuerpo, vivan según Dios en el Espíritu.

Además, el fin de todas las cosas está cercano. Así pues, sed sensatos y sobrios para la oración. Ante todo, mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados.

Sed hospitalarios unos con otros sin protestar. Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido. Si uno habla, que sean sus palabras como palabras de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: 1a Pedro 3, 18. 22.

R. Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. * Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Aleluya.

V. Está a la derecha de Dios, habiendo aceptado la muerte, para hacernos herederos de la vida eterna. * Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis de Jerusalén: Catequesis 21 [Mistagógica 3], 1-3.

La unción del Espíritu Santo.

Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos predestinó para la adopción, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Hechos, por tanto, partícipes de Cristo (que significa Ungido), con toda razón os llamáis ungidos; y Dios mismo dijo de vosotros: No toquéis a mis ungidos.

Fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo: pues con relación a vosotros todo se realizó en símbolo e imagen; en definitiva, sois imágenes de Cristo.

Por cierto que él, cuando fue bautizado en el río Jordán, comunicó a las aguas el fragante perfume de su divinidad y, al salir de ellas, el Espíritu Santo descendió substancialmente sobre él como un igual sobre su igual.

Igualmente vosotros, después que subisteis de la piscina, recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con el que Cristo fue ungido. De este Espíritu dice el profeta Isaías en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren.

Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue el Espíritu Santo tal como dice San Pedro: Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, y anuncia también el profeta David: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real. Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Cristo fue ungido con el aceite espiritual de júbilo, es decir, con el Espíritu Santo, que se llama aceite de júbilo, porque es el autor y la fuente de toda alegría espiritual, pero vosotros, al ser ungidos con ungüento material, habéis sido hechos partícipes y consortes del mismo Cristo.

Por lo demás no se te ocurra pensar que se trata de un simple y común ungüento. Pues, de la misma manera que, después de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite, después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Por eso, este ungüento se aplica simbólicamente sobre la frente y los demás sentidos, para que mientras se unge el cuerpo con un aceite visible, el alma quede santificada por el Santo y vivificante Espíritu.

Responsorio: Efesios 1, 13b-14; 2a Corintios 1, 21b-22.

R. Los que creísteis habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu prometido; el cual es prenda de nuestra herencia, * Para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria. Aleluya.

V. Dios nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. * Para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que por el Misterio pascual has restablecido tu alianza con los hombres, concédenos imitar en la vida lo que celebramos en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado de la Octava de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: Grande es el Señor, es incalculable su grandeza. Aleluya.

Salmo 144.
Himno a la grandeza de Dios.

Tú, Señor, el que eras y eres,
eres justo. (Ap 16, 5)

I

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día, te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Grande es el Señor, es incalculable su grandeza. Aleluya.

Antífona 2: El Señor ha dado a conocer la gloria y majestad de su reinado. Aleluya.

II

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor ha dado a conocer la gloria y majestad de su reinado. Aleluya.

Antífona 3: Todo viviente bendiga tu santo nombre por siempre jamás. Aleluya.

III

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Todo viviente bendiga tu santo nombre por siempre jamás. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: 1a Pedro 4, 12 – 5, 14.

Exhortaciones a los presbíteros y a los fieles.

Queridos míos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en vosotros y sirve para probaros, como si ocurriera algo extraño. Al contrario, estad alegres en la medida que compartís los sufrimientos de Cristo, de modo que, cuando se revele su gloria, gocéis de alegría desbordante. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, bienaventurados vosotros, porque el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

Así pues, que ninguno de vosotros tenga que sufrir por ser asesino, ladrón, malhechor o entrometido, pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que dé gloria a Dios por este nombre.

Porque ha llegado el momento de que el juicio empiece por la casa de Dios; pero, si nosotros somos los primeros, ¿cuál será el final de los que desprecian el Evangelio de Dios? Y si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y pecador? Así pues, que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, haciendo el bien, pongan también sus vidas en manos del Creador, que es fiel.

Así pues, a los presbíteros entre vosotros, yo presbítero con ellos, testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que se va a revelar, os exhorto: pastoread el rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, mirad por él, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con entrega generosa; no como déspotas con quienes os ha tocado en suerte, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y, cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria.

Igualmente los más jóvenes: someteos a los mayores. Pero revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes.

Así pues, sed humildes bajo la poderosa mano de Dios, para que él os ensalce en su momento. Descargad en él todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros. Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos.

Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará. Suyo es el poder por los siglos. Amén.

Os he escrito brevemente por medio de Silvano, al que tengo por hermano fiel, para exhortaros y para daros testimonio de que ésta es la verdadera gracia de Dios. Manteneos firmes en ella. Os saluda la comunidad que en Babilonia comparte vuestra misma elección, y también Marcos, mi hijo. Saludaos unos a otros con el beso del amor. Paz a todos vosotros, los que vivís en Cristo.

Responsorio: 1a Pedro 4, 13; Lucas 6, 22.

R. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, * Para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Aleluya.

V. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres por causa del Hijo del hombre. * Para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis de Jerusalén: Catequesis 22, [Mistagógica 4], 1. 3-6. 9.

El pan celestial y la bebida de salvación.

Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Y, después de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad, bebed; ésta es mi sangre». Si fue él mismo quien dijo sobre el pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue quien aseguró y dijo: Ésta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?

Por lo cual estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, y bajo la figura del vino, la sangre; para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina.

En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros. Pero como no lograron entender el sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados, pensando que se les estaba invitando a comer carne humana.

En la antigua alianza existían también los panes de la proposición: pero se acabaron precisamente por pertenecer a la antigua alianza. En cambio, en la nueva alianza, tenemos un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo. Porque del mismo modo que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo es para la vida del alma.

No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y comunes: son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de acuerdo con la afirmación categórica del Señor; y aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad.

La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: lo que parece pan no es pan, aunque tenga gusto de pan, sino el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aun cuando así lo parezca al paladar, sino la sangre de Cristo; por eso, ya en la antigüedad, decía David en los salmos: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro; fortalece, pues, tu corazón comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma.

Y que con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Lucas 22, 19; Éxodo 12, 27.

R. Jesús, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; * Haced esto en memoria mía». Aleluya.

V. Cuando os pregunten vuestros hijos qué significa este rito, les responderéis: «Es el sacrificio de la Pascua del Señor». * Haced esto en memoria mía. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que no cesas de aumentar con la abundancia de tu gracia el número de los pueblos que creen en ti, mira con amor a tus elegidos, para que los renacidos en el bautismo se revistan de la inmortalidad dichosa. Por nuestro Señor Jesucristo.


2 SEMANA DE PASCUA.

Domingo de la Octava de Pascua.

(Domingo de la Misericordia).

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia:

Antífona 1: Soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Salmo 1.
Los dos caminos del hombre.

Felices los que poniendo su esperanza
en la cruz, se sumergieron en las aguas
del bautismo. (Autor anónimo del siglo II)

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Antífona 2: Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.

Antífona 3: Puedo dormir y despertar: el Señor me sostiene. Aleluya.

Salmo 3.
Confianza en medio de la angustia.

Durmió el Señor el sueño de la muerte
y resucitó del sepulcro porque el Padre
fue su ayuda. (S. Ireneo)

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios».

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Puedo dormir y despertar: el Señor me sostiene. Aleluya.

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.

R. Al ver al Señor. Aleluya.

Primera lectura: Colosenses 3, 1-17.

La vida nueva en Cristo.

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los rebeldes.

Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora en cambio, deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!

¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.

Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos.

La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Responsorio: Colosenses 3, 1-3.

R. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; * Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Aleluya.

V. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. * Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Aleluya.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 8, En la Octava de Pascua, 1, 4.

La nueva creación en Cristo.

Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la Madre, retoño santo, muchedumbre renovada, flor de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.

Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol: Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos, para que os revistáis de la vida que se os ha comunicado en el sacramento. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.

En esto consiste la fuerza del sacramento: en que es el sacramento de la vida nueva, que empieza ahora con la remisión de todos los pecados pasados y que llegará a su plenitud con la resurrección de los muertos. Por el bautismo fuisteis sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también andéis vosotros en una vida nueva. Pues ahora, mientras vivís en vuestro cuerpo mortal, desterrados lejos del Señor, camináis por la fe; pero tenéis un camino seguro que es Cristo Jesús en cuanto hombre, el cual es al mismo tiempo el término al que tendéis, quien por nosotros ha querido hacerse hombre. Él ha reservado una inmensa dulzura para los que le temen y la manifestará y dará con toda plenitud a los que esperan en él, una vez que hayamos recibido la realidad de lo que ahora poseemos sólo en esperanza.

Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento: y hoy se completa en vosotros el sello de la fe, que entre los antiguos padres se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del nacimiento carnal.

Por eso mismo, el Señor al despojarse con su resurrección de la carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo, que es el tercer día después de su pasión y el octavo contado a partir del Sábado; y, al mismo tiempo, el primero.

Por esto, también vosotros, ya que habéis resucitado con Cristo —aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu—, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Responsorio: Colosenses 3, 3-4; Romanos 6, 11.

R. Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. * Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Aleluya.

V. Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. * Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios de misericordia infinita, que reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.

Salmo 30, 2-17. 20-25.
Súplica confiada de un afligido.

Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu. (Lc 23, 46)

I

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.

Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.

II

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo el cuchicheo de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.

Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.

III

Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos.

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 1, 1-20.

Visión del Hijo del hombre.

Revelación de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio. Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.

Juan a las siete iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es, el que era y ha de venir; de parte de los siete Espíritus que están ante su Trono; y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra. Sí, amén.

Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso».

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía:

«Lo que estás viendo, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea».

Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve, y sus ojos como llama de fuego. Sus pies eran semejantes al bronce bruñido incandescente en el crisol; y su voz como rumor de muchas aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas; y de su boca salía una espada aguda de doble filo; su rostro era como el sol cuando brilla en su apogeo. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome:

«No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto. En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi derecha, y los siete candelabros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias; y los siete candelabros que has visto son las siete iglesias».

Responsorio: Apocalipsis 1, 5b. 6b; Colosenses 1, 18b.

R. Cristo nos amó, y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre. * A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Aleluya.

V. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. * A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Aleluya.

Segunda lectura:
Anónimo: De una homilía pascual de autor antiguo: PG 59, 723-724.

La Pascua espiritual.

La Pascua que celebramos es el origen de la salvación de todos los hombres, empezando por el primero de ellos, Adán, que pervive aún en todos los hombres y en nosotros recobra ahora la vida.

Aquellas instituciones temporales que existían al principio para prefigurar la realidad presente eran sólo imagen y prefiguración parcial e imperfecta de lo que ahora aparece; pero una vez presente la realidad, conviene que su imagen se eclipse; del mismo modo que, cuando llega el rey, a nadie se le ocurre venerar su imagen, sin hacer caso de su persona.

En nuestro caso es evidente hasta qué punto a la imagen la supera la realidad, puesto que aquélla conmemoraba la momentánea preservación de la vida de los primogénitos judíos, mientras que ésta, la realidad, celebra la vida eterna de todos los hombres.

No es gran cosa, en efecto, escapar de la muerte por un cierto tiempo, si poco después hay que morir; sí lo es, en cambio, poder librarse definitivamente de la muerte; y éste es nuestro caso una vez que Cristo, nuestra Pascua, se inmoló por nosotros.

El nombre mismo de esta fiesta indica ya algo muy grande si lo explicamos de acuerdo con su verdadero sentido. Pues Pascua significa «paso», ya que el exterminador aquel que hería a los primogénitos de los egipcios pasaba de largo ante las casas de los hebreos. Y entre nosotros vuelve a pasar de largo el exterminador, porque pasa sin tocarnos, una vez que Cristo nos ha resucitado a la vida eterna.

Y, ¿qué significa, en orden a la realidad, el hecho de que la Pascua y la salvación de los primogénitos tuvieron lugar en el comienzo del año? Es sin duda porque también para nosotros el sacrificio de la verdadera Pascua es el comienzo de la vida eterna.

Pues el año viene a ser como un símbolo de la eternidad, por cuanto con sus estaciones que se repiten sin cesar, va describiendo un círculo que nunca finaliza. Y Cristo, el padre del siglo futuro, la víctima inmolada por nosotros, es quien abolió toda nuestra vida pasada y por el bautismo nos dio una vida nueva, realizando en nosotros como una imagen de su muerte y de su resurrección.

Así, pues, todo aquel que sabe que la Pascua ha sido inmolada por él, sepa también que para él la vida empezó en el momento en que Cristo se inmoló para salvarle. Y Cristo se inmoló por nosotros si confesamos la gracia recibida y reconocemos que la vida nos ha sido devuelta por este sacrificio.

Y quien llegue al conocimiento de esto debe esforzarse en vivir de esta vida nueva y no pensar ya en volver otra vez a la antigua, puesto que la vida antigua ha llegado a su fin. Por ello dice la Escritura: Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir más en pecado?

Responsorio: 1a Corintios 5, 7-8; Romanos 4, 25.

R. Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva; porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. * Así, pues, celebremos la Pascua en el Señor. Aleluya.

V. Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. * Así, pues, celebremos la Pascua en el Señor. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso, haz que seamos transformados a imagen del Creador del cielo los que, renovados por los sacramentos pascuales, nos hemos librado de la huella del padre terreno. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya.

Salmo 36.
La verdadera y la falsa felicidad.

Dichosos los sufridos, porque
ellos heredarán la tierra. (Mt 5, 4)

I

No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba;
como el césped verde se agostarán.

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:

cohíbe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.

Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya.

Antífona 2: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia. Aleluya.

II

El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.

Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.

Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.

El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agostarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambre se saciarán;

pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.

El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.

El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.

Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.

Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra,
la habitarán por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia. Aleluya.

Antífona 3: Confía en el Señor y sigue su camino. Aleluya.

III

La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.

El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.

Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.

Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.

Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.

El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Confía en el Señor y sigue su camino. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 2, 1-11.

A las Iglesias de Éfeso y de Esmirna.

Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso:

«Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras. Si no, vendré a ti y removeré tu candelabro, si no te conviertes. Con todo, tienes esto a favor: que aborreces las obras de los nicolaítas, que yo también aborrezco.

El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios».

Escribe al ángel de la Iglesia en Esmirna:

«Esto dice el Primero y el Último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida. Conozco tu tribulación y tu pobreza —aunque eres rico— y las calumnias de los que se llaman judíos pero que no son sino sinagoga de Satanás. No tengas miedo de lo que vas a padecer. Mira, el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados durante diez días. Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.

El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda».

Responsorio: Apocalipsis 2, 10b. 11b; Eclesiástico 4, 28.

R. Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida; * El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda. Aleluya.

V. Hasta la muerte lucha por la justicia, y el Señor peleará a tu favor. * El que salga vencedor no será víctima de la muerte segunda. Aleluya.

Segunda lectura:
San Fulgencio de Ruspe: De los libros a Mónimo: Libro 2, 11-12.

Sacramento de unidad y de caridad.

La edificación espiritual del cuerpo de Cristo, que se realiza en la caridad (según la expresión del bienaventurado Pedro, las piedras vivas entran en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo), esta edificación espiritual, repito, nunca se pide más oportunamente que cuando el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, ofrece el mismo cuerpo y la misma sangre de Cristo en el sacramento del pan y del cáliz: El cáliz que bebemos es comunión con la sangre de Cristo, y el pan que partimos es comunión con el cuerpo de Cristo; el pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.

Y lo que en consecuencia pedimos es que con la misma gracia con la que la Iglesia se constituyó en cuerpo de Cristo, todos los miembros, unidos en la caridad, perseveren en la unidad del mismo cuerpo, sin que su unión se rompa.

Esto es lo que pedimos que se realice en nosotros por la gracia del Espíritu, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo; porque la Santa Trinidad, en la unidad de naturaleza, igualdad y caridad, es el único, solo y verdadero Dios, que santifica en la unidad a los que adopta.

Por lo cual dice la Escritura: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Pues el Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu del Padre y del Hijo, en aquellos a quienes concede la gracia de la adopción divina, realiza lo mismo que llevó a cabo en aquellos de quienes se dice, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que habían recibido este mismo Espíritu. De ellos se dice, en efecto: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo; pues el Espíritu único del Padre y del Hijo, que, con el Padre y el Hijo es el único Dios, había creado un solo corazón y una sola alma en la muchedumbre de los creyentes.

Por lo que el Apóstol dice que esta unidad del Espíritu con el vínculo de la paz ha de ser guardada con toda solicitud, y aconseja así a los Efesios: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.

Dios acepta y recibe con agrado a la Iglesia como sacrificio cuando la Iglesia conserva la caridad que derramó en ella el Espíritu Santo: así, si la Iglesia conserva la caridad del Espíritu, puede presentarse ante el Señor como una hostia viva, santa y agradable a Dios.

Responsorio: Juan 17, 9a. 21a. 22. 18.

R. Te ruego por ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti; también les di a ellos la gloria que me diste, * Para que sean uno, como nosotros somos uno. Aleluya.

V. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. * Para que sean uno, como nosotros somos uno. Aleluya.

Oración:

Haznos capaces, Dios todopoderoso, de anunciar el poder de Cristo resucitado para que poseamos en plenitud los dones visibles que hemos recibido como prenda de los futuros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Salmo 38.
Súplica de un enfermo.

La creación fue sometida a la frustración,
pero con la esperanza de que
se vería liberada. (Rm 8, 20. 21)

I

Yo me dije: «Vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente».

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

«Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy».

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como una sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Antífona 2: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

II

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;

porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Antífona 3: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás. Aleluya.

Salmo 51.
Contra la violencia de los calumniadores.

El que se gloríe, que se gloríe
en el Señor. (1 Co 1, 31)

¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes».

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la misericordia de Dios
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 2, 12-29.

A las Iglesias de Pérgamo y de Tiatira.

Escribe al ángel de la Iglesia en Pérgamo:

«Esto dice el que tiene la espada aguda de doble filo. Sé que habitas donde está el trono de Satanás; pero mantienes mi nombre y no has renegado de mi fe ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, a quien han dado muerte entre vosotros, ahí donde Satanás habita. Pero tengo algo contra ti: tienes ahí a los que profesan la enseñanza de Balaán, el que enseñó a Balac a poner tropiezos a los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a fornicar. De la misma manera también tú tienes a los que profesan igualmente la doctrina de los nicolaítas. Conviértete, pues; si no, vendré pronto a ti y combatiré contra ellos con la espada de mi boca.

El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella un nombre nuevo, que nadie conoce sino aquel que lo recibe».

Escribe al ángel de la Iglesia en Tiatira:

«Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene sus ojos como llama de fuego y sus pies como bronce bruñido. Conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu perseverancia, que tus obras últimas son mejores que las primeras. Pero tengo contra ti que permites a esa mujer Jezabel, que se llama profetisa, enseñar y engañar a mis siervos a fornicar y comer de lo sacrificado a los ídolos. Yo le he dado un tiempo para que se convierta, pero no quiere convertirse de su fornicación. Mira, voy a postrarla en cama, y a los que adulteren con ella los someteré a una gran tribulación, si no se convierten de sus obras; y a sus hijos los heriré de muerte; y todas las iglesias conocerán que yo soy el que sondea entrañas y corazones, y os daré a cada uno según vuestras obras. Pero a vosotros, los demás de Tiatira, a cuantos no profesáis esta doctrina, los que no habéis conocido las profundidades de Satanás, como ellos las llaman, os digo: no os impongo otra carga. Sólo que mantengáis lo que tenéis hasta que yo vuelva.

Al vencedor, que cumpla mis obras hasta el final, le daré autoridad sobre las naciones y las pastoreará con cetro de hierro y se quebrarán como vasos de loza, como yo he recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Responsorio: Apocalipsis 2, 18. 23; 22, 12a.

R. Esto dice el Hijo de Dios, el de ojos llameantes: «Yo soy el que escruta corazones y mentes, * Y os voy a pagar a cada uno conforme a sus obras». Aleluya.

V. Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario. * Y os voy a pagar a cada uno conforme a sus obras. Aleluya.

Segunda lectura:
San León Magno, papa: Sermón 12 sobre la Pasión, 3, 6-7.

Cristo vive en su Iglesia.

Es indudable, queridos hermanos, que la naturaleza humana fue asumida tan íntimamente por el Hijo de Dios, que no sólo en él, que es el primogénito de toda criatura, sino también en todos sus santos, no hay más que un solo Cristo; pues, del mismo modo que la cabeza no puede separarse de los miembros, tampoco los miembros de la cabeza.

Aunque no es propio de esta vida, sino de la eterna, el que Dios lo sea todo en todos, no por ello deja de ser ya ahora el Señor huésped inseparable de su templo que es la Iglesia, de acuerdo con lo que él mismo prometió al decir: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Por ello, todo cuanto el Hijo de Dios hizo y enseñó para la reconciliación del mundo, no sólo podemos conocerlo por la historia de los acontecimientos pasados, sino también sentirlo en la eficacia de las obras presentes.

Por obra del Espíritu Santo nació él de una Virgen, y por obra del mismo Espíritu Santo fecunda también su Iglesia pura, a fin de que, a través del bautismo, dé a luz a una multitud innumerable de hijos de Dios, de quienes está escrito: Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Él es aquel vástago en quien fue bendecida la descendencia de Abrahán y por quien la adopción filial se extendió a todos los pueblos, llegando por ello Abrahán a ser el padre de todos los hijos nacidos, no de la carne, sino de la fe en la promesa.

Él es también quien, sin excluir a ningún pueblo, ha reunido en una sola grey las santas ovejas de todas las naciones que hay bajo el cielo, realizando cada día lo que prometió cuando dijo: Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor.

Porque, si bien fue a Pedro a quien dijo principalmente: apacienta mis ovejas, sólo el Señor es quien controla el cuidado de todos los pastores, y alimenta a los que acuden a la roca de su Iglesia con tan abundantes y regados pastos, que son innumerables las ovejas que, fortalecidas con la suculencia de su amor, no dudan en morir por el nombre del pastor, como el buen Pastor se dignó ofrecer su vida por sus ovejas.

Es él también aquel en cuya pasión participa no sólo la gloriosa fortaleza de los mártires, sino también la fe de todos los que renacen en el bautismo.

Por este motivo la Pascua del Señor se celebra legítimamente con ázimo de sinceridad y de verdad si, desechado el fermento de la antigua malicia, la nueva criatura se embriaga y nutre del mismo Señor. Porque la participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no hace otra cosa sino convertirnos en lo que recibimos: y seamos portadores, en nuestro espíritu y en nuestra carne, de aquel en quien y con quien hemos sido muertos, sepultados y resucitados.

Responsorio: Juan 10, 14; Ezequiel 34, 11. 13.

R. Yo soy el buen Pastor; * Conozco a mis ovejas y las mías me conocen. Aleluya.

V. Yo mismo en persona buscaré mis ovejas, siguiendo su rastro; las sacaré de entre los pueblos y las apacentaré. * Conozco a mis ovejas y las mías me conocen. Aleluya.

Oración:

Al celebrar un año más los misterios en los que la humanidad recibió la esperanza de la resurrección recuperando la dignidad original, invocamos, Señor, tu compasión, para que percibamos siempre en el amor lo que hemos celebrado con fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Salmo 43.
Oración del pueblo en las calamidades.

I

En todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado. (Rm 8, 37)

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 3, 1-22.

A las Iglesias de Sardes, de Filadelfia y de Laodicea.

Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes:

«Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son dignos.

El vencedor será vestido de blancas vestiduras, no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Escribe al ángel de la Iglesia en Filadelfia:

«Esto dice el Santo y el Verdadero, el que tiene la llave de David, de forma que si él abre, nadie cierra, y si él cierra, nadie abre. Conozco tus obras; mira, he dejado delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar, porque, aun teniendo poca fuerza, has guardado mi palabra y no has renegado de mi nombre. Mira, voy a entregarte algunos de la sinagoga de Satanás, los que se llaman judíos y no lo son, sino que mienten. Mira, los haré venir y postrarse ante tus pies para que sepan que yo te he amado. Porque has guardado mi consigna de perseverancia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que va a venir sobre todo el mundo, para tentar a los habitantes de la tierra. Mira, vengo pronto. Mantén lo que tienes, para que nadie se lleve tu corona.

Al vencedor le haré columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá fuera; escribiré sobre él el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de junto a mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea:

«Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: “Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas.

Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Responsorio: Apocalipsis 3, 20; 2, 7.

R. Si alguien oye y me abre, * Entraré y comeremos juntos. Aleluya.

V. Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios. * Entraré y comeremos juntos. Aleluya.

Segunda lectura:
San Gaudencio de Brescia: Tratado 2.

La rica herencia del nuevo Testamento.

El sacrificio celeste instituido por Cristo constituye efectivamente la rica herencia del Nuevo Testamento que el Señor nos dejó, como prenda de su presencia, la noche en que iba a ser entregado para morir en la cruz.

Éste es el viático de nuestro viaje, con el que nos alimentamos y nutrimos durante el camino de esta vida, hasta que saliendo de este mundo lleguemos a él; por eso decía el mismo Señor: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros.

Quiso, en efecto, que sus beneficios quedaran entre nosotros, quiso que las almas, redimidas por su preciosa sangre, fueran santificadas por este sacramento, imagen de su pasión; y encomendó por ello a sus fieles discípulos, a los que constituyó primeros sacerdotes de su Iglesia, que siguieran celebrando ininterrumpidamente estos misterios de vida eterna; misterios que han de celebrar todos los sacerdotes de cada una de las iglesias de todo el orbe, hasta el glorioso retorno de Cristo. De este modo los sacerdotes, junto con toda la comunidad de creyentes, contemplando todos los días el sacramento de la pasión de Cristo, llevándolo en sus manos, tomándolo en la boca, recibiéndolo en el pecho, mantendrán imborrable el recuerdo de la redención.

El pan, formado de muchos granos de trigo convertidos en flor de harina, se hace con agua y llega a su entero ser por medio del fuego; por ello resulta fácil ver en él una imagen del cuerpo de Cristo, el cual, como sabemos, es un solo cuerpo formado por una multitud de hombres de toda raza, y llega a su total perfección por el fuego del Espíritu Santo.

Cristo, en efecto, nació del Espíritu Santo y, como convenía que cumpliera todo lo que Dios quiere, entró en el Jordán para consagrar las aguas del bautismo, y después salió del agua, lleno del Espíritu Santo, que había descendido sobre él en forma de paloma, como lo atestigua el evangelista: Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán.

De modo semejante, el vino de su sangre, cosechado de los múltiples racimos de la viña por él plantada, se exprimió en el lagar de la cruz y bulle con toda su fuerza en los vasos generosos de quienes lo beben con fe.

Los que acabáis de libraros del poder de Egipto y del Faraón, que es el diablo, compartid en nuestra compañía, con toda la avidez de vuestro corazón creyente, este sacrificio de la Pascua salvadora; para que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, al que reconocemos presente en sus sacramentos, nos santifique en lo más íntimo de nuestro ser: cuyo poder inestimable permanece por los siglos.

Responsorio: Lucas 22, 19; Juan 6, 59.

R. Jesús, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: * «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Aleluya.

V. Éste es el pan que ha bajado del cielo; el que come este pan vivirá para siempre. * Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que estableciste el sacrificio pascual para la salvación del mundo, sé propicio a las súplicas de tu pueblo, para que Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote que intercede a favor nuestro, nos reconcilie por aquello que le asemeja a nosotros y nos absuelva en virtud de su igualdad contigo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37.
Oración de un pecador en peligro de muerte.

Todos sus conocidos se mantenían
a distancia. (Lc 23, 49)

I

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor;
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Señor, no me castigues con cólera.

Antífona 2: Señor, todas mis ansias están en tu presencia. Aleluya.

II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.

Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Señor, todas mis ansias están en tu presencia. Aleluya.

Antífona 3: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío. Aleluya.

III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 4, 1-11.

Visión de Dios.

Después de esto, miré y vi una puerta abierta en el cielo; y aquella primera voz, como de trompeta, que oí hablando conmigo, decía:

«Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder después de esto».

Enseguida fui arrebatado en espíritu. Vi un trono puesto en el cielo, y sobre el trono uno sentado. El que estaba sentado en el trono era de aspecto semejante a una piedra de diamante y cornalina, y había un arco iris alrededor del trono de aspecto semejante a una esmeralda.

Y alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos veinticuatro ancianos sentados, vestidos con vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas. Y del trono salen relámpagos, voces y truenos; y siete lámparas de fuego están ardiendo delante del trono, que son los siete espíritus de Dios, y delante del trono como un mar transparente, semejante al cristal.

Y en medio del trono y a su alrededor, había cuatro vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. El primer viviente era semejante a un león, el segundo a un toro, el tercero tenía cara como de hombre, y el cuarto viviente era semejante a un águila en vuelo. Los cuatro vivientes, cada uno con seis alas, estaban llenos de ojos por fuera y por dentro. Día y noche cantan sin pausa:

«Santo, Santo, Santo es el Señor Dios, el todopoderoso; el que era y es y ha de venir».

Cada vez que los vivientes dan gloria y honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas ante el trono diciendo:

«Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado».

Responsorio: Apocalipsis 4, 8; Isaías 6, 3.

R. Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo, el que era y es y viene. * La tierra está llena de su gloria. Aleluya.

V. Los serafines se gritaban uno a otro: Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos. * La tierra está llena de su gloria. Aleluya.

Segunda lectura:
San Teodoro Estudita: Sermón sobre la adoración de la Cruz: PG 99, 691-694. 695.

Preciosa y vivificante es la cruz de Cristo.

¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo, tanto para la vista como para el paladar.

Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es el madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.

Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza.

Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.

No le faltaba, pues, razón al Apóstol para exclamar: Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante estupidez de la sabiduría mundana. El conjunto maravilloso de bienes que provienen de la cruz acabaron con los gérmenes de la malicia y del pecado.

Las figuras y profecías de este leño revelaron, ya desde el principio del mundo, las mayores maravillas. Mira, si no, si tienes deseos de saberlo: ¿Acaso no se salvó Noé de la muerte del diluvio, junto con sus hijos y mujeres y con los animales de toda especie, en un frágil madero?

¿Y qué significó la vara de Moisés? ¿Acaso no fue figura de la cruz? Una vez convirtió el agua en sangre; otra, devoró las serpientes ficticias de los magos; o bien dividió el mar con sus golpes y detuvo las olas, haciendo después que volvieran a su curso, sumergiendo así a los enemigos mientras hacía que se salvara el pueblo de Dios.

De la misma manera fue también figura de la cruz la vara de Aarón, florecida en un solo día para atestiguar quién debía ser el sacerdote legítimo.

Y a ella aludió también Abrahán cuando puso sobre el montón de maderos a su hijo maniatado. Con la cruz sucumbió la muerte, y Adán se vio restituido a la vida. En la cruz se gloriaron todos los apóstoles, en ella se coronaron los mártires y se santificaron los santos. Con la cruz nos revestimos de Cristo y nos despojamos del hombre viejo; fue la cruz la que nos reunió en un solo rebaño, como ovejas de Cristo, y es la cruz la que nos lleva al aprisco celestial.

Responsorio.

R. Éste es el árbol dignísimo, situado en medio del paraíso; * En ti el Autor de la salvación venció, con su propia muerte, la muerte de todos. Aleluya.

V. Tú sobresales por encima de los cedros más elevados. * En ti el Autor de la salvación venció, con su propia muerte, la muerte de todos. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, esperanza y luz de las almas sinceras, te pedimos humildemente que concedas a nuestros corazones realizar una plegaria digna de ti y que siempre te glorifiquemos con la ofrenda de nuestras alabanzas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 2 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Salmo 105.
Bondad de Dios e infidelidad del pueblo.

I

Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro,
a quienes nos ha tocado vivir en la última
de las edades. (1 Cor 10, 11)

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.

Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad.

Hemos pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas;

no se acordaron de tu abundante misericordia,
se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,
pero Dios los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.

Increpó al mar Rojo, y se secó,
los condujo por el abismo como por tierra firme;
los salvó de la mano del adversario,
los rescató del puño del enemigo;

las aguas cubrieron a los atacantes,
y ni uno solo se salvó:
entonces creyeron sus palabras,
cantaron su alabanza.

Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa.
Él les concedió lo que pedían,
pero les mandó un cólico por su gula.

Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
se abrió la tierra y se tragó a Datán,
se cerró sobre Abirón y sus secuaces;
un fuego abrasó a su banda,
una llama consumió a los malvados.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Antífona 2: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

II

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.

Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio.

Despreciaron una tierra envidiable,
no creyeron en su palabra;
murmuraban en las tiendas,
no escucharon la voz del Señor.

Él alzó la mano y juró
que los haría morir en el desierto,
que dispersaría su estirpe por las naciones
y los aventaría por los países.

Se acoplaron con Baal Fegor,
comieron de los sacrificios a dioses muertos;
provocaron a Dios con sus perversiones,
y los asaltó una plaga;

pero Finés se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó;
y se le apuntó a su favor
por generaciones sin término.

Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;
le habían amargado el alma,
y desvariaron sus labios.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

Antífona 3: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

III

No exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres;

adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos;
inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas;

derramaron la sangre inocente
y profanaron la tierra ensangrentándola;
se mancharon con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.

La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad;
los entregó en manos de gentiles,
y sus adversarios los sometieron;
sus enemigos los tiranizaban
y los doblegaron bajo su poder.

Cuántas veces los libró;
mas ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas;
pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos.

Recordando su pacto con ellos,
se arrepintió con inmensa misericordia;
hizo que movieran a compasión
a los que los habían deportado.

Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles:
daremos gracias a tu santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Y todo el pueblo diga:
«¡Amén!».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 5, 1-14.

Visión del Cordero.

Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:

«¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?».

Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo. Pero uno de los ancianos me dijo:

«Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos».

Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.

Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo:

«Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has adquirido para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».

Miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:

«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».

Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:

«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».

Y los cuatro vivientes respondían:

«Amén».

Y los ancianos se postraron y adoraron.

Responsorio: Apocalipsis 5, 9. 10.

R. Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado * Y con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

V. Porque has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes. * Y con tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.

Segunda lectura:
Vaticano II: Sacrosanctum Concilium, Núms. 5-6.

La economía de la salvación.

Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación, y se nos otorgó la plenitud del culto divino.

Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, cuyo preludio habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el pueblo del antiguo Testamento, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Pues el admirable sacramento de la Iglesia entera brotó del costado de Cristo dormido en la cruz.

Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su vez, envió a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a que realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él, reciben el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre. Del mismo modo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que vuelva. Por eso precisamente el mismo día de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones, alabando a Dios, y eran bien vistos de todo el pueblo. Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que se refiere a él en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo, a Dios, por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.

Responsorio: Juan 15, 1. 5. 9.

R. Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos; * El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya.

V. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. * El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya.

Oración:

Destruye, Señor, el documento escrito por la ley del pecado, que anulaste para nosotros en el Misterio pascual por la resurrección de Jesucristo, tu Hijo. Él, que vive y reina contigo.

O bien:

Oh, Dios, que, por los misterios pascuales, has querido abrir a tus fieles la puerta de la misericordia, míranos y ten piedad de nosotros, para que no nos desviemos nunca del sendero de la vida los que, con tu benevolencia, seguimos el camino de tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.



3 SEMANA DE PASCUA.

Domingo 3 de Pascua.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Salmo 144.
Himno a la grandeza de Dios.

Justo eres tú, Señor, el que es
y el que era. (Ap 16, 5)

I

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.

Día tras día, te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.

Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

II

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

III

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

V. Mi corazón se alegra. Aleluya.

R. Y te canta agradecido. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 6, 1-17.

El Cordero abre el libro de los designios divinos.

Cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, miré y oí a uno de los vivientes que decía con voz de trueno:

«Ven».

Y vi un caballo blanco; el jinete tenía un arco, se le dio una corona y salió como vencedor y para vencer otra vez.

Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía:

«Ven».

Salió otro caballo, rojo, y al jinete se le dio poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; se le dio también una gran espada.

Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía:

«Ven».

Y vi un caballo negro; el jinete tenía en la mano una balanza. Y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía:

«Una medida de trigo, un denario; tres medidas de cebada, un denario; al aceite y al vino no los dañes».

Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:

«Ven».

Y vi un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.

Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantenían. Y gritaban con voz potente:

«¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?».

A cada uno de ellos se le dio una túnica blanca, y se les dijo que tuvieran paciencia todavía un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros y hermanos que iban a ser martirizados igual que ellos.

Vi cuando abrió el sexto sello: se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un sayal de pelo, la luna entera se tiñó de sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra como caen los higos de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un libro que se enrolla, y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los poderosos y todos, esclavos y libres, se escondieron en las cuevas y entre las rocas. Y decían a los montes y a las rocas:

«Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran Día de su ira, y ¿quién podrá mantenerse en pie?».

Responsorio: Cf. Apocalipsis 6, 9. 10. 11.

R. Oí al pie del altar de Dios las voces de los asesinados, que decían: «¿Por qué no vengas nuestra sangre?». Y recibieron la respuesta divina: * «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos». Aleluya.

V. Entonces dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron: * «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos». Aleluya.

Segunda lectura:
San Justino: Primera Apología en defensa de los cristianos 66-67.

La celebración de la eucaristía.

A nadie es lícito participar de la eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.

Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.

Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esto es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.

El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.

Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.

Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde Amén; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque este día es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.

Responsorio.

R. Jesús, cuando había de pasar de este mundo al Padre, como memorial de su muerte * Instituyó el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.

V. Dando su cuerpo como alimento, su sangre como bebida, dijo: «Haced esto en conmemoración mía». * Instituyó el sacramento de su cuerpo y de su sangre. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Que tu pueblo, oh, Dios, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.

Salmo 49.
El verdadero culto a Dios.

No he venido a abolir la ley,
sino a darle plenitud. (Mt 5, 17)

I

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio».
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.

Antífona 2: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.

II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo, Dios, tu Dios—.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.

Antífona 3: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.

III

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 7, 1-17.

La muchedumbre inmensa marcada con el sello de Dios.

Después de esto vi cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra que sujetaban a los cuatro vientos de la tierra para que ningún viento soplase sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol.

Vi después a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:

«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».

Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil; de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil sellados.

Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente:

«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».

Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo:

«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

Y uno de los ancianos me dijo:

«Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?».

Yo le respondí:

«Señor mío, tú lo sabrás».

Él me respondió:

«Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos».

Responsorio: Apocalipsis 7, 13. 14; 6, 9.

R. Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido? Me respondió: * Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Aleluya.

V. Vi al pie del altar de Dios las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían. * Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Aleluya.

Segunda lectura:
San Beda el Venerable: Del comentario a la primera carta de San Pedro, capítulo 2.

Raza elegida, sacerdocio real.

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Este título honorífico fue dado por Moisés en otro tiempo al antiguo pueblo de Dios, y ahora con todo derecho Pedro lo aplica a los gentiles, puesto que creyeron en Cristo, el cual, como piedra angular, reunió a todos los pueblos en la salvación que, en un principio, había sido destinada a Israel.

Y los llama raza elegida a causa de la fe, para distinguirlos de aquellos que, al rechazar la piedra angular, se hicieron a sí mismos dignos de rechazo.

Y sacerdocio real porque están unidos al cuerpo de aquel que es rey soberano y verdadero sacerdote, capaz de otorgarles su reino como rey, y de limpiar sus pecados como pontífice con la oblación de su sangre. Los llama sacerdocio real para que no se olviden nunca de esperar el reino eterno y de seguir ofreciendo a Dios el holocausto de una vida intachable.

Se les llama también nación consagrada y pueblo adquirido por Dios, de acuerdo con lo que dice el apóstol Pablo comentando el oráculo del Profeta: Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor. Pero nosotros, dice, no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en los Hechos de los apóstoles dice: El Espíritu Santo os ha encargado guardar el rebaño, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redimido de Egipto por la sangre del cordero. Por esto Pedro recuerda en el versículo siguiente el sentido figurativo del antiguo relato, y nos enseña que éste tiene su cumplimiento pleno en el nuevo pueblo de Dios, cuando dice: Para proclamar sus hazañas.

Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales.

En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan adecuadamente los pecados que nos perseguían, pero que quedan borrados en el bautismo.

La liberación de los hijos de Israel, lo mismo que su marcha hacia la patria prometida, representa también adecuadamente el misterio de nuestra redención: Caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje, de las tinieblas de la noche, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria prometida.

Responsorio: 1a Pedro 2, 9; Deuteronomio 7, 7. 8; 13, 5.

R. Vosotros sois una raza elegida, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios * Para proclamar las hazañas del que os llamó a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.

V. El Señor os eligió y os rescató de la esclavitud. * Para proclamar las hazañas del que os llamó a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.

Oración:

Te pedimos, Dios todopoderoso, que, despojándonos del hombre viejo con sus inclinaciones, vivamos de la obediencia de aquel a quien nos has incorporado por los sacramentos pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.

Salmo 67.
Entrada triunfal del Señor.

Subiendo a la altura, llevó cautivos
y dio dones a los hombres. (Ef 4, 8)

I

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.

II

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío».

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

«En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel».

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios».

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 8, 1-13.

Los siete ángeles castigan al mundo.

Y cuando abrió el séptimo sello se hizo en el cielo silencio como de media hora.

Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios; y les dieron siete trompetas. Y vino otro ángel y se puso de pie junto al altar con un incensario de oro, y le fueron dados muchos perfumes, para que los añadiese a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que está delante del trono. Y subió el humo de los perfumes con las oraciones de los santos de mano del ángel a la presencia de Dios.

El ángel tomó el incensario, lo llenó del fuego del altar y lo arrojó a la tierra: hubo truenos, voces, relámpagos y un terremoto. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocar.

Y el primero tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, y fueron arrojados a la tierra. Una tercera parte de la tierra se abrasó, una tercera parte de los árboles se abrasó y toda la hierba verde se abrasó.

Y el segundo ángel tocó la trompeta; algo así como una montaña enorme, ardiendo en fuego, fue arrojada al mar: y la tercera parte del mar se convirtió en sangre, la tercera parte de los seres que viven en el mar murió y la tercera parte de las naves fue destruida.

Y el tercer ángel tocó la trompeta; y cayó del cielo una estrella gigantesca, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre los manantiales de las aguas. El nombre de la estrella es Ajenjo: la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió por las aguas, porque se habían vuelto amargas.

Y el cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida una tercera parte del sol, una tercera parte de la luna y una tercera parte de las estrellas, de modo que se oscureció la tercera parte de ellos y el día perdió una tercera parte de su luz, y lo mismo la noche.

Miré: y oí un águila que volaba por mitad del cielo, y decía con gran voz:

«¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra por los toques de trompeta que faltan, por los tres ángeles que están a punto de tocar!».

Responsorio: Apocalipsis 8, 3-4; 5, 8.

R. Un ángel se puso junto al altar del templo con un incensario de oro en su mano, y le entregaron muchos perfumes. * Y el humo de los perfumes subió a la presencia de Dios. Aleluya.

V. Cada ángel tenía unas copas llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. * Y el humo de los perfumes subió a la presencia de Dios. Aleluya.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 34, 1-3. 5-6.

Cantemos al Señor el cántico del amor.

Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva, sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.

Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo vamos a elegir si no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino porque Dios le amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos, y con ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de nuestro amor: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones. Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez? Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del Espíritu Santo que se nos ha dado.

Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice más claramente aún: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir: El amor es de Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo dijo quien sabía lo que se traía entre manos.

Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: «Amadme, y me poseeréis; porque no os será posible amarme si antes no me poseéis».

¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta.

Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quien amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor.

¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.

Responsorio: Romanos 6, 4; 1a Juan 3, 23; Judit 16, 15.

R. Como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva * Y amémonos unos a otros, tal como nos lo mandó. Aleluya.

V. Cantaré a mi Dios un cántico nuevo. * Y amémonos unos a otros, tal como nos lo mandó. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios que abres la puerta de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu, acrecienta en tus siervos la gracia que les has dado, para que, limpios de sus pecados, no se vean, por tu bondad, privados de tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor. Aleluya.

Salmo 88, 2-38.
Las misericordias del Señor sobre la casa de David.

Según lo prometido, Dios sacó
de la descendencia de David
un Salvador, Jesús. (Hech 13, 22-23)

I

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».

El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.

Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.

Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor. Aleluya.

Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. Aleluya.

II

Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;

no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.

Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.

Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. Aleluya.

Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». Aleluya.

III

«Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;

pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.

Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
“Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo”».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 9, 1-12.

La plaga de las langostas.

El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella caída del cielo a la tierra. Y le fue dada la llave del pozo del abismo, y abrió el pozo del abismo; y subió humo del pozo como el humo de un gran horno, y se oscurecieron el sol y el aire por el humo del pozo.

Del humo salieron langostas hacia la tierra, y les fue dado poder como el poder que tienen los escorpiones de la tierra. Se les dijo que no hicieran daño a la hierba ni a nada verde ni a ningún árbol, sino sólo a las personas que no llevan el sello de Dios en la frente. Y les fue dado poder no para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. Y su tormento es como el tormento del escorpión cuando pica a un hombre. Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte y no la encontrarán; desearán morir, y la muerte huirá de ellos.

Y el aspecto de las langostas era como de caballos preparados para la guerra; llevan en la cabeza una especie de coronas que parecen de oro, y sus rostros eran como rostros humanos. Y tenían cabellos como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de león. Y tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas era como el ruido de carros con muchos caballos que corren al combate. Tienen colas como de escorpiones, y aguijones, y en sus colas reside su poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Tienen como rey sobre ellos al ángel del abismo; en hebreo su nombre es Abaddón y en griego Apolíon.

El primer ¡ay! ha pasado; mira que vienen todavía dos después de esto.

Responsorio: Joel 2, 30. 32; Marcos 13, 33.

R. Haré prodigios en cielo y tierra: sangre, fuego, columnas de humo. * Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán. Aleluya.

V. Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. * Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán. Aleluya.

Segunda lectura:
San Justino: 1 Apología en defensa de los cristianos, Cap. 61.

El Bautismo del nuevo nacimiento.

Vamos a exponer de qué manera, renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios.

A quienes aceptan y creen que son verdad las cosas que enseñamos y exponemos y prometen vivir de acuerdo con estas enseñanzas, les instruimos para que oren a Dios, con ayunos, y pidan perdón de sus pecados pasados, mientras nosotros, por nuestra parte, oramos y ayunamos también juntamente con ellos.

Luego los conducimos a un lugar donde hay agua, para que sean regenerados del mismo modo que fuimos regenerados nosotros. Entonces reciben el baño del bautismo en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo.

Pues Cristo dijo: El que no nazca de nuevo, no podrá entrar en el Reino de los cielos. Ahora bien, es evidente para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres.

También el profeta Isaías nos dice de qué modo pueden librarse de sus pecados quienes pecaron y quieren convertirse: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad la justicia, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.

Los apóstoles nos explican la razón de todo esto. En nuestra primera generación fuimos engendrados de un modo inconsciente por nuestra parte, y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos también un nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra libre y consciente elección, y lleguemos a obtener el perdón de nuestros pecados pasados, se pronuncia, sobre quienes desean ser regenerados y se convierten de sus pecados, mientras están en el agua, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, único nombre que invoca el ministro cuando introduce en el agua al que va a ser bautizado.

Nadie, en efecto, es capaz de poner nombre al Dios inefable, y si alguien se atreve a decir que hay un nombre que expresa lo que es Dios es que está rematadamente loco.

A este baño lo llamamos «iluminación», para dar a entender que los que son iniciados en esta doctrina quedan iluminados.

También se invoca sobre el que ha de ser iluminado el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y el nombre del Espíritu Santo que, por medio de los profetas, anunció de antemano todo lo que se refiere a Jesús.

Responsorio: Juan 3, 5-6.

R. Dijo Jesús a Nicodemo: «Te lo aseguro: * El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios». Aleluya.

V. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. * El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Aleluya.

Oración:

Atiende, Señor, a tu familia, y ayúdala como conviene, y concede participar en la resurrección de tu Unigénito a quienes has dado la gracia de la fe. Él, que vive y reina contigo.


Jueves 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53.
Lamentación por la caída de la casa de David.

Ha suscitado una fuerza
de salvación en la casa
de David. (Lc 1, 69)

IV

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

Salmo 89.
Baje a nosotros la bondad del Señor.

Para el Señor un día es
como mil años, y mil años
como un día. (2 Pe 3, 8)

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 9, 13-21.

La plaga de la guerra.

El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz que salía de los cuatro ángulos del altar de oro que está delante de Dios. Y le decía al sexto ángel, al que tenía la trompeta:

«Suelta a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río, el Éufrates».

Quedaron sueltos los cuatro ángeles que estaban preparados para aquella hora y día y mes y año, para matar a la tercera parte de los hombres. Y el número de las tropas de caballería era doscientos millones; yo oí su número.

En la visión vi así a los caballos y a sus jinetes: tenían corazas de fuego, jacinto y azufre; las cabezas de los caballos eran como cabezas de león, y de sus bocas sale fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas que salían de su boca, fuego, humo y azufre, murió la tercera parte de los hombres. Pues el poder de los caballos está en su boca y también en sus colas, ya que sus colas parecen serpientes con cabezas, y con ellas hacen el daño.

El resto de los hombres, los que no murieron por estas plagas, tampoco se arrepintieron de las obras de sus manos, no dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro y plata, bronce, piedra y madera, que no ven ni oyen ni andan. No se arrepintieron tampoco de sus homicidios ni de sus hechicerías ni de su fornicación ni de sus robos.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 17, 30. 31; Joel 1, 13. 14.

R. Que todos los hombres en todas partes se conviertan. * Porque Dios tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia. Aleluya.

V. Ministros de Dios, reunid a todos los habitantes de la tierra y clamad al Señor. * Porque Dios tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia. Aleluya.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías 5, 2, 2-3.

La eucaristía, arras de la resurrección.

Si la carne no se salva, entonces el Señor no nos ha redimido con su sangre, ni el cáliz de la eucaristía es participación de su sangre, ni el pan que partimos es participación de su cuerpo. Porque la sangre procede de las venas y de la carne y de toda la substancia humana, de aquella substancia que asumió el Verbo de Dios en toda su realidad y por la que nos pudo redimir con su sangre, como dice el Apóstol: Por su sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Y, porque somos sus miembros y quiere que la creación nos alimente, nos brinda sus criaturas, haciendo salir el sol y dándonos la lluvia según le place; y también porque nos quiere miembros suyos, aseguró el Señor que el cáliz, que proviene de la creación material, es su sangre derramada, con la que enriquece nuestra sangre, y que el pan, que también proviene de esta creación, es su cuerpo, que enriquece nuestro cuerpo.

Cuando la copa de vino mezclado con agua y el pan preparado por el hombre reciben la Palabra de Dios, se convierten en la eucaristía de la sangre y del cuerpo de Cristo y con ella se sostiene y se vigoriza la substancia de nuestra carne, ¿cómo pueden, pues, pretender los herejes que la carne es incapaz de recibir el don de Dios, que consiste en la vida eterna, si esta carne se nutre con la sangre y el cuerpo del Señor y llega a ser parte de este mismo cuerpo?

Por ello bien dice el Apóstol en su carta a los Efesios: Somos miembros de su cuerpo, hueso de sus huesos y carne de su carne. Y esto lo afirma no de un hombre invisible y mero espíritu —pues un espíritu no tiene carne y huesos—, sino de un organismo auténticamente humano, hecho de carne, nervios y huesos; pues es este organismo el que se nutre con la copa, que es la sangre de Cristo y se fortalece con el pan, que es su cuerpo.

Del mismo modo que el esqueje de la vid, depositado en tierra, fructifica a su tiempo, y el grano de trigo, que cae en tierra y muere, se multiplica pujante por la eficacia del Espíritu de Dios que sostiene todas las cosas, y así estas criaturas trabajadas con destreza se ponen al servicio del hombre, y después cuando sobre ellas se pronuncia la Palabra de Dios, se convierten en la eucaristía, es decir, en el cuerpo y la sangre de Cristo; de la misma forma nuestros cuerpos, nutridos con esta eucaristía y depositados en tierra, y desintegrados en ella, resucitarán a su tiempo, cuando la Palabra de Dios les otorgue de nuevo la vida para la gloria de Dios Padre. Él es, pues, quien envuelve a los mortales con su inmortalidad y otorga gratuitamente la incorrupción a lo corruptible, porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad.

Responsorio: Juan 6, 48-52.

R. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: * Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Aleluya.

V. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. * Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, concédenos experimentar más de cerca tu amor, que, por tu bondad, hemos conocido con mayor profundidad en estos días de Pascua, y afianza en el testimonio de la verdad a quienes has librado de las tinieblas del error. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37.
Me devora el celo de tu templo.

Le dieron a beber vino
mezclado con hiel. (Mt 27, 34)

I

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya.

III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 10, 1-11.

Es confirmada la vocación del vidente.

Y vi otro ángel poderoso que descendía del cielo envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; su rostro era como el sol y sus piernas como columnas de fuego. Tenía en la mano un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra; y gritó con voz potente como ruge el león. Y cuando gritó, los siete truenos hablaron con sus voces. Y cuando hablaron los siete truenos, iba yo a escribir, pero oí una voz del cielo que decía:

«Sella lo que han dicho los siete truenos, y no lo escribas».

El ángel que había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó la mano derecha al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto contiene, la tierra y cuanto contiene, el mar y cuanto contiene:

«Se ha terminado el tiempo; cuando el séptimo ángel empuñe su trompeta y dé su toque, entonces, en esos días, se habrá cumplido el misterio de Dios, según la buena nueva que había anunciado a sus siervos los profetas».

Y la voz del cielo que había escuchado se puso a hablarme de nuevo diciendo:

«Ve a tomar el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».

Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dice:

«Toma y devóralo; te amargará en el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel».

Tomé el librito de mano del ángel y lo devoré; en mi boca sabía dulce como la miel, pero, cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor. Y me dicen:

«Es preciso que profetices de nuevo sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos».

Responsorio: Apocalipsis 10, 7; Mateo 24, 30.

R. Cuando dé su toque la trompeta, llegará a su término el designio secreto de Dios, * Como lo anunció a sus siervos, los profetas. Aleluya.

V. Entonces brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre, y verán al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. * Como lo anunció a sus siervos, los profetas. Aleluya.

Segunda lectura:
San Efrén: Sermón sobre nuestro Señor, 3-4. 9.

La cruz de Cristo, salvación del género humano.

Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero él, a su vez, conculcó la muerte, pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.

La muerte le mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte. La muerte destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.

La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle si él no hubiera tenido un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si él no hubiera estado revestido de carne; por ello quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros.

Porque la muerte llegó hasta Eva, la madre de todos los vivientes. Eva era la viña, pero la muerte abrió una brecha en su cerco, valiéndose de las mismas manos de Eva; y Eva gustó el fruto de la muerte, por lo cual la que era madre de todos los vivientes se convirtió en fuente de muerte para todos ellos.

Pero luego apareció María, la nueva vid que reemplaza a la antigua; en ella habitó Cristo, la nueva Vida. La muerte, según su costumbre, fue en busca de su alimento y no advirtió que, en el fruto mortal, estaba escondida la Vida, destructora de la muerte; por ello mordió sin temor el fruto, pero entonces liberó a la vida, y a muchos juntamente con ella.

El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.

¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!

¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!

Tú vives para siempre; los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.

Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y oraciones en honor de aquel que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos.

Responsorio: 1a Corintios 15, 55-56. 57; 2a Corintios 4, 13. 14.

R. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado. * Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo. Aleluya.

V. Teniendo el espíritu de fe, creemos que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará. * Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos, a los que hemos conocido ya la gracia de la resurrección del Señor, resucitar a la vida nueva por el amor del Espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 3 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Aleluya.

Salmo 106.
Acción gracias por la liberación.

Envió su palabra a los israelitas,
anunciando la paz que traería
Jesucristo. (Hech 10, 36)

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.

Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.

Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.

Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Aleluya.

Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. Aleluya.

II

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. Aleluya.

Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. Aleluya.

III

Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.

Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.

Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.

Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.

Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 11, 1-19.

Los dos testigos invictos.

Y se me dio una caña en forma de vara, diciendo:

«Levántate y mide el santuario de Dios y el altar, y a los que están adorando en él. Pero el atrio exterior del santuario déjalo fuera y no lo midas, porque ha sido dado a los gentiles, y pisotearán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. Y haré que mis dos testigos profeticen durante mil doscientos sesenta días, vestidos de sayal.

Éstos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Y si alguien quiere hacerles daño, sale un fuego de su boca y devora a sus enemigos; y si alguien quisiera hacerles daño, es necesario que muera de esa manera. Éstos tienen el poder de cerrar el cielo, para que no caiga lluvia durante los días de su profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas siempre que quieran.

Y cuando hayan terminado su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran ciudad, que se llama espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Y gentes de los pueblos, tribus, lenguas y naciones contemplan sus cadáveres durante tres días y medio y no permiten que sus cadáveres sean puestos en un sepulcro. Y los habitantes de la tierra se alegran por ellos y se regocijan y se enviarán regalos unos a otros, porque los dos profetas fueron un tormento para los habitantes de la tierra».

Y después de tres días y medio, un espíritu de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie, y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban. Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía:

«Subid aquí».

Y subieron al cielo en una nube, y sus enemigos se quedaron mirándolos. Y en aquel momento sobrevino un gran terremoto y la décima parte de la ciudad se derrumbó y siete mil personas murieron por el terremoto y los supervivientes quedaron aterrorizados y dieron gloria al Dios del cielo.

El segundo ay ha pasado; mira que el tercero va a llegar pronto.

Y el séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo:

«¡El reino del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Cristo, y reinará por los siglos de los siglos!».

Y los veinticuatro ancianos que están sentados delante de Dios cayeron rostro a tierra y adoraron a Dios, diciendo:

«Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido tu gran poder para establecer tu reinado. Se encolerizaron las gentes, llegó tu cólera, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, y a los santos y a los que temen tu nombre, y a los pequeños y a los grandes, y de arruinar a los que arruinaron la tierra».

Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza, y hubo relámpagos y voces y truenos y una fuerte granizada.

Responsorio: Apocalipsis 11, 15; Daniel 7, 27.

R. El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, * Y reinará por los siglos de los siglos. Aleluya.

V. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos. * Y reinará por los siglos de los siglos. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Sobre el evangelio de San Juan 4, 2.

Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos.

«Por todos muero —dice el Señor—, para vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído.

Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos».

San Pablo, al comprender esto, dijo: Los hijos de una misma familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el poder de la muerte, ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el único que está por encima de todos.

Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en un lugar del libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: «Aquí estoy».

Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que, habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: Padre santo, dijo, guárdalos. Y luego añade: Por ellos me consagro yo.

Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de «me dedico a Dios» y «me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad». Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré explicarlo, si puedo.

Una vez que la Palabra vivificante hubo tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le devolvió la vida y, uniéndose a la carne con una unión inefable, la vivificó, dándole parte en su propia vida divina.

Por ello podemos decir que el cuerpo de Cristo da vida a los que participan de él: si los encuentra sujetos a la muerte, aparta la muerte y aleja toda corrupción, pues posee en sí mismo el germen que aniquila toda podredumbre.

Responsorio: Juan 10, 14. 15. 10.

R. Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas * Y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.

V. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. * Y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que has renovado en la fuente bautismal a los que creen en ti, guarda a los renacidos en Cristo, para que, vencida toda clase de engaños, conserven fielmente tu gracia santificadora. Por nuestro Señor Jesucristo.


4 SEMANA DE PASCUA.

Domingo 4 del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en el templo.

Las puertas del cielo se abren
ante Cristo que, como hombre,
sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Salmo 65.
Himno para un sacrificio de acción de gracias.

Este salmo habla de la resurrección
de Cristo y de la conversión
de los gentiles. (Hesiquio)

I

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.

Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!».

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.

Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.

Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.

Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:

sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

II

Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.

Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.

Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

V. Mi corazón se alegra. Aleluya.

R. Y te canta agradecido. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 12, 1-18.

La figura de la mujer.

Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.

Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz. Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono; y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser alimentada mil doscientos sesenta días.

Y hubo un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles. Y no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él. Y oí una gran voz en el cielo que decía:

«Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio que habían dado, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por eso, estad alegres, cielos, y los que habitáis en ellos».

¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha bajado a vosotros, rebosando furor, sabiendo que le queda ya poco tiempo.

Y cuando vio el dragón que había sido precipitado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y le fueron dadas a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada un tiempo, y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la presencia de la serpiente.

Y vomitó la serpiente de su boca, detrás de la mujer, agua como un río para hacer que el río la arrastrara. Y la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su boca y se tragó el río que había arrojado el dragón de su boca. Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.

El dragón se detuvo en la arena del mar.

Responsorio: Apocalipsis 12, 11. 12; 2 Macabeos 7, 36.

R. Vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. * Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. Aleluya.

V. Después de soportar un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida eterna. * Por esto, estad alegres, cielos, y los que moráis en sus tiendas. Aleluya.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: De las homilías sobre los evangelios, 14, 3-6.

Cristo, el buen Pastor.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: «Los que me aman vienen tras de mí». Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía.

Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.

Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: «La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre».

Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas, diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso.

Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente.

Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino.

Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo.

Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.

Responsorio: Cf. Juan 10, 14. 15; 1a Corintios 5, 7.

R. Ha resucitado el buen Pastor, que dio su vida por las ovejas * Y se dignó morir por su rebaño. Aleluya.

V. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. * Y se dignó morir por su rebaño. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, condúcenos a la asamblea gozosa del cielo, para que la debilidad del rebaño llegue hasta donde le ha precedido la fortaleza del Pastor. Él, que vive y reina contigo.


Lunes 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los justos! Aleluya.

Salmo 72.
Por qué sufre el justo.

¡Dichoso el que no se siente
defraudado por mí! (Mt 11, 6)

I

¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.

Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y orondos;
no pasan las fatigas humanas,
ni sufren como los demás.

Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
el corazón les rebosa de malas ideas.

Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo.
Y su lengua recorre la tierra.

Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: «¿Es que Dios lo va a saber,
se va a enterar el Altísimo?».
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los justos! Aleluya.

Antífona 2: Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

II

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?

Si yo dijera: «Voy a hablar como ellos»,
renegaría de la estirpe de tus hijos.

Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.

Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.

Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Antífona 3: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

III

Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.

Pero yo siempre estaré contigo,
tú agarras mi mano derecha,
me guías según tus planes,
y me llevas a un destino glorioso.

¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne
por Dios, mi lote perpetuo.

Sí: los que se alejan de ti se pierden;
tú destruyes a los que te son infieles.

Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y contar todas tus acciones
en las puertas de Sión.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 13, 1-18.

Visión de las dos fieras.

Vi una bestia que salía del mar; tenía diez cuernos y siete cabezas, llevaba en los cuernos diez diademas y en las cabezas un nombre blasfemo. La bestia que vi era semejante a una pantera con patas de oso y fauces de león. El dragón le dio su poder, su trono y gran autoridad. Y vi que una de sus cabezas estaba como herida de muerte, pero su herida mortal se había curado. Todo el mundo, admirado, seguía a la bestia; y adoraron al dragón por haber dado su autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo:

«¿Quién como la bestia?, ¿quién puede combatir con ella?».

Y se le dio una boca grandilocuente y blasfema y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar contra su nombre y contra su morada y contra los que habitan en el cielo. Y se le dio combatir contra los santos y vencerlos, y se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Lo adorarán todos los habitantes de la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado, desde la creación del mundo.

Quien tenga oídos, que oiga: El que está destinado al cautiverio, al cautiverio va. El que mata a espada, a espada tiene que morir. ¡Aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos!

Vi otra bestia que salía de la tierra; tenía dos cuernos de cordero, pero hablaba como un dragón, y ejerce toda la autoridad de la primera bestia, en su presencia; y hace que la tierra y todos sus habitantes adoren a la primera bestia, cuya llaga mortal había sido curada.

Y realiza grandes signos, incluso hace bajar fuego del cielo a la tierra, en presencia de los hombres. Y engaña a los habitantes de la tierra mediante los signos que se le concedió realizar en presencia de la bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hiciesen una imagen de la bestia que tenía la herida de espada, pero que ha sobrevivido. Se le concedió infundir espíritu a la imagen de la bestia, de modo que la imagen de la bestia pudiera hablar e hiciera morir a cuantos no adorasen la imagen de la bestia. Y hace que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, de modo que nadie pueda comprar ni vender si no tiene la marca o el nombre de la bestia.

Aquí se requiere sabiduría. El que tenga inteligencia, cuente la cifra de la bestia, pues es cifra humana. Y su cifra es seiscientos sesenta y seis.

Responsorio: Apocalipsis 3, 5; Mateo 10, 22.

R. El que salga vencedor se vestirá todo de blanco, y no borraré su nombre del libro de la vida, * Pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.

V. El que persevere hasta el final se salvará. * Pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Libro sobre el Espíritu Santo, Cap. 15, 35-36.

El Espíritu, dador de vida.

El Señor, que nos da la vida, estableció con nosotros la institución del bautismo, en el que hay un símbolo y principio de muerte y de vida: la imagen de la muerte nos la proporciona el agua, la prenda de la vida nos la ofrece el Espíritu.

En el bautismo se proponen como dos fines, a saber, la abolición del cuerpo de pecado, a fin de que no fructifique para la muerte, y la vida del Espíritu, para que abunden los frutos de santificación; el agua representa la muerte, haciendo como si acogiera al cuerpo en el sepulcro; mientras que el Espíritu es el que da la fuerza vivificante, haciendo pasar nuestras almas renovadas de la muerte del pecado a la vida primera.

Esto es, pues, lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu: puesto que en el agua se lleva a cabo la muerte, y el Espíritu crea la nueva vida nuestra. Por eso precisamente el gran misterio del bautismo se efectúa mediante tres inmersiones y otras tantas invocaciones, con el fin de expresar la figura de la muerte, y para que el alma de los que se bautizan quede iluminada con la infusión de la luz divina.

Porque la gracia que se da por el agua no proviene de la naturaleza del agua, sino de la presencia del Espíritu, pues el bautismo no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura.

Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna y, para decirlo todo de una sola vez, el poseer la plenitud de las bendiciones divinas, así en este mundo como en el futuro; pues, al esperar por la fe los bienes prometidos, contemplamos ya, como en un espejo y como si estuvieran presentes, los bienes de que disfrutaremos.

Y, si tal es el anticipo, ¿cuál no será la realidad? Y, si tan grandes son las primicias, ¿cuál no será la plena realización?

Responsorio.

R. Al salir del baño bautismal, purificados ya de nuestros delitos, * El Espíritu Santo desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya.

V. ¡Dichoso sacramento del agua, en el cual somos liberados para la vida eterna! * El Espíritu Santo desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, luz perfecta de los santos, que nos has concedido celebrar en la tierra los sacramentos pascuales, haznos gozar eternamente de la plenitud de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Salmo 101.
Deseos y súplicas de un desterrado.

Dios nos consuela en todas
nuestras luchas. (2 Cor 1, 4)

I

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

II

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas;
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.

Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Aleluya.

III

Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días».

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 14, 1-13.

Victoria del Cordero.

Miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabados en la frente su nombre y el nombre de su Padre. Oí también como una voz del cielo, como voz de muchas aguas y como voz de un trueno poderoso; y la voz que escuché era como de citaristas que tañían sus cítaras. Y cantan un cántico nuevo delante del trono, delante de los cuatro vivientes y los ancianos.

Y nadie podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los rescatados de la tierra. Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, porque son vírgenes. Éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya. Éstos fueron rescatados como primicias de los hombres para Dios y el Cordero. En su boca no se halló mentira: son intachables.

Vi otro ángel que volaba por mitad del cielo; llevaba un evangelio eterno para anunciarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Decía con voz poderosa:

«Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; adorad al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales de las aguas».

Y otro ángel, el segundo, le seguía diciendo:

«Cayó, cayó la gran Babilonia, la que ha embriagado a todas las naciones con el vino del furor de su fornicación».

Y otro ángel, el tercero, les seguía diciendo con gran voz:

«El que adore a la bestia y a su imagen y reciba su marca en la frente o en la mano, ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero. El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos, y no tienen descanso ni de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen y reciben la marca de su nombre».

¡Aquí se requiere la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús!

Oí una voz del cielo, que decía:

«Escribe: ¡Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor! Sí —dice el Espíritu—, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan».

Responsorio: Apocalipsis 14, 7, 6. 7.

R. Oí en el cielo la voz de una multitud de ángeles que decían: * «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales». Aleluya.

V. Vi un ángel poderoso de Dios que volaba por mitad del cielo, y clamaba, diciendo: * «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales». Aleluya.

Segunda lectura:
San Pedro Crisólogo: Sermón 108.

Sé tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice San Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor, ¿por qué no acudís a él como Padre?

Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

Venid, pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto ─dice─ a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así, el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios —dice—, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada, la víctima, en cambio, no perdió la vida. Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio, al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.

Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad.

Responsorio: Apocalipsis 5, 9. 10.

R. Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y nos compraste para Dios * Con tu sangre. Aleluya.

V. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes. * Con tu sangre. Aleluya.

Oración:

Al celebrar el misterio de la resurrección del Señor, te pedimos, Dios todopoderoso, que merezcamos recibir la alegría de nuestra redención. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Aleluya.

Salmo 102.
Himno a la misericordia de Dios.

Por la entrañable misericordia
de nuestro Dios, nos visitará el sol
que nace de lo alto. (Lc 1, 78)

I

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Aleluya.

Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. Aleluya.

II

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. Aleluya.

Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras. Aleluya.

III

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 14, 14 – 15, 4.

La siega y la vendimia escatológicas.

Miré, y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube:

«Mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».

El que estaba sentado encima de la nube metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedó segada.

Otro ángel salió del santuario del cielo, llevando él también una hoz afilada. Y del altar salió otro ángel, el que tiene poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada, diciendo:

«Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque los racimos están maduros».

El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Pisotearon el lagar fuera de la ciudad, y salió tanta sangre del lagar, que subió hasta los frenos de los caballos en un radio de mil seiscientos estadios.

Vi en el cielo otro signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios. Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:

«Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas».

Responsorio: Apocalipsis 15, 3; Éxodo 15, 11.

R. Cantaban el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, * Justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!». Aleluya.

V. ¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, terrible entre los santos, autor de maravillas? * Justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos! Aleluya.

Segunda lectura:
San Hilario: Tratado sobre la Trinidad 8, 13-16.

La encarnación del Verbo y el sacramento de la eucaristía nos hacen partícipes de la naturaleza divina.

Si es verdad que la Palabra se hizo carne y que nosotros, en la cena del Señor, comemos esta Palabra hecha carne, ¿cómo no será verdad que habita en nosotros con su naturaleza aquel que, por una parte, al nacer como hombre, asumió la naturaleza humana como inseparable de la suya y, por otra, unió esta misma naturaleza a su naturaleza eterna en el sacramento en que nos dio su carne? Por eso todos nosotros llegamos a ser uno, porque el Padre está en Cristo y Cristo está en nosotros; por ello, si Cristo está en nosotros y nosotros estamos en él, todo lo nuestro está, con Cristo, en Dios.

Hasta qué punto estamos nosotros en él por el sacramento de la comunión de su carne y de su sangre, nos lo atestigua él mismo al decir: El mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Porque yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo, y yo con vosotros. Si hubiera querido que esto se entendiera solamente de la unidad de la voluntad, ¿por qué señaló como una especie de gradación y de orden en la realización de esta unidad? Lo hizo, sin duda, para que creyéramos que él está en el Padre por su naturaleza divina, mientras que nosotros estamos en él por su nacimiento humano y él está en nosotros por la celebración del sacramento: así se manifiesta la perfecta unidad realizada por el Mediador, porque nosotros habitamos en él y él habita en el Padre y, permaneciendo en el Padre, habita también en nosotros. Así es como vamos avanzando hacia la unidad con el Padre, pues, en virtud de la naturaleza divina, Cristo está en el Padre y, en virtud de la naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo está en nosotros.

El mismo Señor habla de lo natural que es en nosotros esta unidad cuando afirma: El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí, y yo en él. Nadie podrá, pues, habitar en él, sino aquel en quien él haya habitado, es decir, Cristo asumirá solamente la carne de quien haya comido la suya.

Ya con anterioridad había hablado el Señor del misterio de esta perfecta unidad al decir: El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Él vive, pues, por el Padre, y, de la misma manera que él vive por el Padre, nosotros vivimos por su carne.

Toda comparación trata de dar a entender algo, procurando que el ejemplo propuesto ayude a la comprensión de la cuestión. Aquí, por tanto, trata el Señor de hacernos comprender que la causa de nuestra vida está en que Cristo, por su carne, habita en nosotros, seres carnales, para que por él nosotros lleguemos a vivir de modo semejante a como él vive por el Padre.

Responsorio: Juan 6, 57; Deuteronomio 4, 7.

R. El que come mi carne y bebe mi sangre * Habita en mí y yo en él. Aleluya.

V. ¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros? * Habita en mí y yo en él. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, vida de los fieles, gloria de los humildes y felicidad de los justos, escucha con bondad nuestras súplicas, para que se vean siempre colmados de tus dones los que tienen sed de las promesas de tu generosidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Salmo 43.
Oración del pueblo en las calamidades.

En todo vencemos fácilmente
en aquel que nos ha amado. (Rom 8, 37)

I

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Antífona 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

Antífona 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 15, 5 – 16, 21.

Las siete copas de furor de Dios.

Después de esto miré y se abrió el santuario de la Tienda del Testimonio, y salieron del santuario los siete ángeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro resplandeciente y ceñidos alrededor del pecho con cinturones de oro. Uno de los cuatro vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el santuario se llenó de humo procedente de la gloria de Dios y de su poder; y nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles.

Y oí una voz potente que salía del santuario y decía a los siete ángeles:

«Id a derramar en la tierra las siete copas de la ira de Dios».

Salió el primero y derramó su copa en la tierra, y una úlcera maligna y dolorosa apareció en las personas que llevaban la marca de la fiera y adoraban su imagen.

El segundo derramó su copa en el mar, y el mar se convirtió en sangre como de muerto; y todo ser vivo que había en el mar murió.

El tercero derramó su copa en los ríos y manantiales, y se convirtieron en sangre. Oí al ángel de las aguas que decía:

«Justo eres, el que es y el que eras, el Santo, porque has realizado estos juicios: a los que derramaron sangre de los santos y profetas, tú les has dado a beber sangre. Se lo merecen».

Y oí que el altar decía:

«Sí, Señor, Dios, el todopoderoso, tus juicios son verdaderos y rectos».

El cuarto derramó su copa en el sol y se le permitió abrasar a las personas con su fuego; y las personas fueron abrasadas por el enorme calor; y blasfemaron contra el nombre de Dios que tenía el poder sobre estas plagas, pero no se convirtieron dando gloria a Dios.

El quinto derramó su copa sobre el trono de la fiera, y su reino quedó en tinieblas; y se mordían la lengua de dolor y maldecían al Dios del cielo por sus dolores y sus úlceras, pero no se arrepintieron de sus obras.

El sexto derramó su copa sobre el gran río, el Éufrates, y se secó su agua, de forma que quedó preparado el camino de los reyes que vienen del Oriente.

Y vi salir de la boca del dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta tres espíritus inmundos en forma de ranas. Son los espíritus demoníacos que hacen signos y se dirigen a los reyes de la tierra entera con el fin de congregarlos para la batalla del gran Día de Dios todopoderoso.

«Mira, vengo como un ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus vestidos, para que no tenga que pasear desnudo y vean sus vergüenzas».

Y los congregó en un lugar llamado en hebreo Harmaguedón.

El séptimo derramó su copa en el aire, y del santuario y del trono salió una voz potente que decía:

«Ya está hecho».

Hubo relámpagos, voces y truenos, y hubo un terremoto tan violento como no lo ha habido desde que hay hombres en la tierra. La gran ciudad se partió en tres y las capitales de las naciones se derrumbaron. Dios se acordó de la gran Babilonia y le hizo beber la copa de vino del furor de su ira. Todas las islas huyeron, los montes desaparecieron. Un gran pedrisco con piedras como de un talento de peso cayó del cielo sobre las personas, y las personas maldijeron a Dios por la plaga del pedrisco, porque era una plaga terrible.

Responsorio: Mateo 24, 43; Apocalipsis 16, 15; 1a Tesalonicenses 5, 3.

R. Si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela. * «Mirad, voy a llegar como un ladrón —dice el Señor—, dichoso el que está en vela». Aleluya.

V. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, sobrevendrá la ruina. * «Mirad, voy a llegar como un ladrón —dice el Señor—, dichoso el que está en vela». Aleluya.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratado sobre el evangelio de San Juan 65, 1-3.

El mandamiento nuevo.

El Señor Jesús pone de manifiesto que lo que da a sus discípulos es un nuevo mandamiento, que se amen unos a otros: Os doy —dice— un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros.

¿Pero acaso este mandamiento no se encontraba ya en la ley antigua, en la que estaba escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Por qué lo llama entonces nuevo el Señor, si está tan claro que era antiguo? ¿No será que es nuevo porque nos viste del hombre nuevo después de despojarnos del antiguo? Porque no es cualquier amor el que renueva al que oye, o mejor al que obedece, sino aquel a cuyo propósito añadió el Señor, para distinguirlo del amor puramente carnal: como yo os he amado.

Éste es el amor que nos renueva, y nos hace ser hombres nuevos, herederos del nuevo Testamento, intérpretes de un cántico nuevo. Este amor, hermanos queridos, renovó ya a los antiguos justos, a los patriarcas y a los profetas, y luego a los bienaventurados apóstoles; ahora renueva a los gentiles, y hace de todo el género humano, extendido por el universo entero, un único pueblo nuevo, el cuerpo de la nueva esposa del Hijo de Dios, de la que se dice en el Cantar de los Cantares: ¿Quién es ésa que sube del desierto vestida de blanco? Sí, vestida de blanco, porque ha sido renovada; ¿y qué es lo que la ha renovado sino el mandamiento nuevo?

Porque, en la Iglesia, los miembros se preocupan unos por otros; y si padece uno de ellos, se compadecen todos los demás, y si uno de ellos se ve glorificado, todos los otros se congratulan. La Iglesia, en verdad, escucha y guarda estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis mutuamente. No como se aman quienes viven en la corrupción de la carne, ni como se aman los hombres simplemente porque son hombres; sino como se quieren todos los que se tienen por dioses e hijos del Altísimo, y llegan a ser hermanos de su único Hijo, amándose unos a otros con aquel mismo amor con que él los amó, para conducirlos a todos a aquel fin que les satisfaga, donde su anhelo de bienes encuentre su saciedad. Porque no quedará ningún anhelo por saciar cuando Dios lo sea todo en todos.

Este amor nos lo otorga el mismo que dijo: Como yo os he amado, amaos también entre vosotros. Pues para esto nos amó precisamente, para que nos amemos los unos a los otros; y con su amor hizo posible que nos ligáramos estrechamente, y como miembros unidos por tan dulce vínculo, formemos el cuerpo de tan espléndida cabeza.

Responsorio: 1a Juan 4, 21; Mateo 22, 40.

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * «Quien ama a Dios ame también a su hermano». Aleluya.

V. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas. * Quien ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que has restaurado la naturaleza humana por encima de su dignidad original, dirige tu mirada hacia el sacramento de tu amor inefable y conserva los dones de tu continua gracia y protección en aquellos que te has dignado renovar por el sacramento de la regeneración. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: Nuestros padres nos contaron el poder del Señor y las maravillas que realizó. Aleluya.

Salmo 77, 1-39.
Bondad de Dios e infidelidad del pueblo a través de la historia de la salvación.

Estas cosas sucedieron
en figura para nosotros. (1 Co 10, 6)

I

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado.

Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
no lo ocultaremos a sus hijos,
lo contaremos a la futura generación:

las alabanzas del Señor, su poder,
las maravillas que realizó;
porque él estableció una norma para Jacob,
dio una ley a Israel.

Él mandó a nuestros padres
que lo enseñaran a sus hijos,
para que lo supiera la generación siguiente,
los hijos que nacieran después.

Que surjan y lo cuenten a sus hijos,
para que pongan en Dios su confianza
y no olviden las acciones de Dios,
sino que guarden sus mandamientos;

para que no imiten a sus padres,
generación rebelde y pertinaz;
generación de corazón inconstante,
de espíritu infiel a Dios.

Los arqueros de la tribu de Efraín
volvieron la espalda en la batalla;
no guardaron la alianza de Dios,
se negaron a seguir su ley,

echando en olvido sus acciones,
las maravillas que les había mostrado,
cuando hizo portentos a vista de sus padres,
en el país de Egipto, en el campo de Soán:

hendió el mar para darles paso,
sujetando las aguas como muros;
los guiaba de día con una nube,
de noche con el resplandor del fuego;

hendió la roca en el desierto,
y les dio a beber raudales de agua;
sacó arroyos de la peña,
hizo correr las aguas como ríos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Nuestros padres nos contaron el poder del Señor y las maravillas que realizó. Aleluya.

Antífona 2: Los hijos comieron el maná y bebieron de la roca espiritual que los seguía. Aleluya.

II

Pero ellos volvieron a pecar contra él,
y en el desierto se rebelaron contra el Altísimo:
tentaron a Dios en sus corazones,
pidiendo una comida a su gusto;

hablaron contra Dios: «¿Podrá Dios
preparar una mesa en el desierto?
Él hirió la roca, brotó agua
y desbordaron los torrentes;
pero ¿podrá también darnos pan,
proveer de carne a su pueblo?».

Lo oyó el Señor, y se indignó;
un fuego se encendió contra Jacob,
hervía su cólera contra Israel,
porque no tenían fe en Dios
ni confiaban en su auxilio.

Pero dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste;
y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.

Hizo soplar desde el cielo el levante,
y dirigió con su fuerza el viento sur;
hizo llover carne como una polvareda,
y volátiles como arena del mar;
los hizo caer en mitad del campamento,
alrededor de sus tiendas.

Ellos comieron y se hartaron,
así satisfizo su avidez;
pero, con la avidez recién saciada,
con la comida aún en la boca,
la ira de Dios hirvió contra ellos:
mató a los más robustos,
doblegó a la flor de Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Los hijos comieron el maná y bebieron de la roca espiritual que los seguía. Aleluya.

Antífona 3: Se acordaron de que Dios era su roca y su redentor. Aleluya.

III

Y, con todo, volvieron a pecar,
y no dieron fe a sus milagros:
entonces consumió sus días en un soplo,
sus años en un momento;

y, cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios Altísimo su redentor.

Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza.

Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor;
acordándose de que eran de carne,
un aliento fugaz que no torna.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Se acordaron de que Dios era su roca y su redentor. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 17, 1-18.

La gran Babilonia.

Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo diciendo:

«Ven, que te voy a mostrar el juicio de la gran prostituta, la que está sentada sobre muchas aguas, con la que han fornicado los reyes de la tierra, la que ha emborrachado a los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución».

Y fui arrebatado en espíritu a un desierto. Vi allí una mujer sentada sobre una bestia de color escarlata, cubierta de títulos blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer iba vestida de púrpura y escarlata y enjoyada con oro, piedras preciosas y perlas. Tenía en su mano una copa de oro llena de abominaciones y de las impurezas de su fornicación; en la frente llevaba escrito un nombre misterioso: «La gran Babilonia, madre de las prostitutas y de las abominaciones de la tierra». Y vi a la mujer borracha de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús.

Al verla, me quedé muy asombrado. El ángel me dijo:

«¿Por qué te has asombrado? Yo te explicaré el misterio de la mujer y de la bestia que la lleva: la de las siete cabezas y los diez cuernos. La bestia que has visto era pero no es, va a subir del abismo para ir a su ruina. Los habitantes de la tierra cuyos nombres no están escritos desde la creación del mundo en el libro de la vida se sorprenderán al ver que la bestia que era y no es se presenta de nuevo.

¡Aquí se requiere inteligencia y sabiduría! Las siete cabezas son siete colinas donde está sentada la mujer, y siete reyes: cinco cayeron, uno es, el otro no ha llegado todavía y cuando llegue durará poco tiempo. La bestia que era y no es, aunque aparece como octavo, es al mismo tiempo uno de los siete, y va a su ruina.

Los diez cuernos que has visto son también diez reyes, los cuales no han recibido todavía el reino, pero recibirán autoridad por breve tiempo, asociados a la bestia. Éstos se han puesto de acuerdo para entregar su poder y su autoridad a la bestia. Combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y con él los llamados, elegidos y fieles».

Y añadió:

«Las aguas donde has visto sentada a la prostituta son pueblos y multitudes, naciones y lenguas. Y los diez cuernos que has visto y la bestia, éstos aborrecerán a la prostituta y la dejarán asolada y desnuda; se comerán su carne y la destruirán con fuego. Dios les ha puesto en el corazón ejecutar su designio divino, ponerse de acuerdo para entregar su reino a la bestia hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que has visto es la gran ciudad, emperatriz de los reyes de la tierra».

Responsorio: Apocalipsis 17, 14; 6, 2.

R. Los reyes de la tierra combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, * Porque es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.

V. Le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez. * Porque es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.

Segunda lectura:
San Clemente Romano: 1a Corintios 36, 1-2; 37 – 38.

Muchos senderos, pero un solo camino.

Jesucristo es, queridos hermanos, el camino en el que encontramos nuestra salvación, él, el pontífice de nuestras ofrendas, el defensor y protector de nuestra debilidad.

Por él contemplamos las alturas del cielo; en él vemos como un reflejo del rostro resplandeciente y majestuoso de Dios; gracias a él se nos abrieron los ojos de nuestro corazón; gracias a él nuestra inteligencia, insensata y llena de tinieblas, quedó repleta de luz; por él quiso el Dueño soberano de todo que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es reflejo de la gloria del Padre y está tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Militemos, por tanto, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo las órdenes de un jefe tan santo.

Pensemos en los soldados que militan a las órdenes de nuestros emperadores: con qué disciplina, con qué obediencia, con qué prontitud cumplen cuanto se les ordena. No todos son prefectos, ni tienen bajo su mando mil hombres, ni cien, ni cincuenta, y así de los demás grados; sin embargo, cada uno de ellos lleva a cabo, según su orden y jerarquía, las órdenes del emperador y de los jefes. Los grandes no pueden subsistir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; todos se hallan entremezclados, y de ahí surge la utilidad.

Tomemos el ejemplo de nuestro cuerpo: la cabeza nada puede sin los pies, ni los pies sin la cabeza; los miembros más insignificantes de nuestro cuerpo son necesarios y útiles al cuerpo entero y colaboran mutuamente en bien de la conservación del cuerpo entero.

Que se conserve también entero este cuerpo que formamos en Cristo Jesús; sométase cada uno a su prójimo, respetando los carismas que cada uno ha recibido.

El fuerte cuide del débil, y el débil respete al fuerte; el rico sea generoso con el pobre, y el pobre alabe a Dios que le ha proporcionado alguien para remedio de su pobreza. Que el sabio manifieste su sabiduría no en palabras, sino en buenas obras, y que el humilde no haga propaganda de sí mismo, sino que aguarde que otro dé testimonio de él. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que, ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones. Como quiera, pues, que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Colosenses 1, 18; 2, 12b. 9-10. 12a.

R. Él es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos. * Habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Aleluya.

V. En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él habéis obtenido vuestra plenitud, sepultados con él por el bautismo. * Habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, autor de nuestra libertad y salvación, escucha las súplicas de los que te invocamos y, pues nos has salvado con la Sangre derramada de tu Hijo, haz que vivamos siempre por ti y en ti gocemos al encontrar la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 4 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 4a semana

Antífona 1: El Señor los rescató de la opresión. Aleluya.

Salmo 77, 40-72.
Bondad de Dios e infidelidad del pueblo a través de la historia de la salvación.

Estas cosas sucedieron
en figura para nosotros. (1 Co 10, 6)

IV

¡Qué rebeldes fueron en el desierto,
enojando a Dios en la estepa!
Volvían a tentar a Dios,
a irritar al Santo de Israel,
sin acordarse de aquella mano
que un día los rescató de la opresión:

cuando hizo prodigios en Egipto,
portentos en el campo de Soán;
cuando convirtió en sangre los canales
y los arroyos, para que no bebieran;

cuando les mandó tábanos que los picasen,
y ranas que los hostigasen;
cuando entregó a la langosta sus cosechas,
y al saltamontes el fruto de sus sudores;

cuando aplastó con granizo sus viñedos
y con escarcha sus higueras;
cuando entregó sus ganados al pedrisco,
y al rayo sus rebaños;

cuando lanzó contra ellos el incendio de su ira,
su cólera, su furor, su indignación,
y, despachando a los siniestros mensajeros,
dio curso libre a su ira:

no los salvó de la muerte,
entregó sus vidas a la peste;
cuando hirió a los primogénitos en Egipto,
a las primicias de la virilidad en las tiendas de Cam.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Señor los rescató de la opresión. Aleluya.

Antífona 2: Los hizo llegar el Señor hasta el monte que su diestra había adquirido. Aleluya.

V

Sacó como un rebaño a su pueblo,
los guió como un hato por el desierto,
los condujo seguros, sin alarmas,
mientras el mar cubría a sus enemigos;

los hizo entrar por las santas fronteras,
hasta el monte que su diestra había adquirido;
ante ellos rechazó a las naciones,
les asignó por suerte su heredad:
instaló en sus tiendas a las tribus de Israel.

Pero ellos tentaron al Dios Altísimo y se rebelaron,
negándose a guardar sus preceptos;
desertaron y traicionaron como sus padres,
fallaron como un arco engañoso;
con sus altozanos lo irritaban,
con sus ídolos provocaban sus celos.

Dios lo oyó y se indignó,
y rechazó totalmente a Israel;
abandonó su morada de Silo,
la tienda en que habitaba con los hombres;

abandonó sus valientes al cautiverio,
su orgullo a las manos enemigas;
entregó su pueblo a la espada,
encolerizado contra su heredad;

el fuego devoraba a los jóvenes,
y las novias ya no tenían cantos;
los sacerdotes caían a espada,
y sus viudas no los lloraban.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Los hizo llegar el Señor hasta el monte que su diestra había adquirido. Aleluya.

Antífona 3: Escogió a la tribu de Judá y eligió a David, su siervo, para pastorear a Israel, su heredad. Aleluya.

VI

Pero el Señor se despertó como de un sueño,
como un soldado vencido por el vino;
hirió al enemigo en la espalda,
infligiéndole una derrota perdurable.

Repudió las tiendas de José,
no escogió la tribu de Efraín;
escogió la tribu de Judá
y el monte Sión, su preferido.
Construyó su santuario como el cielo,
como a la tierra lo cimentó para siempre.

Escogió a David, su siervo,
lo sacó de los apriscos del rebaño;
de andar tras las ovejas, lo llevó
a pastorear a su pueblo, Jacob,
a Israel, su heredad.

Los pastoreó con corazón íntegro,
los guiaba con mano inteligente.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Escogió a la tribu de Judá y eligió a David, su siervo, para pastorear a Israel, su heredad. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 18, 1-20.

La caída de Babilonia.

Después de esto vi otro ángel que bajaba del cielo con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con su resplandor. Y gritó con fuerte voz:

«Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable; porque del vino del furor de su prostitución han bebido todas las naciones, los reyes de la tierra fornicaron con ella, y los mercaderes de la tierra se enriquecieron con el poder de su opulencia».

Y oí otra voz del cielo que decía:

«Pueblo mío, salid de ella, para que no os hagáis cómplices de sus pecados y para que no os alcancen sus plagas; porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus crímenes. Pagadle con su misma moneda, devolvedle el doble de sus obras, mezcladle en la copa el doble de lo que ella mezcló. En proporción a su fasto y a su lujo, dadle tormento y duelo. Porque ella decía en su corazón: “Estoy sentada como una reina, no soy viuda y no veré duelo nunca”; por eso, en un solo día vendrán todas sus plagas, muerte, duelo y hambre, y será consumida por el fuego, porque es poderoso el Señor Dios que la condena.

Llorarán y harán duelo por ella los reyes de la tierra que con ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean el humo de su incendio; y desde lejos, por miedo a su tormento, dirán:

“¡Ay, ay de la gran ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! ¡Porque en una hora ha llegado tu castigo!”.

También los mercaderes de la tierra llorarán y harán duelo por ella, porque ya nadie compra sus mercancías: mercancías de oro y plata, piedras preciosas y perlas; de lino, púrpura, seda y escarlata, toda clase de madera aromática, los objetos de marfil, instrumentos de madera preciosa, de bronce, hierro y mármol; cinamomo y plantas olorosas, perfumes, mirra e incienso, vino y aceite, flor de harina y trigo, vacas y ovejas, caballos y carros, esclavos y personas humanas. Y los frutos maduros, tan apetecidos por ti, se alejaron de ti, todo lo precioso y espléndido se ha acabado para ti, y ya nunca volverán.

Los que comerciaban con estos productos, que se hicieron ricos a costa de ella, se quedarán lejos por miedo de su tormento, llorando y lamentándose así:

“¡Ay, ay de la gran ciudad! La que se vestía de lino, púrpura y escarlata y se enjoyaba con oro, piedras preciosas y perlas. ¡Porque en una hora ha quedado asolada tanta riqueza!”».

Y todos los pilotos, los que navegan de puerto en puerto, los marineros y cuantos bregan en el mar, se quedaron lejos y gritaban al ver el humo de su incendio:

«¿Qué otra ciudad tan castigada como la gran ciudad?».

Se echaron polvo en la cabeza y gritaban llorando y haciendo duelo:

«¡Ay, ay de la gran ciudad, a cuya costa se hicieron ricos todos los que tenían barcos en el mar; que en una hora ha quedado asolada!».

¡Regocíjate, cielo, por ella, y también vosotros, los santos, los apóstoles y los profetas! Porque Dios, al condenarla, ha reivindicado vuestra causa.

Responsorio: Isaías 52, 11. 12; Apocalipsis 18, 4; Jeremías 51, 45.

R. Salid de Babilonia, purificaos, portadores del ajuar del Señor; pues en cabeza marcha el Señor, * Y en la retaguardia, el Dios de Israel. Aleluya.

V. Pueblo mío, salid de Babilonia. Ponte a salvo de la ira ardiente del Señor. * Y en la retaguardia, el Dios de Israel. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Comentario a la carta a los Romanos, Cap. 15, 7.

Alcanzó a todos la misericordia divina y fue salvado todo el mundo.

Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo y somos miembros los unos de los otros, y es Cristo quien nos une mediante los vínculos de la caridad, tal como está escrito: Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas. Conviene, pues, que tengamos un mismo sentir: que, si un miembro sufre, los demás miembros sufran con él y que, si un miembro es honrado, se alegren todos los miembros.

Acogeos mutuamente —dice el Apóstol—, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Nos acogeremos unos a otros si nos esforzamos en tener un mismo sentir; llevando los unos las cargas de los otros, conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo. Pues no engaña el que dice: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo por nosotros. Fue entregado, en efecto, como rescate para la vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, redimidos de la muerte y del pecado. Y el mismo Apóstol explica el objetivo de esta realización de los designios de Dios, cuando dice que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por exigirlo la fidelidad de Dios. Pues, como Dios había prometido a los patriarcas que los bendeciría en su descendencia futura y que los multiplicaría como las estrellas del cielo, por esto apareció en la carne y se hizo hombre el que era Dios y la Palabra en persona, el que conserva toda cosa creada y da a todos la incolumidad, por su condición de Dios. Vino a este mundo en la carne, mas no para ser servido, sino, al contrario, para servir, como dice él mismo, y entregar su vida para la redención de todos. Él afirma haber venido de modo visible para cumplir las promesas hechas a Israel. Decía en efecto: Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Por esto, con verdad afirma Pablo que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres y para que los paganos alcanzasen misericordia, y así ellos también le diesen gloria como a creador y hacedor, salvador y redentor de todos. De este modo alcanzó a todos la misericordia divina, sin excluir a los paganos, de manera que el designio de la sabiduría de Dios en Cristo obtuvo su finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 13, 46-47.

R. Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, * Sabed que nos dedicamos a los gentiles. Aleluya.

V. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles». * Sabed que nos dedicamos a los gentiles. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que en la solemnidad de la Pascua has dado al mundo los auxilios del cielo, continúa dispensando el perdón a tu Iglesia, para que lo realizado en el tiempo nos sirva para la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


5 SEMANA DE PASCUA.

Domingo 5 del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Salmo 1.
Los dos caminos del hombre.

Felices los que poniendo su esperanza
en la cruz, se sumergieron en las aguas
del bautismo. (Autor anónimo del siglo II)

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron contra su santo
siervo Jesús, tu Ungido. (Hech 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

Salmo 3.
Confianza en medio de la angustia.

Durmió el Señor el sueño
de la muerte y resucitó del sepulcro
porque el Padre fue su ayuda. (S. Ireneo)

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios».

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

V. Mi corazón se alegra. Aleluya.
R. Y te canta agradecido. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 18, 21 – 19, 10.

Se anuncia la boda del Cordero.

Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo:

«Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella. No se escuchará más en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones. Y en ella se encontró sangre de profetas y de santos y de todos los degollados en la tierra».

Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía:

«¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos».

Y por segunda vez dijeron:

«¡Aleluya!».

Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo:

«¡Amén! ¡Aleluya!».

Y salió una voz del trono que decía:

«Alabad a nuestro Dios, sus siervos todos, los que lo teméis, pequeños y grandes».

Y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa, como el rumor de muchas aguas, y como el fragor de fuertes truenos, que decían:

«Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino resplandeciente y puro —el lino son las buenas obras de los santos—».

Y me dijo:

«Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».

Y añadió:

«Éstas son palabras verdaderas de Dios».

Caí a sus pies para adorarlo, pero él me dijo:

«No lo hagas, yo soy como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús; a Dios has de adorar».

El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía.

Responsorio: Apocalipsis 14, 2; 19, 6; 12, 10; 19, 5.

R. Oí un sonido que bajaba del cielo, como el estampido de un trueno poderoso: «Reina para siempre el Señor, nuestro Dios. * Porque se estableció la salud y el poderío y la potestad de su Cristo». Aleluya.

V. Y salió una voz del trono que decía: «Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le teméis, pequeños y grandes». * Porque se estableció la salud y el poderío y la potestad de su Cristo. Aleluya.

Segunda lectura:
San Máximo de Turín: Sermón 53, 1-2. 4.

Cristo, día sin ocaso.

La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas destruidas, devuelve los muertos; la tierra, renovada, germina resucitados, y el cielo, abierto, acoge a los que ascienden.

El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebatados a lo alto.

El abismo devuelve sus cautivos, la tierra envía al cielo a los que estaban sepultados en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así, con un solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo terreno y nos coloca en lo más alto de los cielos.

La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.

La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol que nos dice que este día es el mismo Cristo: La noche está avanzando, el día se echa encima. La noche está avanzando, dice, porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura del pecado porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de las culpas pasadas.

Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el íntimo ser de la divinidad. Él es aquel Día, que dice por boca de Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz inextinguible.

Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las tinieblas del pecado no pueden seguir a la santidad de Cristo. El día celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el evangelista Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Por ello, hermanos, hemos de alegrarnos en este día santo. Que nadie se sustraiga del gozo común a causa de la conciencia de sus pecados, que nadie deje de participar en la oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque si el ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el cristiano?

Responsorio.

R. Toda la magnificencia del Señor ha sido exaltada sobre los cielos. * Su hermosura resplandece en las nubes del cielo, y su nombre permanece para siempre. Aleluya.

V. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo. * Su hermosura resplandece en las nubes del cielo, y su nombre permanece para siempre. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, lleva a su pleno cumplimiento en nosotros el Misterio pascual, para que, quienes, por tu bondad, han sido renovados en el bautismo, den frutos abundantes con tu ayuda y protección y lleguen a los gozos de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: Sálvame, Señor, por tu misericordia. Aleluya.

Salmo 6.
Oración del afligido que acude a Dios.

Ahora mi alma está agitada…
Padre, líbrame de esta hora. (Jn 12, 27)

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.

Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tantas contradicciones.

Apartaos de mí, los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Sálvame, Señor, por tu misericordia. Aleluya.

Antífona 2: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. Aleluya.

Salmo 9 A.
Acción de gracias por la victoria.

De nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos.

I

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo,
y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho,
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia
y regirá las naciones con rectitud.

él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. Aleluya.

Antífona 3: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. Aleluya.

II

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza del humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infúndeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 19, 11-21.

Victoria del que es la Palabra de Dios.

Y vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco; su jinete se llama «Fiel y Veraz», porque juzga con justicia y combate. Sus ojos son como llama de fuego, muchas diademas ciñen su cabeza, y lleva grabado un nombre que nadie conoce sino él. Va envuelto en un manto empapado en sangre, y es su nombre «el Verbo de Dios». Lo siguen las tropas del cielo sobre caballos blancos, vestidos de lino blanco y puro. Y de su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, pues él las regirá con vara de hierro y pisará el lagar del vino del furor de la ira de Dios todopoderoso. En el manto y en el muslo lleva escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores».

Vi un ángel de pie sobre el sol, que gritó con una gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan por mitad del cielo:

«Venid, reuníos para el gran banquete de Dios; comeréis carne de reyes, carne de generales, carne de poderosos, carne de caballos y de jinetes, carne de hombres de toda clase, libres y esclavos, pequeños y grandes».

Vi a la bestia y a los reyes de la tierra con sus tropas, reunidos para hacer la guerra contra el jinete del caballo y su ejército. Fue hecha prisionera la bestia y con ella el falso profeta, el que hacía signos en su presencia, con los que extraviaba a los que llevaban la marca de la bestia y adoraban su imagen. Los dos fueron arrojados vivos en el lago de fuego que arde en azufre. Y los demás fueron muertos por la espada que salía de la boca del jinete del caballo. Y todas las aves se hartaron de su carne.

Responsorio: Apocalipsis 19, 13. 15. 16.

R. Iba envuelto en una capa tinta en sangre, y lo llaman Palabra de Dios. * Va a pisar el lagar del vino del furor de la cólera de Dios, soberano de todo. Aleluya.

V. En la capa y en el muslo llevaba escrito un título: «Rey de reyes y Señor de señores». * Va a pisar el lagar del vino del furor de la cólera de Dios, soberano de todo. Aleluya.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Sermón 1 sobre la resurrección de Cristo.

Primogénito de la nueva creación.

Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte. Han aparecido otro nacimiento, otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra misma naturaleza. ¿De qué nacimiento se habla? Del de aquellos que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

¿Preguntas que cómo es esto posible? Lo explicaré en pocas palabras. Este nuevo ser lo engendra la fe; la regeneración del bautismo lo da a luz; la Iglesia, cual nodriza, lo amamanta con su doctrina e instituciones y con su pan celestial lo alimenta; llega a la edad madura con la santidad de vida; su matrimonio es la unión con la Sabiduría; sus hijos, la esperanza; su casa, el Reino; su herencia y sus riquezas, las delicias del paraíso; su desenlace no es la muerte, sino la vida eterna y feliz en la mansión de los santos.

Éste es el día en que actuó el Señor, día totalmente distinto de aquellos otros establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo. Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día Dios ha creado un cielo nuevo y una tierra nueva. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. Y, ¿qué tierra? El corazón bueno que, como dijo el Señor, es semejante a aquella tierra que se impregna con la lluvia que desciende sobre ella y produce abundantes espigas.

En esta nueva creación, el sol es la vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire, una conducta sin tacha; el mar, aquel abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios; las hierbas y semillas, la buena doctrina y las enseñanzas divinas en las que el rebaño, es decir, el pueblo de Dios, encuentra su pasto; los árboles que llevan fruto son la observancia de los preceptos divinos.

En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. ¿No es, por ventura, un nuevo mundo el que empieza para ti en este día en que actuó el Señor? ¿No habla de este día el Profeta, al decir que será un día y una noche que no tienen semejante?

Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más importante de este día es que él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito de entre los muertos, a aquel que hizo este admirable anuncio: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

¡Oh mensaje lleno de felicidad y hermosura! El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza.

Responsorio: 1a Corintios 15, 21-22; 2a Pedro 3, 13.

R. Por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. * Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Aleluya.

V. Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva. * Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Aleluya.

Oración:

Te pedimos, Señor, que protejas siempre a tu familia con tu mano poderosa, para que, libre de toda maldad, en virtud de la resurrección de tu Hijo unigénito, consiga los dones del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: El Señor hará justicia a los pobres. Aleluya.

Salmo 9 B.
Canto de acción de gracias.

Dichosos los pobres,
porque vuestroes
el reino de Dios. (Lc 6, 20)

I

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.

El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas».

La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios
y desafía a sus rivales.
Piensa: «No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado».

Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.

Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrándolo a sus redes;

se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: «Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Señor hará justicia a los pobres. Aleluya.

Antífona 2: Tú, Señor, ves las penas y los trabajos. Aleluya.

II

Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?

Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.

Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.

Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Tú, Señor, ves las penas y los trabajos. Aleluya.

Antífona 3: Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata refinada siete veces. Aleluya.

Salmo 11.
Invocación a la fidelidad de Dios contra los enemigos mentirosos.

Porque éramos pobres,
el Padre nos ha mandado
a su Hijo. (San Agustín)

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua fanfarrona
de los que dicen: «La lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amo?».

El Señor responde: «Por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre, yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía».

Las palabras del Señor son palabras auténticas,
como plata limpia de ganga,
refinada siete veces.

Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Las palabras del Señor son palabras auténticas, como plata refinada siete veces. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 20, 1-15.

Última batalla del dragón.

Vi también un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón, la antigua serpiente, o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de tiempo.

Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su marca en la frente ni en la mano. Éstos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no volvieron a la vida hasta pasados los mil años.

Ésta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo quien tiene parte en la primera resurrección; sobre ellos no tiene poder la muerte segunda, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Y cuando se cumplan los mil años, Satanás será soltado de la prisión.

Y saldrá para engañar a las naciones de los cuatro lados de la tierra, a Gog y Magog, y congregarlos para la batalla; serán innumerables como las arenas del mar.

Avanzaron sobre la anchura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad predilecta, pero bajó fuego del cielo y los devoró. El diablo que los había engañado fue arrojado al lago de fuego y azufre con la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.

Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras.

Después, Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.

Responsorio: 1a Corintios 15, 25-26; cf. Apocalipsis 20, 13. 14.

R. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. * El último enemigo aniquilado será la muerte. Aleluya.

V. Entonces muerte y abismo entregarán sus muertos, y muerte y abismo serán arrojados al lago de fuego. * El último enemigo aniquilado será la muerte. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: sobre el Evangelio de San Juan: Libro 10, cap. 2.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó cuán grandes bienes se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él).

La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él.

De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de Cristo que es cimiento y fundamento (pues nosotros, se afirma, estamos edificados sobre él y, como piedras vivas y espirituales entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible si Cristo no fuera fundamento), así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos que proceden de él.

En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de la vida nueva que se funda en su amor. Y esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su morada en nuestro interior.

De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud.

Responsorio: Juan 15, 4. 16.

R. Permaneced en mí, y yo en vosotros. * Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Aleluya.

V. Yo os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. * Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que en la resurrección de Cristo nos has renovado para la vida eterna, concede a tu pueblo la firmeza de la fe y de la esperanza, para que nunca dudemos del cumplimiento de las promesas que hemos conocido siendo tú el autor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. Aleluya.

Salmo 17.
Acción de gracias después de la victoria.

En aquella hora ocurrió un
violento terremoto. (Ap 11, 13)

I

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban;
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.

En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. Aleluya.

Antífona 2: El Señor me libró porque me amaba. Aleluya.

II

Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su nariz se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.

Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba a caballo de un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad.

Como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;

y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.

El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera.

Desde el cielo alargó la mano y me agarró,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.

Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor me libró porque me amaba. Aleluya.

Antífona 3: Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas. Aleluya.

III

El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;

Le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.

Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.

Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega,
fiado en mi Dios, asalto la muralla.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 21, 1-8.

La nueva Jerusalén.

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía:

«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».

Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.

Y dijo el que está sentado en el trono:

«Mira, hago nuevas todas las cosas».

Y dijo:

«Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas».

Y me dijo:

«Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente. El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo. Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, impuros, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda».

Responsorio: Apocalipsis 21, 3. 4.

R. Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. * Enjugará las lágrimas de sus ojos. Aleluya.

V. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque el primer mundo ha pasado. * Enjugará las lágrimas de sus ojos. Aleluya.

Segunda lectura:
Carta a Diogneto, Caps. 5-6.

Los cristianos en el mundo.

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños, y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

Responsorio: Juan 8, 12; Eclesiástico 24, 25.

R. Yo soy la luz del mundo; * El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Aleluya.

V. En mí está toda gracia de camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de fuerza. * El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti los corazones de tus siervos, para que nunca se aparten de la luz de la verdad los que han sido liberados de las tinieblas del error. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen. Aleluya.

Salmo 17, 31-51.
El Señor revela su poder salvador.

Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros? (Rm 8, 31)

IV

Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen.

¿Quién es dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
Dios me ciñe de valor,
y me enseña un camino perfecto;

él me da pies de ciervo,
y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra,
y mis brazos para tensar la ballesta.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen. Aleluya.

Antífona 2: Tu diestra, Señor, me sostuvo. Aleluya.

V

Me dejaste tu escudo protector,
tu diestra me sostuvo,
multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos,
y no flaquearon mis tobillos;

yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo,
y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté, y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies.

Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían;
hiciste volver la espalda a mis enemigos,
rechazaste a mis adversarios.

Pedían auxilio, pero nadie los salvaba;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los reduje a polvo, que arrebata el viento;
los pisoteaba como barro de las calles.

Me libraste de las contiendas de mi pueblo,
me hiciste cabeza de naciones,
un pueblo extraño fue mi vasallo.

Los extranjeros me adulaban,
me escuchaban y me obedecían.
Los extranjeros palidecían
y salían temblando de sus baluartes.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Tu diestra, Señor, me sostuvo. Aleluya.

Antífona 3: Viva el Señor, bendito sea mi Dios y Salvador. Aleluya.

VI

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
el Dios que me dio el desquite
y me sometió los pueblos;

que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían
y me salvó del hombre cruel.

Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre:
tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Viva el Señor, bendito sea mi Dios y Salvador. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 21, 9-27.

Visión de la Jerusalén celestial, esposa del Cordero.

Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me habló diciendo:

«Mira, te mostraré la novia, la esposa del Cordero».

Y me llevó en Espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las doce tribus de Israel. Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.

Y el que hablaba conmigo usaba como medida una caña de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. La ciudad se asienta sobre un cuadrado: su longitud es igual a su anchura. Y midió la ciudad con la caña: doce mil estadios; su longitud, anchura y altura son iguales. Y midió su muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, con medida humana, que era la del ángel. Y el material de su muralla es de jaspe y la ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro.

Y los cimientos de la muralla de la ciudad están adornados con toda clase de piedras preciosas: el primero es de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calcedonia, el cuarto de esmeralda, el quinto de sardónica, el sexto de cornalina, el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el décimo de ágata, el undécimo de jacinto, el duodécimo de amatista.

Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla. Y la plaza de la ciudad era de oro puro como vidrio translúcido.

Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Y las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria hasta ella; sus puertas no cerrarán, pues allí no habrá noche, y llevarán hasta ella la gloria y el honor de las naciones. Y no entrará en ella nada profano, ni el que comete abominación y mentira, sino sólo los inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Responsorio: Cf. Apocalipsis 21, 21; Tobías 13, 21. 22. 13.

R. Tus plazas, Jerusalén, serán pavimentadas con oro puro, y en ti se entonarán cantos de alegría. * Y todas tus calles dirán: «Aleluya».

V. Brillarás cual luz de lámpara, y vendrán a ti de todos los confines de la tierra. * Y todas tus calles dirán: «Aleluya».

Segunda lectura:
San Gaudencio de Brescia: Tratado 2.

La Eucaristía, pascua del Señor.

Uno solo murió por todos; y este mismo es quien ahora por todas las iglesias, en el misterio del pan y del vino, inmolado, nos alimenta; creído, nos vivifica; consagrado, santifica a los que lo consagran.

Ésta es la carne del Cordero, ésta la sangre. El pan mismo que descendió del cielo dice: El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. También su sangre está bien significada bajo la especie del vino, porque, al declarar él en el Evangelio: Yo soy la verdadera vid, nos da a entender a las claras que el vino, que se ofrece en el sacramento de la pasión es su sangre; por eso, ya el patriarca Jacob había profetizado de Cristo, diciendo: Lava su ropa en vino y su túnica en sangre de uvas. Porque habrá de purificar en su propia sangre nuestro cuerpo, que es como la vestidura que ha tomado sobre sí.

El mismo Creador y Señor de la naturaleza, que hace que la tierra produzca pan, hace también del pan su propio cuerpo (porque así lo prometió y tiene poder para hacerlo), y el que convirtió el agua en vino, hace del vino su sangre.

Es la Pascua del Señor, dice la Escritura, es decir, su paso, para que no se te ocurra pensar que continúe siendo terreno aquello por lo que pasó el Señor cuando hizo de ello su cuerpo y su sangre.

Lo que recibes es el cuerpo de aquel pan celestial y la sangre de aquella sagrada vid. Porque, al entregar a sus discípulos el pan y el vino consagrados, les dijo: Esto es mi cuerpo; esto es mi sangre. Creamos, pues, os pido, en quien pusimos nuestra fe. La verdad no sabe mentir.

Por eso, cuando habló a las turbas estupefactas sobre la obligación de comer su cuerpo y beber su sangre, y la gente empezó a murmurar diciendo: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?, para purificar con fuego del cielo aquellos pensamientos que, como dije antes, deben evitarse, añadió: El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.

Responsorio: Juan 6, 58; Lucas 22, 19.

R. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre. * Y el que me come vivirá por mí. Aleluya.

V. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. * Y el que me come vivirá por mí. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que, por tu gracia, nos has hecho pasar de pecadores a justos y de infelices a dichosos, hazte presente con tus obras y dones, para que no nos falte la fuerza de la perseverancia a quienes hemos sido justificados por la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. Aleluya.

Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28.
Súplica contra los perseguidores injustos.

Se reunieron… y se pusieron
de acuerdo para detener a Jesús
con engaño y matarlo. (Mt 26, 34)

I

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
«Yo soy tu victoria».

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
«Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?».

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Levántate, Señor, y ven en mi auxilio. Aleluya.

Antífona 2: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. Aleluya.

II

Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste;
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar.

Cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso. Aleluya.

Antífona 3: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor. Aleluya.

III

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,
y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles,
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa.

Que canten y se alegren
los que desean mi victoria,
que repitan siempre: «Grande es el Señor»,
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabará.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará, Señor. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 22, 1-9.

El río de agua viva.

Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, a un lado y otro del río, hay un árbol de vida que da doce frutos, uno cada mes. Y las hojas del árbol sirven para la curación de las naciones. Y no habrá maldición alguna. Y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le darán culto. Y verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos.

Y me dijo:

«Éstas son palabras fieles y veraces; el Señor, Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Mira, yo vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras proféticas de este libro».

Yo, Juan, soy el que oí y vi esto; y cuando oí y vi, caí a los pies del ángel que me mostraba esto para adorarlo. Y me dijo:

«Mira, no lo hagas. Yo soy un compañero de servicio tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios».

Responsorio: Apocalipsis 22, 5. 3.

R. Ya no habrá más noche, porque el Señor Dios irradiará luz sobre ellos, * Y reinarán por los siglos de los siglos. Aleluya.

V. En la ciudad santa estarán el trono de Dios y el del Cordero, y sus siervos le prestarán servicio. * Y reinarán por los siglos de los siglos. Aleluya.

Segunda lectura:
Beato Isaac de Stella: Sermón 42.

Primogénito de muchos hermanos.

Del mismo modo que, en el hombre, cabeza y cuerpo forman un solo hombre, así el Hijo de la Virgen y sus miembros constituyen también un solo hombre y un solo Hijo del hombre. El Cristo íntegro y total, como se desprende de la Escritura, lo forman la cabeza y el cuerpo. En efecto, todos los miembros juntos forman aquel único cuerpo que, unido a su cabeza, es el único Hijo del hombre quien, al ser también Hijo de Dios, es el único Hijo de Dios y forma con Dios el Dios único.

Por ello el cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre, Hijo de Dios y Dios. Por eso se dice también: Padre, éste es mi deseo: que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti.

Así, pues, de acuerdo con el significado de esta conocida afirmación de la Escritura, no hay cuerpo sin cabeza, ni cabeza sin cuerpo, ni Cristo total, cabeza y cuerpo, sin Dios.

Por tanto, todo ello con Dios forma un solo Dios. Pero el Hijo de Dios es Dios por naturaleza, y el Hijo del Hombre está unido a Dios personalmente; en cambio, los miembros del cuerpo de su Hijo están unidos con él sólo místicamente. Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se pueden llamar de verdad lo que es él mismo, es decir, Hijo de Dios y Dios. Pero lo que él es por naturaleza, éstos lo son por comunicación, y lo que él es en plenitud, éstos lo son por participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus miembros lo son por adopción, como está escrito: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar «¡Abba!» (Padre).

Y por este mismo Espíritu les da poder para ser hijos de Dios, para que, instruidos por aquel que es el primogénito entre muchos hermanos, puedan decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Y en otro lugar afirma: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.

Nosotros renacemos de la fuente bautismal como hijos de Dios y cuerpo suyo en virtud de aquel mismo Espíritu del que nació el Hijo del Hombre, como cabeza nuestra, del seno de la Virgen. Y así como él nació sin pecado, del mismo modo nosotros renacemos para remisión de todos los pecados.

Pues, así como cargó en su cuerpo de carne con todos los pecados del cuerpo entero, y con ellos subió a la cruz, así también, mediante la gracia de la regeneración, hizo que a su cuerpo místico no se le imputase pecado alguno, como está escrito: Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Este hombre, que es Cristo, es realmente dichoso, ya que, como Cristo-cabeza y Dios, perdona el pecado, como Cristo-cabeza y hombre no necesita ni recibe perdón alguno y, como cabeza de muchos, logra que no se nos apunte el delito.

Justo en sí mismo, se justifica a sí mismo. Único Salvador y único salvado, sufrió en su cuerpo físico sobre el madero lo que limpia de su cuerpo místico por el agua. Y continúa salvando de nuevo por el madero y el agua, como Cordero de Dios que quita, que carga sobre sí, el pecado del mundo; sacerdote, sacrificio y Dios, que, ofreciendo su propia persona a sí mismo, por sí mismo se reconcilió consigo mismo, con el Padre y con el Espíritu Santo.

Responsorio: Romanos 12, 5; Colosenses 2, 9-10; 1, 18.

R. Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. * En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él habéis obtenido vuestra plenitud. Aleluya.

V. Él es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. * En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y por él habéis obtenido vuestra plenitud. Aleluya.

Oración:

Danos, Señor, una plena vivencia de los misterios pascuales, para que, celebrándolos con alegría, nos protejan continuamente y nos salven. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 5 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 1a semana

Antífona 1: Cantad al Señor y meditad sus maravillas. Aleluya.

Salmo 104.
El Señor es fiel a sus promesas.

Los apóstoles revelan a las naciones
las maravillas realizadas por Dios
en su venida. (S. Atanasio)

I

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas,
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.

Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;

de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac,
confirmado como ley para Jacob,
como alianza eterna para Israel:
«A ti te daré el país cananeo,
como lote de vuestra heredad».

Cuando eran unos pocos mortales,
contados, y forasteros en el país,
cuando erraban de pueblo en pueblo,
de un reino a otra nación,
a nadie permitió que los molestase,
y por ellos castigó a reyes:
«No toquéis a mis ungidos,
no hagáis mal a mis profetas».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Cantad al Señor y meditad sus maravillas. Aleluya.

Antífona 2: No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de sus calumniadores. Aleluya.

II

Llamó al hambre sobre aquella tierra:
cortando el sustento de pan;
por delante había enviado a un hombre,
a José, vendido como esclavo;

le trabaron los pies con grillos,
le metieron el cuello en la argolla,
hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó.

El rey lo mandó desatar,
el Señor de pueblos le abrió la prisión,
lo nombró administrador de su casa,
señor de todas sus posesiones,
para que a su gusto instruyera a los príncipes
y enseñase sabiduría a los ancianos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de sus calumniadores. Aleluya.

Antífona 3: Se acordó el Señor de su palabra y sacó a su pueblo con alegría. Aleluya.

III

Entonces Israel entró en Egipto,
Jacob se hospedó en la tierra de Cam.
Dios hizo a su pueblo muy fecundo,
más poderoso que sus enemigos.

A éstos les cambió el corazón
para que odiasen a su pueblo,
y usaran malas artes con sus siervos.
Pero envió a Moisés, su siervo,
y a Aarón, su escogido,
que hicieron contra ellos sus signos,
prodigios en la tierra de Cam.

Envió la oscuridad, y oscureció,
pero ellos resistieron a sus palabras;
convirtió sus aguas en sangre,
y dio muerte a sus peces;
su tierra pululaba de ranas,
hasta en la alcoba del rey.

Ordenó que vinieran tábanos
y mosquitos por todo el territorio;
les dio en vez de lluvia granizo,
llamas de fuego por su tierra;
e hirió higueras y viñas,
tronchó los árboles del país.

Ordenó que viniera la langosta,
saltamontes innumerables,
que roían la hierba de su tierra,
y devoraron los frutos de sus campos.
Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.

Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
entre sus tribus nadie tropezaba;
los egipcios se alegraban de su marcha,
porque los había sobrecogido el terror.

Tendió una nube que los cubriese,
y un fuego que los alumbrase de noche.
Lo pidieron, y envió codornices,
los sació con pan del cielo;
hendió la peña, y brotaron las aguas,
que corrieron en ríos por el desierto.

Porque se acordaba de la palabra sagrada,
que había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo.

Les asignó las tierras de los gentiles,
y poseyeron las haciendas de las naciones:
para que guarden sus decretos,
y cumplan su ley.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Se acordó el Señor de su palabra y sacó a su pueblo con alegría. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: Apocalipsis 22, 10-21.

Atestiguación de nuestra esperanza.

Y me dijo:

«No selles las palabras proféticas de este libro, porque el tiempo está cerca. Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose.

Mira, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.

Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener acceso al árbol de la vida y entrar por las puertas en la ciudad. Fuera los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la injusticia».

Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para dar testimonio de esto a las iglesias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, la estrella radiante de la mañana.

El Espíritu y la esposa dicen:

«¡Ven!».

Y quien lo oiga, diga:

«¡Ven!».

Y quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente.

Yo declaro a todo el que oye las palabras proféticas de este libro:

«Si alguien añade algo a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguien quita algo de las palabras de este libro profético, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritas en este libro».

Dice el que da testimonio de estas cosas:

«Sí, vengo pronto».

Amén. ¡Ven, Señor Jesús!

La gracia del Señor Jesús esté con todos.

Responsorio: Apocalipsis 22, 16. 17. 20; Isaías 55, 1. 3.

R. Yo soy el retoño y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. El Espíritu y la novia dicen: «¡Ven!». * El que lo oiga, que repita: «¡Ven! Amén. ¡Ven, Señor Jesús!». Aleluya.

V. Sedientos todos, acudid por agua, inclinad el oído, venid a mí. * El que lo oiga, que repita: «¡Ven! Amén. ¡Ven, Señor Jesús!». Aleluya.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 148, 1-2.

El aleluya pascual.

Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos, y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Por razón de estos dos tiempos —uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas—, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.

En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.

Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. «Alabad al Señor», nos decimos unos a otros; y, así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones.

En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.

Responsorio: Juan 16, 20.

R. Vuestra tristeza * Se convertirá en alegría. Aleluya.

V. El mundo estará alegre, vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza * Se convertirá en alegría. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que, por la regeneración bautismal, te has dignado comunicarnos la vida del cielo, ayuda a llegar, conducidos por ti, a la plenitud de la gloria a quienes has santificado y hecho capaces de la inmortalidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


6 SEMANA DE PASCUA.

Domingo 6 del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Salmo 103.
Himno al Dios creador.

El que es de Cristo es una criatura nueva;
lo antiguo ha pasado, lo nuevo
ha comenzado. (2 Co 5, 17)

I

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Aleluya. La piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro. Aleluya.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

II

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Aleluya. ¿A quién buscas, mujer?, ¿al que vive entre los muertos? Aleluya.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

III

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Aleluya. No llores, María; ha resucitado el Señor. Aleluya.

V. Mi corazón se alegra. Aleluya.
R. Y te canta agradecido. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 1, 1-10.

Palabra de vida y luz de Dios.

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo.

Éste es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado.

Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros.

Responsorio: 1a Juan 1, 2; 5, 20.

R. La vida se hizo visible, nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna * Que estaba con el Padre y se nos manifestó. Aleluya.

V. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. * Que estaba con el Padre y se nos manifestó. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Comentario a la 2a carta a los Corintios 5, 5 – 6, 2.

Dios nos ha reconciliado por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de esta reconciliación.

Los que poseen las arras del Espíritu y la esperanza de la resurrección, como si poseyeran ya aquello que esperan, pueden afirmar que desde ahora ya no conocen a nadie según la carne: todos, en efecto, somos espirituales y ajenos a la corrupción de la carne. Porque, desde el momento en que ha amanecido para nosotros la luz del Unigénito, somos transformados en la misma Palabra que da vida a todas las cosas. Y, si bien es verdad que cuando reinaba el pecado estábamos sujetos por los lazos de la muerte, al introducirse en el mundo la justicia de Cristo quedamos libres de la corrupción.

Por tanto, ya nadie vive en la carne, es decir, ya nadie está sujeto a la debilidad de la carne, a la que ciertamente pertenece la corrupción, entre otras cosas; en este sentido, dice el Apóstol: Si alguna vez juzgamos a Cristo según la carne, ahora ya no. Es como quien dice: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y, para que nosotros tuviésemos vida, sufrió la muerte según la carne, y así es como conocimos a Cristo; sin embargo, ahora ya no es así como lo conocemos. Pues, aunque retiene su cuerpo humano, ya que resucitó al tercer día y vive en el cielo junto al Padre, no obstante, su existencia es superior a la meramente carnal, puesto que murió de una vez para siempre y ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.

Si tal es la condición de aquel que se convirtió para nosotros en abanderado y precursor de la vida, es necesario que nosotros, siguiendo sus huellas, formemos parte de los que viven por encima de la carne, y no en la carne. Por eso, dice con toda razón san Pablo: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Hemos sido, en efecto, justificados por la fe en Cristo, y ha cesado el efecto de la maldición, puesto que él ha resucitado para librarnos, conculcando el poder de la muerte; y, además, hemos conocido al que es por naturaleza propia Dios verdadero, a quien damos culto en espíritu y en verdad, por mediación del Hijo, quien derrama sobre el mundo las bendiciones divinas que proceden del Padre.

Por lo cual, dice acertadamente san Pablo: Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo, ya que el misterio de la encarnación y la renovación consiguiente a la misma se realizaron de acuerdo con el designio del Padre. No hay que olvidar que por Cristo tenemos acceso al Padre, ya que nadie va al Padre, como afirma el mismo Cristo, sino por él. Y, así, todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

Responsorio: Romanos 5, 11; Colosenses 1, 19-20.

R. Nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, * Por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.

V. En él quiso Dios que residiera toda la plenitud, y por él quiso reconciliar consigo todos los seres. * Por quien hemos obtenido ahora la reconciliación. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con fervor sincero estos días de alegría en honor del Señor resucitado, para que manifestemos siempre en las obras lo que repasamos en el recuerdo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Salmodia:

Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.

Salmo 30, 2-17. 20-25.
Súplica confiada de un afligido.

Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu. (Lc 23, 46)

I

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Inclina tu oído hacia mí, Señor, y ven a salvarme.

Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.

II

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo el cuchicheo de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.

Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.

III

Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos.

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 2, 1-11.

El mandamiento nuevo.

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó.

Queridos míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en él y en vosotros—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Responsorio: Juan 13, 34; 1a Juan 2, 10. 3.

R. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. * Quien ama a su hermano permanece en la luz. Aleluya.

V. En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. * Quien ama a su hermano permanece en la luz. Aleluya.

Segunda lectura:
Dídimo de Alejandría: Tratado sobre la Trinidad 2, 12.

El Espíritu Santo nos renueva en el bautismo.

En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como Dios que es, a una con el Padre y el Hijo, y nos devuelve desde el informe estado en que nos hallamos a la primitiva belleza, así como nos llena con su gracia de forma que ya no podemos ir tras cosa alguna que no sea deseable: nos libera del pecado y de la muerte; de terrenos, es decir, de hechos de tierra y polvo, nos convierte en espirituales, partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos suyos, que habrán de ser glorificados con él y reinarán con él; en lugar de la tierra nos da el cielo y nos concede liberalmente el paraíso; nos honra más que a los ángeles; y con las aguas divinas de la piscina bautismal apaga la inmensa llama inextinguible del infierno.

En efecto, los hombres son concebidos dos veces, una corporalmente, la otra por el Espíritu divino. De ambas escribieron acertadamente los evangelistas, y yo estoy dispuesto a citar el nombre y la doctrina de cada uno.

Juan: A cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Todos aquellos, dice, que creyeron en Cristo recibieron el poder de hacerse hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, para que llegaran a ser de la misma naturaleza de Dios. Y, para poner de relieve que aquel Dios que engendra es el Espíritu Santo, añadió con palabras de Cristo: Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.

Así, pues, de una manera visible, la pila bautismal da a luz a nuestro cuerpo mediante el ministerio de los sacerdotes; de una manera espiritual, el Espíritu de Dios, invisible para cualquier inteligencia, bautiza en sí mismo y regenera al mismo tiempo cuerpo y alma, con el ministerio de los ángeles.

Por lo que el Bautista, históricamente y de acuerdo con esta expresión de agua y de Espíritu, dijo a propósito de Cristo: Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Pues el vaso humano, como frágil que es, necesita primero purificarse con el agua y luego fortalecerse y perfeccionarse con el fuego espiritual (Dios es, en efecto, un fuego devorador): y por esto necesitamos del Espíritu Santo, que es quien nos perfecciona y renueva: este fuego espiritual puede, efectivamente, regar, y esta agua espiritual es capaz de fundir como el fuego.

Responsorio: Isaías 44, 3. 4; Juan 4, 14.

R. Voy a derramar agua sobre lo sediento y torrentes en el páramo; voy a derramar mi Espíritu. * Crecerán como sauces junto a las acequias. Aleluya.

V. Se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. * Crecerán como sauces junto a las acequias. Aleluya.

Oración:

Dios misericordioso, concédenos recibir como fruto abundante en toda nuestra vida lo que realizamos en las celebraciones pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya.

Salmo 36.
La verdadera y la falsa felicidad.

Dichosos los sufridos, porque
ellos heredarán la tierra. (Mt 5, 4)

I

No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba;
como el césped verde se agostarán.

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer,
tu derecho como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:

cohíbe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.

Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya.

Antífona 2: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia. Aleluya.

II

El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.

Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.

Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvado se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.

El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agostarán en tiempo de sequía,
en tiempo de hambre se saciarán;

pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.

El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.

El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.

Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.

Apártate del mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra,
la habitarán por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia. Aleluya.

Antífona 3: Confía en el Señor y sigue su camino. Aleluya.

III

La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.

El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.

Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.

Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.

Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.

El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva
porque se acogen a él.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Confía en el Señor y sigue su camino. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 2, 12-17.

El cumplimiento de la voluntad de Dios.

Os escribo, hijos, porque se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito, hijos, porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque ya conocéis al que existía desde el principio. Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno.

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Responsorio: 1a Juan 2, 7, 15.

R. El mundo pasa, con sus pasiones. * Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Aleluya.

V. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. * Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Sobre el Evangelio de san Juan: Libro 11, cap. 11.

Cristo es el vínculo de la unidad.

Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo, cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo.

Si, pues, todos nosotros formamos un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo unos con otros, sino también en relación con aquel que se halla en nosotros gracias a su carne, ¿cómo no mostramos abiertamente todos nosotros esa unidad entre nosotros y en Cristo? Pues Cristo, que es Dios y hombre a la vez, es el vínculo de la unidad.

Y, si seguimos por el camino de la unión espiritual, habremos de decir que todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad, y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo.

Y así como la virtud de la santa humanidad de Cristo hace que formen un mismo cuerpo todos aquellos en quienes ella se encuentra, pienso que de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los reduce a todos a la unidad espiritual.

Por esto nos exhorta también San Pablo: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Pues siendo uno solo el Espíritu que habita en nosotros, Dios será en nosotros el único Padre de todos por medio de su Hijo, con lo que reducirá a una unidad mutua y consigo a cuantos participan del Espíritu.

Ya desde ahora se manifiesta de alguna manera el hecho de que estemos unidos por participación al Espíritu Santo. Pues si abandonamos la vida puramente natural y nos atenemos a las leyes espirituales, ¿no es evidente que hemos abandonado en cierta manera nuestra vida anterior, que hemos adquirido una configuración celestial y en cierto modo nos hemos transformado en otra naturaleza mediante la unión del Espíritu Santo con nosotros, y que ya no nos tenemos simplemente por hombres, sino como hijos de Dios y hombres celestiales, puesto que hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina?

De manera que todos nosotros ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu.

Responsorio: Cf. 1a Corintios 10, 17; Salmo 67, 11. 7.

R. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo. * Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz. Aleluya.

V. Tu bondad, oh Dios, lo preparó para los pobres, a los que haces habitar unánimes en tu casa. * Todos participamos del mismo pan y del mismo cáliz. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso y lleno de misericordia, concédenos lograr verdaderamente nuestra participación en la resurrección de Cristo, tu Hijo. Él, que vive y reina contigo.


Miércoles 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Salmo 38.
Súplica de un enfermo.

La creación fue sometida a la frustración,
pero con la esperanza de que
se vería liberada. (Rm 8, 20. 21)

I

Yo me dije: «Vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente».

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

«Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy».

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como una sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Antífona 2: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

II

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;

porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.

Antífona 3: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás. Aleluya.

Salmo 51.
Contra la violencia de los calumniadores.

El que se gloríe, que se gloríe
en el Señor. (1 Co 1, 31)

¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes».

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la misericordia de Dios
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás. Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 2, 18-29.

El Anticristo.

Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta de que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.

En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad. ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre.

En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.

Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa—, según os enseñó, permaneced en él.

Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida.

Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él.

Responsorio: 1a Juan 2, 27; Joel 2, 23.

R. La unción que habéis recibido permanece en vosotros, * Y no necesitáis que nadie os enseñe, porque su unción os enseña acerca de todas las cosas. Aleluya.

V. Alegraos, gozaos en el Señor, vuestro Dios, que os dará un maestro de justicia. * Y no necesitáis que nadie os enseñe, porque su unción os enseña acerca de todas las cosas. Aleluya.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 1 sobre la Ascensión del Señor, 2-4.

Los días que transcurrieron entre la resurrección del Señor y su ascensión del Señor.

Aquellos días, queridos hermanos, que transcurrieron entre la resurrección del Señor y su ascensión no se perdieron ociosamente, sino que durante ellos se confirmaron grandes sacramentos, se revelaron grandes misterios.

En aquellos días se abolió el temor de la horrible muerte, y no sólo se declaró la inmortalidad del alma, sino también la de la carne. Durante estos días, gracias al soplo del Señor, se infundió en todos los apóstoles el Espíritu Santo, y se le confió a San Pedro, después de las llaves del reino, el cuidado del redil del Señor, con autoridad sobre los demás.

Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y los reprendió por su resistencia en creer, a ellos, que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada.

Por tanto, amadísimos hermanos, durante todo este tiempo que media entre la resurrección del Señor y su ascensión, la providencia de Dios se ocupó en demostrar, insinuándose en los ojos y en el corazón de los suyos, que la resurrección del Señor Jesucristo era tan real como su nacimiento, pasión y muerte.

Por esto, los apóstoles y todos los discípulos, que estaban turbados por su muerte en la cruz y dudaban de su resurrección, fueron fortalecidos de tal modo por la evidencia de la verdad que, cuando el Señor subió al cielo, no sólo no experimentaron tristeza alguna, sino que se llenaron de gran gozo.

Y es que en realidad fue motivo de una inmensa e inefable alegría el hecho de que la naturaleza humana, en presencia de una santa multitud, ascendiera por encima de la dignidad de todas las criaturas celestiales, para ser elevada más allá de todos los ángeles, por encima de los mismos arcángeles, sin que ningún grado de elevación pudiera dar la medida de su exaltación, hasta ser recibida junto al Padre, entronizada y asociada a la gloria de aquel con cuya naturaleza divina se había unido en la persona del Hijo.

Responsorio: Juan 14, 2. 3. 16. 18.

R. Voy a prepararos sitio; volveré * Y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Aleluya.

V. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré * Y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Aleluya.

Oración:

Escucha, Señor, nuestra oración y concédenos que, así como celebramos las fiestas de la resurrección de tu Hijo, merezcamos también, cuando vuelva, alegrarnos con todos sus santos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Salmo 43.
Oración del pueblo en las calamidades.

I

En todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado. (Rm 8, 37)

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Nos diste, Señor, la victoria sobre el enemigo; por eso damos gracias a tu nombre. Aleluya.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Perdónanos, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Levántate, Señor, y redímenos por tu misericordia. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 3, 1-10.

Somos hijos de Dios.

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no lo ha visto ni conocido.

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.

Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Responsorio: 1a Juan 3, 1. 2.

R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Aleluya.

V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. * Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Aleluya.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 2 sobre la Ascensión del Señor, 1-4.

La Ascensión del Señor aumenta nuestra fe.

Así como en la solemnidad de Pascua la resurrección del Señor fue para nosotros causa de alegría, así también ahora su ascensión al cielo nos es un nuevo motivo de gozo, al recordar y celebrar litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza fue elevada, en Cristo, por encima de todos los ejércitos celestiales, de todas las categorías de ángeles, de toda la sublimidad de las potestades, hasta compartir el trono de Dios Padre. Hemos sido establecidos y edificados por este modo de obrar divino, para que la gracia de Dios se manifestara más admirablemente, y así, a pesar de haber sido apartada de la vista de los hombres la presencia visible del Señor, por la cual se alimentaba el respeto de ellos hacia él, la fe se mantuviera firme, la esperanza inconmovible y el amor encendido.

En esto consiste, en efecto, el vigor de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles: creer sin vacilación lo que no ven nuestros ojos, tener fijo el deseo en lo que no puede alcanzar nuestra mirada. ¿Cómo podría nacer esta piedad en nuestros corazones, o cómo podríamos ser justificados por la fe, si nuestra salvación consistiera tan sólo en lo que nos es dado ver?

Así, todas las cosas referentes a nuestro Redentor, que antes eran visibles, han pasado a ser ritos sacramentales; y, para que nuestra fe fuese más firme y valiosa, la visión ha sido sustituida por la instrucción, de modo que, en adelante, nuestros corazones, iluminados por la luz celestial, deben apoyarse en esta instrucción.

Esta fe, aumentada por la ascensión del Señor y fortalecida con el don del Espíritu Santo, ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el hambre, el fuego, las fieras ni los refinados tormentos de los crueles perseguidores. Hombres y mujeres, niños y frágiles doncellas han luchado, en todo el mundo, por esta fe, hasta derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades, resucita a los muertos.

Por esto los mismos apóstoles, que, a pesar de los milagros que habían contemplado y de las enseñanzas que habían recibido, se acobardaron ante las atrocidades de la pasión del Señor y se mostraron reacios en admitir el hecho de su resurrección, recibieron un progreso espiritual tan grande de la ascensión del Señor, que todo lo que antes les era motivo de temor se les convirtió en motivo de gozo. Es que su espíritu estaba ahora totalmente elevado por la contemplación de la divinidad, sentada a la derecha del Padre; y al no ver el cuerpo del Señor podían comprender con mayor claridad que aquél no había dejado al Padre, al bajar a la tierra, ni había abandonado a sus discípulos, al subir al cielo.

Entonces, amadísimos hermanos, el Hijo del hombre se mostró, de un modo más excelente y sagrado, como Hijo de Dios, al ser recibido en la gloria de la majestad del Padre, y, al alejarse de nosotros por su humanidad, comenzó a estar presente entre nosotros de un modo nuevo e inefable por su divinidad.

Entonces nuestra fe comenzó a adquirir un mayor y progresivo conocimiento de la igualdad del Hijo con el Padre, y a no necesitar de la presencia palpable de la substancia corpórea de Cristo, según la cual es inferior al Padre; pues, subsistiendo la naturaleza del cuerpo glorificado de Cristo, la fe de los creyentes es llamada allí donde podrá tocar al Hijo único, igual al Padre, no ya con la mano, sino mediante el conocimiento espiritual.

Responsorio: Hebreos 8, 1; 10, 22. 23.

R. Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos. * Acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia. Aleluya.

V. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, pues es fiel quien hizo la promesa. * Acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que das parte a tu pueblo en tu obra redentora, concédenos vivir siempre la alegría de la resurrección del Señor. Él, que vive y reina contigo.


Viernes 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana

Antífona 1: Señor, no me castigues con cólera.

Salmo 37.
Oración de un pecador en peligro de muerte.

Todos sus conocidos se mantenían
a distancia. (Lc 23, 49)

I

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor;
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Señor, no me castigues con cólera.

Antífona 2: Señor, todas mis ansias están en tu presencia. Aleluya.

II

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío.

Tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Señor, todas mis ansias están en tu presencia. Aleluya.

Antífona 3: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío. Aleluya.

III

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 3, 11-17.

El amor a los hermanos.

Queridos hermanos: Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran justas.

No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva permanentemente en sí vida eterna.

En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?

Responsorio: 1a Juan 3, 16. 14.

R. En esto hemos conocido el amor de Dios: en que él dio su vida por nosotros. * También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Aleluya.

V. Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. * También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Aleluya.

Segunda lectura:
San Agustín: Sobre el evangelio de San Juan: Tratado 124, 5. 7.

Dos vidas.

La Iglesia sabe de dos vidas, ambas anunciadas y recomendadas por el Señor; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la visión; una durante el tiempo de nuestra peregrinación, la otra en las moradas eternas; una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el camino, la otra en la patria; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación.

La primera vida es significada por el apóstol Pedro, la segunda por el apóstol Juan. La primera se desarrolla toda ella aquí, hasta el fin de este mundo, que es cuando terminará; la segunda se inicia oscuramente en este mundo, pero su perfección se aplaza hasta el fin de él, y en el mundo futuro no tendrá fin. Por eso se le dice a Pedro: Sígueme, en cambio de Juan se dice: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú, sígueme. «Tú, sígueme por la imitación en soportar las dificultades de esta vida; él, que permanezca así hasta mi venida para otorgar mis bienes». Lo cual puede explicarse más claramente así: «Sígame una actuación perfecta, impregnada del ejemplo de mi pasión; pero la contemplación incoada permanezca así hasta mi venida para perfeccionarla».

El seguimiento de Cristo consiste, pues, en una amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento, capaz de llegar hasta la muerte; la sabiduría, en cambio, permanecerá así, en estado de perfeccionamiento, hasta que venga Cristo para llevarla a su plenitud. Aquí, en efecto, hemos de tolerar los males de este mundo en el país de los mortales; allá, en cambio, contemplaremos los bienes del Señor en el país de la vida.

Aquellas palabras de Cristo: Si quiero que se quede hasta que yo venga, no debemos entenderlas en el sentido de permanecer hasta el fin o de permanecer siempre igual, sino en el sentido de esperar; pues lo que Juan representa no alcanza ahora su plenitud, sino que la alcanzará con la venida de Cristo. En cambio, lo que representa Pedro, a quien el Señor dijo: Tú, sígueme, hay que ponerlo ahora por obra, para alcanzar lo que esperamos. Pero nadie separe lo que significan estos dos apóstoles, ya que ambos estaban incluidos en lo que significaba Pedro y ambos estarían después incluidos en lo que significaba Juan. El seguimiento del uno y la permanencia del otro eran un signo. Uno y otro, creyendo, toleraban los males de esta vida presente; uno y otro, esperando, confiaban alcanzar los bienes de la vida futura.

Y no sólo ellos, sino que toda la santa Iglesia, esposa de Cristo, hace lo mismo, luchando con las tentaciones presentes, para alcanzar la felicidad futura. Pedro y Juan fueron, cada uno, figura de cada una de estas dos vidas. Pero uno y otro caminaron por la fe, en la vida presente; uno y otro habían de gozar para siempre de la visión, en la vida futura.

Por esto, Pedro, el primero de los apóstoles, recibió las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar los pecados, para que fuese el piloto de todos los santos, unidos inseparablemente al cuerpo de Cristo, en medio de las tempestades de esta vida; y, por esto, Juan, el evangelista, se reclinó sobre el pecho de Cristo, para significar el tranquilo puerto de aquella vida arcana.

En efecto, no sólo Pedro, sino toda la Iglesia ata y desata los pecados. Ni fue sólo Juan quien bebió, en la fuente del pecho del Señor, para enseñarla con su predicación, la doctrina acerca de la Palabra que existía en el principio y estaba en Dios y era Dios —y lo demás acerca de la divinidad de Cristo, y aquellas cosas tan sublimes acerca de la trinidad y unidad de Dios, verdades todas estas que contemplaremos cara a cara en el reino, pero que ahora, hasta que venga el Señor, las tenemos que mirar como en un espejo y oscuramente—, sino que el Señor en persona difundió por toda la tierra este mismo Evangelio, para que todos bebiesen de él, cada uno según su capacidad.

Responsorio: 1a Pedro 5, 10; 2a Corintios 4, 14.

R. El Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, * Tras un breve padecer, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Aleluya.

V. Quien resucitó a Jesús también con Jesús nos resucitará. * Tras un breve padecer, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Aleluya.

Oración:

Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que se complete en todo lugar, por la fuerza del Evangelio, lo que fue prometido como fruto de la acción santificadora de tu Verbo, y lo anunciado por la predicación de la verdad nos obtenga la plenitud de la adopción filial. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 6 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde.

Salmodia de la 2a semana.

Antífona 1: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Salmo 105.
Bondad de Dios e infidelidad del pueblo.

I

Todo esto fue escrito para escarmiento nuestro,
a quienes nos ha tocado vivir en la última
de las edades. (1 Cor 10, 11)

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.

Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad.

Hemos pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas;

no se acordaron de tu abundante misericordia,
se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,
pero Dios los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.

Increpó al mar Rojo, y se secó,
los condujo por el abismo como por tierra firme;
los salvó de la mano del adversario,
los rescató del puño del enemigo;

las aguas cubrieron a los atacantes,
y ni uno solo se salvó:
entonces creyeron sus palabras,
cantaron su alabanza.

Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa.
Él les concedió lo que pedían,
pero les mandó un cólico por su gula.

Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
se abrió la tierra y se tragó a Datán,
se cerró sobre Abirón y sus secuaces;
un fuego abrasó a su banda,
una llama consumió a los malvados.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Antífona 2: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

II

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.

Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio.

Despreciaron una tierra envidiable,
no creyeron en su palabra;
murmuraban en las tiendas,
no escucharon la voz del Señor.

Él alzó la mano y juró
que los haría morir en el desierto,
que dispersaría su estirpe por las naciones
y los aventaría por los países.

Se acoplaron con Baal Fegor,
comieron de los sacrificios a dioses muertos;
provocaron a Dios con sus perversiones,
y los asaltó una plaga;

pero Finés se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó;
y se le apuntó a su favor
por generaciones sin término.

Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;
le habían amargado el alma,
y desvariaron sus labios.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros.

Antífona 3: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

III

No exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres;

adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos;
inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas;

derramaron la sangre inocente
y profanaron la tierra ensangrentándola;
se mancharon con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.

La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad;
los entregó en manos de gentiles,
y sus adversarios los sometieron;
sus enemigos los tiranizaban
y los doblegaron bajo su poder.

Cuántas veces los libró;
mas ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas;
pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos.

Recordando su pacto con ellos,
se arrepintió con inmensa misericordia;
hizo que movieran a compasión
a los que los habían deportado.

Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles:
daremos gracias a tu santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Y todo el pueblo diga:
«¡Amén!».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 3, 18-24.

El mandamiento de la fe y el amor.

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestro corazón ante él, en caso de que nos condene nuestro corazón, pues Dios es mayor que nuestro corazón y lo conoce todo.

Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

Responsorio: Juan 3, 24; Eclesiástico 1, 9. 10.

R. Quien guarda los mandamientos de Dios permanece en él, y Dios en él; * En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Aleluya.

V. Dios creó la sabiduría en el Espíritu Santo y la derramó sobre todos los vivientes. * En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Aleluya.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilía 15 sobre el Cantar de los Cantares.

Les di a ellos la gloria que me diste.

Si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos unidos en la comunión con el solo y único bien, santificados en aquella paloma simbólica que es el Espíritu.

Éste parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi paloma, sin defecto. Una sola, predilecta de su madre.

Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún más claramente: Al pronunciar la oración de bendición y conferir a sus discípulos todo su poder, también les otorgó otros bienes mientras pronunciaba aquellas admirables palabras con las que él se dirigió a su Padre. Entonces les aseguró que ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu, mediante la única esperanza a la que habían sido llamados. Éste es el principio y el culmen de todos los bienes.

Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del pasaje evangélico: Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros.

El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado «gloria». Dice así, en efecto: Les di a ellos la gloria que me diste. Efectivamente les dio esta gloria, cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al revestirse de la naturaleza humana; una vez que esta naturaleza fue glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen alguna participación en esta gloria, se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por los apóstoles.

Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno. Por lo cual todo aquel que ha crecido hasta transformarse de niño en hombre perfecto, ha llegado a la madurez del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; éste es aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice: Una sola es mi paloma, sin defecto.

Responsorio: Cf. Juan 15, 15; 20, 22; 14, 26; 15, 14.

R. Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque habéis conocido todo lo que he hecho en medio de vosotros. * Recibid en vosotros el Espíritu Santo, vuestro Defensor; él es el que os enviará el Padre. Aleluya.

V. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. * Recibid en vosotros el Espíritu Santo, vuestro Defensor; él es el que os enviará el Padre. Aleluya.

Oración:

Instruye siempre, Señor, nuestros corazones con las buenas obras, para que, orientándonos hacia lo mejor, aspiremos a disfrutar plenamente el Misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo.


(7 SEMANA DE PASCUA).

ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

Himno:

«No; yo no dejo la tierra.
No; yo no olvido a los hombres.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están vuestros nombres».

¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
ya es vuelta y es cercanía.

El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que, al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.

El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha.
El Padre ya os ha sentado
conmigo, a su derecha.

Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea.

Salmodia:

Antífona 1: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.

Salmo 67.
Entrada triunfal del Señor.

Subió a lo alto llevando cautivos
y dio dones a los hombres. (Ef 4, 8)

I

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que asciende sobre las nubes. Aleluya.

Antífona 2: Subió a lo alto llevando cautivos. Aleluya.

II

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío».

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Subió a lo alto llevando cautivos. Aleluya.

Antífona 3: Aparece tu cortejo, oh Dios, el cortejo de mi Rey, hacia el santuario. Aleluya.

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

«En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel».

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios».

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Aparece tu cortejo, oh Dios, el cortejo de mi Rey, hacia el santuario. Aleluya.

V. El Señor les abrió el entendimiento. Aleluya.

R. Para comprender las Escrituras. Aleluya.

Primera lectura: Efesios 4, 1-24.

Subió a lo alto llevando cautivos.

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». Decir «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.

Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas, con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios; por la ignorancia y la dureza de su corazón. Pues perdida toda sensibilidad, se han entregado al libertinaje, y practican sin medida toda clase de impureza.

Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que lo habéis oído a él y habéis sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

Responsorio: Efesios 4, 8 (Salmo 67, 19); Salmo 46, 6.

R. Cristo subió a lo alto llevando cautivos * Y dio dones a los hombres. Aleluya.

V. Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas. * Y dio dones a los hombres. Aleluya.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón sobre la Ascensión del Señor, Mai 98, 1-2.

Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo.

Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con él.

Escuchemos al Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Y así como él ascendió sin alejarse de nosotros, nosotros estamos ya allí con él, aun cuando todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido.

Él fue ya exaltado sobre los cielos; pero sigue padeciendo en la tierra todos los trabajos que nosotros, que somos sus miembros, experimentamos. De lo que dio testimonio cuando exclamó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Así como: Tuve hambre, y me disteis de comer.

¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre la tierra, de modo que gracias a la fe, la esperanza y la caridad, con las que nos unimos con él, descansemos ya con él en los cielos? Mientras él está allí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mientras estamos aquí, podemos estar ya con él allí. Él está con nosotros por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, en cambio, aunque no podemos llevarlo a cabo como él por la divinidad, sí que podemos por el amor hacia él.

No se alejó del cielo, cuando descendió hasta nosotros; ni de nosotros, cuando regresó hasta él. Él mismo es quien asegura que estaba allí mientras estaba aquí: Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.

Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios.

En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es también Cristo. Por tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros.

Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos confundir la dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 1, 3. 9. 4.

R. Después de su pasión, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. * Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Aleluya.

V. Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre». * Lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo.

O bien:

Dios todopoderoso, concédenos habitar espiritualmente en las moradas celestiales a cuantos creemos que tu Unigénito y Redentor nuestro ascendió hoy a la gloria. Él, que vive y reina contigo.


Lunes 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.

Salmo 49.
El verdadero culto a Dios.

No he venido a abolir la ley,
sino a darle plenitud. (Mt 5, 17)

I

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio».
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.

Antífona 2: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.

II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo, Dios, tu Dios—.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.

Antífona 3: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.

III

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.

V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 4, 1-10.

Dios nos amó.

Queridos míos: No os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.

Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Responsorio: 1a Juan 4, 9; Juan 3, 16.

R. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, * Para que todos los que creen en él tengan vida eterna. Aleluya.

V. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único * Para que todos los que creen en él tengan vida eterna. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Jerusalén: Catequesis 16, Sobre el Espíritu Santo, 1, 11-12. 16.

El agua viva del Espíritu Santo.

El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Una nueva clase de agua que corre y salta; pero que salta en los que son dignos de ella.

¿Por qué motivo se sirvió del término agua, para denominar la gracia del Espíritu? Pues porque el agua lo sostiene todo; porque es imprescindible para la hierba y los animales; porque el agua de la lluvia desciende del cielo, y, además, porque desciende siempre de la misma forma y, sin embargo, produce efectos diferentes: Unos en las palmeras, otros en las vides, todo en todas las cosas. De por sí el agua no tiene más que un único modo de ser; por eso, la lluvia no transforma su naturaleza propia para descender en modos distintos, sino que se acomoda a las exigencias de los seres que la reciben y da a cada cosa lo que le corresponde.

De la misma manera, también el Espíritu Santo, aunque es único, y con un solo modo de ser, e indivisible, reparte a cada uno la gracia según quiere. Y así como un tronco seco que recibe agua germina, del mismo modo el alma pecadora que, por la penitencia, se hace digna del Espíritu Santo, produce frutos de santidad. Y aunque no tenga más que un solo e idéntico modo de ser, el Espíritu, bajo el impulso de Dios y en nombre de Cristo, produce múltiples efectos.

Se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece en unos la templanza; en otros, la misericordia; a éste enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo, según está escrito: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector: pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien le recibe; luego, mediante éste, las de los demás.

Y así como quien antes se movía en tinieblas, al contemplar y recibir la luz del sol en sus ojos corporales, es capaz de ver claramente lo que poco antes no podía ver, de este modo, el que se ha hecho digno del don del Espíritu Santo, es iluminado en su alma y, elevado sobrenaturalmente, llega a percibir lo que antes ignoraba.

Responsorio: 1a Corintios 12, 6-7. 27.

R. Hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. * En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Aleluya.

V. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. * En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Aleluya.

Oración:

Llegue a nosotros, Señor, la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonio con una conducta santa. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.

Salmo 67.
Entrada triunfal del Señor.

Subiendo a la altura, llevó cautivos
y dio dones a los hombres. (Ef 4, 8)

I

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;

como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.

Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.

Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.

Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Se levanta Dios, y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.

II

El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.

Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata,
el oro destellaba en sus plumas.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío».

Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?

Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.

Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.

Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo
y los perros la lamerán con sus lenguas».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.

III

Aparece tu cortejo, oh Dios,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.

Al frente, marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio, las muchachas van tocando panderos.

«En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel».

Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.

Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los Toros,
a los Novillos de los pueblos.

Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios».

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario, Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.

¡Dios sea bendito!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.

V. Cristo, una vez resucitado de ente los muertos, ya no muere más. Aleluya.

R. La muerte ya no tiene dominio sobre él. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 4, 11-21.

Dios es amor.

Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.

Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.

Responsorio: 1a Juan 4, 10. 16; cf. Isaías 63, 8. 9.

R. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. * Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Aleluya.

V. El Señor fue nuestro salvador; con su amor nos rescató. * Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Aleluya.

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Libro sobre el Espíritu Santo, Cap. 9, 22-23.

La acción del Espíritu Santo.

¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.

Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad.

Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe.

Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.

Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia abundante y completa; todos disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que él podría darse.

Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud, llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.

Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás.

De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios.

Responsorio: Cf. Juan 14, 27. 28; 16, 22; 14, 16.

R. Que no tiemble vuestro corazón: yo me voy al Padre y, cuando haya sido tomado de entre vosotros, os enviaré * El Espíritu de la verdad, y se alegrará vuestro corazón. Aleluya.

V. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor. * El Espíritu de la verdad, y se alegrará vuestro corazón. Aleluya.

Oración:

Dios todopoderoso y rico en misericordia, te pedimos que el Espíritu Santo, con su venida, se digne habitar en nosotros y nos convierta en templos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana.

Antífona 1: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor. Aleluya.

Salmo 88, 2-38.
Las misericordias del Señor sobre la casa de David.

Según lo prometido, Dios sacó
de la descendencia de David
un Salvador, Jesús. (Hech 13, 22-23)

I

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».

El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.

Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.

Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor. Aleluya.

Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. Aleluya.

II

Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;

no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.

Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.

Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Hijo de Dios nació según la carne de la estirpe de David. Aleluya.

Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». Aleluya.

III

«Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos,
castigaré con la vara sus pecados
y a latigazos sus culpas;

pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.

Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David:
“Su linaje será perpetuo,
y su trono como el sol en mi presencia,
como la luna, que siempre permanece:
su solio será más firme que el cielo”».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Juré una vez a David, mi siervo: «Tu linaje será perpetuo». Aleluya.

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.

R. Y así hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 5, 1-12.

Lo que ha conseguido la victoria es nuestra fe.

Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No sólo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y el testimonio de los tres es único. Si aceptamos el testimonio humano, mayor es el testimonio de Dios. Pues éste es el testimonio de Dios, que ha dado testimonio acerca de su Hijo.

El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo. Quien no cree a Dios lo hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

Responsorio: 1a Juan 5, 6; Zacarías 13, 1.

R. Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; * El Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Aleluya.

V. Aquel día se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas. * El Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Aleluya.

Segunda lectura:
Vaticano II: Lumen Gentium, 4 y 12.

El Espíritu Santo enviado a la Iglesia.

Consumada la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu. Él es el Espíritu de la vida, o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna, por quien vivifica el Padre a todos los muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales.

El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos. Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia, a la que guía hacia toda verdad, y unifica en comunión y ministerio, enriqueciéndola con todos sus frutos.

Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: «Ven».

Así se manifiesta toda la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

La universalidad de los fieles, que tiene la unción del Espíritu Santo, no puede fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde el obispo hasta los últimos fieles seglares manifiesta el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres.

Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios, bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios, se adhiere indefectiblemente a la fe que se transmitió a los santos de una vez para siempre, la penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida.

Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece, reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo.

Responsorio: Juan 7, 37. 38. 39.

R. El último día de las fiestas, Jesús decía: «El que cree en mí, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva». * Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Aleluya.

V. El que tenga sed, que venga y que beba, y de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. * Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Aleluya.

Oración:

Dios misericordioso, concede a tu Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, entregarse a ti de todo corazón y mantenerse unida con voluntad sincera. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Salmo 88, 39-53.
Lamentación por la caída de la casa de David.

Ha suscitado una fuerza
de salvación en la casa
de David. (Lc 1, 69)

IV

Tú, encolerizado con tu Ungido,
lo has rechazado y desechado;
has roto la alianza con tu siervo
y has profanado hasta el suelo su corona;

has derribado sus murallas
y derrocado sus fortalezas;
todo viandante lo saquea,
y es la burla de sus vecinos;

has sostenido la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios;
pero a él le has embotado la espada
y no lo has confortado en la pelea;

has quebrado su cetro glorioso
y has derribado su trono;
has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Mira, Señor, y contempla nuestro oprobio.

Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

V

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido
y arderá como un fuego tu cólera?
Recuerda, Señor, lo corta que es mi vida
y lo caducos que has creado a los humanos.

¿Quién vivirá sin ver la muerte?
¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?
¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia
que por tu fidelidad juraste a David?

Acuérdate, Señor, de la afrenta de tus siervos:
lo que tengo que aguantar de las naciones,
de cómo afrentan, Señor, tus enemigos,
de cómo afrentan las huellas de tu Ungido.

Bendito el Señor por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Yo soy el renuevo y el vástago de David, la estrella luciente de la mañana. Aleluya.

Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

Salmo 89.
Baje a nosotros la bondad del Señor.

Para el Señor un día es
como mil años, y mil años
como un día. (2 Pe 3, 8)

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre. Aleluya.

V. Dios, con su poder, resucitó al Señor. Aleluya.

R. Y nos resucitará también a nosotros. Aleluya.

Primera lectura: 1a Carta de Juan 5, 13-21.

La oración por los pecadores.

Queridos hermanos: Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.

En esto consiste la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le hayamos pedido.

Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y Dios le dará vida —a los que cometan pecados que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida—. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.

Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda, y el Maligno no llega a tocarlo. Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.

Hijos míos, guardaos de los ídolos.

Responsorio: 1a Juan 5, 20; Juan 1, 18.

R. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido * Y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Aleluya.

V. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. * Y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Aleluya.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Comentario sobre el Evangelio de San Juan: Libro 10.

Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor.

Ya se había llevado a cabo el plan salvífico de Dios en la tierra; pero convenía que nosotros llegáramos a ser partícipes de la naturaleza divina del Verbo, esto es, que abandonásemos nuestra vida anterior para transformarla y conformarla a un nuevo estilo de vida y de santidad. Esto sólo podía llevarse a efecto con la comunicación del Espíritu Santo.

Ahora bien, el tiempo más oportuno para la misión del Espíritu y su irrupción en nosotros fue aquel que siguió a la marcha de nuestro Salvador Jesucristo.

Pues mientras Cristo vivía corporalmente entre sus fieles, se les mostraba como el dispensador de todos sus bienes; pero cuando llegó la hora de regresar al Padre celestial, continuó presente entre sus fieles mediante su Espíritu, y habitando por la fe en nuestros corazones. De este modo, poseyéndole en nosotros, podríamos llamarle con confianza: «Abba, Padre», y cultivar con ahínco todas las virtudes, y juntamente hacer frente con valentía invencible a las asechanzas del diablo y las persecuciones de los hombres, como quienes cuentan con la fuerza poderosa del Espíritu.

Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a los fieles en que habita y tiene su morada. Esto puede ponerse fácilmente de manifiesto con testimonios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Así el piadoso Samuel a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, y te convertirás en otro hombre. Y San Pablo: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

No es difícil percibir cómo transforma el Espíritu la imagen de aquellos en los que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez, a la valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo.

Se trata exactamente de lo que había dicho el Salvador: Os conviene que yo me vaya al cielo. En ese tiempo, en efecto, descendería el Espíritu Santo.

Responsorio: Juan 16, 7. 13-14.

R. Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. * Y cuando venga él, os guiará hasta la verdad plena. Aleluya.

V. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. * Y cuando venga él, os guiará hasta la verdad plena. Aleluya.

Oración:

Te suplicamos, Señor, que tu Espíritu infunda con tal fuerza sus dones en nosotros, que nos conceda un corazón que te agrade y, propicio, nos haga conformes a tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37.
Me devora el celo de tu templo.

Le dieron a beber vino
mezclado con hiel. (Mt 27, 34)

I

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los pelos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;
más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos,
se burlan de mí;
cuando me visto de saco,
se ríen de mí;
sentados a la puerta cuchichean,
mientras beben vino me sacan coplas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya.

III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya.

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.

R. Se alegran los cielos y la tierra. Aleluya.

Primera lectura: 2a Carta de Juan.

Quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo.

El Presbítero a la Señora Elegida y a sus hijos, a los que yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que tienen conocimiento de la verdad, gracias a la verdad que permanece en nosotros y que nos acompañará para siempre. Nos acompañará la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre, con la verdad y el amor.

Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos caminan en la verdad, según el mandamiento que el Padre nos dio. Ahora tengo algo que pedirte, Señora —y no es que os escriba un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio—: que nos amemos unos a otros. Y en esto consiste el amor: en que caminemos según sus mandamientos. Y éste es su mandamiento, según oísteis desde el principio, para que caminéis según él.

Pues han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo. Estad en guardia, para que no perdáis vuestro trabajo y recibáis el pleno salario.

Todo el que se propasa y no se mantiene en la doctrina de Cristo, no posee a Dios; quien permanece en la doctrina, éste posee al Padre y al Hijo. Si os visita alguno que no trae esa doctrina, no lo recibáis en casa ni le deis la bienvenida; quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas acciones.

Aunque tengo mucho más que deciros, no quiero hacerlo con papel y tinta; espero ir a visitaros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea completo. Te saludan los hijos de tu hermana Elegida.

Responsorio: Cf. 2a Juan 5. 3; Deuteronomio 5, 33.

R. Éste es el mandamiento que hemos recibido del Padre, no como un mandamiento nuevo, sino el que tenemos desde el principio. * Caminad según la verdad y el amor. Aleluya.

V. Seguid el camino que os marcó el Señor, vuestro Dios, y viviréis. * Caminad según la verdad y el amor. Aleluya.

Segunda lectura:
San Hilario: Del Tratado sobre la Trinidad: Libro 2, 1, 33. 35.

El Don del Padre en Cristo.

El Señor mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, en la profesión de fe en el Creador, en el Hijo único y en el que es llamado Don.

Uno solo es el Creador de todo, ya que uno solo es Dios Padre, de quien procede todo; y uno solo el Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, por quien ha sido hecho todo; y uno solo el Espíritu, que a todos nos ha sido dado.

Todo, pues, se halla ordenado según la propia virtud y operación: un Poder del cual procede todo, un Hijo por quien existe todo, un Don que es garantía de nuestra esperanza consumada. Ninguna falta se halla en semejante perfección; dentro de ella, en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, se halla lo infinito en lo eterno, la figura en la imagen, la fruición en el don.

Escuchemos las palabras del Señor en persona, que nos describe cuál es la acción específica del Espíritu en nosotros; dice, en efecto: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Os conviene, por tanto, que yo me vaya, porque, si me voy, os enviaré al Defensor.

Y también: Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. Él os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí.

Esta pluralidad de afirmaciones tiene por objeto darnos una mayor comprensión, ya que en ellas se nos explica cuál sea la voluntad del que nos otorga su Don, y cuál la naturaleza de este mismo Don: pues, ya que la debilidad de nuestra razón nos hace incapaces de conocer al Padre y al Hijo y nos dificulta el creer en la encarnación de Dios, el Don que es el Espíritu Santo, con su luz, nos ayuda a penetrar en estas verdades.

Al recibirlo, pues, se nos da un conocimiento más profundo. Porque, del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados, permanece inactivo (por ejemplo, los ojos, privados de luz, los oídos, cuando falta el sonido, y el olfato, cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia, no porque dejen de existir por la falta de estímulo, sino porque necesitan este estímulo para actuar), así también nuestra alma, si no recibe por la fe el Don que es el Espíritu, tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios, pero le faltará la luz para llegar a ese conocimiento. El Don de Cristo está todo entero a nuestra disposición, y se halla en todas partes, pero se da a proporción del deseo y de los méritos de cada uno. Este Don está con nosotros hasta el fin del mundo; él es nuestro solaz en este tiempo de expectación.

Responsorio: Cf. Juan 14, 1; 17, 9; 16, 7.

R. Ya es tiempo de que vuelva al que me ha enviado —dice el Señor—; no os entristezcáis ni perdáis la calma. * Ruego por vosotros al Padre, para que él os guarde. Aleluya.

V. Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. * Ruego por vosotros al Padre, para que él os guarde. Aleluya.

Oración:

Oh, Dios, que, por la glorificación de Cristo y la luz del Espíritu Santo, nos has abierto el acceso a la vida eterna, haz que la participación en tanta gracia nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 7 semana del Tiempo Pascual.

Himno: Durante el día. | Para la tarde. | Después de la Ascensión.

Salmodia de la 3a semana

Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Aleluya.

Salmo 106.
Acción gracias por la liberación.

Envió su palabra a los israelitas,
anunciando la paz que traería
Jesucristo. (Hech 10, 36)

I

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.

Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.

Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despreciando el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.

Estaban enfermos por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Envió su palabra para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Aleluya.

Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. Aleluya.

II

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como borrachos,
y no les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas. Aleluya.

Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. Aleluya.

III

Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.

Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.

Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.

Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.

Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
El que sea sabio, que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Primera lectura: 3a Carta de Juan.

Procedamos con sinceridad.

El Presbítero a su querido Gayo, a quien yo amo en la verdad.

Querido, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y que tengas buena salud. Me alegré muchísimo cuando llegaron unos hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo caminas en la verdad. No puedo tener mayor alegría que enterarme de que mis hijos caminan en la verdad.

Querido: Te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, y eso que para ti son extraños. Ellos han hablado de tu caridad ante la Iglesia. Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece; ellos se pusieron en camino para trabajar por el Nombre, sin aceptar nada de los paganos. Por eso debemos sostener nosotros a hombres como éstos, para hacernos colaboradores de la verdad.

Escribí unas letras a la Iglesia, pero Diótrefes, con su afán de dominar, no nos acepta. En vista de eso, cuando vaya por ahí, sacaré a relucir lo que está haciendo con esas palabras maliciosas que nos echa. Y, no contento con eso, tampoco acepta a los hermanos, y a los que quieren aceptarlos se lo impide y los expulsa de la Iglesia.

Querido amigo, no imites lo malo, sino lo bueno; quien hace el bien es de Dios, quien hace el mal no ha visto a Dios. Todos recomiendan a Demetrio, y esto responde a la verdad; también nosotros lo recomendamos, y sabes que nuestro testimonio es verdadero.

Tendría mucho que decirte, pero no quiero hacerlo con tinta y pluma. Espero verte pronto y hablar cara a cara. La paz esté contigo. Te saludan los amigos. Saluda tú a los amigos, uno por uno.

Responsorio: 3a Juan 11; 1a Pedro 2, 19.

R. No imites lo malo, sino lo bueno; * Quien hace el bien es de Dios. Aleluya.

V. Es cosa hermosa si, por la experiencia que cada uno tiene de Dios, soporta que lo maltraten injustamente. * Quien hace el bien es de Dios. Aleluya.

Segunda lectura:
Anónimo: De un autor africano del siglo VI: Sermón 8, 1-3.

La unidad de la Iglesia habla en todos los idiomas.

Hablaron en todas las lenguas. Así quiso Dios dar a entender la presencia del Espíritu Santo: haciendo que hablara en todas las lenguas quien le hubiese recibido. Debemos pensar, queridos hermanos, que éste es el Espíritu Santo por cuyo medio se difunde la caridad en nuestros corazones.

La caridad había de reunir a la Iglesia de Dios en todo el orbe de la tierra. Por eso, así como entonces un solo hombre, habiendo recibido el Espíritu Santo, podía hablar en todas las lenguas, así también ahora es la unidad misma de la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, la que habla en todos los idiomas.

Por tanto, si alguien dijera a uno de vosotros: «Si has recibido el Espíritu Santo, ¿por qué no hablas en todos los idiomas?», deberás responderle: «Es cierto que hablo todos los idiomas, porque estoy en el cuerpo de Cristo, es decir en la Iglesia, que los habla todos. ¿Pues qué otra cosa quiso dar a entender Dios por medio de la presencia del Espíritu Santo, sino que su Iglesia hablaría en todas las lenguas?».

Se ha cumplido así lo prometido por el Señor: Nadie echa vino nuevo en odres viejos. A vino nuevo, odres nuevos, y así se conservan ambos.

Con razón, pues, empezaron algunos a decir cuando oían hablar en todas las lenguas: Están bebidos. Se habían convertido ya en odres nuevos, renovados por la gracia de la santidad. De este modo, ebrios del nuevo vino del Espíritu Santo, podrían hablar fervientemente en todos los idiomas, y anunciar de antemano, con aquel maravilloso milagro, la propagación de la Iglesia católica por todos los pueblos y lenguas.

Celebrad, pues, este día como miembros que sois de la unidad del cuerpo de Cristo. No lo celebraréis en vano si sois efectivamente lo que estáis celebrando: miembros de aquella Iglesia que el Señor, al llenarla del Espíritu Santo, reconoce como suya a medida que se va esparciendo por el mundo, y por la que es a su vez reconocido. Como esposo no perdió a su propia esposa, ni nadie pudo substituírsela por otra.

Y a vosotros, que procedéis de todos los pueblos y que sois la Iglesia de Cristo, los miembros de Cristo, el cuerpo de Cristo, os dice el Apóstol: Sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Notad cómo en el mismo momento nos mandó que nos soportáramos unos a otros y nos amásemos, y puso de manifiesto el vínculo de la paz al referirse a la esperanza de la unidad. Ésta es la casa de Dios levantada con piedras vivas, en la que se complace en habitar un padre de familia como éste, y cuyos ojos no debe jamás ofender la ruina de la división.

Responsorio: Cf. Hechos Apóstoles 15, 8. 9; 11, 18.

R. Dios, que penetra los corazones, ha dado a los gentiles el Espíritu Santo igual que a nosotros. * No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. Aleluya.

V. También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida. * No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. Aleluya.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, a los que hemos celebrado las fiestas de Pascua, conservarlas, por tu gracia, en las costumbres y en la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.



DOMINGO DE PENTECOSTÉS.

Himno:

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras! Amén.

Salmodia:

Antífona 1: El Espíritu sopla donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Aleluya.

Salmo 103.
Himno al Dios creador.

El que es de Cristo es una criatura nueva;
lo antiguo ha pasado,
lo nuevo ha comenzado. (2 Co 5, 17)

I

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Espíritu sopla donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Aleluya.

Antífona 2: De repente, resonó un ruido del cielo, como de un viento recio. Aleluya.

II

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche,
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: De repente, resonó un ruido del cielo, como de un viento recio. Aleluya.

Antífona 3: Envía tu Espíritu, y repuebla la faz de la tierra. Aleluya.

III

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Envía tu Espíritu, y repuebla la faz de la tierra. Aleluya.

V. El Espíritu del Señor llena la tierra. Aleluya.

R. Y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido. Aleluya.

Primera lectura: Carta a los Romanos 8, 5-27.

Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.

Hermanos: Los que viven según la carne desean las cosas de la carne; en cambio, los que viven según el Espíritu, desean las cosas del Espíritu. El deseo de la carne es muerte; en cambio el deseo del Espíritu, vida y paz. Por ello, el deseo de la carne es hostil a Dios, pues no se somete a la ley de Dios; ni puede someterse. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios.

Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.

Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no sólo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.

Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Responsorio: Gálatas 3, 26; 4, 6; 2a Timoteo 1, 7.

R. Como sois hijos por la fe en Cristo Jesús, * Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre». Aleluya.

V. Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. * Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! Padre». Aleluya.

Segunda lectura:
San Ireneo: Tratado contra las herejías: Libro 3, 17, 1-3.

El envío del Espíritu Santo.

El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios.

Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.

Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.

Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto.

Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.

El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quien nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses.

Responsorio: Cf. Hechos Apóstoles 2, 1-2.

R. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, resonó un ruido del cielo, * Como de un viento recio, y llenó toda la casa. Aleluya.

V. Estaban los discípulos en una casa y, de repente, vino sobre ellos un ruido del cielo. * Como de un viento recio, y llenó toda la casa. Aleluya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor Jesucristo.


HIMNOS durante el día: -1--2--3--4--5-

I

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza,
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?».
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada;

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua».

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana,
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya.

II

¡Alegría!, ¡alegría!, ¡alegría!

La muerte, en huida,
ya va malherida.
Los sepulcros se quedan desiertos.
Decid a los muertos:
«¡Renace la Vida,
y la muerte ya va de vencida!».

Quien le lloró muerto
lo encontró en el huerto,
hortelano de rosas y olivos.
Decid a los vivos:
«¡Viole jardinero
quien le viera colgar del madero!».

Las puertas selladas
hoy son derribadas.
En el cielo se canta victoria.
Gritadle a la gloria
que hoy son asaltadas
por el hombre sus «muchas moradas».

III

La noche y el alba, con su estrella fiel,
se gozan con Cristo, Señor de Israel,
con Cristo aliviado en el amanecer.

La vida y la muerte luchándose están.
Oh, qué maravilla de juego mortal,
Cristo, qué buen capitán.

En él se redime todo pecado,
el árbol caído devuelve su flor,
oh santa mañana de resurrección.

Qué gozo de tierra, de aire y de mar,
qué muerte, qué vida, qué fiel despertar,
qué gran romería de la cristiandad. Amén.

IV

Cristo, alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!

En el día primero,
tu resurrección alegraba
el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas,
porque participaban de tu gloria.

La mañana celebra
tu resurrección y se alegra
con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.

En la clara mañana,
tu sagrada luz se difunde
como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia.

V

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con Él!
¡Aleluya, aleluya!

Muerte y Vida lucharon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!

Es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!

Cristo es nuestra esperanza,
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!

Vivamos vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!

¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con Él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.

HIMNOS para la tarde: -1--2--3--4--5-

I

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
canta un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la cruz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
Dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada. La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada. ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor.

II

Quédate con nosotros,
la tarde está cayendo.


¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

III

Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo,
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro,
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.

IV

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos,
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas!

V

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo.
La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.
Antes del día,
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.
La fe velando,
para verte de noche
resucitando. Amén.

HIMNOS para después de la Ascensión: -1--2--3-

I

¡El mundo brilla de alegría!
¡Se renueva la faz de la tierra!
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.

Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas,
y levanta testigos en el pueblo
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.

Llama profunda
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.

II

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!;
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores,
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras! Amén.

III

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.






















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