SEMANAS 1ª a 9ª

Lecturas «Oficio de Lecturas»:

TIEMPO ORDINARIO:

SEMANAS 1a a 9a.


1a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Lunes, 1a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Eclesiástico 1, 1-20.

El misterio de la sabiduría divina.

Toda sabiduría viene del Señor y está con él por siempre. La arena de los mares, las gotas de la lluvia y los días del mundo, ¿quién los contará? La altura de los cielos, la anchura de la tierra y la profundidad del abismo, ¿quién las escrutará? Antes que todo fue creada la sabiduría, y la inteligencia prudente desde la eternidad. La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas y sus canales son mandamientos eternos.

La raíz de la sabiduría, ¿a quién fue revelada? y sus recursos, ¿quién los conoció? La ciencia de la sabiduría, ¿a quién fue revelada? y su mucha experiencia, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo: el que está sentado en su trono.

El Señor mismo creó la sabiduría, la vio, la midió y la derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y se la regaló a quienes lo aman. El amor del Señor es sabiduría digna de honor; a los que se revela, se la distribuye para que lo vean.

El temor del Señor es gloria y honor, alegría y corona de júbilo. El temor del Señor deleita el corazón, da alegría, gozo y larga vida. El temor del Señor es un don del Señor, pues se asienta sobre los caminos del amor. El que teme al Señor tendrá un buen final y el día de su muerte será bendecido.

El comienzo de la sabiduría es temer al Señor; fue creada con los fieles en el seno materno. Entre los humanos estableció su asiento eterno, y con su descendencia se mantendrá fiel. Plenitud de la sabiduría es temer al Señor; embriaga a sus fieles con sus frutos. Les llena de tesoros toda la casa y de sus productos los graneros.

Corona de la sabiduría es el temor del Señor; ella hace florecer la paz y la buena salud. Ambas son dones del Señor para la paz, extienden la gloria a los que lo aman. Dios vio y midió la sabiduría, hizo llover ciencia e inteligencia y exaltó la gloria de los que la poseen. Raíz de la sabiduría es temer al Señor, sus ramas son larga vida.

Responsorio: Eclesiástico 1. 6. 10. 1. 9.

R. La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló? El Altísimo la repartió entre los vivientes, * Se la regaló a los que lo temen.

V. Toda sabiduría viene de Dios, el Señor en persona la creó. * Se la regaló a los que lo temen.

Segunda lectura:
San Clemente I: Corintios 59, 2 – 60, 4; 61, 3.

El Verbo de Dios, fuente de sabiduría celestial.

No cesamos de pedir y de rogar para que el Artífice de todas las cosas conserve íntegro en todo el mundo el número de sus elegidos, por mediación de su amado siervo Jesucristo, por quien nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de la gloria de su nombre.

Haz que esperemos en tu nombre, tú que eres el origen de todo lo creado; abre los ojos de nuestro corazón, para que te conozcamos a ti, el solo altísimo en las alturas, el santo que reposa entre los santos; que terminas con la soberbia de los insolentes, que deshaces los planes de las naciones, que ensalzas a los humildes y humillas a los soberbios, que das la pobreza y la riqueza, que das la muerte, la salvación y la vida, el solo bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; que sondeas los abismos, que ves todas nuestras acciones, que eres ayuda de los que están en peligro, que eres salvador de los desesperados, que has creado todo ser viviente y velas sobre ellos; tú que multiplicas las naciones sobre la tierra y eliges de entre ellas a los que te aman por Jesucristo, tu Hijo amado, por quien nos has instruido, santificado y honrado.

Te pedimos, Señor, que seas nuestra ayuda y defensa. Libra a aquellos de entre nosotros que se hallan en tribulación, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, socorre a los necesitados, cura a los enfermos, haz volver a los miembros de tu pueblo que se han desviado; da alimento a los que padecen hambre, libertad a nuestros cautivos, fortaleza a los débiles, consuelo a los pusilánimes; que todos los pueblos de la tierra sepan que tú eres Dios y no hay otro, y que Jesucristo es tu siervo, y que nosotros somos tu pueblo, el rebaño que tú guías.

Tú has dado a conocer la ordenación perenne del mundo, por medio de las fuerzas que obran en él; tú, Señor, pusiste los cimientos de la tierra, tú eres fiel por todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable por tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación y providente en el gobierno de las cosas creadas, bueno en estos dones visibles, y fiel para los que en ti confían, benigno y misericordioso; perdona nuestras iniquidades e injusticias, nuestros pecados y delitos.

No tomes en cuenta todos los pecados de tus siervos y siervas, antes purifícanos en tu verdad y asegura nuestros pasos, para que caminemos en la piedad, la justicia y la rectitud de corazón, y hagamos lo que es bueno y aceptable ante ti y ante los que nos gobiernan.

Más aún, Señor, ilumina tu rostro sobre nosotros, para que gocemos del bienestar en la paz, para que seamos protegidos con tu mano poderosa, y tu brazo extendido nos libre de todo pecado y de todos los que nos aborrecen sin motivo.

Da la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes del mundo, como la diste a nuestros padres, que piadosamente te invocaron con fe y con verdad. A ti, el único que puedes concedernos estos bienes y muchos más, te ofrecemos nuestra alabanza por Jesucristo, pontífice y abogado de nuestras almas, por quien sea a ti la gloria y la majestad, ahora y por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Salmo 76, 14-16.

R. ¿Qué Dios es grande como nuestro Dios? * Tú, oh Dios, haces maravillas.

V. Mostraste tu poder a los pueblos, con tu brazo rescataste a tu pueblo. * Tú, oh Dios, haces maravillas.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 1a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Eclesiástico 11, 12-28.

Confiar en Dios solamente.

Hay quien es débil y necesita ayuda, carece de bienes y le sobra pobreza, pero el Señor lo mira con benevolencia, lo rescata de su humillación, le hace levantar la cabeza y muchos se asombran al verlo.

Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza vienen del Señor. La sabiduría, la ciencia y el conocimiento de la ley vienen del Señor, el amor y la buena conducta son de él; la insensatez y la oscuridad han sido creadas para los pecadores; los que se complacen en el mal, envejecerán en él. El don del Señor permanece con los piadosos, y su benevolencia los guiará siempre hacia el éxito. Hay quien se hace rico a fuerza de trabajar y ahorrar, y ésta es la parte de su recompensa: cuando dice: «Ahora ya puedo descansar y disfrutar de todos mis bienes», no sabe cuánto tiempo pasará, hasta que tenga que dejarlo todo a otros y muera. Sé fiel en tu deber y dedícate a él, y envejece en tu tarea. No admires las obras del pecador, mas confía en el Señor y sé constante en tu esfuerzo, porque es cosa fácil para el Señor enriquecer al pobre de repente, en un instante. La bendición del Señor es la recompensa del piadoso, en un instante hace florecer su generosidad.

No digas: «¿Qué necesito?, o ¿qué bienes podría conseguir todavía?». No digas: «Ya tengo bastante, ¿qué mal puede sucederme ahora?». En día de bienes, se olvidan los males, en día de males, se olvidan los bienes; porque es fácil para el Señor, en el día de la muerte, pagar a cada uno según su conducta. El mal momentáneo hace olvidar el gozo, pero cuando el hombre se acerca al fin se descubren sus obras. Antes de la muerte no felicites a nadie, porque sólo en su final se conoce a la persona.

Responsorio: Eclesiástico 11, 19; Lucas 12, 17. 18.

R. Cuando el rico dice: «Ahora puedo descansar, ahora comeré de mis pensiones», * No sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.

V. El hombre rico echa sus cálculos: «Derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano». * No sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Regla monástica mayor, Respuesta 2, 1.

Tenemos depositada en nosotros una fuerza que nos capacita para amar.

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por esto, nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos, en primer lugar, que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.

Responsorio: Salmo 17, 2-3.

R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; * Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

V. Dios mío, peña mía, mi fuerza salvadora. * Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 1a semana.

V. Todos admiraban las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Eclesiástico 24, 1-23.

La sabiduría en la creación y en la historia de Israel.

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso.

«Yo salí de la boca del Altísimo, y como niebla cubrí la tierra. Puse mi tienda en las alturas, y mi trono era una columna de nube. Sola recorrí la bóveda del cielo y me paseé por la profundidad del abismo. Goberné sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todos los pueblos y naciones. En todos ellos busqué un lugar de descanso y una heredad donde establecerme.

Entonces el Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”.

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

Crecí como cedro del Líbano, como ciprés de las montañas del Hermón. Crecí como palmera de Engadí, como plantel de rosas de Jericó, como gallardo olivo en la llanura, como plátano crecí. Como cinamomo y aspálato di perfume, como mirra exquisita derramé aroma, como gálbano y ónice y estacte, como nube de incienso en la Tienda.

Como terebinto extendí mis ramas, un ramaje de gloria y de gracia. Como vid lozana retoñé, y mis flores son frutos bellos y abundantes. Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza, me doy a todos mis hijos, escogidos por él desde la eternidad.

Venid a mí los que me deseáis, y saciaos de mis frutos. Pues mi recuerdo es más dulce que la miel, y mi heredad más dulce que los panales. Los que me comen todavía tendrán hambre, y los que me beben todavía tendrán sed. Quien me obedece no pasará vergüenza, y los que se ocupan de mí no pecarán».

Todo esto es el libro de la alianza del Dios altísimo, la ley que nos prescribió Moisés como herencia para las asambleas de Jacob.

Responsorio: Juan 14, 6; Eclesiástico 24, 9.

R. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. * Nadie va al Padre, sino por mí.

V. Desde el principio, antes de los siglos, fui creada yo, la sabiduría, y no cesaré jamás. * Nadie va al Padre, sino por mí.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías, Libro 4, 6, 3. 5. 6. 7.

El Padre es conocido por la manifestación del Hijo.

Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo es quien cumple este beneplácito del Padre; el Padre, en efecto, envía, mientras que el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, aunque invisible e inconmensurable por lo que a nosotros respecta, es conocido por su Verbo, y, aunque inexplicable, el mismo Verbo nos lo ha expresado. Recíprocamente, sólo el Padre conoce a su Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y, por esto, el Hijo nos revela el conocimiento del Padre por la manifestación de sí mismo, ya que el Padre es conocido por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.

Para esto el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de él, y para que todos los que creyesen en él mereciesen ser recibidos en la incorrupción y en el lugar del eterno consuelo (porque creer en él es hacer su voluntad).

Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada, al Artífice que la ha modelado y, a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado. Sobre esto hablan todos de manera semejante, pero no todos creen de manera semejante. También el Verbo se anunciaba a sí mismo y al Padre a través de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo oyó de manera semejante, pero no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se mostró a sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos creyeron por igual en él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían al Padre era el Hijo.

El Hijo, pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a perfección todas las cosas desde el principio hasta el fin, y sin él nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del Padre y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido decía el Señor: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Las palabras se lo quiera revelar no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo en la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere el Padre. Y, por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en él.

Responsorio: Juan 1, 18; Mateo 11, 27.

R. A Dios nadie lo ha visto jamás: * El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

V. Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. * El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 1a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Eclesiástico 42, 15 – 43, 12.

La gloria de Dios en la creación.

Voy a recordar las obras del Señor, voy a contar lo que he visto. Por la palabra del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad.

El sol radiante todo lo contempla, de la gloria del Señor está llena su obra. Ni siquiera los santos del Señor son capaces de contar todas las maravillas que el Señor omnipotente ha establecido firmemente, para que el universo subsista ante su gloria.

Él sondea el abismo y el corazón, y penetra todos sus secretos. Pues el Altísimo conoce toda la ciencia y escruta las señales de los tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas ocultas. No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta.

Puso en orden las grandezas de su sabiduría, porque él existe desde siempre y por siempre; nada se le puede añadir ni quitar, y no necesita de consejero alguno. ¡Qué deseables son todas sus obras! Y lo que contemplamos es apenas un destello.

Todas viven y permanecen eternamente, y le obedecen en cualquier circunstancia. Todas las cosas son de dos en dos, una frente a otra, no ha creado nada imperfecto. Una cosa confirma la excelencia de otra, ¿quién puede cansarse de contemplar su gloria?

Orgullo de las alturas es el firmamento límpido, espectáculo celeste en una visión espléndida.

El sol proclama cuando sale: «¡Qué admirable es la obra del Altísimo!». Al mediodía reseca la tierra, ¿quién puede resistir ante su calor? Para los trabajos de forja se atiza el horno, pero tres veces más abrasa el sol las montañas; emite vapores ardientes, ciega los ojos con el resplandor de sus rayos. Grande es el Señor que lo ha creado, y su palabra acelera su carrera.

Lo mismo ocurre con la luna: es siempre puntual en sus fases, para marcar los tiempos, señal eterna. La luna es quien señala las fiestas, astro que mengua después del plenilunio. De ella reciben los meses su nombre; ella crece maravillosamente cuando cambia, como estandarte del ejército celeste que brilla en el firmamento del cielo.

Belleza del cielo es el resplandor de las estrellas, radiante ornamento en las alturas del Señor. Se mantienen fijas según la palabra del Señor, y no abandonan su puesto de guardia.

Mira el arco iris y bendice a su Hacedor, ¡qué bello en su esplendor! Rodea el cielo con un arco de gloria, lo han tendido las manos del Altísimo.

Responsorio: Apocalipsis 4, 11; cf. Ester 13, 10-11.

R. Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, * Porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

V. Tú creaste todas las cosas, el cielo y la tierra y todas las maravillas que hay bajo el cielo, y eres Señor de todo. * Porque tú has creado el universo; porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Segunda lectura:
San Atanasio: Sermón contra los gentiles 40-42.

El Verbo del Padre embellece, ordena y contiene todas las cosas.

El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a todo lo creado, como óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro Señor y salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo conveniente, según a él le parece adecuado. Nadie, ciertamente, negará el orden que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios quien así lo ha querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no habría motivo alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario, el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de Dios.

Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios, que procede del Dios bueno, del Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las cosas creadas, y que es el Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya providencia ilumina todo el mundo presente, por él creado. Él, que es el Verbo bueno del Padre bueno, dispuso con orden todas las cosas, uniendo armónicamente lo que era entre sí contrario. Él, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene todas las cosas.

Aquel, por tanto, que por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas no quiso que se movieran y actuaran por sí mismas, no fuera a ser que volvieran a la nada, sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno, providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto que participa de la verdadera existencia del Verbo del Padre y es secundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera conservada por el Verbo, el cual es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; por él y en él se mantiene todo, lo visible y lo invisible, y él es la cabeza de la Iglesia, como nos lo enseñan los ministros de la verdad en las sagradas Escrituras.

Este Verbo del Padre, omnipotente y santísimo, lo penetra todo y despliega en todas partes su virtualidad, iluminando así lo visible y lo invisible; mantiene él unidas en sí mismo todas las cosas, y a todas las incluye en sí, de tal manera, que nada queda privado de la influencia de su acción, sino que a todas las cosas y a través de ellas, a cada una en particular y a todas en general, es él quien les otorga y conserva la vida.

Responsorio: Cf. Proverbios 8, 22-30.

R. Al principio, antes de que Dios comenzara la tierra, antes de los abismos, antes de los manantiales de las aguas, * Cuando todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas, me engendró el Señor.

V. Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo junto a él, como aprendiz. * Cuando todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas, me engendró el Señor.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 1a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Eclesiástico 43, 13-33.

La gloria de Dios en la creación.

Con una orden suya hace caer la nieve, con su decreto fulmina los rayos. Por eso se abren sus depósitos, y las nubes vuelan como pájaros. Con su grandeza condensa las nubes, y se desmenuzan las piedras de granizo. El estallido de su trueno estremece la tierra, a su vista se tambalean las montañas.

Cuando quiere, sopla el ábrego, el huracán del Norte y los ciclones. Como bandada de pájaros esparce la nieve, que se posa en el suelo como plaga de langostas. La belleza de su blancura deslumbra los ojos, y al verla caer el corazón se extasía. Como sal él derrama la escarcha sobre la tierra, y al helarse forma pinchos espinosos.

El viento frío sopla del Norte, y el agua se convierte en hielo; se posa sobre las superficies acuosas, y las reviste como de una coraza. Devora los montes, quema el desierto, y como el fuego consume cuanto verdea. Como remedio de todo llega la niebla imprevista, y el rocío, tras el calor, trae de nuevo la alegría.

Con su palabra somete al océano, y en medio de él planta las islas. Los que surcan el mar hablan de sus peligros, y nosotros nos maravillamos de lo que cuentan. Allí hay criaturas raras y maravillosas, toda clase de animales y monstruos marinos. Gracias a Dios su mensajero tiene éxito, y gracias a su palabra todo está en su sitio.

Podríamos decir mucho más y nunca acabaríamos; mi conclusión es ésta: «Él lo es todo». ¿Dónde hallar fuerza para glorificarlo? ¡Él es más grande que todas sus obras! Temible es el Señor, inmensamente grande, admirable es su poder.

Ensalzad al Señor con vuestra alabanza, todo cuanto podáis, que él siempre os superará; y, al ensalzarlo, redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis.

¿Quién lo ha visto para poder describirlo? ¿Quién puede glorificarlo dignamente? Aún quedan misterios mucho más grandes: tan sólo hemos visto algo de sus obras. Porque el Señor lo ha hecho todo, y a los piadosos les ha dado la sabiduría.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 43, 27. 28.

R. Ensalzando a Dios, aunque mucho digamos, nunca acabaremos. * La última palabra: «Él lo es todo».

V. Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras. * La última palabra: «Él lo es todo».

Segunda lectura:
San Atanasio: Sermón contra los gentiles 42-43.

Todo, por el Verbo, compone una armonía verdaderamente divina.

Ninguna cosa de las que existen o son hechas empezó a ser sino en él y por él, como nos enseña el evangelista teólogo, cuando dice: En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada.

Así como el músico, con la lira bien templada, ejecuta una armonía, combinando con los recursos del arte los sonidos graves con los agudos y los intermedios, así también la Sabiduría de Dios, teniendo en sus manos el universo como una lira, une las cosas de la atmósfera con las de la tierra, y las del cielo con las de la atmósfera y las asocia todas unas con otras, gobernándolas con su voluntad y beneplácito. De este modo, produce un mundo unificado, hermosa y armoniosamente ordenado, sin que por ello el Verbo de Dios deje de permanecer inmutable junto al Padre, mientras pone en movimiento todas las cosas, según le place al Padre, con la invariabilidad de su naturaleza. Todo, en definitiva, vive y se mantiene, por donación suya, según su propio ser y, por él, compone una armonía admirable y verdaderamente divina.

Tratemos de explicar esta verdad tan profunda por medio de una imagen: pongamos el ejemplo de un coro numeroso. En un coro compuesto de variedad de personas, de niños, mujeres, hombres maduros y adolescentes, cada uno, bajo la batuta del director, canta según su naturaleza y sus facultades: el hombre con voz de hombre, el niño con voz de niño, la mujer con voz de mujer, el adolescente con voz de adolescente, y, sin embargo, de todo el conjunto resulta una armonía. Otro ejemplo: nuestra alma pone simultáneamente en movimiento todos nuestros sentidos, cada uno según su actividad específica, y así, en presencia de algún estímulo exterior, todos a la vez se ponen en movimiento: el ojo ve, el oído oye, la mano toca, el olfato huele, el gusto gusta, y también sucede con frecuencia que actúan los demás miembros corporales, por ejemplo, los pies se ponen a andar. De manera semejante acontece en la creación en general. Ciertamente, los ejemplos aducidos no alcanzan a dar una idea adecuada de la realidad, y por esto es necesaria una más profunda comprensión de la verdad que quieren ilustrar.

Es decir, que todas las cosas son gobernadas a un solo mandato del Verbo de Dios, de manera que, ejerciendo cada ser su propia actividad, del conjunto resulta un orden perfecto.

Responsorio: Tobías 12, 6. 18. 20.

R. Bendecid al Dios del cielo y alabadlo ante todos los vivientes, * Porque ha sido misericordioso con nosotros.

V. Bendecid al Señor, cantadle, proclamad sus maravillas. * Porque ha sido misericordioso con nosotros.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 1a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Eclesiástico 44, 1-2. 16 – 45, 5.

Elogio de los antepasados: desde Henoc hasta Moisés.

Hagamos el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según sus generaciones. Grandes glorias exhibió el Señor, desde siempre ha mostrado su grandeza.

Henoc agradó al Señor y fue arrebatado, ejemplo de conversión para todas las generaciones.

Noé fue hallado íntegro y justo, y en el tiempo de la ira hizo posible la reconciliación. Gracias a él un resto supervivió en la tierra, cuando se produjo el diluvio. Con él se pactaron alianzas eternas, para que el diluvio no exterminara a los vivientes.

Abrahán fue padre insigne de una multitud de naciones, y no se halló quien le igualara en su gloria. Guardó la ley del Altísimo y con él estableció una alianza. En su carne selló esta alianza, y en la prueba fue hallado fiel. Por eso Dios le prometió con juramento bendecir a las naciones por su descendencia, multiplicarle como el polvo de la tierra, exaltar su estirpe como las estrellas, y darle una herencia de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra.

A Isaac le aseguró lo mismo, en atención a su padre Abrahán. La bendición de todos los hombres y la alianza las hizo reposar en la cabeza de Jacob; lo confirmó en sus bendiciones y le otorgó la tierra en herencia; la dividió en varias partes y las repartió entre las doce tribus.

Hizo salir de él un hombre de bien que gozó del favor de todos, amado de Dios y de los hombres: Moisés, de bendita memoria. Le dio una gloria como la de los santos, lo hizo poderoso para temor de sus enemigos. Con su palabra puso fin a los prodigios y lo glorificó delante de los reyes; le dio mandamientos para su pueblo y le mostró algo de su gloria. Por su fidelidad y humildad lo santificó, lo eligió de entre todos los vivientes. Le hizo oír su voz y lo introdujo en la negra nube; cara a cara le dio los mandamientos, la ley de vida y de conocimiento, para enseñar su alianza a Jacob y sus decretos a Israel.

Responsorio: Deuteronomio 6, 3; 7, 9; 6, 5.

R. Escucha, Israel, y pon por obra lo que el Señor te manda. * Así sabrás que él es el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman.

V. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. * Así sabrás que él es el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman.

Segunda lectura:
San Clemente I: Corintios 31-33.

Por la fe, Dios justificó a todos desde el principio.

Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el principio. ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abrahán la bendición? ¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel.

El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y, en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo. Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sino por beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o inteligencia ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el principio; a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de obras buenas. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. Él, en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos, los embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros.

Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó al más excelente de todos los seres vivos y al más elevado por la dignidad de su inteligencia, el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las bendijo, diciendo: Creced, multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien.

Responsorio: Cf. Daniel 9, 4; Romanos 8, 28.

R. El Señor es un Dios fuerte y fiel, que guarda la alianza y es leal con los que lo aman * Y cumplen sus mandamientos.

V. A los que aman a Dios todo les sirve para el bien. * Y cumplen sus mandamientos.

Oración:

Te pedimos, Señor, que atiendas con tu bondad los deseos del pueblo que te suplica, para que vea lo que tiene que hacer y reciba la fuerza necesaria para cumplirlo. Por nuestro Señor Jesucristo.



2a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 2a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Deuteronomio 1, 1. 6-18.

Últimas exhortaciones de Moisés en Moab.

Éstas son las palabras que Moisés dijo a todo Israel, al otro lado del Jordán, en el desierto, en la Arabá, frente a Suf, entre Farán y Tofel, Labán, Jaserot y Dizahab.

«El Señor nuestro Dios nos dijo en el Horeb:

“Ya habéis pasado bastante tiempo en esta montaña. Poneos en marcha y dirigíos a la montaña de los amorreos y a todos los pueblos vecinos de la Arabá, a la montaña, a la Sefelá, al Negueb y a la costa —el territorio cananeo—, al Líbano y hasta el Río Grande, el Éufrates. Mirad: yo os entrego esa tierra; id y tomad posesión de la tierra que el Señor juró dar a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus descendientes”.

Entonces yo os dije:

“Yo solo no puedo cargar con vosotros. El Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois tan numerosos como las estrellas del cielo. Que el Señor, Dios de vuestros antepasados, os haga crecer mil veces más y os bendiga, como os prometió. Pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestras cargas, vuestros asuntos y vuestros pleitos? Elegid entre vuestras tribus hombres sabios, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes vuestros”.

Y me contestasteis:

“Está bien lo que nos propones”.

Entonces tomé de los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y expertos, y los constituí jefes vuestros: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, y oficiales para vuestras tribus. Y di esta orden a vuestros jueces:

“Escuchad a vuestros hermanos y juzgad con justicia las causas que surjan entre vuestros hermanos o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia, oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado difícil, pasádmela, y yo la resolveré”.

En aquella circunstancia os mandé todo lo que teníais que hacer».

Responsorio: Deuteronomio 10, 17; 1, 17.

R. El Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses, Dios grande, fuerte y terrible; * No es parcial ni acepta soborno.

V. Oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la sentencia es de Dios. * No es parcial ni acepta soborno.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Efesios 2, 2 – 5, 2.

En la concordia de la unidad.

Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seáis en todo santificados.

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad. Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual, ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de cada uno en particular, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

Responsorio: Efesios 4, 1. 3-4.

R. Os ruego por el Señor que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. * Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

V. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. * Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Himno TE DEUM.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 2a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Deuteronomio 4, 1-8. 32-40.

Discurso de Moisés al pueblo.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Vuestros ojos han visto lo que el Señor hizo en Baal Peor: el Señor, tu Dios, exterminó de en medio de ti a todos los que se fueron detrás de Baal Peor. En cambio, vosotros, que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos con vida.

Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.

Observadlos y cumplidlos, pues ésa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”. Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?

Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra; pregunta desde un extremo al otro del cielo, ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante? ¿Escuchó algún pueblo, como tú has escuchado, la voz de Dios, hablando desde el fuego, y ha sobrevivido? ¿Intentó jamás algún dios venir a escogerse una nación entre las otras mediante pruebas, signos, prodigios y guerra y con mano fuerte y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizo el Señor, vuestro Dios, con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te han permitido verlo, para que sepas que el Señor es el único Dios y no hay otro fuera de él.

Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte y en la tierra te mostró su gran fuego, y de en medio del fuego oíste sus palabras. Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, él mismo te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a naciones más grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad; como ocurre hoy.

Así pues, reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Observa los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».

Responsorio: Deuteronomio 4, 1; 31, 19. 20; Salmo 80, 9.

R. Escucha, Israel, los mandatos del Señor y escríbelos en tu corazón como en un libro; * Y te daré una tierra que mana leche y miel.

V. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases, Israel! * Y te daré una tierra que mana leche y miel.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Efesios 13 – 18, 1.

Tened fe y caridad para con Cristo.

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo demás que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce al árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin.

Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras. El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.

No os llaméis a engaño, hermanos míos. Los que perturban las familias no heredarán el reino de Dios. Ahora bien, si los que así perturban el orden material son reos de muerte, ¿cuánto más los que corrompen con sus falsas enseñanzas la fe que proviene de Dios, por la cual fue crucificado Jesucristo? Estos tales, manchados por su iniquidad, irán al fuego inextinguible, como también los que les hacen caso.

Para esto, el Señor recibió el ungüento en su cabeza, para infundir en la Iglesia la incorrupción. No os unjáis con el repugnante olor de las enseñanzas del príncipe de este mundo, no sea que os lleve cautivos y os aparte de la vida que tenemos prometida. ¿Por qué no somos todos prudentes, si hemos recibido el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué nos perdemos neciamente, no reconociendo el don que en verdad nos ha enviado el Señor?

Mi espíritu es el sacrificio expiatorio de la cruz, la cual para los incrédulos es motivo de escándalo, mas para nosotros es la salvación y la vida eterna.

Responsorio: Colosenses 3, 17; 1a Corintios 10, 31.

R. Todo lo que de palabra o de obra realicéis, * Sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

V. Hacedlo todo para gloria de Dios. * Sea todo en nombre del Señor Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 2a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Deuteronomio 6, 4-25.

La ley del amor.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales.

Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que había de darte, según juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, y comas hasta saciarte, guárdate de olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de la casa de esclavitud. Al Señor, tu Dios, temerás, a él servirás y en su nombre jurarás.

No iréis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos que os rodean. Porque el Señor, tu Dios, que está en medio de ti, es un Dios celoso; no sea que se encienda la ira del Señor, tu Dios, contra ti y te extermine de la superficie de la tierra. No tentaréis al Señor, vuestro Dios, como lo habéis tentado en Masá. Observaréis cabalmente los preceptos del Señor, vuestro Dios, los estatutos y mandatos que te prescribió. Harás lo que es bueno y recto a los ojos del Señor, para que te vaya bien, entres y tomes posesión de la tierra buena, que juró el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos, como te dijo el Señor.

Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: “¿Qué son esos estatutos, mandatos y decretos que os mandó el Señor, nuestro Dios?”, responderás a tu hijo: “Éramos esclavos del faraón en Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte. El Señor hizo signos y prodigios grandes y funestos contra el faraón y toda su corte, ante nuestros ojos. A nosotros nos sacó de allí, para introducirnos y darnos la tierra que prometió con juramento a nuestros padres. Y el Señor nos mandó cumplir todos estos mandatos, temiendo al Señor, nuestro Dios, para que nos vaya siempre bien y sigamos con vida, como hoy. Ésta será nuestra justicia: observar toda esta ley ante el Señor, nuestro Dios, cumpliéndola, como nos ordenó”».

Responsorio: Salmo 18, 8. 9; Romanos 13, 8. 10.

R. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. * La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

V. El que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley; por eso amar es cumplir la ley entera. * La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

Segunda lectura:
San Clemente I: Corintios 49-50.

¿Quién será capaz de explicar el vínculo del amor divino?

El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo que el amor divino establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros.

Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia del amor, porque este amor nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: 1a Juan 4, 16. 7.

R. Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene. * Quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

V. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios. * Quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 2a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Deuteronomio 7, 6-14; 8, 1-6.

Israel, pueblo elegido.

Moisés habló al pueblo diciendo:

«Tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor, tu Dios, te eligió para que seas, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la casa de esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto. Reconoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios; él es el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus preceptos, por mil generaciones. Pero castiga en su propia persona a quien lo odia, acabando con él. No se hace esperar; a quien lo odia, lo castiga en su propia persona. Observa, pues, el precepto, los mandatos y decretos que te mando hoy que cumplas.

Si escucháis estos decretos, los observáis y los cumplís, el Señor, tu Dios, te mantendrá la alianza y el favor que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará. Bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tus tierras, tu trigo, tu mosto y tu aceite, las crías de tus reses y el parto de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres darte. Serás bendito entre todos los pueblos; no habrá estéril ni impotente entre los tuyos ni en tu ganado.

Observaréis cuidadosamente todos los preceptos que yo os mando hoy, para que viváis, os multipliquéis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros padres. Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no.

Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios. Tus vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón, que el Señor, tu Dios, te ha corregido, como un padre corrige a su hijo, para que observes los preceptos del Señor, tu Dios, sigas sus caminos y lo temas».

Responsorio: 1a Juan 4, 10. 16; cf. Isaías 63, 9.

R. Dios nos amó primero y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados; * Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él.

V. El Señor se ha hecho nuestro salvador; él en persona con su amor nos rescató. * Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él.

Segunda lectura:
Vaticano II: Lumen Gentium 2. 16.

Yo salvaré a mi pueblo.

El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, sino que les otorgó siempre los auxilios necesarios para la salvación, en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.

Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue ya prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, fue constituida en los últimos tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal.

Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos.

Y, en primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las promesas, y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección, amadísimo a causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables.

Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando profesar la fe de Abrahán, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.

Este mismo Dios tampoco está lejos de aquellos otros que, entre sombras e imágenes, buscan al Dios desconocido, puesto que es el Señor quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven.

Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de Cristo, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta.

La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre estos hombres es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida.

Responsorio: Efesios 1, 9-10; Colosenses 1, 19-20.

R. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo * Todas las cosas del cielo y de la tierra.

V. En él quiso Dios que residiera toda la plenitud, y por él quiso reconciliar consigo todos los seres. * Todas las cosas del cielo y de la tierra.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 2a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Deuteronomio 9, 7-21. 25-29.

Pecados del pueblo e intercesión de Moisés.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

Recuerda y no olvides que provocaste al Señor, tu Dios, en el desierto: desde el día que saliste de la tierra de Egipto hasta que entrasteis en este lugar habéis sido rebeldes al Señor. En el Horeb provocasteis al Señor, y el Señor se irritó con vosotros y os quiso destruir. Cuando yo subí al monte a recibir las tablas de piedra, las tablas de la alianza que concertó el Señor con vosotros, me quedé en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Luego el Señor me entregó las dos tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios; en ellas estaban todas las palabras que os dijo el Señor en la montaña, desde el fuego, el día de la asamblea.

Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, me entregó el Señor las dos tablas de piedra, las tablas de la alianza, y me dijo el Señor:

“Levántate, baja de aquí enseguida, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han apartado del camino que les mandaste, se han fundido un ídolo”.

El Señor continuó diciéndome:

“He visto que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Déjame destruirlo y borrar su nombre bajo el cielo; de ti haré un pueblo más fuerte y numeroso que él”.

Yo me volví y bajé de la montaña, mientras la montaña ardía; llevaba en las manos las dos tablas de la alianza. Miré y, en efecto, habíais pecado contra el Señor, vuestro Dios, os habíais hecho un becerro de fundición. Pronto os apartasteis del camino que el Señor os había mandado. Entonces agarré las tablas, las arrojé con las dos manos y las estrellé ante vuestros ojos. Luego, me postré ante el Señor cuarenta días y cuarenta noches, como la vez anterior, sin comer pan ni beber agua, pidiendo perdón por el pecado que habíais cometido, haciendo el mal a los ojos del Señor, irritándolo. Porque tenía miedo de que la ira y la cólera del Señor contra vosotros os destruyese. También aquella vez me escuchó el Señor.

Con Aarón se irritó tanto el Señor que quería destruirlo, y entonces tuve que interceder también por Aarón. Después cogí el pecado que os habíais fabricado, el becerro, y lo quemé, lo machaqué, lo trituré hasta pulverizarlo como ceniza, y arrojé la ceniza en el torrente que baja de la montaña.

Me postré ante el Señor, estuve postrado cuarenta días y cuarenta noches, porque el Señor pensaba destruiros. Y supliqué al Señor, diciendo:

“Señor mío, no destruyas a tu pueblo, la heredad que redimiste con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano fuerte. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob, no te fijes en la terquedad de este pueblo, en su crimen y en su pecado, no sea que digan en la tierra de donde nos sacaste: ‘No pudo el Señor introducirlos en la tierra que les había prometido’, o: ‘Los sacó por odio, para matarlos en el desierto’. Son tu pueblo, la heredad que sacaste con tu gran fuerza y con tu brazo extendido”».

Responsorio: Cf. Éxodo 32, 11. 12. 13. 14; 33, 17.

R. Suplicó Moisés al Señor, su Dios, diciendo: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo? Aleja el incendio de tu ira; acuérdate de Abrahán, Isaac y Jacob, a quienes juraste dar una tierra que mana leche y miel». * Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

V. Dijo el Señor a Moisés: «Has obtenido mi favor y te trato personalmente». * Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Segunda lectura:
San Fulgencio de Ruspe: Carta 14, 36-37.

Cristo vive siempre para interceder en nuestro favor.

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo». Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Por él, pues, ofrecemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios. Por esto, nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Por este motivo, decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor Jesucristo».

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se abajó cuando se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo, fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios. Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Pero, al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.

Responsorio: Hebreos 4, 16. 15.

R. Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, * Para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

V. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades. * Para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 2a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Deuteronomio 10, 12 – 11, 9. 26-28.

Es preciso servir a Dios sólo.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Ahora Israel ¿qué te pide el Señor, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, observando los preceptos del Señor y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien? Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita. Mas sólo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.

Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás. Él es tu alabanza y él es tu Dios, que hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo.

Amarás al Señor, tu Dios; observarás siempre sus órdenes, sus mandatos, sus decretos y sus preceptos. Sabedlo hoy: no se trata de vuestros hijos, que ni entienden ni han visto la ley de vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su brazo extendido, los signos y hazañas que hizo en medio de Egipto contra el faraón, rey de Egipto, y contra todo su territorio; lo que hizo al ejército egipcio, a sus carros y caballos: precipitó sobre ellos las aguas del mar Rojo cuando os perseguían y acabó con ellos el Señor, hasta el día de hoy; lo que hizo con vosotros en el desierto, hasta que llegasteis a este lugar; lo que hizo con Datán y Abirón, hijos de Eliab, hijo de Rubén: la tierra abrió sus fauces y se los tragó con sus familias y tiendas, y con su servidumbre y ganado, en medio de todo Israel; se trata de vosotros, que habéis visto con vuestros ojos las grandes hazañas que hizo el Señor.

Observaréis todo precepto que yo os mando hoy; para que seáis fuertes y entréis y toméis posesión de la tierra adonde vais a entrar para someterla; así se prolonguen vuestros días sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios, prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana leche y miel.

Mira: yo os propongo hoy bendición y maldición: la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os apartáis del camino que yo os mando hoy, yendo en pos de otros dioses que no conocéis».

Responsorio: 1a Juan 4, 19; 5, 3; 2, 5.

R. Amemos a Dios, porque él nos amó primero. En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. * Y sus mandamientos no son pesados.

V. Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. * Y sus mandamientos no son pesados.

Segunda lectura:
Diadoco de Foticé: Cap. sobre la perfección espiritual: caps. 12. 13. 14.

Hay que amar solamente a Dios.

El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad.

Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser, llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.

El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol, si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por vosotros.

Responsorio: Juan 3, 16; 1a Juan 4, 10.

R. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único * Para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

V. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero. * Para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 2a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Deuteronomio 16, 1-17.

Celebración de las fiestas.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Observa el mes de abib celebrando la Pascua del Señor, tu Dios, porque en el mes de abib te sacó de Egipto el Señor, tu Dios. Inmolarás como pascua al Señor tu Dios ganado mayor o ganado menor, en el lugar que elija el Señor, tu Dios, para hacer morar allí su nombre.

En ella no comerás pan fermentado. Durante siete días, comerás ácimos, pan de aflicción, porque apresuradamente saliste de la tierra de Egipto; así recordarás todos los días de tu vida el día de tu salida de la tierra de Egipto. Durante siete días no se ha de ver levadura en todo tu territorio. De la carne inmolada la tarde del primer día no quedará nada para el día siguiente. No podrás sacrificar la pascua en cualquiera de las ciudades que el Señor, tu Dios, va a darte. Sólo en el lugar que elija el Señor, tu Dios, para hacer morar su Nombre. Allí, al atardecer, sacrificarás la pascua, a la caída del sol, hora de tu salida de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar que elija el Señor, tu Dios, y a la mañana siguiente podrás regresar a tus tiendas. Durante seis días, comerás ácimos, y el séptimo habrá asamblea en honor del Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno.

Contarás siete semanas; a partir del día en que metas la hoz en la mies, contarás siete semanas y celebrarás la fiesta de las Semanas en honor del Señor, tu Dios. La oferta voluntaria que hagas será en proporción a lo que te haya bendecido el Señor. Te regocijarás en presencia del Señor, tu Dios, con tu hijo e hija, tu esclavo y esclava, el levita que haya en tus ciudades, el emigrante, el huérfano y la viuda que haya entre los tuyos, en el lugar que elija el Señor, tu Dios, para hacer morar allí su nombre. Te acordarás de que fuiste esclavo en Egipto y observarás y cumplirás estos mandatos.

La fiesta de las Tiendas la celebrarás durante siete días, cuando hayas recogido la cosecha de tu era y tu lagar. Te regocijarás en tu fiesta con tu hijo e hija, tu esclavo y esclava, el levita, el emigrante, el huérfano y la viuda que haya en tus ciudades. Harás fiesta siete días en honor del Señor, tu Dios, en el lugar que elija el Señor; porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido en todas tus cosechas y en todas tus tareas, estarás contento de verdad.

Tres veces al año se presentarán todos los varones al Señor, tu Dios, en el lugar que él elija: por la fiesta de los Ácimos, por la fiesta de las Semanas y por la fiesta de las Tiendas. Y no se presentarán al Señor con las manos vacías. Cada uno ofrecerá su don, según la bendición que te haya dado el Señor, tu Dios.

Responsorio: Deuteronomio 16, 14. 15; Nahum 2, 1.

R. Celebrarás la fiesta con tus hijos e hijas, con los levitas, emigrantes, huérfanos y viudas. * Lo festejarás porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido.

V. Mirad sobre los montes los pies del heraldo que pregona la paz; festeja tu fiesta, Judá. * Lo festejarás porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías: Libro 4, 18, 1-2. 4. 5.

La oblación pura de la Iglesia.

El sacrificio puro y acepto a Dios es la oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que se ofreciera en todo el mundo, no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que ofrece es glorificado él mismo en lo que ofrece, con tal de que sea aceptada su ofrenda. La ofrenda que hacemos al rey es una muestra de honor y de afecto; y el Señor nos recordó que debemos ofrecer nuestras ofrendas con toda sinceridad e inocencia, cuando dijo: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Hay que ofrecer a Dios las primicias de su creación, como dice Moisés: No te presentarás al Señor, tu Dios, con las manos vacías; de este modo, el hombre, hallado grato en aquellas mismas cosas que a él le son gratas, es honrado por parte de Dios.

Y no hemos de pensar que haya sido abolida toda clase de oblación, pues las oblaciones continúan en vigor ahora como antes: el antiguo pueblo de Dios ofrecía sacrificios, y la Iglesia los ofrece también. Lo que ha cambiado es la forma de la oblación, puesto que los que ofrecen no son ya siervos, sino hombres libres. El Señor es uno y el mismo, pero es distinto el carácter de la oblación, según sea ofrecida por siervos o por hombres libres; así la oblación demuestra el grado de libertad. Por lo que se refiere a Dios, nada hay sin sentido, nada que no tenga su significado y su razón de ser. Y, por esto, los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría, aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio.

Es necesario, por tanto, que presentemos nuestra ofrenda a Dios y que le seamos gratos en todo, ofreciéndole, con mente sincera, con fe sin mezcla de engaño, con firme esperanza, con amor ferviente, las primicias de su creación. Esta oblación pura sólo la Iglesia puede ofrecerla a su Hacedor, ofreciéndole con acción de gracias del fruto de su creación.

Le ofrecemos, en efecto, lo que es suyo, significando, con nuestra ofrenda, nuestra unión y mutua comunión, y proclamando nuestra fe en la resurrección de la carne y del espíritu. Pues, del mismo modo que el pan, fruto de la tierra, cuando recibe la invocación divina, deja de ser pan común y corriente y se convierte en eucaristía, compuesta de dos realidades, terrena y celestial, así también nuestros cuerpos, cuando reciben la eucaristía, dejan ya de ser corruptibles, pues tienen la esperanza de la resurrección.

Responsorio: Hebreos 10, 1. 14; Efesios 5, 2.

R. La ley, que presenta sólo una sombra de los bienes definitivos y no la imagen auténtica de la realidad, siempre, con los mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecerlos; * Pero Cristo con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

V. Él nos amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. * Pero Cristo con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede tu paz a nuestros días. Por nuestro Señor Jesucristo.



3a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 3a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: Deuteronomio 18, 1-22.

Los levitas. Los verdaderos y los falsos profetas.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel. Comerán de la heredad del Señor, de sus oblaciones. No tendrá parte en la heredad de sus hermanos: el Señor será su heredad, como le dijo.

Éste será el derecho de los sacerdotes sobre el pueblo, sobre los que sacrifiquen un buey o una oveja: se dará al sacerdote una espalda, las quijadas y el cuajar. Le darás las primicias de tu grano, tu mosto y tu aceite, y las primicias del esquileo de tu rebaño, porque el Señor, tu Dios, los eligió para siempre, a él y a sus hijos, de entre todas las tribus, para oficiar en nombre del Señor.

Si un levita, que reside en cualquier ciudad de Israel, se traslada por voluntad propia al lugar elegido por el Señor, oficiará en nombre del Señor, su Dios, como el resto de sus hermanos levitas que están allí ante el Señor, y comerá una parte lo mismo que los demás, sin considerar sus bienes patrimoniales.

Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no aprendas a imitar las abominaciones de esas naciones; no haya entre los tuyos quien haga pasar a su hijo o su hija por el fuego; ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes; porque el que practica eso es abominable para el Señor. Y, por esas abominaciones, los va a desposeer el Señor, tu Dios, delante de ti. Sé íntegro con el Señor, tu Dios. Esas naciones que tú vas a desposeer escuchan a astrólogos y vaticinadores; pero a ti no te lo permite el Señor, tu Dios.

El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb el día de la asamblea:

“No quiero volver a escuchar la voz del Señor mi Dios, ni quiero ver más ese gran fuego, para no morir”.

El Señor me respondió:

“Está bien lo que han dicho. Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá”.

Y si dices en tu corazón: “¿Cómo reconoceré una palabra que no ha dicho el Señor?”. Cuando un profeta hable en nombre del Señor y no suceda ni se cumpla su palabra, es una palabra que no ha dicho el Señor: ese profeta habla por arrogancia, no le tengas miedo».

Responsorio: Deuteronomio 18, 18; Lucas 20, 13; Juan 6, 14.

R. Suscitaré un profeta, pondré mis palabras en su boca, * Y les dirá lo que yo le mande.

V. Voy a mandar a mi hijo querido. Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. * Y les dirá lo que yo le mande.

Segunda lectura:
Vaticano II: Sacrosanctum Concilium 7-8. 106.

Cristo está presente en su Iglesia.

Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, tanto en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

En verdad, en esta obra tan grande, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno.

Con razón, pues, se considera a la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y realizan, cada uno a su manera, la santificación del hombre; y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.

En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es la acción sagrada por excelencia, cuya eficacia no es igualada, con el mismo título y en el mismo grado, por ninguna otra acción de la Iglesia.

En la liturgia terrena participamos, pregustándola, de aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo, ministro del santuario y de la tienda verdadera, está sentado a la derecha de Dios; con todos los coros celestiales, cantamos en la liturgia el himno de la gloria del Señor; veneramos la memoria de los santos, esperando ser admitidos en su asamblea; aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo, hasta que aparezca él, vida nuestra; entonces también nosotros apareceremos, juntamente con él, en gloria.

La Iglesia, por una tradición apostólica que se remonta al mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía, celebren el memorial de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios, que, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No deben anteponérsele otras solemnidades, a no ser que sean realmente de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico.

Responsorio: San Agustín, Comentario al Salmo 85, 1.

R. Cristo ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. * Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

V. Cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establezcamos separación con el Hijo. * Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

Himno TE DEUM.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Lunes, 3a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: Deuteronomio 24, 1 – 25, 4.

Mandamientos para con el prójimo.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, y le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, y ella sale de la casa, va y se casa con otro, y el segundo también la aborrece, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, o bien muere el segundo marido, el primer marido, que la despidió, no podrá casarse otra vez con ella, porque ha quedado impura; sería una abominación ante el Señor; no eches un pecado sobre la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad.

Si uno es recién casado, no está obligado al servicio militar ni a otros trabajos públicos; quedará libre en su casa durante un año, para disfrutar de la mujer con quien se ha casado.

No tomarás en prenda las dos piedras de un molino, ni siquiera la muela, porque sería tomar en prenda una vida.

Si descubren que uno ha secuestrado a un hermano suyo de los hijos de Israel, para explotarlo o venderlo, el secuestrador morirá. Así extirparás el mal de en medio de ti.

Tened cuidado con las afecciones de la piel, observando y cumpliendo todo lo que os enseñen los sacerdotes levitas. Observad y cumplid lo que yo les he mandado. Recuerda lo que hizo el Señor, tu Dios, a María cuando salisteis de Egipto.

Si haces un préstamo cualquiera a tu hermano, no entres en su casa a recobrar la prenda; espera afuera, y el prestatario saldrá a devolverte la prenda. Y, si es pobre, no te acostarás sobre la prenda; se la devolverás a la caída del sol y así él se acostará sobre su manto y te bendecirá, y tuyo será el mérito ante el Señor, tu Dios.

No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Así no gritará contra ti al Señor y no incurrirás en pecado.

No serán ejecutados los padres por culpas de los hijos, ni los hijos por culpas de los padres; cada uno será ejecutado por su propio pecado. No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que de allí te rescató el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy cumplir esto.

Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda. Acuérdate de que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy cumplir esto.

Cuando dos hombres tengan un pleito, vayan a juicio y los juzguen, absolviendo al inocente y condenando al culpable, si el culpable merece una paliza, el juez lo hará tenderse en tierra, y en su presencia le darán los azotes que merece su delito. Pero sólo le podrán dar hasta cuarenta y no más, no sea que, si se exceden en el número y la paliza resulte excesiva, tu hermano quede infamado a tus ojos.

No le pondrás bozal al buey que trilla».

Responsorio: Cf. Marcos 12, 32-33; Eclesiástico 35, 2-3.

R. Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y que debe ser amado con todo el corazón; * Y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

V. El que da limosna ofrece sacrificio de alabanza; apartarse del mal es agradable a Dios. * Y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Segunda lectura:
Vaticano II: Gaudium et spes 48.

Santidad del matrimonio y de la familia.

El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne, con la íntima unión de personas y de obras se ofrecen mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando, más plenamente cada día, el sentido de su propia unidad.

Esta íntima unión, por ser una donación mutua de dos personas, y el mismo bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su indisoluble unidad.

Cristo, el Señor, bendijo abundantemente este amor multiforme que brota del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el modelo de su unión con la Iglesia.

Pues, así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento del matrimonio. Permanece, además, con ellos para que, así como él amó a su Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo, los esposos, por la mutua entrega, se amen mutuamente con perpetua fidelidad.

El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la obra redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y se vean ayudados y confortados en su sublime papel de padre y madre.

Por eso, los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado, gracias a este sacramento particular; en virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos por el espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda impregnada de fe, esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la glorificación de Dios.

De ahí que, cuando los padres preceden con su ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentran más fácilmente el camino de la bondad, de la salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad y del deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso, deber que les incumbe a ellos principalmente.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la soledad de la vejez.

Responsorio: Efesios 5, 32. 25. 33.

R. Es éste un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. * Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.

V. Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido. * Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Martes, 3a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: Deuteronomio 26, 1-19.

Profesión de fe de los hijos de Abrahán.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad, cuando la tomes en posesión y habites en ella, tomarás una parte de las primicias de todos los frutos que coseches de la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, las meterás en una cesta, irás al lugar que el Señor, tu Dios, haya elegido para morada de su nombre, te presentarás al sacerdote que esté en funciones por aquellos días y le dirás:

“Declaro hoy al Señor, mi Dios, que he entrado en la tierra que el Señor juró a nuestros padres que nos daría”.

El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios:

“Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”.

Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios. Y te regocijarás con el levita y el emigrante que vivan en tu vecindad, por todos los bienes que el Señor, tu Dios, te haya dado, a ti y a tu casa.

Cada tres años, el año del diezmo, cuando termines de separar el diezmo de todas tus cosechas y se lo hayas dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, para que coman hasta saciarse en tus ciudades, dirás ante el Señor, tu Dios:

“He apartado de mi casa lo consagrado; se lo he dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, conforme al precepto que me mandaste. No he quebrantado ni olvidado ningún precepto. No he comido de ello estando de luto, ni lo he apartado estando impuro, ni se lo he ofrecido a un muerto. He escuchado la voz del Señor, mi Dios, he cumplido lo que me mandaste. Mira desde tu santa morada, desde el cielo, y bendice a tu pueblo, Israel, y a esta tierra que nos diste, como habías jurado a nuestros padres, una tierra que mana leche y miel”.

Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma.

Hoy has elegido al Señor para que él sea tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos. Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor, tu Dios, como prometió».

Responsorio: 1a Pedro 2, 9. 10; Deuteronomio 7, 6. 8.

R. Vosotros sois un pueblo adquirido por Dios; antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; * Antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

V. El Señor os eligió por puro amor vuestro y os rescató de la esclavitud. * Antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Regla monástica mayor: Respuesta 2, 2-4.

¿Cómo pagaremos al Señor todo el bien que nos ha hecho?

¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.

Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió, mediante amenazas, sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cual sea el término reservado al bien y al mal. Y, aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros.

La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo.

Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron; además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y, cuando pienso en todo esto —voy a deciros lo que siento—, me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.

Responsorio: Salmo 102, 2. 4; Gálatas 2, 20.

R. Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios. * Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

V. Me amó hasta entregarse por mí. * Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Miércoles, 3a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: Deuteronomio 29, 1-5. 9-28.

Maldición contra los transgresores de la alianza.

Moisés convocó a todo Israel y les dijo:

«Vosotros habéis visto todo lo que hizo el Señor a vuestros ojos en la tierra de Egipto con el faraón, con todos sus servidores y con todo su país: aquellas grandes pruebas que vieron vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para escuchar, hasta hoy.

Yo os he conducido cuarenta años por el desierto; no se os gastaron los vestidos que llevabais ni se os estropearon las sandalias de los pies; no comisteis pan ni bebisteis vino ni licor; para que reconozcáis que yo soy el Señor, vuestro Dios.

Os habéis colocado hoy en presencia del Señor, vuestro Dios, todos vosotros —vuestros jefes de tribu, vuestros ancianos, vuestros magistrados y todos los hombres de Israel; vuestros niños, vuestras mujeres y los emigrantes que están en el campamento, desde tu leñador hasta tu aguador—, para entrar en la alianza del Señor, tu Dios —y en el juramento imprecatorio—, que el Señor, tu Dios, concierta hoy contigo, a fin de constituirte hoy su pueblo, y ser él tu Dios, como te dijo y como había jurado a tus padres, a Abrahán, Isaac y Jacob.

No sólo con vosotros concierto yo esta alianza, con sus imprecaciones, sino también con el que está hoy aquí con nosotros, en presencia del Señor, y con el que hoy no está aquí con nosotros. Vosotros sabéis que habitamos en la tierra de Egipto y que pasamos por medio de otros pueblos y vimos sus monstruos y sus ídolos, de madera y piedra, de plata y oro.

Que no haya nadie entre vosotros, hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy del Señor, nuestro Dios, yendo a servir a los dioses de esas naciones; que no arraiguen en vosotros plantas amargas y venenosas. Que nadie, al escuchar las palabras de esta imprecación, se felicite diciendo por dentro: “Tendré paz, aunque siga en la obstinación de mi corazón”, pues la riada se llevará lo secano, porque el Señor no está dispuesto a perdonarlo. La ira del Señor y su celo se encenderán contra ese hombre, caerá sobre él toda imprecación escrita en este libro y el Señor borrará su nombre bajo el cielo. El Señor lo apartará, para su perdición, de todas las tribus de Israel, conforme a las imprecaciones de la alianza, escritas en el libro de esta ley.

La generación venidera —vuestros hijos que surjan después de vosotros y el extranjero que venga de un país lejano, al ver las plagas de esta tierra y las enfermedades con que las castigará el Señor: azufre y sal, tierra calcinada donde no se siembra, ni brota ni crece la hierba, catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, Adamá y Seboín, arrasadas por la ira y la cólera del Señor— se preguntará junto con todas las naciones: “¿Por qué trató el Señor así a esta tierra? ¿Qué significa esta cólera terrible?”. Y les responderán: “Porque abandonaron la alianza que el Señor Dios de sus padres concertó con ellos al sacarlos de la tierra de Egipto y fueron a servir a otros dioses y se postraron ante ellos —dioses que no conocían y que él no les había asignado—; por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra, haciendo recaer sobre ella todas las imprecaciones escritas en este libro; por eso, el Señor los arrancó de su suelo con ira, furor y gran indignación, y los arrojó a otra tierra, como sucede hoy”. Lo oculto es del Señor, nuestro Dios; lo revelado es nuestro y de nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley».

Responsorio: Gálatas 3, 13. 14; cf. Deuteronomio 8, 14.

R. Cristo se hizo por nosotros un maldito, para que la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, * Para que por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.

V. Dios nos sacó de Egipto y nos libró de la esclavitud. * Para que por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón sobre el Cantar de los Cantares: Sermón 61, 3-5.

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia.

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.

Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.

Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.

Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios.

Responsorio: Isaías 53, 5; 1a Pedro 2, 24.

R. Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes; nuestro castigo saludable cayó sobre él, * Sus cicatrices nos curaron.

V. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. * Sus cicatrices nos curaron.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Jueves, 3a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: Deuteronomio 30, 1-20.

Promesa de perdón después del destierro.

Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando se cumplan en ti todas estas palabras —la bendición y la maldición que te he propuesto— y las medites en tu corazón, en medio de los pueblos adonde te expulsará el Señor, tu Dios, si te vuelves hacia el Señor, tu Dios, y escuchas su voz, conforme a todo lo que yo te mando hoy, con todo tu corazón y con toda tu alma, tú y tus hijos, el Señor, tu Dios, cambiará tu suerte y se compadecerá de ti; volverá y te reunirá de en medio de todos los pueblos por donde el Señor, tu Dios, te dispersó. Aunque tus dispersos se encuentren en los confines del cielo, de allí te reunirá el Señor, tu Dios, y de allí te recogerá. El Señor, tu Dios, te traerá a la tierra que poseyeron tus padres y la poseerás; te hará el bien y te hará crecer más que tus padres. El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes para que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, y así vivas.

El Señor, tu Dios, hará recaer todas estas imprecaciones sobre tus enemigos, los que te habían perseguido con saña, y tú volverás a escuchar la voz del Señor, tu Dios, y cumplirás todos los preceptos suyos que yo te mando hoy. El Señor, tu Dios, te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tu vientre, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo, porque el Señor, tu Dios, volverá a complacerse en tu bienestar, como lo hizo en el bienestar de tus padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y si vuelves al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.

Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir: “¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. Ni está más allá del mar, para poder decir: “¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?”. El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas.

Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán.

Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob».

Responsorio: Jeremías 29, 13-14; Mateo 7, 7.

R. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. * Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte.

V. Buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá. * Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte.

Segunda lectura:
Juan Mediocre de Nápoles: Sermón 7.

Ama al Señor y sigue sus caminos.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. Él veía la luz, no ésta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.

Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.

El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir, pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. Él es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.

Responsorio: Sabiduría 9, 10. 4.

R. Envía, Señor, tu sabiduría, de tu trono de gloria, para que me asista en mis trabajos, * Para que venga yo a saber lo que te es grato en cada momento.

V. Dame la sabiduría asistente de tu trono. * Para que venga yo a saber lo que te es grato en cada momento.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Viernes, 3a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Deuteronomio 31, 1-15. 23.

Últimas palabras de Moisés.

Moisés se dirigió a todo Israel y pronunció estas palabras. Les dijo:

«Tengo ya ciento veinte años, y ya no puedo salir ni entrar; además el Señor me ha dicho: “No pasarás ese Jordán”. El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. Él destruirá delante de ti esas naciones y tú las tomarás en posesión. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor. El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus tierras, que arrasó. El Señor os los entregará y vosotros los trataréis conforme a toda esta prescripción que yo os he mandado. ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, pues el Señor, tu Dios, va contigo, no te dejará ni te abandonará».

Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel:

«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, juró dar a tus padres y tú se la repartirás en heredad. El Señor irá delante de ti. Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».

Moisés escribió esta ley y la consignó a los sacerdotes levitas que llevan el Arca de la Alianza del Señor, y a todos los ancianos de Israel, y les mandó:

«Cada siete años, en una fiesta del Año de la Remisión, en la fiesta de las Tiendas, cuando todo Israel acuda a presentarse ante el Señor, tu Dios, en el lugar que él elija, se proclamará esta ley ante todo Israel, a sus oídos. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al emigrante que esté en tus ciudades, para que escuchen y aprendan y teman al Señor, vuestro Dios, y observen todas las palabras de esta ley para cumplirla. Y así sus hijos, que no la conocen, la escucharán y aprenderán a temer al Señor, vuestro Dios, todos los días que viváis en la tierra que vais a poseer después de pasar el Jordán».

El Señor dijo a Moisés:

«Está cerca el día de tu muerte. Llama a Josué, presentaos en la Tienda del Encuentro, y yo le daré mis órdenes».

Moisés y Josué fueron a presentarse a la Tienda del Encuentro. El Señor se les apareció en la Tienda, en una columna de nubes, que fue a colocarse a la entrada de la Tienda. El Señor ordenó a Josué, hijo de Nun:

«¡Sé fuerte y valiente, que tú has de introducir a los hijos de Israel en la tierra que les prometí con juramento. Yo estaré contigo!».

Responsorio: Deuteronomio 31, 23. 6. 8; Proverbios 3, 25. 26.

R. Sé fuerte y valiente; porque el Señor, tu Dios, * Avanza a tu lado y estará contigo; no temas.

V. El Señor se pondrá a tu lado y guardará tu pie de la trampa. * Avanza a tu lado y estará contigo; no temas.

Segunda lectura:
San Juan Fisher: Salmo 101.

Las maravillas de Dios.

Primero, Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, con grandes portentos y prodigios; los hizo pasar el mar Rojo a pie enjuto; en el desierto, los alimentó con manjar llovido del cielo, el maná y las codornices; cuando padecían sed, hizo salir de la piedra durísima un perenne manantial de agua; les concedió la victoria sobre todos los que guerreaban contra ellos; por un tiempo, detuvo de su curso natural las aguas del Jordán; les repartió por suertes la tierra prometida, según sus tribus y familias. Pero aquellos hombres ingratos, olvidándose del amor y munificencia con que les había otorgado tales cosas, abandonaron el culto del Dios verdadero y se entregaron, una y otra vez, al crimen abominable de la idolatría.

Después, también a nosotros, que, cuando éramos gentiles, nos sentíamos arrebatados hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que nos venía, Dios nos arrancó del olivo silvestre de la gentilidad, al que pertenecíamos por naturaleza, nos injertó en el verdadero olivo del pueblo judío, desgajando para ello algunas de sus ramas naturales, y nos hizo partícipes de la raíz de su gracia y de la rica sustancia del olivo. Finalmente, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros como oblación y víctima de suave olor, para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado.

Todo ello, más que argumentos, son signos evidentes del inmenso amor y bondad de Dios para con nosotros; y, sin embargo, nosotros, sumamente ingratos, más aún, traspasando todos los límites de la ingratitud, no tenemos en cuenta su amor ni reconocemos la magnitud de sus beneficios, sino que menospreciamos y tenemos casi en nada al autor y dador de tan grandes bienes; ni tan siquiera la extraordinaria misericordia de que usa continuamente con los pecadores nos mueve a ordenar nuestra vida y conducta conforme a sus mandamientos.

Ciertamente, es digno todo ello de que sea escrito para las generaciones futuras, para memoria perpetua, a fin de que todos los que en el futuro han de llamarse cristianos reconozcan la inmensa benignidad de Dios para con nosotros y no dejen nunca de cantar sus alabanzas.

Responsorio: Salmo 67, 27; 95, 1.

R. En el bullicio de la fiesta, bendecid a Dios, * Al Señor, estirpe de Israel.

V. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. * Al Señor, estirpe de Israel.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.


Sábado, 3a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: Deuteronomio 32, 48-52; 34, 1-12.

Muerte de Moisés.

Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés:

«Sube a esa montaña de los Abarín, al monte Nebo, que está en la tierra de Moab, frente a Jericó, y contempla la tierra de Canaán que yo voy a dar en propiedad a los hijos de Israel. Después morirás en el monte y te reunirás con los tuyos, lo mismo que tu hermano Aarón murió en el monte Hor y se reunió con los suyos. Por haberme sido infieles en medio de los hijos de Israel, en la fuente de Meribá, en Cadés, en el desierto de Sin, y por no haber reconocido mi santidad en medio de los hijos de Israel, por eso verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los hijos de Israel».

Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la ciudad de las palmeras) hasta Soar; y le dijo:

«Ésta es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: “Se la daré a tu descendencia”. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella».

Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en el territorio de Moab, como había dispuesto el Señor. Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Peor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años: no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los hijos de Israel lloraron a Moisés en la estepa de Moab durante treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.

Josué hijo de Nun estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos; los hijos de Israel le obedecieron e hicieron como el Señor había mandado a Moisés.

No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.

Responsorio: Juan 1, 14. 16. 17; Eclesiástico 24, 23.

R. La Palabra acampó entre nosotros, llena de gracia y de verdad, y de su plenitud todos hemos recibido; porque la ley se dio por medio de Moisés, * La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

V. Todo esto es el libro de la alianza del Altísimo, la ley que nos dio Moisés. * La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

Segunda lectura:
Vaticano II: Gaudium et spes 18. 22.

El misterio de la muerte.

El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.

Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones, y de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.

Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.

Éste es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: «¡Abba!» (Padre).

Responsorio: Salmo 26, 1; 22, 4.

R. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

V. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. * El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, orienta nuestros actos según tu voluntad, para que merezcamos abundar en buenas obras en nombre de tu Hijo predilecto. Él, que vive y reina contigo.



4a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 4a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: 1a Tesalonicenses 1, 1 – 2, 12.

Relaciones de Pablo con la Iglesia de Tesalónica.

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.

En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.

Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido, pues cuando os anuncié nuestro evangelio, no fue sólo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción. Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

No sólo ha resonado la palabra del Señor en Macedonia y en Acaya desde vuestra comunidad, sino que además vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Vosotros, hermanos, sabéis muy bien que nuestra visita no fue inútil; a pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, apoyados en nuestro Dios, tuvimos valor para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que, en la medida en que Dios nos juzgó aptos para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos: no para contentar a los hombres, sino a Dios, que juzga nuestras intenciones. Bien sabéis vosotros que nunca hemos actuado ni con palabras de adulación ni por codicia disimulada, Dios es testigo, ni pretendiendo honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado con autoridad; por el contrario, nos portamos con delicadeza entre vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos. Os queríamos tanto que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no ser gravosos a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de que nuestro proceder con vosotros, los creyentes, fue leal, recto e irreprochable; sabéis perfectamente que, lo mismo que un padre con sus hijos, nosotros os exhortábamos a cada uno de vosotros, os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que os ha llamado a su reino y a su gloria.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 1, 9; 3, 12, 13.

R. Os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos, * Que nos libra del castigo futuro.

V. Que el Señor os haga rebosar de amor y os fortalezca internamente, para que, cuando vuelva, os presentéis santos ante el Señor. * Que nos libra del castigo futuro.

Segunda lectura:
San Ignacio de Antioquía: Esmirniotas 1 – 4, 1.

Cristo nos ha llamado a su reino y gloria.

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del amado Jesucristo establecida en Esmirna de Asia, la que ha alcanzado toda clase de dones por la misericordia de Dios, la que está colmada de fe y de caridad y a la cual no falta gracia alguna, la que es amadísima de Dios y portadora de santidad: mi más cordial saludo en espíritu irreprochable y en la palabra de Dios.

Doy gracias a Jesucristo Dios, por haberos otorgado tan gran sabiduría; he podido ver, en efecto, cómo os mantenéis estables e inconmovibles en vuestra fe, como si estuvierais clavados en cuerpo y alma a la cruz del Señor Jesucristo, y cómo os mantenéis firmes en la caridad por la sangre de Cristo, creyendo con fe plena y firme en nuestro Señor, el cual procede verdaderamente de la estirpe de David, según la carne, es Hijo de Dios por la voluntad y el poder del mismo Dios, nació verdaderamente de la Virgen, fue bautizado por Juan para cumplir así todo lo que Dios quiere; finalmente, su cuerpo fue verdaderamente crucificado bajo el poder de Poncio Pilato y del tetrarca Herodes (y de su divina y bienaventurada pasión somos fruto nosotros), para, mediante su resurrección, elevar su estandarte para siempre en favor de sus santos y fieles, tanto judíos como gentiles, reunidos todos en el único cuerpo de su Iglesia.

Todo esto lo sufrió por nosotros, para que alcanzáramos la salvación; y sufrió verdaderamente, como también se resucitó a sí mismo verdaderamente.

Yo sé que después de su resurrección tuvo un cuerpo verdadero, como sigue aún teniéndolo. Por esto, cuando se apareció a Pedro y a sus compañeros, les dijo: Tocadme y palpadme, y daos cuenta de que no soy un ser fantasmal e incorpóreo. Y, al punto, lo tocaron y creyeron, adhiriéndose a la realidad de su carne y de su espíritu. Esta fe les hizo capaces de despreciar y vencer la misma muerte. Después de su resurrección, el Señor comió y bebió con ellos como cualquier otro hombre de carne y hueso, aunque espiritualmente estaba unido al Padre.

Quiero insistir acerca de estas cosas, queridos hermanos, aunque ya sé que las creéis.

Responsorio: Gálatas 2, 19-20.

R. Para la ley yo estoy muerto, pero así vivo para Dios; y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, * Que me amó hasta entregarse por mí.

V. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. * Que me amó hasta entregarse por mí.

Himno TE DEUM.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 4a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: 1a Tesalonicenses 2, 13 – 3, 13.

Amistad de Pablo con los tesalonicenses.

Nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes.

Efectivamente, vosotros, hermanos, seguisteis el ejemplo de las iglesias de Dios que están en Judea, en Cristo Jesús, pues también vosotros habéis sufrido de vuestros propios compatriotas exactamente lo mismo que ellos de los judíos, que mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos persiguieron a nosotros; éstos no agradan a Dios y son enemigos de todo el mundo; impiden que hablemos a los gentiles para que se salven, colmando en todo tiempo la medida de sus pecados; pero la ira descargó sobre ellos hasta el extremo.

Por nuestra parte, hermanos, al vernos separados de vosotros por breve tiempo, físicamente, no con el corazón, redoblamos los esfuerzos para ir a veros personalmente, tan ardiente era nuestro deseo; porque nos propusimos haceros una visita, y, en particular, yo, Pablo, una y otra vez, pero Satanás nos lo impidió. Al fin y al cabo, ¿quién, sino vosotros, puede ser nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona ante nuestro Señor cuando venga? Sí, vosotros sois nuestra gloria y alegría.

Por eso, no pudiendo aguantar más, preferimos quedarnos solos en Atenas y enviamos a Timoteo, hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y alentaros en vuestra fe, de modo que ninguno titubease en las dificultades presentes; pues sabéis bien que ésa es nuestra condición. Cuando estábamos con vosotros, os decíamos ya que nos esperaban dificultades, y sabéis que así ocurrió.

Por ello, no pudiendo aguantar más, lo envié para que se informara de cómo andaba vuestra fe, pues temía que os hubiera tentado el tentador y que nuestro trabajo hubiera resultado inútil.

Ahora Timoteo acaba de llegar de ahí y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y vuestro amor, añadiendo que seguís manteniendo siempre buen recuerdo de nosotros y que tenéis tantas ganas de vernos como nosotros de veros a vosotros. Por eso, hermanos, nos hemos sentido animados por vuestra fe en medio de todos nuestros aprietos y luchas. Ahora sí que vivimos, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos dar gracias a Dios por vosotros, por tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra? Noche y día pedimos insistentemente veros cara a cara y completar lo que falta a vuestra fe.

Que Dios nuestro Padre y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a vosotros. En cuanto a vosotros, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.

Responsorio: Cf. 1a Tesalonicenses 3, 12. 13; 2a Tesalonicenses 2, 16-17.

R. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, * Y que así os fortalezca en la santidad.

V. Que nuestro Señor os consuele internamente * Y que así os fortalezca en la santidad.

Segunda lectura:
San Hilario: Salmo 132.

La multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma.

Ved qué dulzura y qué delicia, convivir los hermanos unidos. Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.

Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único.

Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. El salmista añade una comparación para ilustrar esta dulzura y delicia, diciendo: Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba compuesto de substancias olorosas. Plugo a Dios que así fuese consagrado por primera vez su sacerdote; y también nuestro Señor fue ungido de manera invisible entre todos sus compañeros. Su unción no fue terrena; no fue ungido con el aceite con que eran ungidos los reyes, sino con aceite de júbilo. Y hay que tener en cuenta que, después de aquella unción, Aarón, de acuerdo con la ley, fue llamado ungido.

Del mismo modo que este ungüento, doquiera que se derrame, extingue los espíritus inmundos del corazón, así también por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia, como dice el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo. Así, del mismo modo que Dios halló su complacencia en la unción del primer sacerdote Aarón, también es una dulzura y una delicia convivir los hermanos unidos.

La unción va bajando de la cabeza a la barba. La barba es distintivo de la edad viril. Por esto, nosotros no hemos de ser niños en Cristo, a no ser únicamente en el sentido ya dicho, de que seamos niños en cuanto a la ausencia de malicia, pero no en el modo de pensar. El Apóstol llama niños a todos los infieles, en cuanto que son todavía débiles para tomar alimento sólido y necesitan de leche, como dice el mismo Apóstol: Os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora.

Responsorio: Romanos 12, 5; Efesios 4, 7; 1a Corintios 12, 13.

R. Siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. * A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

V. Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido de un solo Espíritu. * A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 4a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: 1a Tesalonicenses 4, 1-18.

Vida santa y esperanza de la resurrección.

Hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y os aseguramos: Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Acerca del amor fraterno, no hace falta que os escriba, porque Dios mismo os ha enseñado a amaros los unos a los otros; y así lo hacéis con todos los hermanos de Macedonia. Sin embargo os exhortamos, hermanos, a seguir progresando: esforzaos por vivir con tranquilidad, ocupándoos de vuestros asuntos y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos mandado, para que os comportéis honestamente con los no cristianos y no tengáis necesidad de nadie.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.

Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 4, 16; Marcos 13, 27; cf. Mateo 24, 31.

R. Él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, * Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

V. Cuando venga el Hijo del hombre, enviará a sus ángeles con trompetas sonoras. * Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías: Libro 3, 19, 1. 3 – 20.

Cristo, primicias de nuestra resurrección.

El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad, si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción, y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así, pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto, el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

Responsorio: 1a Corintios 15, 20. 22. 21.

R. Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. * Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.

V. Por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. * Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 4a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: 1a Tesalonicenses 5, 1-28.

Conducta de los hijos de la luz.

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba, pues vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.

Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, de forma que ese día os sorprenda como un ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas.

Así, pues, no nos entreguemos al sueño como los demás, sino estemos en vela y vivamos sobriamente. Los que duermen, de noche duermen; los que se emborrachan, de noche se emborrachan. En cambio nosotros, que somos del día, vivamos sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo hacéis.

Os rogamos, hermanos, que apreciéis el esfuerzo de los que trabajan entre vosotros cuidando de vosotros por el Señor y amonestándoos. Mostradles toda estima y amor por su trabajo. Mantened la paz entre vosotros.

Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos.

Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos.

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo todo; quedaos con lo bueno. Guardaos de toda clase de mal.

Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os llama es fiel, y él lo realizará.

Hermanos, orad también por nosotros. Saludad a todos los hermanos con el beso santo. Os conjuro por el Señor a que leáis esta carta a todos los hermanos.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 5, 9; Colosenses 1, 13.

R. Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; * Él murió por nosotros para que vivamos con él.

V. Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. * Él murió por nosotros para que vivamos con él.

Segunda lectura:
Diadoco de Foticé: sobre la perfección espiritual: Capítulos 6, 26. 27. 30.

El discernimiento de espíritus se adquiere por el gusto espiritual.

El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va ya segura en pos de la caridad.

Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan, guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios, y arrojando de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio. El mar, cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dónde se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los pescadores.

Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conocimiento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y gloriosa.

Por esto, dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero sí que al contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre él y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.

La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento en que comienza a gozar de plena salud y a prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimentar la abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo de su sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que dice el Apóstol: Y ésta es mi oración: Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.

Responsorio: Tobías 4, 19; 14, 8. 9.

R. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos * Y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

V. Haz lo que le agrada, sinceramente y con todas tus fuerzas. * Y que te dé éxito en tus empresas y proyectos.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 4a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: 2a Tesalonicenses 1, 1-12.

Saludo y acción de gracias.

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses en Dios, nuestro Padre, y en el Señor Jesucristo. A vosotros gracia y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente y sigue aumentando el amor mutuo de todos y cada uno de vosotros. Esto hace que nos mostremos orgullosos de vosotros ante las iglesias de Dios por vuestra paciencia y vuestra fe en medio de todas las persecuciones y tribulaciones que estáis soportando.

Así se pone de manifiesto el justo juicio divino, de manera que lleguéis a ser dignos del reino de Dios, por el cual padecéis; pues es justo a los ojos de Dios retribuir con tribulaciones a los que os atribulan; en cambio, concederos a vosotros, los que pasáis tribulación, el debido descanso, juntamente con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de un fuego llameante, para hacer justicia contra los que se niegan a reconocer a Dios y contra los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús; éstos sufrirán el castigo de una ruina definitiva, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando, en aquel día, venga a manifestar su gloria entre sus santos y a provocar la admiración entre todos los creyentes; pues vosotros creísteis nuestro testimonio.

Por esto, oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor Jesús será glorificado en vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

Responsorio: Cf. 2a Tesalonicenses 1, 10; Salmo 144, 13.

R. El Señor vendrá, para que en sus santos se manifieste su gloria, * Y todos los que creyeron admirarán sus maravillas.

V. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. * Y todos los que creyeron admirarán sus maravillas.

Segunda lectura:
De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén 13, 1. 3. 6. 23.

Que la cruz sea tu gozo también en tiempo de persecución.

Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que tan bien sabía de ello: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo.

Fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.

En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito?

Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza; de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey; cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú, ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero; lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota.

Responsorio: 1a Corintios 1, 18. 23.

R. El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; * Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.

V. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. * Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 4a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: 2a Tesalonicenses 2, 1-17.

El día del Señor.

A propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, como si el día del Señor estuviera encima.

Que nadie en modo alguno os engañe. Primero tiene que llegar la apostasía y manifestarse el hombre de la impiedad, el hijo de la perdición, el que se enfrenta y se pone por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta instalarse en el templo de Dios, proclamándose él mismo Dios. ¿No recordáis que, estando aún con vosotros, os hablaba de esto? Sabéis lo que ahora lo retiene, para que se manifieste a su debido tiempo. Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con su venida majestuosa.

La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con todo tipo de maldad para los que se pierden, contra aquellos que no han aceptado el amor de la verdad que los habría salvado. Por eso, Dios les manda un poder seductor, que los incita a creer la mentira; así, todos los que no creyeron en la verdad y aprobaron la injusticia, recibirán sentencia condenatoria.

Nosotros, en cambio, debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, porque Dios os escogió los primeros para la salvación mediante la santificación del Espíritu y la fe en la verdad. Dios os llamó por medio de nuestro Evangelio para que lleguéis a adquirir la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas.

Responsorio: Mateo 24, 30; 2a Tesalonicenses 2, 8.

R. Brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre, * Y verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad.

V. Entonces aparecerá el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca. * Y verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad.

Segunda lectura:
Anónimo del siglo IV: Homilía 18, 7-11.

Llegaréis a vuestra plenitud según la plenitud de Cristo.

Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia.

A veces, lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.

Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que, si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de buenos o malos.

Otras veces, experimentan un sentimiento de humildad, que los hace rebajarse por debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos y despreciables.

Otras veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable.

Otras veces, son como un hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y lanzándose al combate, pelea con valentía contra sus enemigos y los vence. Así también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu, arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.

Otras veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.

Otras veces, el Espíritu le otorga una inteligencia, una sabiduría y un conocimiento inefables, superiores a todo lo que pueda hablarse o expresarse.

Otras veces, no experimenta nada en especial.

De este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados, según la voluntad de Dios que así la favorece, ejercitándola de diversas maneras, con el fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el Padre celestial.

Pidamos también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos conceda la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme; así, con la ayuda de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos llegar a la perfección de la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.

Responsorio: 1a Juan 2, 20. 27; Joel 2, 23.

R. Vosotros estáis ungidos por el Santo, y la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, * Y no necesitáis que nadie os enseñe, porque su unción os enseña acerca de todas las cosas.

V. Alegraos, gozaos en el Señor, vuestro Dios, que os dará un maestro de justicia. * Y no necesitáis que nadie os enseñe, porque su unción os enseña acerca de todas las cosas.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 4a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: 2a Tesalonicenses 3, 1-18.

Exhortaciones y consejos.

Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada, como lo fue entre vosotros, y para que nos veamos libres de la gente perversa y malvada, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. En cuanto a vosotros, estamos seguros en el Señor de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos mandado. Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia en Cristo.

En nombre del Señor Jesucristo, os mandamos, hermanos, que os apartéis de todo hermano que lleve una vida desordenada y no conforme con la tradición que recibió de nosotros.

Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros. No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.

Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo. A ésos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien. Si alguno no hace caso de lo que decimos en la carta, señaladlo y no tratéis con él, para que se avergüence. Pero no lo consideréis como un enemigo, sino corregidlo como a un hermano.

Que el mismo Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros.

El saludo va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.

Responsorio: Cf. 1 Tesalonicenses 2, 13; cf. Efesios 1, 13.

R. Al recibir la palabra de Dios, * La acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios.

V. Habéis escuchado la palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación. * La acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios.

Segunda lectura:
Vaticano II: Gaudium et spes 35-36.

La actividad humana.

La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más alto valor que las riquezas exteriores que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que tiene.

De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por sí solo que esa promoción se convierta en realidad.

De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género humano y constituya para el hombre, individual y socialmente considerado, un enriquecimiento y realización de su entera vocación.

Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde además a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias leyes y orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de cada una de las ciencias o artes.

Por esto, hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.

Pero, si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.

Responsorio: Deuteronomio 2, 7; 8, 5.

R. Te ha bendecido en todas tus empresas, os ha atendido en el viaje por ese inmenso desierto; * El Señor, tu Dios, ha estado contigo, y no te ha faltado nada.

V. Te ha educado, como un padre educa a su hijo. * El Señor, tu Dios, ha estado contigo, y no te ha faltado nada.

Oración:

Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo.



5a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 5a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Gálatas 1, 1-12.

El Evangelio de Pablo.

Pablo, apóstol no de parte de hombres ni por mediación de ningún hombre, sino por Jesucristo y Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos, y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia: Gracia y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para librarnos de este perverso mundo presente, conforme al designio de Dios, nuestro Padre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Me maravilla que hayáis abandonado tan pronto al que os llamó por la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo. Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?, ¿o trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Responsorio: Gálatas 1, 3-4. 10.

R. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, * Que se entregó por nuestros pecados.

V. Si siguiera agradando todavía a los hombres, no sería siervo de Cristo. * Que se entregó por nuestros pecados.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario a Gálatas: Prefacio.

Entendamos la gracia de Dios.

El motivo por el cual el Apóstol escribe a los gálatas es su deseo de que entiendan que la gracia de Dios hace que no estén ya sujetos a la ley. En efecto, después de haberles sido anunciada la gracia del Evangelio, no faltaron algunos, provenientes de la circuncisión, que, aunque cristianos, no habían llegado a comprender toda la gratuidad del don de Dios y querían continuar bajo el yugo de la ley; ley que el Señor Dios había impuesto a los que estaban bajo la servidumbre del pecado y no de la justicia, esto es, ley justa en sí misma que Dios había dado a unos hombres injustos, no para quitar sus pecados, sino para ponerlos de manifiesto; porque lo único que quita el pecado es el don gratuito de la fe, que actúa por el amor. Ellos pretendían que los gálatas, beneficiarios ya de este don gratuito, se sometieran al yugo de la ley, asegurándoles que de nada les serviría el Evangelio si no se circuncidaban y no observaban las demás prescripciones rituales del judaísmo.

Ello fue causa de que empezaran a sospechar que el apóstol Pablo, que les había predicado el Evangelio, quizá no estaba acorde en su doctrina con los demás apóstoles, ya que éstos obligaban a los gentiles a las prácticas judaicas. El apóstol Pedro había cedido ante el escándalo de aquellos hombres, hasta llegar a la simulación, como si él pensara también que en nada aprovechaba el Evangelio a los gentiles si no cumplían los preceptos de la ley; de esta simulación le hizo volver atrás el apóstol Pablo, como explica él mismo en esta carta.

La misma cuestión es tratada en la carta a los Romanos. No obstante, parece que hay alguna diferencia entre una y otra, ya que en la carta a los Romanos dirime la misma cuestión y pone fin a las diferencias que habían surgido entre los cristianos procedentes del judaísmo y los procedentes de la gentilidad; mientras que en esta carta a los Gálatas escribe a aquellos que ya estaban perturbados por la autoridad de los que procedían del judaísmo y que los obligaban a la observancia de la ley. Influenciados por ellos, empezaban a creer que la predicación del apóstol Pablo no era auténtica, porque no quería que se circuncidaran. Por esto, Pablo empieza con estas palabras: Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio.

Con este exordio, insinúa, en breves palabras, el meollo de la cuestión. Aunque también lo hace en el mismo saludo inicial, cuando afirma de sí mismo que es enviado no de hombres, nombrado apóstol no por un hombre, afirmación que no encontramos en ninguna otra de sus cartas. Con esto demuestra suficientemente que los que inducían a tales errores lo hacían no de parte de Dios, sino de parte de los hombres; y que, por lo que atañe a la autoridad de la predicación evangélica, ha de ser considerado igual que los demás apóstoles, ya que él tiene la certeza de que es apóstol no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre.

Responsorio: Gálatas 3, 24-25. 23.

R. La ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

V. Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

Himno TE DEUM.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 5a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Gálatas 1, 13 – 2, 10.

Vocación y apostolado de Pablo.

Hermanos: Habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.

Después fui a las regiones de Siria y de Cilicia. Personalmente yo era un desconocido para las iglesias de Cristo que hay en Judea; sólo habían oído decir que el que antes los perseguía anuncia ahora la fe que antes intentaba destruir; y glorificaban a Dios por causa mía.

Después, transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Y les expuse el Evangelio que predico entre los gentiles, aunque en privado, a los más cualificados, no fuera que caminara o hubiera caminado en vano. Sin embargo, ni siquiera obligaron a circuncidarse a Tito, que estaba conmigo y es griego. Di este paso por motivo de esos intrusos, esos falsos hermanos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y esclavizarnos. Pero ni por un momento cedimos a su imposición, a fin de preservar para vosotros la verdad del Evangelio.

En cambio, de parte de los más cualificados (lo que fueran o dejaran de ser entonces no me interesa, que Dios no tiene acepción de personas), los más representativos no me añadieron nada nuevo; todo lo contrario, vieron que se me ha encomendado anunciar el Evangelio a los incircuncisos, lo mismo que a Pedro a los circuncisos, pues el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos, me capacita a mí para la mía entre los gentiles; además, reconociendo la gracia que me ha sido otorgada, Santiago, Cefas y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano en señal de comunión a Bernabé y a mí, de modo que nosotros nos dirigiéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir.

Responsorio: Cf. 1a Corintios 15, 10; Gálatas 2, 8.

R. Por la gracia de Dios soy lo que soy, * Y su gracia no se ha frustrado en mí, sino que actúa en mí siempre.

V. El mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos me capacita a mí para la mía entre los gentiles. * Y su gracia no se ha frustrado en mí, sino que actúa en mí siempre.

Segunda lectura:
San Buenaventura: Breviloquio: Prólogo.

Del conocimiento de Jesucristo dimana la comprensión de las Escrituras.

El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo en la investigación humana, sino en la revelación divina, que procede del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, de quien, por su Hijo Jesucristo, se derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, y, por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros corazones. En esto consiste el conocimiento de Jesucristo, conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda la sagrada Escritura. Por esto, es imposible penetrar en el conocimiento de las Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. En efecto, mientras vivimos en el destierro lejos del Señor, la fe es el fundamento estable, la luz directora y la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber más de lo que conviene, sino que nos estimemos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno.

La finalidad o fruto de la sagrada Escritura no es cosa de poca importancia, pues tiene como objeto la plenitud de la felicidad eterna. Porque la Escritura contiene palabras de vida eterna, puesto que se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que alcancemos la vida eterna, aquella vida en la cual veremos, amaremos y serán saciados todos nuestros deseos; y, una vez éstos saciados, entonces conoceremos verdaderamente lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano, y así llegaremos a la plenitud total de Cristo. En esta plenitud, de que nos habla el Apóstol, la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos. Ésta es la finalidad, ésta es la intención que ha de guiarnos al estudiar, enseñar y escuchar la sagrada Escritura.

Y, para llegar directamente a este resultado, a través del recto camino de las Escrituras, hay que empezar por el principio, es decir, debemos acercarnos, sin otro bagaje que la fe, al Padre de los astros, doblando las rodillas de nuestro corazón, para que él, por su Hijo, en el Espíritu Santo, nos dé el verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, el amor, para que así, conociéndolo y amándolo, fundamentados en la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de la sagrada Escritura y, por este conocimiento, llegar al conocimiento pleno y al amor extático de la santísima Trinidad; a ello tienden los anhelos de los santos, en ello consiste la plenitud y la perfección de todo lo bueno y verdadero.

Responsorio: Lucas 24, 27. 25.

R. Comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, * Jesús les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

V. «¡Qué torpes y necios sois para creer lo que anunciaron los profetas!». * Jesús les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 5a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Gálatas 2, 11 – 3, 14.

El justo vivirá por su fe.

Hermanos: Cuando llegó Cefas a Antioquía, tuve que encararme con él, porque era reprensible. En efecto, antes de que llegaran algunos de parte de Santiago, comía con los gentiles; pero cuando llegaron aquéllos, se fue retirando y apartando por miedo a los de la circuncisión. Los demás judíos comenzaron a simular con él, hasta el punto de que incluso Bernabé se vio arrastrado a su simulación.

Pero cuando vi que no se comportaban correctamente, según la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos:

«Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?».

Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores de entre los gentiles. Pero, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley. Pues por las obras de la ley no será justificado nadie. Ahora bien, si buscando ser justificados en Cristo, resultamos también nosotros pecadores, ¿entonces qué?, ¿será Cristo un servidor del pecado? Ni mucho menos; pues si vuelvo a construir lo que había demolido, demuestro que soy un trasgresor. Pues yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por medio de la ley, Cristo habría muerto en vano.

¡Oh, insensatos Gálatas! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, a cuyos ojos se presentó a Cristo crucificado? Sólo quiero que me contestéis a esto: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber escuchado con fe? ¿Tan insensatos sois? ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar con la carne? ¿Habéis vivido en vano tantas experiencias? Y si fuera en vano…

Vamos a ver: el que os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por haber escuchado con fe?

Lo mismo que Abrahán: «creyó a Dios, y le fue contado como justicia». Reconoced, pues, que hijos de Abrahán son los de la fe. En efecto, la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la buena noticia de que por ti serán benditas todas las naciones». Así pues, los que viven de la fe son bendecidos con Abrahán el fiel.

En cambio, cuantos viven de las obras de la ley están bajo maldición, porque está escrito: «Maldito quien no se mantenga en todo lo escrito en el libro de la ley, cumpliéndolo». Que en el ámbito de la ley nadie es justificado resulta evidente, pues «el justo por la fe vivirá»; en cambio, la ley no procede de la fe, sino que «quien los cumpla vivirá por ellos».

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, porque está escrito: «Maldito todo el que cuelga de un madero»; y esto, para que la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles en Cristo Jesús, y para que recibiéramos por la fe la promesa del Espíritu.

Responsorio: Gálatas 2, 16. 21.

R. El hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley.

V. Si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley.

Segunda lectura:
Orígenes: Homilía sobre el Génesis 8, 6. 8. 9.

El sacrificio de Abrahán.

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio sacrificio era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es, a la vez, víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahán, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.

¿Qué es lo que sigue? Isaac —continúa la Escritura— dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Ésta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahán, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».

Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahán. Algo debía prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras que miran al futuro. Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo.

Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne.

Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.

Responsorio: Juan 19, 16-17; Génesis 22, 6.

R. Tomaron a Jesús, * Y él, cargado con la cruz, salió al sitio llamado de la Calavera.

V. Abrahán tomó la leña para el sacrificio y se la cargó a su hijo Isaac. * Y él, cargado con la cruz, salió al sitio llamado de la Calavera.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 5a semana.

V. Todos admiraban las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Gálatas 3, 15 – 4, 7.

El oficio de la ley.

Hermanos, hablo desde un punto de vista humano: un testamento debidamente otorgado, aunque sea de un hombre, nadie puede anularlo ni añadirle cláusula alguna. Pues bien, las promesas se le hicieron a Abrahán y a su descendencia (no dice «y a los descendientes», como si fueran muchos, sino «y a tu descendencia», que es Cristo).

Lo que digo es esto: un testamento debidamente otorgado por Dios no pudo invalidarlo la ley, que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, de modo que anulara la promesa; pues, si la herencia viniera en virtud de la ley, ya no dependería de la promesa; y es un hecho que a Abrahán Dios le otorgó su gracia en virtud de la promesa.

Entonces, ¿qué decir de la ley? Fue añadida en razón de las transgresiones, hasta que llegara el descendiente a quien se había hecho la promesa, y fue promulgada por ángeles a través de un mediador; además, el mediador no lo es de uno solo, mientras que Dios es uno solo. Entonces, ¿va la ley contra las promesas de Dios? Ni mucho menos. Pues si se hubiera otorgado una ley capaz de dar vida, la justicia dependería realmente de la ley.

Pero no, la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa se otorgara por la fe en Jesucristo a los que creen.

Antes de que llegara la fe, éramos prisioneros y estábamos custodiados bajo la ley hasta que se revelase la fe. La ley fue así nuestro ayo, hasta que llegara Cristo, a fin de ser justificados por fe; pero una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos al ayo.

Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.

Digo además que mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo siendo como es dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo.

Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Responsorio: Gálatas 3, 27-28; Efesios 4, 24.

R. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, * Porque todos sois uno en Cristo Jesús.

V. Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. * Porque todos sois uno en Cristo Jesús.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Carta 35, 4-6. 13.

Somos herederos de Dios y coherederos de Cristo.

Dice el Apóstol que el que, por el espíritu, hace morir las malas pasiones del cuerpo vivirá. Y ello nada tiene de extraño, ya que el que posee el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Y hasta tal punto es hijo de Dios, que no recibe ya espíritu de esclavitud, sino espíritu de adopción filial, al extremo de que el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para testificar que somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que el mismo clama en nuestros corazones: «¡Abba!» (Padre), como leemos en la carta a los Gálatas. Pero existe otro importante testimonio de que somos hijos de Dios: el hecho de que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo; es coheredero con Cristo el que es glorificado juntamente con él, y es glorificado juntamente con él aquel que, padeciendo por él, realmente padece con él.

Y, para animarnos a este padecimiento, añade que todos nuestros padecimientos son inferiores y desproporcionados a la magnitud de los bienes futuros, que se nos darán como premio de nuestras fatigas, premio que se ha de revelar en nosotros cuando, restaurados plenamente a imagen de Dios, podremos contemplar su gloria cara a cara.

Y, para encarecer la magnitud de esta revelación futura, añade que la misma creación entera está en expectación de esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios, ya que las criaturas todas están ahora sometidas al desorden, a pesar suyo, pero conservando la esperanza, ya que esperan de Cristo la gracia de su ayuda para quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad que con la gloria han de recibir los hijos de Dios; de este modo, cuando se ponga de manifiesto la gloria de los hijos de Dios, será una misma realidad la libertad de las criaturas y la de los hijos de Dios. Mas ahora, mientras esta manifestación no es todavía un hecho, la creación entera gime en la expectación de la gloria de nuestra adopción y redención, y sus gemidos son como dolores de parto, que van engendrando ya aquel espíritu de salvación, por su deseo de verse libre de la esclavitud del desorden.

Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia del Señor posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: «¡Abba!» (Padre), como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resucitarán, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno. Por esto, el Apóstol afirma, lleno de confianza, que en esperanza fuimos salvados. La esperanza, en efecto, es causa de salvación, como lo es también la fe, de la cual se dice en el evangelio: Tu fe te ha salvado.

Responsorio: Romanos 8, 17; 5, 9.

R. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo, * Ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

V. Justificados por su sangre, seremos por él salvos del castigo. * Ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 5a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Gálatas 4, 8-31.

La herencia divina y la libertad de la nueva alianza.

Hermanos: En otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, erais esclavos de seres que en realidad no son dioses; mas ahora que habéis conocido a Dios, o, mejor dicho, que Dios os ha conocido, ¿cómo os volvéis de nuevo a esos elementos sin eficacia ni contenido y queréis volver a ser sus esclavos como antes? Observáis días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido en vano.

Poneos, por favor, en mi lugar, lo mismo que yo, hermanos, me pongo en el vuestro. En nada me ofendisteis. Sabéis que la primera vez os anuncié el Evangelio con ocasión de una enfermedad corporal; con todo, aunque mi estado físico os debió de tentar a ello, no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire; al contrario, me recibisteis como a un mensajero de Dios, como a Jesucristo en persona. ¿Dónde ha quedado ahora aquella dicha vuestra? Porque puedo dar testimonio de que, si hubiera sido posible, os habríais sacado los ojos para dármelos. Y ahora, ¿me he convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros?

El interés que muestran por vosotros no es de buena ley; quieren apartaros de mí para que os mostréis más bien seguidores suyos. Está bien, en cambio, ser objeto de interés para el bien siempre, y no sólo cuando estoy ahí con vosotros. Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros. Quisiera estar ahora entre vosotros y matizar el tono de mi voz, pues con vosotros no encuentro medio.

Decidme vosotros, los que queréis someteros a la ley: ¿no oís lo que dice la ley? Porque está escrito que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; pero el hijo de la esclava nació según la carne y el de la libre en virtud de una promesa.

Estas cosas son una alegoría: aquéllas representan dos alianzas. Una, la del monte Sinaí, engendra para la esclavitud, y es Agar; en efecto, Agar significa la montaña del Sinaí, que está en Arabia, pero corresponde a la Jerusalén actual, pues está sometida a esclavitud junto con sus hijos. En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y ésa es nuestra madre. Pues está escrito: «Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido».

Pero vosotros, hermanos, sois, como Isaac, hijos de la promesa. Ahora bien, lo mismo que entonces el que había sido engendrado según la carne perseguía al que había sido engendrado según el Espíritu, así ocurre ahora. Pero ¿qué dice la Escritura? «Expulsa a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre».

Así, pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

Responsorio: Gálatas 4, 28. 31; 5, 1; 2a Corintios 3, 17.

R. Nosotros somos hijos por la promesa, como Isaac. No somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre. * Para vivir en libertad Cristo nos ha liberado.

V. El Señor es el Espíritu, y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. * Para vivir en libertad Cristo nos ha liberado.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario a Gálatas 37. 38.

Hasta ver a Cristo formado en vosotros.

Dice el Apóstol: «Sed como yo, que, siendo judío de nacimiento, mi criterio espiritual me hace tener en nada las prescripciones materiales de la ley. Ya que yo soy como vosotros, es decir, un hombre». A continuación, de un modo discreto y delicado, les recuerda su afecto, para que no lo tengan por enemigo. Les dice, en efecto: En nada me ofendisteis, como si dijera: «No penséis que mi intención sea ofenderos».

En este sentido, les dice también: Hijos míos, para que lo imiten como a padre. Otra vez me causáis dolores de parto —continúa—, hasta que Cristo tome forma en vosotros. Esto lo dice más bien en persona de la madre Iglesia, ya que en otro lugar afirma: Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.

Cristo toma forma, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus obras, que es nulo, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus pobres méritos; a éste puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo, ya que dice: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Cristo toma forma en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de Cristo el que vive unido a él con un amor espiritual.

El resultado de este amor es la imitación perfecta de Cristo, en la medida en que esto es posible. Quien dice que permanece en Cristo —dice san Juan— debe vivir como vivió él.

Mas como sea que los hombres son concebidos por la madre para ser formados, y luego, una vez ya formados, se les da a luz y nacen, puede sorprendernos la afirmación precedente: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. A no ser que entendamos este sufrir de nuevo dolores de parto en el sentido de las angustias que le causó al Apóstol su solicitud en darlos a luz para que nacieran en Cristo; y ahora de nuevo los da a luz dolorosamente por los peligros de engaño en que los ve envueltos. Esta preocupación que le producen tales cuidados, acerca de ellos, y que él compara a los dolores de parto, se prolongará hasta que lleguen a la medida de Cristo en su plenitud, para que ya no sean llevados por todo viento de doctrina.

Por consiguiente, cuando dice: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros, no se refiere al inicio de su fe, por el cual ya habían nacido, sino al robustecimiento y perfeccionamiento de la misma. En este mismo sentido, habla en otro lugar, con palabras distintas, de este parto doloroso, cuando dice: La carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme?, ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?

Responsorio: Efesios 4, 15; Proverbios 4, 18.

R. Realizando la verdad en el amor, * Hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo.

V. La senda de los honrados brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día. * Hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 5a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Gálatas 5, 1-25.

La libertad en la vida de los creyentes.

Hermanos: Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud. Mirad: yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Y vuelvo a declarar que todo aquel que se circuncida está obligado a observar toda la ley. Los que pretendéis ser justificados en el ámbito de la ley, habéis roto con Cristo, habéis salido del ámbito de la gracia. Pues nosotros mantenemos la esperanza de la justicia por el Espíritu y desde la fe; porque en Cristo nada valen la circuncisión o la incircuncisión, sino la fe que actúa por el amor.

Estabais corriendo bien; ¿quién os cerró el paso para que no obedecieseis a la verdad? Tal persuasión no procede del que os llama. Un poco de levadura hace fermentar toda la masa.

En relación con vosotros, yo confío en que el Señor hará que no penséis de otro modo; ahora bien, el que os alborota, sea quien sea, cargará con su condena. Por mi parte, hermanos, si es verdad que continúo predicando la circuncisión, ¿por qué siguen persiguiéndome? ¡El escándalo de la cruz ha quedado anulado! ¡Ojalá se mutilasen los que os soliviantan!

Pues vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente.

Frente a ello, yo os digo: caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.

Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.

Responsorio: Gálatas 5, 18. 22. 25.

R. Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley, * El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz.

V. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. * El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 7 en la Natividad del Señor 2, 6.

Reconoce la dignidad de tu naturaleza.

Al nacer nuestro Señor Jesucristo como hombre verdadero, sin dejar por un momento de ser Dios verdadero, realizó en sí mismo el comienzo de la nueva creación y, con su nuevo origen, dio al género humano un principio de vida espiritual. ¿Qué mente será capaz de comprender este misterio, qué lengua será capaz de explicar semejante don? La iniquidad es transformada en inocencia, la antigua condición humana queda renovada; los que eran enemigos y estaban alejados de Dios se convierten en hijos adoptivos y herederos suyos.

Despierta, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza. Recuerda que fuiste hecho a imagen de Dios; esta imagen, que fue destruida en Adán, ha sido restaurada en Cristo. Haz uso como conviene de las criaturas visibles, como usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de las fuentes y de los ríos; y todo lo que hay en ellas de hermoso y digno de admiración conviértelo en motivo de alabanza y gloria del Creador.

Deja que tus sentidos corporales se impregnen de esta luz corporal y abraza, con todo el afecto de tu mente, aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, y de la cual dice el salmista: Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si somos templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros, es mucho más lo que cada fiel lleva en su interior que todas las maravillas que contemplamos en el cielo.

Con estas palabras, amadísimos hermanos, no queremos induciros o persuadiros a que despreciéis las obras de Dios, o que penséis que las cosas buenas que ha hecho el Dios bueno significan un obstáculo para vuestra fe; lo que pretendemos es que uséis de un modo racional y moderado de todas las criaturas y de toda la belleza de este mundo, pues, como dice el Apóstol, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Por consiguiente, puesto que hemos nacido para las cosas presentes y renacido para las futuras, no nos entreguemos de lleno a los bienes temporales, sino tendamos, como a nuestra meta, a los eternos; y, para que podamos mirar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, pensemos qué es lo que la gracia divina ha obrado en nosotros. Oigamos las palabras del Apóstol: Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria, el cual vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Salmo 143, 9; 117, 28.

R. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, * Tocaré para ti el arpa de diez cuerdas.

V. Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. * Tocaré para ti el arpa de diez cuerdas.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 5a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Gálatas 5, 25 – 6, 18.

Avisos sobre la caridad y el celo.

Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. Pues si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Y que cada uno examine su propio comportamiento; el motivo de satisfacción lo tendrá entonces en sí mismo y no en relación con los otros. Pues cada cual carga con su propio fardo.

Que el catecúmeno comparta sus bienes con quien lo instruye en la palabra.

No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe.

Mirad con qué letras tan grandes os he escrito de mi propia mano.

Los que buscan aparecer bien en lo corporal son quienes os fuerzan a circuncidaros; pero lo hacen con el solo objetivo de no ser perseguidos por causa de la cruz de Cristo. Pues ni los mismos que se circuncidan observan la ley, sino que desean que os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne.

En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.

Responsorio: Gálatas 6, 8; Juan 6, 64.

R. Lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; * El que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

V. El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. * El que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Segunda lectura:
Beato Isaac, abad del monasterio de Stella: Sermón 31.

La preeminencia de la caridad.

¿Por qué, hermanos, nos preocupamos tan poco de nuestra mutua salvación, y no procuramos ayudarnos unos a otros en lo que más urgencia tenemos de prestarnos auxilio, llevando mutuamente nuestras cargas, con espíritu fraternal? Así nos exhorta el Apóstol, diciendo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo; y en otro lugar: Sobrellevaos mutuamente con amor. En ello consiste, efectivamente, la ley de Cristo.

Cuando observo en mi hermano alguna deficiencia incorregible —consecuencia de alguna necesidad o de alguna enfermedad física o moral—, ¿por qué no lo soporto con paciencia, por qué no lo consuelo de buen grado, tal como está escrito: Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán? ¿No será porque me falta aquella caridad que todo lo aguanta, que es paciente para soportarlo todo, que es benigna en el amor?

Tal es ciertamente la ley de Cristo, que, en su pasión, soportó nuestros sufrimientos y, por su misericordia, aguantó nuestros dolores, amando a aquellos por quienes sufría, sufriendo por aquellos a quienes amaba. Por el contrario, el que hostiliza a su hermano que está en dificultades, el que le pone asechanzas en su debilidad, sea cual fuere esta debilidad, se somete a la ley del diablo y la cumple. Seamos, pues, compasivos, caritativos con nuestros hermanos, soportemos sus debilidades, tratemos de hacer desaparecer sus vicios.

Cualquier género de vida, cualesquiera que sean sus prácticas o su porte exterior, mientras busquemos sinceramente el amor de Dios y el amor del prójimo por Dios, será agradable a Dios. La caridad ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están. Ella es el principio por el cual y el fin hacia el cual todo debe ordenarse. Nada es culpable si se hace en verdad movido por ella y de acuerdo con ella.

Quiera concedérnosla Aquel a quien no podemos agradar sin ella, y sin el cual nada en absoluto podemos, que vive y reina y es Dios por los siglos inmortales. Amén.

Responsorio: 1a Juan 3, 11; Gálatas 5, 14.

R. Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: * Que nos amemos unos a otros.

V. Toda la ley se concentra en esta frase: * Que nos amemos unos a otros.

Oración:

Protege, Señor, con amor continuo a tu familia, para que, al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo, se sienta siempre fortalecida con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo.




6a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 6a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Proverbios 1, 1-7. 20-33.

Exhortación a elegir la sabiduría.

Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel:

Para aprender sabiduría y doctrina, para entender sentencias inteligentes, para adquirir disciplina y sensatez, derecho, justicia y rectitud; para enseñar sagacidad al inexperto, saber y reflexión al muchacho (lo escucha el sensato y aumenta su saber, el prudente adquiere habilidad); para entender proverbios y dichos, sentencias de sabios y enigmas.

El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, los necios desprecian la sabiduría y la disciplina.

La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz; grita en lugares concurridos, en la plaza pública proclama:

«¿Hasta cuándo, ignorantes, amaréis la ignorancia, y vosotros, insolentes, recaeréis en la insolencia, y vosotros, necios, rechazaréis el saber? Prestad atención a mis razones, derramaré mi espíritu sobre vosotros, quiero comunicaros mis palabras. Os llamé, y vosotros rehusasteis; extendí mi mano y la rechazasteis; despreciasteis mis consejos, no aceptasteis mis advertencias. Pues bien, yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando os alcance el terror.

Cuando os alcance como tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia, cuando os alcancen la angustia y la aflicción, me llamaréis, pero no os escucharé; me buscaréis, pero no me encontraréis. Por haber menospreciado el saber y no querer temer al Señor, por no aceptar mis consejos y despreciar mis reprensiones, comerán el fruto de su conducta, se hartarán de los planes que hicieron. La indisciplina matará a los irreflexivos, la indolencia acabará con los necios; mas quien me escucha vivirá tranquilo, seguro y sin temor a la desgracia».

Responsorio: Romanos 12, 16; 1a Corintios 3, 18-19; 1, 23. 24.

R. No mostréis suficiencia; si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. * Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios.

V. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. * Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios.

Segunda lectura:
San Efrén, diácono: Comentario sobre el Diatésaron: Cap. 1, 18-19.

La palabra de Dios, fuente inagotable de vida.

¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.

La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron —dice el Apóstol— el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.

Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.

Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

Responsorio: 1a Pedro 1, 25; Baruc 4, 1.

R. La palabra del Señor permanece para siempre. * Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

V. Es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la guarden vivirán. * Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 6a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Proverbios 3, 1-20.

Cómo encontrar sabiduría.

Hijo mío, no olvides mi enseñanza, guarda en el corazón mis preceptos, pues te traerán largos días, años de vida y prosperidad. Que no te dejen la bondad y la lealtad, llévalas colgadas al cuello, grábalas bien en el corazón: alcanzarás favor y aceptación lo mismo ante Dios que ante los hombres.

Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; cuenta con él cuando actúes, y él te facilitará las cosas; no te las des de sabio, teme al Señor y evita el mal: será salud para tu cuerpo, medicina para tus huesos.

Honra a Dios con tus riquezas, con la primicia de todas tus cosechas: tus graneros se colmarán de grano, rebosarán mosto tus lagares.

Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama, como un padre al hijo preferido.

Dichoso el que encuentra sabiduría, el hombre que logra inteligencia: adquirirla vale más que la plata, es más provechosa que el oro y más valiosa que las perlas; no se le comparan las joyas. En la diestra trae largos años, honor y riquezas en la izquierda; sus caminos son deleitosos, todas sus sendas prosperan; es árbol de vida para quienes la acogen, son dichosos los que se aferran a ella.

El Señor cimentó la tierra con sabiduría y afirmó el cielo con inteligencia; con su saber se abren los veneros y las nubes destilan rocío.

Responsorio: Proverbios 3, 11. 12; Hebreos 12, 7.

R. No rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión, * Porque el Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido.

V. Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? * Porque el Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón 15 sobre diversas materias.

Hay que buscar la sabiduría.

Trabajemos para tener el manjar que no se consume: trabajemos en la obra de nuestra salvación. Trabajemos en la viña del Señor, para hacernos merecedores del denario cotidiano. Trabajemos para obtener la sabiduría, ya que ella afirma: Los que trabajan para alcanzarme no pecarán. El campo es el mundo —nos dice aquel que es la Verdad—; cavemos en este campo; en él se halla escondido un tesoro que debemos desenterrar. Tal es la sabiduría, que ha de ser extraída de lo oculto. Todos la buscamos, todos la deseamos.

Si queréis preguntar —dice la Escritura—, preguntad, convertíos, venid. ¿Te preguntas de dónde te has de convertir? Refrena tus deseos, hallamos también escrito. Pero, si en mis deseos no encuentro la sabiduría —dices—, ¿dónde la hallaré? Pues mi alma la desea con vehemencia, y no me contento con hallarla, si es que llego a hallarla, sino que echo en mi regazo una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Y esto con razón. Porque, dichoso el que encuentra sabiduría, el que alcanza inteligencia. Búscala, pues, mientras puede ser encontrada; invócala, mientras está cerca.

¿Quieres saber cuán cerca está? La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón; sólo a condición de que la busques con un corazón sincero. Así es como encontrarás la sabiduría en tu corazón, y tu boca estará llena de inteligencia; pero vigila que esta abundancia de tu boca no se derrame a manera de vómito.

Si has hallado la sabiduría, has hallado la miel; procura no comerla con exceso, no sea que, harto de ella, la vomites. Come de manera que siempre quedes con hambre. Porque dice la misma sabiduría: El que me come tendrá más hambre. No tengas en mucho lo que has alcanzado; no te consideres harto, no sea que vomites y pierdas así lo que pensabas poseer, por haber dejado de buscar antes de tiempo. Pues no hay que desistir en esta búsqueda y llamada de la sabiduría, mientras pueda ser hallada, mientras esté cerca. De lo contrario, como la miel daña —según dice el Sabio— a los que comen de ella en demasía, así el que se mete a escudriñar la majestad será oprimido por su gloria.

Del mismo modo que es dichoso el que encuentra sabiduría, así también es dichoso, o mejor, más dichoso aún, el hombre que piensa en la sabiduría; esto seguramente se refiere a la abundancia de que hemos hablado antes.

En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de sabiduría o de prudencia: si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu boca sale la acción de gracias y la alabanza y si de ella salen también palabras de edificación. En efecto, por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Y además, lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su sabiduría) edificar al prójimo.

Responsorio: Sabiduría 7, 10. 11; 8, 2.

R. Quise a la sabiduría más que a la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz. * Con ella me vinieron todos los bienes juntos.

V. La quise y la rondé desde muchacho, enamorado de su hermosura. * Con ella me vinieron todos los bienes juntos.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 6a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Proverbios 8, 1-5. 12-36.

Alabanza de la sabiduría eterna.

Oíd, la sabiduría pregona, la inteligencia levanta su voz, en los montículos, al borde del camino, de pie, a la vera de las sendas; junto a las puertas de la ciudad, pregonando en las vías de acceso:

«A vosotros os llamo, señores; a los humanos dirijo mi voz: inexpertos, aprended sagacidad; necios, adquirid buen juicio».

Yo, la sabiduría, habito con la prudencia y busco la compañía de la reflexión. (Quien teme al Señor odia el mal). Detesto el orgullo y la soberbia, la mala conducta y la boca falsa; poseo el buen consejo y el acierto, mías son la prudencia y el valor; por mí reinan los reyes, y los príncipes promulgan leyes justas; por mí gobiernan los gobernantes, y los nobles dan sentencias justas; yo amo a los que me aman, los que madrugan por mí me encuentran; yo traigo riqueza y honor, fortuna copiosa y prosperidad; mi fruto es mejor que el oro puro, y mi renta vale más que la plata; camino por sendero justo, por las sendas del derecho, para legar riquezas a mis amigos y colmar todos sus tesoros.

El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Aún no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba las nubes en la altura, y fijaba las fuentes abismales; cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres.

Por tanto, hijos míos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos; escuchad la instrucción, no rechacéis la sabiduría. Dichoso el hombre que me escucha, velando día a día en mi portal, guardando las jambas de mi puerta. Quien me encuentra, encuentra la vida y alcanza el favor del Señor. Quien me pierde se arruina a sí mismo; los que me odian aman la muerte.

Responsorio: Proverbios 8, 22; Juan 1, 1.

R. El Señor me estableció al principio de sus tareas, * Al comienzo de sus obras antiquísimas.

V. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. * Al comienzo de sus obras antiquísimas.

Segunda lectura:
San Atanasio: Contra los arrianos: Sermón 2, 78. 81-82.

El conocimiento del Padre por medio de la Sabiduría creadora y hecha carne.

La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora y hacedora de todas las cosas. Todo —dice, en efecto, el salmo— lo hiciste con sabiduría, y también: La tierra está llena de tus criaturas. Pues, para que las cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente, quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.

Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien posee al Hijo —dice la Escritura— posee también al Padre, y también: El que me recibe, recibe al que me ha enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y en todos una participación creada de esta Sabiduría, con toda razón la verdadera y creadora Sabiduría se atribuye las propiedades de los seres, que tienen en sí una participación de la misma, cuando dice: El Señor me creó al comienzo de sus obras.

Mas, como en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación, para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.

Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios, que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se dice de ella que es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella, daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también la Palabra, se hizo carne, como dice san Juan, y, habiendo destruido la muerte y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

De este modo, toda la tierra está llena de su conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia.

Responsorio: Colosenses 2, 6. 9; Mateo 23, 10.

R. Ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded según él. * Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad.

V. Uno solo es vuestro maestro, Cristo. * Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 6a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Proverbios 9, 1-18.

La sabiduría y la locura.

La sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columnas; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y ha preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad:

«Vengan aquí los inexpertos»; y a los faltos de juicio les dice: «Venid a comer de mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la inteligencia».

Quien corrige al insolente recibe insultos; quien reprende al malvado, desprecios. No corrijas al insolente, que te odiará; reprende al sensato y te querrá; instruye al sabio, y será más sabio; enseña al honrado, y aprenderá. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, conocer al Santo implica inteligencia. Por mí prolongarás tus días, se añadirán años a tu vida; si eres sensato, lo serás en tu provecho; si te burlas, sólo tú lo pagarás.

La mujer necia es bullanguera, la ingenua no tiene vergüenza; se sienta a la puerta de su casa, en un asiento que domina la ciudad, para gritar a la gente que pasa, a los que van derechos por el camino:

«Vengan aquí los inexpertos; quiero hablar a los faltos de juicio. El agua robada es más dulce; el pan a escondidas, más sabroso».

Y no saben que en su casa están las sombras, que sus invitados bajan a lo hondo del Abismo.

Responsorio: Cf. Lucas 14, 16-17; Proverbios 9, 5.

R. Un hombre daba un gran banquete, y a la hora del banquete mandó a un criado a avisar a los convidados: Venid, * Que ya está preparado.

V. Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. * Que ya está preparado.

Segunda lectura:
Procopio de Gaza, obispo: Comentario sobre el libro de los Proverbios 9.

La sabiduría de Dios nos mezcló su vino y puso su mesa.

La Sabiduría se ha construido su casa. La Potencia personal de Dios Padre se preparó como casa propia todo el universo, en el que habita por su poder, y también lo preparó para aquel que fue creado a imagen y semejanza de Dios y que consta de una naturaleza en parte visible y en parte invisible.

Plantó siete columnas. Al hombre creado de nuevo en Cristo, para que crea en él y observe sus mandamientos, le ha dado los siete dones del Espíritu Santo; con ellos, estimulada la virtud por el conocimiento y recíprocamente manifestado el conocimiento por la virtud, el hombre espiritual llega a su plenitud, afianzado en la perfección de la fe por la participación de los bienes espirituales.

Y así, la natural nobleza del espíritu humano queda elevada por el don de fortaleza, que nos predispone a buscar con fervor y a desear los designios divinos, según los cuales ha sido hecho todo; por el don de consejo, que nos da discernimiento para distinguir entre los falsos y los verdaderos designios de Dios, increados e inmortales, y nos hace meditarlos y profesarlos de palabra al darnos la capacidad de percibirlos; y por el don de entendimiento, que nos ayuda a someternos de buen grado a los verdaderos designios de Dios y no a los falsos.

Ha mezclado el vino en la copa y puesto la mesa. Y en el hombre que hemos dicho, en el cual se hallan mezclados como en una copa lo espiritual y lo corporal, la Potencia personal de Dios juntó a la ciencia natural de las cosas el conocimiento de ella como creadora de todo; y este conocimiento es como un vino que embriaga con las cosas que atañen a Dios. De este modo, alimentando a las almas en la virtud por sí misma, que es el pan celestial, y embriagándolas y deleitándolas con su instrucción, dispone todo esto a manera de alimentos destinados al banquete espiritual, para todos los que desean participar del mismo.

Ha despachado a sus criados para que anuncien el banquete. Envió a los apóstoles, siervos de Dios, encargados de la proclamación evangélica, la cual, por proceder del Espíritu, es superior a la ley escrita y natural, e invita a todos a que acudan a aquel en el cual, como en una copa, por el misterio de la encarnación tuvo lugar una mezcla admirable de la naturaleza divina y humana, unidas en una sola persona, aunque sin confundirse entre sí. Y clama por boca de ellos: «Los faltos de juicio, que vengan a mí. El insensato, que piensa en su interior que no hay Dios, renunciando a su impiedad, acérquese a mí por la fe, y sepa que yo soy el Creador y Señor de todas las cosas.

Y dice: Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: «Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación».

Responsorio: Proverbios 9, 1. 2; Juan 6, 56.

R. La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, * Ha mezclado el vino y puesto la mesa.

V. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él», dice el Señor. * Ha mezclado el vino y puesto la mesa.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 6a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Proverbios 10, 6-32.

Sentencias diversas.

La cabeza del honrado atrae bendiciones, la boca del malvado encubre violencia. El recuerdo del justo es bendito, el nombre del malvado se extingue. El hombre juicioso acepta el mandato, el que habla necedades se pierde.

Hombre sincero camina seguro, hombre retorcido queda al descubierto. Guiñar el ojo acarrea pesares, reprender con franqueza es buen remedio. Manantial de vida es la boca del justo, pero la boca del malvado encubre violencia. El odio provoca reyertas, el amor disimula las ofensas. En labios prudentes hay sabiduría, la espalda del necio se mide con la vara.

El sabio atesora saber, la boca del necio es ruina inminente. La fortuna del rico es su baluarte, la miseria es la ruina del pobre. El salario del honrado es la vida; la ganancia del malvado, el fracaso. Quien se deja instruir se encamina a la vida, quien rechaza la reprensión se extravía.

Labios embusteros encubren el odio, quien difunde calumnias es un insensato. Quien mucho habla no escapa al pecado, quien refrena los labios se llama sensato. Plata de ley la boca del honrado, mente perversa no sirve de nada. Labios honrados apacientan a muchos, la falta de juicio mata a los necios.

La bendición del Señor enriquece, junto a ella el esfuerzo no es nada. El necio se divierte haciendo trampas; el hombre prudente, con la sabiduría. Al malvado le sucede lo que teme, al honrado se le da lo que desea. La tempestad arrebata al malvado, el honrado está firme para siempre. Vinagre a los dientes, humo a los ojos: el holgazán que recibe un encargo.

Quien teme al Señor prolonga la vida, los años del malvado se acortan. La esperanza sonríe a los honrados, la ilusión del malvado fracasa. El Señor es refugio del honrado, y acarrea la ruina al malhechor. El honrado jamás vacilará, el malvado no habitará la tierra. De boca honrada brota sabiduría, la lengua tramposa será cercenada. Labios honrados destilan agrado, de la boca del malvado brota el engaño.

Responsorio: Salmo 36, 30. 31; 111, 6. 7.

R. La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho; * Lleva en el corazón la ley de su Dios.

V. El recuerdo del justo será perpetuo, no temerá las malas noticias. * Lleva en el corazón la ley de su Dios.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentarios sobre los salmos 36, 65-66.

Abre tu boca a la palabra de Dios.

En todo momento, tu corazón y tu boca deben meditar la sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón la ley de tu Dios. Por esto, te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús, porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.

Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior. Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.

Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca que te la llene. Pero no todos pueden percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o Daniel; a todos, sin embargo, se les infunde, según su capacidad, el espíritu de sabiduría, con tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.

Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios, estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como quien juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo. Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle: Quiero —dice— que los hombres recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de iras y divisiones. Habla, oh hombre, cuando te acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo debes hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.

Cuando te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que llama, y Cristo responde: Ábreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú a Cristo. El alma dice: ¡Muchachas de Jerusalén, os conjuro que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor! El amor es Cristo.

Responsorio: 1a Corintios 1, 30-31; Juan 1, 16.

R. Dios ha hecho a Cristo Jesús para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. * Y así como dice la Escritura—: «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

V. De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. * Y así —como dice la Escritura—: «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 6a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura:
Proverbios 15, 8-9.16-17. 25-26. 29. 33; 16,1-9; 17, 5.

El hombre ante Dios.

El Señor detesta el sacrificio del malvado, la oración de los rectos alcanza su favor. El Señor detesta la conducta del malvado, pero ama al hombre que busca la justicia. Más vale poco con temor del Señor que grandes tesoros con preocupación. Más vale ración de verdura con amor que buey cebado con rencor.

El Señor derriba la casa del soberbio y mantiene firmes los linderos de la viuda. El Señor detesta los planes perversos; le agradan, en cambio, las palabras sinceras. El Señor está lejos de los malvados y escucha la oración de los honrados. Temer al Señor educa en la sabiduría, delante de la gloria va la humildad.

El hombre tiene proyectos, el Señor proporciona la respuesta. El hombre se cree irreprochable, pero el Señor examina sus intenciones. Encomienda al Señor tus tareas, y tendrán éxito tus planes. El Señor da a cada cosa su destino, al malvado el día funesto.

El Señor detesta al arrogante, tarde o temprano lo pagará. Amor y fidelidad reparan la culpa, temer al Señor aparta del mal.

Si el Señor aprueba la conducta de alguien, lo reconcilia incluso con sus enemigos. Más vale poco con justicia que muchas ganancias injustas. El hombre proyecta su camino, el Señor dirige sus pasos.

Quien se burla del pobre afrenta a su Hacedor, quien se alegra de su desgracia lo pagará.

Responsorio: Deuteronomio 6, 12. 13; Proverbios 15, 33.

R. No olvides al Señor que te sacó de Egipto. * Al Señor, tu Dios, temerás, a él solo servirás.

V. El temor del Señor es escuela de sabiduría, delante de la gloria va la humildad. * Al Señor, tu Dios, temerás, a él solo servirás.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratados sobre la 1a carta de san Juan: Tratado 4.

El deseo del corazón tiende hacia Dios.

¿Qué es lo que se nos ha prometido? Seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. La lengua ha expresado lo que ha podido; lo restante ha de ser meditado en el corazón. En comparación de aquel que es, ¿qué pudo decir el mismo Juan? ¿Y qué podremos decir nosotros, que tan lejos estamos de igualar sus méritos?

Volvamos, pues, a aquella unción de Cristo, a aquella unción que nos enseña desde dentro lo que nosotros no podemos expresar, y, ya que por ahora os es imposible la visión, sea vuestra tarea el deseo.

Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión.

Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones.

Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados. Ved de qué manera Pablo ensancha su deseo, para hacerse capaz de recibir lo que ha de venir. Dice, en efecto: No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta; hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio.

¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no has conseguido el premio? Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama. Afirma de sí mismo que está lanzado hacia lo que está por delante y que va corriendo hacia la meta final. Es porque se sentía demasiado pequeño para captar aquello que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.

Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora bien, este santo deseo está en proporción directa de nuestro desasimiento de los deseos que suscita el amor del mundo. Ya hemos dicho, en otra parte, que un recipiente, para ser llenado, tiene que estar vacío. Derrama, pues, de ti el mal, ya que has de ser llenado del bien.

Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? Hay que vaciar primero el recipiente, hay que limpiarlo y lavarlo, aunque cueste fatiga, aunque haya que frotarlo, para que sea capaz de recibir algo.

Y, así como decimos miel, podríamos decir oro o vino; lo que pretendemos es significar algo inefable: Dios. Y, cuando decimos «Dios», ¿qué es lo que decimos? Esta sola sílaba es todo lo que esperamos. Todo lo que podamos decir está, por tanto, muy por debajo de esa realidad; ensanchemos, pues, nuestro corazón, para que, cuando venga, nos llene, ya que seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Responsorio: Salmo 36, 4-5.

R. Sea el Señor tu delicia, * Y él te dará lo que pide tu corazón.

V. Encomienda tu camino al Señor, confía en él. * Y él te dará lo que pide tu corazón.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 6a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Proverbios 31, 10-31.

Elogio de una mujer hacendosa.

Una mujer fuerte, ¿quién la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas. Le trae ganancias, no pérdidas, todos los días de su vida.

Busca la lana y el lino y los trabaja con la destreza de sus manos. Es como nave mercante que importa el grano de lejos. Todavía de noche, se levanta a preparar la comida a los de casa y repartir trabajo a las criadas.

Examina un terreno y lo compra, con lo que gana planta un huerto. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Comprueba si van bien sus asuntos, y aun de noche no se apaga su lámpara. Aplica sus manos al huso, con sus dedos sostiene la rueca.

Abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre. Si nieva, no teme por los de casa, pues todos llevan trajes forrados. Ella misma se hace las mantas, se viste de lino y de púrpura. En la plaza respetan al marido cuando está con los jefes de la ciudad. Teje prendas de lino y las vende, provee de cinturones a los comerciantes.

Se viste de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad. Vigila la marcha de su casa, no come su pan de balde.

Sus hijos se levantan y la llaman dichosa, su marido proclama su alabanza: «Hay muchas mujeres fuertes, pero tú las ganas a todas».

Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en público.

Responsorio: Cf. Proverbios 31, 17. 18; cf. Salmo 45, 6.

R. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. * Por esto su lámpara nunca se apagará.

V. Dios la socorre con su mirada; teniendo a Dios en medio, no vacila. * Por esto su lámpara nunca se apagará.

Segunda lectura:
Pío XII: Alocución a los recién casados 11 de marzo de 1942.

La esposa es el sol de la familia.

La esposa viene a ser como el sol que ilumina a la familia. Oíd lo que de ella dice la sagrada Escritura: Mujer hermosa deleita al marido, mujer modesta duplica su encanto. El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella, en su casa bien arreglada.

Sí, la esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza vigilante y previsora en todo cuanto puede alegrar la vida a su marido y a sus hijos. Ella difunde en torno a sí luz y calor; y, si suele decirse de un matrimonio que es feliz cuando cada uno de los cónyuges, al contraerlo, se consagra a hacer feliz, no a sí mismo, sino al otro, este noble sentimiento e intención, aunque les obligue a ambos, es sin embargo virtud principal de la mujer, que le nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; madurez que, si recibe amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe humillaciones, no quiere devolver sino dignidad y respeto, semejante al sol que, con sus albores, alegra la nebulosa mañana y dora las nubes con los rayos de su ocaso.

La esposa es el sol de la familia con la claridad de su mirada y con el fuego de su palabra; mirada y palabra que penetran dulcemente en el alma, la vencen y enternecen y alzan fuera del tumulto de las pasiones, arrastrando al hombre a la alegría del bien y de la convivencia familiar, después de una larga jornada de continuado y muchas veces fatigoso trabajo en la oficina o en el campo o en las exigentes actividades del comercio y de la industria.

La esposa es el sol de la familia con su ingenua naturaleza, con su digna sencillez y con su majestad cristiana y honesta, así en el recogimiento y en la rectitud del espíritu, como en la sutil armonía de su porte y de su vestir; de su adorno y de su continente, reservado y a la par afectuoso. Sentimientos delicados, graciosos gestos del rostro, ingenuos silencios y sonrisas, una condescendiente señal de cabeza, le dan la gracia de una flor selecta y sin embargo sencilla que abre su corola para recibir y reflejar los colores del sol.

¡Oh, si supieseis cuán profundos sentimientos de amor y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia y de los hijos semejante imagen de esposa y de madre!

Responsorio: Eclesiástico 26, 13. 15. 16.

R. Mujer hermosa deleita al marido, * Mujer modesta duplica su encanto.

V. El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella, en casa bien arreglada. * Mujer modesta duplica su encanto.

Oración:

Oh, Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes habitar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.



7a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 7a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: Eclesiastés 1, 1-18.

Vanidad de todas las cosas.

Palabras de Qohélet, hijo de David, rey de Jerusalén.

¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol?

Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol, se afana por llegar a su puesto, y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur, gira al norte, gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio.

Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos.

Yo, Qohélet, fui rey de Israel en Jerusalén. Me dediqué a investigar y a explorar con método todo lo que se hace bajo el cielo. ¡Triste tarea ha dado Dios a los hombres para que se ocupen en ella! Examiné todas las acciones que se realizan bajo el sol y comprendí que todo es vanidad y caza de viento: Lo torcido no se puede enderezar, lo que falta no se puede calcular.

Y me dije: «Aquí estoy yo, que he acumulado tanta sabiduría, incluso más que mis predecesores en Jerusalén. Mi mente alcanzó sabiduría y conocimiento incalculables. Me dediqué a estudiar la sabiduría y el conocimiento, la locura y la necedad». Y comprendí que también eso es caza de viento, pues a más sabiduría más pesadumbre, a más conocimiento más sufrimiento.

Responsorio: Eclesiastés 1, 14; 5, 14; 1a Timoteo 6, 7.

R. Examiné todas las acciones que se hacen bajo el sol: todo es vanidad y caza de viento. * Como salió el hombre del vientre de su madre, así volverá: desnudo; y nada se llevará.

V. Sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él. * Como salió el hombre del vientre de su madre, así volverá: desnudo; y nada se llevará.

Segunda lectura:
San Máximo Confesor: Tratados sobre la caridad: Centuria 1, cap. 1, 4-5. 16-17. 23-24. 26-28. 30-40.

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades.

La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.

El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.

Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores, demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.

El que me ama —dice el Señor— guardará mis mandamientos. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.

Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno; aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, más bien que a los malos.

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino, sobre todo, con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.

El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo, pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.

El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.

No digáis —advierte el profeta Jeremías—: «Somos templo del Señor». no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación». Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: También los demonios creen y tiemblan.

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.

Responsorio: Juan 13, 34; 1a Juan 2, 10. 3.

R. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. * Quien ama a su hermano permanece en la luz.

V. En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. * Quien ama a su hermano permanece en la luz.

Himno TE DEUM.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 7a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: Eclesiastés 2, 1-3. 12-26.

Vanidad de los placeres y de la sabiduría humana.

Me dije: «Voy a probar con la alegría y a gozar de los placeres». Pero también esto resultó puro vacío. Llamé a la risa «locura», y dije de la alegría: «¿Qué se consigue?». Exploré atentamente, guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar cómo puede el hombre disfrutar durante los contados días de su vida bajo el cielo.

Me puse a examinar la sabiduría, la locura y la necedad. ¿Qué hará el hombre que me suceda como rey? Sin duda lo que otros ya han hecho. Así observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas. El sabio lleva los ojos puestos en la cabeza, pero el necio camina en tinieblas. Sí, pero comprendí que una suerte común les toca a todos. Así que me dije: «La suerte del necio será mi suerte: ¿qué saqué en limpio siendo tan sabio?». Y concluí que hasta eso mismo era vanidad. En realidad, nadie se acordará jamás del necio ni del sabio, ya que en los años venideros todo se olvidará. ¡Tanto el sabio como el necio morirán!

Y así aborrecí la vida, pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es vanidad y caza de viento. Y aborrecí todo el trabajo con el que me fatigo bajo el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor. ¿Y quién sabe si será sabio o necio? Él heredará lo que me costó tanta fatiga y sabiduría bajo el sol. También esto es vanidad.

Y acabé por desengañarme de todos mis trabajos y fatigas bajo el sol. Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

El único bien del hombre es comer y beber, y regalarse en medio de sus fatigas. Pero he visto que aun esto es don de Dios, pues ¿quién come y goza sin su permiso? Al hombre que le agrada le concede sabiduría, ciencia y alegría; al pecador le proporciona la tarea de juntar y acumular, para dejárselo después a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y caza de viento.

Responsorio: Eclesiastés 2, 26; 1a Timoteo 6, 10.

R. Al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular. * También esto es vanidad y caza de viento.

V. La codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han acarreado muchos sufrimientos. * También esto es vanidad y caza de viento.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilías sobre el libro del Eclesiastés 5.

El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza.

Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo.

Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.

Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros, unos necios por Cristo, que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza». Por esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.

¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?».

A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».

Responsorio: Salmo 122, 2; Juan 8, 12.

R. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, * Así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.

V. Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. * Así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 7a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: Eclesiastés 3, 1-22.

Diversidad de los tiempos.

Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de destruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recogerlas; tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo de arrojar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.

¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Comprobé la tarea que Dios ha encomendado a los hombres para que se ocupen en ella: todo lo hizo bueno a su tiempo, y les proporcionó el sentido del tiempo, pero el hombre no puede llegar a comprender la obra que hizo Dios, de principio a fin.

Y así he comprendido que el único bien del hombre es disfrutar y pasarlo bien en la vida. Pero que el hombre coma, beba y se regale en medio de sus fatigas es don de Dios.

Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: nada se puede añadir ni restar. Y así hace Dios que lo teman. Lo que es ya había sido, lo que será ya es, pues Dios hace que el pasado se repita.

Otra cosa he observado bajo el sol: en la sede del derecho, el delito; en el tribunal de la justicia, la iniquidad. Así que pensé: «Al justo y al malvado los juzgará Dios, pues hay un tiempo para cada asunto y un lugar para cada acción». Acerca de los hombres, pensé lo siguiente: «Dios los prueba para que vean que, por sí mismos, son como los animales». En efecto, la suerte de hombres y animales es la misma: muere uno y muere el otro, todos tienen el mismo aliento de vida, y el hombre no supera a los animales. Todos son vanidad. Todos caminan al mismo lugar, todos vienen del polvo y todos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el aliento de vida del hombre sube arriba y el aliento de vida del animal baja a la tierra?

Y así observé que el único bien del hombre es disfrutar con lo que hace: ésa es su paga. ¿Quién le va a guiar para que vea lo que pasará después de él?

Responsorio: 1a Corintios 7, 29. 31; Eclesiastés 3, 1.

R. El momento es apremiante. Queda como solución que los que negocian en el mundo vivan como si no disfrutaran de él: * Porque la representación de este mundo se termina.

V. Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol. * Porque la representación de este mundo se termina.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Homilías sobre el libro del Eclesiastés 6.

Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir.

Tiene su tiempo —leemos— el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.

Tiene su tiempo —dice— el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.

Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.

Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.

Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. Él, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.

No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Ésta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.

Yo —dice el Señor— doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.

Responsorio: Deuteronomio 32, 39; Apocalipsis 1, 18.

R. Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo, * Y no hay quien libre de mi mano.

V. Yo tengo las llaves de la muerte y del abismo. * Y no hay quien libre de mi mano.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 7a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: Eclesiastés 5, 9 – 6, 8.

Vanidad de las riquezas.

Quien ama el dinero nunca se sacia; quien ama la abundancia no le saca provecho. También esto es vanidad. Aumentan los bienes y aumentan los que los comen; lo único que saca el dueño es verlo con sus ojos. Duerme bien el obrero, coma mucho o coma poco; al rico la hartura no le deja dormir.

He observado bajo el sol una grave dolencia: riquezas guardadas que perjudican al dueño. En un mal negocio pierde sus riquezas, y el hijo que le nace se queda con las manos vacías. Como salió del vientre de su madre, así partirá: desnudo; y nada se llevará de sus fatigas. También esto es grave dolencia: tiene que irse igual que vino. ¿Y qué sacó de tanta fatiga? ¡Viento! Toda su vida se consume entre tinieblas, disgustos, enfermedades y rabia.

Ésta es mi conclusión: lo bueno y lo que aprovecha al hombre es comer, beber y regalarse en medio de sus fatigas y afanes bajo el sol, durante los pocos años que Dios le concede. Ésa es su paga. Además, si a un hombre le concede Dios bienes y riquezas y la capacidad de regalarse con ellos, de llevarse su porción y holgarse en medio de sus fatigas, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede alegría interior.

He observado bajo el sol una desgracia que pesa sobre los hombres: Dios concede a un hombre bienes, fortuna y honores, sin que le falte nada de cuanto puede desear; pero Dios no le concede disfrutarlas, porque un extraño las disfruta. Esto es vanidad y grave desventura. Supongamos que un hombre tiene cien hijos y vive muchos años; por muy larga que sea su vida, si no puede satisfacer su deseo de felicidad y además acaba sin sepultura, afirmo que es mejor un aborto, que llega en un soplo y se marcha a oscuras, la tiniebla encubre su nombre; no vio el sol ni se enteró de nada, pero descansa mejor que el otro. Y si no disfruta de la dicha, aunque viva dos veces mil años, ¿no van todos al mismo lugar?

El hombre se fatiga para la boca, y el estómago nunca se llena. ¿En qué aventaja el sabio al necio? ¿De qué le sirve al pobre saber manejarse en la vida?

Responsorio: Proverbios 30, 8; Salmo 30, 15-16.

R. Aleja de mí falsedad y mentira, Señor; * No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan.

V. Yo confío en ti, Señor, en tu mano están mis azares. * No me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan.

Segunda lectura:
San Jerónimo: Comentario sobre el Eclesiastés: PL 23, 1057-1059.

Buscad los bienes de arriba.

Si a un hombre le concede Dios bienes y riquezas y capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede alegría interior. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Éste, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta grandes preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: No pensará mucho en los años de su vida.

Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que aparezca Cristo, vida nuestra.

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida? Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los dientes, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.

Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.

Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para la boca, y el estómago no se llena, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida; anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida; es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 23, 4-6. 1. 3.

R. Señor, padre y dueño de mi vida, no me entregues a caprichos perniciosos; no permitas que mis ojos sean soberbios; aparta de mí los malos deseos. * No me entregues, Señor, a pasión vergonzosa.

V. No me abandones, Señor, para que no aumenten mis ignorancias ni se multipliquen mis pecados. * No me entregues, Señor, a pasión vergonzosa.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 7a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: Eclesiastés 6, 12 – 7, 29.

No apures tu sabiduría.

¿Quién le dice al hombre lo que va a pasar durante su vida, durante los pocos años de su vana existencia, que atraviesa como una sombra? ¿Quién le dirá lo que va a suceder en el futuro bajo el sol?

Más vale buena fama que buen perfume, y el día de la muerte que el del nacimiento. Más vale ir a la casa en duelo que frecuentar la casa en fiestas, pues en eso acaba todo hombre; y el que esté vivo que piense en ello. Más vale sufrir que reír: pues detrás de una cara triste puede haber un corazón feliz. El sabio piensa en la casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta.

Más vale reprensión de sabio que escuchar copla de necio, pues crepitar de zarzas bajo la olla es el jolgorio de los necios. Y también esto es vanidad. Las presiones perturban al sabio, y el soborno le quita el juicio. Más vale el fin de un asunto que el principio, más vale espíritu paciente que arrogancia.

No te dejes arrebatar por la cólera, pues se aloja en el pecho del necio. No preguntes: «¿Por qué el pasado resulta mejor que el presente?». Eso no lo pregunta un sabio. La sabiduría es buena como una herencia, y provechosa para aquellos que viven. A la sombra de la sabiduría, como a la sombra del dinero; pero aventaja la sabiduría, porque da vida a su dueño.

Observa la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él ha torcido? En tiempo de prosperidad disfruta, en tiempo de adversidad reflexiona: Dios ha creado estos dos contrarios para que el hombre no pueda averiguar su porvenir. De todo he visto en mi vana existencia: gente honrada que fracasa por su honradez, gente malvada que prospera por su maldad. No exageres tu honradez ni apures tu sabiduría. ¿Para qué matarte? No exageres tu maldad ni seas un necio. ¿Para qué morir antes de hora? Lo bueno es agarrar lo uno y no soltar lo otro, porque el que teme a Dios de todo sale bien parado.

La sabiduría hace al sabio más fuerte que diez jefes en una ciudad. No hay nadie tan honrado en el mundo que haga el bien sin nunca haber pecado. No hagas caso de todo lo que se dice: así no oirás a tu siervo maldecirte, pues sabes muy bien que tú mismo has maldecido a otros muchas veces.

Todo esto lo he examinado con método, pensando llegar a sabio, pero me quedé muy lejos. Lo que existe es remoto y muy oscuro. ¿Quién puede averiguarlo?

Me puse a indagar a fondo, buscando sabiduría y recta valoración, procurando conocer cuál es la peor necedad, la necedad más absurda, y descubrí que es más amarga que la muerte la mujer cuyos pensamientos son redes y lazos, y sus brazos, cadenas. El que agrada a Dios se librará de ella; el pecador quedará atrapado. Mira lo que he averiguado —dice Qohélet— cuando me puse a analizar caso por caso, tratando en vano de hallar una respuesta: si entre mil encontré sólo un hombre, entre todas ésas no encontré una mujer. Mira lo único que averigüé: Dios hizo a los humanos equilibrados, pero ellos se buscaron preocupaciones sin cuento.

Responsorio: Proverbios 20, 9; Eclesiastés 7, 20; 1a Juan 1, 8. 9.

R. ¿Quién se atreverá a decir: «Tengo la conciencia pura, estoy limpio de pecado?». * No hay en el mundo nadie tan honrado que haga el bien sin pecar nunca.

V. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos; pero, si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel, nos perdonará. * No hay en el mundo nadie tan honrado que haga el bien sin pecar nunca.

Segunda lectura:
San Columbano: Instrucción 1, sobre la fe, 3-5.

La insondable profundidad de Dios.

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy —dice— un Dios de cerca, no de lejos. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él —como dice el Apóstol— vivimos, nos movemos y existimos.

¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios nadie lo ha visto jamás tal cual es. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Éstas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.

¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara, con razón, a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará? Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y, por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.

Busca, pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso racional al que es inefable, te quedarás muy lejos, más de lo que estabas; pero, si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.

Responsorio: Salmo 35, 6-7; Romanos 11, 33.

R. Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; * Tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmenso.

V. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones! * Tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmenso.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 7a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Eclesiastés 8, 5 – 9, 10.

El consuelo del sabio.

El que cumple los mandatos no sufrirá nada malo. El sabio atina con el momento y el método, pues cada asunto tiene su momento y su método. El hombre está expuesto a muchos males, porque no sabe lo que va a suceder, ¿y quién le informará de lo que va a pasar? El hombre no es dueño de su aliento vital ni puede retenerlo; tampoco es dueño del día de la muerte ni puede librarse del combate. Ni la maldad librará a quien la practique. Todo esto lo he observado fijándome en todo lo que sucede bajo el sol, cuando una persona domina a otra para su mal.

También he observado lo siguiente: sepultan a los malvados y la gente, al volver del lugar santo, se olvida en la ciudad de cómo habían obrado. También esto es vanidad: como la sentencia dictada contra un delito no se ejecuta enseguida, el corazón humano está dispuesto a hacer el mal. El pecador obra cien veces mal y tiene una larga vida, aunque ya conozco eso de que: «Le irá bien al que tema a Dios, precisamente porque lo teme», y aquello otro: «No le irá bien al malvado, ni alargará su vida como sombra, por no temer a Dios».

Y en la tierra se manifiesta otra vanidad: hay honrados tratados según la conducta de los malvados, y malvados tratados según la conducta de los honrados. También esto lo considero vanidad.

Por eso alabo la alegría, porque el único bien del hombre bajo el sol es comer y beber y disfrutar; eso le quedará de sus fatigas durante los días de vida que Dios le conceda vivir bajo el sol.

Me dediqué a conseguir sabiduría observando todas las tareas que se realizan en la tierra: los ojos del hombre no concilian el sueño ni de día ni de noche. También pude observar todas las obras de Dios: el hombre no puede descubrir el sentido de cuanto se hace bajo el sol. Por más que el hombre se fatigue buscando, no lo descubrirá; y aunque el sabio pretenda saberlo, nunca podrá descubrirlo.

He reflexionado sobre todo esto y he llegado a la siguiente conclusión: aunque los honrados y los sabios con sus obras están en manos de Dios, el hombre no sabe de amor ni de odio. Todo lo que tiene el hombre delante es vanidad, porque una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al que no los ofrece, al honrado y al pecador, al que jura y al que tiene reparo en jurar. Y ésta es la peor desgracia de cuanto sucede bajo el sol: que una misma suerte toca a todos. Por ello, el corazón de los hombres está lleno de maldad; mientras viven, piensan locuras, y después ¡a morir!

Es cierto que mientras se está entre los vivos aún hay esperanza, pues «más vale perro vivo que león muerto». Los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada: no reciben recompensa alguna, incluso su nombre se desvanece. Ya se acabaron sus amores, odios y pasiones; jamás tomarán parte en lo que se hace bajo el sol.

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras. Lleva siempre vestidos blancos, y no falte el perfume en tu cabeza; disfruta de la vida con la mujer que amas, mientras dure esta vana existencia que te ha sido concedida bajo el sol. Ésa es tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol. Todo lo que esté a tu alcance, hazlo mientras puedas, pues no se trabaja ni se planea, no hay conocer ni saber en el Abismo adonde te encaminas.

Responsorio: 1a Corintios 2, 9-10; Eclesiastés 8, 17.

R. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. * Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, que lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

V. El hombre no puede averiguar todas las obras de Dios. * Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, que lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Segunda lectura:
San Gregorio de Agrigento: Comentario sobre el Eclesiastés: Libro 8, 6.

Mi corazón se alegra en el Señor.

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto la alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.

Responsorio: Salmo 15, 8-9. 5.

R. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. * Por eso, se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas.

V. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. * Por eso, se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 7a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: Eclesiastés 11, 7 – 12, 14.

Sentencias sobre la vejez.

Dulce es la luz, y los ojos se alegran de ver el sol. Por muchos años que uno viva, debería disfrutar de todos ellos, teniendo presente que los días tenebrosos serán incontables. ¡El futuro sólo es vanidad!

Disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón y de lo que te recrea la vista; pero sábete que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo. Rechaza las penas del corazón y rehúye los dolores del cuerpo: adolescencia y juventud son efímeras.

Acuérdate de tu Creador en tus años mozos, antes de que lleguen los días aciagos y te alcancen los años en que digas: «No les saco gusto»; antes de que se oscurezcan el sol, la luz, la luna y las estrellas, y tras la lluvia vuelva el nublado. Ese día temblarán los guardianes de la casa, y los valientes se encorvarán; las que muelen serán pocas y se pararán; los que miran por las ventanas se ofuscarán; las puertas de la calle se cerrarán y el ruido del molino será sólo un eco; se debilitará el canto de los pájaros, las canciones se irán apagando; darán miedo las alturas y en las calles rondarán los terrores; cuando florezca el almendro y se arrastre la langosta y sea ineficaz la alcaparra; porque el hombre va a la morada de su eternidad y el cortejo fúnebre recorre las calles. Antes de que se rompa el hilo de plata y se destroce la copa de oro, y se quiebre el cántaro en la fuente y se raje la polea del pozo, y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva al Dios que lo dio.

Vanidad de vanidades, dice Qohélet, vanidad de vanidades, todo es vanidad. Qohélet, además de ser un sabio, enseñó al pueblo lo que él sabía. Estudió, inventó y formuló muchos proverbios. Qohélet procuró un estilo atractivo y escribió la verdad con acierto.

Las sentencias de los sabios son como aguijadas, o como clavos bien clavados sus colecciones de textos: todos pronunciados por un solo pastor.

Un último aviso, hijo mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo.

En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre. Que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, sean buenas o malas.

Responsorio: Salmo 70, 17. 9; 15, 11.

R. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. * No me rechaces ahora en la vejez.

V. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. * No me rechaces ahora en la vejez.

Segunda lectura:
S. Gregorio de Agrigento: Comentario sobre el Eclesiastés 10, 2.

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes.

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto, Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.

Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo de su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue, en verdad, sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque, en realidad, no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y, por esto, hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.

Pero, también ahora, es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés, cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él, dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

Responsorio: Salmo 33, 4. 6; Colosenses 1, 12-13.

R. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. * Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.

V. Él nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz, nos ha sacado del dominio de las tinieblas. * Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos, de palabra y de obra, lo que a ti te complace. Por nuestro Señor Jesucristo.



8a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo, 8a semana.

V. La palabra de Dios es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: Job 1, 1-22.

Job, privado de sus bienes.

Había en la tierra de Hus un hombre llamado Job. Era justo, honrado y temeroso de Dios y vivía apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y una servidumbre numerosa. Era el más rico de los hombres de Oriente.

Sus hijos solían celebrar banquetes, cada uno en su día, e invitaban a sus tres hermanas a comer con ellos. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Job hacía lo mismo en cada ocasión.

Un día los hijos de Dios se presentaron ante el Señor; entre ellos apareció también Satán. El Señor preguntó a Satán:

«¿De dónde vienes?».

Satán respondió al Señor:

«De dar vueltas por la tierra; de andar por ella».

El Señor añadió:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal».

Satán contestó al Señor:

«¿Y crees que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú mismo una valla en torno a él, su hogar y todo lo suyo? Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se extienden por el país. Extiende tu mano y daña sus bienes y ¡ya verás cómo te maldice en la cara!».

El Señor respondió a Satán:

«Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques».

Satán abandonó la presencia del Señor.

Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job con esta noticia:

«Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado éste de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:

«Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido a las ovejas y a los pastores. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado éste de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:

«Una banda de caldeos, divididos en tres grupos, se ha echado sobre los camellos y se los ha llevado, después de apuñalar a los mozos. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado éste de hablar, cuando llegó otro con esta noticia:

«Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó sobre los jóvenes y los mató. Sólo yo pude escapar para contártelo».

Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:

«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor».

A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios.

Responsorio: Job 2, 10; 1, 21.

R. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? * El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.

V. Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él. * El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno, Papa: Tratados morales sobre Job 1, 2. 36.

Un hombre simple y honrado, que temía a Dios.

Hay algunos cuya simplicidad llega hasta ignorar lo que es honrado. Esta simplicidad no es la simplicidad de la inocencia, ya que no los conduce a la virtud de la honradez; pues, en la medida en que no saben ser cautos por su honradez, su simplicidad deja de ser verdadera inocencia.

De ahí que Pablo amonesta a los discípulos con estas palabras: Querría que fueseis listos para lo bueno y simples para lo malo. Y dice también: Sed niños para lo malo, pero vuestra actitud sea de hombres hechos.

De ahí que la misma Verdad en persona manda a sus discípulos: Sed sagaces como serpientes y simples como palomas. Nos manda las dos cosas de manera inseparable, para que así la astucia de la serpiente complemente la simplicidad de la paloma y, a la inversa, la simplicidad de la paloma modere la astucia de la serpiente.

Por esto, el Espíritu Santo hizo visible a los hombres su presencia, no sólo con figura de paloma, sino también de fuego. La paloma, en efecto, representa la simplicidad, y el fuego representa el celo. Y así se mostró bajo esta doble figura, para que todos los que están llenos de él practiquen la simplicidad de la mansedumbre, sin por eso dejar de inflamarse en el celo de la honradez contra las culpas de los que delinquen.

Simple y honrado, que temía a Dios y se apartaba del mal. Todo el que anhela la patria eterna vive con simplicidad y honradez: con simplicidad en sus obras, con honradez en su fe; con simplicidad en las buenas obras que realiza aquí abajo, con honradez por su intención que tiende a las cosas de arriba. Hay algunos, en efecto, a quienes les falta simplicidad en las buenas obras que realizan, porque buscan no la retribución espiritual, sino el aplauso de los hombres. Por esto, dice con razón uno de los libros sapienciales: Ay del hombre que va por dos caminos. Va por dos caminos el hombre pecador que, por una parte, realiza lo que es conforme a Dios, pero, por otra, busca con su intención un provecho mundano.

Bien dice el libro de Job: Que temía a Dios y se apartaba del mal: porque la santa Iglesia de los elegidos inicia su camino de simplicidad y honradez por el temor, pero lo lleva a la perfección por el amor. Ella, en efecto, se aparta radicalmente del mal, cuando, por amor a Dios, empieza a detestar el pecado. Cuando practica el bien movida sólo por el temor, todavía no se ha apartado totalmente del mal, ya que continúa pecando por el hecho de que querría pecar si pudiera hacerlo impunemente.

Acertadamente, pues, se afirma de Job que temía a Dios y, al mismo tiempo, se apartaba del mal; porque, cuando el amor sigue al temor, queda eliminada incluso aquella parte de culpa que subsistía en nuestro interior por nuestro mal deseo.

Responsorio: Hebreos 13, 21; 2o Macabeos 1, 4.

R. Que Dios os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. * Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

V. Que abra vuestro corazón a su ley y a sus preceptos. * Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo.

Himno TE DEUM.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 8a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: Job 2, 1-13.

Job, herido con llagas malignas, es visitado por sus amigos.

Un día los hijos de Dios se presentaron al Señor; entre ellos apareció también Satán. El Señor preguntó a Satán:

«¿De dónde vienes?».

Satán respondió al Señor:

«De dar vueltas por la tierra; de andar por ella».

El Señor añadió:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y vive apartado del mal. Tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin más ni más, pero todavía persiste en su honradez».

Satán contestó al Señor:

«Piel por piel; por salvar la vida el hombre lo da todo. Extiende tu mano y hiérelo en su carne y en sus huesos. ¡Verás cómo te maldice cara a cara!».

El Señor respondió a Satán:

«Haz lo que quieras con él, pero respétale la vida».

Satán abandonó la presencia del Señor. Entonces hirió a Job con llagas malignas, desde la planta del pie a la coronilla. Job cogió una tejuela para rasparse con ella y se sentó en el polvo. Su mujer le dijo:

«¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete».

Él le contestó:

«Hablas como una necia. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?».

A pesar de todo, Job no pecó con sus labios.

Tres amigos de Job, al enterarse de las desgracias que le habían sobrevenido, acudieron desde sus respectivos países. Eran Elifaz de Temán, Bildad de Súaj y Sofar de Naamat, que se pusieron de acuerdo para ir a compartir su pena y consolarlo. Al verlo de lejos y no reconocerlo, rompieron a llorar, se rasgaron el manto y echaron polvo sobre sus cabezas y hacia el cielo. Después se sentaron con él en el suelo y estuvieron siete días con sus noches, pero ninguno le decía nada, viendo lo atroz de su sufrimiento.

Responsorio: Salmo 37, 2. 3. 4. 12.

R. Señor, no me corrijas con ira, tus flechas se me han clavado. * No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor.

V. Mis amigos y compañeros se alejan de mí. * No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno, Papa: Tratados morales sobre Job 3, 15-16.

Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro. En el bienaventurado Job, la vasija de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero, en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha.

En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así, el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?

Responsorio: Job 2, 10; 1, 21.

R. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? * El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.

V. A pesar de todo, Job no pecó con sus labios. * El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; como agradó al Señor, así ha sucedido; bendito sea el nombre del Señor.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 8a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: Job 3, 1-26.

Lamentaciones de Job.

Job abrió por fin la boca y maldijo su día, diciendo:

«¡Muera el día en que nací y la noche que anunció: “Se ha concebido un varón”! Conviértase ese día en tinieblas, que Dios desde lo alto se desentienda de él; no brille la luz sobre él, reclámenlo las sombras tenebrosas, cúbranlo densos nubarrones, que un eclipse lo llene de terror. Que se apodere de esa noche la oscuridad. No se sume a los días del año ni entre en la cuenta de los meses. Que esa noche quede estéril, cerrada a los gritos de júbilo. Maldíganla los que maldicen al Océano, los expertos en conjurar al Leviatán. Vélense las estrellas de su aurora; espere la luz y que ésta no llegue; no vea el parpadeo del alba. Porque no me cerró las puertas del vientre y me evitó contemplar tanta miseria.

¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora descansaría tranquilo, ahora dormiría descansado con los reyes y consejeros de la tierra que se hacen levantar mausoleos, o con los nobles que amontonan oro, que acumulan plata en sus palacios. Como aborto enterrado, no existiría, igual que criatura que no llega a ver la luz. Allí acaba el ajetreo de los malvados, allí reposan los que están desfallecidos. Con ellos descansan los prisioneros, sin oír la voz del capataz; se confunden pequeños y grandes y el esclavo se libra de su amo.

¿Por qué se da luz a un desgraciado y vida a los que viven amargados, que ansían la muerte que no llega y la buscan más escondida que un tesoro, que gozarían al contemplar el túmulo, se alegrarían al encontrar la tumba; al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?

Por alimento tengo mis sollozos, los gemidos se me escapan como agua. Me sucede lo que más me temía, lo que más me aterraba me acontece. Carezco de paz y de sosiego, intranquilo por temor a un sobresalto».

Responsorio: Job 3, 24-26; 6, 13.

R. Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua; me sucede lo que más temía, lo que más me aterraba me acontece. * Tu indignación, Señor, ha caído sobre mí.

V. Ya no encuentro apoyo en mí, y la suerte me abandona. * Tu indignación, Señor, ha caído sobre mí.

Segunda lectura:
San Agustín Confesiones 10, 1, 1 – 2, 2; 5, 7.

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy.

Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga. Ésta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espejo, aún no cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar; antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.

Responsorio: Salmo 138, 1. 2. 7.

R. Señor, tú me sondeas y me conoces; * De lejos penetras mis pensamientos.

V. ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? * De lejos penetras mis pensamientos.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles, 8a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: Job 7, 1-21.

Job se queja ante Dios de la tristeza de la vida.

Job respondió diciendo:

«¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los de un jornalero?; como el esclavo, suspira por la sombra; como el jornalero, aguarda su salario. Mi herencia han sido meses baldíos, me han asignado noches de fatiga. Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?

Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba; me tapo con gusanos y terrones, la piel se me rompe y me supura. Corren mis días más que la lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha. Los ojos que me ven no me verán, cuando me mires tú, ya no estaré.

Como la nube pasa y se disipa, el que baja al Abismo ya no sube; no vuelve a su casa, su morada no lo reconoce. Por eso no frenaré mi lengua, hablará mi espíritu angustiado, me quejaré repleto de amargura.

¿Soy acaso el Mar o el Dragón para que tú me pongas un guardián? Cuando pienso que el lecho me aliviará, que la cama acallará mis quejidos, entonces me espantas con sueños, entonces me atemorizas con pesadillas. Preferiría acabar asfixiado, la muerte antes que esta existencia.

Me consumo; no he de vivir eternamente, déjame tranquilo, mis días son un soplo. ¿Qué es el hombre para que te ocupes tanto de él, para que pongas en él tu interés, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva?

Si he pecado, ¿en qué te afecta, Guardián de los humanos? ¿Por qué me has tomado como blanco y me he convertido en tu carga? ¿Por qué no perdonas mi delito y pasas por alto mi culpa? Pues pronto me acostaré en el polvo, me buscarás, pero no existiré».

Responsorio: Job 7, 5. 7. 6.

R. Me tapo con gusanos y con terrones, la piel se me rompe y me supura. * Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.

V. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. * Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.

Segunda lectura:
San Agustín: Confesiones 10, 26, 37 – 29, 40.

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia.

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.

Responsorio: San Agustín, Confesiones; Lucas 19, 10.

R. ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! * Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera.

V. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. * Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves, 8a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: Job 11, 1-20.

Sofar expone la doctrina tradicional.

Sofar de Naamat contestó así:

«¿Quedará sin respuesta tanta palabrería?, ¿daremos la razón a un charlatán? ¿Hará callar a otros tu locuacidad?, ¿te burlarás sin que nadie te contradiga? Tú has dicho: “Mi doctrina es limpia, nada malo me puedes reprochar”. Pero ojalá Dios te hablase, abriese los labios para responderte y te enseñase secretos de sabiduría, que son prodigios de destreza; entonces seguro que sabrías que Dios te ha castigado menos de lo que tu iniquidad merece.

¿Pretendes sondear el misterio de Dios, descubrir la perfección del Todopoderoso? Es más alto que el cielo: ¿qué harás?; más hondo que el Abismo: ¿qué sabrás tú? Es más extenso que la tierra, y más ancho que el mar. Si se presenta y mete a alguien en la cárcel, si cita a juicio, ¿quién lo impedirá? Pues conoce a los hombres engañosos, cuando ve la maldad se fija bien. Pero el necio se volverá cuerdo cuando un pollino de asno nazca hombre.

Mas si diriges tu mente a Dios, si extiendes las manos hacia él, si alejas tu mano de la maldad y no alojas en tu tienda la injusticia, podrás alzar la frente sin mancilla; te sentirás seguro y sin temor, podrás olvidar tu sufrimiento, recordándolo como agua que pasó; tu vida será más clara que el mediodía, tus tinieblas serán como la aurora; tendrás seguridad en la esperanza, te sentirás protegido y dormirás tranquilo; descansarás sin que nadie te asuste, y muchos buscarán tu favor. Pero los ojos del malvado se consumen, no tendrá posibilidad de refugio, su esperanza es sólo un suspiro».

Responsorio: 2a Corintios 4, 8-9. 10.

R. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; * Acosados, pero no abandonados.

V. En toda ocasión llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. * Acosados, pero no abandonados.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados morales sobre Job 10, 7-8. 10.

La ley del Señor abarca muchos aspectos.

La ley de Dios, de que se habla en este lugar, debe entenderse que es la caridad, por la cual podemos siempre leer en nuestro interior cuales son los preceptos de vida que hemos de practicar. Acerca de esta ley, dice aquel que es la misma Verdad: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Acerca de ella dice san Pablo: Amar es cumplir la ley entera. Y también: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad, y esta caridad la practicamos de verdad cuando toleramos por amor las cargas de los hermanos.

Pero esta ley abarca muchos aspectos, porque la caridad celosa y solícita incluye los actos de todas las virtudes. Lo que empieza por sólo dos preceptos se extiende a innumerables facetas.

Esta multiplicidad de aspectos de la ley es enumerada adecuadamente por Pablo, cuando dice: El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es ambicioso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

El amor es paciente, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen. Es afable porque devuelve generosamente bien por mal. No tiene envidia, porque, al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos. No presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloría de los bienes exteriores. No se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.

No es ambicioso, porque, dedicado con ardor a su provecho interior, no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores. No es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que sólo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con él. No se irrita, porque, aunque sufra injurias, no se incita a sí mismo a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos. No lleva cuentas del mal, porque, afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.

No se alegra de la injusticia, porque, anheloso únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios. Goza con la verdad, porque, amando a los demás como a sí mismo, al observar en los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho. Vemos, pues, como esta ley de Dios abarca muchos aspectos.

Responsorio: Romanos 13, 8. 10; Gálatas 5, 14.

R. A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. * Por eso amar es cumplir la ley entera.

V. Toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». * Por eso amar es cumplir la ley entera.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes, 8a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: Job 12, 1-25.

Dios está por encima de la sabiduría humana.

Job respondió así:

«¡En verdad sois la gente con la que morirá la sabiduría! Pero también yo tengo inteligencia y no soy menos que vosotros. ¿Quién no sabe tales cosas? Soy el hazmerreír de mi vecino, yo, que invocaba a Dios, y él me escuchaba. ¡El hazmerreír, siendo honrado y cabal! “¡Burla ante la desgracia —dice el satisfecho—, empujad al suelo al que se tambalea!”. ¡Las tiendas de los bandidos están en paz, viven tranquilos los que provocan a Dios, los que tienen a Dios en su mano!

Pero pregunta a las bestias y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán; habla con la tierra y te enseñará; te lo contarán los peces del mar. ¿Quién no sabe entre todos ellos que la mano del Señor lo ha hecho todo? De él depende la vida de los seres, el aliento de todo ser humano.

¿No distingue el oído las palabras?, ¿no saborea el paladar los manjares? ¿No está en los ancianos la sabiduría?, ¿no destaca la prudencia en los viejos? Pues él posee sabiduría y poder, prudencia y perspicacia son suyas. Lo que él destruye, nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria; si retiene la lluvia, viene la sequía; si la deja suelta, se inunda la tierra.

Él dispone de fuerza y eficacia, suyos son el engañado y el que engaña; conduce descalzos a los consejeros, hace enloquecer a los gobernantes; despoja a los reyes de sus insignias, les ata una soga a la cintura; conduce descalzos a los sacerdotes, arruina a los bien establecidos; quita la palabra a los expertos, priva de discreción a los ancianos; arroja desprecio sobre los señores, afloja el cinturón de los robustos. Revela lo más hondo de la tiniebla y saca a la luz las densas sombras; levanta pueblos y los arruina, dilata naciones y las destierra; priva de su talento a los jefes, los extravía por desiertos sin caminos, por ellos van a tientas y a oscuras, tropezando lo mismo que borrachos».

Responsorio: Job 12, 13. 14; 23, 13.

R. Dios posee sabiduría y poder; la perspicacia y la prudencia son suyas. * Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria.

V. Pero él no cambia; ¿quién podrá disuadirlo? Realiza lo que quiere. * Lo que él destruye nadie lo levanta; si él aprisiona, no hay escapatoria.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados morales sobre Job 10, 47-48.

El testigo interior.

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embelesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y recibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Entonces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del testigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia totalmente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los buenos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.

Responsorio: Salmo 118, 104-105; Juan 6, 68.

R. Odio el camino de la mentira. * Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. * Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado, 8a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: Job 13, 13 – 14, 6.

Job apela al juicio de Dios.

Respondiendo Job a sus amigos, dijo:

«Silencio, que voy a hablar: suceda lo que suceda, voy a jugármelo todo, poniendo en riesgo mi vida. Aunque me mate, yo esperaré, quiero defenderme en su presencia; con eso me daría por salvado, pues el impío no comparece ante él.

Escuchad con atención mis palabras, prestad oído a mi declaración; tengo aquí preparada mi defensa y sé que soy inocente. Si alguien pudiera contender conmigo, ahora mismo callaría y moriría.

Asegúrame sólo estas dos cosas, y no tendré que esconderme de ti: que alejarás tu mano de mí, que no me espantarás con tu terror; después acúsame y te responderé, o déjame hablar y tú replicarás. ¿Cuántos son mis errores y mis culpas? ¡Demuéstrame mis delitos y errores! ¿Por qué me ocultas tu rostro y me tratas como a tu enemigo? ¿Acosarías a una hoja volandera?, ¿perseguirías a una paja ya agostada? Apuntas en mi cuenta rebeldías, me imputas faltas de juventud, metes en cepos mis pies, vigilas todas mis andanzas, examinas las huellas de mis pasos. ¡A mí, que me desgasto como un odre, como vestido roído por la polilla!

El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de inquietudes, como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar. ¿Y en uno así clavas los ojos y lo llevas a juicio contigo? ¿Quién sacará lo puro de lo impuro? ¡Nadie!

Si sus días están determinados y sabes el número de sus meses; si le has puesto un límite infranqueable, aparta de él tu vista y que descanse, hasta que acabe sus días de jornalero».

Responsorio: Cf. Job 13, 20. 21; cf. Jeremías 10, 24.

R. No me alejes, Señor, de tu presencia, mantén lejos de mí tu mano * Y no me espantes con tu terror.

V. Corrígeme, Señor, con misericordia, no con ira, no vaya a quedar reducido a la nada. * Y no me espantes con tu terror.

Segunda lectura:
San Zenón de Verona: Tratado 15, 2.

Job era figura de Cristo.

Job, en cuanto nos es dado a entender, hermanos muy amados, era figura de Cristo. Tratemos de penetrar en la verdad mediante la comparación entre ambos. Job fue declarado justo por Dios. Cristo es la misma justicia, de cuya fuente beben todos los bienaventurados; de él, en efecto, se ha dicho: Los iluminará un sol de justicia. Job fue llamado veraz. Pero la única verdad auténtica es el Señor, el cual dice en el Evangelio: Yo soy el camino y la verdad.

Job era rico. Pero, ¿quién hay más rico que el Señor? Todos los ricos son siervos suyos, a él pertenece todo el orbe y toda la naturaleza, como afirma el salmo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. El diablo tentó tres veces a Job. De manera semejante, como nos explican los Evangelios, intentó por tres veces tentar al Señor. Job perdió sus bienes. También el Señor, por amor a nosotros, se privó de sus bienes celestiales y se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros. El diablo, enfurecido, mató a los hijos de Job. Con parecido furor, el pueblo farisaico mató a los profetas, hijos del Señor. Job se vio manchado por la lepra. También el Señor, al asumir carne humana, se vio manchado por la sordidez de los pecados de todo el género humano.

La mujer de Job quería inducirlo al pecado. También la sinagoga quería inducir al Señor a seguir las tradiciones corrompidas de los ancianos. Job fue insultado por sus amigos. También el Señor fue insultado por sus sacerdotes, los que debían darle culto. Job estaba sentado en un estercolero lleno de gusanos. También el Señor habitó en un verdadero estercolero, esto es, en el cieno de este mundo y en medio de hombres agitados como gusanos por multitud de crímenes y pasiones.

Job recobró la salud y la fortuna. También el Señor, al resucitar, otorgó a los que creen en él no sólo la salud, sino la inmortalidad, y recobró el dominio de toda la naturaleza, como él mismo atestigua cuando dice: Todo me lo ha entregado mi Padre. Job engendró nuevos hijos en sustitución de los anteriores. También el Señor engendró a los santos apóstoles como hijos suyos, después de los profetas. Job, lleno de felicidad, descansó por fin en paz. Y el Señor permanece bendito para siempre, antes del tiempo y en el tiempo, y por los siglos de los siglos.

Responsorio: Hebreos 12, 1-2; 2a Corintios 6, 4-5.

R. Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos, * Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

V. Hagámonos recomendables con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles. * Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús.

Oración:

Concédenos, Señor, que el mundo progrese según tu designio de paz para nosotros, y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega. Por nuestro Señor Jesucristo.



9a SEMANA TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 9a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Job 28, 1-28.

Sólo Dios es sabio.

Job dijo:

«Existen minas de plata, lugares donde el oro se refina. El hierro se extrae de la tierra; el bronce, de la roca fundida. Allí, en el límite de las tinieblas, el hombre rastrea lo más hondo, entre rocas oscuras y siniestras. Abre galerías lejos de los transeúntes, olvidado, en lugares nunca pisados; suspendido, lejos de los hombres.

La tierra que produce alimentos se trastorna con fuego subterráneo; sus piedras ocultan zafiros, sus terrones tienen oro en polvo. El ave rapaz desconoce su sendero, el ojo del halcón no lo divisa, no lo huellan las fieras arrogantes ni siquiera lo pisan los leones. El hombre echa mano al pedernal, descuaja las montañas de raíz; en la roca excava galerías, vislumbra objetos preciosos; ataja los hontanares de los ríos y saca lo oculto a la luz.

Pero ¿dónde se encuentra la sabiduría?, ¿dónde el yacimiento de la prudencia? El ser humano desconoce su camino, no se encuentra en la tierra de los vivos. Dice el Océano: “No está en mí”; responde el Mar: “No está conmigo”. No puede adquirirse con oro ni comprarse a peso de plata; no se paga con oro de Ofir, con ónices preciosos o zafiros; no la igualan el oro ni el vidrio, ni se paga con vasos de oro fino, no cuentan el cristal ni los corales, la Sabiduría vale más que las perlas; no la iguala el topacio de Etiopía, ni se cambia por el oro más puro.

¿De dónde se saca la sabiduría, dónde se encuentra la prudencia? Se oculta a los ojos de las fieras y se esconde de las aves del cielo. Muerte y Abismo confiesan: “De oídas conocemos su fama”. Sólo Dios encontró su camino, él llegó a descubrir su morada, pues contempla los límites del orbe y ve cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al trueno, entonces la vio y la calculó, la estableció y examinó a fondo. Entonces dijo al ser humano: “Temer al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia.”»

Responsorio: 1a Corintios 2, 7; 1, 30.

R. Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida. * Predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

V. Vosotros sois en Cristo Jesús, al que Dios ha hecho para nosotros sabiduría. * Predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

Segunda lectura:
San Agustín: Confesiones 2, 2; 5, 5.

Nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Porque, al invocarlo, lo llamo para que venga a mí. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es que hay algo en mí, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mí, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si estoy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mí? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mí el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Correré tras estas palabras tuyas y me aferraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo.

Responsorio: Salmo 72, 25-26; 34, 3.

R. ¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra? * Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.

V. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». * Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.

Himno TE DEUM.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes, 9a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Job 29, 1-10; 30, 1. 9-23.

Job lamenta su desgracia.

Job continuó así su discurso:

«¡Si pudiera revivir el pasado, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba por encima de mi cabeza, y a su luz cruzaba las tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, cuando el Todopoderoso estaba conmigo y me veía rodeado de mis hijos! Cuando lavaba mis pies en leche, y la roca me daba ríos de aceite.

Cuando salía a la puerta de la ciudad y tomaba asiento en la plaza, los jóvenes, al verme, se escondían, los ancianos se ponían de pie; los jefes dejaban de hablar, tapándose la boca con la mano; enmudecía la voz de los notables, se les pegaba la lengua al paladar.

Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres no habría permitido estar entre los perros de mi rebaño. Pero ahora me sacan coplas, soy el tema de sus burlas; me aborrecen, me abandonan y aun me escupen cuando paso. Dios me ha debilitado y afligido, por eso me humillan sin reparo. A mi derecha se alza gente canalla que hace que mis pasos vacilen, que prepara la forma de exterminarme. Deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina, nadie los detiene. Irrumpen por una amplia brecha; erguido pido auxilio en la asamblea.

Se desatan contra mí los terrores, se llevan como aire mi dignidad, como nube se esfuma mi prestigio. Entretanto mi vida se diluye: me atenazan días de aflicción, la noche me taladra los huesos, pues no duerme el dolor que me roe. Me agarra violento por la ropa, me ahoga con el cuello de la túnica, me arroja por tierra, en el fango, confundido con el barro y la ceniza.

Te pido auxilio, y no respondes; me presento ante ti, y no lo adviertes. Te has convertido en mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas a lomos del viento, sacudido a merced del huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde todos los vivos se dan cita».

Responsorio: Job 30, 17. 18. 19; 7, 16.

R. La noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. * Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

V. Déjame, Señor, que mis días son un soplo. * Me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

Segunda lectura:
San Doroteo: Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 1-2.

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.

Responsorio: 1a Juan 1, 8. 9; Proverbios 28, 13.

R. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. * Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados.

V. El que oculta su crimen no prosperará. * Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados.

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes, 9a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Job 31, 1-8. 13-23. 35-37.

Justicia de Job en su vida pasada.

Job dijo:

«Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en doncella. ¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? ¿No reserva la desgracia al criminal?, ¿no le aguarda el fracaso al malhechor? ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez. Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos; si se pegó alguna mancha a mis manos, ¡que otro devore mi siembra, que me arranquen mis retoños!

Si negué sus derechos al esclavo o a la esclava, que pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué diré cuando él me interrogue? ¿No los hizo en el vientre como a mí?, ¿no fue Uno quien nos formó en el seno?

Si me cerré al pobre necesitado o a la viuda consumida por el llanto; si comí el pan en soledad, sin querer repartirlo con el huérfano (desde joven lo cuidé como un padre, lo guié desde el seno materno); si vi a un transeúnte sin vestido o a un pobre sin ropa que ponerse, y no me lo agradecieron sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano cuando vi que el tribunal me apoyaba, ¡que se me salga el hombro de la espalda, que se me rompa el brazo por el codo! Me aterra que Dios me castigue, nada puedo frente a su majestad.

¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma, que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival escriba su alegato! Entonces lo llevaría sobre el hombro o ceñido como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos, saldría a su encuentro como un príncipe».

Responsorio: Job 31, 3; Proverbios 15, 3; Job 31, 4.

R. ¿No reserva Dios la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? * En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

V. ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos? * En todo lugar los ojos de Dios están vigilando a malos y buenos.

Segunda lectura:
San Doroteo, abad: Instrucción 7, Sobre la acusación de sí mismo, 2-3.

La falsa paz de espíritu.

El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizá alguien me objetará: «Si un hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?».

En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizá habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto, sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello, le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Este tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, Si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, más leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.

Responsorio: Job 9, 2. 14; 15, 15.

R. Sé muy bien que el hombre no es justo frente a Dios. * ¿Quién soy yo para replicarle o escoger argumentos contra él?

V. Ni aun a sus ángeles los encuentra fieles ni el cielo es puro a sus ojos. * ¿Quién soy yo para replicarle o escoger argumentos contra él?

Oración:

Oh, Dios, tu Providencia nunca se equivoca en sus designios; te suplicamos con insistencia que apartes de nosotros todo mal y nos concedas todo lo que nos sea conveniente. Por nuestro Señor Jesucristo.




HIMNO TE DEUM:


A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.











Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar
search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close