LECTURAS NAVIDAD

Lecturas del « Oficio de Lecturas »:

TIEMPO DE NAVIDAD – EPIFANÍA

OCTAVA DE NAVIDAD:

25 de Diciembre: NAVIDAD.

Sagrada Familia:

Domingo siguiente a Navidad, o, en su defecto, el día 30 de diciembre.

26 de Diciembre: San Esteban, protomártir.

27 de Diciembre: San Juan, evangelista.

28 de Diciembre: Los Santos Inocentes.

29 de Diciembre: OCTAVA DE NAVIDAD.

30 de Diciembre: OCTAVA DE NAVIDAD.

31 de Diciembre: OCTAVA DE NAVIDAD.

1 de Enero: Solemnidad de SANTA MARÍA, MADRE de DIOS.

Semana 2a del Tiempo de Navidad:

| 2o Domingo de Navidad |
| Día 2 | Día 3 | Día 4 | Día 5 |

| Día 6 (Si no se celebra este día la EPIFANÍA) |

| Día 7 (Antes del Domingo de la EPIFANÍA) |

EPIFANÍA DEL SEÑOR
(6 enero o a veces el Domingo que cae entre el 2 y 8 de enero)

Domingo del BAUTISMO DEL SEÑOR:

(Domingo después de Epifanía,
pero si Epifanía se celebra en Domingo 7 u 8 de enero, entonces el Bautismo se celebra el día siguiente, lunes).

Con esta Fiesta del Bautismo del Señor acaba el tiempo de Navidad – Epifanía, y por ello al día siguiente da inicio la 1a SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.

Día 7 o lunes después del Domingo de Epifanía.

Día 8 o martes después del Domingo de Epifanía.

Día 9 o miércoles después del Domingo de Epifanía.

Día 10 o jueves después del Domingo de Epifanía.

Día 11 o viernes después del Domingo de Epifanía.

Día 12 o sábado después del Domingo de Epifanía.


NAVIDAD.

NATIVIDAD DEL SEÑOR: 25 de diciembre.

Himno:

No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir.

La Virgen a solas piensa

qué hará

cuando al Rey de luz inmensa

parirá,

si de su divina esencia

temblará,

o qué le podrá decir.

No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: El Señor me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy».

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Señor me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy».

Antífona 2: El Señor sale como el esposo de su alcoba.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor sale como el esposo de su alcoba.

Antífona 3: En tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente.

Salmo 44.
Las nupcias del Rey.

¡Que llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: En tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente.

V. La Palabra se hizo carne. Aleluya.

R. Y acampó entre nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Isaías 11, 1-10.

La raíz de Jesé.

Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid.

Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar.

Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada.

Responsorio.

R. Hoy, por nosotros, se ha dignado nacer de la Virgen el Rey de los cielos, para restituir al hombre a los reinos celestiales. * Se alegra el ejército de los ángeles, porque se ha mostrado la salvación al linaje humano.

V. Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. * Se alegra el ejército de los ángeles, porque se ha mostrado la salvación al linaje humano.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón en la Natividad del Señor 1, 1-3.

Reconoce, cristiano, tu dignidad.

Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.

Responsorio.

R. Hoy nos ha descendido del cielo la paz verdadera. * Hoy, en todo el mundo, los cielos destilan miel.

V. Hoy brilla para nosotros el día de la redención nueva, largo tiempo preparada, el día de la felicidad eterna. * Hoy, en todo el mundo, los cielos destilan miel.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que estableciste admirablemente la dignidad del hombre y la restauraste de modo aún más admirable, concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó participar de la condición humana. Por nuestro Señor Jesucristo.


Domingo de la Sagrada Familia.

Se celebra el Domingo que cae dentro de la Octava de Navidad,
o en su defecto el día 30 de diciembre.

Himno:

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Nació de una Virgen Madre
una noche iluminada
por ángeles y luceros
en una pobre cabaña;
tuvo un padre carpintero
que todo el día trabajaba
para darle de comer
al hijo de la esperanza,
que un día edificó los mundos
por ser la eterna Palabra.

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Eterno Amor allá arriba;
acá abajo amor sin mancha.
Arriba, el Fuego inefable;
acá, el calor de una casa.
Allá, en el seno infinito,
la canción nunca acabada;
acá, la canción de cuna
y la canción de una lanza.

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Vivió humilde en la obediencia
su humildad humillada;
pobre vivió en Nazaret
quien rico en su Padre estaba,
y siendo todo en la altura
en el suelo se hizo nada.

¡Oh Jesús de Nazaret,
hijo de Familia humana,
por tu Familia divina,
santifica nuestras casas! Amén.

Salmodia (Del común de la Virgen María, con antífonas propias):

Antífona 1: Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.

Antífona 2: Los magos entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre.

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Los magos entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre.

Antífona 3: José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto.

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto.

V. Tus hijos serán discípulos del Señor.

R. Tendrán gran paz tus hijos.

Primera lectura: Efesios 5, 21 – 6, 4.

La vida cristiana en la familia.

Hermanos: Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo:

Las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En una palabra, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete al marido.

Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque eso es justo. “Honra a tu padre y a tu madre” es el primer mandamiento al que se añade una promesa: “Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra”.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos; criadlos educándolos y corrigiéndolos según el Señor.

Responsorio: Efesios 6, 1-2; Lucas 2, 51.

R. Hijos, obedeced a vuestros padres como el Señor quiere, porque eso es justo. * Honra a tu padre y a tu madre.

V. Jesús bajó con María y José a Nazaret y siguió bajo su autoridad. * Honra a tu padre y a tu madre.

Segunda lectura:
Pablo VI: Alocución en Nazaret 5 de enero de 1964.

El ejemplo de Nazaret.

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

Responsorio: 2a Corintios 13, 11; Efesios 5, 19; Colosenses 3, 23.

R. Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. * Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.

V. Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres. * Cantad y tocad con toda el alma para el Señor.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que nos has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo, concédenos, con bondad, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


29 de diciembre.

Himno:

Pues, siendo tan gran señor,
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?

No es menos de que en el suelo
hay prendas que mucho amáis,
pues el temblor que le dais
jamás le distes al cielo.

Y pues por darle favor
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?

Esas lágrimas tan puras
y ese grito enternecido,
¿qué son sino de un subido
amor regalo y dulzura?

Y pues ya, de amantes flor,
tenéis corte en una aldea,
¿quién hay que claro no vea
que estáis herido de amor?

Qué grande misterio encierra
Belén; cantadle, criaturas:
«Gloria a Dios en las alturas
y paz al hombre en la tierra». Amén.

Salmodia:

Antífona 1: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Antífona 2: En los días del Señor florecerá la paz, y él dominará.

Salmo 71.
Poder real del Mesías.

Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos:
oro, incienso y mirra. (Mt 2, 11)

I

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: En los días del Señor florecerá la paz, y él dominará.

Antífona 3: El Señor salvará la vida de sus pobres.

II

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: El Señor salvará la vida de sus pobres.

V. Al verlo los pastores.

R. Contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Primera lectura: Colosenses 1, 1-14.

Acción de gracias y súplica.

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a los santos y fieles hermanos en Cristo que residen en Colosas: gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre.

Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por vosotros, al tener noticia de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos y de la que oísteis hablar cuando se os anunció la verdad del Evangelio de Dios, que llegó hasta vosotros. Éste sigue dando fruto y propagándose por todo el mundo como ha ocurrido también entre vosotros desde el día en que escuchasteis y comprendisteis la gracia de Dios en la verdad. Así os lo enseñó Epafras, nuestro querido compañero de servicio, fiel servidor de Cristo en lugar nuestro. Él es quien nos ha informado del amor que sentís por nosotros en el Espíritu.

Por eso también nosotros, desde que nos enteramos, no dejamos de orar por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esa manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificando en toda obra buena, y creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos plenamente según el poder de su gloria para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Responsorio: Colosenses 1, 12. 13; Santiago 1, 17.

R. Demos gracias a Dios Padre, * Que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

V. Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros. * Que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón en la Epifanía del Señor 1, 1-2.

En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de la divinidad.

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.

Responsorio: Efesios 1, 5. 6; Romanos 8, 29.

R. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos. * Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

V. A los que había escogido, él los predestinó a ser imagen de su Hijo. * Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios invisible y todopoderoso, que has disipado las tinieblas del mundo con la llegada de tu luz, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Unigénito. Él, que vive y reina contigo.


30 de diciembre.

Himno:

La noche estaba del silencio en medio,
y las cosas suspensas, aguardando
de la dichosa hora el punto, cuando
reciba el mundo sin igual remedio.

Puso entre el hombre y Dios la Virgen medio,
su consentir humilde al ángel dando,
y el resplandor del Padre, así encarnando,
ya vecino al nacer confirma el medio.

María, de extremado gozo llena
y en vehemente ardor toda encendida,
pide que salga el Sol que la enamora.

Vistióse de blancura y luz serena,
y, sobre humanas fuerzas conmovida,
virgen y madre se mostró a la hora.

Gloria y loores por la eternidad
tribútense a la Santa Trinidad. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

Salmo 84.
Nuestra salvación está cerca.

Dios bendijo nuestra tierra cuando
le envió el Salvador. (Orígenes)

Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos,
y a los que se convierten de corazón».

La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan.

La fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

Antífona 2: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Salmo 88, 2-30.
Las misericordias del Señor sobre la casa de David.

Según lo prometido, Dios sacó
de la descendencia de David
un Salvador, Jesús. (Hch 13, 22. 23)

I

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
«Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».

El cielo proclama tus maravillas, Señor,
y tu fidelidad en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios?
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?

Dios es temible en el consejo de los ángeles,
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos, ¿quién como tú?
El poder y la fidelidad te rodean.

Tú domeñas la soberbia del mar
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab,
tu brazo potente desbarató al enemigo.

Tuyo es el cielo, tuya es la tierra;
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur,
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.

Tienes un brazo poderoso:
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono,
misericordia y fidelidad te preceden.

Dichoso el pueblo que sabe aclamarte:
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día,
tu justicia es su orgullo.

Porque tú eres su honor y su fuerza,
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo,
y el Santo de Israel nuestro rey.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: La misericordia y la fidelidad te preceden, Señor.

Antífona 3: Él me invocará: «Tú eres mi padre». Aleluya.

II

Un día hablaste en visión a tus amigos:
«He ceñido la corona a un héroe,
he levantado a un soldado sobre el pueblo.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;

no lo engañará el enemigo
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder:
extenderé su izquierda hasta el mar,
y su derecha hasta el Gran Río.

Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora»;
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.

Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Él me invocará: «Tú eres mi padre». Aleluya.

V. El Señor ha revelado. Aleluya.

R. Su salvación. Aleluya.

Primera lectura: Colosenses 1, 15 – 2, 3.

Cristo, cabeza de la Iglesia; Pablo, su ministro.

Hermanos: Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Vosotros, en otro tiempo, estabais también alejados y erais enemigos por vuestros pensamientos y malas acciones; ahora en cambio, por la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados para ser admitidos a su presencia santos, sin mancha y sin reproche, a condición de que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que habéis escuchado: el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor.

Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado servidor, conforme al encargo que me ha sido encomendado en orden a vosotros: llevar a plenitud la palabra de Dios, el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos, a quienes Dios ha querido dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí.

Quiero que sepáis el duro combate que sostengo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente; para que se llenen de ánimo sus corazones y, estrechamente unidos en el amor mutuo, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y el perfecto conocimiento del misterio de Dios, que es Cristo. En él están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

Responsorio: Colosenses 1, 18. 17.

R. Cristo es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia; es el primogénito de entre los muertos. * Y así es el primero en todo.

V. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. * Y así es el primero en todo.

Segunda lectura:
San Hipólito: Refutación de todas las herejías 10, 33-34.

La Palabra hecha carne nos diviniza.

No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros impulsos del corazón como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.

Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.

Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios.

Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser conocido por él es la suerte de su elegido.

No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, porque Cristo es el Dios que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya, mostrando, por su impronta en ti, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.

Responsorio: Juan 1, 14; Baruc 3, 38.

R. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. * Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

V. Apareció en el mundo y vivió entre los hombres. * Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que el renovado nacimiento de tu Unigénito encarnado libere a quienes nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


31 de diciembre.

Himno:

Alégrense tierra y cielo,
pues el Verbo que ha nacido
viene, siendo Dios, vestido
de carne en humano velo.

De la raíz de Jesé
salió la graciosa vara
de más frescor y más clara
que en jamás será ni fue.

Della hizo el Verbo cielo,
y fue tan esclarecido,
que sale de allí vestido
de carne en humano velo.

La nieve siente y el hielo,
aunque es Dios de Dios venido,
porque Dios está vestido
de carne en humano velo.

En traje de humanidad
nace el Verbo con cuidado
por destruir el pecado
y dar a Dios su heredad.

Quiere dar al hombre el cielo
por ser su amor tan subido;
y, ansí, se muestra vestido
de carne en humano velo.

A la Santa Trinidad
que nos dio la redención,
gloria, honor y bendición
por toda la eternidad. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Alégrese el cielo, goce la tierra, delante del Señor, que ya llega.

Salmo 95.
El Señor, rey y juez del mundo.

Cantaban un cántico nuevo delante del trono,
en presencia del Cordero. (cf. Ap 14, 3)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Alégrese el cielo, goce la tierra, delante del Señor, que ya llega.

Antífona 2: Amanece la luz para el justo, la alegría para los rectos de corazón. Aleluya.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Amanece la luz para el justo, la alegría para los rectos de corazón. Aleluya.

Antífona 3: El Señor da a conocer su victoria. Aleluya.

Salmo 97.
El Señor, juez vencedor.

Este salmo canta la primera venida del Señor
y la conversión de las naciones. (S. Atanasio)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

Tañed la cítara para el Señor
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: El Señor da a conocer su victoria. Aleluya.

V. En esta etapa final, Dios nos ha hablado por el Hijo.

R. Por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.

Primera lectura: Colosenses 2, 4-15.

Nuestra fe en Cristo.

Hermanos: Lo digo para que nadie os engañe con argumentos capciosos, pues, aunque corporalmente estoy ausente, mi espíritu está con vosotros, alegrándome de veros en vuestro puesto, y firmes en vuestra fe en Cristo.

Por tanto, ya que habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, proceded unidos a él, arraigados y edificados en él, afianzados en la fe que os enseñaron, y rebosando agradecimiento.

Cuidado con que nadie os envuelva con teorías y con vanas seducciones de tradición humana, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo.

Porque en él habita la plenitud de la divinidad corporalmente, y por él, que es cabeza de todo Principado y Potestad, habéis obtenido vuestra plenitud.

En él habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas mediante el despojo del cuerpo de carne, con la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él.

Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándola en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a las Potestades y los Principados, los exhibió en público espectáculo, y los llevó cautivos en su cortejo.

Responsorio: Colosenses 2, 9. 10. 12.

R. Es en Cristo en quien habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad. * Él es la cabeza de todo principado y autoridad.

V. Por el bautismo fuimos sepultados con él, y hemos resucitado con él, porque hemos creído en la fuerza de Dios. * Él es la cabeza de todo principado y autoridad.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón en la Natividad del Señor 6, 2-3. 5.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz.

Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo.

Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo.

Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión.

Cualquier hombre que cree —en cualquier parte del mundo—, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.

Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición, nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos.

Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos enseña, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido.

¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor?

La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.

Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación, que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad, sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz; y así dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

Responsorio: Efesios 2, 13-14. 17.

R. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. * Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa.

V. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. * Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que has establecido el principio y la perfección de toda religión en el nacimiento de tu Hijo, te suplicamos nos concedas estar unidos a aquel en quien se sustenta la plenitud de la salvación humana. Por nuestro Señor Jesucristo.


SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, 1 de enero.

Himno:

De la raíz de Jesé
dio la vara bella flor,
fecundo parto ha tenido
sin mengua de su pudor.

Feliz recibe el pesebre
a quien la luz fabricó,
con el Padre hizo los cielos
y está entre pañales hoy.

Al mundo le ha dado leyes
y diez esas leyes son,
y al hacerse hombre no quiso
romper la ley, la cumplió.

Ha nacido ya la luz,
muere la muerte, y huyó
la noche, venid, oh pueblos,
que María trajo a Dios.

A ti, Jesús, de la Virgen
nacido, gloria y honor,
con el Padre y el Paráclito,
sempiterna adoración. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.

Antífona 2: El Hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado.

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Hombre ha nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado.

Antífona 3: Engendrado antes de la aurora de los siglos, el Señor, nuestro salvador, se ha dignado nacer hoy.

Salmo 98.
Santo es el Señor, nuestro Dios.

Tú, Señor, que estás sentado sobre querubines,
restauraste el mundo caído, cuando te hiciste
semejante a nosotros. (S. Atanasio)

El Señor reina, tiemblen las naciones;
sentado sobre querubines, vacile la tierra.

El Señor es grande en Sión,
encumbrado sobre todos los pueblos.
Reconozcan tu nombre, grande y terrible:
Él es santo.

Reinas con poder y amas la justicia,
tú has establecido la rectitud;
tú administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
Él es santo.

Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía.
Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio.

Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
tú eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.

Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante su monte santo:
¡Santo es el Señor, nuestro Dios!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Engendrado antes de la aurora de los siglos, el Señor, nuestro salvador, se ha dignado nacer hoy.

V. La Palabra se hizo carne. Aleluya.

R. Y acampó entre nosotros. Aleluya.

Primera lectura: Hebreos 2, 9-17.

Cristo, semejante en todo a los hombres.

Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos.

Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice:

Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.

Y también: En él pondré yo mi confianza.

Y de nuevo: Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio.

Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 28.

R. Bienaventurada eres, Virgen María, por haber llevado al Señor, creador del mundo. * Engendraste al que te hizo, y permaneces virgen para siempre.

V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo. * Engendraste al que te hizo, y permaneces virgen para siempre.

Segunda lectura:
San Atanasio: Carta a Epicteto 5-9.

La Palabra tomó de María nuestra condición humana.

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de ti, para que creyésemos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

Responsorio: Cf. Lucas 1, 42.

R. No sé con qué alabanzas ensalzarte, oh santa e inmaculada virginidad. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

V. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. * Porque llevaste en tu seno al que los cielos no pueden abarcar.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh Dios, que por la maternidad virginal de santa María entregaste a los hombres los bienes de la salvación eterna, concédenos experimentar la intercesión de aquella por quien hemos merecido recibir al autor de la vida, tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Él, que vive y reina contigo.


Domingo 2o después de Navidad.

Éste día y los días siguientes de la semana se rezan los Salmos de la 2a semana del salterio.

Se toman las lecturas del día de mes correspondiente:

Día 2 | Día 3 | Día 4 | Día 5

Si cae el día 1 de enero o el día de Epifanía (Reyes), entonces éste Domingo 2o no se celebra.

Se recita el Himno TE DEUM.

La oración es la propia del Domingo 2o de Navidad:

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, esplendor de los que en ti creen, dígnate, propicio, llenar de tu gloria el mundo y que el resplandor de tu luz se manifieste a todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lecturas del día del mes:

2 de enero.

Salmos 1a semana (si es antes del 2o Domingo de Navidad o éste está impedido).

Salmos 2a semana (si es después del 2o Domingo de Navidad),
excepto si es el Domingo 2o de Navidad,
o si la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. Cantad al Señor, bendecid su nombre.

R. Proclamad día tras día su victoria.

Primera lectura: Colosenses 2, 16 – 3, 4.

Vida nueva en Cristo.

Que nadie os juzgue sobre lo que coméis o bebéis, ni por fiestas, lunas nuevas o sábados. Eso era sombra de lo que tenía que venir; la realidad es Cristo. Que no os descalifique nadie que se recrea vanamente en cultos de ángeles, o se enfrasca en sus visiones, engreído sin razón por su mente carnal; en lugar de mantenerse unido a la cabeza, de la cual todo el cuerpo, a través de las junturas y tendones, recibe alimento y cohesión, y crece como Dios le hace crecer.

Si habéis muerto con Cristo a los elementos del mundo, ¿por qué os sometéis a los dictados de los que viven según el mundo? A saber: «No tomes, no pruebes, no toques». Son cosas destinadas a gastarse con el uso, según prescripciones y enseñanzas humanas. Tienen apariencia de sabiduría por su afectada piedad, su humildad y la mortificación corporal; pero no tienen valor alguno: sólo sirven para cebar la carne.

Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

Responsorio: Colosenses 3, 1-2; Lucas 12, 34.

R. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. * Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

V. Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. * Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Segunda lectura:
San Basilio Magno: Sobre el Espíritu Santo 26, 61. 64.

El Señor vivifica su cuerpo en el Espíritu.

De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano, así también la actuación del Espíritu es propia del alma purificada.

Así mismo, como reside la palabra en el alma, unas veces como algo pensado en el corazón, otras veces con algo que se profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo, cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros corazones: Abbá (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Ahora bien, así como entendemos el todo distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu según la distribución de sus dones. Ya que todos somos efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos ha sido concedida.

Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que necesitan.

Dios fue quien puso en el cuerpo los miembros, cada uno de ellos como quiso. Y los miembros sienten la misma solicitud unos por otros, en virtud de la comunicación espiritual del mutuo afecto que les es propia. Ésa es la razón de que cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.

Del mismo modo, cada uno de nosotros estamos en el Espíritu, como las partes en el todo, ya que hemos sido bautizados en un solo cuerpo, en nombre y virtud de un mismo Espíritu.

Y como al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la samaritana. Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región, pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la hizo cambiar de manera de pensar, al decirle que había que adorar en Espíritu y verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo como la verdad.

De la misma manera que decimos que la adoración tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre, decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que el Espíritu expresa en sí mismo la divinidad del Señor.

Así pues, de modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria de Dios mediante la iluminación del Espíritu; y su huella nos conduce hacia aquel de quien es huella y sello, sin dejar de compartir el mismo ser.

Responsorio: 1a Corintios 2, 12. 10b; Efesios 3, 5.

R. Nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios hemos recibido. * El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

V. Lo que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas. * El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM,
y se reza la oración del 2o DOMINGO DE NAVIDAD.

Oración:

Concede, Señor, a tu pueblo perseverancia y firmeza en la fe, y a cuantos confiesan que tu Unigénito, eterno contigo en tu gloria, nació de Madre Virgen en la realidad de nuestro cuerpo, líbralos de los males de esta vida y hazles a alcanzar las alegrías eternas. Por nuestro Señor Jesucristo.


3 de enero.

Salmos 1a semana (si es antes del 2o Domingo de Navidad o éste está impedido).

Salmos 2a semana (si es después del 2o Domingo de Navidad),
excepto si es el Domingo 2o de Navidad,
o si la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.

R. Para que conozcamos al Verdadero.

Primera lectura: Colosenses 3, 5-16.

Vida del hombre renovado en Cristo.

Hermanos: Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Esto es lo que atrae la ira de Dios sobre los rebeldes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora en cambio, deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! ¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.

Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Responsorio: Cf. Gálatas 3, 27-28.

R. Los que nos hemos incorporado a Cristo por el bautismo, nos hemos revestido de Cristo. * Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.

V. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres. * Porque todos somos uno en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratado sobre el evangelio de san Juan 17, 7-9.

El doble precepto de la caridad.

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios —dice— es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

Responsorio: 1a Juan 4, 10-11. 16.

R. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. * Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

V. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. * Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM,
y se reza la oración del 2o DOMINGO DE NAVIDAD.

Oración:

Oh, Dios, que, por el feliz alumbramiento de la santa Virgen, has hecho que, en tu Hijo, la humanidad no quedara sometida a la condena, concede a quienes hemos recibido el ser criaturas nuevas, vernos libres del influjo del antiguo pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


4 de enero.

Salmos 1a semana (si es antes del 2o Domingo de Navidad o éste está impedido).

Salmos 2a semana (si es después del 2o Domingo de Navidad),
excepto si es el Domingo 2o de Navidad,
o si la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. En la Palabra había vida.

R. Y la vida era la luz de los hombres.

Primera lectura: Colosenses 3, 17 – 4, 1.

Vida de la familia cristiana.

Hermanos: Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.

Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos humanos, no por servilismo o respetos humanos, sino con sencillez y temor del Señor. Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor, y no a los hombres: sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. Servid a Cristo Señor. Al injusto le pagarán sus injusticias, pues no hay acepción de personas.

Amos, tratad a los esclavos con justicia y equidad, sabiendo que también vosotros tenéis un amo en el cielo.

Responsorio: Colosenses 3, 17.

R. Todo lo que de palabra o de obra realicéis, * Sea todo en nombre del Señor Jesús.

V. Ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él. * Sea todo en nombre del Señor Jesús.

Segunda lectura:
San Máximo Confesor: Centuria 1, 8-13.

Misterio siempre nuevo.

La Palabra de Dios, nacida una vez en la carne (lo que nos indica la querencia de su benignidad y humanidad), vuelve a nacer siempre gustosamente en el espíritu para quienes lo desean; vuelve a hacerse niño, y se vuelve a formar en aquellas virtudes; y no es por malevolencia o envidia que disminuye la amplitud de su grandeza, sino que se manifiesta a sí mismo en la medida en que sabe que lo puede asimilar el que lo recibe, y así, al mismo tiempo que explora discretamente la capacidad de quienes desean verlo, sigue manteniéndose siempre fuera del alcance de su percepción, a causa de la excelencia del misterio.

Por lo cual, el santo Apóstol, considerando sabiamente la fuerza del misterio, exclama: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre; ya que entendía el misterio como algo siempre nuevo, al que nunca la comprensión de la mente puede hacer envejecer.

Nace Cristo Dios, hecho hombre mediante la incorporación de una carne dotada de alma inteligente; el mismo que había otorgado a las cosas proceder de la nada. Mientras tanto, brilla en lo alto la estrella del Oriente y conduce a los Magos al lugar en que yace la Palabra encarnada; con lo que muestra que hay en la ley y los profetas una palabra místicamente superior, que dirige a las gentes a la suprema luz del conocimiento.

Así pues, la palabra de la ley y de los profetas, entendida alegóricamente, conduce, como una estrella, al pleno conocimiento de Dios a aquellos que fueron llamados por la fuerza de la gracia, de acuerdo con el designio divino.

Dios se hace efectivamente hombre perfecto, sin alterar nada de lo que es propio de la naturaleza, a excepción del pecado (pues ni el mismo pecado era propio de la naturaleza).

Se hace efectivamente hombre perfecto a fin de provocar, con la vista del manjar de su carne, la voracidad insaciable y ávida del dragón infernal; y abatirlo por completo cuando ingiriera una carne que habría de convertírsele en veneno, porque en ella se hallaba oculto el poder de la divinidad. Esta carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana, ya que el mismo poder divino presente en aquélla habría de restituir la naturaleza humana a la gracia primera.

Y así como el dragón, deslizando su veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido con su sabor la naturaleza, de la misma manera, al tratar de devorar la carne del Señor, se vio corrompido y destruido por la virtud de la divinidad que en ella residía.

Inmenso misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre misterio; pues, ¿de qué modo puede la Palabra hecha carne seguir siendo su propia persona esencialmente, siendo así que la misma persona existe al mismo tiempo con todo su ser en Dios Padre? ¿Cómo la Palabra, que es toda ella Dios por naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas: ni de la divina, en cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo hombre?

Sólo la fe capta estos misterios, ella precisamente que es la sustancia y la base de todas aquellas realidades que exceden la percepción y razón de la mente humana en todo su alcance.

Responsorio: 1a Juan 1, 14. 1.

R. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. * Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

V. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. * Y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Si hoy es Domingo se recita elHimno TE DEUM.
Y se reza la oración del 2o DOMINGO DE NAVIDAD.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos que tu salvación, que llegó con una luz nueva del cielo para la redención del mundo, amanezca en nuestros corazones y los renueve siempre. Por nuestro Señor Jesucristo.


5 de enero.

Salmos 1a semana (si es antes del 2o Domingo de Navidad o éste está impedido).

Salmos 2a semana (si es después del 2o Domingo de Navidad), excepto si es el Domingo 2o de Navidad,
o si la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. La Palabra era la luz verdadera.

R. Que alumbra a todo hombre.

Primera lectura: Colosenses 4, 2-18.

Conclusión de la carta.

Sed constantes en la oración; que ella os mantenga en vela, dando gracias a Dios. Orad al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos dé ocasión de predicar, y de exponer el misterio de Cristo —por el cual estoy en la cárcel—. Pedid que lo exponga como es debido.

Con los de fuera, proceded con tacto, aprovechando las ocasiones. Vuestra conversación sea siempre agradable, con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar a cada uno.

De todo lo que a mí se refiere, os informará Tíquico, hermano querido, servidor fiel y compañero en el servicio del Señor. Os lo mando precisamente para eso, para que sepáis de nosotros y os dé ánimos. Con él va Onésimo, fiel y querido hermano, que es uno de los vuestros. Ellos os pondrán al corriente de todo lo de aquí.

Os saluda Aristarco, que está preso conmigo, y Marcos, el primo de Bernabé. Ya tenéis instrucciones sobre él: en caso de que vaya a visitaros, recibidlo. Y también Jesús, por sobrenombre Justo. Éstos son los únicos judíos que trabajan conmigo por el reino de Dios, y han sido un alivio para mí. Os saluda vuestro Epafras siervo de Cristo Jesús. Con sus oraciones no cesa de luchar en favor vuestro para que os mantengáis constantes y perfectos cumplidores de toda voluntad de Dios. Yo soy testigo del mucho trabajo que se toma por vosotros, y también por los de Laodicea y Hierápolis. Os saludan Lucas, el querido médico, y Demas.

Saludad a los hermanos de Laodicea, a Ninfa y a la Iglesia que se reúne en su casa.

Cuando hayáis leído vosotros esta carta, haced que se lea también en la Iglesia de Laodicea, y la de allí, leedla también vosotros. Decid a Arquipo que considere el ministerio que recibió del Señor, y que lo cumpla.

El saludo, de mi mano: Pablo. Acordaos de que estoy en la cárcel. La gracia esté con vosotros.

Responsorio: Colosenses 4, 3; cf. Salmo 50, 17.

R. Recemos los unos por los otros, para que el Señor nos dé ocasión de predicar. * Y podamos exponer el misterio de Cristo.

V. El Señor nos abra los labios, y nuestra boca proclame la alabanza de Dios. * Y podamos exponer el misterio de Cristo.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 194, 3-4.

Seremos saciados con la visión de la Palabra.

¿Qué ser humano podría conocer todos los tesoros de sabiduría y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre: pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían quitado.

¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para los que lo temen, y llevó a cabo para los que esperan en él!

Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para reformarnos a semejanza de Dios: y, convertido en hijo del hombre —él, que era único Hijo de Dios—, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios; y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los hizo libres para que contemplasen la forma de Dios.

Pues ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven aquellas riquezas divinas sino para colmarnos? ¿Y para qué la inmensidad de aquella dulzura sino para saciarnos? Muéstranos al Padre y nos basta.

Y en algún salmo, uno de nosotros, o en nosotros, o por nosotros, le dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Pues él y el Padre son una misma cosa: y quien lo ve a él ve también al Padre. De modo que el Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Volviendo a nosotros, nos mostrará su rostro; y nos salvaremos y quedaremos saciados, y eso nos bastará.

Pero mientras eso no suceda, mientras no nos muestre lo que habrá de bastarnos, mientras no le bebamos como fuente de vida y nos saciemos, mientras tengamos que andar en la fe y peregrinemos lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de justicia y anhelamos con inefable ardor la belleza de la forma de Dios, celebremos con devota obsequiosidad el nacimiento de la forma de siervo.

Si no podemos contemplar todavía al que fue engendrado por el Padre antes que el lucero de la mañana, tratemos de acercarnos al que nació de la Virgen en medio de la noche. No comprendemos aún que su nombre dura como el sol; reconozcamos que su tienda ha sido puesta en el sol.

Todavía no podemos contemplar al Único que permanece en su Padre; recordemos al Esposo que sale de su alcoba. Todavía no estamos preparados para el banquete de nuestro Padre; reconozcamos al menos el pesebre de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio: 1a Juan 1, 2; 5, 20.

R. La vida se hizo visible, nosotros la hemos visto, y os anunciamos la vida eterna. * Que estaba con el Padre y se nos manifestó.

V. Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. * Que estaba con el Padre y se nos manifestó.

Si hoy es Domingo se recita el Himno TE DEUM,
y se reza la oración del 2o DOMINGO DE NAVIDAD.

Oración:

Oh, Dios, que con el nacimiento de tu Unigénito has comenzado de modo admirable la redención de tu pueblo, te pedimos que concedas a tus fieles una fe tan sólida que, guiados por él, alcancemos el premio prometido de la gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


6 de enero.

(Cuando la Epifanía se celebra el Domingo entre el 2 y el 8 de enero, inclusive).

Salmos 2a semana. (Excepto si es el Domingo 2o de Navidad, o la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. Cantad al Señor, bendecid su nombre.

R. Proclamad día tras día su victoria.

Primera lectura: Isaías 42, 1-8.

El siervo humilde del Señor.

Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.

Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:

«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos».

Responsorio: Mateo 12, 18. 21 (Isaías 42, 1).

R. Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. * En su nombre esperaban las naciones.

V. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. * En su nombre esperaban las naciones.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno: Sermón en las sagradas luminarias. 39, 14 – 16. 20.

El bautismo de Cristo.

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado del diluvio.

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.

Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio.

R. Hoy se han abierto los cielos, y el mar se ha vuelto dulce, la tierra se alegra, los montes y colinas saltan de gozo. * Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.

V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? * Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.

Oración:

Ilumina con bon dad a tus fieles, Señor, y enciende siempre sus corazones con la luz de tu gloria, para que en todo momento reconozcan a su Salvador y se adhieran sinceramente a él. Que vive y reina contigo.


7 de enero.

(Cuando la Epifanía se celebra el Domingo entre el 2 y el 8 de enero, inclusive).

Salmos 2a semana. (Excepto si es el Domingo 2o de Navidad, o la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. En esta etapa final, Dios nos ha hablado por el Hijo.

R. Por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo.

Primera lectura: Isaías 61, 1-11.

El Espíritu del Señor sobre su siervo.

El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido.

Los llamarán «robles de justicia», «plantación del Señor, para mostrar su gloria». Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones.

Extranjeros serán pastores de vuestros rebaños, forasteros, vuestros labradores y viñadores. Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios». Comeréis la opulencia de los pueblos, y tomaréis posesión de sus riquezas.

A cambio de vuestra vergüenza y sonrojo, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua.

Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen; les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.

Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Responsorio: Isaías 61, 1; Juan 8, 42.

R. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, * Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad.

V. Yo salí de Dios, y aquí estoy; no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. * Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón 13 de Tempore.

Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios.

Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios; hoy se hace hombre el Señor de los ángeles para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles.

Hoy se cumple aquella profecía que dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo; ábrase la tierra y brote el Salvador. El Creador ha sido creado para que fuera encontrado el que se había perdido. Esto es lo que el hombre reconoce en los salmos: Antes de ser humillado, pequé. El hombre pecó y se convirtió en reo; Dios nació como hombre para que fuera liberado el reo. El hombre cayó, pero Dios descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia.

Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre: Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre; la sola palabra de Dios fecunda a aquella que no conoce varón. Es al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu, y no por el amor humano o por la concupiscencia de la carne.

Responsorio: 1a Juan 4, 14; 1, 9.

R. Nosotros hemos visto y damos testimonio: * El Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo.

V. Él nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. * El Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que has querido manifestarte con una luz nueva por medio de la venida de tu Unigénito, concédenos que, así como merecimos que él participara, por su nacimiento de la Virgen, de nuestra existencia corporal, nosotros merezcamos ser coherederos en su reino de gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.


EPIFANÍA DEL SEÑOR.

EPIFANÍA DEL SEÑOR, (6 de enero).

Himno:

Ayer, en leve centella,
te vio Moisés sobre el monte;
hoy no basta el horizonte
para contener tu estrella.

Los magos preguntan; y ella
de un Dios infante responde
que en duras pajas se acuesta
y más se nos manifiesta
cuanto más hondo se esconde. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Los reyes de Tarsis y de las islas pagarán tributo al Rey y Señor.

Salmo 71.
Poder real del Mesías.

Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos:
oro, incienso y mirra. (Mt 2, 11)

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba,
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Los reyes de Tarsis y de las islas pagarán tributo al Rey y Señor.

Antífona 2: Postraos ante el Señor en el atrio sagrado. Aleluya.

Salmo 95.
El Señor, rey y juez del mundo.

Cantaban un cántico nuevo delante del trono,
en presencia del Cordero. (cf. Ap 14, 3)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Postraos ante el Señor en el atrio sagrado. Aleluya.

Antífona 3: Adorad a Dios, todos sus ángeles. Aleluya.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Adorad a Dios, todos sus ángeles. Aleluya.

V. Los cielos pregonan su justicia.

R. Y todos los pueblos contemplan su gloria.

Primera lectura: Isaías 60, 1-22.

Revelación de la gloria del Señor sobre Jerusalén.

¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos.

Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.

Reunirán para ti los rebaños de Cadar; los carneros de Nebayot te servirán para el sacrificio; subirán a mi altar como ofrenda agradable, y llenaré de esplendor la casa de mi gloria.

¿Quiénes son esos que vuelan como nubes y como palomas a sus palomares? Son navíos de las costas que esperan, en cabeza las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, con su plata y su oro, en homenaje al Señor, tu Dios, al Santo de Israel, que te colma de esplendor.

Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te castigué en mi cólera, en mi benevolencia tengo compasión de ti.

Tendrán tus puertas siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán, para que traigan a ti la riqueza de los pueblos, guiados por sus reyes. La nación y el reino que no te sirvan perecerán, esos pueblos serán devastados.

Vendrá a ti el orgullo del Líbano, el ciprés, el olmo y el abeto, para embellecer mi santuario y ennoblecer mi estrado.

Los hijos de tus opresores vendrán a ti humillados, se postrarán a tus pies los que te despreciaban, y te llamarán «Ciudad del Señor», «Sión del Santo de Israel».

Aunque abandonada, aborrecida y solitaria, haré de ti el orgullo de los siglos, la delicia de las generaciones.

Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo soy el Señor, tu salvador, que tu libertador es el Fuerte de Jacob.

En lugar de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, plata; en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré la paz por magistrado y como gobernante la justicia.

No se oirá hablar de violencias en tu tierra, de ruina o destrucción en tus fronteras; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas, «Alabanza».

Ya no será el sol tu luz de día, ni te alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua y tu Dios tu esplendor. Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua: se cumplirán los días de tu luto.

En tu pueblo todos serán justos, por siempre poseerán la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para mi gloria.

El más pequeño crecerá hasta un millar, y el más modesto se hará un pueblo poderoso. Yo soy el Señor: a su debido tiempo apresuro los plazos.

Responsorio: Isaías 60, 1. 3.

R. Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; * La gloria del Señor amanece sobre ti.

V. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. * La gloria del Señor amanece sobre ti.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 3 en la Epifanía del Señor, 1-3. 5.

Dios ha manifestado su salvación en todo el mundo.

La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.

De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por la fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para que de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.

Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.

Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso quien, según palabras del Apóstol, nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.

Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.

También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.

Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.

Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio.

R. Éste es el día señalado en que se ha manifestado el Salvador del mundo, aquel a quien habían anunciado los profetas, al que adoraron los ángeles. * Los magos, al ver la estrella, se llenaron de alegría y le ofrecieron regalos.

V. Nos ha amanecido un día sagrado; venid, naciones, adorad al Señor. * Los magos, al ver la estrella, se llenaron de alegría y le ofrecieron regalos.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que revelaste en este día tu Unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.


7 de enero.
O lunes después del Domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana. (Excepto si es el Domingo 2o de Navidad, o la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. Los cielos pregonan su justicia.

R. Y todos los pueblos contemplan su gloria.

Primera lectura: Isaías 61, 1-11.

El Espíritu del Señor sobre su siervo.

El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a los afligidos, para dar a los afligidos de Sión una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido.

Los llamarán «robles de justicia», «plantación del Señor, para mostrar su gloria». Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones.

Extranjeros serán pastores de vuestros rebaños, forasteros, vuestros labradores y viñadores. Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios». Comeréis la opulencia de los pueblos, y tomaréis posesión de sus riquezas.

A cambio de vuestra vergüenza y sonrojo, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país, y gozarán de alegría perpetua.

Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen; les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.

Desbordo de gozo en el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha puesto un traje de salvación, y me ha envuelto con un manto de justicia, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.

Responsorio: Isaías 61, 1; Juan 8, 42.

R. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, * Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad.

V. Yo salí de Dios, y aquí estoy; no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. * Para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad.

Segunda lectura:
San Pedro Crisólogo: Sermón 160.

El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros.

Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.

Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.

Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.

Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá.

Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.

Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.

Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa.

Responsorio.

R. Tres son los regalos valiosos que los magos ofrecieron al Señor en este día, y que contienen un simbolismo sagrado: * El oro manifiesta su poder regio; el incienso nos lo muestra como el gran sacerdote; la mirra anuncia la sepultura del Señor.

V. Los magos veneraron en la cuna al autor de nuestra salvación, y le ofrecieron, de sus cofres, regalos de un significado simbólico. * El oro manifiesta su poder regio; el incienso nos lo muestra como el gran sacerdote; la mirra anuncia la sepultura del Señor.

Oración:

Oh, Dios, cuyo Verbo eterno, embelleció la faz del cielo y recibió de la Virgen María la fragilidad de nuestra carne, te pedimos que actúe con la plenitud de su poder para la redención del mundo aquel que apareció entre nosotros como esplendor de la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


8 de enero.
O martes después del Domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana. (Excepto si es el Domingo 2o de Navidad, o la EPIFANÍA se celebrase el Domingo entre el 2 y 8 de enero).

V. Glorifica al Señor, Jerusalén.

R. Él envía su mensaje a la tierra.

Primera lectura: Isaías 62, 1-12.

Se acerca la redención.

Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.

Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.

Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.

Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.

Sobre tus murallas, Jerusalén, he puesto centinelas: no callarán ni de día ni de noche. Los que se lo recordáis al Señor no os concedáis descanso, no le concedáis descanso hasta que establezca Jerusalén y hasta que haga de ella la admiración de la tierra.

El Señor lo ha jurado por su diestra, y por su brazo poderoso: no volveré a entregar tu trigo para que se lo coma tu enemigo, ni beberán los extranjeros tu vino, por el cual te esforzaste. Los que cosechan lo comerán y alabarán al Señor, los que vendimian lo beberán en mis atrios sagrados.

Pasad, pasad por los portales, despejad el camino del pueblo, allanad, allanad la calzada, limpiadla de piedras.

El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu salvador, que llega, el premio de su victoria lo acompaña, la recompensa lo precede».

Los llamarán «Pueblo santo», «Redimidos del Señor», y a ti te llamarán «Buscada», «Ciudad no abandonada».

Responsorio: Isaías 62, 2-3.

R. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria. * Te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.

V. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. * Te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.

Segunda lectura:
San Hipólito: Sermón en la Santa Teofanía 2. 6-8.

El agua y el Espíritu.

Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales.

El que se halla presente en todas partes y jamás se ausenta, el que es incomprensible para los ángeles y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Éste es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina».

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu: y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Ésta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo.

A él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Juan 1, 32. 34. 33.

R. He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. * Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

V. El que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo». * Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que por tu Unigénito nos hiciste para ti nuevas criaturas, concédenos, por tu gracia, ser semejantes a aquel, en quien nuestra naturaleza está unida a la tuya. Por nuestro Señor Jesucristo.


9 de enero.
O miércoles después del Domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Isaías 63, 7-19.

El pueblo, en su abandono, recuerda las misericordias del Señor.

Quiero recordar la misericordia del Señor, las alabanzas del Señor: todo lo que hizo por nosotros el Señor, sus muchos beneficios a la casa de Israel, que llevó a cabo con compasión, y su gran misericordia.

Él dijo: «Son mi pueblo, hijos que no engañarán», y fue su salvador en todas sus angustias. No fue un ángel ni un mensajero, fue él mismo en persona quien los salvó, los rescató con su amor y su clemencia, los levantó y soportó, todos los días del pasado.

Pero ellos se rebelaron contra él, contristaron su santo espíritu. Él se convirtió en su enemigo y luchó contra ellos.

Entonces el pueblo se acordó de los días de antaño, de Moisés: «¿Dónde está el que los hizo pasar por el mar, el pastor de su rebaño, el que infundió en su interior su santo espíritu, el que hizo caminar a la derecha de Moisés su brazo glorioso, el que dividió las aguas ante ellos, ganándose un renombre perpetuo, el que los hizo pasar por el fondo del mar, como caballos por la estepa, sin tropezar?». Como a ganado que baja al valle el espíritu del Señor los condujo a su reposo. Así condujiste a tu pueblo, ganándote un nombre glorioso.

Contempla desde los cielos y mira desde tu morada santa y gloriosa. ¿Dónde están tu celo y fortaleza? ¿Es que han sido reprimidas tu entrañable ternura y compasión hacia nosotros?

¡Tú eres nuestro padre! Abrahán nos desconoce, Israel nos ignora. Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador».

¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos, y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. Por poco tiempo tu pueblo santo había poseído su heredad, cuando nuestros enemigos pisotearon tu santuario. Somos desde hace tiempo aquellos sobre los que tú ya no gobiernas, los que no llevamos ya tu nombre.

¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas.

Responsorio: Isaías 63, 19; 59, 11.

R. Señor, somos los que tú no gobiernas, los que no llevan tu nombre. * ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!

V. Esperamos en el derecho, pero nada; en la salvación, y está lejos de nosotros. * ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!

Segunda lectura:
San Proclo de Constantinopla: Sermón en la Santa Teofanía 7, 1-3.

La santificación de las aguas.

Cristo apareció en el mundo, y, al embellecerlo y acabar con su desorden, lo transformó en brillante y jubiloso. Hizo suyo el pecado del mundo y acabó con el enemigo del mundo. Santificó las fuentes de las aguas e iluminó las almas de los hombres. Acumuló milagros sobre milagros cada vez mayores.

Y así, hoy, tierra y mar se han repartido entre sí la gracia del Salvador, y el universo entero se halla bañado en alegría; hoy es precisamente el día que añade prodigios mayores y más crecidos a los de la precedente solemnidad.

Pues en la solemnidad anterior, que era la del nacimiento del Salvador, se alegraba la tierra, porque sostenía al Señor en el pesebre; en la presente festividad, en cambio, que es la de las Teofanías, el mar es quien salta y se estremece de júbilo; y lo hace porque en medio del Jordán encontró la bendición santificadora.

En la solemnidad anterior se nos mostraba un niño débil, que atestiguaba nuestra propia imperfección; en cambio, en la festividad de hoy se nos presenta ya como un hombre perfecto, mostrando que procede, como perfecto que es, de quien también lo es. En aquel caso, el Rey vestía la púrpura de su cuerpo; en éste, la fuente rodea y como recubre al río.

Atended, pues, a estos nuevos y estupendos prodigios. El Sol de justicia que se purifica en el Jordán, el fuego sumergido en el agua, Dios santificado por ministerio de un hombre.

Hoy la creación entera resuena de himnos: Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el que viene en todo momento: pues no es ahora la primera vez.

Y ¿de quién se trata? Dilo con más claridad, por favor, santo David: El Señor es Dios: él nos ilumina. Y no es sólo David quien lo dice, sino que el apóstol Pablo se asocia también a su testimonio y dice: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos. No «para unos cuantos», sino para todos: porque la salvación a través del bautismo se otorga a todos, judíos y griegos; el bautismo ofrece a todos un mismo y común beneficio.

Fijaos, mirad este diluvio sorprendente y nuevo, mayor y más prodigioso que el que hubo en tiempos de Noé. Entonces, el agua del diluvio acabó con el género humano; en cambio, ahora, el agua del bautismo, con la virtud de quien fue bautizado por Juan, retorna los muertos a la vida. Entonces, la paloma con la rama de olivo figuró la fragancia del olor de Cristo, nuestro Señor; ahora, el Espíritu Santo, al sobrevenir en forma de paloma, manifiesta la misericordia del Señor.

Responsorio.

R. Hoy se nos ha mostrado el que es Luz de Luz, al que Juan bautizó en el río Jordán. * Creemos que ha nacido de María, la Virgen.

V. El cielo se abrió sobre él, y se ha dejado oír la voz del Padre. * Creemos que ha nacido de María, la Virgen.

Oración:

Oh, Dios, que iluminas a todas las naciones, concede a tu pueblo gozar de una paz estable e infunde en nuestras almas aquella luz espléndida que derramaste en los corazones de nuestros padres. Por nuestro Señor Jesucristo.



10 de enero.
O jueves después del Domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana.

V. El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia.

R. Para que conozcamos al Verdadero.

Primera lectura: Isaías 63, 19b – 64, 11.

Se implora la visita de Dios.

¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas, lo mismo que el fuego abrasa los arbustos, y como el fuego hace hervir el agua; así harías conocer tu nombre a tus adversarios. Ante ti temblarían las naciones cuando ejecutaras portentos inesperados: «Descendiste, y las montañas se estremecieron».

Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti. He aquí que tú estabas airado y nosotros hemos pecado. Pero en los caminos de antiguo seremos salvados.

Todos éramos impuros, nuestra justicia era un vestido manchado; todos nos marchitábamos como hojas, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa.

Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano. No te irrites, Señor, en demasía, no recuerdes por siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo. Tus santas ciudades se han vuelto un desierto. Sión es un desierto, Jerusalén un yermo.

Nuestro templo, santo y magnífico, donde te alabaron nuestros padres, ha sido devorado por el fuego, y todo cuanto amamos se ha convertido en ruinas. Ante todo esto, Señor, ¿puedes contenerte, callarte y afligirnos sin medida?

Responsorio: Cf. Isaías 56, 1; Miqueas 4, 9; Isaías 43, 3.

R. Jerusalén, mi salvación está para llegar; ¿por qué te dejas abatir por la tristeza? ¿Es que no tienes consejero, que te atormenta el dolor? * No temas, voy a salvarte y te libraré.

V. Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador. * No temas, voy a salvarte y te libraré.

Segunda lectura:
San Cirilo de Alejandría: Comentario sobre el evangelio de san Juan 5, 2.

Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne.

Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días —se refiere a los del Salvador— derramaré mi Espíritu sobre toda carne.

Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer —de acuerdo con la divina Escritura—, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.

Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación —más aún, antes de todos los siglos—, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo —pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes—, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.

Responsorio: Ezequiel 37, 27-28; Hebreos 8, 8.

R. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. * Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.

V. Haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva. * Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que por medio de tu Hijo has hecho aparecer ante todas las naciones la luz de tu eternidad, concede a tu pueblo reconocer la plenitud espléndida de su Redentor para llegar con su ayuda a la claridad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


11 de enero.
O viernes después del Domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana.

V. En la Palabra había vida.

R. Y la vida era la luz de los hombres.

Primera lectura: Isaías 65, 13-25.

El cielo nuevo y la tierra nueva.

Esto dice el Señor, Dios:

«Mirad: mis siervos comerán y vosotros pasaréis hambre; mis siervos beberán y vosotros tendréis sed; mis siervos estarán alegres y vosotros os avergonzaréis. Mis siervos cantarán con corazón alegre y vosotros gritaréis con corazón dolorido y gemiréis quebrantados.

Dejaréis vuestro nombre a mis elegidos como un juramento: “Que te dé muerte el Señor Dios. Pero a sus siervos los llamará con otro nombre”. Quien sea bendecido en el país, será bendecido por el Dios del Amén, y quien jure en el país, jurará por el Dios del Amén, porque se olvidarán las angustias del pasado y quedarán ocultas a mis ojos».

Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear: yo creo a Jerusalén «alegría», y a su pueblo, «júbilo». Me alegraré por Jerusalén y me regocijaré con mi pueblo, ya no se oirá en ella ni llanto ni gemido; ya no habrá allí niño que dure pocos días, ni adulto que no colme sus años, pues será joven quien muera a los cien años, y quien no los alcance se tendrá por maldito.

Construirán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán los frutos, no construirán para que otro habite, no plantarán para que otro coma; porque los días de mi pueblo serán como los días de los árboles, y mis elegidos consumirán la obra de sus manos.

No se fatigarán en vano, ni tendrán hijos para una catástrofe, porque serán semilla bendita del Señor, y como ellos sus retoños. Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando, y ya los habré escuchado.

El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el ganado comerán forraje; la serpiente se nutrirá de polvo. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo —dice el Señor—.

Responsorio: Apocalipsis 21, 1. 3. 4.

R. Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; y escuché una voz potente que decía desde el trono: * «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos».

V. Dios enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte; porque el primer mundo ha pasado. * Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos.

Segunda lectura:
San Máximo de Turín: Sermón en la Epifanía 100, 1, 3.

Los misterios del bautismo del Señor.

Nos refiere el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para bautizarse y que allí mismo quiso verse consagrado con los misterios celestiales.

Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor —por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después— viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.

Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre lo abraza con su voz y dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo. La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.

De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.

No faltará quien diga: «¿Por qué quiso bautizarse, si es santo?». Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.

Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza.

Así es como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas les dejaban paso.

Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo. Efectivamente, la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.

Responsorio: Juan 1, 29; Isaías 53, 11.

R. Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios. * Éste es el que quita el pecado del mundo».

V. Justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. * Éste es el que quita el pecado del mundo.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos que el nacimiento del Salvador del mundo, anunciado por una estrella, se manifieste y crezca siempre en nuestros corazones. Por nuestro Señor Jesucristo.



12 de enero.
O sábado después del domingo de Epifanía.

Salmos 2a semana.

V. La Palabra era la luz verdadera.

R. Que alumbra a todo hombre.

Primera lectura: Isaías 66, 10-14. 18-23.

La salvación universal.

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor, y su ira a sus enemigos».

Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria. Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.

Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén —dice el Señor—, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor. También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas —dice el Señor—.

Porque, como el cielo nuevo y la tierra nueva que yo haré subsisten ante mí —oráculo del Señor—, así subsistirán vuestra estirpe y vuestro nombre. Cada novilunio y cada sábado todo viviente se postrará ante mí —dice el Señor—.

Responsorio: Isaías 66, 18. 19; Juan 17, 6. 18.

R. Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. * Vendrán para ver mi gloria y la anunciarán a las naciones.

V. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo; como tú me enviaste, así los envío yo también. * Vendrán para ver mi gloria y la anunciarán a las naciones.

Segunda lectura:
Fausto de Riez: Sermón en la Epifanía 5, 2.

Las nupcias de Cristo y de la Iglesia.

A los tres días hubo unas bodas. ¿Qué otras bodas pueden ser éstas, sino las promesas y gozos de la salvación humana? Las mismas que se celebran evidentemente o bien a causa de la confesión de la Trinidad, o bien por la fe en la resurrección, como se indica en el misterio del número tres.

Así como también, en otra de las lecturas evangélicas, se acoge con cantos y música, y con atuendos nupciales, la vuelta del hijo más joven, o sea, la conversión del pueblo gentil.

Por eso, como el esposo que sale de su alcoba, descendió el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia, que había de congregarse de entre los gentiles, a la cual dio sus arras y su dote: las arras, cuando Dios se unió con el hombre; la dote, cuando se inmoló por su salvación. Por arras entendemos la redención actual, y por dote, la vida eterna. Todas estas cosas eran, para quienes las veían, otros tantos milagros; para quienes las entendían, otros tantos misterios. Porque, si nos fijamos bien, de alguna manera en la misma agua se da una cierta analogía del bautismo y de la regeneración. Pues, mientras una cosa se transforma en otra, mientras la creatura inferior se transforma en algo superior mediante una secreta conversión, se lleva a cabo el misterio del segundo nacimiento. Se cambian súbitamente las aguas que luego van a cambiar a los hombres.

Así pues, por el poder de Cristo, en Galilea el agua se convierte en vino —esto es, concluye la ley y le sucede la gracia; se aparta lo que no era más que sombra y se hace presente la verdad; lo carnal se sitúa junto a lo espiritual; la antigua observancia se trasmuta en Nuevo Testamento; como dice el Apóstol: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado—; y como el agua aquella que se contenía en las tinajas, sin dejar de ser en absoluto lo que era, comenzó a ser lo que no era, de la misma manera la ley, manifestada por el advenimiento de Cristo, no perece, sino que se mejora.

Si falta el vino, se saca otro: el vino del Antiguo Testamento es bueno, pero el del Nuevo es mejor; el Antiguo Testamento, que observan los judíos, se diluye en la letra, mientras que el Nuevo, que es el que nos atañe, convierte en gracia el sabor de la vida.

Se trata de «buen vino» siempre que oigas hablar de un buen precepto de la ley: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero es mejor y más fuerte el vino del Evangelio, como cuando oyes decir: Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.

Responsorio: Cf. Tobías 13, 11. 13-14; Lucas 13, 29.

R. Ciudad de Dios, una luz esplendente te iluminará. Vendrán a ti de lejos muchos pueblos. * Y traerán ofrendas para adorar en ti al Señor.

V. Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur. * Y traerán ofrendas para adorar en ti al Señor.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que por tu Unigénito nos hiciste para ti nuevas criaturas, concédenos, por tu gracia, ser semejantes a aquel, en quien nuestra naturaleza está unida a la tuya. Por nuestro Señor Jesucristo.


BAUTISMO DEL SEÑOR.

(Domingo después de la Epifanía).

(O bien el Lunes siguiente, cuando la Epifanía se celebra el Domingo 7 ó el 8 de enero.

Himno:

A la orilla del Jordán,
descalza el alma y los pies,
bajan buscando pureza
doce tribus de Israel.

Piensan que a la puerta está
el Mesías del Señor
y que, para recibirlo,
gran limpieza es menester.

Bajan hombres y mujeres,
pobres y ricos también,
y Juan sobre todos ellos
derrama el agua y la fe.

Mas ¿por qué se ha de lavar
el Autor de la limpieza?
Porque el bautismo hoy empieza,
y él lo quiere inaugurar. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado.

Salmo 28.
Manifestación de Dios en la tempestad.

Vino una voz del cielo que decía:
«Éste es mi Hijo, el amado,
mi predilecto» (Mt 3, 17)

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.

La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
la voz del Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.

Hace brincar al Líbano como a un novillo,
al Sarión como a una cría de búfalo.

La voz del Señor lanza llamas de fuego,
la voz del Señor sacude el desierto,
el Señor sacude el desierto de Cadés.

La voz del Señor retuerce los robles,
el Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!».

El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado.

Antífona 2: Que se postre ante ti la tierra entera, Señor, y que se alegre, porque has aparecido como una nueva luz para siempre.

Salmo 65.
Himno para un sacrificio de acción de gracias.

Sobre la resurrección del Señor
y la conversión de los pueblos.
(Hesiquio)

I

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.

Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras,
por tu inmenso poder tus enemigos te adulan!».

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu nombre.

Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.

Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones,
para que no se subleven los rebeldes.

Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.

Oh Dios, nos pusiste a prueba,
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa,
nos echaste a cuestas un fardo:

sobre nuestro cuello cabalgaban,
pasamos por fuego y por agua,
pero nos has dado respiro.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Que se postre ante ti la tierra entera, Señor, y que se alegre, porque has aparecido como una nueva luz para siempre.

Antífona 3: Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida y me ha dado respiro.

II

Entraré en tu casa con víctimas,
para cumplirte mis votos:
los que pronunciaron mis labios
y prometió mi boca en el peligro.

Te ofreceré víctimas cebadas,
te quemaré carneros,
inmolaré bueyes y cabras.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua.

Si hubiera tenido yo mala intención,
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó,
y atendió a mi voz suplicante.

Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida y me ha dado respiro.

V. Éste es mi Hijo amado.

R. Escuchadlo.

Primera lectura: Isaías 42, 1-9; 49, 1-9.

El siervo del Señor, con su mansedumbre, es luz de las naciones.

Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.

Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:

«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas.

Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír».

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».

Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.

Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:

«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido».

Así dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: “Salid”, a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”. Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas».

Responsorio: Cf. Mateo 3, 16. 17; Lucas 3, 22.

R. Hoy en el Jordán, bautizado el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu, en forma de paloma, se posó sobre él, y resonó la voz del Padre: * «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto».

V. Bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: * «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto».

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno: Sermón en las sagradas Luminarias 39, 14-16.

El bautismo de Cristo.

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.

Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio.

R. Hoy se han abierto los cielos, y el mar se ha vuelto dulce, la tierra se alegra, los montes y colinas saltan de gozo. * Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.

V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? * Porque, en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán, al enviar sobre él tu Espíritu Santo, quisiste revelar solemnemente a tu Hijo amado, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

Después del Bautismo del Señor,
comienza la PRIMERA SEMANA del TIEMPO ORDINARIO.





HIMNO TE DEUM.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.











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