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CUARESMA.

Semana de Ceniza

1a SEMANA

2a SEMANA

3a SEMANA

4a SEMANA

5a SEMANA


Semana de Ceniza

MIÉRCOLES de CENIZA

Jueves ceniza

Viernes ceniza

Sábado ceniza

1a Semana

DOMINGO PRIMERO

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

2a Semana

DOMINGO SEGUNDO

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

3a Semana

DOMINGO TERCERO

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

4a Semana

DOMINGO CUARTO

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

5a Semana

DOMINGO QUINTO

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado


SEMANA DE CENIZA.

Miércoles de Ceniza.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 4a semana).

Himno:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte
contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte
tan callando;

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,
da dolor;

cómo, a nuestro parecer,

cualquier tiempo pasado
fue mejor.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar,
que es el morir;

allí van derechos los señoríos

derechos a se acabar
y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos
y los más chicos;

y, llegados, son iguales

los que viven por sus manos
y los ricos.

Salmodia:

Antífona 1: Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios.

Salmo 102.
Himno a la misericordia de Dios.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto. (Lc 1, 78)

I

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios.

Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

II

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras.

III

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Bendecid al Señor, todas sus obras.

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Isaías 58, 1-12.

El ayuno agradable a Dios.

Así dice el Señor Dios:

Grita a pleno pulmón, no te contengas; alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.

Consultan mi oráculo a diario, desean conocer mi voluntad. Como si fuera un pueblo que practica la justicia y no descuida el mandato de su Dios, me piden sentencias justas, quieren acercarse a Dios.

«¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?».

En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo.

¿Es ése el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?

Éste es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos.

Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: «Aquí estoy».

Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.

El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos. Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan. Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros tiempos; te llamarán «reparador de brechas», «restaurador de senderos», para hacer habitable el país.

Responsorio: Isaías 58, 6. 7. 9; Mateo 25, 31. 34. 35.

R. El ayuno que Dios quiere es éste —dice el Señor—: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo. * Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».

V. Cuando venga el Hijo del hombre, dirá a los de su derecha: «Venid, tuve hambre y me disteis de comer». * Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy».

Segunda lectura:
San Clemente Romano: Carta a los Corintios, caps. 7, 4 – 8, 3; 8, 5 – 9, 1; 13, 1-4; 19, 2.

Convertíos.

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo.

Recorramos todas las generaciones y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.

De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas habló también con juramento de la penitencia, diciendo: Por mi vida, —oráculo del Señor—, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a mí de todo corazón y decís: “Padre”, os escucharé como a mi pueblo santo».

Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.

Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su misericordia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las contiendas y la envidia que conduce a la muerte.

Seamos, pues, humildes, hermanos, y deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.

Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia; perdonad, y se os perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros; dad, y se os dará; no juzguéis, y no os juzgarán; como usareis la benignidad, así la usarán con vosotros; la medida que uséis la usarán con vosotros.

Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia de sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras.

Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.

Responsorio: Isaías 55, 7; Joel 2, 13; cf. Ezequiel 33, 11.

R. Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad. * Porque es compasivo y misericordioso, y se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.

V. El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva. * Porque es compasivo y misericordioso, y se arrepiente de las amenazas, el Señor, nuestro Dios.

Oración:

Concédenos, Señor, comenzar el combate cristiano con el ayuno santo, para que, al luchar contra los enemigos espirituales, seamos fortalecidos con la ayuda de la austeridad. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves después de Ceniza.

(Salmos del JUEVES de la 4a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Éxodo 1, 1-22.

Opresión de Israel.

Éstos son los nombres de los hijos de Israel que fueron a Egipto con Jacob, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser. Los descendientes de Jacob eran, en total, setenta personas. José ya estaba en Egipto. Después murió José y sus hermanos y toda aquella generación, pero los hijos de Israel crecían y se propagaban, se multiplicaban y se hacían fuertes en extremo, e iban llenando la tierra.

Surgió en Egipto un faraón nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo:

«Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros: obremos astutamente contra él, para que no se multiplique más; no vaya a declararse una guerra y se alíe con nuestros enemigos, nos ataque y después se marche del país».

Así pues, nombraron capataces que los oprimieran con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitón y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, ellos crecían y se propagaban más, de modo que los egipcios sintieron aversión hacia los israelitas. Los egipcios esclavizaron a los hijos de Israel con crueldad y les amargaron su vida con el duro trabajo del barro y de los ladrillos y con toda clase de faenas del campo; los esclavizaron con trabajos crueles.

Además, el rey de Egipto dijo a las comadronas hebreas, una de las cuales se llamaba Sifrá y otra Puá:

«Cuando asistáis a las hebreas, y les llegue el momento del parto: si es niño, lo matáis; si es niña, la dejáis con vida».

Pero las comadronas temían a Dios y no hicieron lo que les había ordenado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los recién nacidos.

Entonces, el rey de Egipto llamó a las comadronas y las interrogó:

«¿Por qué obráis así y dejáis con vida a los niños?».

Contestaron las comadronas al faraón:

«Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias: son robustas y dan a luz antes de que lleguen las comadronas».

Dios premió a las comadronas y el pueblo crecía y se hacía muy fuerte. Y a las comadronas, como temían a Dios, también les dio familia.

Entonces el faraón ordenó a todo su pueblo:

«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida».

Responsorio: Génesis 15, 13-14; Isaías 49, 26.

R. El Señor dijo a Abraham: «Has de saber que tu descendencia vivirá como forastera en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años. * Yo juzgaré al pueblo a quien han de servir».

V. Yo soy el Señor, tu salvador y redentor. * Yo juzgaré al pueblo a quien han de servir.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre la Cuaresma 6, 1-2.

Purificación por el ayuno y la misericordia.

Siempre, hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra, y la misma creación natural es para cada fiel verdadero adoctrinamiento que le lleva a la adoración de Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay, manifiestan la bondad y omnipotencia de su autor, y la admirable belleza de todos los elementos que le sirven está pidiendo a la creatura inteligente una acción de gracias.

Pero cuando se avecinan estos días, consagrados más especialmente a los misterios de la redención de la humanidad, estos días que preceden a la fiesta pascual, se nos exige con más urgencia una preparación y una purificación del espíritu.

Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado bautismo, sino también aquellos que desde hace tiempo se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos.

Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, hay que insistir ante todo para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención.

Por ello en estos días hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que todos los cristianos deberían realizar en todo tiempo; así viviremos, en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica, y precisamente no sólo por el uso menguado de los alimentos, sino sobre todo ayunando de nuestros propios vicios.

Y no hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna, que, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad, de modo que, aun en medio de situaciones de fortuna desiguales, puedan ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles.

Porque el amor, que debemos tanto a Dios como a los hombres, no debe verse nunca impedido hasta tal punto que no podamos realizar libremente lo que es bueno ante Dios y ante nuestros hermanos. Pues de acuerdo con lo que cantaron los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, el que se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad, no sólo es bienaventurado en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz.

Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas y, así, en razón de esta misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no sólo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres; de este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer limosna son semejantes en el amor y afecto con que la hacen.

Responsorio: Cf. 2a Corintios 6, 4.

R. El tiempo del ayuno nos ha abierto las puertas del paraíso; recibámoslo con buena voluntad y seamos constantes en la oración. * Para que en el día de la resurrección nos gloriemos con el Señor.

V. Continuamente demos prueba de que somos servidores de Dios. * Para que en el día de la resurrección nos gloriemos con el Señor.

Oración:

Te pedimos, Señor, que inspires, sostengas y acompañes nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes después de Ceniza.

(Salmos del VIERNES de la 4a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Éxodo 2, 1-22.

Nacimiento y huida de Moisés.

Un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la misma tribu. Ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era hermoso, lo tuvo escondido tres meses. Pero, no pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y pez, colocó en ella a la criatura y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo. Una hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba todo aquello.

La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla del río. Al descubrir ella la cesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó:

«Es un niño de los hebreos».

Entonces la hermana del niño dijo a la hija del faraón:

«¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?».

Respondió la hija del faraón:

«Vete».

La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del faraón le dijo:

«Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré».

La mujer tomó al niño y lo crió. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «Lo he sacado del agua».

Pasaron los años. Un día, cuando Moisés ya era mayor, fue a donde estaban sus hermanos y los encontró transportando cargas. Y vio cómo un egipcio mataba a un hebreo, uno de sus hermanos. Miró a un lado y a otro y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Al día siguiente salió y encontró a dos hebreos riñendo y dijo al culpable:

«¿Por qué golpeas a tu compañero?».

Él le contestó:

«¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como mataste al egipcio?».

Moisés se asustó y pensó: «Seguro que saben lo ocurrido».

Cuando el faraón se enteró del hecho, buscó a Moisés para matarlo. Pero Moisés huyó del faraón y se refugió en la tierra de Madián. Allí se sentó junto a un pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, que salían a sacar agua y a llenar los abrevaderos para abrevar el rebaño de su padre. Llegaron unos pastores e intentaron echarlas. Entonces Moisés se levantó, defendió a las muchachas y abrevó su rebaño.

Ellas volvieron a casa de su padre Reuel, que les preguntó:

«¿Cómo habéis vuelto hoy tan pronto?».

Contestaron:

«Un egipcio nos ha librado de los pastores, nos ha sacado agua y ha abrevado el rebaño».

Dijo él a sus hijas:

«¿Dónde está?, ¿cómo lo habéis dejado marchar? Llamadlo para que venga a comer».

Moisés accedió a vivir con aquel hombre, que le dio a su hija Séfora por esposa. Ella dio a luz a un niño y Moisés lo llamó Guersón, diciendo: «Soy emigrante en tierra extranjera».

Responsorio: Hebreos 11, 24-25. 26. 27.

R. Por fe, Moisés, ya crecido, rehusó ser adoptado por la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios al goce efímero del pecado; * Pues miraba a la recompensa.

V. Estimaba mayor riqueza el oprobio de Cristo, que los tesoros de Egipto; por fe se marchó de Egipto. * Pues miraba a la recompensa.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Suplemento, Homilía 6 sobre la oración.

La oración es luz del alma.

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con Dios: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de tal manera que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo, que abrace a Dios con inefables abrazos apeteciendo, igual que el niño que llora y llama a su madre, la divina leche: expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, ensancha el alma y tranquiliza su afectividad. Y me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras. La oración es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad, hazte resplandeciente con la luz de la justicia; adorna tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración a fin de preparar a Dios una casa perfecta, y poderle recibir como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por su gracia, es como si poseyeras su misma imagen colocada en el templo del alma.

Responsorio: Lamentaciones 5, 20-21a; Mateo 8, 25.

R. ¿Por qué te olvidas de nosotros y nos tienes abandonado por tanto tiempo? * Señor, tráenos hacia ti para que volvamos.

V. ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! * Señor, tráenos hacia ti para que volvamos.

Oración:

Te pedimos, Señor, continuar las obras de penitencia que hemos comenzado con tu benevolencia, para que la práctica que observamos externamente, vaya acompañada de la sinceridad de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado después de Ceniza.

(Salmos del SÁBADO de la 4a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Éxodo 3, 1-20.

Vocación de Moisés y revelación del nombre del Señor.

Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo:

«Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza».

Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:

«Moisés, Moisés».

Respondió él:

«Aquí estoy».

Dijo Dios:

«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».

Y añadió:

«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob».

Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios.

El Señor le dijo:

«He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel».

Moisés replicó a Dios:

«¿Quién soy yo para acudir al faraón o para sacar a los hijos de Israel de Egipto?».

Respondió Dios:

«Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña».

Moisés replicó a Dios:

«Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les respondo?».

Dios dijo a Moisés:

«“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros».

Dios añadió:

«Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación”».

«Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor Dios de vuestros padres se me ha aparecido, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y me ha dicho: “He observado atentamente cómo os tratan en Egipto y he decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel”. Ellos te harán caso; y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de Egipto y le diréis: “El Señor, Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro y ahora nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios”.

Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar ni a la fuerza; pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con prodigios que haré en medio de él, y entonces os dejará marchar».

Responsorio: Éxodo 3, 14; Isaías 43, 11.

R. Dios dijo a Moisés: «Soy el que soy; * Esto dirás a los israelitas: “Yo-soy” me envía a vosotros».

V. Yo, yo soy el Señor; fuera de mí no hay salvador. * Esto dirás a los israelitas: “Yo-soy” me envía a vosotros.

Segunda lectura:
San Ireneo: Tratado contra las herejías 4, 13, 4 – 14, 1.

La amistad de Dios.

Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y luego liberó a los que se le habían sometido, como él mismo dijo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes se le aproximan.

Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quién depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de Adán, sino antes también de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo junto a él, y a su vez la Palabra era glorificada por el Padre, como él mismo dijo: Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese.

Ni nos mandó que le siguiésemos porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación; y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado.

Efectivamente, quienes se hallan en la luz, no son ellos los que iluminan la luz, sino ésta la que los ilumina a ellos; ellos por su parte no le dan nada, mientras que, en cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella.

Así sucede con el servir a Dios: que a Dios no le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; él en cambio otorga la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y sirven, con lo que beneficia a los que le sirven por el hecho de servirle, y a los que le siguen por el de seguirle, sin percibir por ello beneficio ninguno de parte de ellos: pues él es rico, perfecto y sin indigencia alguna.

Por eso Dios requiere de los hombres que le sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios.

En esto consiste precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer al servicio de Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, soy yo quien os ha elegido, dando a entender que no le glorificaban, al seguirle, sino que por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos. Y por esto también dijo: Quiero que éstos estén donde estoy yo, para que contemplen mi gloria.

Responsorio: Deuteronomio 10, 12; Mateo 22, 38.

R. ¿Qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? * Que temas al Señor, tu Dios, y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

V. Este mandamiento es el principal y primero. * Que temas al Señor, tu Dios, y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y, para protegernos, extiende sobre nosotros tu mano poderosa. Por nuestro Señor Jesucristo.


1a SEMANA CUARESMA. (Salmos de la 1a semana).

Domingo 1o de Cuaresma.

(Salmos del DOMINGO de la 1a semana).

V. No sólo de pan vive el hombre.

R. Sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Primera lectura: Éxodo 5, 1 – 6, 1.

Opresión del pueblo.

Moisés y Aarón se presentaron al faraón y le dijeron:

«Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Deja salir a mi pueblo, para que celebre una fiesta en mi honor en el desierto”».

Respondió el faraón:

«¿Quién es el Señor para que tenga que obedecerle dejando marchar a Israel? No conozco al Señor ni dejaré marchar a Israel».

Replicaron ellos:

«El Dios de los hebreos se nos ha aparecido: tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto, para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios, de lo contrario nos herirá con peste o espada».

El rey de Egipto les dijo:

«¿Por qué, Moisés y Aarón, soliviantáis al pueblo en su trabajo? Volved a vuestras tareas».

Y añadió el faraón:

«Ahora que son más numerosos que los naturales de la tierra, ¿queréis que dejen sus tareas?».

Aquel día el faraón ordenó a los capataces y a los inspectores:

«No volváis a proveer de paja al pueblo para fabricar adobes, como hacíais antes; que ellos vayan y se busquen la paja. Pero les exigiréis la misma cantidad de adobes que hacían antes, sin disminuir nada. Son unos holgazanes y por eso andan gritando: “Vamos a ofrecer sacrificios a nuestro Dios”. Imponedles un trabajo pesado y que lo cumplan; y no hagáis caso de palabras engañosas».

Los capataces y los inspectores salieron y dijeron al pueblo:

«Así dice el faraón: “No os proveeré de paja. Id vosotros a recogerla donde la encontréis. Pero vuestra tarea no disminuirá en nada”».

El pueblo se dispersó por toda la tierra de Egipto para recoger paja. Los capataces les apremiaban, diciendo:

«Completad vuestro trabajo, la tarea de cada día, como cuando se os daba paja».

Y golpeaban a los inspectores israelitas, que habían sido nombrados por los capataces del faraón, diciendo:

«¿Por qué ni ayer ni hoy habéis completado vuestra cantidad de adobes, como antes?».

Entonces, los inspectores israelitas fueron a reclamar al faraón y le dijeron:

«¿Por qué tratas así a tus siervos? No se provee de paja a tus siervos y encima nos exigen que hagamos adobes; golpean a tus siervos y tu pueblo tiene la culpa».

Contestó el faraón:

«¡Holgazanes! Eso es lo que sois, unos holgazanes. Por eso andáis diciendo: “Vamos a ofrecer sacrificios al Señor”. Y ahora, id a trabajar; no se os proveerá de paja, pero produciréis la misma cantidad de adobes».

Los inspectores israelitas se vieron en un aprieto cuando les dijeron: «No disminuirá vuestra cantidad diaria de adobes»; y, encontrando a Moisés y a Aarón, que los esperaban a la salida del palacio del faraón, les dijeron:

«El Señor os examine y os juzgue; nos habéis hecho odiosos al faraón y a su corte; le habéis puesto en la mano una espada para que nos mate».

Entonces Moisés volvió al Señor y le dijo:

«Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Por qué me has enviado? Desde que me presenté al faraón para hablar en tu nombre, él maltrata a este pueblo y tú no haces nada para librar a tu pueblo».

El Señor respondió a Moisés:

«Ahora verás lo que voy a hacer al faraón, pues en virtud de una mano fuerte los dejará marchar; más aún, debido a una mano fuerte los expulsará de su tierra».

Responsorio: Éxodo 5, 1. 3.

R. Moisés se presentó al Faraón y le dijo: «Así dice el Señor: * Deja salir a mi pueblo, para que celebre mi fiesta en el desierto».

V. El Señor, Dios de los hebreos, me ha enviado a ti, con estas palabras: * «Deja salir a mi pueblo, para que celebre mi fiesta en el desierto».

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 60, 2-3.

En Cristo fuimos tentados, y en él vencimos al diablo.

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde todos los confines de la tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde todos los confines de la tierra, no es uno solo y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo y todos nosotros somos sus miembros. ¿Y quién es ese único hombre que clama «desde todos los confines de la tierra»? Los que invocan «desde todos los confines de la tierra» son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. De manera que quien clama «desde todos los confines de la tierra» es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Y ¿qué es lo que pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. Te invoco desde todos los confines de la tierra. O sea: «Esto que pido, lo pido desde todos los confines de la tierra», es decir, desde todas partes.

Pero, ¿por qué ha invocado así? Porque tenía  el corazón abatido. Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero, con gran gloria, ciertamente, pero también rodeado de graves tentaciones.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Éste que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza les precedió.

De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo nuestro Señor se dejó tentar por el demonio. ¡Nada menos que Cristo tentado por el demonio! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria.

Si hemos sido tentados en él, también en él vencemos al demonio. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado.

Responsorio: Jeremías 1, 19; 39, 18.

R. Lucharán contra ti, pero no te podrán, * Porque yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor.

V. No caerás a espada: salvarás tu vida como un despojo. * Porque yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor.

Oración:

Dios todopoderoso, por medio de las prácticas anuales del sacramento cuaresmal concédenos progresar en el conocimiento del misterio de Cristo, y conseguir sus frutos con una conducta digna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del LUNES de la 1a semana).

V. Convertíos y creed en el Evangelio.

R. Porque está cerca el reino de Dios.

Primera lectura: Éxodo 6, 2-13.

Segundo relato de la vocación de Moisés.

Dios habló a Moisés y le dijo:

«Yo soy el Señor. Yo me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob como “Dios todopoderoso”, pero no les di a conocer mi nombre: “El Señor”. Además, concerté alianza con ellos, para darles la tierra de Canaán, tierra donde habían residido como emigrantes. Yo también escuché las quejas de los hijos de Israel, esclavizados por los egipcios, y me acordé de la alianza; por tanto, diles a los hijos de Israel: “Yo soy el Señor y os sacaré de los duros trabajos de Egipto, os rescataré de vuestra esclavitud, os redimiré con brazo extendido y con grandes juicios. Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que yo soy el Señor vuestro Dios, que os saca de los duros trabajos de Egipto. Os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión: Yo, el Señor”».

Moisés comunicó esto a los hijos de Israel, pero no le hicieron caso porque estaban agobiados por el durísimo trabajo. El Señor dijo a Moisés:

«Ve al faraón, rey de Egipto, y dile que deje salir de su tierra a los hijos de Israel».

Moisés se dirigió al Señor en estos términos:

«Si los hijos de Israel no me hacen caso, ¿cómo me hará caso el faraón, a mí que soy torpe de palabra?».

El Señor habló a Moisés y a Aarón, les dio órdenes para el faraón, rey de Egipto, y para los hijos de Israel, a fin de sacar de la tierra de Egipto a los hijos de Israel.

Responsorio: Cf. 1a Pedro 2, 9. 10; cf. Éxodo 6, 7. 6.

R. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios. Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios». * Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios.

V. Yo, el Señor, os quitaré de encima las cargas de los egipcios y os redimiré con brazo extendido. * Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno: Sermón 14, Sobre el amor a los pobres, 23-25.

Vivamos unos con otros la bondad del Señor.

Reconoce de dónde te viene que existas, que tengas vida, inteligencia y sabiduría, y, lo que está por encima de todo, que conozcas a Dios, tengas la esperanza del reino de los cielos y aguardes la contemplación de la gloria (ahora, por cierto, de forma enigmática y como en un espejo; pero después de manera más plena y pura); reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios, coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas, incluso, convertido en Dios. ¿De dónde y por obra de quién te vienen todas estas cosas?

Limitándonos a hallar en las realidades pequeñas que se hallan al alcance de nuestros ojos, ¿de quién procede el don y el beneficio de que puedas contemplar la belleza del cielo, el curso del sol, la órbita de la luna, la muchedumbre de los astros, y la armonía y el orden que resuenan en todas estas cosas, como en una lira?

¿Quién te ha dado las lluvias, la agricultura, los alimentos, las artes, las casas, las leyes, la sociedad, una vida grata y a nivel humano, así como la amistad y familiaridad con aquellos con quienes te une un verdadero parentesco?

¿A qué se debe que puedas disponer de los animales, en parte como animales domésticos y en parte como alimento?

¿Quién te ha constituido dueño y señor de todas las cosas que hay en la tierra?

¿Quién ha otorgado al hombre, para no hablar de cada cosa una por una, todo aquello que le hace estar por encima de los demás seres vivientes?

¿Acaso no ha sido Dios, el mismo que ahora solicita tu benignidad, por encima de todas las cosas y en lugar de todas ellas? ¿No habríamos de avergonzarnos, nosotros, que tantos y tan grandes beneficios hemos recibido o esperamos de él, si ni siquiera le pagáramos con esto, con nuestra benignidad? Y si él, que es Dios y Señor, no tiene a menos llamarse nuestro Padre, ¿vamos nosotros a renegar de nuestros hermanos?

No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que por don divino se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios, y nadie será pobre.

No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de las palabras del profeta Amós: Escuchadlo, los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?».

Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y el agua a los que viven en ella, y a todos ellos da, con abundancia, los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad.

Responsorio: Lucas 6, 35; Mateo 5, 45; Lucas 6, 36.

R. Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; así seréis hijos de vuestro Padre. * Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

V. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. * Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Oración:

Conviértenos a ti, Dios Salvador nuestro, e instruye nuestras mentes con la sabiduría del cielo, para que la celebración de esta Cuaresma dé fruto en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del MARTES de la 1a semana).

V. Ahora es tiempo favorable.

R. Ahora es día de salvación.

Primera lectura: Éxodo 6, 29 – 7, 25.

Primera plaga de Egipto.

El Señor dijo a Moisés:

«Yo soy el Señor. Transmite al faraón, rey de Egipto, todo lo que yo te digo».

Y Moisés respondió al Señor:

«Soy torpe de palabra, ¿cómo me va a hacer caso el faraón?».

El Señor dijo a Moisés:

«Mira, te hago ser un dios para el faraón; y Aarón, tu hermano, será tu profeta. Tú dirás todo lo que yo te mande y Aarón dirá al faraón que deje salir a los hijos de Israel de su tierra. Yo endureceré el corazón del faraón y multiplicaré mis signos y prodigios contra la tierra de Egipto. El faraón no os hará caso, pero yo extenderé mi mano contra Egipto y sacaré de la tierra de Egipto con grandes castigos a mis escuadrones, a mi pueblo, los hijos de Israel; y así sabrán los egipcios que yo soy el Señor cuando extienda mi mano contra Egipto y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos».

Moisés y Aarón hicieron así; hicieron exactamente como el Señor les había mandado. Moisés tenía ochenta años y Aarón ochenta y tres, cuando hablaron al faraón. El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Cuando os diga el faraón que hagáis algún prodigio, le dirás a Aarón: “Toma tu bastón y tíralo delante del faraón, y se convertirá en una serpiente”».

Moisés y Aarón se presentaron al faraón e hicieron lo que el Señor les había mandado. Aarón tiró el bastón delante del faraón y sus ministros, y se convirtió en una serpiente.

El faraón llamó a sus sabios y hechiceros, y los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos: cada uno tiró su bastón, y se convirtieron en serpientes; pero el bastón de Aarón se tragó los otros bastones. Sin embargo, el corazón del faraón se endureció y no les hizo caso, como había anunciado el Señor. El Señor dijo a Moisés:

«El corazón del faraón se ha obstinado; se niega a dejar marchar al pueblo. Preséntate al faraón por la mañana, cuando salga al río, y espéralo a la orilla del Nilo, llevando en tu mano el bastón que se convirtió en serpiente. Dile: “El Señor, el Dios de los hebreos, me ha enviado a ti con este encargo: Deja salir a mi pueblo, para que me rinda culto en el desierto; pero hasta ahora no has hecho caso. Así dice el Señor: “En esto conocerás que yo soy el Señor: con el bastón que llevo en la mano golpearé el agua del Nilo y se convertirá en sangre. Los peces del Nilo morirán, el río apestará y los egipcios no podrán beber el agua del Nilo”».

El Señor dijo a Moisés:

«Dile a Aarón: “Toma tu bastón y extiende la mano sobre las aguas de Egipto: sobre sus ríos, canales, estanques y aljibes”, y el agua se convertirá en sangre. Y habrá sangre por todo Egipto: en las vasijas de madera y en las de piedra».

Moisés y Aarón hicieron lo que el Señor les había mandado. Levantó el bastón y golpeó el agua del Nilo a la vista del faraón y de su corte. Toda el agua del Nilo se convirtió en sangre. Los peces del Nilo murieron, el río apestaba y los egipcios no podían beber agua del Nilo. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto.

Los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos, de modo que el corazón del faraón se obstinó y no les hizo caso, como había anunciado el Señor. El faraón se volvió y entró en su palacio, sin tomar en serio la cosa. Los egipcios cavaban a los lados del Nilo buscando agua de beber, pues no podían beber el agua del Nilo. Y se cumplieron siete días desde que el Señor mandó golpear el Nilo.

Responsorio: Apocalipsis 16, 4-5. 6. 7.

R. El ángel derramó su copa en los ríos, y se convirtieron en sangre. Oí al ángel que decía: «Tú, el Señor, eres justo al dar esta sentencia: * A los que derramaron sangre de consagrados y profetas».

V. Y oí que el altar decía: «Así es, Señor, soberano de todo, tus sentencias son rectas y justas». * A los que derramaron sangre de consagrados y profetas.

Segunda lectura:
San Cipriano: Sobre el Padrenuestro 1-3,

El que da la vida nos enseñó a orar.

Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, gobernalle del camino, garantía para la obtención de la salvación; y mientras ellos instruyen en la tierra las mentes dóciles de los creyentes, las conducen a los reinos celestiales.

Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, sus siervos: pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, las que atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que estuvo presente en los profetas; y ya no pide que se prepare el camino al que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos y mostrándonos el camino, de modo que los que antes ciegos y abandonados errábamos en las tinieblas de la muerte, ahora nos viéramos iluminados por la luz de la gracia y alcanzáramos el camino de la vida bajo la guía y dirección del Señor.

El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y a su vez él mismo le instruyó y aconsejó sobre lo que tenía que pedir. El que da la vida nos enseñó también a orar con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad cuando nos dirigiésemos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.

Había ya predicho que se acercaba la hora en que los verdaderos adoradores habrían de adorar al Padre en espíritu y verdad, y cumplió lo que antes había prometido, de tal manera que los que habíamos recibido el espíritu y la verdad como consecuencia de su santificación, adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, de acuerdo con sus normas.

¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo?, ¿y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de labios del Hijo que es la verdad? De modo que orar de otra forma no es sólo ignorancia, sino culpa también, pues él mismo afirmó: Rechazáis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición.

Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus oídos.

Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuena en la voz, y cuando le tengamos como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz no será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras?

Responsorio: Juan 16, 24; 14, 13.

R. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: * Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

V. Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. * Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

Oración:

Señor, mira a tu familia y haz que nuestro espíritu brille junto a ti con el deseo de poseerte, al mortificarnos mediante la penitencia corporal. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 1a semana).

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Éxodo 10, 21 – 11, 10.

La plaga de las tinieblas
y el anuncio de la plaga de los primogénitos.

El Señor dijo a Moisés:

«Extiende tu mano hacia el cielo, y haya tinieblas sobre la tierra de Egipto, una oscuridad palpable».

Moisés extendió su mano hacia el cielo y una densa oscuridad cubrió la tierra de Egipto durante tres días. No se veían unos a otros ni se movieron de su sitio durante tres días, mientras que todos los hijos de Israel tenían luz en sus poblados. El faraón llamó a Moisés y dijo:

«Id a ofrecer culto al Señor; también los niños pueden ir con vosotros, pero dejad las ovejas y las vacas».

Respondió Moisés:

«Tienes que dejarnos llevar víctimas para los sacrificios y holocaustos que hemos de ofrecer al Señor nuestro Dios. También el ganado tiene que venir con nosotros, sin quedar ni una res, pues de ello tenemos que ofrecer al Señor, nuestro Dios, y no sabemos qué hemos de ofrecer al Señor hasta que lleguemos allá».

Pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejarlos marchar. El faraón, pues, le dijo:

«Sal de mi presencia y cuidado con volver a presentarte; si te vuelvo a ver, morirás inmediatamente».

Respondió Moisés:

«Lo que tú dices: no volveré a presentarme ante ti».

El Señor dijo a Moisés:

«Todavía tengo que enviar una plaga al faraón y a Egipto, tras lo cual os dejará marchar de aquí; más aún, os expulsará definitivamente de aquí. Habla al pueblo: que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina utensilios de plata y oro».

El Señor hizo que el pueblo se ganase el favor de los egipcios. Moisés era también muy estimado en la tierra de Egipto por los servidores del faraón y por el pueblo. Dijo Moisés:

«Así dice el Señor: A medianoche yo pasaré por medio de Egipto. Morirán en la tierra de Egipto todos los primogénitos: desde el primogénito del faraón que se sienta en su trono hasta el primogénito de la sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado. Y se oirá un inmenso clamor en la tierra de Egipto como nunca lo ha habido ni lo habrá. Mientras que a los hijos de Israel ni un perro les ladrará, ni a los hombres ni a las bestias; para que sepan que el Señor distingue entre Egipto e Israel. Entonces todos estos servidores tuyos acudirán a mí y se postrarán ante mí, diciendo: “Sal con el pueblo que te sigue”. Entonces saldré».

Y, encendido en cólera, salió de la presencia del faraón. Después dijo el Señor a Moisés:

«El faraón no os hará caso y así se multiplicarán mis prodigios en la tierra de Egipto».

Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios en presencia del faraón; pero el Señor hizo que el faraón se obstinara en no dejar marchar a los hijos de Israel de su tierra.

Responsorio: Sabiduría 18, 4; 17, 20; 18, 1.

R. Merecían quedarse sin luz, prisioneros de las tinieblas, por haber tenido recluidos a tus hijos * Que iban a transmitir al mundo la luz incorruptible de tu ley.

V. Sobre los egipcios se cernía una noche agobiante, pero tus santos tenían una luz magnífica. * Que iban a transmitir al mundo la luz incorruptible de tu ley.

Segunda lectura:
Afraates: Demostración 11, Sobre la circuncisión, 11-12.

La circuncisión del corazón.

La ley y la alianza fueron transformadas totalmente. Dios cambió el primer pacto, hecho con Adán, e impuso otro a Noé; luego concertó otro también con Abrahán, que cambió para darle uno nuevo a Moisés. Y como la alianza mosaica no fue observada, otorgó otra en la última generación, que en adelante ya no habría de cambiarse. Pues a Adán le había impuesto el precepto de que no comiera del árbol de la vida; para Noé hizo aparecer el arco iris sobre las nubes; luego a Abrahán, elegido ya a causa de su fe, le entregó la circuncisión, como señal para la posteridad; Moisés tuvo, a su vez, el cordero pascual, como propiciación para el pueblo.

Y cada uno de estos pactos era diferente de los otros. En efecto, la circuncisión que da por buena aquel que selló los pactos, es la aludida por Jeremías: Quitad el prepucio de vuestros corazones. Y, si se mantuvo firme el pacto que Dios sellara con Abrahán, también éste es firme y fiel, y no podrá añadírsele ninguna otra ley, ya tenga su origen en los que se hallan fuera de la ley, ya en los sometidos a ella.

Dios, en efecto, dio a Moisés una ley con todos sus preceptos y observancias, pero como no la guardaron, abrogó lo mismo la ley que sus preceptos; y prometió que daría una alianza nueva que habría de ser distinta de la anterior, por más que no haya, sino un mismo dador de ambas. Y ésta es la alianza que prometió que daría: Todos me conocerán, desde el pequeño al grande. Y en esta alianza ya no hay circuncisión de la carne que sirva de señal del pueblo.

Sabemos con certeza, queridos hermanos, que Dios fue otorgando distintas leyes a lo largo de las varias generaciones, y que dichas leyes estuvieron en vigor mientras a él le plugo y luego quedaron anticuadas, de acuerdo con lo que el Apóstol dice: A través de muchas semejanzas, el reino de Dios fue subsistiendo en cada momento histórico de la antigüedad.

Efectivamente, nuestro Dios es veraz, y sus preceptos fidelísimos; por eso cualquiera de los pactos se mantuvo firme en su tiempo y se comprobó como verdadero, y ahora los que son circuncisos de corazón, viven y se circuncidan de nuevo en el verdadero Jordán, que es el bautismo de la remisión de los pecados.

Josué, hijo de Nun, circuncidó por segunda vez al pueblo con un cuchillo de piedra, cuando él y su pueblo atravesaron el Jordán; Jesús nuestro Salvador circuncidó por segunda vez con la circuncisión del corazón a todas las gentes que creyeron en él y se purificaron con el bautismo, y lo hizo con la espada de su palabra, más tajante que espada de doble filo. Josué, hijo de Nun, hizo pasar al pueblo a la tierra prometida; Jesús, nuestro Salvador, prometió la tierra de la vida a todos los que estuvieran dispuestos a pasar el verdadero Jordán, creyeran y fueran circuncidados en su corazón.

Bienaventurados, pues, quienes fueron circuncidados en el corazón, y volvieron a nacer de las aguas de la segunda circuncisión; éstos serán quienes reciban la herencia junto con Abrahán, guía fiel y padre de todas las gentes, porque su fe le valió la justificación.

Responsorio: Hebreos 8, 8. 10; cf. 2a Corintios 3, 3.

R. Haré con la casa de Israel una alianza nueva; pondré mis leyes en su mente, * Y las escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo.

V. Daré mis leyes no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. * Y las escribiré en sus corazones, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo.

Oración:

Mira complacido, Señor, el fervor de tu pueblo que desea entregarse a ti con una vida santa; y, a los que dominan su cuerpo con la penitencia, transfórmalos interiormente mediante el fruto de las buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del JUEVES de la 1a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Éxodo 12, 1-20.

La Pascua y los ácimos.

Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel:

“El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”.

Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas. No comeréis de ella nada crudo, ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y vísceras. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y si sobra algo, lo quemaréis.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto. Éste será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis.

Durante siete días comeréis panes ácimos; el día primero haréis desaparecer de vuestras casas toda levadura, pues el que coma algo fermentado, del primero al séptimo día, será excluido de Israel. El día primero hay asamblea santa, y lo mismo el día séptimo: no trabajaréis en ellos; solamente prepararéis lo que haga falta a cada uno para comer.

Observaréis la fiesta de los Ácimos, porque este mismo día saqué yo vuestras legiones de la tierra de Egipto. Observad ese día, de generación en generación, como ley perpetua. En el primer mes, desde el día catorce por la tarde al día veintiuno por la tarde, comeréis panes ácimos. Durante siete días, no habrá levadura en vuestras casas, pues quien coma algo fermentado será excluido de la asamblea de Israel, sea emigrante o indígena. No comeréis nada fermentado; comeréis panes ácimos en todos vuestros poblados».

Responsorio: Apocalipsis 5, 8. 9; cf. 1a Pedro 1, 18. 19.

R. Los ancianos se postraron ante el Cordero y entonaron un cántico nuevo: * Señor, con tu sangre nos compraste para Dios.

V. Nos rescataron no con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha. * Señor, con tu sangre nos compraste para Dios.

Segunda lectura:
San Asterio de Amasea: Homilía 13.

Imitemos el estilo pastoral que usó el mismo Señor.

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.

Pensad en los tesoros de su benignidad, pues habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia, y, por delante de Juan envió a todos los profetas para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y vivir una vida fecunda.

Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: Venid a mí, todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os aliviaré. ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados, y los liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el nuevo hombre surgió y floreció la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo, se convirtió en amigo; el extraño resultó ser hijo; el profano vino a ser sagrado y piadoso.

Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los Evangelios; y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y benignidad, tratemos de aprender estas virtudes.

Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la imagen del pastor de las cien ovejas, que, cuando una de ellas se aleja del rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube a montañas altas y empinadas, y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada.

Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes. Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.

Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor un pastor como los demás. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerles volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente.

Responsorio: Cf. Zacarías 7, 9; Mateo 6, 14.

R. Respetad el derecho del prójimo * Y tratad a vuestros hermanos con misericordia.

V. Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. * Y tratad a vuestros hermanos con misericordia.

Oración:

Concédenos, Señor, la gracia de conocer siempre lo que es recto y practicarlo con diligencia, para que vivamos siempre según tu voluntad los que sin ti no podemos ni siquiera existir. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del VIERNES de la 1a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Éxodo 12, 21-36.

La plaga de los primogénitos.

Moisés llamó a todos los ancianos de los hijos de Israel y les dijo:

«Escogeos una res por familia e inmolad la Pascua. Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre del plato y untad de sangre el dintel y las dos jambas; y que ninguno de vosotros salga por la puerta de casa hasta la mañana siguiente. El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, pero cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, el Señor pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir. Cumplid esta palabra: es ley perpetua para vosotros y vuestros hijos.

Y, cuando entréis en la tierra que el Señor os va a dar, según lo prometido, y observéis este rito, si vuestros hijos os preguntan: “¿Qué significa este rito para vosotros?”, les responderéis: “Es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó junto a las casas de los hijos de Israel en Egipto, hiriendo a los egipcios y protegiendo nuestras casas”».

Entonces, el pueblo se inclinó y se postró. Los hijos de Israel fueron y pusieron por obra lo que el Señor había mandado a Moisés y a Aarón.

A medianoche el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto: desde el primogénito del faraón, que se sienta en el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo; y todos los primogénitos de los animales. Aquella noche se levantó el faraón, sus servidores y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. El faraón llamó a Moisés y Aarón de noche y les dijo:

«Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los hijos de Israel, id a ofrecer culto al Señor, como habéis pedido. Llevaos también las ovejas y las vacas, como habéis dicho; marchad y rogad por mí».

Los egipcios urgían al pueblo para que saliese cuanto antes de la tierra, pues decían:

«Moriremos todos».

El pueblo recogió la masa sin fermentar y, envolviendo las artesas en mantas, se las cargaron al hombro. Además, los hijos de Israel hicieron lo que Moisés les había mandado: pidieron a los egipcios utensilios de plata y de oro, y ropa. El Señor hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios, que les dieron lo que pedían. Así despojaron a Egipto.

Responsorio: Cf. Éxodo 12, 7. 13; 1a Pedro 1, 18. 19.

R. Los israelitas rociaron con la sangre del cordero las dos jambas y el dintel de la casa. * La sangre será vuestra señal.

V. Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha. * La sangre será vuestra señal.

Segunda lectura:
Beato Elredo, abad: Espejo de caridad: Libro 3, 5.

Debemos practicar la caridad fraterna
según el ejemplo de Cristo.

Nada nos anima tanto al amor de los enemigos, en el que consiste la perfección de la caridad fraterna, como la grata consideración de aquella admirable paciencia con la que aquel que era el más bello de los hombres, entregó su atractivo rostro a las afrentas de los impíos, y sometió sus ojos, cuya mirada rige todas las cosas, a ser velados por los inicuos; aquella paciencia con la que presentó su espalda a la flagelación, y su cabeza, temible para los principados y potestades, a la aspereza de las espinas; aquella paciencia con la que se sometió a los oprobios y malos tratos; y con la que, en fin, admitió pacientemente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre, sin dejar de mantenerse en todo momento suave, manso y tranquilo. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

¿Habrá alguien que al escuchar aquella frase admirable, llena de dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos? Padre —dijo—, perdónalos. ¿Quedaba algo más de mansedumbre o de caridad que pudiera añadirse a esta petición?

Sin embargo, se lo añadió. Era poco interceder por los enemigos; quiso también excusarlos. «Padre —dijo—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Son, desde luego, grandes pecadores, pero muy poco perspicaces; por tanto, Padre, perdónalos. Crucifican; pero no saben a quién crucifican, porque si lo hubieran sabido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo. Pero yo les había escondido mi rostro y no pudieron conocer mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

En consecuencia, para que el hombre se ame rectamente a sí mismo, procure no dejarse corromper por ningún atractivo mundano. Y para no sucumbir ante semejantes inclinaciones, trate de orientar todos sus afectos hacia la suavidad de la naturaleza humana del Señor. Luego, para sentirse serenado más perfecta y suavemente con los atractivos de la caridad fraterna, trate de abrazar también a sus enemigos con un verdadero amor.

Y para que este fuego divino no se debilite ante las injurias, considere siempre con los ojos de la mente la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.

Responsorio: Isaías 53, 12; Lucas 23, 34.

R. Expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores. * Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

V. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». * Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Oración:

Señor, concede a tus fieles prepararse de modo conveniente a las fiestas de Pascua, para que, aceptada la penitencia corporal según la costumbre, sea útil a todos para el bien de las almas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 1a semana de Cuaresma.

(Salmos del SÁBADO de la 1a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Éxodo 12, 37-49; 13, 11-16.

Salida de los hebreos.
Leyes concernientes a
la Pascua y a los primogénitos.

Los hijos de Israel marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Además, les seguía una multitud inmensa, con ovejas y vacas, y una enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto en forma de panes ácimos, pues aún no había fermentado, porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse. Tampoco se llevaron provisiones.

La estancia de los hijos de Israel en Egipto duró cuatrocientos treinta años. Cumplidos los cuatrocientos treinta años, el mismo día, salieron de Egipto las legiones del Señor. Fue la noche en que veló el Señor para sacarlos de la tierra de Egipto. Será la noche de vela, en honor del Señor, para los hijos de Israel por todas las generaciones.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Ésta es la ley de la pascua: ningún extranjero la comerá. Circuncida a los esclavos que te hayas adquirido y sólo entonces podrán comerla. Ni el emigrante ni el jornalero la comerán. Se ha de comer en una sola casa: no sacarás fuera nada de la casa y no le romperás ningún hueso. La comunidad entera de los hijos de Israel la celebrará. Y, si algún emigrante que vive contigo quiere celebrar la Pascua del Señor, se circuncidará y sólo entonces podrá participar en ella, pues será como un indígena; pero ningún incircunciso podrá comerla. La misma instrucción vale para el indígena y para el emigrante que vive con vosotros».

Y Moisés dijo al pueblo:

«Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, consagrarás al Señor todos los primogénitos: el primer parto de tu ganado, si es macho, pertenece al Señor. Pero la primera cría de asno la rescatarás con un cordero; si no la rescatas, la desnucarás. Rescatarás siempre a los primogénitos de los hombres.

Y cuando el día de mañana tu hijo te pregunte: “¿Qué significa esto?”, le responderás: “Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de esclavitud. Como el faraón se había obstinado en no dejarnos salir, el Señor dio muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del hombre al del ganado. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho del ganado. Pero a los primogénitos de los hombres los rescato.

Esto será como señal sobre tu brazo y signo en la frente de que con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto”».

Responsorio: Cf. Lucas 2, 22-23. 24.

R. Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. * De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor».

V. Ofrecieron por él al Señor un par de tórtolas o dos pichones. * De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor».

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes 9-10.

Las preguntas más radicales del género humano.

El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado y que pueden aplastarlo o salvarlo. Por ello se interroga a sí mismo.

En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano.

Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior.

Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como débil y pecador, no es raro que haga lo que no quiere y deje de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.

Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Muchos piensan hallar su descanso en una interpretación de la realidad, propuesta de múltiples maneras.

Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos.

Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la audacia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo.

Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que haya de encontrar la salvación.

Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro.

Afirma, además, la Iglesia, que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre.

Responsorio: 1a Corintios 15, 55-56. 57; Lamentaciones 3, 25.

R. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado. * Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

V. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan. * Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

Oración:

Padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, buscando siempre lo único necesario y realizando obras de caridad, nos dediquemos a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo.


2a SEMANA CUARESMA. (Salmos de la 2a semana).

Domingo 2o de Cuaresma.

(Salmos del DOMINGO de la 2a semana).

V. La voz del Padre se oyó desde la nube.

R. Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Primera lectura: Éxodo 13, 17 – 14, 9.

Camino hacia el mar Rojo.

Cuando el faraón dejó marchar al pueblo, Dios no los guió por el camino de la tierra de los filisteos, aunque es el más corto, pues dijo:

«No sea que, al verse atacado, el pueblo se arrepienta y se vuelva a Egipto».

Dios hizo que el pueblo diese un rodeo por el desierto hacia el mar Rojo. Pero los hijos de Israel habían salido de Egipto pertrechados. Moisés tomó consigo los huesos de José, pues éste había hecho jurar solemnemente a los hijos de Israel:

«Cuando el Señor os visite, os llevaréis mis huesos de aquí».

Partieron de Sucot y acamparon en Etán, al borde del desierto.

El Señor caminaba delante de los israelitas: de día, en una columna de nubes, para guiarlos por el camino; y de noche, en una columna de fuego, para alumbrarlos; para que pudieran caminar día y noche. No se apartaba de delante del pueblo ni la columna de nube, de día, ni la columna de fuego, de noche. El Señor dijo a Moisés:

«Di a los hijos de Israel que se vuelvan y acampen en Piajirot, entre Migdal y el mar, frente a Baalsefón. Acampad allí, mirando al mar. El faraón pensará: “Los hijos de Israel andan errantes por el país, el desierto les cierra el paso”. Haré que el faraón se obstine en perseguiros y mostraré mi gloria derrotando al faraón y a su ejército; para que sepan los egipcios que soy el Señor».

Y así lo hicieron. Cuando comunicaron al rey de Egipto que el pueblo había escapado, el faraón y sus servidores cambiaron de parecer sobre el pueblo y se dijeron:

«¿Qué hemos hecho? Hemos dejado escapar a Israel de nuestro servicio».

Hizo, pues, preparar un carro y tomó consigo sus tropas: tomó seiscientos carros escogidos y los demás carros de Egipto con sus correspondientes oficiales. El Señor hizo que el faraón, rey de Egipto, se obstinase en perseguir a los hijos de Israel, mientras éstos salían triunfantes. Los egipcios los persiguieron con todos los caballos y los carros del faraón, con sus jinetes y su ejército, y les dieron alcance mientras acampaban en Piajirot, frente a Baalsefón.

Responsorio: Salmo 113, 1-2; Éxodo 13, 21.

R. Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo balbuciente, * Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.

V. El Señor caminaba delante de ellos, en una columna de nubes, para guiarlos. * Judá fue su santuario, Israel fue su dominio.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 51, 3-4. 8.

La ley se dio por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

El Señor puso de manifiesto su gloria ante los testigos que había elegido, e hizo resplandecer de tal manera aquel cuerpo suyo, semejante al de todos los hombres, que su rostro se volvió semejante a la claridad del sol y sus vestiduras aparecieron blancas como la nieve.

En aquella transfiguración se trataba sobre todo de alejar de los corazones de los discípulos el escándalo de la cruz, y evitar así que la humillación de la pasión voluntaria conturbara la fe de aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida.

Pero con no menor providencia se estaba fundamentando la esperanza de la Iglesia santa, ya que el cuerpo de Cristo, en su totalidad, podría comprender cuál habría de ser su transformación, y sus miembros podrían contar con la promesa de su participación en aquel honor que brillaba de antemano en la cabeza. A propósito de lo cual había dicho el mismo Señor, al hablar de la majestad de su venida: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Cosa que el mismo apóstol Pablo corroboró, diciendo: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá; y de nuevo: Habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria.

Pero, en aquel milagro, hubo también otra lección para confirmación y completo conocimiento de los apóstoles. Pues aparecieron, en conversación con el Señor, Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, para que se cumpliera con toda verdad, en presencia de aquellos cinco hombres, lo que está escrito: Toda palabra quede confirmada por boca de dos o tres testigos.

¿Y pudo haber una palabra más firmemente establecida que ésta, en cuyo anuncio resuena la trompeta de ambos Testamentos y concurren las antiguas enseñanzas con la doctrina evangélica?

Las páginas de los dos Testamentos se apoyaban entre sí; y el esplendor de la actual gloria ponía de manifiesto, a plena luz, a aquel que los anteriores signos habían prometido bajo el velo de sus misterios: porque como dice San Juan, la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, en quien se cumplieron, a la vez, la promesa de las figuras proféticas y la razón de los preceptos legales, ya que, con su presencia, atestiguó la verdad de las profecías y, con su gracia, otorgó a los mandamientos la posibilidad de su cumplimiento.

Que la predicación del santo Evangelio sirva, por tanto, para la confirmación de la fe de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, gracias a la cual el mundo ha sido redimido. Que nadie tema sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida; pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición, y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció, y recibiremos lo que prometió.

En efecto, ya se trate de cumplir los mandamientos o de tolerar las adversidades, nunca debe dejar de resonar en nuestros oídos la palabra pronunciada por el Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo.

Responsorio: Hebreos 12, 22. 24. 25; Salmo 94, 8.

R. Vosotros os habéis acercado al Mediador de la nueva alianza, Jesús. Cuidado con rechazar al que habla, * Pues, si aquéllos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo.

V. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón». * Pues, si aquéllos no escaparon por haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos nosotros, si volvemos la espalda al que habla desde el cielo.

Oración:

Oh, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del LUNES de la 2a semana).

V. Convertíos y creed en el Evangelio.

R. Porque está cerca el reino de Dios.

Primera lectura: Éxodo 14, 10-31.

Paso del mar Rojo.

Al acercarse el faraón, los hijos de Israel alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos, quedaron sobrecogidos de miedo y gritaron al Señor. Dijeron a Moisés:

«¿No había sepulcros en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto?; ¿qué nos has hecho sacándonos de Egipto? ¿No te lo decíamos en Egipto: “Déjanos en paz y serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto?”».

Moisés respondió al pueblo:

«No temáis; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy: esos egipcios que estáis viendo hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros; vosotros esperad tranquilos».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro.

Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del Este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.

Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente. Los egipcios dijeron:

«Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».

Luego dijo el Señor a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar. Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó. Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.

Responsorio: Éxodo 15, 1-2. 3.

R. Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar. * Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

V. El Señor es un guerrero, su nombre es «El Señor». * Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Catequesis 3, 24-27.

Moisés y Cristo.

Los judíos pudieron contemplar milagros. Tú los verás también, y más grandes todavía, más fulgurantes que cuando los judíos salieron de Egipto. No viste al Faraón ahogado con sus ejércitos, pero has visto al demonio sumergido con los suyos. Los judíos traspasaron el mar; tú has traspasado la muerte. Ellos se liberaron de los egipcios; tú te has visto libre del maligno. Ellos escaparon de la esclavitud de un país extranjero; tú has huido de la esclavitud del pecado, mucho más penosa todavía.

¿Quieres conocer de otra manera cómo has sido tú precisamente el honrado con mayores favores? Los judíos no pudieron entonces mirar de frente el rostro glorificado de Moisés, siendo así que no era más que un hombre al servicio del mismo Señor que ellos. Tú en cambio has visto el rostro de Cristo en su gloria. Y Pablo afirma: Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor.

Ellos tenían entonces a Cristo que los seguía; con mucha más razón, nos sigue él ahora. Porque, entonces, el Señor les acompañaba en atención a Moisés; a nosotros, en cambio, no nos acompaña solamente en atención a Moisés, sino también por nuestra propia docilidad. Para los judíos, después de Egipto, estaba el desierto; para ti, después del éxodo de esta vida, está el cielo. Ellos tenían, en la persona de Moisés, un guía y un jefe excelente; nosotros tenemos otro Moisés, Dios mismo, que nos guía y nos gobierna.

¿Cuál era en efecto la característica de Moisés? Moisés —dice la Escritura— era el hombre más sufrido del mundo. Pues bien, esta cualidad puede muy bien atribuírsele a nuestro Moisés, ya que se encuentra asistido por el dulcísimo Espíritu que le es íntimamente consubstancial. Moisés levantó, en aquel tiempo, sus manos hacia el cielo e hizo descender el pan de los ángeles, el maná: nuestro Moisés levanta hacia el cielo sus manos y nos consigue un alimento eterno. Aquél golpeó la roca e hizo correr un manantial: éste toca la mesa, golpea la mesa espiritual y hace que broten las aguas del Espíritu. Por esta razón la mesa se halla situada en medio, como una fuente, con el fin de que los rebaños puedan, desde cualquier parte, afluir a ella y abrevarse con sus corrientes salvadoras.

Puesto que tenemos a nuestra disposición una fuente semejante, un manantial de vida como éste, y puesto que la mesa rebosa de bienes innumerables y nos inunda de espirituales favores, acerquémonos con un corazón sincero y una conciencia pura, a fin de recibir gracia y piedad que nos socorran en el momento oportuno. Por la gracia y la misericordia del Hijo único de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por quien sean dados al Padre, con el Espíritu Santo, gloria, honor y poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Hebreos 11, 24-25. 26. 27.

R. Por la fe, Moisés, ya crecido, rehusó ser adoptado por la hija del Faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios al goce efímero del pecado; * Pues miraba a la recompensa.

V. Estimaba en mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto; por la fe se marchó de Egipto. * Pues miraba a la recompensa.

Oración:

Oh, Dios, que nos mandaste mortificar nuestro cuerpo como remedio espiritual, concédenos abstenernos de todo pecado y que nuestros corazones sean capaces de cumplir los mandamientos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del MARTES de la 2a semana).

V. Ahora es tiempo favorable.

R. Ahora es día de salvación.

Primera lectura: Éxodo 16, 1-18. 35.

La lluvia de maná en el desierto.

Toda la comunidad de Israel partió de Elín y llegó al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.

La comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad».

El Señor dijo a Moisés:

«Mira, haré llover pan del cielo para vosotros: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba, a ver si guarda mi instrucción o no. El día sexto prepararán lo que hayan recogido y será el doble de lo que recogen a diario».

Moisés y Aarón dijeron a los hijos de Israel:

«Esta tarde sabréis que es el Señor quien os ha sacado de Egipto y mañana veréis la gloria del Señor. He oído vuestras murmuraciones contra él; mas nosotros ¿qué somos para que murmuréis contra nosotros?».

Moisés añadió:

«Esta tarde el Señor os dará a comer carne y mañana pan hasta saciaros; porque el Señor ha oído vuestras murmuraciones contra él; mas nosotros ¿qué somos? No habéis murmurado contra nosotros, sino contra el Señor».

Moisés dijo a Aarón:

«Di a la comunidad de los hijos de Israel: “Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones”».

Mientras Aarón hablaba a la comunidad de los hijos de Israel, ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube. El Señor dijo a Moisés:

«He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: “Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro”».

Por la tarde una bandada de codornices cubrió todo el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, como escamas, parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron:

«¿Qué es esto?».

Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo:

«Es el pan que el Señor os da de comer. Esto manda el Señor: “Que cada uno recoja lo que necesite para comer: una ración por cabeza; cada uno recogerá según el número de personas que vivan en su tienda”».

Así lo hicieron los hijos de Israel: unos recogieron más y otros menos. Y, al pesar la ración, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: cada uno había recogido lo que necesitaba para comer.

Los hijos de Israel comieron maná durante cuarenta años hasta que llegaron a tierra habitada; comieron maná hasta atravesar la frontera de la tierra de Canaán.

Responsorio: Sabiduría 16, 20; Juan 6, 32.

R. A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole, desde el cielo, pan a punto, * De mil sabores, a gusto de todos.

V. No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. * De mil sabores, a gusto de todos.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 140, 4-6.

La pasión de todo el cuerpo de Cristo.

Señor, te he llamado, ven deprisa. Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo solo, lo dice el Cristo total. Pero se refiere sobre todo a su cuerpo personal; ya que, cuando se encontraba en este mundo, Cristo oró con su ser de carne, oró al Padre con su cuerpo, y, mientras oraba, gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo, sino la pasión de los mártires de la Iglesia?

Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero si en cambio la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamado, ven deprisa, sino también: Escucha mi voz cuando te llamo.

Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo, que es un solo Dios con él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto acepto a Dios. Aquella ofrenda de la tarde se convirtió en ofrenda matutina por la resurrección. La oración brota, pues, pura y directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y nosotros libres de la esclavitud del pecado.

Responsorio: Gálatas 2, 19-10.

R. Estoy crucificado con Cristo: * Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

V. Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. * Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Oración:

Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y, pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protégela siempre con tus auxilios en el peligro y dirígela hacia la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 2a semana).

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Éxodo 17, 1-16.

El agua de la piedra.
Lucha contra Amalec.

Toda la comunidad de los hijos de Israel se marchó del desierto de Sin, por etapas, según la orden del Señor, y acampó en Refidín, donde el pueblo no encontró agua que beber. El pueblo se querelló contra Moisés y dijo:

«Danos agua que beber».

Él les respondió:

«¿Por qué os querelláis contra mí?, ¿por qué tentáis al Señor?».

Pero el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo:

«¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».

Clamó Moisés al Señor y dijo:

«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean».

Respondió el Señor a Moisés:

«Pasa al frente del pueblo y toma contigo algunos de los ancianos de Israel; empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y marcha. Yo estaré allí ante ti, junto a la roca de Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

«¿Está el Señor entre nosotros o no?».

Amalec vino y atacó a Israel en Refidín. Moisés dijo a Josué:

«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».

Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.

Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada. El Señor dijo a Moisés:

«Escribe esto en un libro para recuerdo y trasmítele a Josué que yo borraré la memoria de Amalec bajo el cielo».

Moisés levantó un altar y lo llamó «Señor, mi estandarte», diciendo:

«Porque su mano se ha levantado contra el estandarte del Señor, el Señor está en guerra con Amalec de generación en generación».

Responsorio: Isaías 12, 3-4; cf. Juan 4, 14.

R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. * Aquel día diréis: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre».

V. El agua que yo os daré se convertirá dentro de vosotros en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. * Aquel día diréis: «Dad gracias al Señor, invocad su nombre».

Segunda lectura:
San Ireneo: Tratado contra las herejías 4, 14, 2-3; 15,1.

Israel aprendía, por medio de figuras, a temer a Dios y a perseverar en su servicio.

Dios, a causa de su magnanimidad, creó al hombre al comienzo del tiempo; eligió a los patriarcas con vista a su salvación; formó de antemano al pueblo para enseñar a los que lo ignoraban cómo seguir a Dios; preparaba a los profetas para habituar al hombre sobre la tierra a llevar su Espíritu y a poseer la comunión con Dios; él, que no tenía necesidad de nada, concedía su comunión a quienes necesitaban de él. Construía, como un arquitecto, un edificio de salvación para aquellos a quienes amaba; a los que no le veían, les servía él mismo de guía en Egipto; a los turbulentos, en el desierto, les daba una ley plenamente adaptada; a los que entraban en una tierra magnífica, les procuraba la herencia apropiada; por último, para quienes tornaban hacia el Padre, él inmolaba el novillo mejor cebado y les obsequiaba con la mejor vestidura. Así, de múltiples maneras, iba predisponiendo al género humano a la concordancia con la salvación.

Por esto, dice Juan en el Apocalipsis: Era su voz como el estruendo de muchas aguas. Pues son, en verdad, muchas las aguas del Espíritu de Dios, porque rico y grande es el Padre. Y, pasando a través de todas ellas, la Palabra concedía liberalmente su asistencia a los que le eran sumisos, prescribiendo a toda criatura una ley idónea y apropiada.

Así, pues, daba al pueblo leyes relativas a la construcción del tabernáculo, a la edificación del templo, a la designación de los levitas, a los sacrificios y ofrendas, a las purificaciones y a todo lo demás del servicio del culto.

Dios no tenía necesidad alguna de todo eso: desde siempre, antes incluso de que Moisés naciera, está lleno de toda clase de bienes y contiene, en sí mismo, todo olor de suavidad y todos los aromas de los perfumes. Pero así educaba a un pueblo siempre propenso a tornar a los ídolos, disponiéndolo, a través de numerosas prescripciones, a perseverar en el servicio de Dios; por medio de las cosas secundarias lo llamaba a las principales, es decir: por las figuras, a la verdad; por lo temporal, a lo eterno; por lo carnal, a lo espiritual; por lo terreno, a lo celeste. Es así que fue dicho a Moisés: Te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.

Durante cuarenta días, en efecto, aprendió a retener las palabras de Dios, los caracteres celestes, las imágenes espirituales y las figuras de las realidades por venir. Pablo dice igualmente: Bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Y de nuevo, después de haber recorrido los acontecimientos relatados en la ley, añade: Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de las edades.

Mediante figuras, pues, aprendían a temer a Dios y a perseverar en su servicio, de manera que la ley era, para ellos, a la vez una disciplina y una profecía de las cosas por venir.

Responsorio: Gálatas 3, 24-25. 23.

R. La ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

V. Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

Oración:

Señor, guarda a tu familia instruida en las buenas obras y, confortada en sus necesidades temporales, condúcela propicio hacia los bienes eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del JUEVES de la 2a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Éxodo 18, 13-27.

Moisés nombra jueces.

En aquellos días, Moisés se sentó a resolver los asuntos del pueblo y todo el pueblo acudía a él, de la mañana a la noche. Viendo el suegro de Moisés todo lo que hacía éste por el pueblo, le dijo:

«¿Qué es lo que haces por este pueblo? ¿Por qué estás sentado tú solo mientras todo el pueblo acude a ti, de la mañana a la noche?».

Moisés respondió a su suegro:

«El pueblo acude a mí para consultar a Dios; cuando tienen un pleito, vienen a mí y yo decido entre unos y otros, y les enseño los mandatos del Señor y sus instrucciones».

El suegro de Moisés le replicó:

«No está bien lo que haces; os estáis matando tú y el pueblo que te acompaña. La tarea es demasiado grande y no puedes despacharla tú solo. Ahora, escúchame: te voy a dar un consejo, y que Dios esté contigo. Tú representas al pueblo ante Dios y presentas ante Dios sus asuntos. Incúlcales los mandatos y las instrucciones, enséñales el camino que deben seguir y las acciones que deben realizar. Después busca entre todo el pueblo algunos hombres valientes, temerosos de Dios, sinceros y enemigos del soborno, y establece de entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte. Ellos administrarán justicia al pueblo regularmente: los asuntos graves, que te los pasen a ti; los asuntos sencillos, que los resuelvan ellos. Así aligerarás tu carga, pues ellos la compartirán contigo. Si haces lo que te digo, cumplirás lo que Dios te manda y podrás resistir, y el pueblo se volverá a casa en paz».

Moisés aceptó el consejo de su suegro e hizo lo que le decía. Escogió entre todo Israel hombres valientes y los puso al frente del pueblo, como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte. Ellos administraban justicia al pueblo regularmente: los asuntos complicados se los pasaban a Moisés, los sencillos los resolvían ellos.

Luego Moisés despidió a su suegro, que se volvió a su tierra.

Responsorio: Números 11, 25; Éxodo 18, 25.

R. El Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. * Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar en seguida.

V. Moisés escogió entre todos los israelitas gente hábil y los puso al frente de su pueblo. * Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar en seguida.

Segunda lectura:
San Hilario: Tratados sobre los salmos: Salmo 127, 1-3.

Del verdadero temor de Dios.

¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! Siempre que en las Escrituras se habla del temor del Señor, hay que tener en cuenta que nunca se habla sólo de él, como si el temor fuera suficiente para conducir la fe hasta su consumación, sino que se le añaden o se le anteponen muchas otras cosas por las que pueda comprenderse la razón de ser y la perfección del temor del Señor; como podemos deducir de lo dicho por Salomón en los Proverbios: Si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia, si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor.

Vemos, en efecto, a través de cuántos grados se llega al temor del Señor. Ante todo, hay que invocar a la inteligencia y dedicarse a toda suerte de menesteres intelectuales, así como buscarla y tratar de dar con ella: y entonces podrá comprenderse el temor del Señor. Pues por lo que se refiere a la manera común del pensar humano, no es así como se acostumbra a entender el temor.

El temor, en efecto, se define como el estremecimiento de la debilidad humana que rechaza la idea de tener que soportar lo que no quiere que acontezca. Existe y se conmueve dentro de nosotros a causa de la conciencia de la culpa, del derecho del más fuerte, del ataque del más valiente, ante la enfermedad, ante la acometida de una fiera o el padecimiento de cualquier mal. Nadie nos enseña este temor, sino que nuestra frágil naturaleza nos lo pone delante. Tampoco aprendemos lo que hemos de temer, sino que son los mismos objetos del temor los que lo suscitan en nosotros.

En cambio, del temor del Señor así está escrito: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. De manera que el temor de Dios tiene que ser aprendido, puesto que se enseña. No se le encuentra en el miedo, sino en el razonamiento doctrinal; no brota de un estremecimiento natural, sino que es el resultado de la observancia de los mandamientos, de las obras de una vida inocente y del conocimiento de la verdad.

Pues, para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas. Oigamos, pues, a la Escritura que dice: Ahora, Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que guardes sus preceptos con todo el corazón y con toda el alma, para tu bien.

Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero cuando habla de sí mismo, se denomina a sí mismo «camino», y muestra la razón de llamarse así cuando dice: Nadie va al Padre, sino por mí.

Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder encontrar el único que es bueno, ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Pues hay caminos en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las diversas obras de los mandamientos, y son bienaventurados los que andan por ellos, en el temor de Dios.

Responsorio: Eclesiástico 2, 16; Lucas 12, 5. 4.

R. Los que temen al Señor buscan su favor, * Los que lo aman cumplen la ley.

V. Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. * Los que lo aman cumplen la ley.

Oración:

Oh, Dios, que amas y devuelves la inocencia, atrae hacia ti los corazones de tus siervos para que, llenos del fervor de tu Espíritu, permanezcamos firmes en la fe y eficaces en las obras. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del VIERNES de la 2a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Éxodo 19, 1-19; 20, 18-21.

Promesa de la alianza y aparición del Señor en el Sinaí.

A los tres meses de salir de la tierra de Egipto, aquel día, los hijos de Israel llegaron al desierto del Sinaí. Salieron de Refidín, llegaron al desierto del Sinaí y acamparon allí, frente a la montaña. Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde la montaña diciendo:

«Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los hijos de Israel: “Vosotros habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Éstas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel».

Fue, pues, Moisés, convocó a los ancianos del pueblo y les expuso todo lo que el Señor le había mandado. Todo el pueblo, a una, respondió:

«Haremos todo cuanto ha dicho el Señor».

Moisés comunicó la respuesta del pueblo al Señor. El Señor le dijo:

«Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo hable contigo, y te crean siempre».

Y Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho. El Señor dijo a Moisés:

«Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo. Traza al pueblo un límite alrededor y dile: “Guardaos de subir a la montaña o de tocar su borde; el que toque la montaña, morirá. Nadie pondrá la mano sobre el culpable; será apedreado o asaeteado, sea hombre o animal; no quedará con vida. Sólo cuando suene el cuerno, podrán subir a la montaña”».

Moisés bajó de la montaña hasta donde estaba el pueblo, lo purificó y ellos lavaron sus vestidos. Después les dijo:

«Estad preparados para el tercer día y no toquéis a ninguna mujer».

Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno.

Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y la montaña humeante. El pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Entonces dijeron a Moisés:

«Háblanos tú y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, no sea que muramos».

Moisés respondió al pueblo:

«No temáis, pues Dios ha venido para probaros, para que tengáis presente su temor, y no pequéis».

El pueblo se quedó a distancia y Moisés se acercó hasta la nube donde estaba Dios.

Responsorio: Éxodo 19, 5. 6; 1a Pedro 2, 9.

R. Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos; * Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.

V. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios. * Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.

Segunda lectura:
San Ireneo: Contra las herejías: Libro 4, 16, 1-5.

La alianza del Señor.

Moisés dice al pueblo en el Deuteronomio: El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb; no hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros.

¿Por qué razón no la hizo con nuestros padres? Porque la ley no ha sido instituida para el justo; y los padres eran justos, tenían la eficacia del decálogo inscrita en sus corazones y en sus almas, amaban a Dios, que los había creado, y se abstenían de la injusticia con respecto al prójimo: razón por la cual no había sido necesario amonestarlos con un texto de corrección, ya que llevaban la justicia de la ley dentro de ellos.

Pero cuando esta justicia y este amor hacia Dios cayeron en olvido y se extinguieron en Egipto, Dios, a causa de su mucha misericordia hacia los hombres, tuvo que manifestarse a sí mismo mediante la palabra.

Con su poder, sacó de Egipto al pueblo para que el hombre volviese a seguir a Dios; y afligía con prohibiciones a sus oyentes, para que nadie despreciara a su Creador.

Y lo alimentó con el maná, para que recibiera un alimento espiritual, como dice también Moisés en el Deuteronomio: Te alimentó con el maná, que tus padres no conocieron, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.

Exigía también el amor hacia Dios e insinuaba la justicia que se debe al prójimo, para que el hombre no fuera injusto ni indigno para con Dios, preparando de antemano al hombre, mediante el decálogo, para su amistad y la concordia que debe mantener con su prójimo; cosas todas provechosas para el hombre, ya que Dios no necesita nada de él.

Efectivamente, todo esto glorificaba al hombre, completando lo que le faltaba, esto es, la amistad de Dios; pero a Dios no le era de ninguna utilidad, pues Dios no necesitaba del amor del hombre.

En cambio, al hombre le faltaba la gloria de Dios, y era absolutamente imposible que la alcanzara, a no ser por su empeño en agradarle. Por eso, dijo también Moisés al pueblo: Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra.

A fin de preparar al hombre para semejante vida, el Señor dio, por sí mismo y para todos los hombres, las palabras del decálogo: por ello estas palabras continúan válidas también para nosotros, y la venida en carne de nuestro Señor no las abrogó, antes al contrario les dio plenitud y universalidad.

En cambio, aquellas otras palabras que contenían sólo un significado de servidumbre, aptas para la erudición y el castigo del pueblo de Israel, las dio separadamente, por medio de Moisés, y sólo para aquel pueblo, tal como dice el mismo Moisés: Yo os enseño los mandatos y decretos que me mandó el Señor.

Aquellos preceptos, pues, que fueron dados como signo de servidumbre a Israel han sido abrogados por la nueva alianza de libertad; en cambio, aquellos otros que forman parte del mismo derecho natural y son origen de libertad para todos los hombres, quiso Dios que encontraran mayor plenitud y universalidad, concediendo con largueza y sin límites que todos los hombres pudieran conocerlo como padre adoptivo, pudieran amarlo y pudieran seguir, sin dificultad, a aquel que es su Palabra.

Responsorio.

R. Moisés, el siervo de Dios, ayunó cuarenta días con sus noches, * Para prepararse a recibir la ley del Señor.

V. Moisés subió al monte Sinaí, al encuentro con Dios, y estuvo allí cuarenta días con sus noches. * Para prepararse a recibir la ley del Señor.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, llegar a lo que está por venir con los corazones limpios, por el santo esfuerzo purificador de la penitencia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 2a semana de Cuaresma.

(Salmos del SÁBADO de la 2a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Éxodo 20, 1-17.

Promulgación de la ley en el Sinaí.

El Señor pronunció estas palabras:

«Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud.

No tendrás otros dioses frente a mí.

No te fabricarás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo el pecado de los padres en los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación de los que me odian. Pero tengo misericordia por mil generaciones de los que me aman y guardan mis preceptos.

No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Recuerda el día del sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que reside en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay en ellos; y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar.

No matarás.

No cometerás adulterio.

No robarás.

No darás falso testimonio contra tu prójimo.

No codiciarás los bienes de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo».

Responsorio: Salmo 18, 8. 9; Romanos 13, 8. 10.

R. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante; * La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

V. El que ama tiene cumplido el resto de la ley; por eso amar es cumplir la ley entera. * La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Tratado sobre la huida del mundo 6, 36; 7, 44; 8, 45; 9, 52.

Unirse a Dios, único bien verdadero.

Donde está el corazón del hombre allí está también su tesoro; pues el Señor no suele negar la dádiva buena a los que se la han pedido. Y ya que el Señor es bueno, y mucho más bueno todavía para con los que le son fieles, abracémonos a él, estemos de su parte con toda nuestra alma, con todo el corazón, con todo el empuje de que seamos capaces, para que permanezcamos en su luz, contemplemos su gloria y disfrutemos de la gracia del deleite sobrenatural. Elevemos, por lo tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo Bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él, ya que su ser supera toda inteligencia y todo conocimiento, y goza de paz y tranquilidad perpetuas, una paz que supera también toda inteligencia y toda percepción.

Éste es el Bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí, porque es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y por lo tanto todo lo bueno es divino, y todo lo divino es bueno; por ello se dice: Abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente; pues por la bondad de Dios se nos otorgan efectivamente todos los bienes, sin mezcla alguna de mal. Bienes que la Escritura promete a los fieles, al decir: Lo sabroso de la tierra comeréis.

Hemos muerto con Cristo y llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo para que la vida de Cristo se manifieste en nosotros. No vivimos ya aquella vida nuestra, sino la de Cristo, una vida de inocencia, de castidad, de simplicidad y de toda clase de virtudes; y ya que hemos resucitado con Cristo, vivamos en él, ascendamos en él, para que la serpiente no pueda dar en la tierra con nuestro talón para herirlo.

Huyamos de aquí. Puedes huir en espíritu, aunque sigas retenido en tu cuerpo; puedes seguir estando aquí, y estar, al mismo tiempo junto al Señor, si tu alma se adhiere a él, si andas tras sus huellas con tus pensamientos, si sigues sus caminos con la fe y no a base de apariencias, si te refugias en él, ya que él es refugio y fortaleza, como dice David: A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre.

Conque si Dios es nuestro refugio, y se halla en el cielo y sobre los cielos, es hacia allí hacia donde hay que huir, donde está la paz, donde nos aguarda el descanso de nuestros afanes, y la saciedad de un gran sábado, como dijo Moisés: El descanso de la tierra os servirá de alimento. Pues la saciedad, el placer y el sosiego están en descansar en Dios y contemplar su felicidad. Huyamos, pues, como los ciervos, hacia las fuentes de las aguas; que sienta sed nuestra alma como la sentía David. ¿Cuál es aquella fuente? Óyele decir: En ti está la fuente viva. Y que mi alma diga a esta fuente: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Pues Dios es esa fuente.

Responsorio: Mateo 22, 37-38; Deuteronomio 10, 12.

R. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. * Este mandamiento es el principal y primero.

V. ¿Qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, y lo ames; que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma. * Este mandamiento es el principal y primero.

Oración:

Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permites, ya en la tierra, participar de los bienes del cielo, dirígenos tú mismo en esta vida, para que nos lleves hacia esa luz en la que habitas. Por nuestro Señor Jesucristo.


3a SEMANA CUARESMA. (Salmos de la 3a semana).

Domingo 3o de Cuaresma.

(Salmos del DOMINGO de la 3a semana).

V. Lo alimentó con pan de sensatez.

R. Y le dio a beber agua de prudencia.

Primera lectura: Éxodo 22, 19 – 23, 9.

Leyes sobre forasteros y pobres
(Código de la alianza).

Así dice el Señor:

«El que ofrezca sacrificios a los dioses —fuera del Señor— será exterminado.

No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si los explotas y gritan a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos.

Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.

No blasfemarás contra Dios y no maldecirás a los jefes de tu pueblo.

No retrasarás la oferta de tu cosecha y de tu vendimia. Me darás el primogénito de tus hijos; lo mismo harás con tus bueyes y tus ovejas: durante siete días quedará la cría con su madre, y el octavo día me la entregarás.

Sed santos para mí y no comáis carne de animal despedazado en el campo: echádsela a los perros.

No esparzas rumores infundados; no te confabules con el culpable para testimoniar en falso.

No te dejes arrastrar por la mayoría para obrar mal, ni declares en un proceso siguiendo a la mayoría y violando el derecho. Tampoco favorecerás al pobre en su pleito.

Cuando encuentres extraviados el buey o el asno de tu enemigo, devuélveselos. Cuando veas al asno de alguien que te aborrece caído bajo su carga, no pases de largo; préstale ayuda.

No tuerzas el derecho de tu pobre en su pleito.

Abstente de las causas falsas: no hagas morir al justo ni al inocente, porque yo no declaro inocente a un culpable. No aceptes soborno, porque el soborno ciega al perspicaz y falsea la causa del inocente.

No vejes al emigrante; conocéis la suerte del emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto».

Responsorio: Salmo 81, 3-4; cf. Santiago 2, 5.

R. Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, * Defended al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable.

V. Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino. * Defended al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable.

Segunda lectura:
San Agustín: Tratados s
obre el evangelio de San Juan: Tratado 15, 10-12. 16-17.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua.

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaría a sacar agua. Los samaritanos, no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a  la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó efectivamente en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice a Jesús: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber y fue él mismo quien le prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras —dice— el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya le está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua, así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte su indigencia la forzaba al trabajo, pero por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

Responsorio: Juan 7, 37-39; 4, 13.

R. Jesús gritaba: «El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva». * Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.

V. El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed. * Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él.

Oración:

Oh, Dios, autor de toda misericordia y bondad, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor el reconocimiento de nuestra pequeñez y levanta con tu misericordia a los que nos sentimos abatidos por nuestra conciencia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del LUNES de la 3a semana).

V. Convertíos y creed en el Evangelio.

R. Porque está cerca el reino de Dios.

Primera lectura: Éxodo 24, 1-18.

Conclusión de la alianza en el monte.

El Señor dijo a Moisés:

«Sube a mí con Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel y postraos a distancia. Moisés se acercará solo al Señor, pero ellos no se acercarán; tampoco el pueblo subirá con él».

Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime:

«Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor».

Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos».

Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo:

«Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras».

Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel: bajo sus pies había como un pavimento de zafiro, brillante como el mismo cielo. Él no extendió la mano contra los notables de los hijos de Israel, que vieron a Dios y después comieron y bebieron.

El Señor dijo a Moisés:

«Sube hacia mí a la montaña; quédate allí y te daré las tablas de piedra con la instrucción y los mandatos que he escrito para que los enseñes».

Se levantó Moisés, con Josué, su ayudante, y subieron a la montaña de Dios. A los ancianos les dijo:

«Quedaos aquí hasta que volvamos; Aarón y Jur están con vosotros; el que tenga algún asunto que se lo traiga a ellos».

Subió, pues, Moisés a la montaña; la nube cubría la montaña. La gloria del Señor descansaba sobre la montaña del Sinaí y la nube cubrió la montaña durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube. El aspecto de la gloria del Señor era para los hijos de Israel como fuego voraz sobre la cumbre de la montaña. Moisés se adentró en la nube y subió a la montaña. Moisés estuvo en la montaña cuarenta días y cuarenta noches.

Responsorio: Eclesiástico 45, 5; cf. Hechos 7, 38.

R. Dios hizo escuchar su voz a Moisés, y lo introdujo en la nube espesa; * Puso en su mano los mandamientos, ley de vida y de inteligencia, para que enseñase los preceptos a Jacob, sus leyes y decretos a Israel.

V. En la asamblea del desierto, fue él quien estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí. * Puso en su mano los mandamientos, ley de vida y de inteligencia, para que enseñase los preceptos a Jacob, sus leyes y decretos a Israel.

Segunda lectura:
San Basilio Magno:
Homilía 20, Sobre la humildad, 3.

El hombre ha de gloriarse solamente en el Señor.

No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.

Entonces ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? ¿Dónde halla su grandeza? Quien se gloría —continúa el texto sagrado— que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor.

En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así —como dice la Escritura—: «El que se gloríe, que se gloríe en el Señor».

Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.

En esto precisamente se gloría Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.

Y es el mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado más que todos —dice Pablo—; aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.

Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En nuestro interior —dice también el Apóstol— dimos por descontada la sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos salvó y nos salva de esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá salvando.

Responsorio: Sabiduría 15, 3; Juan 17, 3.

R. Conocerte a ti, oh Dios, es justicia perfecta, * Y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad.

V. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. * Y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad.

Oración:

Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua y, pues sin tu ayuda no puede mantenerse incólume, que tu protección la dirija y la sostenga siempre. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del MARTES de la 3a semana).

V. Ahora es tiempo favorable.

R. Ahora es día de salvación.

Primera lectura: Éxodo 32, 1-20.

El becerro de oro.

Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar de la montaña, se reunió en torno a Aarón y le dijo:

«Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado».

Aarón les contestó:

«Quitadles los pendientes de oro a vuestras mujeres, hijos e hijas, y traédmelos».

Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro y se los trajeron a Aarón. Él los recibió, trabajó el oro a cincel y fabricó un becerro de fundición. Entonces ellos exclamaron:

«Éste es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto».

Cuando Aarón lo vio, edificó un altar en su presencia y proclamó:

«Mañana es fiesta del Señor».

Al día siguiente se levantaron, ofrecieron holocaustos y presentaron sacrificios de comunión. El pueblo se sentó a comer y beber, y después se levantaron a danzar.

El Señor dijo a Moisés:

«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».

Y el Señor añadió a Moisés:

«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».

Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:

«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».

Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas del Testimonio en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios y la escritura era escritura de Dios grabada en las tablas.

Al oír Josué el griterío del pueblo dijo a Moisés:

«Se oyen gritos de guerra en el campamento».

Contestó él:

«No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo».

Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, encendido en ira, tiró las tablas y las rompió al pie de la montaña. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua y se lo hizo beber a los hijos de Israel.

Responsorio: Salmo 105, 20-21. 22; Romanos 1, 21. 23.

R. Cambiaron la gloria del Señor por la imagen de un toro que come hierba; * Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, portentos junto al mar Rojo.

V. Su mente insensata se sumergió en tinieblas; cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal. * Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, portentos junto al mar Rojo.

Segunda lectura:
San Pedro Crisólogo
: Sermón 43.

La oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe.

Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.

El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca: que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído, a quien no cierra los suyos al que le suplica.

Que el que ayuna, entienda bien lo que es el ayuno; que preste atención al hambriento quien quiere que Dios preste atención a su hambre; que se compadezca quien espera misericordia; que tenga piedad quien la busca; que responda quien desea que le responda a él. Es un indigno suplicante quien pide para sí lo que niega a otro.

Díctate a ti mismo la norma de la misericordia de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo. Compadécete tan pronto como quisieras que los otros se compadezcan de ti.

En consecuencia, la oración, la misericordia y el ayuno, deben ser como un único intercesor en favor nuestro ante Dios, una única llamada, una única y triple petición.

Recobremos con ayunos lo que perdimos por el desprecio; inmolemos nuestras almas con ayunos, porque no hay nada mejor que podamos ofrecer a Dios, de acuerdo con lo que el profeta dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Hombre, ofrece a Dios tu alma, y ofrece la oblación del ayuno, para que sea una hostia pura, un sacrificio santo, una víctima viviente, provechosa para ti y acepta a Dios. Quien no dé esto a Dios, no tendrá excusa, porque no hay nadie que no se posea a sí mismo para darse.

Mas, para que estas ofrendas sean aceptadas, tiene que venir después la misericordia; el ayuno no germina si la misericordia no lo riega, el ayuno se torna infructuoso si la misericordia no lo fecundiza: lo que es la lluvia para la tierra, eso mismo es la misericordia para el ayuno. Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios, y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno.

Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro, no lo tendrás tampoco para ti.

Responsorio: Cf. Tobías 12, 8. 9.

R. Buena es la oración sincera con el ayuno y la limosna generosa; * La limosna expía el pecado.

V. Los que hacen limosnas se saciarán de vida. * La limosna expía el pecado.

Oración:

Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 3a semana).

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Éxodo 33, 7-11. 18-23; 34, 5-9. 29-35.

Plena revelación de Dios a Moisés.

Moisés levantó la tienda y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «Tienda del Encuentro». El que deseaba visitar al Señor, salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del Encuentro.

Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda. En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés. Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se postraba cada uno a la entrada de su tienda. El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la tienda.

Entonces, Moisés exclamó:

«Muéstrame tu gloria».

Y él le respondió:

«Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero».

Y añadió:

«Pero mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida».

Luego dijo el Señor:

«Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando retire la mano, podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás».

El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando:

«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación».

Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra. Y le dijo:

«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».

Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Pero Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos. Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí.

Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo. Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que se le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.

Responsorio: 2a Corintios 3, 13. 18. 15.

R. Moisés se echaba un velo sobre la cara para evitar que los israelitas fijaran la vista en el sentido de lo caduco. * Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

V. Hasta hoy, un velo cubre sus mentes. * Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu.

Segunda lectura:
San Teófilo de Antioquía: Libro
a Autólico: Libro 1, 2. 7.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te diré a mi vez: «Muéstrame tú al hombre que hay en ti», y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón.

Pues de la misma manera que los que ven con los ojos del cuerpo perciben con ellos las realidades de esta vida terrena y advierten las diferencias que se dan entre ellas —por ejemplo, entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo negro, lo deforme y lo bello, lo proporcionado y lo desproporcionado, lo que está bien formado y lo que no lo está, lo que es superfluo y lo que es deficiente en las cosas—, y lo mismo se diga de lo que cae bajo el dominio del oído —sonidos agudos, graves o agradables—, eso mismo hay que decir de los oídos del corazón y de los ojos de la mente, en cuanto a su poder para captar a Dios.

En efecto, ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones.

El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona; de la misma manera, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios.

Pero puedes sanar, si quieres. Ponte en manos del médico, y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué médico es éste? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría. Pues por medio de la Palabra y de la sabiduría se hizo todo. Efectivamente, la palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos. Su sabiduría está por encima de todo: Dios, con su sabiduría, puso el fundamento de la tierra; con su inteligencia, preparó los cielos; con su voluntad, rasgó los abismos, y las nubes derramaron su rocío.

Si entiendes todo esto, y vives pura, santa y justamente, podrás ver a Dios; pero la fe y el temor de Dios han de tener la absoluta preferencia en tu corazón, y entonces entenderás todo esto. Cuando te despojes de lo mortal y te revistas de la inmortalidad, entonces verás a Dios de manera digna. Dios hará que tu carne sea inmortal junto con el alma, y entonces, convertido en inmortal, verás al que es inmortal, con tal de que ahora creas en él.

Responsorio: Cf. 2a Corintios 6, 2. 4. 5. 7.

R. Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación: hagámonos recomendables a Dios por nuestra paciencia y nuestros ayunos; * Mediante las armas de la justicia y de la fuerza de Dios.

V. Demos pruebas de que somos ministros de Dios por nuestra paciencia y nuestros ayunos. * Mediante las armas de la justicia y de la fuerza de Dios.

Oración:

Señor, instruidos por las prácticas cuaresmales y alimentados con tu palabra, concédenos que te sirvamos fielmente con una santa austeridad de vida y perseveremos unidos en la plegaria. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del JUEVES de la 3a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Éxodo 34, 10-28.

Segundo código de la alianza.

El Señor dijo a Moisés:

«Yo voy a concertar una alianza: en presencia de tu pueblo haré maravillas como no se han hecho en ningún país ni nación, para que el pueblo con el que vives vea las obras terribles que voy a hacer por medio de ti.

Cumple lo que yo te mando hoy; expulsaré delante de ti a amorreos, cananeos, hititas, perizitas, heveos y jebuseos. Guárdate de hacer alianza con los habitantes de la tierra donde vas a entrar; porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares, quebrarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados.

No te postres ante otro dios, porque el Señor se llama “Celoso”, y es un Dios celoso.

No hagas alianza con los habitantes de la tierra, no sea que, cuando se prostituyan con sus dioses y les ofrezcan sacrificios, te inviten a comer con ellos.

Ni tomes a sus hijas para tus hijos, pues se prostituirán sus hijas con sus dioses y prostituirán a tus hijos con sus dioses.

No te hagas estatuas de dioses.

Guarda la fiesta de los Ácimos: durante siete días comerás panes ácimos, según te mandé, en el tiempo señalado del mes de abib, porque en el mes de abib saliste de Egipto.

Todo primer nacido macho que abra el vientre es mío, sea ternero o cordero. El primer nacido del asno lo rescatarás con un cordero y, si no lo rescatas, lo desnucarás. Rescatarás también al primogénito de tus hijos. Nadie se presentará ante mí con las manos vacías.

Seis días trabajarás, y al séptimo descansarás; incluso en la siembra o en la siega, descansarás.

Celebra la fiesta de las Semanas, al comenzar la siega del trigo, y la fiesta de la Cosecha, al terminar el año.

Tres veces al año se presentarán todos los varones en presencia del Señor, el Señor Dios de Israel; pues desposeeré a las naciones delante de ti y ensancharé tus fronteras, y nadie codiciará tus campos cuando subas a visitar al Señor tu Dios tres veces al año.

No ofrezcas pan fermentado con la sangre de mi sacrificio. De la víctima de la Pascua no quedará nada para el día siguiente.

Trae a la Casa del Señor tu Dios las primicias de tus tierras.

No cuezas el cabrito en la leche de la madre».

El Señor dijo a Moisés:

«Escribe estas palabras: de acuerdo con estas palabras concierto alianza contigo y con Israel».

Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua; y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las Diez Palabras.

Responsorio: Juan 1, 17-18; 2a Corintios 3, 18.

R. La ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. * A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

V. Nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. * A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Segunda lectura:
Tertuliano: Tratado s
obre la oración: Caps. 28-29.

El sacrificio espiritual de la oración.

La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el evangelio: Se acerca la hora —dice— en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.

Nosotros somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos.

Esta víctima, ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad, intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.

¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!

Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego, de las fieras y del hambre, y, sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su eficacia.

¡Cuánto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen por su nombre.

En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora en favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene que sorprenderte que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.

La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie.

Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración.

¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos.

Responsorio: Juan 4, 23-24.

R. Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, * Porque el Padre desea que le den culto así.

V. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. * Porque el Padre desea que le den culto así.

Oración:

Invocamos humildemente, Señor, tu grandeza para que, a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el Misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del VIERNES de la 3a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Éxodo 35, 30 – 36, 1; 37, 1-9.

Construcción del santuario y del arca.

Moisés dijo a los hijos de Israel:

«El Señor ha llamado a Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, de la tribu de Judá, y le ha llenado del espíritu de Dios, de sabiduría, de prudencia y de habilidad para toda clase de tareas, para que trace proyectos, labre el oro, la plata y el bronce, cincele piedras de engaste y talle la madera, y para cualquier otro tipo de trabajos. También le ha dado talento para enseñar a otros, lo mismo que a Oliab, hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan. Les ha llenado de habilidad para trazar proyectos y realizar cualquier clase de labores: bordar en púrpura violácea, roja o escarlata y en lino, proyectar y realizar toda clase de trabajos».

Besalel, Oliab y todos los expertos a quienes el Señor había dotado de habilidad y destreza para ejecutar los diversos trabajos del Santuario realizaron lo que el Señor había ordenado.

Besalel hizo el Arca de madera de acacia, de un metro y cuarto de larga por setenta y cinco centímetros de ancha y otros tantos de alta. La revistió de oro puro, por dentro y por fuera, y le puso alrededor una cenefa de oro. Fundió cuatro anillas de oro y las colocó en los cuatro pies, dos a cada lado. Hizo también varales de madera de acacia y los revistió de oro. Metió los varales por las anillas laterales del Arca, para transportarla.

Fabricó también un propiciatorio de oro puro, de un metro y cuarto de largo por setenta y cinco centímetros de ancho. Hizo dos querubines cincelados en oro para los dos extremos del propiciatorio: un querubín para un extremo y el otro querubín para el otro extremo, arrancando cada uno de un extremo del propiciatorio. Los querubines extendían sus alas por encima, cubriendo con ellas el propiciatorio. Estaban uno frente a otro, mirando al centro del propiciatorio.

Responsorio: Salmo 83, 2-3; 45 5b-6a.

R. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, * Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

V. El Altísimo consagra su morada; teniendo a Dios en medio, no vacila. * Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados Morales sobre el libro de Job: Libro 13, 21-23.

El misterio de nuestra vivificación.

El bienaventurado Job, que es figura de la Iglesia, unas veces se expresa como el cuerpo y otras veces como la cabeza, de manera que, mientras está hablando en nombre de los miembros, de repente se eleva hasta tomar las palabras de la cabeza. Por esto dice: Todo esto lo he sufrido aunque en mis manos no hay violencia y es sincera mi oración.

Sin que hubiera violencia en sus manos, tuvo que sufrir también aquel que no cometió pecado, ni encontraron engaño en su boca, a pesar de lo cual arrostró el dolor de la cruz por nuestra redención. Fue el único entre todos los hombres, que pudo presentar a Dios súplicas inocentes, porque hasta en medio de los dolores de la pasión rogó por sus perseguidores diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

¿Qué es lo que puede decirse o pensarse de más puro en una oración que alcanzar la misericordia para aquellos mismos de los que se está recibiendo el dolor? Así, la misma sangre de nuestro Redentor, que los perseguidores habían derramado con odio, luego la bebieron los creyentes como medicina de salvación, y empezaron a proclamar que él era el Hijo de Dios.

De esta sangre, pues, se dice con razón: ¡Tierra, no cubras mi sangre, no encierres mi demanda de justicia! Al hombre que pecó se le había dicho: Eres polvo, y al polvo volverás.

Por ello, nuestra tierra no oculta la sangre de nuestro Redentor, ya que cada pecador que bebe el precio de su redención, la confiesa y la alaba, y la da a conocer a su alrededor a cuantos puede.

La tierra tampoco oculta la sangre de nuestro Redentor, ya que también la Iglesia anuncia el misterio de la redención en todo el mundo.

Fíjate también en lo que se añade después: No encierres mi demanda de justicia. Pues la misma sangre de la Redención que se recibe es la demanda de justicia de nuestro Redentor. Por ello dice también Pablo: La aspersión de una sangre que habla mejor que la de Abel. De la sangre de Abel se había dicho: La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra.

Pero la sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel, porque la sangre de Abel pedía la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para sus perseguidores.

Por tanto, para que el misterio de la pasión del Señor no nos resulte inútil, hemos de imitar lo que recibimos y predicar a los demás lo que veneramos.

Su demanda de justicia quedaría oculta en nosotros si la lengua calla lo que la mente creyó. Para que su demanda de justicia no quede oculta en nosotros, lo que ahora queda por hacer es que cada uno de nosotros, de acuerdo con la medida de su vivificación, dé a conocer el misterio a su alrededor.

Responsorio: Cf. Génesis 4, 10. 11; Hebreos 12, 24.

R. La sangre de tu Hijo, nuestro hermano, te está gritando desde la tierra, Señor. * Bendita sea esta tierra, que ha abierto sus fauces para recibir la sangre del Redentor.

V. Ésta es la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel. * Bendita sea esta tierra, que ha abierto sus fauces para recibir la sangre del Redentor.

Oración:

Infunde bondadosamente, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que sepamos apartarnos de los errores humanos y secundar las inspiraciones que, por tu generosidad, nos vienen del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 3a semana de Cuaresma.

(Salmos del SÁBADO de la 3a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Éxodo 40, 16-38.

Es erigido el tabernáculo.
El Señor se manifiesta en la nube.

Moisés hizo todo conforme a lo que el Señor le había mandado.

El día uno del mes primero del segundo año fue erigida la Morada. Moisés erigió la Morada, colocó las basas, puso los tablones con sus travesaños y plantó las columnas; montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había mandado a Moisés.

Luego colocó el Testimonio en el Arca, sujetó los varales al Arca y puso el propiciatorio encima del Arca. Después trasladó el Arca a la Morada, puso el velo de separación para cubrir el Arca del Testimonio; como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó también la mesa en la Tienda del Encuentro, en la parte norte de la Morada y fuera del velo. Sobre ella dispuso los panes presentados al Señor; como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó el candelabro en la Tienda del Encuentro, en la parte sur del Santuario, frente a la mesa, y encendió las lámparas en presencia del Señor; como el Señor había mandado a Moisés.

Puso el altar de oro en la Tienda del Encuentro, frente al velo; y sobre él quemó el incienso perfumado; como el Señor había mandado a Moisés. Después colocó la cortina a la entrada de la Morada.

Puso el altar de los holocaustos a la entrada de la Morada de la Tienda del Encuentro, y sobre él ofreció el holocausto y la ofrenda, como el Señor había mandado a Moisés.

Colocó la pila entre la Tienda del Encuentro y el altar, y le echó agua para las abluciones. Moisés, Aarón y sus hijos se lavaban manos y pies; cuando iban a entrar en la Tienda del Encuentro y al acercarse al altar, se lavaban, como el Señor había mandado a Moisés.

Alrededor de la Morada y del altar levantó el atrio, y colocó el tapiz a la entrada del mismo. Y así acabó la obra Moisés.

Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.

Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, ellos esperaban hasta que se alzase. De día la nube del Señor se posaba sobre la Morada, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Responsorio: 1a Corintios 10, 1b-2; Éxodo 40, 34b. 35.

R. Nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar: * Todos fueron bautizados en Moisés por la nube.

V. La gloria del Señor llenó el santuario, porque la nube se había posado sobre él. * Todos fueron bautizados en Moisés por la nube.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno:
Sermón 14, Sobre el amor a los pobres, 38. 40.

Servimos a Cristo en los pobres.

Dichosos los misericordiosos —dice la Escritura—, porque ellos alcanzarán misericordia. No es, por cierto, la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dice el salmo: Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte limosna, —dice el Apóstol—, que lo haga con agrado: pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admirable. Un espléndido premio. Escucha: Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémoslo, no dejemos de alimentarlo o de vestirlo; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa solamente, como algunos, no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo, ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos, antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos tabernáculos, por el mismo Cristo, nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

Responsorio: Mateo 25, 35. 40; Juan 15, 12.

R. Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

V. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Oración:

Llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, al unirnos a los sacramentos pascuales, que gocemos plenamente de su eficacia. Por nuestro Señor Jesucristo.


4a SEMANA CUARESMA. (Salmos de la 4a semana).

Domingo 4o de Cuaresma.

(Salmos del DOMINGO de la 4a semana).

V. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Levítico 8, 1-17; 9, 22-24.

Consagración de los sacerdotes.

El Señor habló así a Moisés:

«Toma a Aarón y a sus hijos, las vestiduras, el aceite de la unción, el novillo del sacrificio expiatorio, los dos carneros y el cestillo de panes ácimos, y convoca a toda la asamblea a la entrada de la Tienda del Encuentro».

Moisés cumplió el mandato del Señor y se congregó la asamblea a la entrada de la Tienda del Encuentro. Moisés dijo a la asamblea:

«Esto es lo que el Señor ha mandado hacer».

Después hizo que se acercaran Aarón y sus hijos, y los bañó. Le impuso a Aarón la túnica y se la ciñó con la banda, le puso el manto y encima le colocó el efod, y se lo ciñó sujetándolo con la cinta del mismo efod. Le impuso el pectoral y metió en él los urim y los tumim. Le puso un turbante en la cabeza y le impuso, en la parte delantera del mismo, la flor de oro, la diadema santa, como el Señor le había ordenado.

Tomando después el óleo de la unción, ungió Moisés la Morada y todas las cosas que en ella había, y las consagró. Hizo con el aceite siete aspersiones sobre el altar y ungió el altar con todos sus utensilios, la pila con su peana, y los consagró. Luego derramó óleo sobre la cabeza de Aarón y lo ungió, y así lo consagró. Después Moisés hizo que se acercaran los hijos de Aarón, les vistió la túnica, se la ciñó con la banda y les puso sobre la cabeza las birretas; como el Señor le había ordenado.

Hizo traer el novillo del sacrificio expiatorio. Aarón y sus hijos pusieron sus manos sobre la cabeza del novillo expiatorio. Moisés lo degolló y, tomando de su sangre, untó con el dedo los salientes del altar por todos los lados: así lo purificó. Derramó la sangre al pie del altar y así lo consagró para hacer en él la expiación. Tomó toda la grasa que envuelve las vísceras, el lóbulo del hígado, los dos riñones con su grasa, y lo quemó sobre el altar. El resto del novillo, la piel, la carne y los intestinos, lo quemó fuera del campamento; como el Señor le había ordenado.

Aarón, alzando las manos sobre el pueblo, lo bendijo; y, después de haber ofrecido el sacrificio expiatorio, el holocausto y el sacrificio de comunión, bajó. Aarón y Moisés entraron en la Tienda del Encuentro. Cuando salieron, bendijeron al pueblo. Y la gloria del Señor se mostró a todo el pueblo. De la presencia del Señor salió fuego, que devoró el holocausto y la grasa que estaban sobre el altar. Al verlo, el pueblo prorrumpió en aclamaciones y cayó rostro en tierra.

Responsorio: Hebreos 7, 23-24; Eclesiástico 45, 6. 7.

R. Ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; * Como Cristo, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

V. El Señor consagró a Aarón, le concedió dignidad para ministerio de su gloria. * Como Cristo, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Segunda lectura:
San Agustín:
Tratados sobre el evangelio de san Juan: Tratado 34, 8-9.

Cristo es el camino hacia la luz, la verdad y la vida.

El Señor dijo concisamente: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Con estas palabras nos mandó una cosa y nos prometió otra; hagamos lo que nos mandó, y, de esta forma, no desearemos de manera insolente lo que nos prometió; no sea que tenga que decirnos el día del juicio: «¿Hiciste lo que mandé, para poder pedirme ahora lo que prometí?». «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?». Te dice: «Que me siguieras». Pediste un consejo de vida. ¿De qué vida sino de aquella de la que se dijo: En ti está la fuente de la vida?

Conque hagámoslo ahora, sigamos al Señor; desatemos aquellas ataduras que nos impiden seguirlo. ¿Pero quién será capaz de desatar tales nudos si no nos ayuda aquel mismo de quien se dijo: Rompiste mis cadenas? El mismo de quien en otro salmo afirma: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan.

¿Y en pos de qué corren los liberados y los puestos en pie, sino de la luz de la que han oído: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas? Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria la saliva de Cristo mezclada con tierra para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que el Señor nos ilumine. Mezcló saliva con tierra; por ello está escrito: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Mezcló saliva con tierra, pues estaba también anunciado: La verdad brota de la tierra; y él mismo había dicho: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verlo cara a cara, pues también esto se nos promete. Porque, ¿quién se atrevería a esperar lo que Dios no se hubiese dignado dar o prometer? Lo veremos cara a cara. El Apóstol dice: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Y Juan añade en su carta: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Ésta es una gran promesa.

Si lo amas, síguelo. «Yo lo amo —me dices—, pero ¿por qué camino lo sigo?». Si el Señor tu Dios te hubiese dicho: «Yo soy la verdad y la vida», y tú deseases la verdad, y anhelaras la vida, sin duda que hubieras preguntado por el camino para alcanzarlas, y te estarías diciendo: «Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida; ojalá mi alma tuviera la posibilidad de llegar hasta ellas».

¿Quieres saber por dónde has de ir? Oye que el Señor dice primero: Yo soy el camino. Antes de decirte a donde, te dijo por donde: Yo soy el camino. ¿Y a dónde lleva el camino? A la verdad y a la vida. Primero dijo por donde tenías que ir, y luego a donde. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Permaneciendo junto al Padre, es la verdad y la vida; al vestirse de carne, se hace camino.

No se te dice: «Trabaja por dar con el camino, para que llegues a la verdad y a la vida»; no se te ordena esto. Perezoso, ¡levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad te despierta; levántate, pues, y anda.

A lo mejor estás intentando andar y no puedes porque te duelen los pies. ¿Y por qué te duelen los pies? ¿Acaso porque anduvieron por caminos tortuosos, bajo los impulsos de la avaricia? Pero piensa que la Palabra de Dios sanó también a los cojos. «Tengo los pies sanos —dices—, pero no puedo ver el camino». Piensa que también iluminó a los ciegos.

Responsorio: Salmo 118, 104b-105; Juan 6, 68b.

R. Odio el camino de la mentira. * Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. * Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Oración:

Oh, Dios, que, por tu Verbo, realizas de modo admirable la reconciliación del género humano, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del LUNES de la 4a semana).

V. Convertíos y creed en el Evangelio.

R. Porque está cerca el reino de Dios.

Primera lectura: Levítico 16, 2-28.

Fiesta de la expiación.

El Señor mandó a Moisés:

«Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier fecha en el Santuario, detrás del velo, ante el propiciatorio que cubre el Arca. Así no morirá. Porque yo me muestro en una nube sobre el propiciatorio.

Éstas son las condiciones para que pueda entrar Aarón en el Santuario: con un novillo para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Se vestirá la túnica sagrada de lino, se cubrirá con calzones de lino, se ceñirá una banda de lino y se pondrá un turbante de lino. Son vestiduras sagradas: las vestirá después de haberse bañado.

Además, recibirá de la asamblea de los hijos de Israel dos machos cabríos para el sacrificio expiatorio y un carnero para el holocausto. Aarón ofrecerá su novillo expiatorio, y hará la expiación por sí mismo y por su casa. Después tomará los dos machos cabríos y los presentará ante el Señor a la entrada de la Tienda del Encuentro. Sorteará los dos machos cabríos: uno para el Señor y otro para Azazel. Tomará el que haya tocado en suerte al Señor y lo ofrecerá en sacrificio expiatorio. El que haya tocado en suerte a Azazel lo presentará vivo ante el Señor, hará la expiación por él y después lo mandará al desierto, a Azazel.

Aarón ofrecerá su novillo expiatorio y hará la expiación por sí mismo y por su familia; y lo degollará. Tomará del altar que está ante el Señor un incensario lleno de brasas y dos puñados de incienso aromático en polvo, y lo introducirá detrás del velo. Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor, para que el humo del incienso oculte el propiciatorio que está sobre el Testimonio; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo el propiciatorio, hacia oriente; después, ante el propiciatorio, hará siete aspersiones de sangre con el dedo.

Degollará el macho cabrío, víctima expiatoria, presentado por el pueblo; llevará su sangre detrás del velo, igual que ha hecho con la sangre del novillo: la salpicará sobre el propiciatorio y delante de él. Así hará la expiación por el Santuario, por todas las impurezas y delitos de los hijos de Israel, por todos sus pecados.

Lo mismo hará con la Tienda del Encuentro, que habita entre ellos, en medio de sus impurezas. Desde que Aarón entre a hacer la expiación hasta que salga no habrá nadie en la Tienda del Encuentro. Hará la expiación por sí mismo, por su casa y por toda la asamblea de Israel. Después saldrá, irá al altar que está ante el Señor y hará la expiación por él: tomará sangre del novillo y del macho cabrío, y untará con ella los salientes del altar. Salpicará la sangre con el dedo siete veces sobre el altar. Así lo consagrará y lo purificará de las impurezas de los hijos de Israel.

Acabada la expiación tanto del Santuario como de la Tienda del Encuentro y del altar, Aarón presentará el macho cabrío vivo. Con las dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará sobre él las iniquidades y delitos de los hijos de Israel, todos sus pecados; se los echará encima de la cabeza al macho cabrío, y después, con el hombre designado para ello, lo mandará al desierto.

Así el macho cabrío se lleva consigo, a región desierta, todas sus iniquidades. El encargado soltará el macho cabrío en el desierto. Después Aarón entrará en la Tienda del Encuentro, se quitará las vestiduras de lino que se había puesto para entrar en el Santuario y las dejará allí. Se bañará en lugar sagrado y se pondrá sus propios vestidos. Volverá a salir, ofrecerá su holocausto y el holocausto del pueblo. Hará la expiación por sí mismo y por el pueblo, y quemará sobre el altar la grasa de la víctima expiatoria. El que ha llevado el macho cabrío a Azazel lavará sus vestidos, se bañará y después podrá entrar en el campamento.

El novillo expiatorio y el macho cabrío expiatorio, cuya sangre se introdujo en el Santuario para hacer la expiación, se sacarán fuera del campamento; y se quemará piel, carne e intestinos. El encargado de quemarlos lavará sus vestidos, se bañará, y después podrá entrar en el campamento.

Responsorio: Hebreos 9, 11a. 12. 24.

R. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos; no usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia. * Y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

V. Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo. * Y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

Segunda lectura:
Orígenes: Homilías sobre el Levítico: Homilía 9, 5. 10.

Cristo es nuestro pontífice, nuestra propiciación.

Una vez al año, el sumo sacerdote, alejándose del pueblo, entra en el lugar donde se halla el propiciatorio, los querubines, el arca de la alianza y el altar del incienso, en aquel lugar donde nadie puede penetrar, sino sólo el sumo sacerdote.

Si pensamos ahora en nuestro verdadero sumo sacerdote, el Señor Jesucristo, y consideramos cómo, mientras vivió en carne mortal, estuvo durante todo el año con el pueblo, aquel año del que él mismo dice: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor, fácilmente advertiremos que, en este año, penetró una sola vez, el día de la propiciación, en el santuario: es decir, en los cielos, después de haber realizado su misión, y que subió hasta el trono del Padre, para hacerle propicio el género humano y para interceder por cuantos creen en él.

Aludiendo a esta propiciación con la que vuelve a reconciliar a los hombres con el Padre, dice el apóstol Juan: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.

Y, de manera semejante, Pablo vuelve a pensar en esta propiciación cuando dice de Cristo: A quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. De modo que el día de propiciación permanece entre nosotros hasta que el mundo llegue a su fin.

Dice el precepto divino: Pondrá incienso sobre las brasas, ante el Señor; el humo del incienso ocultará la cubierta que hay sobre el documento de la alianza; y así no morirá. Después tomará sangre del novillo y salpicará con el dedo la cubierta, hacia oriente.

Así se nos explica cómo se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en favor de los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo sacerdote, que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió con el Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre del Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados.

No pases por alto el detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene de oriente, pues de allí proviene el hombre, cuyo nombre es Oriente, que fue hecho mediador entre Dios y los hombres. Esto te está invitando a mirar siempre hacia oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de donde nace siempre para ti la luz del día: para que no andes nunca en tinieblas, ni en ellas aquel día supremo te sorprenda: no sea que la noche y el espesor de la ignorancia te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe y no pierdas nunca la lumbre de la caridad y de la paz.

Responsorio: Cf. Hebreos 6, 19. 20; cf. 7, 2. 3.

R. Jesús, el cordero sin mancha, penetró por nosotros más allá de la cortina, como precursor, * Hecho sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

V. Es el Rey de justicia, cuya vida no tiene fin. * Hecho sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

Oración:

Oh, Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del MARTES de la 4a semana).

V. Ahora es tiempo favorable.

R. Ahora es día de salvación.

Primera lectura: Levítico 19, 1-18. 31-37.

Preceptos para con el prójimo.

El Señor habló así a Moisés:

«Di a la comunidad de los hijos de Israel:

“Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.

Respete cada uno a su madre y a su padre. Guardad mis sábados. Yo soy el Señor, vuestro Dios.

No acudáis a ídolos ni os hagáis dioses de fundición. Yo soy el Señor vuestro Dios.

Cuando ofrezcáis al Señor sacrificios de comunión, hacedlo de forma que os sean aceptados. La víctima será comida el mismo día de su inmolación o al día siguiente. Lo que sobre para el tercer día se quemará. Lo que se come al tercer día es alimento podrido: no será grato al Señor. El que lo coma, cargará con su culpa, por haber profanado lo santo del Señor, y será excluido de su pueblo.

Cuando seguéis la mies de vuestras tierras, no desorillarás el campo, ni espigarás los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña ni recogerás las uvas caídas. Se lo dejarás al pobre y al emigrante. Yo soy el Señor vuestro Dios.

No robaréis ni defraudaréis ni os engañaréis unos a otros.

No juraréis en falso por mi nombre, profanando el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor.

No explotarás a tu prójimo ni le robarás. No dormirá contigo hasta la mañana siguiente el jornal del obrero.

No maldecirás al sordo ni pondrás tropiezo al ciego. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

No daréis sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justicia a tu prójimo.

No andarás difamando a tu gente, ni declararás en falso contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor.

No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.

No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

No acudáis a nigromantes ni consultéis a adivinos. Quedaríais impuros por su causa. Yo soy el Señor vuestro Dios.

Álzate ante las canas y honra al anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.

Si un emigrante reside con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios.

No cometáis injusticias ni en los juicios, ni en medidas de longitud, de peso o de capacidad. Tened balanzas exactas, pesas exactas, fanegas exactas y cántaros exactos. Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de Egipto.

Cumplid todas mis leyes y mandatos poniéndolos por obra. Yo soy el Señor”».

Responsorio: Gálatas 5, 14. 13; Juan 13, 34.

R. Toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. * Sed esclavos unos de otros por amor.

V. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. * Sed esclavos unos de otros por amor.

Segunda lectura:
San León Magno:
Sermón 10 sobre la Cuaresma 3-5.

Del bien de la caridad.

Dice el Señor en el evangelio de Juan: La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros; y en la carta del mismo apóstol se puede leer: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

Que los fieles abran de par en par sus mentes y traten de penetrar, con un examen verídico, los afectos de su corazón; si llegan a encontrar alguno de los frutos de la caridad escondido en sus conciencias, no duden de que tienen a Dios consigo; y, a fin de hacerse más capaces de acoger a tan excelso huésped, no dejen de multiplicar las obras de una misericordia perseverante.

Pues, si Dios es amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la Divinidad no admite verse encerrada por ningún término.

Los presentes días, queridísimos hermanos, son especialmente indicados para ejercitarse en la caridad, por más que no hay tiempo que no sea a propósito para ello; quienes desean celebrar la Pascua del Señor con el cuerpo y el alma santificados, deben poner especial empeño en conseguir, sobre todo, esta caridad, porque en ella se halla contenida la suma de todas las virtudes y con ella se cubre la muchedumbre de los pecados.

Por esto, al disponernos a celebrar aquel misterio que es el más eminente, con el que la sangre de Jesucristo borró nuestras iniquidades, comencemos por preparar ofrendas de misericordia, para conceder, por nuestra parte, a quienes pecaron contra nosotros lo que la bondad de Dios nos concedió a nosotros.

La largueza ha de extenderse ahora, con mayor benignidad, hacia los pobres y los impedidos por diversas debilidades, para que el agradecimiento a Dios brote de muchas bocas, y nuestros ayunos sirvan de sustento a los menesterosos. La devoción que más agrada a Dios es la de preocuparse de sus pobres, y, cuando Dios contempla el ejercicio de la misericordia, reconoce allí inmediatamente una imagen de su piedad. No hay por qué temer la disminución de los propios haberes con esas expensas, ya que la benignidad misma es una gran riqueza, ni puede faltar materia para la largueza allí donde Cristo apacienta y es apacentado. En toda esta faena interviene aquella mano que aumenta el pan cuando lo parte, y lo multiplica cuando lo da.

Quien distribuye limosnas debe sentirse seguro y alegre, porque obtendrá la mayor ganancia cuando se haya quedado con el mínimo, según dice el bienaventurado apóstol Pablo: El que proporciona semilla para sembrar y pan para comer os proporcionará y aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra justicia en Cristo Jesús, Señor nuestro, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Lucas 6, 38a; Colosenses 3, 13b.

R. Dad, y se os dará: * Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.

V. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. * Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.

Oración:

Señor, que el ejercicio respetable de este tiempo santo prepare el corazón de tus fieles para acoger adecuadamente el Misterio pascual y anunciar a todos los hombres el mensaje de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 4a semana).

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Números 11, 4-6. 10-30.

Efusión del espíritu sobre los ancianos y Josué.

La masa que iba con el pueblo estaba hambrienta, y los hijos de Israel se pusieron a llorar con ellos, diciendo:

«¡Quién nos diera carne para comer! ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná».

Moisés oyó cómo el pueblo lloraba, una familia tras otra, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor. Y disgustado, dijo al Señor:

«¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, sino que me haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: “Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí con juramento a sus padres”? ¿De dónde voy a sacar carne para repartirla a todo el pueblo, que me viene llorando: “Danos de comer carne”? Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir, por favor, si he hallado gracia a tus ojos; así no veré más mi desventura».

El Señor respondió a Moisés:

«Tráeme setenta ancianos de Israel, de los que te conste que son ancianos servidores del pueblo, llévalos a la Tienda del Encuentro y que esperen allá contigo. Bajaré a hablar contigo y apartaré una parte del espíritu que posees y se la pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo. Y al pueblo le dirás: “Purificaos para mañana, pues comeréis carne. Habéis llorado pidiendo al Señor: ‘¡Quién nos diera de comer carne! Nos iba mejor en Egipto’. El Señor os dará de comer carne. Y la comeréis, no un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os salga por las narices y la vomitéis. Porque habéis rechazado al Señor, que va en medio de vosotros, y habéis llorado ante él diciendo: ‘¿Por qué salimos de Egipto?’”».

Replicó Moisés:

«La gente que me acompaña son seiscientos mil de a pie, ¿y tú dices: “Les voy a dar carne para que coman un mes entero”? Aunque matemos las ovejas y las vacas, no les bastará, y aunque reuniera todos los peces del mar, no les bastaría».

El Señor dijo a Moisés:

«¿Tan mezquina es la mano del Señor? Ahora verás si se cumple mi palabra o no».

Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta ancianos y los colocó alrededor de la tienda. El Señor bajó en la Nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. En cuanto se posó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar. Pero no volvieron a hacerlo.

Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque eran de los designados, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento.

Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:

«Eldad y Medad están profetizando en el campamento».

Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:

«Señor mío, Moisés, prohíbeselo».

Moisés le respondió:

«¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara!».

Luego Moisés volvió al campamento con los ancianos de Israel.

Responsorio: Joel 3, 1. 2; Hechos 1, 8.

R. Derramaré mi Espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas. * Aquel día derramaré mi Espíritu.

V. Recibiréis fuerza del Espíritu Santo, para ser mis testigos hasta los confines del mundo. * Aquel día derramaré mi Espíritu.

Segunda lectura:
San Máximo Confesor, abad: Carta 11.

Misericordia de Dios con los penitentes.

Quienes anunciaron la verdad y fueron ministros de la gracia divina, cuantos desde el comienzo hasta nosotros trataron de explicar, en sus respectivos tiempos, la voluntad salvífica de Dios hacia nosotros, dicen que nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él.

Y, para manifestarlo de una manera más propia de Dios que todas las otras cosas, la Palabra divina de Dios Padre, el primero y único reflejo insigne de la bondad infinita, sin que haya palabras que puedan explicar su humillación y descenso hasta nuestra realidad, se dignó, mediante su encarnación, convivir con nosotros; y llevó a cabo, padeció y habló todo aquello que parecía conveniente para reconciliarnos con Dios Padre, a nosotros, que éramos sus enemigos; de forma que, extraños como éramos a la vida eterna, de nuevo nos viéramos llamados a ella.

Pues no sólo sanó nuestras enfermedades con la fuerza de los milagros, sino que, habiendo aceptado las debilidades de nuestras pasiones y el suplicio de la muerte —como si él mismo fuera culpable, siendo así que se hallaba inmune de toda culpa—, nos liberó, mediante el pago de nuestra deuda, de muchos y tremendos delitos, y, en fin, nos aconsejó, con múltiples enseñanzas, que nos hiciéramos semejantes a él, imitándolo con una condescendiente benignidad y una caridad más perfecta hacia los demás.

Por ello clamaba: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Por ello añadió que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que, precisamente, había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para restablecer en el hombre la imagen divina empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: Os digo que habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, lo dejó en el mesón para que lo cuidaran; y, si bien dejó lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió pagar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró que era un padre excelente aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo, al que abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y al que agasajó con amor paterno, sin pensar en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras, sino que, lleno de misericordia, la puso sobre sus hombros y la volvió, incólume, junto a las otras.

Por ello dijo también: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Y también: Cargad con mi yugo; es decir, llama «yugo» a los mandamientos, o sea, a la vida de acuerdo con el Evangelio; y llama «carga» a la penitencia, que puede parecer a veces algo más pesado y molesto: Porque mi yugo es llevadero —dice— y mi carga ligera.

Y de nuevo, al enseñarnos la justicia y la bondad divina, manda y dice: Sed santos, perfectos, compasivos, como lo es vuestro Padre. Y también: Perdonad, y seréis perdonados. Y: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.

Responsorio: Cf. Ezequiel 33, 11; Salmo 93, 19.

R. Estaría acongojado, Señor, si no conociera tu misericordia; tú has dicho: «No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva». * Tú que llamaste a conversión a la cananea y al publicano.

V. Cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia. * Tú que llamaste a conversión a la cananea y al publicano.

Oración:

Oh, Dios, que concedes a los justos el premio de sus méritos, y a los pecadores, por la penitencia, les perdonas sus pecados, ten piedad de nosotros, para que la humilde confesión de nuestras culpas nos obtenga tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del JUEVES de la 4a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Números 12, 16 – 13, 3. 17-33.

Son enviados los exploradores a Canaán.

El pueblo marchó de Jaserot y acampó en el desierto de Farán.

El Señor dijo a Moisés:

«Envía gente a explorar la tierra de Canaán, que voy a entregar a los hijos de Israel: envía uno de cada tribu y que todos sean jefes».

Moisés los envió desde el desierto de Farán, según la orden del Señor. Todos eran jefes de los hijos de Israel. Moisés los envió a explorar la tierra de Canaán, diciéndoles:

«Subid por el Sur hasta llegar a la montaña. Observad cómo es el país; y cómo sus habitantes, si fuertes o débiles, escasos o numerosos; y cómo es la tierra, si buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; y cómo es la tierra, fértil o pobre, con árboles o sin ellos. Sed valientes y traednos frutos del país».

Era la estación en que maduran las primeras uvas. Subieron ellos y exploraron el país, desde Sin hasta Rejob, junto a la entrada de Jamat. Subieron por el Negueb y llegaron hasta Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesay y Tolmay, hijos de Anac. Hebrón había sido fundada siete años antes que Soán de Egipto. Llegados al valle del Racimo, cortaron un ramo con un solo racimo de uvas, lo colgaron en una vara y lo llevaron entre dos. También cortaron granadas e higos. Ese lugar se llama valle del Racimo, por el racimo que cortaron allí los hijos de Israel.

Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país; y se presentaron a Moisés y Aarón y a toda la comunidad de los hijos de Israel, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y le contaron:

«Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; y verdaderamente es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas (incluso hemos visto allí hijos de Anac). Amalec vive en la región del Negueb, los hititas, jebuseos y amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán».

Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés y dijo:

«Tenemos que subir y apoderarnos de ese país, porque podemos con él».

Pero los que habían subido con él replicaron:

«No podemos atacar a ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros».

Y desacreditaban ante los hijos de Israel la tierra que habían explorado, diciendo:

«La tierra que hemos recorrido y explorado es una tierra que devora a sus propios habitantes; toda la gente que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí nefileos, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y lo mismo les parecíamos nosotros a ellos».

Responsorio: Deuteronomio 1, 31. 32. 26. 27.

R. En el desierto, el Señor, tu Dios, te ha llevado como a un hijo. * Pero ni por ésas creísteis al Señor, vuestro Dios.

V. Vosotros, rebelándoos contra la orden del Señor, os negasteis a subir y os pusisteis a murmurar. * Pero ni por ésas creísteis al Señor, vuestro Dios.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 15 de la pasión del Señor, 3-4.

Contemplación de la pasión del Señor.

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias. Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, esto es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos, efectúese ya ahora en los corazones.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?

Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La oscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón. Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.

Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana, cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido? Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar alimento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión, es fruto de la condición humana del Señor?

Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era Unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana, ni la plenitud de la naturaleza divina.

Nuestro es lo que, por tres días, yació exánime en el sepulcro y, al tercer día, resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó: Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo.

Responsorio: 1a Corintios 1, 18. 23.

R. El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición; * Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.

V. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. * Pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios.

Oración:

Imploramos deseosos, Señor, tu perdón, para que tus siervos, corregidos por la penitencia y educados por las buenas obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar, bien dispuestos, a las fiestas de Pascua. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del VIERNES de la 4a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Números 14, 1-25.

Murmuración del pueblo e intercesión de Moisés.

En aquellos días toda la comunidad empezó a dar gritos y el pueblo se pasó llorando toda la noche. Los hijos de Israel murmuraban contra Moisés y Aarón, y toda la comunidad les decía:

«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto; o, si no, ojalá hubiéramos muerto en ese desierto! ¿Por qué nos ha traído el Señor a esta tierra, para que caigamos a espada, y nuestras mujeres e hijos caigan cautivos? ¿No es mejor volvernos a Egipto?».

Y se decían unos a otros:

«Nombraremos un jefe y nos volveremos a Egipto».

Moisés y Aarón se postraron rostro en tierra ante toda la comunidad de los hijos de Israel. Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefuné, dos de los que habían explorado el país, se rasgaron los vestidos y dijeron a la comunidad de los hijos de Israel:

«La tierra que hemos recorrido y explorado es una tierra excelente. Si el Señor nos es favorable, nos introducirá en ella y nos la entregará: es una tierra que mana leche y miel. Pero no os rebeléis contra el Señor ni temáis al pueblo del país, pues nos los comeremos. Su sombra protectora se ha apartado de ellos, mientras que el Señor está con nosotros. ¡No les tengáis miedo!».

Pero la comunidad entera hablaba de apedrearlos, cuando la gloria del Señor apareció en la Tienda del Encuentro ante todos los hijos de Israel. El Señor dijo a Moisés:

«¿Hasta cuándo me va a rechazar este pueblo? ¿Hasta cuándo van a desconfiar de mí, con todos los signos que he hecho entre ellos? Voy a herirlo de peste y a desheredarlo. Pero de ti sacaré un pueblo grande y más numeroso que ellos».

Moisés replicó al Señor:

«Se enterarán los egipcios, de entre los cuales sacaste poderosamente a este pueblo y se lo contarán a los habitantes de esta tierra; éstos han oído decir que tú, Señor, estás en medio de este pueblo y te dejas ver cara a cara; y que tu Nube está sobre ellos y caminas delante de ellos en columna de nube de día, y en columna de fuego de noche; y oirán que has dado muerte a este pueblo como a un solo hombre. Entonces dirán las naciones que han oído hablar de ti: “El Señor no ha podido llevar a este pueblo a la tierra que les había prometido con juramento, por eso los ha matado en el desierto”. Por tanto, muestra tu gran fuerza, como lo has prometido diciendo: “Señor, lento a la ira y rico en piedad, que perdona la culpa y el delito, pero no lo deja impune, que castiga la culpa de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación”. Perdona, pues, la culpa de este pueblo, por tu gran piedad, igual que lo has soportado desde Egipto hasta aquí».

El Señor respondió:

«Le perdono, como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena toda la tierra!, ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los signos que hice en Egipto y en el desierto, y me han puesto a prueba diez veces ya, y no han escuchado mi voz; ninguno de ellos verá la tierra que prometí con juramento a sus padres. Nadie de los que me han rechazado la verá. Pero a mi siervo Caleb, que tuvo otro espíritu y me fue enteramente fiel, lo haré entrar en la tierra que ha visitado, y sus descendientes la poseerán. (Amalecitas y cananeos habitan en el valle). Mañana os dirigiréis al desierto, camino del mar Rojo».

Responsorio: Salmo 102, 8-9. 13-14.

R. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo. * Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

V. Porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. * Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Segunda lectura:
San Atanasio: De las cartas pascuales: Carta 5, 1-2.

La celebración de la Pascua junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados.

Vemos, hermanos míos, cómo vamos pasando de una fiesta a otra, de una celebración a otra, de una solemnidad a otra. Ahora ha llegado aquel tiempo en que todo vuelve a comenzar, a saber, el anuncio de la Pascua venerable, en la que el Señor fue inmolado. Nosotros nos alimentamos, como de un manjar de vida, y deleitamos siempre nuestra alma con la sangre preciosa de Cristo, como de una fuente; y, con todo, siempre estamos sedientos de esa sangre, siempre sentimos un ardiente deseo de recibirla. Pero nuestro salvador está siempre a disposición de los sedientos y, por su benignidad, atrae a la celebración del gran día a los que tienen sus entrañas sedientas, según aquellas palabras suyas: El que tenga sed, que venga a mí y que beba.

No sólo podemos siempre acercarnos a saciar nuestra sed, sino que además, siempre que lo pedimos, se nos concede acceso al Salvador. El fruto espiritual de esta fiesta no queda limitado a un tiempo determinado, ni conoce el ocaso su radiante esplendor, sino que está siempre a punto para iluminar las mentes que así lo desean. Goza de una virtualidad ininterrumpida para con aquellos cuya mente está iluminada y que día y noche están atentos al libro sagrado, como aquel hombre a quien el salmo proclama dichoso, cuando dice: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Ahora bien, el mismo Dios, amados hermanos, que al principio instituyó para nosotros esta fiesta, nos ha concedido poder celebrarla cada año; y el que entregó a su Hijo a la muerte por nuestra salvación nos otorga, por el mismo motivo, la celebración anual de esta santa solemnidad. Esta fiesta nos sostiene en medio de las miserias de este mundo; y ahora es cuando Dios nos comunica la alegría de la salvación, que irradia de esta fiesta, ya que en todas partes nos reúne espiritualmente a todos en una sola asamblea, haciendo que podamos orar y dar gracias todos juntos, como es de ley en esta fiesta. Éste es el prodigio de su bondad: que él reúne para celebrarla a los que están lejos y junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados.

Responsorio: Sofonías 3, 8. 9; Juan 12, 32.

R. Esperad, oráculo del Señor, a que yo me levante a acusar; * Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes.

V. Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. * Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado el remedio adecuado para nuestra fragilidad, concédenos recibir con alegría la salvación que nos otorgas y manifestarla en nuestra propia conducta. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 4a semana de Cuaresma.

(Salmos del SÁBADO de la 4a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Números 20, 1-13; 21, 4-9.

El agua de Meribá y la serpiente de bronce.

En aquellos días, la comunidad entera de los hijos de Israel llegó al desierto de Sin el mes primero y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron.

Faltó agua a la comunidad y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo protestó contra Moisés diciendo:

«¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni viñas ni granados ni agua para beber?».

Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la entrada de la Tienda del Encuentro, y se postraron rostro en tierra delante de ella. La gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:

«Coge la vara y reunid la asamblea, tú y tu hermano Aarón, y habladle a la roca en presencia de ellos y ella dará agua. Luego saca agua de la roca y dales de beber a ellos y a sus bestias».

Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba. Moisés y Aarón reunieron la asamblea delante de la roca; Moisés les dijo:

«Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos sacaros agua de esta roca?».

Moisés alzó la mano y golpeó la roca con la vara dos veces, y brotó agua tan abundante que bebió toda la comunidad y las bestias. El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

«Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los hijos de Israel, no haréis entrar a esta comunidad en la tierra que les he dado».

(Ésta es la Fuente de Meribá, donde los hijos de Israel disputaron con el Señor y él les mostró su santidad).

Desde el monte Hor se encaminaron hacia el mar de Suf, rodeando el territorio de Edón. El pueblo se cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:

«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia».

El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:

«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».

Moisés rezó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió:

«Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, éste miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Responsorio: Juan 3, 14-15. 17.

R. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, * Para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

V. Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. * Para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Segunda lectura:
Vaticano II: Gaudium et Spes, 37-38.

Que toda la actividad del hombre se purifique en el misterio pascual.

La Sagrada Escritura, con la que está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso, que es un gran bien para el hombre, también encierra un grave peligro, pues una vez turbada la jerarquía de valores y mezclado el bien con el mal, no le queda al hombre o al grupo más que el interés propio, excluido el de los demás.

De esta forma, el mundo deja de ser el espacio de una auténtica fraternidad, mientras el creciente poder del hombre, por otro lado, amenaza con destruir al mismo género humano.

Si alguno, por consiguiente, se pregunta de qué manera es posible superar esa mísera condición, sepa que para el cristiano hay una respuesta: toda la actividad del hombre, que por la soberbia y el desordenado amor propio se ve cada día en peligro, debe purificarse y ser llevada a su perfección en la cruz y resurrección de Cristo.

Pues el hombre, redimido por Cristo y hecho nueva criatura en el Espíritu Santo, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. De Dios las recibe y, como procedentes continuamente de la mano de Dios, las mira y las respeta.

Por ellas da gracias a su Benefactor y, al disfrutar de todo lo creado y hacer uso de ello con pobreza y libertad de espíritu, llega a posesionarse verdaderamente del mundo, como quien no tiene nada, pero todo lo posee. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

La Palabra de Dios, por quien todo ha sido hecho, que se hizo carne y acampó en la tierra de los hombres, penetró como hombre perfecto en la historia del mundo, tomándola en sí y recapitulándola. Él es quien nos revela que Dios es amor y, al mismo tiempo, nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por consiguiente, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor.

En consecuencia, a quienes creen en el amor divino les asegura que el camino del amor está abierto para el hombre, y que el esfuerzo por restaurar una fraternidad universal no es una utopía. Les advierte, al mismo tiempo, que esta caridad no se ha de poner solamente en la realización de grandes cosas, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida.

Al admitir la muerte por todos nosotros, pecadores, el Señor nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar también la cruz, que la carne y el mundo cargan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia.

Constituido Señor por su resurrección, Cristo, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, obra ya en los corazones de los hombres por la virtud de su Espíritu, no sólo excitando en ellos la sed de la vida futura, sino animando, purificando y robusteciendo asimismo los generosos deseos con que la familia humana se esfuerza por humanizar su propia vida y someter toda la tierra a este fin.

Pero son diversos los dones del Espíritu: mientras llama a unos para que den abierto testimonio con su deseo de la patria celeste y lo conserven vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, preparando así, con este ministerio, la materia del reino celeste.

A todos, sin embargo, los libera para que, abnegado el amor propio y empleado todo el esfuerzo terreno en la vida humana, dilaten su preocupación hacia los tiempos futuros, cuando la humanidad entera llegará a ser una oblación acepta a Dios.

Responsorio: 2a Corintios 5, 15; Romanos 4, 25.

R. Cristo murió por todos, * Para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

V. Fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. * Para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Oración:

Te pedimos, Señor, que tu acción misericordiosa mueva nuestros corazones, ya que sin tu ayuda no podemos complacerte. Por nuestro Señor Jesucristo.


5a SEMANA CUARESMA. (Salmos de la 1a semana).

Domingo 5o de Cuaresma.

(Salmos del DOMINGO de la 1a semana).

V. Quien guarda mi palabra.

R. No sabrá lo que es morir para siempre.

Primera lectura: Hebreos 1, 1 – 2, 4.

El Hijo, heredero de todo y encumbrado sobre los ángeles.

En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»?

Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

De los ángeles dice: «Hace de los espíritus sus ángeles; de las llamas de fuego, sus ministros».

En cambio, del Hijo: «Tu trono, oh Dios, permanece para siempre»; y «Cetro de rectitud es tu cetro real. Amaste la justicia y odiaste la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha distinguido entre tus compañeros, ungiéndote con aceite de júbilo».

También: «Tú, Señor, en los comienzos cimentaste la tierra; los cielos son obra de tus manos; ellos perecerán, tú permaneces; se gastarán como la ropa, los envolverás como un manto. Serán como vestido que se muda. Pero tú eres siempre el mismo, tus años no se acabarán».

Y ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: «Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos por estrado de tus pies»?

¿Es que no son todos espíritus servidores, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?

Por tanto, para no extraviarnos, debemos prestar más atención a lo que hemos oído. Pues si la palabra comunicada a través de ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos semejante salvación, que fue anunciada primero por el Señor, confirmada por los que la habían escuchado, a la que Dios añadió su testimonio con signos y portentos, con milagros varios, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su beneplácito?

Responsorio: Hebreos 1, 3; 12, 1.

R. Cristo Jesús es reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser; él sostiene el universo con su palabra poderosa y, habiendo realizado la purificación de los pecados, * Está sentado a la derecha de su majestad en las alturas.

V. El que inició nuestra fe, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz. * Está sentado a la derecha de su majestad en las alturas.

Segunda lectura:
San Atanasio: De las cartas pascuales: Carta pascual 14, 1-2.

Vamos preparando la cercana fiesta del Señor no sólo con palabras, sino también con obras.

El Verbo, que por nosotros quiso serlo todo, nuestro Señor Jesucristo, está cerca de nosotros, ya que él prometió que estaría continuamente a nuestro lado. Dijo en efecto: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y, del mismo modo que es a la vez pastor, sumo sacerdote, camino y puerta, ya que por nosotros quiso serlo todo, así también se nos ha revelado como fiesta y solemnidad, según aquellas palabras del Apóstol: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo; puesto que su persona era la Pascua esperada. Desde esta perspectiva, cobran un nuevo sentido aquellas palabras del salmista: Tú eres mi júbilo: me libras de los males que me rodean. En esto consiste el verdadero júbilo pascual, la genuina celebración de la gran solemnidad, en vernos libres de nuestros males; para llegar a ello, tenemos que esforzarnos en reformar nuestra conducta y en meditar asiduamente, en la quietud del temor de Dios.

Así también los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando fiesta; uno de ellos, el bienaventurado salmista, se levantaba de noche, no una sola vez, sino siete, para hacerse propicio a Dios con sus plegarias. Otro, el insigne Moisés, expresaba en himnos y cantos de alabanza su alegría por la victoria obtenida sobre el Faraón y los demás que habían oprimido a los hebreos con duros trabajos. Otros, finalmente, vivían entregados con alegría al culto divino, como el gran Samuel y el bienaventurado Elías; ellos, gracias a sus piadosas costumbres, alcanzaron la libertad, y ahora celebran en el cielo la fiesta eterna, se alegran de su antigua peregrinación, realizada en medio de tinieblas, y contemplan ya la verdad que antes sólo habían vislumbrado.

Nosotros, que nos preparamos para la gran solemnidad, ¿qué camino hemos de seguir? Y, al acercarnos a aquella fiesta, ¿a quién hemos de tomar por guía? No a otro, amados hermanos, y en esto estaremos de acuerdo vosotros y yo, no a otro, fuera de nuestro Señor Jesucristo, el cual dice: Yo soy el camino. Él es, como dice san Juan, el que quita el pecado del mundo; él es quien purifica nuestras almas, como dice en cierto lugar el profeta Jeremías: Paraos en los caminos a mirar, preguntad: «¿Cuál es el buen camino?»; seguidlo, y hallaréis reposo para vuestras almas.

En otro tiempo, la sangre de los machos cabríos y la ceniza de la ternera esparcida sobre los impuros podía sólo santificar con miras a una pureza legal externa; mas ahora, por la gracia del Verbo de Dios, obtenemos una limpieza total; y así en seguida formaremos parte de su escolta y podremos ya desde ahora, como situados en el vestíbulo de la Jerusalén celestial, preludiar aquella fiesta eterna; como los santos apóstoles, que siguieron al Salvador como a su guía, y por esto eran, y continúan siendo hoy, los maestros de este favor divino; ellos decían, en efecto: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. También nosotros nos esforzamos por seguir al Señor y, así, vamos preparando la fiesta del Señor no sólo con palabras, sino también con obras.

Responsorio: Cf. Hebreos 6, 19. 20; Juan 1, 29.

R. Jesús, el cordero sin mancha, penetró por nosotros más allá de la cortina, como precursor, * Hecho sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

V. Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. * Hecho sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec.

Oración:

Te pedimos, Señor Dios nuestro, que, con tu ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del LUNES de la 1a semana).

V. Convertíos y creed en el Evangelio.

R. Porque está cerca el reino de Dios.

Primera lectura: Hebreos 2, 5-18.

Jesús, guía de la salvación, semejante en todo a sus hermanos.

Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del que estamos hablando; de ello dan fe estas palabras:

«¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el ser humano, para que mires por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, todo lo sometiste bajo sus pies». En efecto, al someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero ahora no vemos todavía que le esté sometido todo.

Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos.

Convenía que aquél, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Y también: «En él pondré yo mi confianza». Y de nuevo: «Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio».

Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.

Responsorio: Hebreos 2, 11. 17; Baruc 3, 38.

R. El santificador y los santificados proceden todos del mismo; por eso Cristo tenía que parecerse en todo a sus hermanos, * Para ser sumo sacerdote compasivo y fiel.

V. Dios apareció en el mundo y vivió entre los hombres. * Para ser sumo sacerdote compasivo y fiel.

Segunda lectura:
Del comentario de San Juan Fisher sobre los salmos: Salmo 129.

Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre.

Cristo Jesús es nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló en el ara de la Cruz por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio. La sangre que se derramó para nuestra redención no fue la de los becerros y los machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del inocentísimo Cordero, Cristo Jesús, nuestro salvador.

El templo en el que nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era hecho por manos de hombres, sino que había sido levantado por el solo poder de Dios: pues Cristo derramó su sangre a la vista del mundo: un templo ciertamente edificado por la sola mano de Dios.

Y este templo tiene dos partes: una es la tierra, que ahora nosotros habitamos; la otra nos es aún desconocida a nosotros, mortales.

Así, primero, ofreció su sacrificio aquí en la tierra, cuando sufrió la más acerba muerte. Luego, cuando revestido de la nueva vestidura de la inmortalidad, entró por su propia sangre en el santuario, o sea, en el cielo, presentó ante el trono del Padre celestial aquella sangre de inmenso valor, que había derramado una vez para siempre en favor de todos los hombres, pecadores.

Este sacrificio resultó tan grato y aceptable a Dios, que así que lo hubo visto, compadecido inmediatamente de nosotros, no pudo menos que otorgar su perdón a todos los verdaderos penitentes.

Es además un sacrificio perenne: de forma que no sólo cada año (como entre los judíos se hacía), sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo, para que no dejemos de tener la ayuda más imprescindible.

Por lo que el Apóstol añade: Consiguiendo la liberación eterna.

De este santo y definitivo sacrificio se hacen partícipes todos aquellos que llegaron a tener verdadera contrición y aceptaron la penitencia por sus crímenes, aquellos que con firmeza decidieron no repetir en adelante sus maldades, sino que perseveran con constancia en el inicial propósito de las virtudes. Sobre lo cual, san Juan se expresa en estos términos: Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Responsorio: Romanos 5, 10. 8b.

R. Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * ¡Con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!

V. Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. * ¡Con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!

Oración:

Oh, Dios, por tu gracia inefable nos sentimos enriquecidos con toda bendición; haz que pasemos de la corrupción del hombre viejo a la novedad de la vida, de modo que nos preparemos para la gloria del reino celestial. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del MARTES de la 1a semana).

V. Ahora es tiempo favorable.

R. Ahora es día de salvación.

Primera lectura: Hebreos 3, 1-19.

Jesús, enviado de la fe que profesamos.

Hermanos santos, vosotros que compartís una vocación celeste, considerad al apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús, fiel al que lo nombró, como lo fue Moisés en toda la familia de Dios. Pero el honor concedido a Jesús es superior al de Moisés, pues el que funda la familia tiene mayor dignidad que la familia misma. En efecto, cada familia tiene un fundador, mas quien lo ha fundado todo es Dios. Moisés, ciertamente, fue fiel en toda su casa, como servidor para atestiguar cuanto había de anunciarse. En cambio, Cristo, como Hijo, está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos nosotros, con tal que mantengamos firme la seguridad y la gloria de la esperanza.

Por eso dice el Espíritu Santo: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: “Siempre tienen el corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso”».

¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.

En efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la actitud del principio. Al decir: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón, como cuando la rebelión», ¿quiénes se rebelaron, al escucharlo? Ciertamente, todos los que salieron de Egipto por obra de Moisés. Y ¿contra quiénes se indignó durante cuarenta años? Contra los que habían pecado, cuyos cadáveres cayeron en el desierto. Y ¿a quiénes juró que no entrarían en su descanso sino a los rebeldes? Y vemos que no pudieron entrar por falta de fe.

Responsorio: Cf. Hebreos 3, 6; Efesios 2, 21.

R. Cristo, como hijo que es, está al frente de la casa de Dios; * Y esa casa somos nosotros.

V. Por Cristo todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. * Y esa casa somos nosotros.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón 8 sobre la pasión del Señor, 6-8.

La cruz de Cristo, fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias.

Que nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, reciba con puro y libre corazón la gloria de la cruz, que irradia por cielo y tierra, y trate de penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la pasión cercana, dijo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y más adelante: Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica a tu Hijo. Y como se oyera la voz del Padre, que decía desde el cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo, dijo Jesús a los que lo rodeaban: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.

Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas las naciones de la tierra puede celebrar ahora, con sacramentos eficaces y de significado claro, lo que antes sólo podía celebrarse en el templo de Jerusalén y únicamente por medio de símbolos y figuras.

Ahora, efectivamente, brilla con mayor esplendor el orden de los levitas, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la unción de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias: por ella los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte. Ahora, al cesar la multiplicidad de los sacrificios carnales, la sola ofrenda de tu cuerpo y sangre lleva a realidad todos los antiguos sacrificios, porque tú eres el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; de esta forma, en ti encuentran su plenitud todas las antiguas figuras; y así como un solo sacrificio suple todas las antiguas víctimas, así un solo reino congrega a todos los hombres.

Confesemos, pues, amadísimos, lo que el bienaventurado maestro de los gentiles, el apóstol Pablo, confesó con gloriosa voz diciendo: Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por los impíos; y, como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la muerte, tomó de nosotros, al nacer, lo que pudiera ofrecer por nosotros.

Efectivamente, en tiempos antiguos, Dios amenazaba ya a nuestra muerte con el poder de su muerte, profetizando por medio de Oseas: Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré tu ruina, infierno. En efecto, si Cristo al morir tuvo que acatar la ley del sepulcro, al resucitar, en cambio, la derogó hasta tal punto que echó por tierra la perpetuidad de la muerte y la convirtió de eterna en temporal, ya que si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.

Responsorio: Colosenses 2, 14-15; Juan 8, 28.

R. Cristo quitó de en medio el protocolo que era contrario a nosotros, clavándolo en la cruz, * Y, destituyendo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo.

V. Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy. * Y, destituyendo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo.

Oración:

Concédenos, Señor, perseverar en el fiel cumplimiento de tu voluntad, para que, en nuestros días, crezca en santidad y en número el pueblo dedicado a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del MIÉRCOLES de la 1a semana).

V. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos.

R. Estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo.

Primera lectura: Hebreos 6, 9-20.

La fidelidad de Dios, garantía de nuestra esperanza.

Queridos hermanos, en vuestro caso esperamos lo mejor, lo que conduce a la salvación. Porque Dios no es injusto como para olvidarse de vuestro trabajo y del amor que le habéis demostrado sirviendo a los santos ahora igual que antes. Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla vuestra esperanza; y no seáis indolentes, sino imitad a los que, con fe y perseverancia, consiguen lo prometido.

Cuando Dios hizo la promesa a Abrahán, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: «Te llenaré de bendiciones y te multiplicaré abundantemente»; y así, perseverando, alcanzó lo prometido.

Los hombres juran por alguien mayor, y, con la garantía del juramento, queda zanjada toda discusión. De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, aferrándonos a la esperanza que tenemos delante. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec.

Responsorio: Hebreos 6, 19b-20; 7, 24b-25.

R. Jesús, sumo sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec, entró por nosotros más allá de la cortina, como precursor, * Y vive siempre para interceder en nuestro favor.

V. Tiene el sacerdocio que no pasa; de ahí que pueda salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios. * Y vive siempre para interceder en nuestro favor.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentarios sobre los salmos: Salmo 85, 1.

Jesucristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.

No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza al que es su Palabra, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es Hijo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así, cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros.

Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros.

Por lo cual, cuando se dice algo de nuestro Señor Jesucristo, sobre todo en profecía, que parezca referirse a alguna humillación indigna de Dios, no dudemos en atribuírsela, ya que él tampoco dudó en unirse a nosotros. Todas las criaturas le sirven, puesto que todas las criaturas fueron creadas por él.

Y, así, contemplamos su sublimidad y divinidad, cuando oímos: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho; pero, mientras consideramos esta divinidad del Hijo de Dios, que sobrepasa y excede toda la sublimidad de las criaturas, lo oímos también en algún lugar de las Escrituras como si gimiese, orase y confesase su debilidad.

Y entonces dudamos en referir a él estas palabras, porque nuestro pensamiento, que acababa de contemplarlo en su divinidad, retrocede ante la idea de verlo humillado; y, como si fuera injuriarlo el reconocer como hombre a aquel a quien nos dirigíamos como a Dios, la mayor parte de las veces nos detenemos y tratamos de cambiar el sentido; y no encontramos en la Escritura otra cosa, sino que tenemos que recurrir al mismo Dios pidiéndole que no nos permita errar acerca de él.

Despierte, por tanto, y manténgase vigilante nuestra fe; comprenda que aquel al que poco antes contemplábamos en la condición divina aceptó la condición de esclavo, asemejado en todo a los hombres e identificado en su manera de ser a los humanos, humillado y hecho obediente hasta la muerte; pensemos que incluso quiso hacer suyas aquellas palabras del salmo, que pronunció colgado de la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por tanto, es invocado por nosotros como Dios, pero él ruega como siervo; en el primer caso le vemos como creador, en el otro como criatura; sin sufrir mutación alguna, asumió la naturaleza creada para transformarla y hacer de nosotros con él un solo hombre, cabeza y cuerpo. Oramos, por tanto, a él, por él, y en él, y hablamos junto con él, ya que él habla junto con nosotros.

Responsorio: Juan 16, 24. 23.

R. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: * Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

V. Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. * Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

Oración:

Ilumina, Dios misericordioso, el corazón de tus hijos, santificado por la penitencia, y, al infundirles el piadoso deseo de servirte, escucha compasivo a los que te suplican. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del JUEVES de la 1a semana).

V. El que medita la ley del Señor.

R. Da fruto en su sazón.

Primera lectura: Hebreos 7, 1-10.

Melquisedec, tipo del perfecto sacerdote.

Este Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando éste regresaba de derrotar a los reyes, lo bendijo y recibió de Abrahán el diezmo del botín.

Su nombre significa, en primer lugar, «Rey de Justicia», y, después, Rey de Salén, es decir, «Rey de Paz». Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente.

Considerad cuán grande es éste a quien el mismo patriarca Abrahán le dio el diezmo del botín. Pues a los hijos de Leví, que reciben el sacerdocio, la ley les manda cobrar un diezmo al pueblo, es decir, a sus hermanos, a pesar de que todos descienden de Abrahán. En cambio, Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, percibe el diezmo de Abrahán y bendice al titular de la promesa. Está fuera de discusión que el mayor bendice al menor.

Y aquí los que cobran el diezmo son hombres que mueren, mientras que allí fue uno de quien se declara que vive. Por así decirlo, también Leví, que es quien cobra el diezmo, lo pagó en la persona de Abrahán, pues aquél estaba ya presente en su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro.

Responsorio: Cf. Génesis 14, 18; Hebreos 7, 3; cf. Salmo 109, 4; cf. Hebreos 7, 16.

R. Melquisedec, rey de Salén, presentó pan y vino; era sacerdote del Dios altísimo y semejante con el Hijo de Dios; * El Señor le dijo con juramento: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

V. Cristo es sacerdote no en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera. * El Señor le dijo con juramento: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Segunda lectura:
Vaticano II: Lumen Gentium, 9.

La Iglesia, sacramento visible de la unidad.

Mirad que llegan días oráculo del Señor en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán, desde el pequeño al grande oráculo del Señor. Alianza nueva que estableció Cristo, es decir, el nuevo Testamento en su sangre, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se congregara en unidad, no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo pueblo de Dios.

Pues los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo, son hechos por fin una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, que antes era «no pueblo» y ahora es «pueblo de Dios».

Ese pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, y ahora, después de haber conseguido un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos.

Este pueblo tiene como propia condición la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.

Tiene por ley el mandato de amar como el mismo Cristo nos amó. Tiene, por último, como fin, la dilatación del Reino de Dios, iniciado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por él mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, y la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Este pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no abarque a todos los hombres, y no raras veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen más firme de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano.

Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal, y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.

Y así como al pueblo de Israel según la carne, peregrino en el desierto, se le llama ya Iglesia, así al nuevo Israel, que va avanzando en este mundo hacia la ciudad futura y permanente, se le llama también Iglesia de Cristo, porque él la adquirió con su sangre, la llenó de su Espíritu y la proveyó de medios aptos para una unión visible y social.

La congregación de todos los creyentes, que miran a Jesús como autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz, es la Iglesia convocada y constituida por Dios, para que sea sacramento visible de esta unidad salutífera para todos y cada uno.

Responsorio: 1a Pedro 2, 9. 10; Salmo 32, 12.

R. Vosotros sois un pueblo adquirido por Dios. * Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. * Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios»; antes erais «no compadecidos», ahora sois «compadecidos».

Oración:

Escucha nuestras súplicas, Señor, y protege con amor a los que han puesto su esperanza en tu misericordia, para que, limpios de la mancha de los pecados, perseveren en una vida santa y lleguen de este modo a heredar tus promesas. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del VIERNES de la 1a semana).

V. Convertíos al Señor, Dios vuestro.

R. Porque es compasivo y misericordioso.

Primera lectura: Hebreos 7, 11-28.

El sacerdocio eterno de Cristo.

Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico —pues el pueblo había recibido una ley respecto al mismo—, ¿qué falta hacía que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de Aarón?

Porque cambiar el sacerdocio implica forzosamente cambiar la ley; y aquel de quien habla el texto pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha oficiado en el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor procede de Judá, una tribu de la que nunca habló Moisés tratando del sacerdocio.

Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida imperecedera; pues está atestiguado: «Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».

De este modo, por un lado, se deroga una disposición anterior, por ser ineficaz e inútil, pues la ley no llevó nada a la perfección, y, por otro, se introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios.

Además, aquí no falta un juramento, pues aquéllos fueron sacerdotes sin juramento; éste, en cambio, por el juramento que le hicieron al decirle: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: “Tú eres sacerdote para siempre”». Esto es señal de que Jesús es garante de una alianza más valiosa.

De aquéllos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, éste, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.

Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

Responsorio: Hebreos 5, 5. 6; 7, 20b-21a.

R. Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino aquel que le dijo: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

V. Aquéllos fueron sacerdotes sin garantía de juramento, Jesús, en cambio, por el juramento que le hicieron al decirle: * «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

Segunda lectura:
San Fulgencio de Ruspe: Tratado sobre la regla de la verdadera fe a Pedro: Cap. 22, 62.

Él mismo se ofreció por nosotros.

En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le fueran ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don gratísimo de aquel sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho hombre, había de inmolarse a sí mismo misericordiosamente por nosotros.

Pues, según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. Él, como Dios verdadero y verdadero sumo sacerdote que era, penetró una sola vez en el santuario, no con la sangre de los becerros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era precisamente lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba cada año con la sangre en el santuario.

Él es quien, en sí mismo, poseía todo lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio; él mismo fue Dios y el templo: el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos reconciliamos, el Dios con quien nos hemos reconciliado.

Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era Dios quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su forma de siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma de Dios, lo realizó conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.

Ten, pues, por absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor, el mismo en cuyo honor, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían, en tiempos del antiguo Testamento, sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea, en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo, con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica no deja nunca de ofrecer, por todo el universo de la tierra, el sacrificio del pan y del vino, con fe y caridad.

Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la sangre de Cristo; la carne, que él mismo, sin pecado como se hallaba, había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que había de derramar en remisión también de nuestros pecados; en cambio, en este sacrificio se trata de la acción de gracias y del memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que, siendo como era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el bienaventurado Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.

Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de modo evidente lo que ya nos ha sido dado.     

En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que había de morir a manos de los impíos; en este sacrificio se le anuncia ya muerto por ellos, como atestigua el Apóstol al decir: Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

Responsorio: Cf. Colosenses 1, 21-22; Romanos 3, 25.

R. Vosotros estabais antes alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, Dios os ha reconciliado, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, * Para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia.

V. Dios constituyó a Cristo sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. * Para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia.

Oración:

Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu bondad nos libre de las ataduras del pecado, que hemos cometido a causa de nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

O bien:

Oh, Dios, que en este tiempo otorgas con bondad a tu Iglesia imitar devotamente a santa María en la contemplación de la pasión de Cristo, concédenos, por la intercesión de la Virgen, adherirnos cada día más firmemente a tu Hijo Unigénito y llegar finalmente a la plenitud de su gracia. Él, que vive y reina contigo. 


Sábado 5a semana de Cuaresma.

(Salmos del SÁBADO de la 1a semana).

V. El que realiza la verdad se acerca a la luz.

R. Para que se vean sus obras.

Primera lectura: Hebreos 8, 1-13.

El sacerdocio de Cristo en la nueva alianza.

Esto es lo principal de todo el discurso: Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, y es ministro del Santuario y de la Tienda verdadera, construida por el Señor y no por un hombre.

En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también Jesús tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la ley. Estos sacerdotes están al servicio de una figura y sombra de lo celeste, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la Tienda: «Mira, le dijo Dios, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña».

Mas ahora a Cristo le ha correspondido un ministerio tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador: una alianza basada en promesas mejores. Si la primera hubiera sido perfecta, no habría lugar para una segunda. Pero les reprocha:

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ellos fueron infieles a mi alianza y yo me desentendí de ellos —oráculo del Señor—. Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, del menor al mayor, pues perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados».

Al decir alianza nueva, declaró antigua la anterior; y lo que envejece y queda anticuado, está para desaparecer.

Responsorio: Hebreos 8, 1-2; 9, 24.

R. Tenemos un sumo sacerdote, que es ministro del santuario y de la tienda verdadera, y está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, * Para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

V. Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo. * Para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.

Segunda lectura:
San Gregorio Nacianceno: Sermón 45, 23-24.

Vamos a participar en la Pascua.

Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley (porque la Pascua de la antigua ley era, si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también aún una figura). Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.

Qué cosa sea aquella bebida y aquella comprensión plena, corresponde a nosotros aprenderlo, y a él enseñárnoslo e impartir esta doctrina a sus discípulos. Pues la doctrina de aquel que alimenta es también alimento.

Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles.

Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y uñas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santísimo.

Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

Si eres Simón Cirineo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias.

Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó y haz tuya la expiación del mundo.

Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos.

Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.

Responsorio: Hebreos 13, 12-13; 12. 4.

R. Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas; * Salgamos, pues, fuera del campamento, cargados con su oprobio.

V. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. * Salgamos, pues, fuera del campamento, cargados con su oprobio.

Oración:

Oh, Dios, que has hecho a todos los renacidos en Cristo pueblo escogido y sacerdocio real, concédenos querer realizar cuanto nos mandas, para que el pueblo, llamado a la vida eterna, tenga una misma fe en el corazón y una misma santidad en los actos. Por nuestro Señor Jesucristo.

















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