SEMANAS 18ª a 25ª

Lecturas «Oficio de Lecturas»:

TIEMPO ORDINARIO:

Semanas 18a a 25a.

SEMANA 18a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 18a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Amós 1, 1 – 2, 3.

Sentencias del Señor sobre las naciones paganas.

Palabras de Amós, uno de los pastores de Técoa, que profetizó sobre Israel en los días de Ozías, rey de Judá, y en los de Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto. Habló así:

«El Señor ruge desde Sión y desde Jerusalén alza su voz; se enlutan los pastizales de los pastores y se seca la cumbre del Carmelo.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de Damasco, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber despedazado a Galaad con trillos de hierro, enviaré fuego contra la casa de Jazael para que devore las fortalezas de Ben Hadad. Romperé el cerrojo de Damasco y aniquilaré al que se sienta en el trono de Bicat Avén y al que empuña el cetro de Bet Edén. El pueblo de Siria marchará al destierro, a Quir”. Lo ha dicho el Señor.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de Gaza, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber desterrado poblaciones enteras para entregarlas a Edón, enviaré fuego contra las murallas de Gaza para que devore sus fortalezas. Aniquilaré al que se sienta en el trono de Asdod y empuña el cetro de Ascalón, descargaré mi mano contra Ecrón y perecerá el resto de los filisteos”. Lo ha dicho el Señor Dios.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de Tiro, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber entregado poblaciones enteras a Edón como cautivos, sin acordarse de la alianza fraterna, enviaré fuego contra las murallas de Tiro para que devore sus fortalezas”.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de Edón, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber perseguido a su hermano a espada y haber reprimido toda compasión, alimentando un odio permanente y guardando por siempre su rencor, enviaré fuego contra Temán para que devore las fortalezas de Bosra”.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de los amonitas, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber abierto el vientre de las embarazadas de Galaad, por haber extendido sus fronteras, prenderé fuego a la muralla de Rabá para que devore sus fortalezas, entre el griterío de un día de batalla, en el huracán de un día de tormenta. Su rey marchará al destierro, él y sus príncipes, todos juntos”. Lo ha dicho el Señor.

Esto dice el Señor: “Por tres crímenes de Moab, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber quemado y calcinado los huesos del rey de Edón, enviaré fuego contra Moab para que devore las fortalezas de Queriot. Moab perecerá en el estrépito, entre clamores y toques de trompeta. Eliminaré al gobernante de en medio de él y con él mataré a todos sus príncipes”. Lo ha dicho el Señor».

Responsorio: Salmo 9, 8. 9; Amós 1, 2.

R. Dios ha colocado su trono para juzgar, él juzgará el orbe con justicia * Y regirá las naciones con rectitud.

V. El Señor ruge desde Sión, alza la voz desde Jerusalén. * Y regirá las naciones con rectitud.

Segunda lectura:
Carta llamada de Bernabé: Caps. 1, 1-8; 2, 1-5.

La esperanza de la vida, principio y término de nuestra fe.

Salud en la paz, hijos e hijas, en el nombre del Señor que nos ha amado.

Ya que las gracias de justificación que habéis recibido de Dios son tan grandes y espléndidas, me alegro sobremanera, y, más que toda otra cosa, de la dicha y excelencia de vuestras almas. Pues habéis recibido la gracia del don espiritual, plantada en vosotros. Me felicito aún más, con la esperanza de ser salvado, cuando veo de verdad el Espíritu que se ha derramado sobre vosotros del abundante manantial que es el Señor. Hasta tal punto me conmovió el veros, cosa tan deseada para mí, cuando estaba entre vosotros.

Aunque os haya hablado ya muchas veces, estoy profundamente convencido de que me quedan todavía muchas cosas por deciros, pues el Señor me ha acompañado por el camino de la justicia. Me siento obligado a amaros más que a mi propia vida, pues una gran fe y una gran caridad habitan en vosotros por la esperanza de alcanzar la vida divina. Considerando que obtendré una gran recompensa si me preocupo de hacer partícipes a unos espíritus como los vuestros, al menos en alguna medida, de los conocimientos que he recibido, he decidido escribiros con brevedad, a fin de que, con la fe, poseáis un conocimiento perfecto.

Tres son las enseñanzas del Señor: la esperanza de la vida, principio y término de nuestra fe; la justicia, comienzo y fin del juicio; el amor en la alegría y el regocijo, testimonio de las obras de la justicia.

El Señor, en efecto, nos ha manifestado por medio de sus profetas el pasado y el presente, y nos ha hecho gustar por anticipado las primicias de lo porvenir. Viendo, pues, que estas cosas se van cumpliendo en el orden en que él las había predicho, debemos adelantar en una vida más generosa y más excelsa en el temor del Señor. Por lo que respecta a mí, no como maestro, sino como uno de vosotros, os manifestaré algunas enseñanzas que os puedan alegrar en las presentes circunstancias.

Ya que los días son malos y que el Altivo mismo posee poder, debemos, estando vigilantes sobre nosotros mismos, buscar las justificaciones del Señor. Nuestra fe tiene como ayuda el temor y la paciencia, y como aliados la longanimidad y el dominio de nosotros mismos. Si estas virtudes permanecen santamente en nosotros, en todo lo que atañe al Señor, tendrán la gozosa compañía de la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento.

El Señor nos ha dicho claramente, por medio de los profetas, que no tiene necesidad ni de sacrificios ni de holocaustos ni de ofrendas, cuando dice: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto.

Responsorio: Gálatas 2, 16; 3, 6.

R. Comprendimos que el hombre no se justifica sino por creer en Cristo Jesús. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo.

V. Abrahán creyó a Dios, y eso le valió la justificación. * Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 18a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Amós 2, 4-16.

Sentencias del Señor sobre Judá y sobre Israel.

Esto dice el Señor:

«Por tres crímenes de Judá, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber rechazado la ley del Señor y no haber observado sus preceptos, porque los extraviaron sus ídolos, a los que habían seguido sus padres, enviaré fuego contra Judá para que devore las fortalezas de Jerusalén».

Esto dice el Señor:

«Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, no revocaré mi sentencia: por haber vendido al inocente por dinero y al necesitado por un par de sandalias; pisoteando en el polvo de la tierra la cabeza de los pobres, tuercen el proceso de los débiles; porque padre e hijo se llegan juntos a una misma muchacha, profanando así mi santo nombre; sobre ropas tomadas en prenda se echan junto a cualquier altar, beben en el templo de su Dios el vino de las multas.

Yo había exterminado a los amorreos delante de Israel, altos como cedros, fuertes como encinas; destruí su fruto por arriba, sus raíces por abajo.

Yo os había sacado de Egipto y conducido por el desierto cuarenta años, hasta ocupar la tierra del amorreo. Había suscitado profetas entre vuestros hijos, y nazireos entre vuestros jóvenes. ¿No es así, hijos de Israel? —oráculo del Señor—.

Pero vosotros hicisteis beber vino a los nazireos, y ordenasteis a los profetas: “¡No profeticéis!”. Pues bien, yo hundiré el suelo bajo vosotros como lo hunde una carreta cargada de gavillas. El más veloz no podrá huir, ni el más fuerte valerse de su fuerza, ni el guerrero salvar su propia vida. El arquero no resistirá, ni el de pies ligeros podrá salvarse, ni el jinete salvará su vida. El más intrépido entre los guerreros huirá desnudo aquel día» —oráculo del Señor—.

Responsorio: Amós 2, 10. 11. 12; Salmo 94, 10-11.

R. Yo os saqué de Egipto, os conduje por el desierto cuarenta años. * Y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino».

V. Nombré profetas a hijos vuestros, pero vosotros les prohibíais profetizar. * Y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino».

Segunda lectura:
Carta llamada de Bernabé: Caps. 2, 6-10; 3, 1. 3; 4, 10-14.

La nueva ley de nuestro Señor.

Dios invalidó los sacrificios antiguos, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tenga una ofrenda no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: «Que nadie maquine maldades contra su prójimo, y no améis los juramentos falsos».

Y, ya que no somos insensatos, debemos comprender el designio de bondad de nuestro Padre. Él nos habla para que no caigamos en el mismo error que ellos, cuando buscamos el camino para acercarnos a él. Por esta razón, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado, olor de suavidad para el Señor es un corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos preocuparnos con todo cuidado de nuestra salvación, para que el Maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y, por el error, nos arroje, como una honda a la piedra, lejos de lo que es nuestra vida.

Acerca de esto afirma en otro lugar: ¿Para qué ayunáis dice el Señor, haciendo oír hoy en el cielo vuestras voces? No es ése el ayuno que yo deseo dice el Señor, sino al hombre que humilla su alma. A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste oráculo del Señor: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, vestir al que ves desnudo, hospedar a los pobres sin techo.

Huyamos de toda vanidad, odiemos profundamente las obras del mal camino; no viváis aislados, replegados en vosotros mismos, como si ya estuvierais justificados, sino reuníos para encontrar todos juntos lo que a todos conviene. Pues la Escritura afirma: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos hombres espirituales, seamos un templo perfecto para Dios. En cuanto esté de nuestra parte, meditemos el temor de Dios y esforcémonos por guardar sus mandamientos, a fin de alegrarnos en sus justificaciones. El Señor juzgará al mundo sin parcialidad. Cada uno recibirá según sus obras; el bueno será precedido de su justicia, el malo tendrá ante sí el salario de su iniquidad. No nos abandonemos al descanso, bajo el pretexto de que hemos sido llamados, no vaya a suceder que nos durmamos en nuestros pecados y el Príncipe de la maldad consiga poder sobre nosotros y nos arroje lejos del reino del Señor.

Además, hermanos, debemos considerar también este hecho: si, después de tantos signos y prodigios como fueron realizados en Israel, los veis ahora abandonados, estemos vigilantes para que no nos suceda a nosotros también lo que afirma la Escritura: Muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Responsorio: Gálatas 3, 24-25. 23.

R. La ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

V. Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. * Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo.

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 18a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Amós 7, 1-17.

Visiones proféticas de desastres.

Esto me hizo ver el Señor Dios: Estaba él preparando la langosta cuando comenzaba a crecer la hierba (la hierba que crece después de la siega para el rey). Mientras terminaban de devorar la hierba del suelo, dije:

«¡Señor Dios, por favor, perdónalo! ¿Cómo podrá resistir Jacob, siendo tan débil?».

Se arrepintió el Señor de esto y dijo:

«No será así».

Esto me hizo ver el Señor Dios: Dios el Señor estaba convocando a un juicio por el fuego, que consumía el gran Abismo y devoraba las parcelas. Yo dije:

«Señor Dios, por favor, déjalo estar. ¿Cómo podrá resistir Jacob, siendo tan débil?».

Se arrepintió el Señor de esto:

«Tampoco esto será así» —dijo el Señor Dios—.

También esto me hizo ver: Dios el Señor estaba en pie junto a un muro de estaño, y en su mano tenía estaño. El Señor me preguntó:

«¿Qué ves, Amós?».

Respondí:

«Estaño».

Dijo el Señor:

«Voy a derramar estaño en medio de mi pueblo Israel. No le dejaré pasar una más. Quedarán desolados los lugares de culto de Isaac, y los santuarios de Israel serán destruidos. Empuñaré la espada contra la casa de Jeroboán».

Entonces Amasías, sacerdote de Betel, envió un mensaje a Jeroboán, rey de Israel:

«Amós está conspirando contra ti en medio de Israel. El país no puede ya soportar sus palabras. Esto es lo que dice Amós: Jeroboán morirá a espada, e Israel será deportado de su tierra».

Y Amasías dijo a Amós:

«Vidente: vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan, y allí profetizarás. Pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el santuario del rey y la casa del reino».

Pero Amós respondió a Amasías:

«Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y un cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”. Pues bien, escucha la palabra del Señor: Tú me dices: “No profetices sobre Israel y no vaticines contra la casa de Isaac”. Por eso, esto dice el Señor:

“Tu mujer deberá prostituirse en la ciudad, tus hijos y tus hijas caerán por la espada, tu tierra será repartida a cordel, tu morirás en un país impuro e Israel será deportado de su tierra”».

Responsorio: Amós 3, 7. 8; 7, 15.

R. No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profetas. * Habla el Señor, ¿quién no profetiza?

V. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo». * Habla el Señor, ¿quién no profetiza?

Segunda lectura:
Carta llamada de Bernabé 5, 1-8; 6, 11-16.

La segunda creación.

El Señor soportó que su carne fuera entregada a la destrucción, para que fuéramos santificados por la remisión de los pecados, que se realiza por la aspersión de su sangre. Acerca de él afirma la Escritura, refiriéndose en parte a Israel y en parte a nosotros: Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Por tanto, debemos dar rendidas gracias al Señor, porque nos ha dado a conocer el pasado, nos instruye sobre el presente y nos ha concedido un cierto conocimiento respecto del futuro. Pero la Escritura afirma: No en vano se tiende la red a lo que tiene alas, es decir, que perecerá justamente aquel hombre que, conociendo el camino de la justicia, se vuelve al camino de las tinieblas.

Todavía, hermanos, considerad esto: si el Señor soportó sufrir por nosotros, siendo él el Señor de todo el universo, a quien Dios dijo en la creación del mundo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, ¿cómo ha aceptado el sufrir por mano de los hombres? Aprendedlo: los profetas, que de él recibieron el don de profecía, profetizaron acerca de él. Como era necesario que se manifestara en la carne para destruir la muerte y manifestar la resurrección de entre los muertos, ha soportado sufrir de esta forma para cumplir la promesa hecha a los padres, constituirse un pueblo nuevo y mostrar, durante su estancia en la tierra, que, una vez que suceda la resurrección de los muertos, será él mismo quien juzgará. Además, instruía a Israel y realizaba tan grandes signos y prodigios, con los que le testimoniaba su gran amor.

Al renovarnos por la remisión de los pecados, nos ha dado un nuevo ser, hasta el punto de tener un alma como de niños, según corresponde a quienes han sido creados de nuevo. Pues lo que afirma la Escritura, cuando el Padre habla al Hijo, se refiere a nosotros: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos. Y, viendo la hermosura de nuestra naturaleza, dijo el Señor: Creced, multiplicaos, llenad la tierra.

Estas palabras fueron dirigidas a su Hijo. Pero te mostraré también cómo nos ha hablado a nosotros, realizando una segunda creación en los últimos tiempos. En efecto, dice el Señor: He aquí que hago lo último como lo primero. Refiriéndose a esto, dijo el profeta: Entrad en la tierra que mana leche y miel, y enseñoreaos de ella. En consecuencia, hemos sido creados de nuevo, como también afirma por boca de otro profeta: Arrancaré de ellos —es decir, de aquellos que el Espíritu del Señor preveía— el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Por esto él quiso manifestarse en la carne y habitar entre nosotros. En efecto, hermanos, la morada de nuestros corazones es un templo santo para el Señor. Pues también dice el Señor: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea de los santos te alabaré. Por tanto, somos nosotros a quienes introdujo en la tierra buena.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 3, 25; Gálatas 3, 8.

R. Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: * «Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra».

V. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la buena noticia. * «Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra».

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 18a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Amós 9, 1-15.

La salvación de los justos.

Vi al Señor, de pie junto al altar, que decía:

«Golpea los capiteles y tiemblen las jambas; corta la vida a cuantos caminan a la cabeza: a quienes los siguen, yo los mataré por la espada. Ningún fugitivo logrará escapar, ningún superviviente se salvará. Aunque excaven hasta el abismo, de allí los cogerá mi mano; aunque suban hasta el cielo, desde allí los bajaré. Si se escondieran en la cumbre del Carmelo, allí los descubriré y atraparé. Si se ocultaran de mi vista en lo profundo del mar, mandaré a la serpiente que los muerda. Y si marchan al cautiverio delante de sus enemigos, mandaré a la espada que los mate. Fijaré mis ojos en ellos para mal, y no para bien».

El Señor, Dios del universo, es quien toca la tierra y ella se estremece, y hacen duelo todos sus habitantes. Se alza toda ella como el Nilo y como el Nilo de Egipto se calma. Es él quien construye en los cielos su morada y establece su bóveda sobre la tierra; convoca las aguas del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra. Su nombre es el Señor.

«¿No sois para mí como etíopes, hijos de Israel? —oráculo del Señor—. ¿No saqué a Israel de Egipto, como a los filisteos de Caftor, y a los sirios de Quir? Los ojos del Señor Dios están dirigidos contra el reino pecador: Yo lo exterminaré de la faz de la tierra, pero no destruiré completamente la casa de Jacob —oráculo del Señor—. Daré orden de zarandear a la casa de Israel entre las naciones, como se zarandea una criba, sin que caiga a tierra ni una piedrecilla. A espada perecerán todos los pecadores de mi pueblo, todos los que dicen: “No nos tocará, ni se nos acercará la desgracia”.

Aquel día levantaré la cabaña caída de David, repararé sus brechas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré como antaño, para que posean el resto de Edón y todas las naciones sobre las cuales fue invocado mi nombre —oráculo del Señor que hace todo esto—.

Vienen días —oráculo del Señor— cuando se encontrarán el que ara con el que siega, y el que pisa la uva con quien esparce la semilla; las montañas destilarán mosto y las colinas se derretirán. Repatriaré a los desterrados de mi pueblo Israel; ellos reconstruirán ciudades derruidas y las habitarán, plantarán viñas y beberán su vino, cultivarán huertos y comerán sus frutos. Yo los plantaré en su tierra, que yo les había dado, y ya no serán arrancados de ella —dice el Señor, tu Dios—».

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 15, 16-17. 14.

R. «Para que los hombres busquen al Señor, y todos los gentiles que llevarán mi nombre, * Volveré para levantar la choza caída de David», dice el Señor.

V. Dios ha intervenido para escogerse un pueblo entre los gentiles, según estaba escrito. * «Volveré para levantar la choza caída de David», dice el Señor.

Segunda lectura:
Carta llamada de Bernabé 19, 1-3. 5-7. 8-12.

El camino de la luz.

He aquí el camino de la luz: el que quiera llegar al lugar designado, que se esfuerce en conseguirlo con sus obras. Éste es el conocimiento que se nos ha dado sobre la forma de caminar por el camino de la luz. Ama a quien te ha creado, teme a quien te formó, glorifica a quien te redimió de la muerte; sé sencillo de corazón y rico de espíritu; no sigas a los que caminan por el camino de la muerte; odia todo lo que desagrada a Dios y toda hipocresía; no abandones los preceptos del Señor. No te enorgullezcas; sé, por el contrario, humilde en todas las cosas; no te glorifiques a ti mismo. No concibas malos propósitos contra tu prójimo y no permitas que la insolencia domine tu alma.

Ama a tu prójimo más que a tu vida. No mates al hijo en el seno de la madre y tampoco lo mates una vez que ha nacido. No abandones el cuidado de tu hijo o de tu hija, sino que desde su infancia les enseñarás el temor de Dios. No envidies los bienes de tu prójimo; no seas avaricioso; no frecuentes a los orgullosos, sino a los humildes y a los justos.

Todo lo que te suceda, lo aceptarás como un bien, sabiendo que nada sucede sin el permiso de Dios. Ni en tus palabras ni en tus intenciones ha de haber doblez, pues la doblez de palabra es un lazo de muerte.

Comunica todos tus bienes con tu prójimo y no digas que algo te es propio: pues, si sois partícipes en los bienes incorruptibles, ¿cuánto más lo debéis ser en los corruptibles? No seas precipitado en el hablar, pues la lengua es una trampa mortal. Por el bien de tu alma, sé casto en el grado que te sea posible. No tengas las manos abiertas para recibir y cerradas para dar. Ama como a la niña de tus ojos a todo el que te comunica la palabra del Señor.

Piensa, día y noche, en el día del juicio y busca siempre la compañía de los santos, tanto si ejerces el ministerio de la palabra, portando la exhortación o meditando de qué manera puedes salvar un alma con tu palabra, como si trabajas con tus manos para redimir tus pecados.

No seas remiso en dar ni murmures cuando das, y un día sabrás quién sabe recompensar dignamente. Guarda lo que recibiste, sin quitar ni añadir nada. El malo ha de serte siempre odioso. Juzga con justicia. No seas causa de división, sino procura la paz, reconciliando a los adversarios. Confiesa tus pecados. No te acerques a la oración con una mala conciencia. Éste es el camino de la luz.

Responsorio: Salmo 118, 101-102.

R. Aparto mi pie de toda senda mala, * Para guardar tu palabra, Señor.

V. No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. * Para guardar tu palabra, Señor.

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 18a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Oseas 1, 1-9; 3, 1-5.

El profeta como signo del amor de Dios hacia su pueblo.

Palabra del Señor a Oseas, hijo de Beerí, en los tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y de Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel.

Comienzo de lo que dijo el Señor por medio de Oseas. Dijo el Señor a Oseas:

«Ve, despósate con una mujer ligada a la prostitución y acepta los hijos de su prostitución, porque el país no hace sino prostituirse, apartándose del Señor».

Él fue y se desposó con Gómer, hija de Diblaín, que concibió y dio a luz un hijo. El Señor le dijo:

«Ponle de nombre Yezrael, pues dentro de poco pediré cuentas a la descendencia de Jehú por los crímenes de Yezrael, y pondré fin a la monarquía de la casa de Israel. Aquel día quebraré el arco de Israel en el valle de Yezrael».

Ella volvió a concebir y dio a luz una hija. Y el Señor le dijo:

«Ponle de nombre “No compadecida”, porque ya no tendré más compasión de la casa de Israel ni los soportaré más. Pero tendré compasión de la casa de Judá y los salvaré por obra del Señor su Dios. No los salvaré por medio del arco, de la espada y la guerra, con caballos y caballeros».

Apenas había destetado a “No compadecida” cuando ella concibió y dio a luz un hijo. Y el Señor le dijo:

«Ponle de nombre “No mi pueblo”, porque ni vosotros sois mi pueblo, ni yo existo para vosotros».

El Señor me dijo:

«Ve otra vez y ama a una mujer, amada por su amigo y adúltera, como ama el Señor a los hijos de Israel, aunque ellos se vuelven hacia otros dioses, que se complacen con las tortas de uvas».

Así pues yo me la compré por quince piezas de plata y más de un quintal de cebada. Y le dije:

«Durante mucho tiempo te quedarás reservada para mí. No te prostituirás, no serás de ningún hombre, ni yo me acercaré a ti».

Porque largo tiempo quedarán los hijos de Israel sin rey ni autoridad, sin sacrificio ni estela, sin amuletos ni dioses domésticos. Después retornarán los hijos de Israel y buscarán al Señor, su Dios, y a David su rey. Acudirán con temor al Señor y a sus bienes en la sucesión de los días.

Responsorio: 1a Pedro 2, 9. 10; Romanos 9, 26.

R. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. * Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios».

V. En el mismo sitio donde les dijeron: «No sois mi pueblo», los llamarán «hijos de Dios vivo». * Antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios».

Segunda lectura:
De los Tratados de Balduino de Cantorbery: Tratado 10.

Es fuerte el amor como la muerte.

Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor.

Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla.

Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas.

Este nuestro amor para con Cristo es como un intercambio de dos cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al nuestro. Porque él nos amó primero y, con el ejemplo de amor que nos dio, se ha hecho para nosotros como un sello, mediante el cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial, por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: «Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?».

Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.

Responsorio: Cf. Cantar de los Cantares 8, 6-7; Juan 15, 13.

R. Es fuerte el amor como la muerte; es centella de fuego, llamarada divina. * Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.

V. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. * Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor.

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 18a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Oseas 2, 4. 8-25.

Castigo y futura restauración de la esposa del Señor.

Así dice el Señor:

«Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer ni yo soy su marido; para que aparte de su rostro la prostitución y sus adulterios de entre sus pechos.

Por eso yo cierro tu camino con espinos, lo rodeo de una cerca, no encontrará sus senderos. Perseguirá a sus amantes pero no los alcanzará, los buscará sin encontrarlos. Entonces se dirá: “Voy a volver a mi primer marido, porque estaba entonces mejor que ahora”. Y es que ella no comprendía que era yo quien le había dado trigo, mosto y aceite virgen, quien le había prodigado plata y oro: los convirtieron en ídolos.

Por eso volveré a recuperar mi trigo en su sazón, el mosto en su estación; le arrancaré mi lana y mi lino, que cubrían su desnudez. Entonces descubriré su infamia a la vista de sus amantes, y nadie la salvará de mi mano. Pondré fin a toda su alegría: su fiesta, su novilunio y su sábado, a todas sus celebraciones. Devastaré su viña y su higuera, de las que decía: “Son mi salario, me lo dieron mis amantes”. Las convertiré en selva, las devorará el animal salvaje. Le pediré cuentas de los días en que quemaba incienso a los ídolos. Ataviada con su anillo y su collar, corría detrás de sus amantes, y a mí, me olvidaba» —oráculo del Señor—.

«Por eso, yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón, le entrego allí mismo sus viñedos, y hago del valle de Acor una puerta de esperanza. Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto.

Aquel día —oráculo del Señor— me llamarás “esposo mío”, y ya no me llamarás “mi amo”. Apartaré de su boca los nombres de los baales, y no serán ya recordados por su nombre. Aquel día haré una alianza en su favor, con las bestias del campo, con las aves del cielo, y los reptiles del suelo. Quebraré arco y espada y eliminaré la guerra del país, y haré que duerman seguros. Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor.

Aquel día yo responderé —oráculo del Señor—, yo responderé con los cielos, y ellos responderán a la tierra. La tierra responderá con el trigo, el mosto y el aceite nuevo, y ellos responderán a “Dios-siembra”. Yo la sembraré para mí en el país, tendré compasión de “No compadecida”, y diré a “No mi pueblo”: “Tú eres mi pueblo”; y él dirá: “Mi Dios”».

Responsorio: Apocalipsis 19, 7. 9; Oseas 2, 20.

R. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido. * Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

V. Me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor. * Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

Segunda lectura:
San Juan de la Cruz: Cántico espiritual: Canción 39, 4-7.

Me casaré contigo en matrimonio perpetuo.

En la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, clamando al Padre.

Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado, porque, dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza.

Y cómo esto sea, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice san Juan; y así lo pidió al Padre por el mismo san Juan, diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que, donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste; es a saber, que hagan por participación en nosotros, la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa, de la manera que tú, Padre, estás en mí y yo en ti, así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo, la claridad que me has dado, he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y tú en mí; para que sean perfectos en uno, para que conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco, se entiende, aquí quiere decir el Hijo al Padre que sean los santos una cosa esencial y naturalmente como lo son el Padre y el Hijo, sino que lo sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de amor.

De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios. De donde san Pedro dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor, de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud por la vida y la piedad, por el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza.

Hasta aquí son palabras de san Pedro, en las cuales da claramente a entender que el alma participará al mismo Dios, que será obrando en él, acompañadamente con él, la obra de la Santísima Trinidad, de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta, cuando se llega al estado perfecto, como decimos ha llegado aquí el alma, se alcanza gran rastro y sabor de ella, al modo que vamos diciendo, aunque, como habemos dicho, no se puede decir.

¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!

Responsorio: 1a Juan 3, 1. 2.

R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!

V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. * Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 18a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Oseas 6, 1 – 7, 2.

Inutilidad de la falsa conversión.

Así dice el Señor:

«En su angustia me buscarán, diciendo:

“Vamos, volvamos al Señor. Porque él ha desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará. En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su presencia y comprenderemos. Procuremos conocer al Señor. Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera que empapa la tierra”.

¿Qué haré de ti, Efraín, qué haré de ti, Judá? Vuestro amor es como nube mañanera, como el rocío que al alba desaparece. Sobre una roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los profetas con las palabras de mi boca. Mi juicio se manifestará como la luz. Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Mas ellos, cual Adán, transgredieron la alianza, así me fueron infieles. Galaad es villa de malhechores con rastros de sangre. Como bandoleros al acecho, la banda de los sacerdotes asesina en el camino de Siquén, como habían previsto en sus planes. En la casa de Israel he visto una cosa horrible: allí se prostituye Efraín, se contamina Israel. ¡Tú también, Judá, te estás preparando una cosecha!

Cuando quería cambiar el destino de mi pueblo, cuando quería curar a Israel, se reveló la falta de Efraín y los crímenes de Samaría. Sí, ellos practican la mentira: un ladrón entra en la casa, la banda se despliega fuera. Y no piensan que yo recuerdo todas sus maldades. Sus acciones han terminado por encadenarlos, están en mi presencia».

Responsorio: Mateo 9, 13; Oseas 6, 6. 4.

R. Andad, aprended lo que significa: * Misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.

V. Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. * Misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Segunda lectura:
Del Tratado de San Ireneo contra las herejías: Libro 4, 17, 4-6.

Quiero misericordia y no sacrificios.

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si comprendierais lo que significa: «Quiero misericordia y no sacrificios», no condenaríais a los que no tienen culpa, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.

Y, al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis dice el Señor de los ejércitos, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Del Oriente al Poniente es grande entre las naciones mi nombre; en todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura, porque es grande mi nombre entre las naciones dice el Señor de los ejércitos, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.

Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y, si el Padre se refiere a su nombre, es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el hombre ha sido hecho por él. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo, con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo porque es el de su Hijo y porque él mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la salvación de los hombres.

Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a mi nombre, una ofrenda pura. Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos.

Responsorio: Cf. Lucas 22, 19. 20; 1a Corintios 11, 25; Proverbios 9, 5.

R. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; ésta es la sangre de la nueva alianza, que se derrama por vosotros», dice el Señor. * Cuantas veces lo toméis, hacedlo en memoria mía.

V. Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. * Cuantas veces lo toméis, hacedlo en memoria mía.

Oración:

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 19a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 19a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: Oseas 11, 1b-11.

La misericordia de Dios es inagotable.

Así dice el Señor:

«Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo.

Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales, ofrecían incienso a los ídolos. Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba. Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer.

Volverán a la tierra de Egipto, Asiria será su rey, ya que rehusaron convertirse. Se abatirá la espada sobre sus ciudades, aniquilará sus defensas, los devorará por culpa de sus decisiones. Mi pueblo está sujeto a su apostasía. También claman hacia lo alto pero el ídolo no puede salvarlos.

¿Cómo podría abandonarte, Efraín, entregarte, Israel? ¿Podría entregarte, como a Admá, tratarte como a Seboyín? Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. No actuaré en el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de vosotros, y no me dejo llevar por la ira.

Marcharán detrás del Señor: como un león rugirá. (Rugirá y temblará la gente de Occidente). Temblarán como un pájaro al regreso de Egipto, como una paloma, desde la tierra de Asiria. Yo los haré habitar en sus casas —oráculo del Señor—».

Responsorio: Oseas 11, 8. 9; Jeremías 31, 3.

R. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. * No cederé al ardor de mi cólera; que soy Dios, y no hombre.

V. Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia contigo. * No cederé al ardor de mi cólera; que soy Dios, y no hombre.

Segunda lectura:
Santa Catalina de Siena: Diálogo sobre la divina providencia: Capítulo 4, 13.

Con lazos de amor.

Dulce Señor mío, vuelve generosamente tus ojos misericordiosos hacia este tu pueblo, al mismo tiempo que hacia el cuerpo místico de tu Iglesia; porque será mucho mayor tu gloria si te apiadas de la inmensa multitud de tus criaturas, que si sólo te compadeces de mí, miserable, que tanto ofendí a tu Majestad. Y ¿cómo iba yo a poder consolarme, viéndome disfrutar de la vida al mismo tiempo que tu pueblo se hallaba sumido en la muerte, y contemplando en tu amable Esposa las tinieblas de los pecados, provocadas precisamente por mis defectos y los de tus restantes criaturas?

Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que a causa de la culpa del pecado perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.

A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. Él fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas.

Responsorio: Salmo 100, 1-2.

R. Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor; * Voy a explicar el camino perfecto: ¿cuándo vendrás a mí?

V. Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa. * Voy a explicar el camino perfecto: ¿cuándo vendrás a mí?

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 19a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: Oseas 14, 2-10.

Llamada a la conversión y promesa de salud.

Así dice el Señor:

«Vuelve, Israel, al Señor tu Dios, porque tropezaste por tu falta.

Tomad vuestras promesas con vosotros, y volved al Señor. Decidle: “Tú quitas toda falta, acepta el pacto. Pagaremos con nuestra confesión: Asiria no nos salvará, no volveremos a montar a caballo, y no llamaremos ya ‘nuestro Dios’ a la obra de nuestras manos. En ti el huérfano encuentra compasión”.

Curaré su deslealtad, los amaré generosamente, porque mi ira se apartó de ellos. Seré para Israel como el rocío, florecerá como el lirio, echará sus raíces como los cedros del Líbano. Brotarán sus retoños y será su esplendor como el olivo, y su perfume como el del Líbano. Regresarán los que habitaban a su sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la viña, será su renombre como el del vino del Líbano. Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos? Yo soy quien le responde y lo vigila. Yo soy como un abeto siempre verde, de mí procede tu fruto».

¿Quién será sabio, para comprender estas cosas, inteligente, para conocerlas? Porque los caminos del Señor son rectos: los justos los transitan, pero los traidores tropiezan en ellos.

Responsorio: Oseas 14, 5; Joel 4, 20.

R. Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan. * Mi cólera se apartará de ellos.

V. Vengaré su sangre, no quedarán impunes, y el Señor habitará en Sión. * Mi cólera se apartará de ellos.

Segunda lectura:
Teodoreto de Ciro: Tratado sobre la encarnación del Señor, Núms. 26-27.

Yo curaré sus extravíos.

Jesús acude espontáneamente a la pasión que de él estaba escrita y que más de una vez había anunciado a sus discípulos, increpando en cierta ocasión a Pedro por haber aceptado de mala gana este anuncio de la pasión, y demostrando finalmente que a través de ella sería salvado el mundo. Por eso, se presentó él mismo a los que venían a prenderle, diciendo: Yo soy a quien buscáis. Y cuando lo acusaban no respondió, y, habiendo podido esconderse, no quiso hacerlo; por más que en otras varias ocasiones en que lo buscaban para prenderlo se esfumó.

Además, lloró sobre Jerusalén, que con su incredulidad se labraba su propio desastre y predijo su ruina definitiva y la destrucción del templo. También sufrió con paciencia que unos hombres doblemente serviles le pegaran en la cabeza. Fue abofeteado, escupido, injuriado, atormentado, flagelado y, finalmente, llevado a la crucifixión, dejando que lo crucificaran entre dos ladrones, siendo así contado entre los homicidas y malhechores, gustando también el vinagre y la hiel de la viña perversa, coronado de espinas en vez de palmas y racimos, vestido de púrpura por burla y golpeado con una caña, atravesado por la lanza en el costado y, finalmente, sepultado.

Con todos estos sufrimientos nos procuraba la salvación. Porque todos los que se habían hecho esclavos del pecado debían sufrir el castigo de sus obras; pero él, inmune de todo pecado, él, que caminó hasta el fin por el camino de la justicia perfecta, sufrió el suplicio de los pecadores, borrando en la cruz el decreto de la antigua maldición. Cristo —dice san Pablo—nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Y con la corona de espinas puso fin al castigo de Adán, al que se le dijo después del pecado: Maldito el suelo por tu culpa: brotará para ti cardos y espinas.

Con la hiel, cargó sobre sí la amargura y molestias de esta vida mortal y pasible. Con el vinagre, asumió la naturaleza deteriorada del hombre y la reintegró a su estado primitivo. La púrpura fue signo de su realeza; la caña, indicio de la debilidad y fragilidad del poder del diablo; las bofetadas que recibió publicaban nuestra libertad, al tolerar él las injurias, los castigos y golpes que nosotros habíamos merecido.

Fue abierto su costado, como el de Adán, pero no salió de él una mujer que con su error engendró la muerte, sino una fuente de vida que vivifica al mundo con un doble arroyo; uno de ellos nos renueva en el baptisterio y nos viste la túnica de la inmortalidad; el otro alimenta en la sagrada mesa a los que han nacido de nuevo por el bautismo, como la leche alimenta a los recién nacidos.

Responsorio: Isaías 53, 5; 1a Pedro 2, 24.

R. Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes; nuestro castigo saludable cayó sobre él, * Sus cicatrices nos curaron.

V. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. * Sus cicatrices nos curaron.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 19a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: Miqueas 3, 1-12.

Jerusalén será destruida por los pecados de sus jefes.

«¡Escuchad, líderes de Jacob, jefes de la casa de Israel! ¿No es cosa vuestra conocer el derecho? Pero odiáis el bien y os gusta el mal. Les arrancáis la piel y hasta raéis los huesos; os coméis al resto de mi pueblo, lo despojáis de su piel, le machacáis los huesos, lo ponéis en trozos en la olla, como carne en caldereta. Cuando llamen y griten, no les escuchará el Señor; entonces se esconderá de ellos, a causa de sus crímenes».

Esto dice el Señor contra los profetas que extravían a mi pueblo:

«¿Tienen algo entre los dientes?, gritan paz; a quien no les pone algo en la boca, les declaran la guerra».

Por eso, en vez de visión tendrán noche, en vez de presagio, oscuridad; se pondrá el sol para los profetas, se les oscurecerá el día. Se avergonzarán los videntes, los adivinos quedarán en ridículo, se taparán la cara todos ellos, pues Dios no les responde.

Pero yo estoy lleno de fuerza —por el espíritu de Dios—, de derecho y coraje, para anunciar a Jacob su culpa, a Israel su pecado.

Escuchad esto, líderes de la casa de Jacob, jefes de la casa de Israel, que aborrecéis el derecho, y pervertís lo justo. Construís Sión con sangre, Jerusalén a base de crímenes. Sus jefes se dejan sobornar, sus sacerdotes enseñan a sueldo, sus profetas adivinan por dinero, se apoyan en el Señor y dicen: «¿No está el Señor con nosotros? ¡No puede caernos encima la desgracia!». Por eso, por vuestra culpa, Sión será un campo labrado, Jerusalén, un montón de ruinas, y la colina donde se alza el templo, un cerro cubierto de maleza.

Responsorio: Salmo 78, 1; Daniel 3, 42. 29.

R. Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo, han reducido Jerusalén a ruinas. * No nos defraudes, Señor, trátanos según tu gran misericordia.

V. Porque hemos pecado y cometido iniquidad apartándonos de ti. * No nos defraudes, Señor, trátanos según tu gran misericordia.

Segunda lectura:
Teodoreto de Ciro: Tratado sobre la encarnación del Señor, Núm. 28.

Sus cicatrices nos curaron.

Los sufrimientos de nuestro Salvador son nuestra medicina. Es lo que enseña el profeta, cuando dice: Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas; por esto, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Y, del mismo modo que el pastor, cuando ve a sus ovejas dispersas, toma a una de ellas y la conduce donde quiere, arrastrando así a las demás en pos de ella, así también la Palabra de Dios, viendo al género humano descarriado, tomó la naturaleza de esclavo, uniéndose a ella, y, de esta manera, hizo que volviesen a él todos los hombres y condujo a los pastos divinos a los que andaban por lugares peligrosos, expuestos a la rapacidad de los lobos.

Por esto, nuestro Salvador asumió nuestra naturaleza; por esto, Cristo, el Señor, aceptó la pasión salvadora, se entregó a la muerte y fue sepultado; para sacarnos de aquella antigua tiranía y darnos la promesa de la incorrupción, a nosotros, que estábamos sujetos a la corrupción. En efecto, al restaurar, por su resurrección, el templo destruido de su cuerpo, manifestó a los muertos y a los que esperaban su resurrección la veracidad y firmeza de sus promesas.

«Pues, del mismo modo —dice— que la naturaleza que tomé de vosotros, por su unión con la divinidad que habita en ella, alcanzó la resurrección y, libre de la corrupción y del sufrimiento, pasó al estado de incorruptibilidad e inmortalidad, así también vosotros seréis liberados de la dura esclavitud de la muerte y, dejada la corrupción y el sufrimiento, seréis revestidos de impasibilidad».

Por este motivo, también comunicó a todos los hombres, por medio de los apóstoles, el don del bautismo, ya que les dijo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El bautismo es un símbolo y semejanza de la muerte del Señor, pues, como dice san Pablo, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya.

Responsorio: Juan 10, 15. 18; Jeremías 12, 7.

R. Yo doy mi vida por las ovejas. * Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.

V. He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado al amor de mi alma en manos enemigas. * Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 19a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: Miqueas 4, 1-7.

Pueblos numerosos suben al monte del Señor.

Así dice el Señor:

«En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor; en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; pues de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor, de Jerusalén”.

Juzgará entre muchas naciones, será árbitro de pueblos poderosos y lejanos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Cada cual habitará bajo su parra y su higuera, sin sentirse molestado por nadie. ¡Lo ha dicho el Señor del universo!».

Si todas las naciones van tras sus dioses, nosotros caminamos en el nombre del Señor, nuestro Dios, por siempre jamás.

«Aquel día —oráculo del Señor— juntaré a las ovejas cojas, reuniré a las dispersas y a las que había afligido. Haré de las cojas un resto, de las cansadas, un pueblo numeroso. El Señor reinará sobre ellos en el monte Sión, desde ahora y para siempre».

Responsorio: Miqueas 4, 2; Juan 4, 25.

R. Vamos a subir al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. * Nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas.

V. Va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. * Nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas.

Segunda lectura:
San Agustín: Comentario sobre los salmos: Salmo 47, 7.

Vamos a subir al monte del Señor.

Lo que habíamos oído lo hemos visto. ¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en el tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del Señor difundida ya hasta los confines del orbe; ve cómo se ha cumplido ya aquella predicción: Que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Y aquella otra: Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria. Mira a aquel cuyas manos y pies fueron traspasados por los clavos, cuyos huesos pudieron contarse cuando pendía en la cruz, cuyas vestiduras fueron sorteadas; mira cómo reina ahora el mismo que ellos vieron pendiente de la cruz. Ve cómo se cumplen aquellas palabras: Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Y, viendo esto, exclama lleno de gozo: Lo que habíamos oído lo hemos visto.

Con razón se aplican a la Iglesia llamada de entre los gentiles las palabras del salmo: Escucha, hija, mira: olvida tu pueblo y la casa paterna. Escucha y mira: primero escuchas lo que no ves, luego verás lo que escuchaste. Un pueblo extraño —dice otro salmo— fue mi vasallo; me escuchaban y me obedecían. Si obedecían porque escuchaban es señal de que no veían. ¿Y cómo hay que entender aquellas palabras: Verán algo que no les ha sido anunciado y entenderán sin haber oído? Aquellos a los que no habían sido enviados los profetas, los que anteriormente no pudieron oírlos, luego, cuando los oyeron, los entendieron y se llenaron de admiración. Aquellos otros, en cambio, a los que habían sido enviados, aunque tenían sus palabras por escrito, se quedaron en ayunas de su significado y, aunque tenían las tablas de la ley, no poseyeron la heredad. Pero nosotros, lo que habíamos oído lo hemos visto.

En la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios. Aquí es donde hemos oído y visto. Dios la ha fundado para siempre. No se engrían los que dicen: El Mesías está aquí o está allí. El que dice: Está aquí o está allí induce a división. Dios ha prometido la unidad: los reyes se alían, no se dividen en facciones. Y esta ciudad, centro de unión del mundo, no puede en modo alguno ser destruida: Dios la ha fundado para siempre. Por tanto, si Dios la ha fundado para siempre, no hay temor de que cedan sus cimientos.

Responsorio: Levítico 26, 11-12; 2a Corintios 6, 16.

R. Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. * Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

V. «Vosotros sois templo del Dios vivo»; así lo dice Dios. * Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 19a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: Miqueas 4, 14 – 5, 7.

El Mesías será nuestra paz.

Así dice el Señor:

«Ahora acude en tropel, en cuadrilla, nos asedian; golpearán con palos la mejilla del juez de Israel. Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra.

Él mismo será la paz, y cuando Asiria invada nuestro país, cuando ande por nuestros palacios, alzaremos contra él siete pastores, alzaremos ocho guerreros. Pastorearán Asiria con la espada, la tierra de Nimrod con el puñal; nos salvará de Asiria, que invadió nuestro país, que atravesó nuestras fronteras.

El resto de Jacob estará en medio de naciones numerosas, como rocío que viene del Señor, como chubasco sobre el césped, que nada espera de los hombres, ni cuenta con ellos para nada. El resto de Jacob estará en medio de naciones numerosas, como león entre fieras salvajes, como cachorro de león entre ovejas, que pasa, pisa y desgarra sin que puedan quitarle la presa».

Responsorio: Miqueas 5, 1. 3; Zacarías 9, 10.

R. Belén, ciudad del Dios Altísimo, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial; se mostrará grande hasta los confines de la tierra; * Y habrá paz en nuestra tierra.

V. Dictará paz a las naciones, dominará de mar a mar. *Y habrá paz en nuestra tierra.

Segunda lectura:
San Gregorio de Nisa: Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano: PG 46, 259-262.

Tenemos a Cristo que es nuestra paz y nuestra luz.

Él es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. Él ha dado muerte al odio, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que este odio reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerto. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora, que yace bien muerto, no seamos nosotros quienes lo resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.

Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros también matemos el odio, de manera que nuestra vida sea una prolongación de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que él, derribando la barrera de separación, de los dos pueblos creó en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, así también nosotros atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino también de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificarnos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.

La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.

Además, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos, para que dejemos las actividades de las tinieblas y nos conduzcamos como en pleno día, con dignidad, y, apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.

Y, si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.

Responsorio: Lucas 1, 78. 79.

R. Nos visitará el Sol que nace de lo alto, * Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

V. Para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. * Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 19a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Miqueas 6, 1-15.

El Señor llama a juicio a su pueblo.

Escuchad lo que dice el Señor, el pleito del Señor con su pueblo. En pie, pleitea con las montañas, que escuchen tu voz las colinas.

Escuchad, montañas, el pleito del Señor, vosotros, inalterables cimientos de la tierra: el Señor pleitea con su pueblo, con Israel se querella.

Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme! Yo te saqué de Egipto y te libré de la servidumbre. Yo te envié a Moisés, Aarón y María. Pueblo mío, recuerda lo que planeaba Balac, rey de Moab, y lo que le respondió Balaán, hijo de Beor, desde Sitín hasta Guilgal, para que reconozcas las hazañas del Señor.

«¿Con qué me presentaré al Señor y me inclinaré ante el Dios excelso? ¿Me presentaré con holocaustos, con terneros de un año? ¿Le agradarán al Señor mil bueyes, miríadas de ríos de aceite? ¿Le ofreceré mi primogénito por mi falta, el fruto de mis entrañas por mi pecado?».

Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan sólo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios.

La voz del Señor llama a la ciudad —¡Es un acierto temer tu nombre!—. Escuchad, tribu y asamblea de la ciudad:

«¿Tendré que soportar crímenes, riquezas fraudulentas, medidas menguadas y vergonzosas? ¿Sería yo justo aceptando balanzas fraudulentas, bolsas de pesas falsificadas? Sus ricos rezuman violencia, mentiras sus habitantes: lo que dicen, puro engaño.

Pues yo también he empezado a golpear, a destrozar, a causa de tu pecado: comerás y no te saciarás, tu basura estará en medio de ti; lo que guardes se perderá, entregaré a la espada lo que se pierda. Sembrarás y no cosecharás; prensarás la aceituna, pero no te ungirás con aceite; pisarás la uva, pero no beberás vino».

Responsorio: Cf. Miqueas 6, 8; Salmo 36, 3.

R. Te han explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: * Respeta el derecho y la justicia, anda humilde con tu Dios.

V. Confía en el Señor y haz el bien, y habitarás la tierra. * Respeta el derecho y la justicia, anda humilde con tu Dios.

Segunda lectura:
San Paciano: Sermón sobre el bautismo, Núms. 5-6.

Reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo.

El pecado de Adán se había transmitido a todo el género humano, como afirma el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres. Por lo tanto, es necesario que la justicia de Cristo sea transmitida a todo el género humano. Y, así como Adán, por su pecado, fue causa de perdición para toda su descendencia, del mismo modo Cristo, por su justicia, vivifica a todo su linaje. Esto es lo que subraya el Apóstol cuando afirma: Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.

Pero alguno me puede decir: «Con razón el pecado de Adán ha pasado a su posteridad, ya que fueron engendrados por él. ¿Pero acaso nosotros hemos sido engendrados por Cristo para que podamos ser salvados por él?». No penséis carnalmente, y veréis cómo somos engendrados por Cristo. En la plenitud de los tiempos, Cristo se encarnó en el seno de María: vino para salvar a la carne, no la abandonó al poder de la muerte, sino que la unió con su espíritu y la hizo suya. Éstas son las bodas del Señor por las que se unió a la naturaleza humana, para que, de acuerdo con aquel gran misterio, se hagan los dos una sola carne, Cristo y la Iglesia.

De estas bodas nace el pueblo cristiano, al descender del cielo el Espíritu Santo. La substancia de nuestras almas es fecundada por la simiente celestial, se desarrolla en el seno de nuestra madre, la Iglesia, y cuando nos da a luz somos vivificados en Cristo. Por lo que dice el Apóstol: El primer hombre, Adán, fue un ser animado, el último Adán, un espíritu que da vida. Así es como engendra Cristo en su Iglesia por medio de sus sacerdotes, como lo afirma el mismo Apóstol: Os he engendrado para Cristo. Así, pues, el germen de Cristo, el Espíritu de Dios, da a luz, por manos de los sacerdotes, al hombre nuevo, concebido en el seno de la Iglesia, recibido en el parto de la fuente bautismal, teniendo como madrina de boda a la fe.

Pero hay que recibir a Cristo para que nos engendre, como lo afirma el apóstol san Juan: A cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios. Esto no puede ser realizado sino por el sacramento del bautismo, del crisma y del obispo. Por el bautismo se limpian los pecados, por el crisma se infunde el Espíritu Santo, y ambas cosas las conseguimos por medio de las manos y la boca del obispo. De este modo, el hombre entero renace y vive una vida nueva en Cristo: Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros andemos en una vida nueva, es decir, que, depuestos los errores de la vida pasada, reformemos nuestras costumbres en Cristo, por el Espíritu Santo.

Responsorio: Romanos 5, 19. 21; 1a Juan 4, 10.

R. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. * Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, reinará la gracia para la vida eterna.

V. Dios nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. * Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, reinará la gracia para la vida eterna.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 19a semana.

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: Miqueas 7, 7-20.

La ciudad de Dios espera la salvación por el perdón de los pecados.

Yo aguardaré al Señor, esperaré en el Dios que me salva. Mi Dios me escuchará.

No te alegres por mi causa, enemiga mía, pues si caí me levantaré; si vivo en tinieblas, el Señor es mi luz. Cargaré con la cólera del Señor, pues pequé contra él, hasta que se vea mi causa y se proclame mi sentencia; me hará salir a la luz y veré su justicia. Cuando lo vea mi enemiga se cubrirá de vergüenza, esa que me decía: «¿Dónde está el Señor, tu Dios?». Mis ojos llegarán a verla convertida en lugar pisoteado, como barro de la calle.

Llega el día de reconstruir tus muros, el día de ensanchar las fronteras; día en que lleguen a ti desde Asiria hasta Egipto, desde Egipto hasta el Éufrates, de mar a mar, de montaña a montaña. Todo el país y sus habitantes se convertirán en una desolación, por el fruto de sus acciones.

Pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que anda solo en la espesura, en medio del bosque; que se apaciente como antes en Basán y Galaad. Como cuando saliste de Egipto, les haré ver prodigios.

Los pueblos lo verán y se avergonzarán, a pesar de todo su poder; se quedarán mudos y sordos; morderán el polvo como la serpiente que se arrastra por la tierra; saldrán temblando de sus fortalezas hacia el Señor, nuestro Dios; se asustarán y te temerán.

¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar. Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres.

Responsorio: Hebreos 10, 37; Miqueas 7, 19.

R. El que viene llegará sin retraso; y no habrá temor en nuestra tierra: * Porque él es nuestro Salvador.

V. Extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. * Porque él es nuestro Salvador.

Segunda lectura:
San Paciano: Sermón sobre el bautismo, Núms. 6-7.

¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado?

Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Si obramos así, hermanos, ya no moriremos. Aunque nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como él mismo dice: El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.

Por lo demás, tenemos certeza, por el mismo testimonio del Señor, que Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los santos de Dios viven. De ellos dice el Señor: Para él todos están vivos. No es Dios de muertos, sino de vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir; deseo partir para estar con Cristo. Y añade en otro lugar: Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Ésta es nuestra fe, queridos hermanos. Además: Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. La vida meramente natural nos es común, aunque no igual en duración, como lo veis vosotros mismos, con los animales, las fieras y las aves. Lo que es propio del hombre es lo que Cristo nos ha dado por su Espíritu, es decir, la vida eterna, siempre que ya no cometamos más pecados. Pues, de la misma forma que la muerte se adquiere con el pecado, se evita con la virtud. Porque el pecado paga con muerte, mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Como afirma el Apóstol, él es quien redime, perdonándonos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a los principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y los llevó cautivos en su cortejo. Ha liberado a los cautivos y ha roto nuestras cadenas, como lo dijo David: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y en otro lugar: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Así, pues, somos liberados de las cadenas cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, liberados por la sangre y el nombre de Cristo.

Por lo tanto, queridos hermanos, de una vez para siempre hemos sido lavados, de una vez para siempre hemos sido liberados y de una vez para siempre hemos sido trasladados al reino inmortal; de una vez para siempre, dichosos los que están absueltos de sus culpas, a quienes les han sepultado sus pecados. Mantened con fidelidad lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e inmaculados para el día del Señor.

Responsorio: 1a Corintios 15, 47. 49; Colosenses 3, 9. 10.

R. El primer hombre, hecho de la tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

V. Despojaos del hombre viejo, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. * Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 20a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 20a semana.

V. La palabra del Señor es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: Isaías 6, 1-13.

La vocación del profeta Isaías.

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:

«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».

Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:

«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo».

Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:

«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado».

Entonces escuché la voz del Señor, que decía:

«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».

Contesté:

«Aquí estoy, mándame».

Él me dijo:

«Ve y di a esta gente: “Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis, no comprenderéis”. Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane».

Pregunté:

«¿Hasta cuándo, Señor?».

Me respondió:

«Hasta que las ciudades queden devastadas y despobladas, las casas sin gente, los campos yermos. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país. Y si aún quedara una décima parte, también sería exterminada. Como una encina o un roble que, al talarlos, sólo dejan un tocón. Ese tocón será semilla santa».

Responsorio: Apocalipsis 4, 8; Isaías 6, 3.

R. Santo, santo, santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene. * La tierra está llena de su gloria.

V. Los serafines se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos!». * La tierra está llena de su gloria.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: De las homilías sobre el evangelio de san Mateo: Homilía 15, 6. 7.

Sal de la tierra y luz del mundo.

Vosotros sois la sal de la tierra. Es como si les dijera: «El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo por cierto muy mal dispuesto». Porque, al decir: Vosotros sois la sal de la tierra, enseña que todos los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello, exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás. En efecto, la mansedumbre, la moderación, la misericordia, la justicia son unas virtudes que no quedan limitadas al provecho propio del que las posee, sino que son como unas fuentes insignes que manan también en provecho de los demás. Lo mismo podemos afirmar de la pureza de corazón, del amor a la paz y a la verdad, ya que el que posee estas cualidades las hace redundar en utilidad de todos.

«No penséis —viene a decir— que el combate al que se os llama es de poca importancia y que la causa que se os encomienda es exigua: Vosotros sois la sal de la tierra». ¿Significa esto que ellos restablecieron lo que estaba podrido? En modo alguno. De nada sirve echar sal a lo que ya está podrido. Su labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y conservar así lo que el Señor había antes renovado y liberado de la fetidez, encomendándoselo después a ellos. Porque liberar de la fetidez del pecado fue obra del poder de Cristo; pero el no recaer en aquella fetidez era obra de la diligencia y esfuerzo de sus discípulos.

¿Te das cuenta de cómo va enseñando gradualmente que éstos son superiores a los profetas? No dice, en efecto, que hayan de ser maestros de Palestina, sino de todo el orbe.

«No os extrañe, pues —viene a decirles—, si, dejando ahora de lado a los demás, os hablo a vosotros solos y os enfrento a tan grandes peligros. Considerad a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos, naciones os he de enviar en calidad de maestros. Por esto, no quiero que seáis vosotros solos prudentes, sino que hagáis también prudentes a los demás. Y muy grande ha de ser la prudencia de aquellos que son responsables de la salvación de los demás, y muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a vosotros mismos.

En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo por vuestro ministerio; pero, si sois vosotros los que os tornáis insípidos, arrastraréis también a los demás con vuestra perdición. Por esto, cuanto más importante es el asunto que se os encomienda, más grande debe ser vuestra solicitud». Y así, añade: Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Para que no teman lanzarse al combate al oír aquellas palabras: Cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo, les dice de modo equivalente: «Si no estáis dispuestos a tales cosas, en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie.

Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente».

A continuación, propone una comparación más elevada: Vosotros sois la luz del mundo. De nuevo se refiere al mundo, no a una sola nación ni a veinte ciudades, sino al orbe entero; luz que, como la sal de que ha hablado antes, hay que entenderla en sentido espiritual, luz más excelente que los rayos de este sol que nos ilumina. Habla primero de la sal, luego de la luz, para que entendamos el gran provecho que se sigue de una predicación austera, de unas enseñanzas tan exigentes. Esta predicación, en efecto, es como si nos atara, impidiendo nuestra dispersión, y nos abre los ojos al enseñarnos el camino de la virtud. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín. Con estas palabras, insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus discípulos y en la vigilancia que han de tener sobre su propia conducta, ya que ella está a la vista de todos, y el palenque en que se desarrolla su combate es el mundo entero.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 1, 8; Mateo 5, 16.

R. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza * Para ser mis testigos hasta los confines del mundo.

V. Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre. * Para ser mis testigos hasta los confines del mundo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 20a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: Isaías 3, 1-15.

Reproches a Jerusalén.

Mirad que el Señor, Dios del universo aparta de Jerusalén y de Judá apoyo y sustento: todo sustento de pan, todo sustento de agua, el héroe y el guerrero, el juez y el profeta, el adivino y el anciano, el capitán y el notable, el consejero, el experto en magia, y quien sabe de encantamientos. Les daré adolescentes por príncipes, serán gobernados por muchachos.

Hay opresión entre la gente: cada uno subyuga a su vecino, con arrogancia trata el joven al anciano, y el villano al hombre respetable. Uno aferra a su hermano en la casa paterna:

«Tienes un manto, sé nuestro jefe, toma el mando de esta ruina».

Ese día el otro protestará:

«No soy vuestro médico, en mi casa no hay pan ni tengo manto; no me pongáis como jefe del pueblo».

Tropieza Jerusalén, se derrumba Judá porque sus palabras y sus obras están contra el Señor, se rebelan delante de su gloria.

Su parcialidad testimonia contra ellos; como Sodoma, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, pues se acarrean su desgracia! Decid al justo que le irá bien, comerá el fruto de sus acciones. ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras! Pueblo mío, sus opresores son niños, mujeres lo gobiernan; pueblo mío, tus guías te extravían, confunden tus senderos.

El Señor toma su sitio para el proceso, se pone en pie para juzgar los pueblos. El Señor se querella contra los ancianos y gobernantes de su pueblo:

«Vosotros habéis devastado la viña, los despojos de los pobres están en vuestras casas. ¿No os importa oprimir a mi pueblo, hacer añicos a los pobres? —Oráculo del Señor, Dios del universo—».

Responsorio: Isaías 3, 10-11. 13.

R. ¡Dichoso el justo: le irá bien, comerá el fruto de sus acciones! * ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras!

V. El Señor se levanta a juzgar, de pie va a sentenciar a su pueblo. * ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras!

Segunda lectura:
San Gregorio Magno: Tratados morales sobre el libro de Job: Libro 3, 39-40.

Ataques por fuera y temores por dentro.

Los santos varones, al hallarse involucrados en el combate de las tribulaciones, teniendo que soportar al mismo tiempo a los que atacan y a los que intentan seducirlos, se defienden de los primeros con el escudo de su paciencia, atacan a los segundos arrojándoles los dardos de su doctrina, y se ejercitan en una y otra clase de lucha con admirable fortaleza de espíritu, en cuanto que por dentro oponen una sabia enseñanza a las doctrinas desviadas, y por fuera desdeñan sin temor las cosas adversas; a unos corrigen con su doctrina, a otros superan con su paciencia. Padeciendo, superan a los enemigos que se alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de la salvación a los débiles; a aquéllos les oponen resistencia, para que no arrastren a los demás; a éstos les ofrecen su solicitud, para que no pierdan del todo el camino de la rectitud.

Veamos cómo lucha contra unos y otros el soldado de la milicia de Dios. Dice san Pablo: Ataques por fuera y temores por dentro. Y enumera estas dificultades exteriores, diciendo: Con peligros de ríos, con peligros de bandoleros, peligros entre mi gente, peligros entre gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros con los falsos hermanos. Y añade cuáles son los dardos que asesta contra el adversario en semejante batalla: Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches, con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa.

Pero, en medio de tan fuertes batallas, nos dice también cuánta es la vigilancia con que protege el campamento, ya que añade a continuación: Y, aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias. Además de la fuerte batalla que él ha de sostener, se dedica compasivamente a la defensa del prójimo. Después de explicarnos los males que ha de sufrir, añade los bienes que comunica a los otros.

Pensemos lo gravoso que ha de ser tolerar las adversidades, por fuera, y proteger a los débiles, por dentro, todo ello al mismo tiempo. Por fuera sufre ataques, porque es azotado, atado con cadenas; por dentro sufre por el temor de que sus padecimientos sean un obstáculo no para él, sino para sus discípulos. Por esto, les escribe también: Nadie vacile a causa de estas tribulaciones. Ya sabéis que éste es nuestro destino. Él temía que sus propios padecimientos fueran ocasión de caída para los demás, que los discípulos, sabiendo que él había sido azotado por causa de la fe, se hicieran atrás en la profesión de su fe.

¡Oh inmenso y entrañable amor! Desdeñando lo que él padece, se preocupa de que los discípulos no padezcan en su interior desviación alguna. Menospreciando las heridas de su cuerpo, cura las heridas internas de los demás. Es éste un distintivo del hombre justo, que, aun en medio de sus dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás; sufre con paciencia sus propias aflicciones, sin abandonar por ello la instrucción que prevé necesaria para los demás, obrando así como el médico magnánimo cuando está él mismo enfermo. Mientras sufre las desgarraduras de su propia herida, no deja de proveer a los otros el remedio saludable.

Responsorio: Cf. Job 13, 20. 21; cf. Jeremías 10, 24.

R. No me alejes, Señor, de tu presencia; mantén lejos de mí tu mano * Y no me espantes con tu terror.

V. Corrígeme, Señor, con misericordia, no con ira; no vaya a quedar reducido a la nada. * Y no me espantes con tu terror.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 20a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: Isaías 7, 1-17.

Ante el temor de la guerra, el signo del Emmanuel.

Cuando reinaba en Judá Ajaz, hijo de Jotán, hijo de Ozías, subieron a atacar Jerusalén Rasín, rey de Siria, y Pécaj, hijo de Romelías, rey de Israel, pero no lograron conquistarla. Se lo comunicaron a la casa de David: «Los arameos han acampado en Efraín», y se agitó su corazón y el corazón del pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento. Entonces el Señor dijo a Isaías:

«Ve al encuentro de Ajaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la alberca de arriba, junto a la calzada del campo del batanero y dile: “Conserva la calma, no temas y que tu corazón no desfallezca ante esos dos restos de tizones humeantes: la ira ardiente de Rasín y Siria, y del hijo de Romelías. Porque, aunque Siria y Efraín y el hijo de Romelías tramen tu ruina, diciendo: ‘Marchemos contra Judá, aterroricémosla, entremos en ella y pongamos como rey al hijo de Tabeel’, así ha dicho el Señor:

‘Ni ocurrirá ni se cumplirá:

Damasco es capital de Siria, y a la cabeza de Damasco está Rasín. (Dentro de sesenta y cinco años, Efraín, destruido, dejará de ser un pueblo). Samaría es capital de Efraín, y a la cabeza de Samaría está el hijo de Romelías. Si no creéis no subsistiréis’”».

El Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo:

«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Ajaz: «No lo pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Isaías:

«Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?

Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel.

Comerá requesón con miel, para que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien.

Antes de que el niño sepa rechazar el mal y escoger el bien, quedará abandonado el país cuyos dos reyes te infunden miedo.

El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre tu dinastía, días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá: vendrá el rey de Asiria».

Responsorio: Isaías 7, 14; 8, 10; Lucas 1, 30. 31.

R. Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, * Y le pondrá por nombre Emmanuel, porque tenemos a «Dios-con-nosotros».

V. No temas, María: concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo. * Y le pondrá por nombre Emmanuel, porque tenemos a «Dios-con-nosotros».

Segunda lectura:
San Bernardo: Homilías sobre las excelencias de la Virgen Madre: Homilía 2, 1-2. 4.

Preparada por el Altísimo, designada anticipadamente por los padres antiguos.

El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había de serle conveniente y agradable.

Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada, él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos.

Quiso que su madre fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón, había de dar a todos el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que ya antes había inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido con el don de la humildad le otorgó también el don de la maternidad divina.

De otro modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla después como llena de gracia, si hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia? Así, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de los santos recibió el don de la virginidad para que fuese santa en el cuerpo, el don de la humildad para que fuese santa en el espíritu.

Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial.

Fue enviado el ángel, dice el Evangelio, a la Virgen. Virgen en su cuerpo, virgen en su alma, virgen por su decisión, virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol, santa en el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente y por casualidad, sino elegida desde la eternidad, predestinada y preparada por el Altísimo para él mismo, guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos, prometida por los profetas.

Responsorio: Lucas 1, 35; Salmo 44, 11. 12.

R. El Espíritu Santo vendrá sobre ti, María, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. * El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

V. Escucha, hija, mira: inclina el oído; prendado está el rey de tu belleza. * El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 20a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: Isaías 9, 7 – 10, 4.

Ira de Dios contra el reino de Israel.

El Señor ha lanzado una amenaza contra Jacob, que caerá sobre Israel. La entenderá el pueblo entero, Efraín y los habitantes de Samaría, que andan diciendo con soberbia y presunción: «Si se han caído los ladrillos, construiremos con sillares; si han cortado los sicómoros, los sustituiremos por cedros».

El Señor levantará a sus enemigos contra él, e incitará a sus adversarios: al Oriente Siria, los filisteos a Occidente: devorarán a Israel de un bocado. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida.

Porque el pueblo no se ha vuelto a quien lo castigaba, ni ha buscado al Señor del universo, el Señor cortará de Israel cabeza y cola, palmera y junco en un solo día. El anciano y el noble son la cabeza, y el profeta, maestro de mentiras, es la cola. Los que guían a este pueblo lo extravían, y los guiados perecen. Por eso, el Señor no se apiada de los jóvenes, no tiene compasión de huérfanos y viudas; porque todos son impíos y perversos, y toda boca profiere necedades. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida.

Se propaga la maldad como un incendio que consume zarzas y cardos: arde en la espesura del bosque y se enrosca en columnas de humo. Por la ira del Señor del universo arde el país, y el pueblo es pasto del fuego: ninguno se apiada de su hermano; destroza a la derecha, y sigue hambriento, devora a la izquierda, y no se sacia. Cada uno devora la carne de su prójimo: Manasés a Efraín, Efraín a Manasés, juntos, los dos contra Judá. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida.

¡Ay de los que establecen decretos inicuos, y publican prescripciones vejatorias, para oprimir a los pobres en el juicio y privar de su derecho a los humildes de mi pueblo, haciendo de la viuda su botín y despojando a los huérfanos! ¿Qué haréis cuando tengáis que rendir cuentas, cuando la devastación llegue de lejos? ¿A quién acudiréis buscando auxilio, y dónde dejaréis vuestra fortuna? No les quedará más que encorvarse con los prisioneros y caer entre los muertos. Y con todo, su ira no se aplaca y su mano sigue extendida.

Responsorio: Lamentaciones 2, 1.

R. ¡Ay, el Señor nubló con su cólera a la capital, Sión! * Desde el cielo arrojó por tierra la gloria de Israel.

V. El día de su cólera se olvidó del estrado de sus pies. * Desde el cielo arrojó por tierra la gloria de Israel.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón Caillau Saint-Yves 2, 92.

El que persevere hasta el final se salvará.

Todas las aflicciones y tribulaciones que nos sobrevienen pueden servirnos de advertencia y corrección a la vez. Pues nuestras mismas sagradas Escrituras no nos garantizan la paz, la seguridad y el descanso. Al contrario, el Evangelio nos habla de tribulaciones, apuros y escándalos; pero el que persevere hasta el final se salvará. Pues, ¿qué bienes ha tenido esta nuestra vida, ya desde el primer hombre, que nos mereció la muerte y la maldición, de la que sólo Cristo, nuestro Señor, pudo librarnos?

No protestéis, pues, queridos hermanos, como protestaron algunos de ellos —son palabras del Apóstol—, y perecieron víctimas de las serpientes. ¿O es que ahora tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestros antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy poco de las suyas? Es verdad que encuentras hombres que protestan de los tiempos actuales y dicen que fueron mejores los de nuestros antepasados; pero esos mismos, si se les pudiera situar en los tiempos que añoran, también entonces protestarían. En realidad juzgas que esos tiempos pasados son buenos, porque no son los tuyos.

Una vez que has sido rescatado de la maldición, y has creído en Cristo, y estás empapado en las sagradas Escrituras, o por lo menos tienes algún conocimiento de ellas, creo que no tienes motivo para decir que fueron buenos los tiempos de Adán. También tus padres tuvieron que sufrir las consecuencias de Adán. Porque Adán es aquel a quien se dijo: Con sudor de tu frente comerás el pan, y labrarás la tierra de donde te sacaron; brotará para ti cardos y espinas. Éste es el merecido castigo que el justo juicio de Dios le fulminó. ¿Por qué, pues, has de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor que los actuales? Desde el primer Adán hasta el Adán de hoy, ésta es la perspectiva humana: trabajo y sudor, espinas y cardos. ¿Se ha desencadenado sobre nosotros algún diluvio? ¿Hemos tenido aquellos difíciles tiempos de hambre y de guerras? Precisamente nos los refiere la historia para que nos abstengamos de protestar contra Dios en los tiempos actuales.

¡Qué tiempos tan terribles fueron aquéllos! ¿No nos hace temblar el solo hecho de escucharlos o leerlos? Así es que tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él.

Responsorio: Salmo 76, 6-7. 3; cf. 11. 10.

R. Repaso los días antiguos, recuerdo los tiempos remotos; de noche lo pienso en mis adentros. * Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia».

V. En mi angustia te busco, Señor; de noche extiendo las manos sin descanso. * Y exclamo: «Dios mío, ten misericordia».

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 20a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: Isaías 11, 1-16.

La raíz de Jesé. Retorno del resto del pueblo de Dios.

Así dice el Señor:

«Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar.

Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada.

Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su pueblo: los que queden en Asiria y en Egipto, en Patros, Cus y Elán, en Sinar, Jamat y en las islas del mar. Izará una enseña hacia las naciones, para reunir a los desterrados de Israel, y congregar a los dispersos de Judá, desde los cuatro extremos de la tierra. Cesará la envidia de Efraín, se acabará la hostilidad de Judá: Efraín no envidiará a Judá, ni Judá será hostil a Efraín. Caerán contra el flanco de los filisteos a Occidente, juntos despojarán a los hijos del Oriente: Edón y Moab son su propiedad, los amonitas son sometidos.

El Señor secará la lengua del mar de Egipto, agitará su mano contra el Nilo, con su soplo ardiente lo dividirá en siete brazos, lo cruzarán en sandalias, y habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la calzada de Israel cuando subió de Egipto».

Responsorio: Isaías 55, 12; 11, 16.

R. Saldréis con alegría, os llevarán seguros; * Montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, y aplaudirán los árboles del campo.

V. Habrá una calzada para el resto de su pueblo, como la tuvo Israel cuando subió de Egipto. * Montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, y aplaudirán los árboles del campo.

Segunda lectura:
Balduino de Cantorbery: Tratado 7, sobre la salutación angélica.

Flor que sube de la raíz de Jesé.

A las palabras del ángel, que repetimos cada día para saludar a la santísima Virgen con filial devoción, añadimos: Y bendito el fruto de tu vientre. Expresión que añadió Isabel, al ser saludada por la Virgen, a las últimas palabras que había dicho el ángel a María en su saludo. Y así dijo Isabel: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. De este fruto habla Isaías cuando dice: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país. ¿Cuál puede ser este fruto, sino el Santo de Israel, que a la vez es semilla de Abrahán, vástago del Señor, y flor que sube de la raíz de Jesé, fruto de vida del que hemos participado?

Bendito, realmente, en la semilla, bendito en el vástago, bendito en la flor, bendito en el don; por último, bendito en la acción de gracias y la plena glorificación. Cristo, descendiente de Abrahán, ha nacido según la carne de la estirpe de David.

Es el único entre los hombres que ha llegado al ápice de la bondad. Ha recibido el Espíritu sin medida. Sólo él puede realizar toda justicia. Pues su justicia responde de la de todos. Así, dice Isaías: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. Porque éste es el vástago de la justicia, bendecido y embellecido con la flor de la gloria. ¿De qué gloria? De la mayor que cabe imaginar; más aún, es de tal naturaleza que no hay posibilidad siquiera de imaginársela. Porque es una flor que sube de la raíz de Jesé. ¿Hasta dónde sube? Hasta lo más elevado, porque Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Se alza su majestad por encima de los cielos, para que el vástago del Señor sea joya y gloria y fruto maravilloso del país.

Ahora bien, ¿qué fruto nos brinda este fruto? ¿De este bendito fruto podremos lograr alguno que no sea verdadera bendición? En efecto, de esta semilla, de este vástago, de esta flor, obtendremos frutos de bendición. Y penetrarán en nuestro interior; primeramente se depositará la semilla: la gracia que nos trae el perdón; después brotará el vástago: la gracia que se va desarrollando; por último, una espléndida floración: la esperanza y el disfrute de la gloria. Realmente es fruto bendito por Dios y en Dios; así en él Dios es glorificado de verdad. Es también bendito para nosotros, de manera que, bendecidos por él, logremos la gloria en él, ya que Dios le otorgó la bendición de todos los hombres, según la promesa que hizo a Abrahán.

Responsorio: Romanos 15, 12; Salmo 71, 17. 7.

R. Retoñará la raíz de Jesé, el vástago reinará sobre los pueblos; los pueblos esperarán en él. * Que su nombre sea eterno.

V. Que en sus días florezca la justicia y la paz. * Que su nombre sea eterno.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 20a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: Isaías 30, 1-18.

Inutilidad de los pactos con pueblos extranjeros.

¡Ay de los hijos rebeldes! —oráculo del Señor—, que hacen planes sin contar conmigo, que sellan alianzas contrarias a mi espíritu añadiendo así pecado a pecado, que bajan a Egipto sin consultar mi parecer, para buscar la protección del faraón y refugiarse a la sombra de Egipto. Pues bien, la protección del faraón será su deshonra, y refugiarse a la sombra de Egipto, su oprobio. Cuando estén sus funcionarios en Soán y lleguen a Janés sus mensajeros, todos quedarán desilusionados de un pueblo inútil, incapaz de auxiliar, que no sirve sino de deshonra y afrenta.

Oráculo contra los animales del Negueb: Por una tierra de angustia y opresión, tierra de leonas y leones, de víboras y áspides voladores, llevan sus riquezas a lomo de asno y sus tesoros sobre la giba de los camellos, a un pueblo sin provecho, a Egipto, cuyo auxilio es viento y vacío. Por eso lo llamo así: «Rahab inmóvil».

Ahora ve y escríbelo en una tablilla en su presencia, inscríbelo en un libro: quede para la posteridad como testimonio perpetuo. Es un pueblo rebelde, son hijos renegados, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor; que dicen a los videntes: «No veáis»; y a los que tienen visiones: «Evitad visiones verdaderas, decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones; apartaos del camino, desviaos de la senda, quitad de vuestra vista al Santo de Israel».

Por eso, así dice el Santo de Israel:

«Vosotros rechazáis esta palabra, confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas; por eso será para vosotros esta culpa como una grieta que baja y se profundiza en una alta muralla, hasta que de repente, de un golpe, se desmorona; y se rompe como una vasija de alfarero, hecha añicos sin piedad. Entre sus fragmentos no se encuentra un pedazo con que sacar brasas del brasero o agua de la cisterna».

Porque así os decía el Señor, Dios, el Santo de Israel:

«Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma, vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos»; pero no quisisteis y dijisteis: «No. Huiremos a caballo». Está bien, tendréis que huir. «Correremos a galope». Más correrán los que os persiguen.

Huirán mil ante la amenaza de uno y huiréis ante el reto de cinco; hasta que quedéis como mástil en la cumbre de un monte, como enseña sobre una colina.

Pero el Señor espera el momento de apiadarse, se pone en pie para compadecerse; porque el Señor es un Dios de la justicia: dichosos los que esperan en él.

Responsorio: Isaías 30, 15. 18.

R. Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; * Vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos.

V. El Señor espera para apiadarse: dichosos los que esperan en él. * Vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentario sobre los salmos: Salmo 48, 13-14.

Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.

El hermano no rescata, un hombre rescatará; nadie puede rescatarse a sí mismo, ni dar a Dios un precio por su vida; esto es, ¿por qué habré de temer los días aciagos? Pues, ¿qué es lo que puede perjudicarme? No necesito yo redención. Al contrario, yo mismo soy el único redentor de todos. En mis manos está la libertad de los demás; y ¿yo voy a echarme a temblar por mí? Voy a hacer algo nuevo, que trascienda el amor fraternal y todo afecto de piedad. A quien no puede redimir a su propio hermano, nacido de un mismo seno materno, lo redimirá aquel hombre de quien está escrito: Les enviará el Señor un hombre que los salvará; aquel que, hablando de sí mismo, afirma: Tratáis de matarme a mí, el hombre que os ha hablado de la verdad.

Pero, aunque se trate de un hombre, ¿quién será capaz de conocerlo? ¿Por qué no podrá nadie conocerlo? Porque, así como Dios es uno solo, así también uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Sólo él podrá redimir al hombre, aventajando en amor fraternal a los propios hermanos. Porque él, por los que no eran de su propia familia, derramó su propia sangre, cosa que no se hace ni por los propios hermanos. Y así, no tuvo consideración con su propio cuerpo, a fin de redimirnos de nuestros pecados, y se entregó en rescate por todos. Así lo afirma el apóstol Pablo, su testigo veraz, como se califica a sí mismo cuando dice: Digo la verdad, no miento.

Y ¿por qué sólo él es capaz de redimir? Porque nadie puede tener un amor como el suyo, hasta dar la vida por sus mismos siervos; ni una santidad como la de él, porque todos están sujetos al pecado, todos sufriendo las consecuencias del de Adán. Sólo puede ser designado Redentor aquel que no podía estar sometido al pecado de origen. Al hablar, pues, del hombre, nos referimos a nuestro Señor Jesucristo, que tomó naturaleza humana para crucificar en su carne el pecado de todos y borrar con su sangre el protocolo que nos condenaba.

Alguno podría replicar: «¿Por qué se dice que el hermano no rescatará, siendo así que él mismo dijo: Contaré tu fama a mis hermanos?». Pero es que, si pudo perdonar nuestros pecados, no es precisamente porque era hermano nuestro, sino porque era el hombre Cristo Jesús, en el cual estaba Dios. Por eso está escrito: Dios mismo estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo; en aquel Cristo Jesús, el único de quien pudo decirse: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Por eso, al hacerse carne, acampó entre nosotros en cuanto Dios, no en cuanto hermano.

Responsorio: Isaías 53, 12; Lucas 23, 34.

R. Expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, * Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

V. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». * Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 20a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: Isaías 37, 21-35.

Vaticinios de Isaías contra el rey de Asiria.

Isaías, hijo de Amós, envió a Ezequías este mensaje:

«Esto dice el Señor, Dios de Israel:

“He escuchado tu plegaria acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:

Te desprecia, se burla de ti la doncella de Sión, menea la cabeza a tu espalda la hija de Jerusalén. ¿A quién has injuriado y ultrajado? ¿Contra quién alzaste la voz lanzando miradas altivas? Contra el Santo de Israel. Injuriaste a mi Señor con tus servidores, pensando: ‘Con mis muchos carros he subido hasta la cumbre de los montes, hasta las cimas del Líbano. He talado las cimas de los cedros, los cipreses escogidos. He alcanzado las alturas más lejanas, la más densa espesura. Excavé y bebí agua extranjera. Bajo las plantas de mis pies se secaron los canales de Egipto’.

¿No lo has oído? Desde antiguo lo estoy realizando. En tiempos remotos había planeado —y ahora lo ejecuto— que reduzcas a montones de escombros las ciudades amuralladas. Sus habitantes, sin poder hacer nada, aterrados y confusos, son como hierba silvestre, pasto de los prados, musgo de tejado, campo secado antes de sazón por el viento solano. Sé muy bien cuando te sientas, cuando sales o cuando entras; conozco tu estallido de rabia contra mí. Contra mí estalló tu rabia y tu insolencia llegó hasta mis oídos. Por eso te pongo ahora mi gancho en la nariz, mi freno en el hocico, para hacerte volver por el camino que has venido.

Y ésta será la señal para ti: Comed este año el fruto del grano caído, el segundo lo que brota por sí mismo, y, al tercer año, sembrad y segad, plantad viñas y comed sus frutos. Pues los supervivientes de la casa de Judá que hayan quedado echarán raíces en lo hondo y darán fruto por arriba, porque ha de brotar de Jerusalén un resto, y supervivientes del monte Sión. El celo del Señor del universo lo realizará.

Por eso, esto dice el Señor acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella ni una flecha, no avanzará contra ella con escudos, ni levantará una rampa contra ella. Regresará por el camino por donde vino y no entrará en esta ciudad —dice el Señor—. Yo haré de escudo a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo”».

Responsorio: Isaías 52, 9-10.

R. El Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén, * Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

V. El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones. * Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Segunda lectura:
San Ambrosio: Comentario sobre los salmos 48, 14-15.

Cristo reconcilió el mundo con Dios por su propia sangre.

Cristo, que reconcilió el mundo con Dios, personalmente no tuvo necesidad de reconciliación. Él, que no tuvo ni sombra de pecado, no podía expiar pecados propios. Y así, cuando le pidieron los judíos la didracma del tributo que, según la ley, se tenía que pagar por el pecado, preguntó a Pedro: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?». Contestó: «A los extraños». Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».

Dio a entender con esto que él no estaba obligado a pagar para expiar pecados propios; porque no era esclavo del pecado, sino que, siendo como era Hijo de Dios, estaba exento de toda culpa. Pues el Hijo libera, pero el esclavo está sujeto al pecado. Por tanto, goza de perfecta libertad y no tiene por qué dar ningún precio en rescate de sí mismo. En cambio, el precio de su sangre es más que suficiente para satisfacer por los pecados de todo el mundo. El que nada debe está en perfectas condiciones para satisfacer por los demás.

Pero aún hay más. No sólo Cristo no necesita rescate ni propiciación por el pecado, sino que esto mismo lo podemos decir de cualquier hombre, en cuanto que ninguno de ellos tiene que expiar por sí mismo, ya que Cristo es propiciación de todos los pecados, y él mismo es el rescate de todos los hombres.

¿Quién es capaz de redimirse con su propia sangre, después que Cristo ha derramado la suya por la redención de todos? ¿Qué sangre puede compararse con la de Cristo? ¿O hay algún ser humano que pueda dar una satisfacción mayor que la que personalmente ofreció Cristo, el único que puede reconciliar el mundo con Dios por su propia sangre? ¿Hay alguna víctima más excelente? ¿Hay algún sacrificio de más valor? ¿Hay algún abogado más eficaz que el mismo que se ha hecho propiciación por nuestros pecados y dio su vida por nuestro rescate?

No hace falta, pues, propiciación o rescate para cada uno, porque el precio de todos es la sangre de Cristo. Con ella nos redimió nuestro Señor Jesucristo, el único que de hecho nos reconcilió con el Padre. Y llevó una vida trabajosa hasta el fin, porque tomó sobre sí nuestros trabajos. Y así decía: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

Responsorio: Cf. Colosenses 1, 21-22; Romanos 3, 25.

R. Estabais alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; pero ahora, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, Dios os ha reconciliado * Para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia.

V. Dios constituyó a Cristo sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. * Para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia.

Oración:

Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 21a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 21a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Sofonías 1, 1-7. 14 – 2, 3.

El juicio del Señor.

Palabra del Señor dirigida a Sofonías, hijo de Cusí, hijo de Godolías, hijo de Amarías, hijo de Ezequías, en tiempos de Josías, hijo de Amón, rey de Judá.

Voy a acabar con todo lo que hay sobre la tierra —oráculo del Señor—.

Voy a acabar con hombres y animales, voy a acabar con las aves del cielo y los peces del mar, los que hacen tropezar a los malvados; voy a arrancar al hombre de la tierra —oráculo del Señor—.

Extenderé mi mano contra Judá, contra todos los vecinos de Jerusalén y arrancaré de ese lugar lo que queda de Baal, hasta el nombre de los servidores y sacerdotes, a los que adoran en las terrazas al ejército celeste, a los que adoran y juran por el Señor y por Milcón, a los que dejan de seguir al Señor y ni lo buscan ni lo consultan.

¡Silencio ante el Señor Dios!, pues se acerca el Día del Señor. El Señor ha preparado un sacrificio, ha consagrado a sus invitados. Se acerca el gran Día del Señor, se acerca raudo y veloz. Amargo es el estruendo del Día del Señor, hasta el valiente va gritando. Día de cólera, aquel día, día de angustia y aflicción, día de desolación y devastación, día de oscuridad y negrura, día de nieblas y tinieblas; día de trompas y trompetas contra ciudades y fortalezas, contra torres elevadas.

Cercaré a los hombres y caminarán a ciegas, pues pecaron contra el Señor; se derramará su sangre como polvo, sus vísceras como basura. Ni su plata ni su oro podrán salvarlos el día de la cólera del Señor, cuando el fuego de su celo consuma toda la tierra. Rematará entonces la destrucción, acabará con todos los habitantes de la tierra.

Juntaos, reuníos, gente indeseable, antes de que aparezca el decreto fugaz como paja al viento, antes de que caiga sobre vosotros el ardor de la ira del Señor, antes de que caiga sobre vosotros el día de la ira del Señor.

Buscad al Señor los humildes de la tierra, los que practican su derecho, buscad la justicia, buscad la humildad, quizá podáis resguardaros el día de la ira del Señor.

Responsorio: Sofonías 2, 3; Lucas 6, 20.

R. Buscad al Señor, los humildes, que cumplís sus mandamientos; * Buscad la justicia, buscad la moderación.

V. Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. * Buscad la justicia, buscad la moderación.

Segunda lectura:
Concilio Vaticano II: Gaudium et spes, 39.

La esperanza de la tierra nueva.

No conocemos ni el tiempo de la nueva tierra y de la nueva humanidad, ni el modo en que el universo se transformará. Se termina ciertamente la representación de este mundo, deformado por el pecado, pero sabemos que Dios prepara una nueva morada y una nueva tierra, en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y sobrepasará todos los deseos de paz que brotan en el corazón del hombre. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que se había sembrado débil y corruptible se vestirá de incorrupción y, permaneciendo la caridad y sus frutos, toda la creación, que Dios creó por el hombre, se verá libre de la esclavitud de la vanidad.

Aunque se nos advierta que de nada le vale al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo, sin embargo, la esperanza de la tierra nueva no debe debilitar, al contrario, debe excitar la solicitud de perfeccionar esta tierra, en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad, que ya presenta las esbozadas líneas de lo que será el siglo futuro. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Dios, con todo, el primero, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana sociedad, interesa mucho al bien del reino de Dios.

Los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre «un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz». En la tierra este reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la llegada del Señor.

Responsorio: Salmo 95, 11; Isaías 49, 13; Salmo 71, 7.

R. Alégrese el cielo, goce la tierra; romped a cantar, montañas, porque nuestro Señor va a venir * Y se compadecerá de los desamparados.

V. En sus días florecerá la justicia y la paz. * Y se compadecerá de los desamparados.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 21a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Sofonías 3, 8-20.

La salvación prometida a los pobres de Israel.

Preparaos —oráculo del Señor— para el día que me levante como testigo, pues he decretado acabar con los pueblos, convocar a los reinos para derramar sobre ellos mi furor, todo el ardor de mi ira, pues en el fuego de mi celo se consumirá toda la tierra.

Entonces purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos ellos el nombre del Señor y todos lo sirvan a una. Desde las orillas de los ríos de Cus, mis adoradores, los deportados, traerán mi ofrenda.

Aquel día, ya no te avergonzarás de las acciones con que me ofendiste, pues te arrancaré tu orgullosa arrogancia, y dejarás de engreírte en mi santa montaña. Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor. El resto de Israel no hará más el mal, no mentirá ni habrá engaño en su boca. Pastarán y descansarán, y no habrá quien los inquiete.

Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno.

Aquel día se dirá a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!».

El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo como en día de fiesta. Acabé con tu mal, con el peso de tu oprobio.

En aquel tiempo me ocuparé de todos tus opresores; salvaré a los tullidos, reuniré a los dispersos, les daré alabanza y renombre a cambio de la vergüenza que pasaron. Cuando os haga volver, cuando os reúna, os daré renombre y alabanza entre todas las naciones de la tierra, cuando cambie vuestro destino, ante vuestros ojos, dice el Señor.

Responsorio: Sofonías 3, 12. 13. 9.

R. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, * Confiará en el Señor el resto de Israel.

V. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor. * Confiará en el Señor el resto de Israel.

Segunda lectura:
Santo Tomás de Aquino: Comentario sobre el evangelio de san Juan, Cap. 10, lect. 3.

El resto de Israel pastará y se tenderá sin sobresaltos.

Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con su cuerpo y su sangre. Andabais descarriados como ovejas—dice el Apóstol—, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas.

Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, pues es por él que alcanzamos la felicidad.

Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta, porque nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación: No era él—es decir, Juan Bautista—la luz, sino testigo de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros: por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos. Os daré—dice la Escritura—pastores a mi gusto. Pero, aunque los prelados de la Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro del verdadero pastor.

El deber del buen pastor es la caridad; por eso dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene, pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su propio bien.

A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el Señor: El buen pastor da la vida—la vida del cuerpo—por las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.

De este proceder Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Responsorio: Ezequiel 34, 12; Juan 10, 28.

R. Yo seguiré el rastro de mis ovejas * Y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.

V. Mis ovejas no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. * Y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 21a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Jeremías 1, 1-19.

Vocación del profeta Jeremías.

Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.

Vino la palabra del Señor sobre él en tiempos de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, el año decimotercero de su reinado, y después en tiempo de Joaquim, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el final del año undécimo de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá; hasta la deportación de Jerusalén en el quinto mes.

El Señor me dirigió la palabra:

«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones».

Yo repuse:

«¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño».

El Señor me contestó:

«No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».

El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo:

«Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar».

El Señor volvió a dirigirme la palabra:

«¿Qué ves, Jeremías?».

Respondí:

«Veo una rama de almendro».

El Señor me dijo:

«Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra».

El Señor me dirigió nuevamente la palabra:

«¿Qué ves?».

Respondí:

«Veo una olla hirviendo que se derrama por la parte del norte».

Añadió el Señor:

«Desde el norte se derramará la desgracia sobre todos los habitantes del país. Voy a convocar a todas las tribus del norte —oráculo del Señor—. Vendrán y pondrá cada una su trono junto a las puertas de Jerusalén, en torno a sus murallas y a la vista de todas las ciudades de Judá. Entablaré pleito con ellas por todas sus maldades: porque me abandonaron, quemaron incienso a otros dioses y se postraron ante los ídolos que fabricaron sus manos.

Pero tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».

Responsorio: Jeremías 1, 5. 9; Isaías 42, 6.

R. Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré * Y puse mis palabras en tu boca.

V. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. * Y puse mis palabras en tu boca.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Homilía 2 sobre el diablo tentador, 6.

Cinco caminos de penitencia.

¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas —dice el Señor—, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes —hablo de la limosna—, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio: Tobías 12, 8-9; Lucas 6, 37-38.

R. La oración y el ayuno son prácticas recomendables, y más vale hacer limosnas que atesorar dinero. * La limosna expía el pecado.

V. Perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará. * La limosna expía el pecado.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 21a semana.

V. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Jeremías 2, 1-13. 20-25.

Infidelidad del pueblo de Dios.

El Señor me dirigió la palabra:

«Grita y que te oiga todo Jerusalén: Esto dice el Señor: Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia, cuando ibas tras de mí por el desierto, por tierra que nadie siembra. Israel era sagrada para el Señor, fruto primero de su cosecha: quien probaba de ella lo pagaba, la desgracia caía sobre él —oráculo del Señor—.

Escuchad la palabra del Señor, casa de Jacob, tribus todas de Israel. Esto dice el Señor: ¿En qué falté a vuestros padres para que fueran alejándose de mí? Siguieron vaciedades y se quedaron vacíos. No fueron capaces de preguntarse: “¿Dónde está el Señor, que nos trajo de Egipto, que nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa, en donde nadie se asienta?”

Os traje a una tierra de huertos, para comer sus frutos deliciosos; pero entrasteis y profanasteis mi tierra, hicisteis abominable mi heredad. Los sacerdotes no preguntaban: “¿Dónde está el Señor?” Los expertos en leyes no me reconocían; los pastores se rebelaban contra mí, los profetas profetizaban por Baal, fueron tras ídolos que no sirven de nada.

Por eso, vuelvo a pleitear con vosotros, —oráculo del Señor—, y con los hijos de vuestros hijos pienso pleitear. Navegad hasta las costas de Quitín, y mirad, despachad gente a Cadar, e investigad si allí ha sucedido cosa semejante: ¿Cambia de dioses un pueblo? —y eso que no son dioses—; pues mi pueblo cambió su Gloria por dioses que no valen nada.

Espantaos, cielos, de ello, horrorizaos y temblad aterrados —oráculo del Señor—, pues una doble maldad ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua.

Desde siempre has roto tu yugo y has hecho saltar las correas, diciendo: “No he de servir”. En cualquier collado alto, bajo todo árbol frondoso, te acostabas y te prostituías.

Yo te planté vid selecta, toda de cepas legítimas, y tú te volviste espino, convertida en cepa borde. Por más que intentes lavarte con sosa y lejía abundante, queda presente ante mí la mancha de tu culpa —oráculo del Señor—. ¿Cómo te atreves a decir: “Yo no me he contaminado, tras los ídolos no anduve”?

Recuerda tu conducta en el valle, reconoce todo lo que has hecho, camella liviana de extraviados caminos, asna salvaje criada en la estepa, cuando en celo aspira el viento; ¿quién domará su pasión? Quien la busca no ha de cansarse, siempre la encuentran encelada. Ahorra calzado a tus pies, guarda a tu garganta de la sed; mas tú respondes: “¡Ni hablar! Me gustan los extranjeros y tras ellos pienso ir”».

Responsorio: Jeremías 2, 21; Mateo 21, 43; Isaías 5, 7.

R. Yo te planté, vid selecta de cepas legítimas, y tú te volviste espino, cepa borde. * Por eso, se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

V. Esperé derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperé justicia, y ahí tenéis: lamentos. * Por eso, se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Segunda lectura:
San Columbano: Instrucción 13, Sobre Cristo, fuente de vida, 1-2.

El que tenga sed que venga a mí y que beba.

Amadísimos hermanos, escuchad nuestras palabras, pues vais a oír algo realmente necesario; y mitigad la sed de vuestra alma con el caudal de la fuente divina, de la que ahora pretendemos hablaros. Pero no la apaguéis del todo: bebed, pero no intentéis saciaros completamente. La fuente viva, la fuente de la vida nos invita ya a ir a él, diciéndonos: El que tenga sed que venga a mí y que beba.

Tratad de entender qué es lo que vais a beber. Que os lo diga Jeremías. Mejor dicho, que os lo diga el que es la misma fuente: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva oráculo del Señor. Así, pues, nuestro Señor Jesucristo en persona es la fuente de la vida. Por eso, nos invita a ir a él, que es la fuente, para beberlo. Lo bebe quien lo ama, lo bebe quien trata de saciarse de la palabra de Dios. El que tiene suficiente amor también tiene suficiente deseo. Lo bebe quien se inflama en el amor de la sabiduría.

Observad de dónde brota esa fuente. Precisamente de donde nos viene el pan. Porque uno mismo es el pan y la fuente: el Hijo único, nuestro Dios y Señor Jesucristo, de quien siempre hemos de tener hambre. Aunque lo comamos por el amor, aunque lo vayamos devorando por el deseo, tenemos que seguir con ganas de él, como hambrientos. Vayamos a él, como a fuente, y bebamos, tratando de excedernos siempre en el amor; bebamos llenos de deseo y gocemos de la suavidad de su dulzura.

Porque el Señor es bueno y suave; y, por más que lo bebamos y lo comamos, siempre seguiremos teniendo hambre y sed de él, porque esta nuestra comida y bebida no puede acabar nunca de comerse y beberse; aunque se coma, no se termina, aunque se beba, no se agota, porque este nuestro pan es eterno y esta nuestra fuente es perenne y esta nuestra fuente es dulce. Por eso, dice el profeta: Sedientos todos, acudid por agua. Porque esta fuente es para los que tienen sed, no para los que ya la han apagado. Y, por eso, llama a los que tienen sed, aquellos mismos que en otro lugar proclama dichosos, aquellos que nunca se sacian de beber, sino que, cuanto más beben, más sed tienen.

Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo, la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el Apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.

Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente; nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno es el Señor.

Responsorio: Juan 7, 37. 38.

R. Jesús, en pie, gritaba: * El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba.

V. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. * El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 21a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Jeremías 3, 1-5. 19 – 4, 4.

Invitación a la conversión.

Recibí esta palabra del Señor:

Si un hombre repudia a su mujer, y ella se va de su lado y luego se casa con otro, ¿podrá volver al primero? ¿No ha quedado profanada esa mujer? Y tú, que has andado fornicando con todos los amantes que has querido, ¿podrás volver a mí? —oráculo del Señor—.

Fíjate bien en las colinas: ¿Dónde no te mostrabas disponible? Salías a los caminos a ofrecerte, lo mismo que un nómada en el desierto. Y así profanaste la tierra con tantas fornicaciones y delitos. Las lluvias tempranas fallaron, tampoco llegaron las tardías.

Mostrabas aires de ramera, eras incapaz de avergonzarte. Y ahora me gritas: «Padre mío, tú eres el amor de mi juventud». Pensabas: «¿Seguirá irritado? ¿Me guardará rencor para siempre?».

Así hablabas mientras hacías todas las maldades que podías.

Yo me había dicho: «Quisiera contarte entre mis hijos y darte una tierra envidiable en heredad: la perla de las naciones. Esperaba que me llamaras “padre mío”, que nunca te apartaras de mí.

Pero lo mismo que engaña una mujer a su marido, así me engañó Israel» —oráculo del Señor—.

Se escucha un clamor por las colinas: el llanto afligido de los hijos de Israel por haber extraviado el camino, olvidados del Señor su Dios.

«Volved, hijos apóstatas, yo curaré vuestra apostasía».

«Aquí estamos, volvemos a ti, Señor, tú eres nuestro Dios. ¡Qué mentira eran los collados, todo el estrépito de los montes! Sólo en el Señor, nuestro Dios, está la salvación de Israel. La ignominia acabó devorando todo el trabajo de nuestros padres ya desde que éramos jóvenes: sus rebaños de ovejas y vacas, lo mismo sus hijos que sus hijas. Tendremos por lecho nuestra vergüenza, nos taparemos con nuestra humillación, pues pecamos contra el Señor, nuestro Dios, nosotros igual que nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y fuimos incapaces de oír la voz del Señor, nuestro Dios».

«Si quieres volver, Israel, vuelve a mí —oráculo del Señor—. Si apartaras de mí tus abominaciones, no tendrías que andar extraviada; si jurases “¡Por vida del Señor!” con verdad, justicia y derecho, todas las naciones se bendecirían, se darían parabienes entre sí utilizando el nombre del Señor.

Esto dice el Señor a los habitantes de Judá y Jerusalén:

«Roturad bien los campos, no sembréis entre cardos.

Circuncidaos en el nombre del Señor, quitad el prepucio de vuestros corazones, habitantes de Judá y Jerusalén, no sea que estalle mi cólera como fuego; arda y no haya quien la extinga a causa de vuestras malas acciones».

Responsorio: Jeremías 14, 7; Salmo 129, 3.

R. Si nuestros pecados hablan contra nosotros, Señor, intervén por tu nombre; * Porque son muchas nuestras perversiones, hemos pecado contra ti.

V. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? * Porque son muchas nuestras perversiones, hemos pecado contra ti.

Segunda lectura:
San Columbano: Instrucción 13, sobre Cristo, fuente de vida 2-3.

Tú, Señor, eres todo lo nuestro.

Hermanos, seamos fieles a nuestra vocación. A través de ella nos llama a la fuente de la vida aquel que es la vida misma, que es fuente de agua viva y fuente de vida eterna, fuente de luz y fuente de resplandor, ya que de él procede todo esto: sabiduría y vida, luz eterna. El autor de la vida es fuente de vida, el creador de la luz es fuente de resplandor. Por eso, dejando a un lado lo visible y prescindiendo de las cosas de este mundo, busquemos en lo más alto del cielo la fuente de la luz, la fuente de la vida, la fuente de agua viva, como si fuéramos peces inteligentes y que saben discurrir; allí podremos beber el agua viva que salta hasta la vida eterna.

Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».

Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna. Es verdad que pido grandes cosas, ¿quién lo puede ignorar? Pero tú eres el rey de la gloria y sabes dar cosas excelentes, y tus promesas son magníficas. No hay ser que te aventaje. Y te diste a nosotros. Y te diste por nosotros.

Por eso, te pedimos que vayamos ahondando en el conocimiento de lo que tiene que constituir nuestro amor. No pedimos que nos des cosa distinta de ti. Porque tú eres todo lo nuestro: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Infunde en nuestros corazones, Jesús querido, el soplo de tu Espíritu e inflama nuestras almas en tu amor, de modo que cada uno de nosotros pueda decir con verdad: «Muéstrame al amado de mi alma, porque estoy herido de amor».

Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está así herida de amor. Ésa va en busca de la fuente. Ésa va a beber. Y, por más que bebe, siempre tiene sed. Siempre sorbe con ansia, porque siempre bebe con sed. Y, así, siempre va buscando con amor, porque halla la salud en las mismas heridas. Que se digne dejar impresas en lo más íntimo de nuestras almas esas saludables heridas el compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro Dios y Señor Jesucristo, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Juan 4, 13-15.

R. El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: * El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

V. Señor, dame esa agua: así no tendré más sed. * El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 21a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Jeremías 4, 5-8. 13-28.

La devastación vendrá del norte.

Esto dice el Señor:

«Anunciadlo en Judá, pregonadlo en Jerusalén, tocad la trompeta en el país, gritad a pleno pulmón: “Congregaos para marchar a las ciudades fortificadas; izad la bandera: ¡a Sión!; aprisa, no os detengáis”, pues traigo del norte la desgracia, una espantosa calamidad: sube el león de la maleza, avanza un asesino de pueblos; ya está saliendo de sus dominios dispuesto a arrasar tu país; tus ciudades serán incendiadas, todas quedarán deshabitadas. Por eso, vestíos de sayal, en actitud de duelo, y gemid: “¡Ay, no se aparta de nosotros la cólera ardiente del Señor!”.

Miradlos avanzar como nube, sus carrozas igual que un huracán, sus caballos más rápidos que águilas».

¡Ay de nosotros! Estamos perdidos.

«Lava la malicia de tu corazón, Jerusalén, si quieres salvarte; ¿hasta cuándo anidarán en tu pecho tantos planes desatinados? De Dan llega la voz de un mensajero, malas noticias de la sierra de Efraín. Advertid a los gentiles, anunciadlo en Jerusalén: de tierra lejana llega el enemigo, lanzando gritos contra los pueblos de Judá; como guardas de campo la cercan, por haberse rebelado contra mí —oráculo del Señor—. Han sido tu conducta y tus acciones la causa de este amargo castigo, cuya herida te llega al corazón».

¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las paredes del corazón, me palpita con fuerza, no puedo callar. Escucho el toque de trompeta, oigo el alarido de guerra, se anuncia derrota tras derrota: ¡el país ha quedado devastado! En un instante, las tiendas destrozadas; en un momento, los pabellones arrasados. ¿Hasta cuándo veré las enseñas y escucharé la trompeta a rebato?

«Mi pueblo es insensato, no me reconoce; son hijos necios que no recapacitan: diestros para el mal, ignorantes para el bien».

Miro a la tierra: caos informe; miro al cielo: ni rastro de luz; miro a los montes: tiemblan; miro a las colinas: se estremecen; miro: no había ni un hombre, las aves del cielo volaron; miro: el vergel es un páramo, los poblados están arrasados: ¡por el incendio de la ira del Señor!

Esto dice el Señor:

«El país quedará desolado, pero no acabaré con él. Por eso, la tierra se enlutará, el cielo arriba se ennegrecerá; lo dije y no me arrepiento, lo pensé y no me vuelvo atrás».

Responsorio: Cf. Jeremías 4, 24-26; Salmo 84, 5.

R. Ante el incendio de tu ira, oh Dios, la tierra está desolada; pero tú, Señor, ten piedad. * No acabes de aniquilarla.

V. Restáuranos, Dios salvador nuestro; cesa en tu rencor contra nosotros. * No acabes de aniquilarla.

Segunda lectura:
San Jerónimo: Comentarios sobre el libro del profeta Joel: PL 25, 967-968.

Convertíos a mí.

Convertíos a mí de todo corazón, y que vuestra penitencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llanto y de las lágrimas; así, ayunando ahora, seréis luego saciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados. Y, ya que la costumbre tiene establecido rasgar los vestidos en los momentos tristes y adversos —como nos lo cuenta el Evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para significar la magnitud del crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas al oír las palabras blasfematorias—, así os digo que no rasguéis vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado; pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad. Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por grandes que sean vuestras culpas, la magnitud de su misericordia perdonará, sin duda, la vastedad de vuestros muchos pecados.

Pues el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; él no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva; él no es impaciente como el hombre, sino que espera sin prisas nuestra conversión y sabe retirar su malicia de nosotros, de manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, él retira de nosotros sus castigos y aparta de nosotros sus amenazas, cambiando ante nuestro cambio. Cuando aquí el profeta dice que el Señor sabe retirar su malicia, por malicia no debemos entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias con que nuestra vida está amenazada, según aquello que leemos en otro lugar: A cada día le bastan sus disgustos, o bien aquello otro: ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?

Y, porque dice, como hemos visto más arriba, que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la magnitud de su clemencia no nos haga negligentes en el bien, añade el profeta: Quizá se arrepienta y nos perdone y nos deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es infinitamente misericordioso, como dice el profeta David: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Pero, como sea que no podemos conocer hasta dónde llega el abismo de las riquezas y sabiduría de Dios, prefiero ser discreto en mis afirmaciones y decir sin presunción: Quizá se arrepienta y nos perdone. Al decir quizá, ya está indicando que se trata de algo o bien imposible o por lo menos muy difícil.

Habla luego el profeta de ofrenda y libación para nuestro Dios: con ello, quiere significar que, después de habernos dado su bendición y perdonado nuestro pecado, nosotros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.

Responsorio: Cf. Salmo 23, 4; 2a Corintios 6, 6; Colosenses 2, 14; Joel 2, 13.

R. Convertíos todos a Dios con pureza de alma y con amor sincero. * Para que se borre el protocolo condenatorio de vuestros pecados.

V. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro. * Para que se borre el protocolo condenatorio de vuestros pecados.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 21a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Jeremías 7, 1-20.

Vaticinio contra la vana confianza en el templo.

Palabra que el Señor dirigió a Jeremías:

«Ponte a la puerta del templo y proclama allí lo siguiente: ¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por esas puertas para adorar al Señor!

Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: “Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: ‘Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor’. Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.

Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, dedicado a mi nombre, y os decís: ‘Estamos salvos’, para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo dedicado a mi nombre? Atención, que yo lo he visto —oráculo del Señor—.

Andad, id a mi templo de Siló, donde habité en otro tiempo, y mirad lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo. Pues ahora, por haber cometido tales acciones —oráculo del Señor—, porque os hablé sin cesar y no me escuchasteis, porque os llamé y no me respondisteis, haré con el templo dedicado a mi nombre, en el que confiáis, y con el lugar que di a vuestros padres y a vosotros, lo mismo que hice con Siló: os arrojaré de mi presencia, como arrojé a vuestros hermanos, la estirpe de Efraín”.

Y tú no intercedas por este pueblo, no supliques a gritos por ellos, no me reces, que no te escucharé. ¿No ves lo que hacen en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres encienden lumbre, las mujeres preparan la masa para hacer tortas en honor de la Reina del Cielo, y para irritarme hacen libaciones a dioses extranjeros. ¿Es a mí a quien irritan —oráculo del Señor— o más bien a sí mismos, para su confusión? Por eso, esto dice el Señor: “Mirad, mi ira y mi cólera se van a derramar sobre este lugar, sobre hombres y ganados, sobre el árbol silvestre y sobre el fruto del suelo, y arderán sin apagarse”».

Responsorio: Jeremías 7, 11; Isaías 56, 7; Juan 2, 16.

R. ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? * Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

V. No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. * Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.

Segunda lectura:
San Juan Crisóstomo: Homilías sobre el evangelio de san Mateo: Homilía 50, 3-4.

Al adornar el templo, no desprecies al hermano necesitado.

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.

Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres. Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero sí, en cambio, desea almas semejantes al oro.

No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres. Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo, mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, sólo es signo de amor y de caridad.

¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel otro.

Responsorio: Mateo 25, 35. 40; Proverbios 19, 17.

R. Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me hospedasteis. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

V. Quien se apiada del pobre presta al Señor. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Oración:

Oh, Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que prescribes y esperar lo que prometes, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros ánimos se afirmen allí donde están los gozos verdaderos. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 22a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 22a semana.

V. Dichosos vuestros ojos, porque ven.

R. Y vuestros oídos, porque oyen.

Primera lectura: Jeremías 11, 18-20; 12, 1-13.

El profeta encomienda su causa a Dios.

El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas sus intrigas.

Yo, como manso cordero, era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí: «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre».

Señor del universo, que juzgas rectamente, que examinas las entrañas y el corazón, deja que yo pueda ver cómo te vengas de ellos, pues a ti he confiado mi causa.

Tú tienes razón, Señor, cuando discuto contigo, pero quiero proponerte un caso: ¿Por qué prosperan los malvados?, ¿por qué viven tranquilos los traidores? Los plantas y echan raíces, crecen y dan fruto. Estás cerca de sus labios, pero lejos de su corazón. Mas tú, Señor, me conoces, me examinas y has comprobado mi buena actitud hacia ti. Apártalos como a ovejas de matadero, resérvalos para el día del sacrificio.

¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes desaparecen el ganado y las aves, pues dicen: «No ve nuestros caminos».

«Si corres con los de a pie y te cansas, ¿cómo competirás con los caballos? Si en terreno abierto te sientes inseguro, ¿qué harás en la espesura del Jordán? Incluso tus hermanos, tu familia, han sido contigo desleales: te van calumniando a tus espaldas. No intentes fiarte de ellos, aunque te digan buenas palabras.

He abandonado mi casa, he desechado mi heredad, he entregado al amor de mi alma en manos de sus enemigos. Mi heredad se portaba conmigo como un león en la espesura que lanzaba sus rugidos contra mí. Por eso la he detestado. Mi heredad es cueva de hienas, con los buitres girando sobre ella. ¡Venid, fieras agrestes, venid, acercaos a comer!

Entre tantos pastores destrozaron mi viña, pisotearon mi parcela; convirtieron mi parcela escogida en una estepa desolada. La dejaron desolada, yerma, y se duele desolada ante mí. ¡Todo el país desolado, y nadie se detuvo a pensarlo!

Por todas las dunas de la estepa van llegando saqueadores: la espada del Señor devora el país de punta a punta; ¡no hay paz para nadie! Sembraron trigo y cardos segaron; quedaron baldados en balde. ¡Qué miseria de cosecha por la ira ardiente del Señor!».

Responsorio: Juan 12, 27-28; Salmo 41, 6.

R. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. * Padre, glorifica tu nombre.

V. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? * Padre, glorifica tu nombre.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín: Sermón 23 A, 1-4.

El Señor se ha compadecido de nosotros.

Dichosos nosotros, si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto, porque quisiera exhortaros a que no vengáis nunca a la iglesia de manera infructuosa, limitándoos sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica. Porque, como dice el Apóstol, estáis salvados por su gracia, pues no se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. No ha precedido, en efecto, de parte nuestra una vida santa, cuyas acciones Dios haya podido admirar, diciendo por ello: «Vayamos al encuentro y premiemos a estos hombres, porque la santidad de su vida lo merece». A Dios le desagradaba nuestra vida, le desagradaban nuestras obras; le agradaba, en cambio, lo que él había realizado en nosotros. Por ello, en nosotros, condenó lo que nosotros habíamos realizado y salvó lo que él había obrado.

Nosotros, por tanto, no éramos buenos. Y, con todo, él se compadeció de nosotros y nos envió a su Hijo a fin de que muriera, no por los buenos, sino por los malos; no por los justos, sino por los impíos. Dice, en efecto, la Escritura: Cristo murió por los impíos. Y ¿qué se dice a continuación? Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir. Es posible, en efecto, encontrar quizás alguno que se atreva a morir por un hombre de bien; pero por un inicuo, por un malhechor, por un pecador, ¿quién querrá entregar su vida, a no ser Cristo, que fue justo hasta tal punto que justificó incluso a los que eran injustos?

Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los humanos. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con oro o plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado al matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos recibido. Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado. Un médico extraordinario ha venido hasta nosotros, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si volvemos a enfermar, no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además ingratos para con nuestro médico.

Sigamos, pues, las sendas que él nos indica e imitemos, en particular, su humildad, aquella humildad por la que él se rebajó a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Así el que era inmortal se revistió de mortalidad para poder morir por nosotros y destruir nuestra muerte con su muerte.

Esto fue lo que hizo el Señor, éste el don que nos otorgó. Siendo grande, se humilló; humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección de los muertos, los que, ya desde ahora, hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre. Nos dio y nos indicó, pues, la senda de la humildad. Si la seguimos, confesaremos al Señor y, con toda razón, le daremos gracias, diciendo: Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre.

Responsorio: Salmo 85, 12-13; 117, 28.

R. Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre; * Por tu gran piedad para conmigo.

V. Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. * Por tu gran piedad para conmigo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 22a semana.

V. Señor, haz que camine con lealtad, enséñame.

R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.

Primera lectura: Jeremías 19, 1 – 20, 6.

Acción simbólica: la jarra rota.

El Señor me dijo:

«Ve a comprar una jarra de loza, y que te acompañen algunos concejales y sacerdotes. Sal hacia el valle de Ben Hinnón, por la Puerta de los Cascotes, y proclama allí lo que voy a decirte. Dirás:

“Escuchad la palabra del Señor, reyes de Judá y vecinos de Jerusalén: Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: Voy a traer sobre este lugar una catástrofe que, a quien la oiga, le zumbarán los oídos. Porque me han abandonado, han hecho extraño este lugar sacrificando en él a dioses extranjeros, que ni ellos ni sus padres conocían, y los reyes de Judá lo han llenado de sangre inocente. Han construido recintos sagrados a Baal para quemar en ellos a sus hijos como holocaustos en honor de Baal, cosa que no les mandé, ni les sugerí, ni se me pasó por la cabeza.

Por eso llegan días —oráculo del Señor— en que ya no llamarán a este lugar ‘Tófet’ ni ‘valle de Ben Hinnón’, sino ‘valle de la Matanza’. Haré que fracasen en él los planes de Judá y Jerusalén, los haré caer a espada ante sus enemigos, por mano de los que quieren matarlos, y daré sus cadáveres como pasto a las aves y a las bestias. Convertiré esta ciudad en objeto de espanto y de burla: los que pasen junto a ella se espantarán y silbarán a la vista de tantas heridas. Haré que se coman a sus hijos e hijas, que se coman unos a otros, cuando les aprieten y estrechen el cerco sus enemigos mortales”.

Después romperás la jarra en presencia de tus acompañantes y les dirás:

“Esto dice el Señor del universo: Así romperé yo a este pueblo y a esta ciudad, como se rompe un cacharro de barro sin que se pueda recomponer. Y enterrarán en Tófet por falta de sitio. Así trataré a este lugar y a sus habitantes. Haré de esta ciudad un Tófet —oráculo del Señor—; las casas de Jerusalén y los palacios reales de Judá serán inmundos como el lugar de Tófet, esas casas en cuyas azoteas quemaban ofrendas con incienso a los astros del cielo y derramaban libaciones a dioses extranjeros”».

Jeremías volvió de Tófet, adonde lo había mandado el Señor a profetizar, se plantó en el atrio del templo y dijo a toda la gente:

«Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: “Voy a traer sobre esta ciudad y su comarca todos los males con que la he amenazado, porque endurecieron su cerviz y no escucharon mis palabras”».

Pasjur, hijo de Imer, comisario del templo del Señor, oyó a Jeremías profetizar aquello. Pasjur hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo que se encuentra en la Puerta de Benjamín, la de arriba, en el templo del Señor. A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del cepo, Jeremías le dijo:

«El Señor ya no te llama Pasjur, sino Pavor-en-torno, pues esto dice el Señor: “Te voy a convertir en pavor para ti y para todos tus amigos, que caerán víctimas de la espada enemiga en tu presencia. Entregaré a todos los habitantes de Judá en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará a espada. En cuanto a todas las riquezas de esta ciudad, sus bienes, objetos preciosos y los tesoros reales de Judá, los entregaré a sus enemigos, que los saquearán, los pillarán y se los llevarán a Babilonia. Y tú, Pasjur, irás desterrado a Babilonia junto con toda tu familia. Allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes”».

Responsorio: Mateo 23, 37; cf. Jeremías 19, 15.

R. ¡Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! * ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca reúne a sus pollitos bajo sus alas, pero no habéis querido!

V. Os pusisteis tercos y no escuchasteis mis palabras. * ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca reúne a sus pollitos bajo sus alas, pero no habéis querido!

Segunda lectura:
Tomás de Kempis: Imitación de Cristo, Libro 3, cap. 3.

Yo instruí a mis profetas.

Escucha, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas, que trascienden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo.

Mis palabras son espíritu y son vida, y no se pueden ponderar partiendo del criterio humano.

No deben usarse con miras a satisfacer la vana complacencia, sino oírse en silencio, y han de recibirse con humildad y gran afecto del corazón.

Y dije: Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los años duros, para que no viva desolado aquí en la tierra.

Yo —dice el Señor— instruí a los profetas desde antiguo, y no ceso de hablar a todos hasta hoy; pero muchos se hacen sordos a mi palabra y se endurecen en su corazón.

Los más oyen de mejor grado al mundo que a Dios, y más fácilmente siguen las apetencias de la carne que el beneplácito divino.

Ofrece el mundo cosas temporales y efímeras, y, con todo, se le sirve con ardor. Yo prometo lo sumo y eterno, y los corazones de los hombres languidecen presa de la inercia.

¿Quién me sirve y obedece a mí con tanto empeño y diligencia como se sirve al mundo y a sus dueños?

Sonrójate, pues, siervo indolente y quejumbroso, de que aquéllos sean más solícitos para la perdición que tú para la vida.

Más se gozan ellos en la vanidad que tú en la verdad. Y, ciertamente, a veces quedan fallidas sus esperanzas; en cambio, mi promesa a nadie engaña ni deja frustrado al que funda su confianza en mí.

Yo daré lo que tengo prometido, lo que he dicho lo cumpliré. Pero a condición de que mi siervo se mantenga fiel hasta el fin.

Yo soy el remunerador de todos los buenos, así como el fuerte que somete a prueba a todos los que llevan una vida de intimidad conmigo.

Graba mis palabras en tu corazón y medítalas una y otra vez con diligencia, porque tendrás gran necesidad de ellas en el momento de la tentación.

Lo que no entiendas cuando leas lo comprenderás el día de mi visita. Porque de dos medios suelo usar para visitar a mis elegidos: la tentación y la consolación.

Y dos lecciones les doy todos los días: una consiste en reprender sus vicios, otra en exhortarles a progresar en la adquisición de las virtudes.

El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue en el último día.

Responsorio: Proverbios 23, 26; 1, 9; 5, 1.

R. Hijo mío, hazme caso, acepta de buena gana mi camino. * Pues será hermosa diadema en tu cabeza.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría, presta oído a mi inteligencia. * Pues será hermosa diadema en tu cabeza.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 22a semana.

V. Enséñame, Señor, a gustar y a comprender.

R. Porque me fío de tus mandatos.

Primera lectura: Jeremías 20, 7-18.

Ansiedades del profeta.

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo, tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía.

Oía la acusación de la gente: «“Pavor-en-torno”, delatadlo, vamos a delatarlo». Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él».

Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes. Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!

Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa.

Maldito el día en que nací, no sea tenido por bendito el día en que mi madre me parió. Maldito el hombre que anunció la buena noticia a mi padre: «Te ha nacido un hijo varón», y le dio una gran alegría. Sea ese hombre igual que las ciudades que el Señor destruyó sin compasión; que escuche alaridos de mañana, gritos de guerra al mediodía. ¿Por qué no me mató en el vientre? Mi madre habría sido mi sepulcro, con su vientre preñado eternamente. ¿Por qué hube de salir del vientre para pasar trabajos y fatigas y acabar mis días deshonrado?

Responsorio: Cf. Jeremías 20, 10-11; Salmo 30, 14.

R. Soporté insultos y temores de parte de mis amigos, y ellos, acechando mi traspié, andan diciendo: «Vamos a seducirlo, y nos vengaremos de él». * Pero tú, Señor, estás conmigo, como fuerte soldado.

V. Oigo el cuchicheo de la gente, y todo me da miedo; se conjuran contra mí y traman quitarme la vida. * Pero tú, Señor, estás conmigo, como fuerte soldado.

Segunda lectura:
Tomás de Kempis: Imitación de Cristo, Libro 3, cap. 14.

La fidelidad del Señor dura por siempre.

Señor, tus juicios resuenan sobre mí con voz de trueno; el temor y el temblor agitan con violencia todos mis huesos, y mi alma está sobrecogida de espanto.

Me quedo atónito al considerar que ni el cielo es puro a tus ojos. Y si en los mismos ángeles descubriste faltas, y no fueron dignos de tu perdón, ¿qué será de mí?

Cayeron las estrellas del cielo, y yo, que soy polvo, ¿qué puedo presumir? Se precipitaron en la vorágine de los vicios aun aquellos cuyas obras parecían dignas de elogio; y a los que comían el pan de los ángeles los vi deleitarse con las bellotas de animales inmundos.

No es posible, pues, la santidad en el hombre, Señor, si retiras el apoyo de tu mano. No aprovecha sabiduría alguna, si tú dejas de gobernarlo. No hay fortaleza inquebrantable, capaz de sostenernos, si tú cesas de conservarla.

Porque, abandonados a nuestras propias fuerzas, nos hundimos y perecemos; mas, visitados por ti, salimos a flote y vivimos.

Y es que somos inestables, pero gracias a ti cobramos firmeza; somos tibios, pero tú nos inflamas de nuevo.

Toda vanagloria ha sido absorbida en la profundidad de tus juicios sobre mí.

¿Qué es toda carne en tu presencia? ¿Acaso podrá gloriarse el barro contra el que lo formó? ¿Cómo podrá la vana lisonja hacer que se engría el corazón de aquel que está verdaderamente sometido a Dios?

No basta el mundo entero para hacer ensoberbecer a quien la verdad hizo que se humillara, ni la alabanza de todos los hombres juntos hará vacilar a quien puso toda su confianza en Dios.

Porque los mismos que alaban son nada, y pasarán con el sonido de sus palabras. En cambio, la fidelidad del Señor dura por siempre.

Responsorio: Salmo 118, 114-115. 113.

R. Tú eres mi refugio y mi escudo, Señor, yo espero en tu palabra; * Apartaos de mí, los perversos, y cumpliré los mandatos de mi Dios.

V. Detesto a los inconstantes y amo tu voluntad. * Apartaos de mí, los perversos, y cumpliré los mandatos de mi Dios.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 22a semana.

V. Mi alma espera en el Señor.

R. Espera en su palabra.

Primera lectura: Jeremías 26, 1-15.

Jeremías, en peligro de muerte por profetizar la ruina del templo.

Al comienzo del reinado de Joaquim, hijo de Josías, rey de Judá, recibió Jeremías esta palabra de parte del Señor: Esto dice el Señor:

«Ponte en el atrio del templo y, cuando los ciudadanos de Judá entren en él para adorar, les repites a todos las palabras que yo te mande decirles; no dejes ni una sola. A ver si escuchan y se convierte cada cual de su mala conducta, y así me arrepentiré yo del mal que tengo pensado hacerles a causa de sus malas acciones.

Les dirás: “Esto dice el Señor: Si no me obedecéis y cumplís la ley que os promulgué, si no escucháis las palabras de mis siervos los profetas, que os he enviado sin cesar (a pesar de que no hacíais caso), trataré a este templo como al de Siló, y haré de esta ciudad fórmula de maldición para todos los pueblos de la tierra”».

Los profetas, los sacerdotes y todos los presentes oyeron a Jeremías pronunciar estas palabras en el templo del Señor. Cuando Jeremías acabó de transmitir cuanto el Señor le había ordenado decir a la gente, los sacerdotes, los profetas y todos los presentes lo agarraron y le dijeron:

«Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo acabará como el de Siló y que esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?».

Y el pueblo se arremolinó en torno a Jeremías en el templo del Señor. Los magistrados de Judá, al enterarse de lo sucedido, se trasladaron desde el palacio al templo del Señor y se sentaron junto a la Puerta Nueva. Los sacerdotes y los profetas dijeron a los magistrados y a la gente:

«Este hombre es reo de muerte, pues ha profetizado contra esta ciudad, como lo habéis podido oír vosotros mismos».

Jeremías respondió a los magistrados y a todos los presentes:

«El Señor me ha enviado a profetizar contra este templo y esta ciudad todo lo que acabáis de oír. Ahora bien, si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones y escucháis la voz del Señor vuestro Dios, el Señor se arrepentirá de la amenaza que ha pronunciado contra vosotros. Yo, por mi parte, estoy en vuestras manos: haced de mí lo que mejor os parezca. Pero sabedlo bien: si me matáis, os haréis responsables de sangre inocente, que caerá sobre vosotros, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque es cierto que el Señor me ha enviado para que os comunique personalmente estas palabras».

Responsorio: Jeremías 26, 15; Mateo 27, 24.

R. Sabedlo bien: si vosotros me matáis, * Echáis sangre inocente sobre vosotros y sobre esta ciudad.

V. Pilato se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: «Soy inocente de esta sangre». * Echáis sangre inocente sobre vosotros y sobre esta ciudad.

Segunda lectura:
Orígenes: Comentario sobre el evangelio de san Juan: Tomo 10, 20.

Cristo hablaba del templo de su cuerpo.

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los amadores de su propio cuerpo y de los bienes materiales —se deja entender que hablamos aquí de los judíos—, los que no aguantaban que Cristo hubiera expulsado a los que convertían en mercado la casa de su Padre, exigen que les muestre un signo para obrar como obra. Así podrán juzgar si obra bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a recibir. El Salvador, como si hablara en realidad del templo, pero hablando de su propio cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?, responde: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según una interpretación unitaria, pueden considerarse figuras de la Iglesia, ya que ésta se halla construida de piedras vivas, hecha templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús que, a su vez, también es templo. En cambio, si tenemos en cuenta aquel otro pasaje: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión y conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y descoyunta, como sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de Cristo: Tengo los huesos descoyuntados. Descoyuntados por los continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el templo será restaurado, y el cuerpo resucitará el día tercero; tercero, porque viene después del amenazante día de la maldad, y del día de la consumación que seguirá.

Porque llegará ciertamente un tercer día, y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello, podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues, de la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues, como Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.

Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.

Responsorio: 1a Corintios 6, 19-20; Levítico 11, 43. 44.

R. Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. * Glorificad a Dios con vuestro cuerpo.

V. No os volváis inmundos: sed santos, porque yo soy santo. * Glorificad a Dios con vuestro cuerpo.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 22a semana.

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Jeremías 29, 1-14.

Carta de Jeremías a los desterrados de Israel.

Texto de la carta que envió Jeremías desde Jerusalén a los ancianos deportados, a los sacerdotes y a los profetas, así como a toda la gente que Nabucodonosor había deportado de Jerusalén a Babilonia. (El hecho tuvo lugar después de que salieran de Jerusalén el rey Jeconías, la reina madre, los eunucos y los dignatarios de Judá y Jerusalén, así como los artesanos y trabajadores del metal de Jerusalén). Mandó la carta por mediación de Elasa, hijo de Safán, y de Guemarías, hijo de Jilquías, a quienes Sedecías, rey de Jerusalén, había enviado adonde estaba Nabucodonosor, rey de Babilonia:

«Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel, a todos los que hice deportar de Jerusalén a Babilonia: Construid casas y habitadlas, plantad huertos y comed sus frutos. Tomad esposas y engendrad hijos e hijas, tomad esposas para vuestros hijos y dad vuestras hijas en matrimonio para que engendren hijos e hijas. Multiplicaos allí y no disminuyáis. Buscad la prosperidad del país adonde os he deportado y rogad por él al Señor, porque su prosperidad será la vuestra.

Porque esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: Que no os engañen los profetas que viven entre vosotros, ni vuestros adivinos; no hagáis caso de los sueños que os cuentan, porque os profetizan mentiras en mi nombre, sin que yo los haya enviado —oráculo del Señor—».

Esto dice el Señor:

«Cuando pasen en Babilonia setenta años, os visitaré y cumpliré en vosotros mi palabra salvadora, trayéndoos a este lugar. Pues sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte. Os congregaré sacándoos de los países y comarcas por donde os dispersé —oráculo del Señor—, y os devolveré al lugar adonde os deporté».

Responsorio: Salmo 104, 1. 4; Eclesiástico 2, 11.

R. Dad gracias al Señor, invocad su nombre. * Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro.

V. ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado? * Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre las bienaventuranzas: Sermón 95, 1-2.

Meteré mi ley en su pecho.

Amadísimos hermanos: Al predicar nuestro Señor Jesucristo el Evangelio del reino, y al curar por toda Galilea enfermedades de toda especie, la fama de sus milagros se había extendido por toda Siria, y, de toda la Judea, inmensas multitudes acudían al médico celestial. Como a la flaqueza humana le cuesta creer lo que no ve y esperar lo que ignora, hacía falta que la divina sabiduría les concediera gracias corporales y realizara visibles milagros, para animarles y fortalecerles, a fin de que, al palpar su poder bienhechor, pudieran reconocer que su doctrina era salvadora.

Queriendo, pues, el Señor convertir las curaciones externas en remedios internos y llegar, después de sanar los cuerpos, a la curación de las almas, apartándose de las turbas que lo rodeaban, y llevándose consigo a los apóstoles, buscó la soledad de un monte próximo. Quería enseñarles lo más sublime de su doctrina, y la mística cátedra y demás circunstancias que de propósito escogió daban a entender que era el mismo que en otro tiempo se dignó hablar a Moisés. Mostrando, entonces, más bien su terrible justicia; ahora, en cambio, su bondadosa clemencia. Y así se cumplía lo prometido, según las palabras de Jeremías: Mirad que llegan días oráculo del Señor, en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. Después de aquellos días oráculo del Señor, meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones.

Así, pues, el mismo que habló a Moisés fue el que habló a los apóstoles, y era también la ágil mano del Verbo la que grababa en lo íntimo de los corazones de sus discípulos los decretos del nuevo Testamento; sin que hubiera como en otro tiempo densos nubarrones que lo ocultaran, ni terribles truenos y relámpagos que aterrorizaran al pueblo, impidiéndole acercarse a la montaña, sino una sencilla charla que llegaba tranquilamente a los oídos de los circunstantes. Así era como el rigor de la ley se veía suplantado por la dulzura de la gracia, y el espíritu de hijos adoptivos sucedía al de esclavitud en el temor.

Las mismas divinas palabras de Cristo nos atestiguan cómo es la doctrina de Cristo, de modo que los que anhelan llegar a la bienaventuranza eterna puedan identificar los peldaños de esa dichosa subida. Y así dice: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Podría no entenderse de qué pobres hablaba la misma Verdad, si, al decir: Dichosos los pobres, no hubiera añadido cómo había de entenderse esa pobreza; porque podría parecer que para merecer el reino de los cielos basta la simple miseria en que se ven tantos por pura necesidad, que tan gravosa y molesta les resulta. Pero, al decir: Dichosos los pobres en el espíritu, da a entender que el reino de los cielos será de aquellos que lo han merecido más por la humildad de sus almas que por la carencia de bienes.

Responsorio: Salmo 77, 1-2.

R. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, * Inclina el oído a las palabras de mi boca.

V. Voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado. * Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 22a semana.

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.

R. Y tu promesa de justicia.

Primera lectura: Jeremías 30, 18 – 31, 9.

Promesas de restauración de Israel.

Esto dice el Señor:

«Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, voy a compadecerme de sus moradas; reconstruirán la ciudad sobre sus ruinas, su palacio se asentará en su puesto. De allí saldrán alabanzas, voces con aire de fiesta. Haré que crezcan y no mengüen, que sea reconocida su importancia, que no sean despreciados. Serán sus hijos como antaño, su asamblea, estable en mi presencia; yo castigaré a sus opresores. De entre ellos surgirá un príncipe, su gobernante saldrá de entre ellos; lo acercaré y estará junto a mí, pues ¿quién arriesgaría su vida por ponerse cerca de mí? —oráculo del Señor—.

Y vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

¡Atención! El Señor desencadena una tormenta; un huracán se arremolina por encima de la cabeza de los malvados. No cede el incendio de la ira del Señor, hasta ver realizados y cumplidos sus designios. Al cabo de los años llegaréis a comprenderlo. En aquel tiempo —oráculo del Señor— seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo».

Esto dice el Señor:

«Encontró mi favor en el desierto el pueblo que escapó de la espada; Israel camina a su descanso. El Señor se le apareció de lejos: Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo. Te construiré, serás reconstruida, doncella capital de Israel; volverás a llevar tus adornos, bailarás entre corros de fiesta. Volverás a plantar viñas allá por los montes de Samaría; las plantarán y vendimiarán. “Es de día” gritarán los centinelas arriba, en la montaña de Efraín: “En marcha, vayamos a Sión, donde está el Señor nuestro Dios”».

Porque esto dice el Señor:

«Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel! Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra. Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud. Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito».

Responsorio: Jeremías 31, 6; Isaías 2, 5.

R. «Es de día», gritarán los centinelas: * «Levantaos y marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios».

V. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor. * Levantaos y marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre las bienaventuranzas: Sermón 95, 2-3.

Dichosos los pobres en el espíritu.

No puede dudarse de que los pobres consiguen con más facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia, se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio, los ricos se habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los bienes que poseen en aliviar la miseria de sus prójimos.

El don de esta pobreza se da, pues, en toda clase de hombres y en todas las condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.

Después del Señor, los apóstoles fueron los primeros que nos dieron ejemplo de esta magnánima pobreza, pues, al oír la voz del divino Maestro, dejando absolutamente todas las cosas, en un momento pasaron de pescadores de peces a pescadores de hombres y lograron, además, que muchos otros, imitando su fe, siguieran esta misma senda. En efecto, muchos de los primeros hijos de la Iglesia, al convertirse a la fe, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma, dejaron sus bienes y posesiones y, abrazando la pobreza, se enriquecieron con bienes eternos y encontraban su alegría en seguir las enseñanzas de los apóstoles, no poseyendo nada en este mundo y teniéndolo todo en Cristo.

Por eso, el bienaventurado apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo: No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.

¿Qué cosa más sublime podría encontrarse que esta humildad? ¿Qué más rico que esta pobreza? No tiene la ayuda del dinero, pero posee los dones de la naturaleza. Al que su madre dio a luz deforme, la palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres que, ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro. Así aquel pobre apóstol, que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios que dio no sólo el vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma a aquella ingente multitud de creyentes, a los cuales había encontrado sin fuerzas y que ahora podían ya andar ligeros siguiendo a Cristo.

Responsorio: Mateo 5, 1-3; Isaías 66, 2.

R. Se acercaron a Jesús unos discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: * «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».

V. En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras. * Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 22a semana.

V. Señor, enséñame tus caminos.

R. Instrúyeme en tus sendas.

Primera lectura: Jeremías 31, 15-22. 27-34.

Anuncio de salvación y de una alianza nueva.

Esto dice el Señor:

«Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos».

Esto dice el Señor:

«Reprime la voz de tu llanto, seca las lágrimas de tus ojos, pues tendrán recompensa tus penas: volverán del país enemigo —oráculo del Señor—. Tu futuro rebosa esperanza, volverán los hijos a su patria —oráculo del Señor—.

He oído con toda claridad cómo se lamentaba Efraín: “Me has tratado con dureza, como a un novillo sin domar, pero he aprendido la lección. Hazme volver y volveré, pues tú eres mi Dios, Señor. Me alejé y después me arrepentí; lo entendí y me di golpes de pecho. Estaba avergonzado y sonrojado al tener que soportar la vergüenza de lo que hice en plena juventud”.

¡Efraín es mi hijo querido, él es mi niño encantador! Después de haberlo reprendido, me acuerdo y se conmueven mis entrañas. ¡Lo quiero intensamente! —oráculo del Señor—.

Plántate mojones, ponte señales, atención a la calzada que debes recorrer. Vuelve, doncella de Israel, vuelve a éstas tus ciudades. ¿Hasta cuándo estarás indecisa, muchacha rebelde? El Señor crea algo nuevo en el país: la mujer cortejará al varón.

Ya llegan días —oráculo del Señor— en que sembraré en Israel y en Judá simiente de hombres y simiente de animales. Del mismo modo que estuve atento para arrancar y arrasar, para destruir, deshacer y maltratar, así de atento estaré para edificar y plantar —oráculo del Señor—.

Aquellos días ya no se dirá: “Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera”. Cada cual morirá por su pecado, quien coma agraces tendrá dentera.

Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—.

Ésta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: “Conoced al Señor”, pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados».

Responsorio: Salmo 50, 12. 11.

R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, * Renuévame por dentro con espíritu firme.

V. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. * Renuévame por dentro con espíritu firme.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre las bienaventuranzas: Sermón 95, 4-6.

La dicha del reino de Cristo.

Después de hablar de la pobreza, que tanta felicidad proporciona, siguió el Señor diciendo: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Queridísimos hermanos, el llanto al que está vinculado un consuelo eterno es distinto de la aflicción de este mundo. Los lamentos que se escuchan en este mundo no hacen dichoso a nadie. Es muy distinta la razón de ser de los gemidos de los santos, la causa que produce lágrimas dichosas. La santa tristeza deplora el pecado, el ajeno y el propio. Y la amargura no es motivada por la manera de actuar de la justicia divina, sino por la maldad humana. Y, en este sentido, más hay que deplorar la actitud del que obra mal que la situación del que tiene que sufrir por causa del malvado, porque al injusto su malicia le hunde en el castigo, en cambio, al justo su paciencia lo lleva a la gloria.

Sigue el Señor: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Se promete la posesión de la tierra a los sufridos y mansos, a los humildes y sencillos y a los que están dispuestos a tolerar toda clase de injusticias. No se ha de mirar esta herencia como vil y deleznable, como si estuviera separada de la patria celestial, de lo contrario no se entiende quién podría entrar en el reino de los cielos. Porque la tierra prometida a los sufridos, en cuya posesión han de entrar los mansos, es la carne de los santos. Esta carne vivió en humillación, por eso mereció una resurrección que la transforma y la reviste de inmortalidad gloriosa, sin temer nada que pueda contrariar al espíritu, sabiendo que van a estar siempre de común acuerdo. Porque entonces el hombre exterior será la posesión pacífica e inamisible del hombre interior.

Y, así, los sufridos heredarán en perpetua paz y sin mengua alguna la tierra prometida, cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Entonces lo que fue riesgo será premio, y lo que fue gravoso se convertirá en honroso.

Responsorio: Mateo 5, 5-6. 4.

R. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. * Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

V. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. * Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Oración:

Dios todopoderoso, que posees toda perfección, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre y concédenos que, al crecer nuestra piedad, alimentes todo bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 23a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 23a semana.

V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.

R. Presta oído a mis consejos.

Primera lectura: Jeremías 37, 21; 38, 14-28.

Jeremías, desde la cárcel, recomienda la paz a Sedecías.

En aquellos días, el rey Sedecías ordenó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia, y que le diesen una hogaza diaria de pan —de la calle de los Panaderos—, mientras hubiese pan en la ciudad. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia.

El rey Sedecías mandó que le trajeran al profeta Jeremías a la tercera entrada del templo del Señor. El rey le dijo:

«Quiero preguntarte una cosa. Y no me ocultes nada».

Jeremías le respondió:

«Si te digo la verdad, seguro que me matas. Y, si te doy un consejo, no me vas a escuchar».

Entonces el rey Sedecías juró en secreto a Jeremías:

«¡Por vida del Señor, que nos dio la vida, que no te mataré ni te entregaré en poder de esos hombres que te persiguen a muerte!».

Respondió Jeremías a Sedecías:

«Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: “Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás la vida, y no incendiarán la ciudad. Tú y tu familia seguiréis con vida. Pero, si no te rindes a los generales del rey de Babilonia, esta ciudad caerá en manos de los caldeos, que la incendiarán. Y tú no escaparás”».

El rey Sedecías dijo a Jeremías:

«Tengo miedo de que me entreguen en manos de los de Judá que se han pasado a los caldeos, y que me maltraten».

Respondió Jeremías:

«No te entregarán. Haz caso a lo que te dice el Señor a través de mí y todo te irá bien. Salvarás la vida. Pero, si te niegas a rendirte, esto es lo que me ha revelado el Señor: “Todas las mujeres que han quedado en el palacio real de Judá serán entregadas a los generales del rey de Babilonia, y dirán así:

‘Te han engañado y te han podido los que eran tus íntimos amigos; tus pies se han hundido en el barro y ellos se han retirado’.

Todas tus mujeres y tus hijos serán entregados a los caldeos. Y tú no te librarás de ellos, pues caerás en poder del rey de Babilonia, que incendiará la ciudad”».

Sedecías dijo a Jeremías:

«Que nadie se entere de lo que hemos hablado, de lo contrario morirás. Si los dignatarios se enteran de que he hablado contigo, y vienen a decirte: “Cuéntanos lo que has dicho al rey y no nos lo ocultes, de lo contrario te mataremos”, tú les respondes: “He estado suplicando al rey que no me llevasen de nuevo a casa de Jonatán, a morir allí”».

En efecto, los dignatarios fueron a interrogar a Jeremías, pero él les respondió conforme a las instrucciones del rey. Así que se fueron sin decir nada porque la cosa no se supo.

Jeremías se quedó en el patio de la guardia hasta el día en que fue conquistada Jerusalén.

Responsorio: 2a Corintios 6, 4-5; Judit 8, 23.

R. Demos prueba de que somos servidores de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, * Infortunios, apuros, golpes, cárceles.

V. Todos los que agradaron a Dios permanecieron fieles en medio de muchas tribulaciones. * Infortunios, apuros, golpes, cárceles.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre las bienaventuranzas: Sermón 95, 6-8.

La sabiduría cristiana.

Después de esto, el Señor prosiguió, diciendo: Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Esta hambre no desea nada corporal, esta sed no apetece nada terreno; el bien del que anhela saciarse consiste en la justicia, y el objeto por el que suspira es penetrar en el conocimiento de los misterios ocultos, hasta saciarse del mismo Dios.

Feliz el alma que ambiciona este manjar y anhela esta bebida; ciertamente no la desearía si no hubiera gustado ya antes de su suavidad. De esta dulzura, el alma recibió ya una pregustación, al oír al profeta que le decía: Gustad y ved qué bueno es el Señor; con esta pregustación, tanto se inflamó en el amor de los placeres castos, que, abandonando todas las cosas temporales, sólo puso ya su afecto en comer y beber la justicia, adhiriéndose a aquel primer mandamiento que dice: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda el alma y con todas tus fuerzas. Porque amar la justicia no es otra cosa sino amar a Dios.

Y, como este amor de Dios va siempre unido al amor que se interesa por el bien del prójimo, el hambre de la justicia se ve acompañada de la virtud de la misericordia; por ello, se añade a continuación: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Reconoce, oh cristiano, la altísima dignidad de esta tu sabiduría, y entiende bien cuál ha de ser tu conducta y cuáles los premios que se te prometen. La misericordia quiere que seas misericordioso, la justicia desea que seas justo, pues el Creador quiere verse reflejado en su criatura, y Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que tú realizas de las obras divinas. No quedará frustrada la fe de los que así obran, tus deseos llegarán a ser realidad, y gozarás eternamente de aquello que es el objeto de tu amor.

Y porque todo será limpio para ti, a causa de la limosna, llegarás también a gozar de aquella otra bienaventuranza que te promete el Señor, como consecuencia de lo que hasta aquí se te ha dicho: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Gran felicidad es ésta, amadísimos hermanos, para la que se prepara un premio tan grande. Pues, ¿qué significa tener limpio el corazón, sino desear las virtudes de que antes hemos hablado? ¿Qué inteligencia puede llegar a concebir, o qué palabras lograrán explicar la grandeza de una felicidad que consiste en ver a Dios? Y es esto precisamente lo que se realizará cuando la naturaleza humana se transforme, y podamos contemplar la divinidad no confusamente en un espejo, sino cara a cara, viendo tal como es a aquel a quien ningún hombre jamás contempló; entonces lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, lo alcanzaremos en el gozo inefable de una contemplación eterna.

Responsorio: Salmo 30, 20; 1a Corintios 2, 9.

R. Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles, * Y concedes a los que a ti se acogen.

V. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre lo puede pensar. * Y concedes a los que a ti se acogen.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 23a semana.

V. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.

R. Yo, Dios, tu Dios.

Primera lectura: Jeremías 42, 1-16; 43, 4-7.

Jeremías y el pueblo después de la caída de Jerusalén.

En aquellos días, los oficiales del ejército, acompañados de Yojanán, hijo de Caréaj, de Jezanías, hijo de Osaías, y del resto de la gente, del más pequeño al más grande, acudieron al profeta Jeremías y le dijeron:

«Acepta nuestra súplica y reza al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto, pues quedamos muy pocos de tantos que éramos, como bien puedes ver. Que el Señor, tu Dios, nos indique el camino que hemos de seguir y lo que debemos hacer».

El profeta Jeremías les respondió:

«De acuerdo. Rezaré al Señor, vuestro Dios, según me pedís. Y os comunicaré, sin ocultaros nada, todo lo que el Señor me responda».

Ellos dijeron a Jeremías:

«Que el Señor sea testigo veraz y fiel contra nosotros si no cumplimos todo lo que el Señor, tu Dios, te mande decirnos. Tanto si nos gusta como si no nos gusta, obedeceremos al Señor, nuestro Dios, a quien nosotros te enviamos. De este modo, si obedecemos al Señor, nuestro Dios, todo nos irá bien».

Pasados diez días, Jeremías recibió la palabra del Señor. Éste llamó a Yojanán, hijo de Caréaj, a todos sus oficiales y al resto de la gente, del más pequeño al más grande, y les dijo:

«Esto dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para presentarle vuestras súplicas: “Si os quedáis a vivir en esta tierra, os construiré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré, pues me pesa el mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, como hacéis ahora; no lo temáis —oráculo del Señor—, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su mano. Le infundiré compasión para que se compadezca de vosotros y os deje volver a vuestras tierras.

Pero si decís que no queréis habitar en este país —desoyendo así la voz del Señor, vuestro Dios—, y que preferís ir a vivir a Egipto, pensando que allí no conoceréis guerras, ni oiréis toques de alarma, ni pasaréis hambre, entonces, resto de Judá, escuchad la palabra del Señor: Esto dice el Señor del universo, Dios de Israel: Si os empeñáis en ir a Egipto para residir allí, la espada que teméis os alcanzará allí, en Egipto, y el hambre que os asusta os perseguirá en Egipto, donde moriréis”».

Yojanán, hijo de Caréaj, los oficiales del ejército y el resto de la gente se negaron a obedecer al Señor, que les mandaba quedarse a vivir en Judá. Así que Yojanán, hijo de Caréaj, y sus oficiales reunieron al resto de Judá, que había vuelto de todos los países por donde se habían dispersado: hombres y mujeres, niños y princesas reales, y cuantos Nabuzardán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicán y nieto de Safán. También se llevaron al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Nerías. Y así, desobedeciendo la voz del Señor, llegaron a Egipto y se instalaron en Tafne.

Responsorio: Jeremías 42, 2; Lamentaciones 5, 3.

R. Reza al Señor, tu Dios, por nosotros y por todo este resto; * Porque quedamos bien pocos de la multitud.

V. Hemos quedado huérfanos de padre, y nuestras madres han quedado viudas. * Porque quedamos bien pocos de la multitud.

Segunda lectura:
San León Magno: Sermón sobre las bienaventuranzas: Sermón 95, 8-9.

Mucha paz tienen los que aman tus leyes.

Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de Dios.

Pero para merecer este don es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Esta bienaventuranza, amadísimos, no puede referirse a cualquier clase de concordia o armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que alude el Apóstol cuando dice: Estad en paz con Dios, o a la que se refiere el salmista al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar.

Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con una profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor del mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que viven según la carne. Mas los que sin cesar se esfuerzan por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz jamás se apartan de la ley divina, diciendo, por ello, fielmente en la oración: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Éstos son los que obran la paz, éstos los que viven santamente unánimes y concordes, y por ello merecen ser llamados con el nombre eterno de hijos de Dios y coherederos con Cristo; todo ello lo realiza el amor de Dios y el amor del prójimo, y de tal manera lo realiza que ya no sienten ninguna adversidad ni temen ningún tropiezo, sino que, superado el combate de todas las tentaciones, descansan tranquilamente en la paz de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, que, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: Cf. Isaías 38, 3; 1a Juan 2, 6; 5, 3; 2, 5.

R. Tengamos para con Dios un corazón íntegro y sincero, * Hagamos su voluntad, guardemos sus mandamientos.

V. En esto el amor de Dios llega a su plenitud. * Hagamos su voluntad, guardemos sus mandamientos.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 23a semana.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

Primera lectura: Habacuc 1, 2 – 2, 4.

Plegaria en tiempo de desolación.

Oráculo que vio el profeta Habacuc.

¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?

¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas? Por ello, la ley se debilita y el derecho jamás prevalece, el malvado acorrala al justo y así sale el derecho pervertido.

Mirad, contemplad atentos a las naciones, llenaos de espanto, pues en vuestros días se hará tal obra que no la creeríais si os la contasen. Movilizo a los caldeos, pueblo duro e impetuoso, que ensancha la tierra con su venida, se apodera de gentes que no son suyas.

Temible y terrible, él es la fuente de su derecho y su decisión. Sus caballos, más veloces que panteras, más feroces que lobos nocturnos. Sus jinetes cargan, de lejos cabalgan, vuelan como águila lanzada sobre su presa.

Todo en ellos es violencia, sus rostros miran hacia Oriente, reúnen como arena a los prisioneros. Se ríe de los reyes y se burla de los príncipes. Se mofa de todas las fortalezas, construye rampas y las conquista. Entonces se renueva su ardor, sigue y se instala. Para él, su fuerza es su dios.

Señor, ¿no eres, desde siempre, mi Dios? ¡Oh, Santo, que no muramos! Señor, lo pusiste para sentenciar; ¡oh, Roca!, lo estableciste para juzgar.

Tus ojos, puros para contemplar el mal, no soportan ver la opresión. ¿Por qué, pues, ves a los traidores y callas, cuando el malvado se traga al justo?

Tratas a los hombres como a peces del mar, como a reptiles sin dueño. Los atrapa a todos con su anzuelo, los arrastra con su red; los amontona en su barca contento y alegre. Por eso ofrecen sacrificios a su red e incienso a su barca, pues en ellos tienen su sustento, su ración y comida abundante. ¿Seguirá vaciando su red, asesinando pueblos sin compasión?

Aguantaré de pie en mi guardia, me mantendré erguido en la muralla y observaré a ver qué me responde, cómo replica a mi demanda.

Me respondió el Señor:

«Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido; pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará. Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá».

Responsorio: Hebreos 10, 37-38. 39.

R. Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; * Mi justo vivirá de fe.

V. Nosotros somos gente que no se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. * Mi justo vivirá de fe.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón 5 sobre diversas materias, 1-4.

Me pondré de centinela para escuchar lo que me dice.

Leemos en el Evangelio que en cierta ocasión, al predicar el Salvador y al exhortar a sus discípulos a participar de su pasión comiendo sacramentalmente su carne, hubo quienes dijeron: Este modo de hablar es duro. Y dejaron ya de ir con él. Preguntados los demás discípulos si también ellos querían marcharse, respondieron: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Lo mismo os digo yo, queridos hermanos. Hasta ahora para algunos es evidente que las palabras que dice Cristo son espíritu y son vida, y por eso lo siguen. A otros, en cambio, les parecen inaceptables y tratan de buscar al margen de él un mezquino consuelo. Está llamando la sabiduría por las plazas, en el espacioso camino que lleva a la perdición, para apartar de él a los que por él caminan.

Finalmente, dice: Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado». Y en otro salmo se lee: Dios ha hablado una vez. Es cierto: una sola vez. Porque siempre está hablando, ya que su palabra es una sola, sin interrupción, constante, eterna.

Esta voz hace reflexionar a los pecadores. Acusa los desvíos del corazón: y en él vive, y dentro de él habla. Está realizando, efectivamente, lo que manifestó por el profeta, cuando decía: Hablad al corazón de Jerusalén.

Ved, queridos hermanos, qué provechosamente nos advierte el salmista que, si escuchamos hoy su voz, no endurezcamos nuestros corazones. Casi idénticas palabras encontramos en el Evangelio y en el salmista. El Señor nos dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz. Y el santo David dice en el salmo: Su pueblo (evidentemente el del Señor), el rebaño que él guía, ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón».

Escucha, finalmente, las palabras del profeta Habacuc. No usa de eufemismos, sino de expresiones claras, pero que expresan solicitud, para dirigirse a su pueblo: Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas. También nosotros, queridos hermanos, pongámonos de centinela, porque es tiempo de lucha.

Adentrémonos en lo íntimo del corazón, donde vive Cristo. Permanezcamos en la sensatez, en la prudencia, sin poner la confianza en nosotros, fiándonos de nuestra débil guardia.

Responsorio: Salmo 17, 23; 18, 9; 1a Juan 2, 5.

R. Tuve presentes los mandamientos del Señor y no me aparté de sus preceptos. * Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

V. Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. * Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 23a semana.

V. La explicación de tus palabras ilumina.

R. Da inteligencia a los ignorantes.

Primera lectura: Habacuc 2, 5-20.

Maldiciones contra los opresores.

¡Cuánto más el orgulloso se portará como traidor y fanfarrón, saliéndose de sus límites! Ese que abre sus fauces como el Abismo es como la muerte y no se sacia; juntó para sí a todos los pueblos y reunió para sí a todas las naciones. ¿Y no pregonarán todos éstos un poema, una adivinanza, un enigma a su costa? Dirán:

«¡Ay del que acumula lo que no es suyo! ¿Hasta cuándo amontonará para él prendas empeñadas? ¿No se levantarán de pronto tus acreedores, se despertarán los que te asustan y te saquearán en su provecho? Puesto que expoliaste incontables pueblos, te expoliarán todos los demás, por la sangre humana y la violencia en el país, sus ciudades y sus habitantes.

¡Ay del que enriquece su casa con pérfidas ganancias, poniendo bien alto su nido para protegerse así de la adversidad! La vergüenza de tu casa has planeado y has pecado al exterminar tantas naciones; las piedras de los muros gritan, las vigas de madera claman.

¡Ay del que construye su ciudad con sangre y la asienta en el crimen! ¿No es voluntad del Señor del universo que se afanen las naciones para el fuego y los pueblos trabajen en vano? Pues se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor, como las aguas cubren el mar.

¡Ay del que hace beber a su compañero, mezclando su bebida hasta embriagarlo y ver así su desnudez! Te saciaste de vergüenza, no de gloria, bebe también tú, y enseña tu prepucio. Que el Señor te haga beber la copa de su cólera, y cambie tu gloria en vergüenza. Pues la violencia hecha al Líbano caerá sobre ti y el exterminio de sus fieras te aterrará, por la sangre humana y la violencia en el país, en sus ciudades y en todos sus habitantes. ¿Para qué sirve un ídolo si es ídolo de artesano, una imagen fundida, un oráculo engañoso? ¿Cómo confía el artesano en su producto, si fabrica dioses mudos?

¡Ay del que dice a la madera: ¡levántate!, y a la piedra muda: ¡despierta! ¿Es ella quien enseña? Ahí está, chapada de oro y plata, pero sin rastro de espíritu en su seno. Pero el Señor está en su santo templo: ¡Silencio ante él toda la tierra!».

Responsorio: Romanos 2, 12; 3, 23; 11, 32.

R. Los que pecaban sin estar bajo la ley perecerán sin que intervenga la ley; los que pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados. * Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios.

V. Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. * Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios.

Segunda lectura:
San Bernardo: Sermón 5 sobre diversas materias 4-5.

Sobre los grados de la contemplación.

Vigilemos en pie, apoyándonos con todas nuestras fuerzas en la roca firmísima que es Cristo, como está escrito: Afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos. Apoyados y afianzados en esta forma, veamos qué nos dice y qué decimos a quien nos pone objeciones.

Amadísimos hermanos, éste es el primer grado de la contemplación: pensar constantemente qué es lo que quiere el Señor, qué es lo que le agrada, qué es lo que resulta aceptable en su presencia. Y, pues todos faltamos a menudo, y nuestro orgullo choca contra la rectitud de la voluntad del Señor, y no puede aceptarla ni ponerse de acuerdo con ella, humillémonos bajo la poderosa mano del Dios altísimo y esforcémonos en poner nuestra miseria a la vista de su misericordia, con estas palabras: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré a salvo. Y también aquellas otras: Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.

Una vez que se ha purificado la mirada de nuestra alma con esas consideraciones, ya no nos ocupamos con amargura en nuestro propio espíritu, sino en el espíritu divino, y ello con gran deleite. Y ya no andamos pensando cuál sea la voluntad de Dios respecto a nosotros, sino cuál sea en sí misma.

Y, ya que la vida está en la voluntad del Señor, indudablemente lo más provechoso y útil para nosotros será lo que está en conformidad con la voluntad del Señor. Por eso, si nos proponemos de verdad conservar la vida de nuestra alma, hemos de poner también verdadero empeño en no apartarnos lo más mínimo de la voluntad divina.

Conforme vayamos avanzando en la vida espiritual, siguiendo los impulsos del Espíritu, que ahonda en lo más íntimo de Dios, pensemos en la dulzura del Señor, qué bueno es en sí mismo. Pidamos también, con el salmista, gozar de la dulzura del Señor, contemplando, no nuestro propio corazón, sino su templo, diciendo con el mismo salmista: Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo.

En estos dos grados está todo el resumen de nuestra vida espiritual: Que la propia consideración ponga inquietud y tristeza en nuestra alma, para conducirnos a la salvación, y que nos hallemos como en nuestro elemento en la consideración divina, para lograr el verdadero consuelo en el gozo del Espíritu Santo. Por el primero, nos fundaremos en el santo temor y en la verdadera humildad; por el segundo, nos abriremos a la esperanza y al amor

Responsorio: Salmo 110, 10; Sabiduría 6, 18; Eclesiástico 19, 18.

R. Primicia de la sabiduría es el temor del Señor, tienen buen juicio los que lo practican; * La alabanza del Señor dura por siempre.

V. El amor a la sabiduría es la observancia de sus leyes, porque el temor del Señor es síntesis de la sabiduría. * La alabanza del Señor dura por siempre.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 23a semana.

V. En ti, Señor, está la fuente viva.

R. Y tu luz nos hace ver la luz.

Primera lectura: Lamentaciones 1, 1-12. 18-20.

Jerusalén devastada.

¡Qué solitaria se encuentra la ciudad populosa! Como una viuda ha quedado la primera de las naciones. La princesa de las provincias, sometida a tributo.

Pasa la noche llorando: las lágrimas riegan sus mejillas; ninguno de sus amantes le ofrece consuelo; todos sus amigos la han traicionado, se han vuelto sus enemigos.

Judá marcha al destierro, humillada y esclavizada; habita entre gentiles, no encuentra descanso; sus perseguidores la han dado caza y se encuentra angustiada.

Los caminos de Sión están de luto, nadie acude a las fiestas; sus puertas están desoladas, sus sacerdotes, llorando; sus doncellas están apenadas, y ella misma llena de amargura.

Sus enemigos están al frente, sus adversarios prosperan, pues el Señor la ha afligido por sus muchos delitos; sus niños marchan al cautiverio delante del enemigo.

La hija de Sión ha perdido toda su hermosura; sus príncipes, como ciervos que no encuentran pasto, se derrumban desfallecidos ante el perseguidor.

Jerusalén recuerda sus días tristes de vida errante, añorando los tesoros que había reunido desde antiguo, cuando su pueblo caía en manos enemigas y nadie la socorría; la miran los enemigos y se ríen de su destrucción.

Gravemente pecó Jerusalén, se ha convertido en sarcasmo; al verla desnuda, la desprecian cuantos la honraban; y ella, entre sollozos, se vuelve de espaldas.

Lleva su impureza en los vestidos, no imaginó este final. Asombrosa ha sido su caída, no hay quien la consuele. «¡Mira, Señor, mi aflicción, cómo se crece el enemigo!».

El enemigo se ha apropiado de todos sus tesoros; ella ha visto entrar en su santuario a los gentiles, a quienes habías prohibido entrar en tu asamblea.

Todo su pueblo, entre sollozos, anda buscando pan; ofrece sus tesoros para comer y recobrar las fuerzas. «¡Mira, Señor, contempla qué envilecida estoy!

Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira.

Justo ha sido el Señor, pues fui rebelde a su mandato. Escuchad, por favor, todos los pueblos y ved mi dolor; mis doncellas y mis jóvenes han marchado al cautiverio.

Llamé a mis amantes, pero me han traicionado; mis sacerdotes y mis ancianos murieron en la ciudad, mientras buscaban alimento para recobrar las fuerzas.

¡Contempla, Señor, mi angustia; me bullen las entrañas!; se me revuelve dentro el corazón, porque he sido muy rebelde; fuera, la espada me deja sin hijos; en casa, la muerte».

Responsorio: Cf. Job 16, 17; Lamentaciones 1, 16. 18. 12.

R. La sombra me vela los ojos de tanto llorar; no tengo cerca quien me consuele; pueblos todos, mirad: * ¿Hay dolor como mi dolor?

V. Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: * ¿Hay dolor como mi dolor?

Segunda lectura:
San Bruno: Comentario sobre los salmos: Salmo 83.

Si me olvido de ti, Jerusalén.

¡Qué deseables son tus moradas! Mi alma se consume y anhela llegar a los atrios del Señor, es decir, desea llegar a la Jerusalén del cielo, la gran ciudad del Dios vivo.

El salmista nos muestra cuál sea la razón por la que desea llegar a los atrios del Señor: «Lo deseo, Señor, Dios de los ejércitos celestiales, Rey mío y Dios mío, porque son dichosos los que viven en tu casa, la Jerusalén celestial». Es como si dijera: «¿Quién no anhelará llegar a tus atrios, siendo tú el mismo Dios, el Señor de los ejércitos, el Rey del universo? ¿Quién no anhelará penetrar en tu tabernáculo si son dichosos los que viven en tu casa?». Atrios y casa significan aquí lo mismo. Y cuando dice aquí dichosos ya se sobrentiende que tienen tanta dicha cuanta el hombre es capaz de concebir. Por ello, son dichosos los que habitan en sus atrios, porque alaban a Dios con un amor totalmente definitivo, que durará por los siglos de los siglos, es decir, eternamente; y no podrían alabar eternamente, si no fueran eternamente dichosos.

Esta dicha nadie puede alcanzarla por sus propias fuerzas, aunque posea ya la esperanza, la fe y el amor; únicamente la logra el hombre dichoso que encuentra en ti su fuerza, y con ella dispone su corazón para que llegue a esta suprema felicidad, que es lo mismo que decir: únicamente alcanza esta suprema dicha aquel que, después de ejercitarse en las diversas virtudes y buenas obras, recibe además el auxilio de la gracia divina; pues por sí mismo nadie puede llegar a esta suprema felicidad, como lo afirma el mismo Señor: Nadie ha subido al cielo —se entiende por sí mismo—, sino el Hijo del hombre que está en el cielo.

Afirmo que dispone su corazón para subir hasta esta suprema felicidad, porque, de hecho, el hombre se encuentra en un árido valle de lágrimas, es decir, en un mundo que, en comparación con la vida eterna, que viene a ser como un monte repleto de alegría, es un valle profundo donde abundan los sufrimientos y las tribulaciones.

Pero, como sea que el profeta declara dichoso al hombre que encuentra en ti su fuerza, podría alguien preguntarse: «¿Concede Dios su ayuda para conseguir esto?». A ello respondo: «Sin duda alguna, Dios concede a los santos este auxilio». En efecto, nuestro legislador, Cristo, el mismo que nos dio la ley, nos ha dado y continuará dándonos sin cesar sus bendiciones; con ellas nos irá elevando hacia la dicha suprema, y así subiremos, de altura en altura, hasta que lleguemos a contemplar a Cristo, el Dios de los dioses; él nos divinizará en la futura Jerusalén del cielo: por esto, allí podremos contemplar al Dios de los dioses, es decir, a la Santa Trinidad en sus mismos santos; es decir, nuestra inteligencia sabrá descubrir en nosotros mismos a aquel Dios a quien nadie en este mundo pudo ver, y de esta forma Dios lo será todo en todos.

Responsorio: 1a Juan 3, 2-3.

R. Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. * Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

V. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. * Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 23a semana.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.

R. Y marcharemos por sus sendas.

Primera lectura: Lamentaciones 3, 1-33.

Llanto y esperanza.

Yo soy el hombre que ha conocido el sufrimiento bajo la vara de su cólera; me ha conducido y llevado a la tiniebla y no a la luz; contra mí ha vuelto sin parar su mano todo el día.

Ha consumido mi carne y mi piel, ha quebrado mis huesos; ha levantado un cerco y me ha rodeado de veneno y pesadumbre; me ha confinado en las tinieblas, como a los muertos de antaño.

Me ha tapiado y no puedo salir, me ha cargado con pesadas cadenas; aunque grito y pido socorro, cierra sus oídos a mi súplica; ha cerrado mis caminos con sillares, ha retorcido mis sendas.

Ha sido para mí un oso al acecho, un león entre escondrijos; ha desbaratado mis caminos para despedazarme, me ha dejado desolado; ha disparado su arco y me ha hecho blanco de sus saetas.

Me ha clavado en los riñones las flechas de su aljaba; soy la burla de todo mi pueblo, su copla todo el día; me ha colmado de amarguras, me ha saciado de ajenjo.

Me ha roto los dientes con piedras, me ha aplastado en el polvo; he perdido la paz, me he olvidado de la dicha; me dije: «Ha sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor».

Recordar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré: que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!; me digo: «¡Mi lote es el Señor, por eso esperaré en él!».

El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor; es bueno que el hombre cargue con el yugo desde su juventud.

Siéntese solo y silencioso cuando el Señor se lo impone; ponga su boca en el polvo, quizá haya esperanza; ponga la mejilla al que lo maltrata y se harte de oprobios.

Porque el Señor no rechaza para siempre; y si hace sufrir, se compadece conforme a su inmensa bondad; pues no se complace en humillar y afligir a los humanos.

Responsorio: Lamentaciones 3, 52. 54. 56. 57. 58; Hechos Apóstoles 21, 13.

R. Los que me odian sin razón me han dado caza, y pienso: «Estoy perdido». Oíste mi voz, Señor, * Y me dijiste: «No temas». Te encargaste de defender mi causa y de salvar mi vida.

V. No sólo estoy dispuesto a llevar cadenas, sino incluso a morir por el Señor Jesús. * Y me dijiste: «No temas». Te encargaste de defender mi causa y de salvar mi vida.

Segunda lectura:
Beato Isaac, abad del monasterio de Stella: Sermón 11.

Nada quiere perdonar Cristo sin la Iglesia.

Hay dos cosas que son de la exclusiva de Dios: la honra de la confesión y el poder de perdonar. Hemos de confesarnos a él. Hemos de esperar de él el perdón. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Por eso, hemos de confesar ante él. Pero, al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies. Porque brotó de su costado. En él le otorgó las arras de su matrimonio. Y, del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es del Padre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la esposa, y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo y con el Padre: Éste es mi deseo, dice Cristo, dirigiéndose al Padre en favor de su esposa, que ellos también sean uno en nosotros, como tú en mí y yo en ti.

Por eso, el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella de impropio, lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la esposa. Todo lo borró por el madero. Tomó sobre sí lo que era propio de la naturaleza de la esposa y se revistió de ello; a su vez, le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina. En efecto, hizo desaparecer lo que era diabólico, tomó sobre sí lo que era humano y comunicó lo divino. Y así es del Esposo todo lo de la esposa. Por eso, el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño pudo muy bien decir: Misericordia, Señor, que desfallezco. De esta manera, participa él en la debilidad y en el llanto de su esposa, y todo resulta común entre el esposo y la esposa, incluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: Ve a presentarte al sacerdote.

Nada podría perdonar la Iglesia sin Cristo: nada quiere perdonar Cristo sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia, sino al que se arrepiente, o sea, al que ha sido tocado por Cristo. Nada quiere mantener perdonado Cristo al que desprecia a la Iglesia. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Es éste un gran misterio; y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

No quites la cabeza al cuerpo. Así no podría estar el Cristo total en ninguna parte. En ningún sitio está entero Cristo sin su Iglesia. En ningún sitio está entera la Iglesia sin Cristo. Porque el Cristo entero e integral es cabeza y cuerpo. Por eso dice el Evangelio: Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y éste es el único hombre que puede perdonar los pecados.

Responsorio: Juan 17, 9. 21. 22. 18.

R. Te ruego por ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti. También les di a ellos la gloria que me diste, * Para que sean uno, como nosotros somos uno.

V. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. * Para que sean uno, como nosotros somos uno.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 23a semana

V. Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura: Lamentaciones 5, 1-22.

Súplica por el rescate del pueblo.

Recuerda, Señor, lo que nos ha sucedido, contempla y mira nuestra vergüenza.

Nuestra heredad ha pasado a extraños, nuestras casas a extranjeros. Hemos quedado huérfanos, sin padre, nuestras madres, como viudas. Bebemos nuestra agua a cambio de plata, compramos nuestra leña pagando su precio. Nos persiguen, están encima de nosotros, estamos cansados, no encontramos reposo. Hemos tendido la mano a Egipto, a Asiria para saciarnos de pan.

Nuestros padres pecaron y ya han muerto, y nosotros cargamos con sus culpas. Estamos dominados por unos esclavos, y nadie nos libera de su mano. Arriesgamos la vida por nuestro pan, desafiando la espada en el desierto. Nuestra piel abrasa como un horno, por los ardores del hambre.

Violaron a las mujeres en Sión, a las doncellas en las ciudades de Judá. Colgaron a los príncipes de las manos, los ancianos no han sido respetados. Los jóvenes tuvieron que mover el molino, y los niños desfallecían bajo los haces de leña.

Los ancianos ya no acuden a la puerta, los jóvenes han olvidado sus cantares. Ha cesado la alegría de nuestro corazón, nuestra danza se ha convertido en lamento. Ha caído la corona de nuestra cabeza, ¡ay de nosotros, que hemos pecado!

Por eso está abatido nuestro corazón, por todo esto se nos nublan los ojos. Porque el monte Sión está desolado, los zorros se pasean por él. Pero tú, Señor, permaneces por siempre, tu trono de generación en generación. ¿Te olvidarás de nosotros para siempre, nos abandonarás perpetuamente?

Haznos volver a ti, Señor, y volveremos, renueva nuestros días como antaño. Aunque nos hayas despreciado inmensamente y tu enojo contra nosotros haya sido muy grande.

Responsorio: Lamentaciones 5, 19. 20-21; Mateo 8, 25.

R. Tú, Señor, eres rey por siempre, ¿por qué te olvidas siempre de nosotros? * Tráenos hacia ti para que volvamos.

V. ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! * Tráenos hacia ti para que volvamos.

Segunda lectura:
San Atanasio: Sermón sobre la encarnación del Verbo, 10.

Renueva los tiempos pasados.

El Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no abandonó la naturaleza humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo, destruyó la muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de corregir su descuido, adoctrinándolo, y restauró todas las cosas humanas con su eficacia y poder.

Estas afirmaciones de los teólogos hallan apoyo en el testimonio de los discípulos del Salvador, como se lee en sus escritos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos, nuestro Señor Jesucristo. Y en otro pasaje: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Más adelante, la Escritura prueba que el único que debía hacerse hombre era el Verbo de Dios, cuando dice: Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. Con estas palabras, da a entender que el único que debía librar al hombre de su corrupción era el Verbo de Dios, el mismo que lo había creado desde el principio.

Prueba además que el Verbo mismo tomó un cuerpo precisamente con el fin de ofrendarse por los que tenían cuerpos semejantes. Y así lo dice: Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Ya que, al inmolar su propio cuerpo, acabó con la ley que pesaba contra nosotros y renovó el principio de vida con la esperanza de la resurrección.

Como la muerte había cobrado fuerzas contra los hombres, de los mismos hombres, por eso, se logró la victoria sobre la muerte y la resurrección para la vida por el mismo Verbo de Dios, hecho hombre para los hombres, y así pudo decir muy bien aquel hombre lleno de Cristo: Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Y lo demás que pone a continuación. Así que no morimos ya para ser condenados, sino para ser resucitados de entre los muertos. Esperamos la común resurrección de todos. A su tiempo nos la dará Dios, que la hace y la comunica.

Responsorio: Romanos 3, 23-25; 1a Corintios 15, 22.

R. Todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, * A quien constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.

V. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. * A quien constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.

Oración:

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 24a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 24a semana.

V. La palabra del Señor es viva y eficaz.

R. Más tajante que espada de doble filo.

Primera lectura: Ezequiel 1, 3-14. 22-28a.

Visión de la gloria de Dios en el destierro.

Vino la palabra del Señor sobre Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en tierra de los caldeos, a orillas del río Quebar.

Allí se posó sobre él la mano del Señor. Vi un viento huracanado que venía del norte: una gran nube y un fuego zigzagueante con un resplandor en torno, y desde el centro del fuego como un resplandor de ámbar, y en el centro de todo la figura de cuatro seres vivientes.

Éste era su aspecto: tenían forma humana, con cuatro rostros y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas y las plantas de sus pies como las de un becerro. Brillaban como bronce bruñido. Debajo de las alas tenían manos humanas por los cuatro costados; los cuatro tenían rostros y alas. Sus alas se juntaban una a la otra. No se volvían al caminar; caminaban de frente.

Su rostro tenía este aspecto: rostro de hombre y rostro de león por el lado derecho de los cuatro, rostro de toro por el lado izquierdo de los cuatro, rostro de águila los cuatro. Sus alas estaban extendidas hacia arriba: un par de alas se juntaban, otro par de alas les cubría el cuerpo. Los cuatro caminaban de frente; avanzaban a favor del viento, sin volverse al caminar.

Y en medio de los vivientes había como ascuas encendidas; parecían antorchas agitándose entre los vivientes. Había un resplandor de fuego y de él salían relámpagos. Los seres vivientes corrían en todas direcciones, como rayos.

Sobre la cabeza de los seres vivientes se extendía una especie de bóveda, de admirable esplendor, como de cristal. Bajo la bóveda, sus alas estaban horizontalmente emparejadas; cada uno se cubría el cuerpo con un par.

Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como estruendo de aguas caudalosas, como la voz del Todopoderoso, como griterío de multitudes, como estruendo de tropas. Cuando se detenían, replegaban sus alas.

También se oyó un estruendo sobre la bóveda que estaba encima de sus cabezas; cuando se detenían, replegaban sus alas.

Y por encima de la bóveda, que estaba sobre sus cabezas, había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre. Y vi un brillo como de ámbar (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecían sus caderas para arriba, y de lo que parecían sus caderas para abajo vi algo así como fuego, rodeado de resplandor, como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la apariencia del resplandor en torno. Era la apariencia visible de la Gloria del Señor.

Responsorio: Cf. Ezequiel 1, 26; 3, 12; Apocalipsis 5, 13.

R. Vi sobre una especie de trono una figura que parecía un hombre, y oí el estruendo de un gran terremoto: * Bendita sea la gloria del Señor en el lugar donde mora.

V. Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. * Bendita sea la gloria del Señor en el lugar donde mora.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 1-2.

Somos cristianos y somos obispos.

No acabáis de aprender ahora precisamente que toda nuestra esperanza radica en Cristo y que él es toda nuestra verdadera y saludable gloria, pues pertenecéis a la grey de aquel que dirige y apacienta a Israel. Pero, ya que hay pastores a quienes les gusta que les llamen pastores, pero que no quieren cumplir con su oficio, tratemos de examinar lo que se les dice por medio del profeta. Vosotros escuchad con atención, y nosotros escuchemos con temor.

Me vino esta palabra del Señor: «Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles». Acabamos de escuchar esta lectura; ahora podemos comentarla con vosotros. El Señor nos ayudará a decir cosas que sean verdaderas, en vez de decir cosas que sólo sean nuestras. Pues, si sólo dijésemos las nuestras, seríamos pastores que nos estaríamos apacentando a nosotros mismos, y no a las ovejas; en cambio, si lo que decimos es suyo, él es quien os apacienta, sea por medio de quien sea. Esto dice el Señor: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?». Es decir, que no tienen que apacentarse a sí mismos, sino a las ovejas. Ésta es la primera acusación dirigida contra estos pastores, la de que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas. ¿Y quiénes son ésos que se apacientan a sí mismos? Los mismos de los que dice el Apóstol: Todos sin excepción buscan su interés, no el de Jesucristo.

Por nuestra parte, nosotros que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir una peligrosa cuenta, y en el que nos puso el Señor según su dignación y no según nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas completamente distintas: la primera, que somos cristianos, y, la segunda, que somos obispos. Lo de ser cristianos es por nuestro propio bien; lo de ser obispos, por el vuestro. En el hecho de ser cristianos, se ha de mirar a nuestra utilidad; en el hecho de ser obispos, la vuestra únicamente.

Son muchos los cristianos que no son obispos y llegan a Dios quizás por un camino más fácil y moviéndose con tanta mayor agilidad, cuanto que llevan a la espalda un peso menor. Nosotros, en cambio, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir a Dios cuentas de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio.

Responsorio: Salmo 22, 1-2. 3.

R. El Señor es mi pastor, nada me falta: * En verdes praderas me hace recostar.

V. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. * En verdes praderas me hace recostar.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 24a semana.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.

R. Más que miel en la boca.

Primera lectura: Ezequiel 2, 8 – 3, 11. 16-21.

Vocación de Ezequiel.

En aquellos días me vino la palabra del Señor:

«Ahora, hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la boca y come lo que te doy».

Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito en el anverso y en el reverso; tenía escritas elegías, lamentos y ayes. Entonces me dijo:

«Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel».

Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome:

«Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy».

Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel. Me dijo:

«Hijo de hombre, anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras, pues no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lengua extranjera, sino a la casa de Israel; ni a muchos pueblos de idioma extraño y de lengua extranjera que no comprendes. Por cierto que, si a éstos te enviara, te escucharían. En cambio, la casa de Israel no querrá escucharte, porque no quieren escucharme a mí. Pues todos los de la casa de Israel son de dura cerviz y corazón obstinado. Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza terca como la de ellos; como el diamante, más dura que el pedernal hago tu cabeza. No les tengas miedo ni te espantes de ellos, aunque sean un pueblo rebelde».

Y añadió:

«Hijo de hombre, todas las palabras que yo te diga, recíbelas en tu corazón y escúchalas atentamente. Anda, vete a los deportados, a tus compatriotas; les hablarás y les dirás: “Esto dice el Señor”, te escuchen o no te escuchen».

Al cabo de los siete días, el Señor me dirigió esta palabra:

«Hijo de hombre, te he constituido centinela de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, los amonestarás de parte mía.

Si yo digo al malvado “morirás inexorablemente”, y tú no lo habías amonestado ni le habías advertido que se apartara de su perversa conducta para conservar la vida, el malvado morirá por su culpa; pero a ti te pediré cuenta de su vida. En cambio, si amonestas al malvado y él no se convierte de su maldad y de su perversa conducta, entonces él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida.

Si, al contrario, el justo se desvía de su justicia y obra mal, yo le pondré una trampa y morirá. Como tú no lo has amonestado, él morirá por su pecado, y no se tendrán en cuenta las obras buenas que había hecho; pero a ti te pediré cuenta de su vida.

Pero si tú amonestas al justo para que no peque, y no peca, ciertamente él conservará la vida, porque había sido amonestado, y tú habrás salvado la tuya».

Responsorio: Ezequiel 3, 17; 2, 6. 8; 3, 8.

R. Te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. * Tú no les tengas miedo ni seas rebelde.

V. Mira, hago tu rostro tan duro como el de ellos, y tu cabeza terca como la de ellos. * Tú no les tengas miedo ni seas rebelde.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 3-4.

Los pastores que se apacientan a sí mismos.

Oigamos, pues, lo que la palabra divina, sin halagos para nadie, dice a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas: Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas y, las ovejas, no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo.

Se acusa a los pastores que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por lo que buscan y lo que descuidan. ¿Qué es lo que buscan? Os coméis su enjundia, os vestís con su lana. Pero por qué dice el Apóstol: ¿Quién planta una viña, y no come de su fruto? ¿Qué pastor no se alimenta de la leche del rebaño? Palabras en las que vemos que se llama leche del rebaño a lo que el pueblo de Dios da a sus responsables para su sustento temporal. De eso hablaba el Apóstol cuando decía lo que acabamos de referir.

Ya que el Apóstol, aunque había preferido vivir del trabajo de sus manos y no exigir de las ovejas ni siquiera su leche, sin embargo, afirmó su derecho a percibir aquella leche, pues el Señor había dispuesto que los que anuncian el Evangelio vivan de él. Y, por eso, dice que otros de sus compañeros de apostolado habían hecho uso de aquella facultad, no usurpada sino concedida. Pero él fue más allá y no quiso recibir siquiera lo que se le debía. Renunció, por tanto, a su derecho, pero no por eso los otros exigieron algo indebido: simplemente, fue más allá. Quizás pueda relacionarse con esto lo de aquel hombre que dijo, al conducir al herido a la posada: Lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.

¿Y qué más vamos a decir de aquellos pastores que no necesitan la leche del rebaño? Que son misericordiosos, o mejor, que desempeñan con más largueza su deber de misericordia. Pueden hacerlo, y por esto lo hacen. Han de ser alabados por ello, sin por eso condenar a los otros. Pues el Apóstol mismo, que no exigía lo que era un derecho suyo, deseaba, sin embargo, que las ovejas fueran productivas, y no estériles y faltadas de leche.

Responsorio: Ezequiel 34, 15-16.

R. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear —oráculo del Señor Dios—. * Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas.

V. Curaré a las enfermas, a las gordas y fuertes las guardaré. * Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 24a semana.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.

R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

Primera lectura: Ezequiel 8, 1-6. 16 – 9, 10.

Juicio contra la Jerusalén pecadora.

El año sexto, el día cinco del sexto mes, estando yo sentado en mi casa y los ancianos de Judá sentados frente a mí, bajó sobre mí la mano del Señor.

Vi una figura que tenía aspecto humano. De lo que parecían sus caderas, y hacia abajo, era de fuego; de sus caderas para arriba, tenía el aspecto de un resplandor, como el brillo del ámbar. Alargando una forma de mano, me aferró por los cabellos. El espíritu me levantó entre el cielo y la tierra y me llevó en visión divina a Jerusalén, a la entrada del pórtico interior que mira hacia el norte, donde estaba la estatua de los celos, que provoca los celos. Allí estaba la Gloria del Dios de Israel, como en la visión que había contemplado en la vega. Me dijo:

«Hijo de hombre, dirige la mirada hacia el norte».

Dirigí la mirada hacia el norte. Al norte del pórtico del altar, a la entrada, estaba la estatua de los celos. Y añadió:

«Hijo de hombre, ¿ves lo que hacen éstos, las graves acciones detestables que comete aquí la casa de Israel para que me aleje de mi santuario? Pues aún verás acciones más detestables».

Después me llevó al atrio interior del templo. A la entrada del templo del Señor, entre el pórtico y el altar, había unos veinticinco hombres, que de espaldas al templo y mirando hacia el oriente adoraban al sol. Me dijo:

«¿Has visto, hijo de hombre? ¿No le bastan a la casa de Judá las acciones detestables que aquí cometen, que colman el país de violencias, indignándome más y más con sus ritos idolátricos? Pues yo también los trataré con furor: no tendré compasión ni tendré piedad. Me invocarán a voz en grito, pero no los escucharé».

Entonces oí que exclamaba con voz potente:

«¡Ha llegado el juicio de la ciudad! Que cada uno empuñe su arma destructora».

Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte. Cada uno empuñaba una maza. En medio de ellos estaba un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar se detuvieron junto al altar de bronce. La Gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, dirigiéndose al umbral del templo. Llamó al hombre vestido de lino, que tenía los avíos de escribano a la cintura. El Señor le dijo:

«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén, y marca en la frente a los que gimen y se lamentan por las acciones detestables que en ella se cometen».

A los otros les dijo en mi presencia:

«Recorred la ciudad detrás de él, golpeando sin compasión y sin piedad. A viejos, jóvenes y doncellas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero no os acerquéis a ninguno de los que tienen la señal. Comenzaréis por mi santuario».

Y comenzaron por los ancianos que estaban frente al templo. Luego les dijo:

«Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad».

Sólo yo quedé con vida. Mientras ellos estaban matando, caí rostro en tierra y grité:

«¡Ay, Señor! ¿Vas a exterminar al resto de Israel, derramando tu cólera sobre Jerusalén?».

Me respondió:

«Grande, muy grande es el delito de la casa de Israel y de Judá; el país se ha llenado de crímenes; la ciudad está llena de perversión. Han llegado a decir: “El Señor ha abandonado el país, el Señor no ve nada”. Pues tampoco yo tendré compasión ni piedad. He dado a cada uno su merecido».

Entonces el hombre vestido de lino, con los avíos a la cintura, retomó la palabra y dijo:

«He hecho como me ordenaste».

Responsorio: Mateo 24, 15. 21. 22; Apocalipsis 7, 3.

R. Cuando veáis que está en el lugar santo el execrable devastador, habrá una gran angustia: si no se acortasen aquellos días, nadie escaparía con vida; * Por amor a los elegidos se acortarán.

V. No dañéis a la tierra ni al mar hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios. * Por amor a los elegidos se acortarán.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 4-5.

El ejemplo de Pablo.

En una ocasión en que Pablo se encontraba en una gran indigencia, preso por la confesión de la verdad, los hermanos le enviaron con qué remediar su indigente necesidad. Él les dio las gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación.

Porque trataba de darles a entender lo que se proponía, a propósito del bien que ellos habían hecho, y no quería ser entre ellos uno de esos que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas, por eso, más que alegrarse de que hubiesen acudido a remediar su necesidad, quiso congratularse de su fecundidad en buenas obras. ¿Qué era entonces lo que pretendía? No es que yo busque regalos, busco que los intereses se acumulen en vuestra cuenta. «Y no para quedar yo repleto —venía a decirles—, sino para que vosotros no os quedéis desprovistos».

Así, pues, quienes no puedan, como Pablo, sostenerse con el trabajo de sus manos, no duden en aceptar la leche de las ovejas, para sustentarse en sus necesidades, pero que no se olviden de las ovejas débiles. No han de buscar esto como ventaja suya, como si anunciasen el Evangelio para remedio de su pobreza, sino con el fin de poder entregarse a la preparación de la palabra de verdad con la que han de iluminar a los hombres. Pues son como luminarias, según está dicho: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas; y: No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Si en tu casa se encendiera una lámpara, ¿no le pondrías aceite para que no se apagara? Y, si, después de ponerle aceite, la lámpara no alumbrara, no se la colocaría en el candelero, sino que inmediatamente se la tiraría. La necesidad autoriza, pues, a aceptar, y la caridad, a dar los medios necesarios para la subsistencia. Y ello no porque el Evangelio sea algo banal, como si lo recibido como medio de vida por quienes lo anuncian fuera su precio. Si así lo estuvieran vendiendo, lo estarían malvendiendo. En efecto, si el sustento de sus necesidades han de recibirlo del pueblo, el premio de su entrega es de Dios de quien tienen que aguardarlo. Pues el pueblo no puede otorgar la recompensa a quienes le sirven en la caridad del Evangelio. Éstos no aguardan su premio sino del mismo Señor de quien el pueblo espera su salvación.

Entonces, ¿por qué se increpa y acusa a aquellos pastores? Porque, mientras bebían la leche y se vestían con la lana de las ovejas, no se ocupaban de ellas. Buscaban, pues, su interés, no el de Jesucristo.

Responsorio: 2a Corintios 12, 14-15; Filipenses 2, 17.

R. No me interesa lo vuestro, sino vosotros: no son los hijos quienes tienen que ganar para los padres, sino los padres para los hijos; con muchísimo gusto gastaré, * Y me desgastaré yo mismo por vosotros.

V. Y aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre. * Y me desgastaré yo mismo por vosotros.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 24a semana.

V. Instrúyeme, Señor, en el camino de tus decretos.

R. Y meditaré tus maravillas.

Primera lectura: Ezequiel 10, 18-22; 11, 14-25.

La gloria del Señor abandona la ciudad.

En aquellos días la Gloria del Señor salió levantándose del umbral del templo y se colocó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron sobre la tierra ante mis ojos. Junto con ellos partieron también las ruedas y se detuvieron a la entrada de la puerta oriental del templo del Señor. La Gloria del Dios de Israel estaba por encima de ellos.

Eran los mismos seres que había visto bajo el Dios de Israel junto al río Quebar, y comprendí que eran querubines. Cada uno tenía cuatro rostros y cuatro alas, y bajo las alas una especie de mano humana. El aspecto de sus rostros era el de los rostros que había visto junto al río Quebar. Todos ellos iban de frente.

Me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, esto es lo que dicen los habitantes de Jerusalén acerca de tus hermanos deportados y de toda la casa de Israel: “Ellos se han alejado del Señor; a nosotros se nos ha dado la tierra en posesión”. Por eso, diles: “Esto dice el Señor Dios: Es cierto, los llevé a naciones lejanas, los dispersé por tierras extrañas, pero yo mismo fui para ellos un santuario provisorio en los países adonde fueron”. Por eso, di: “Esto dice el Señor: Os recogeré de entre los pueblos, os reuniré de los países en los que estáis dispersos, y os daré la tierra de Israel. Entrarán en ella y quitarán de ella todos sus ídolos y objetos detestables. Les daré otro corazón e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que sigan mis preceptos y cumplan mis leyes y las pongan en práctica: ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Pero, si el corazón se les va tras sus ídolos y objetos detestables, los haré responsables de su conducta” —oráculo del Señor Dios—».

Los querubines alzaron sus alas junto a las ruedas; la Gloria del Dios de Israel estaba por encima de ellos. La Gloria del Señor se elevó sobre la ciudad y fue a situarse sobre el monte al oriente de la ciudad.

Entonces el espíritu me arrebató y me llevó en visión, en el espíritu de Dios, a Caldea, a los desterrados. La visión que había contemplado desapareció de mi vista.

Yo comuniqué a los desterrados cuanto el Señor me había mostrado.

Responsorio: Ezequiel 10, 4. 18; Mateo 23, 37. 38.

R. La gloria del Señor se remontó y se colocó en el umbral del templo; la nube llenó el templo, y el resplandor de la gloria del Señor llenó el atrio. * Y la gloria del Señor salió del umbral del templo.

V. ¡Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos, pero no habéis querido! Pues mirad, vuestra casa se os quedará desierta. * Y la gloria del Señor salió del templo.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 6-7.

Que nadie busque su interés, sino el de Jesucristo.

Ya que hemos hablado de lo que quiere decir beberse la leche, veamos ahora lo que significa cubrirse con su lana. El que ofrece la leche ofrece el sustento, y el que ofrece la lana ofrece el honor. Éstas son las dos cosas que esperan del pueblo los que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a las ovejas: la satisfacción de sus necesidades con holgura y el favor del honor y la gloria.

Desde luego, el vestido se entiende aquí como signo de honor, porque cubre la desnudez. Un hombre es un ser débil. Y, el que os preside, ¿qué es sino lo mismo que vosotros? Tiene un cuerpo, es mortal, come, duerme, se levanta; ha nacido y tendrá que morir. De manera que, si consideras lo que es en sí mismo, no es más que un hombre. Pero tú, al rodearle de honores, haces como si cubrieras lo que es de por sí bien débil.

Ved qué vestidura de esta índole había recibido el mismo Pablo del buen pueblo de Dios, cuando decía: Me recibisteis como a un mensajero de Dios. Porque hago constar en vuestro honor que, a ser posible, os habríais sacado los ojos por dármelos. Pero, habiéndosele tributado semejante honor, ¿acaso se mostró complaciente con los que andaban equivocados, como si temiera que se lo negaran y le retiraran sus alabanzas si los acusaba? De haberlo hecho así, se hubiera contado entre los que se apacientan a sí mismos en vez de a las ovejas. En ese caso, estaría diciendo para sí: «¿A mí qué me importa? Que haga cada uno lo que quiera; mi sustento está a salvo, lo mismo que mi honor: tengo suficiente leche y lana; que cada uno tire por donde pueda». ¿Con que para ti todo está bien, si cada uno tira por donde puede? No seré yo quien te dé responsabilidad alguna, no eres más que uno de tantos. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él.

Por eso, el mismo Apóstol, al recordarles la manera que tuvieron de portarse con él, y para no dar la impresión de que se olvidaba de los honores que le habían tributado, les aseguraba que lo habían recibido como si fuera un mensajero de Dios y que, si hubiera sido ello posible, se habrían sacado los ojos para ofrecérselos a él. A pesar de lo cual, se acercó a la oveja enferma, a la oveja corrompida, para cauterizar su herida, no para ser complaciente con su corrupción. ¿Y ahora me he convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros? De modo que aceptó la leche de las ovejas y se vistió con su lana, pero no las descuidó. Porque no buscaba su interés, sino el de Jesucristo.

Responsorio: Eclesiástico 32; Marcos 9, 34.

R. Si te toca presidir, no presumas, * Sé como los demás y ocúpate de ellos.

V. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. * Sé como los demás y ocúpate de ellos.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 24a semana.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.

R. Enséñame tus leyes.

Primera lectura: Ezequiel 12, 1-16.

Una acción simbólica anuncia la deportación del pueblo.

En aquellos días me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, vives en medio de un pueblo rebelde: tienen ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen, porque son un pueblo rebelde. Así pues, tú, hijo de hombre, prepara tu equipaje para el destierro, y emigra en pleno día, a la vista de todos; a la vista de todos emigra a otro sitio. Tal vez así comprendan que son un pueblo rebelde. Sacarás tu equipaje de deportado en pleno día, a la vista de todos; partirás al atardecer, a la vista de todos, como quien va al destierro. A la vista de todos abre una brecha en el muro y saca por allí tu equipaje. Cárgalo al hombro a la vista de todos, sácalo en la oscuridad. Cúbrete la cara para no ver la tierra, porque hago de ti un signo para la casa de Israel».

Yo hice todo lo que me había ordenado. Saqué mi equipaje como quien va al destierro, en pleno día; al atardecer abrí una brecha en el muro con las manos, lo saqué en la oscuridad y me lo cargué al hombro, a la vista de todos. A la mañana siguiente me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, la casa rebelde, qué es lo que hacías? Pues respóndeles: “Esto dice el Señor Dios: Este oráculo toca al príncipe en Jerusalén y a toda la casa de Israel que vive allí”.

Di: “Yo soy un signo para vosotros: como yo he hecho, así harán con ellos. Serán deportados, irán al destierro. El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el equipaje, en la oscuridad saldrá por una brecha que abrirán en el muro para sacarlo, se cubrirá la cara para no ver su tierra con sus propios ojos. Pero yo tenderé mi red sobre él y quedará preso en mi trampa. Lo llevaré a Babilonia, a la tierra de los caldeos, donde morirá sin poder verla. A cuantos lo rodean para ayudarlo y a su escolta los dispersaré a todos los vientos y desenvainaré la espada detrás de ellos, y reconocerán que yo soy el Señor, cuando los haya dispersado entre las naciones y los haya esparcido por los países.

Pero libraré a unos pocos de la espada, del hambre y de la peste, para que cuenten sus acciones detestables entre las naciones adonde vayan, y sepan que yo soy el Señor”».

Responsorio: Ezequiel 12, 15; Salmo 88, 31. 33.

R. Cuando los desparrame por los pueblos y los disperse por los territorios, * Sabrán que yo soy el Señor.

V. Si abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, castigaré con la vara sus pecados. * Sabrán que yo soy el Señor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 9.

Sé un modelo para los fieles.

Después de haber hablado el Señor de lo que estos pastores aman, habla de lo que desprecian. Son muchos los defectos de las ovejas, y las ovejas sanas y gordas son muy pocas, es decir, las que se hallan robustecidas con el alimento de la verdad, alimentándose de buenos pastos por gracia de Dios. Pues bien, aquellos malos pastores no las apacientan. No les basta con no curar a las débiles y enfermas, con no cuidarse de las errantes y perdidas. También hacen todo lo posible por acabar con las vigorosas y cebadas. A pesar de lo cual, siguen viviendo. Siguen viviendo por pura misericordia de Dios. Pero, por lo que toca a los malos pastores, no hacen sino matar. «¿Y cómo matan?», me preguntarás. Matan viviendo mal, dando mal ejemplo. Pues no en vano se le dice a aquel siervo de Dios, que destaca entre los miembros del supremo Pastor: Preséntate en todo como un modelo de buena conducta, y también: Sé un modelo para los fieles.

Porque, la mayor parte de las veces, aun la oveja sana, cuando advierte que su pastor vive mal, aparta sus ojos de los mandatos de Dios y se fija en el hombre, y comienza a decirse en el interior de su corazón: «Si quien está puesto para dirigirme vive así, ¿quién soy yo para no obrar como él obra?». Así el mal pastor mata a la oveja sana. Y, si mató a la que estaba fuerte, ¿qué va a ser lo que haga con las otras, si con el ejemplo de su vida acaba de matar a la que él no había fortalecido, sino que la había encontrado ya fuerte y robusta?

Os aseguro, hermanos queridos, que, aunque las ovejas sigan viviendo, y estén firmes en la palabra del Señor, y se atengan a lo que escucharon de sus labios: Haced lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen; sin embargo, quien vive de mala manera a los ojos del pueblo, por lo que a él se refiere, está matando a los que lo ven. Y que no se tranquilice diciéndose que la oveja no ha muerto. Es verdad que no ha muerto, pero él es un homicida. Es lo mismo que cuando un hombre lascivo mira a una mujer con mala intención: aunque ella se mantenga casta, él, en cambio, ha pecado. La palabra de Dios es verdadera e inequívoca: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. No ha penetrado hasta su habitación, pero la ha deseado en su propia habitación interior.

Así, pues, todo aquel que vive mal a la vista de quienes son sus subordinados, por lo que a él toca, mata hasta a los fuertes. Quien lo imita muere, mientras que quien no lo imita vive. Pero él, por su parte, ha matado a ambos. Matáis las más gordas —dice el profeta— y, las ovejas, no las apacentáis.

Responsorio: Lucas 12, 48; Sabiduría 6, 5.

R. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; * Al que mucho se le confió, más se le exigirá.

V. A los encumbrados se les juzga implacablemente. * Al que mucho se le confió, más se le exigirá.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 24a semana.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.

R. Presta oído a mi inteligencia.

Primera lectura: Ezequiel 16, 3. 5b-7a. 8-15. 35. 37a. 40-43. 59-63.

Jerusalén, esposa adúltera de Dios.

Esto dice el Señor Dios, a Jerusalén:

«Por tu origen y tu nacimiento eres cananea: tu padre era amorreo y tu madre hitita. Por aversión te arrojaron a campo abierto el día que naciste.

Yo pasaba junto a ti y te vi revolviéndote en tu sangre, y te dije: “Sigue viviendo, tú que yaces en tu sangre, sigue viviendo”. Te hice crecer como un brote del campo. Tú creciste, te hiciste grande, llegaste a la edad del matrimonio. Pasé otra vez a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti para cubrir tu desnudez. Con juramento hice alianza contigo —oráculo del Señor Dios— y fuiste mía.

Te lavé con agua, te limpié la sangre que te cubría y te ungí con aceite. Te puse vestiduras bordadas, te calcé zapatos de cuero fino, te ceñí de lino, te revestí de seda. Te engalané con joyas: te puse pulseras en los brazos y un collar en tu cuello. Te puse un anillo en la nariz, pendientes en tus orejas y una magnífica diadema en tu cabeza. Lucías joyas de oro y plata, vestidos de lino, seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite; estabas cada vez más bella y llegaste a ser como una reina. Se difundió entre las naciones paganas la fama de tu belleza, perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti —oráculo del Señor Dios—.

Pero tú, confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba.

Por eso, prostituta, escucha la palabra del Señor: voy a reunir a todos tus amantes. Traerán contra ti una multitud, te lapidarán y te traspasarán con sus espadas. Prenderán fuego a tus casas y ejecutarán la sentencia contra ti en presencia de muchas mujeres. Acabaré con tu prostitución y no volverás a pagar a tus amantes. Cuando haya aplacado mi ira contra ti y apartado de ti mi cólera, me apaciguaré y no volveré a encolerizarme. Por haber olvidado los días de tu juventud, por haberme provocado con todas estas cosas, yo te haré responsable de tu conducta —oráculo del Señor Dios—. ¿Acaso no habías añadido la infamia a todas tus acciones detestables?

Porque esto dice el Señor Dios: “Actuaré contigo conforme a tus acciones, pues menospreciaste el juramento y quebrantaste la alianza. Con todo, yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna. Te acordarás de tu conducta y te avergonzarás al acoger a tus hermanas mayores y a las menores, pues yo te las daré como hijas, pero no en virtud de tu alianza. Yo estableceré mi alianza contigo y reconocerás que yo soy el Señor, para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste —oráculo del Señor Dios—”».

Responsorio: Cf. Isaías 54, 6. 8; Ezequiel 16, 60.

R. Como a mujer abandonada te he vuelto a llamar; en un arrebato de ira te escondí mi rostro, * Pero con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor.

V. Me acordé de la alianza que hice contigo cuando eras moza y haré contigo una alianza eterna. * Pero con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 10-11.

Prepárate para las pruebas.

Ya habéis oído lo que los malos pastores aman. Ved ahora lo que descuidan. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas, es decir, a las que sufren; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes, destrozándolas y llevándolas a la muerte. Decir que una oveja ha enfermado quiere significar que su corazón es débil, de tal manera que puede ceder ante las tentaciones en cuanto sobrevengan y la sorprendan desprevenida.

El pastor negligente, cuando recibe en la fe a alguna de estas ovejas débiles, no le dice: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente. Porque quien dice tales cosas, ya está confortando al débil, ya está fortaleciéndole, de forma que, al abrazar la fe, dejará de esperar en las prosperidades de este siglo. Ya que, si se le induce a esperar en la prosperidad, esta misma prosperidad será la que le corrompa; y, cuando sobrevengan las adversidades, lo derribarán y hasta acabarán con él.

Así, pues, el que de esa manera lo edifica, no lo edifica sobre piedra, sino sobre arena. Y la roca era Cristo. Los cristianos tienen que imitar los sufrimientos de Cristo, y no tratar de alcanzar los placeres. Se conforta a un pusilánime cuando se le dice: «Aguarda las tentaciones de este siglo, que de todas ellas te librará el Señor, si tu corazón no se aparta lejos de él. Porque precisamente para fortalecer tu corazón vino él a sufrir, vino él a morir, a ser escupido y coronado de espinas, a escuchar oprobios, a ser, por último, clavado en una cruz. Todo esto lo hizo él por ti, mientras que tú no has sido capaz de hacer nada, no ya por él, sino por ti mismo».

¿Y cómo definir a los que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió? Dios predice al mismo mundo que vendrán sobre él trabajos y más trabajos hasta el final, ¿y quieres tú que el cristiano se vea libre de ellos? Precisamente por ser cristiano tendrá que pasar más trabajos en este mundo.

Lo dice el Apóstol: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido. Y tú, pastor que tratas de buscar tu interés en vez del de Cristo, por más que aquél diga: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido, tú insistes en decir: «Si vives piadosamente en Cristo, abundarás en toda clase de bienes. Y, si no tienes hijos, los engendrarás y sacarás adelante a todos, y ninguno se te morirá». ¿Es ésta tu manera de edificar? Mira lo que haces, y dónde construyes. Aquel a quien tú levantas está sobre arena. Cuando vengan las lluvias y los aguaceros, cuando sople el viento, harán fuerza sobre su casa, se derrumbará, y su ruina será total.

Sácalo de la arena, ponlo sobre la roca; aquel que tú deseas que sea cristiano, que se apoye en Cristo. Que piense en los inmerecidos tormentos de Cristo, que piense en Cristo, pagando sin pecado lo que otros cometieron, que escuche la Escritura que le dice: El Señor castiga a sus hijos preferidos. Que se prepare a ser castigado, o que renuncie a ser hijo preferido.

Responsorio: 1a Tesalonicenses 2, 4. 3.

R. Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, * No para contentar a los hombres, sino a Dios.

V. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños. * No para contentar a los hombres, sino a Dios.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 24a semana.

V. No dejamos de rezar a Dios por vosotros.

R. Y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad.

Primera lectura: Ezequiel 18, 1-13. 20-32.

Cada uno recibirá la paga de sus acciones.

Me fue dirigida esta palabra del Señor:

«¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel?: “Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera”.

Por mi vida —oráculo del Señor Dios— que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel, porque todas las vidas son mías: la vida del padre como la del hijo. El que peque, ése morirá.

Si un hombre es inocente y se comporta recta y justamente; si no come en los montes ni levanta sus ojos a los ídolos de la casa de Israel; si no deshonra a la mujer de su prójimo ni se une a su mujer durante la menstruación; si no oprime a nadie, si devuelve la prenda empeñada; si no despoja a nadie de lo suyo, si da de su pan al hambriento y viste al desnudo; si no presta con usura ni acepta intereses; si se mantiene lejos de la injusticia y aplica con equidad el derecho entre las personas; si se comporta según mis preceptos y observa mis leyes, cumpliéndolas fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá —oráculo del Señor Dios—.

Si ese hombre engendra un hijo violento y sanguinario, que comete contra su prójimo alguna de estas malas acciones (que su padre no había cometido), que participa en los montes en las comidas y deshonra a la mujer de su prójimo, oprime al indigente y al pobre, roba, no devuelve la prenda empeñada, honra a los ídolos y comete acciones detestables, presta con usura y acepta intereses, ciertamente no vivirá. Por haber cometido todas esas acciones detestables, morirá irremediablemente y será responsable de su propia muerte.

El que peca es el que morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre cargará con la culpa del hijo. El inocente será tratado conforme a su inocencia, el malvado conforme a su maldad.

Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado —oráculo del Señor Dios—, y no que se convierta de su conducta y viva?

Si el inocente se aparta de su inocencia y comete maldades, como las acciones detestables del malvado, ¿acaso podrá vivir? No se tendrán en cuenta sus obras justas. Por el mal que hizo y por el pecado cometido, morirá.

Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

La casa de Israel anda diciendo: “No es justo el proceder del Señor”. ¿Es injusto mi proceder, casa de Israel? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? Pues bien, os juzgaré, a cada uno según su proceder, casa de Israel —oráculo del Señor Dios—. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no tropezaréis en vuestra culpa. Apartad de vosotros los delitos que habéis cometido, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu. ¿Por qué habríais de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie —oráculo del Señor Dios—. Convertíos y viviréis».

Responsorio: Jeremías 31, 29; Ezequiel 18, 20. 30. 20.

R. Ya no se dirá: «Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera». * El que peca es el que morirá.

V. Os juzgaré a cada uno según su proceder; el hijo no cargará con la culpa del padre, el padre no cargará con la culpa del hijo. * El que peca es el que morirá.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 11-12.

Ofrece el alivio de la consolación.

El Señor, dice la Escritura, castiga a sus hijos preferidos. Y tú te atreves a decir: «Quizás seré una excepción». Si eres una excepción en el castigo, quedarás igualmente exceptuado del número de los hijos. «¿Es cierto —preguntarás— que castiga a cualquier hijo?». Cierto que castiga a cualquier hijo, y del mismo modo que a su Hijo único. Aquel Hijo, que había nacido de la misma substancia del Padre, que era igual al Padre por su condición divina, que era la Palabra por la que había creado todas las cosas, por su misma naturaleza no era susceptible de castigo. Y, precisamente, para no quedarse sin castigo, se vistió de la carne de la especie humana. ¿Conque va a dejar sin castigo al hijo adoptado y pecador, el mismo que no dejó sin castigo a su único Hijo inocente? El Apóstol dice que nosotros fuimos llamados a la adopción. Y recibimos la adopción de hijos para ser herederos junto con el Hijo único, para ser incluso su misma herencia: Pídemelo: te daré en herencia las naciones. En sus sufrimientos, nos dio ejemplo a todos nosotros.

Pero, para que el débil no se vea vencido por las futuras tentaciones, no se le debe engañar con falsas esperanzas, ni tampoco desmoralizarlo a fuerza de exagerar los peligros. Dile: Prepárate para las pruebas, y quizá comience a retroceder, a estremecerse de miedo, a no querer dar un paso hacia adelante. Tienes aquella otra frase: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Pues bien, prometer y anunciar las tribulaciones futuras es, efectivamente, fortalecer al débil. Y, si al que experimenta un temor excesivo, hasta el punto de sentirse aterrorizado, le prometes la misericordia de Dios, y no porque le vayan a faltar las tribulaciones, sino porque Dios no permitirá que la prueba supere sus fuerzas, eso es, efectivamente, vendar las heridas.

Los hay, en efecto, que, cuando oyen hablar de las tribulaciones venideras, se fortalecen más, y es como si se sintieran sedientos de la que ha de ser su bebida. Piensan que es poca cosa para ellos la medicina de los fieles y anhelan la gloria de los mártires. Mientras que otros, cuando oyen hablar de las tentaciones que necesariamente habrán de sobrevenirles, aquellas que no pueden menos de sobrevenirle al cristiano, aquellas que sólo quien desea ser verdaderamente cristiano puede experimentar, se sienten quebrantados y claudican ante la inminencia de semejantes situaciones.

Ofréceles el alivio de la consolación, trata de vendar sus heridas. Di: «No temas, que no va a abandonarte en la prueba aquel en quien has creído. Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere sus fuerzas». No son palabras mías, sino del Apóstol, que nos dice: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí. Cuando oyes estas cosas, estás oyendo al mismo Cristo, estás oyendo al mismo pastor que apacienta a Israel. Pues a él le fue dicho: Nos diste a beber lágrimas, pero con medida. De modo que el salmista, al decir con medida, viene a decir lo mismo que el Apóstol: No permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Sólo que tú no has de rechazar al que te corrige y te exhorta, te atemoriza y te consuela, te hiere y te sana.

Responsorio: Salmo 43, 23; Romanos 8, 37; Salmo 43, 12.

R. Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. * Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

V. Nos entregas como ovejas a la matanza, y nos has dispersado por las naciones. * Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.

Oración:

Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo.


SEMANA 25a DEL TIEMPO ORDINARIO.

Domingo 25a semana.

V. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza.

R. Enseñaos unos a otros con toda sabiduría.

Primera lectura: Ezequiel 24, 15-27.

La vida del profeta como signo para el pueblo.

Me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos; pero tú no entones una lamentación, no hagas duelo, no llores, no derrames lágrimas. Suspira en silencio, no hagas ningún rito fúnebre. Ponte el turbante y cálzate las sandalias; no te cubras la barba ni comas el pan del duelo».

Yo había hablado a la gente por la mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día siguiente hice lo que se me había ordenado. Entonces me dijo la gente:

«¿Quieres explicarnos qué significa lo que estás haciendo?».

Les respondí:

«He recibido esta palabra del Señor: Di a la casa de Israel: Esto dice el Señor Dios: “Voy a profanar mi santuario, el baluarte del que estáis orgullosos, encanto de vuestros ojos, esperanza de vuestra vida. Los hijos e hijas que dejasteis en Jerusalén caerán a espada. Entonces haréis lo que yo he hecho: no os cubriréis la barba ni comeréis el pan del duelo; seguiréis con el turbante en la cabeza y las sandalias en los pies; no entonaréis una lamentación ni lloraréis; os consumiréis por vuestras culpas y gemiréis unos con otros. Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. Y, cuando suceda, comprenderéis que yo soy el Señor Dios”.

Y tú, hijo de hombre, el día que yo les arrebate su refugio, su alegría y su esplendor, el encanto de sus ojos, el ansia de sus vidas, ese día se te presentará un fugitivo para comunicarte una noticia. Ese día se te abrirá la boca, podrás hablar, y no volverás a quedar mudo. Les servirás de señal y reconocerán que yo soy el Señor».

Responsorio: Ezequiel 24, 24; Joel 2, 13.

R. Ezequiel os servirá de señal: haréis lo mismo que él ha hecho. * Y sabréis que yo soy el Señor.

V. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro. * Y sabréis que yo soy el Señor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 13.

Los cristianos débiles.

No fortalecéis a las ovejas débiles, dice el Señor. Se lo dice a los malos pastores, a los pastores falsos, a los pastores que buscan su interés y no el de Jesucristo, que se aprovechan de la leche y la lana de las ovejas, mientras que no se preocupan de ellas ni piensan en fortalecer su mala salud. Pues me parece que hay alguna diferencia entre estar débil, o sea, no firme —ya que son débiles los que padecen alguna enfermedad—, y estar propiamente enfermo, o sea, con mala salud.

Desde luego que estas ideas que nos estamos esforzando por distinguir las podríamos precisar, por nuestra parte, con mayor diligencia, y por supuesto que lo haría mejor cualquier otro que supiera más o fuera más fervoroso; pero, de momento, y para que no os sintáis defraudados, voy a deciros lo que siento, como comentario a las palabras de la Escritura. Es muy de temer que al que se encuentra débil no le sobrevenga una tentación y le desmorone. Por su parte, el que está enfermo es ya esclavo de algún deseo que le está impidiendo entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo.

Pensad en esos hombres que quieren vivir bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males, como están preparados a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles. Y aquellos que aman el mundo y que por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y enfermos, puesto que, por obra de su misma enfermedad, y como si se hallaran sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena.

En tal disposición interior se encontraba aquel paralítico al que, como sus portadores no podían introducirle ante la presencia del Señor, hicieron un agujero en el techo, y por allí lo descolgaron. Es decir, para conseguir lo mismo en lo espiritual, tienes que abrir efectivamente el techo y poner en la presencia del Señor el alma paralítica, privada de la movilidad de sus miembros y desprovista de cualquier obra buena, gravada además por sus pecados y languideciendo a causa del morbo de su concupiscencia. Si, efectivamente, se ha alterado el uso de todos sus miembros y hay una auténtica parálisis interior, si es que quieres llegar hasta el médico —quizás el médico se halla oculto, dentro de ti: este sentido verdadero se halla oculto en la Escritura—, tienes que abrir el techo y depositar en presencia del Señor al paralítico, dejando a la vista lo que está oculto.

En cuanto a los que no hacen nada de esto y descuidan hacerlo, ya habéis oído las palabras que les dirige el Señor: No curáis a las enfermas, ni vendáis sus heridas; ya lo hemos comentado. Se hallaba herida por el miedo a la prueba. Había algo para vendar aquella herida; estaba aquel consuelo: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida.

Responsorio: 1a Corintios 9, 22-23.

R. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

V. Hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Lunes 25a semana.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad, Señor.

R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura: Ezequiel 34, 1-6. 11-16. 23-31.

Israel, rebaño del Señor.

Me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza y diles:

“¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? Os coméis las partes mejores, os vestís con su lana; matáis las más gordas, pero no apacentáis el rebaño. No habéis robustecido a las débiles, ni curado a la enferma, ni vendado a la herida; no habéis recogido a la descarriada, ni buscado a la que se había perdido, sino que con fuerza y violencia las habéis dominado. Sin pastor, se dispersaron para ser devoradas por las fieras del campo. Se dispersó mi rebaño y anda errante por montes y altos cerros; por todos los rincones del país se dispersó mi rebaño y no hay quien lo siga ni lo busque.

Esto dice el Señor Dios: Yo mismo buscaré mi rebaño y lo cuidaré. Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones. Sacaré a mis ovejas de en medio de los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las llevaré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel, en los valles y en todos los poblados del país. Las apacentaré en pastos escogidos, tendrán sus majadas en los montes más altos de Israel; se recostarán en pródigas dehesas y pacerán pingües pastos en los montes de Israel.

Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar —oráculo del Señor Dios—. Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que está fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia.

Suscitaré un único pastor que las apaciente: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor. Yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David, príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, he hablado.

Estableceré con mi rebaño una alianza de paz: exterminaré los animales dañinos de la tierra para que pueda habitar seguro en el desierto y dormir en los bosques. De bosques y desiertos en torno a mi montaña haré una bendición. Enviaré la lluvia a su tiempo, lluvia de bendición. El árbol del campo dará su fruto, y la tierra su cosecha. Estarán seguros en su tierra, y reconocerán que yo soy el Señor, cuando rompa las coyundas de su yugo y los libre del poder de quienes lo esclavizan. No volverán a ser presa de las naciones, ni los devorarán las bestias salvajes; habitarán seguros, sin temores.

Para ellos crecerán plantaciones renombradas: nunca más serán consumidos por el hambre en esta tierra, ni tendrán que soportar la burla de otros pueblos, y reconocerán que yo, el Señor, soy su Dios, y que ellos, la casa de Israel, son mi pueblo —oráculo del Señor Dios—. Vosotros sois mi rebaño, las ovejas que yo apaciento, y yo soy vuestro Dios —oráculo del Señor Dios—”».

Responsorio: Ezequiel 34, 12. 13. 14; Juan 10, 10.

R. Libraré a mis ovejas, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones y las traeré a su tierra. * Las apacentaré en ricos pastizales.

V. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. * Las apacentaré en ricos pastizales.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 14-15.

Insiste a tiempo y a destiempo.

No recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas. En este mundo andamos siempre entre las manos de los ladrones y los dientes de los lobos feroces y, a causa de estos peligros nuestros, os rogamos que oréis. Además, las ovejas son obstinadas. Cuando se extravían y las buscamos, nos dicen, para su error y perdición, que no tienen nada que ver con nosotros: «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?». Como si el hecho de que anden errantes y en peligro de perdición no fuera precisamente la causa de que vayamos tras de ellas y las busquemos. «Si ando errante —dicen— si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Para qué me buscas?». Te quiero hacer volver precisamente porque andas extraviada; quiero encontrarte porque te has perdido.

«¡Pero si yo quiero andar así, quiero así mi perdición!». ¿De veras así quieres extraviarte, así quieres perderte? Pues tanto menos lo quiero yo. Me atrevo a decirlo, estoy dispuesto a seguir siendo inoportuno. Oigo al Apóstol que dice: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo. ¿A quiénes insistiré a tiempo, y a quiénes a destiempo? A tiempo, a los que quieren escuchar; a destiempo, a quienes no quieren. Soy tan inoportuno que me atrevo a decir: «Tú quieres extraviarte, quieres perderte, pero yo no quiero». Y, en definitiva, no lo quiere tampoco aquel a quien yo temo. Si yo lo quisiera, escucha lo que dice, escucha su increpación: No recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas. ¿Voy a temerte más a ti que a él mismo? Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.

De manera que seguiré llamando a las que andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré, quieras o no quieras. Y, aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas del bosque, no dejaré de introducirme en todos los escondrijos, no dejaré de indagar en todas las matas; mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré de un lado a otro sin cesar. Llamaré mil veces a la errante, buscaré a la que se halla a punto de perecer. Si no quieres que sufra, no te alejes, no te expongas a la perdición. No tiene importancia lo que yo sufra por tus extravíos y tus riesgos. Lo que temo es llegar a matar a la oveja sana, si te descuido a ti. Pues oye lo que se dice a continuación: Matáis las ovejas más gordas. Si echo en olvido a la que se extravía y se expone a la perdición, la que está sana sentirá también la tentación de extraviarse y de ponerse en peligro de perecer.

Responsorio: Eclesiástico 4, 23-24; 2a Timoteo 4, 2.

R. No retengas la palabra oportuna ni escondas tu sabiduría; * Pues hablando se muestra la sabiduría, y la inteligencia, en la respuesta de la lengua.

V. Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir. * Pues hablando se muestra la sabiduría, y la inteligencia, en la respuesta de la lengua.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Martes 25a semana.

V. El Señor hace caminar a los humildes con rectitud.

R. Enseña su camino a los humildes.

Primera lectura: Ezequiel 36, 16-36.

Futura restauración del pueblo de Dios en el cuerpo, el corazón y el espíritu.

Me vino esta palabra del Señor:

«La casa de Israel profanó con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaba. Su conducta era a mis ojos como la impureza de la regla. Me enfurecí contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país, y por haberlo profanado con sus ídolos. Los dispersé por las naciones, y anduvieron dispersos por diversos países. Los he juzgado según su conducta y sus acciones.

Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, ya que de ellos se decía: “Éstos son el pueblo del Señor y han debido abandonar su tierra”.

Así que tuve que defender mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido.

Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios: No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis. Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos. Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad.

Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.

Os libraré de vuestras impurezas, convocaré el trigo y lo haré abundar y no volveréis a pasar hambre. Multiplicaré los frutos de los árboles y la cosecha del campo, para que no soportéis más la afrenta del hambre entre las naciones. Y cuando os acordéis de vuestra conducta perversa y de vuestras malas acciones, sentiréis vergüenza por vuestras culpas y acciones detestables. Sabedlo bien, no lo hago por vosotros —oráculo del Señor Dios—; avergonzaos y sonrojaos de vuestra conducta, casa de Israel”».

Esto dice el Señor Dios: «Cuando os purifique de vuestras culpas, repoblaré las ciudades y serán reconstruidas las ruinas. Volverán a labrar la tierra desolada, que los caminantes veían desierta. Entonces se dirá: “Esta tierra que estaba desolada se ha convertido en un jardín de Edén, y las ciudades arrasadas, desiertas y destruidas, son plazas fuertes habitadas”. Entonces las naciones que queden a vuestro alrededor reconocerán que yo, el Señor, reedifico lo destruido y vuelvo a plantar en tierra arrasada”. Yo, el Señor, lo digo y lo hago».

Responsorio: Ezequiel 11, 19-20.

R. Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, * Para que sigan mis leyes; serán mi pueblo, y yo seré su Dios.

V. Les daré un corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo. * Para que sigan mis leyes; serán mi pueblo, y yo seré su Dios.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 18-19.

La Iglesia, como una vid que crece y se difunde por doquier.

Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra. ¿Qué quiere decir: Se dispersaron por toda la tierra? Son las ovejas que apetecen las cosas terrenas y, porque aman y están prendadas de las cosas que el mundo estima, se niegan a morir, para que su vida quede escondida en Cristo. Por toda la tierra, porque se trata del amor de los bienes de la tierra, y de ovejas que andan errantes por toda la superficie de la tierra. Se encuentran en distintos sitios; pero la soberbia las engendró a todas como única madre, de la misma manera que nuestra única madre, la Iglesia católica, concibió a todos los fieles cristianos esparcidos por el mundo entero.

No tiene, por tanto, nada de sorprendente que la soberbia engendre división, del mismo modo que la caridad engendra la unidad. Sin embargo, es la misma madre católica y el pastor que mora en ella quienes buscan a los descarriados, fortalecen a los débiles, curan a los enfermos y vendan a los heridos, por medio de diversos pastores, aunque unos y otros no se conozcan entre sí. Pero ella sí que los conoce a todos, puesto que con todos está identificada.

Efectivamente, la Iglesia es como una vid que crece y se difunde por doquier; mientras que las ovejas descarriadas son como sarmientos inútiles, cortados a causa de su esterilidad por la hoz del labrador, no para destruir la vid, sino para purificarla. Los sarmientos aquellos, allí donde fueron podados, allí se quedan. La vid, en cambio, sigue creciendo por todas partes, sin ignorar ni uno solo de los sarmientos que permanecen en ella, de los que junto a ella quedaron podados.

Por eso, precisamente, sigue llamando a los alejados, ya que el Apóstol dice de las ramas arrancadas: Dios tiene poder para injertarlos de nuevo. Lo mismo si te refieres a las ovejas que se alejaron del rebaño, que si piensas en las ramas arrancadas de la vid, Dios no es menos capaz de volver a llamar a las unas y de volver a injertar a las otras, porque él es el supremo pastor, el verdadero labrador. Mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie, de aquellos malos pastores, las buscase siguiendo su rastro.

Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: ¡Lo juro por mi vida! oráculo del Señor. Fijaos cómo comienza. Es como si Dios jurase con el testimonio de su vida. ¡Lo juro por mi vida! oráculo del Señor. Los pastores murieron, pero las ovejas están seguras, porque el Señor vive. Por mi vida oráculo del Señor. ¿Y quiénes son los pastores que han muerto? Los que buscaban su interés y no el de Cristo. ¿Pero es que llegará a haber y se podrá encontrar pastores que no busquen su propio interés, sino el de Cristo? Los habrá sin duda, se los encontrará con seguridad, ni faltan ni faltarán.

Responsorio: 2a Corintios 3, 4. 6. 5.

R. Tenemos confianza con Dios por Cristo, * Que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, no de código escrito, sino de espíritu.

V. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios. * Que nos ha capacitado para ser ministros de una alianza nueva, no de código escrito, sino de espíritu.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Miércoles 25a semana.

V. Todos se admiraban de las palabras de gracia.

R. Que salían de sus labios.

Primera lectura: Ezequiel 37, 1-14.

Visión sobre la restauración del pueblo de Dios.

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Me preguntó:

«Hijo de hombre: ¿Podrán revivir estos huesos?».

Yo respondí:

«Señor, Dios mío, tú lo sabes».

Él me dijo:

«Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. Pondré sobre vosotros los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y comprenderéis que yo soy el Señor”».

Yo profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu. Entonces me dijo:

«Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: Ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”».

Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable. Y me dijo:

«Hijo de hombre, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: “Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, ha perecido, estamos perdidos”. Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” —oráculo del Señor—».

Responsorio: Ezequiel 37, 12. 13; Juan 11, 25.

R. Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío. * Y sabréis que yo soy el Señor.

V. Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. * Y sabréis que yo soy el Señor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 20-21.

Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que hacen.

Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor. ¿Pero qué es lo que tienen que escuchar? Esto dice el Señor: «Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas».

Oíd y aprended, ovejas de Dios: Dios reclama sus ovejas a los malos pastores y los culpa de su muerte. Pues, por boca del mismo profeta, dice en otra ocasión: A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: «¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero, si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.

¿Qué significa esto, hermanos? ¿Os dais cuenta lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su impiedad; pero lo ha matado la negligencia del mal pastor. Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor; pero, como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: «Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma». Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos; mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejéis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras.

Veamos, pues, ahora, ya que así lo había yo propuesto, si va a quitarles las ovejas a los malos pastores y a dárselas a los buenos. Y veo, efectivamente, que se las quita a los malos. Esto es lo que dice: «Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas. Porque, cuando digo que apacienten a mis ovejas, se apacientan a sí mismos, y no a mis ovejas. Los quitaré de pastores de mis ovejas».

¿Y cómo se las quita, para que no las apacienten? Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que hacen. Como si dijera: «Dicen mis cosas, pero hacen las suyas». Cuando no hacéis lo que hacen los malos pastores, no son ellos los que os apacientan; cuando, en cambio, hacéis lo que os dicen, soy yo vuestro pastor.

Responsorio: Lucas 12, 42. 43; 1a Corintios 4, 2.

R. ¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre? * Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así.

V. En un administrador, lo que se busca es que sea fiel. * Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Jueves 25a semana.

V. Ábreme, Señor, los ojos.

R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

Primera lectura: Ezequiel 37, 15-28.

Anuncio simbólico de la unión entre Judá e Israel.

Me fue dirigida esta palabra del Señor:

«Y tú, hijo de hombre, cógete una vara y escribe en ella: “Judá y los hijos de Israel que le están asociados”; coge luego otra vara y escribe en ella: “José y la casa de Israel que le está asociada”. Ésta es la vara de Efraín.

Empálmalas luego la una con la otra, de modo que en tu mano formen una sola vara. Cuando te pregunte la gente de tu pueblo: “¿Qué significa eso?”, respóndeles: “Esto dice el Señor Dios: Cogeré la vara de José que está en la mano de Efraín, y las tribus de Israel que están unidas a él y las pondré junto a la vara de Judá, de modo que formen una sola vara y queden unidas en mi mano”.

Las varas sobre las que habrás escrito estarán en tu mano a la vista de tu pueblo. Entonces les dirás: “Esto dice el Señor Dios: Recogeré a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Los haré una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse en dos reinos. No volverán a contaminarse con sus ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de los lugares donde habitaban y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.

Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, en la que habitaron sus padres: allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para siempre.

Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre”».

Responsorio: Ezequiel 37, 21. 22; Juan 10, 16. 11.

R. Yo voy a recoger a los israelitas, voy a congregarlos de todas partes y los haré un solo pueblo. * Y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

V. El buen pastor da la vida por las ovejas. * Y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 24-25. 27.

Apacentaré a mis ovejas en ricos pastizales.

Las sacaré de entre los pueblos, las congregaré de los países, las traeré a su tierra, las apacentaré en los montes de Israel. Compara a los autores de las sagradas Escrituras con los montes de Israel. En ellas habéis de apacentaros para pacer con seguridad. Saboread bien cuanto en ellas oigáis; rechazad cuanto venga de fuera. Para no extraviaros en la tiniebla, escuchad la voz del pastor. Recogeos en los montes de la sagrada Escritura. En ella se encuentran las delicias de vuestro corazón, en ella no hay nada venenoso, nada extraño; son pastos ubérrimos. Lo único que tenéis que hacer, las que estáis sanas, es acudir a apacentaros en los montes de Israel.

En las cañadas y en los poblados del país. Porque de los montes, de los que hemos hablado, manaron los ríos de la predicación evangélica, ya que a toda la tierra alcanza su pregón, y la tierra entera se volvió abundante y fecunda para pasto de las ovejas.

Las apacentaré en ricos pastizales, tendrán sus dehesas en los montes más altos de Israel, o sea, donde puedan descansar y decir: «Se está bien»; donde digan: «Es verdad, está claro, no nos han engañado». Descansarán en la gloria de Dios, como si fueran sus dehesas. Se recostarán, es decir, descansarán, en fértiles dehesas.

Y pastarán pastos jugosos en los montes de Israel. Ya hablé de los montes de Israel, de los buenos montes a los que levantamos nuestros ojos para que desde ellos descienda sobre nosotros el auxilio. Pero nuestro auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Por eso, para que nuestra esperanza no se detuviese en los montes, por buenos que fueran, después de decir: Apacentaré a mis ovejas en los montes de Israel, añadió en seguida, para que no te quedases en los montes: Yo mismo apacentaré mis ovejas. Levanta tus ojos hacia los montes, de donde habrá de venir tu auxilio, pero escúchale decir: Yo mismo las apacentaré. Porque tu auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Y concluye así: Y las apacentaré como es debido. Es el único que las apacienta, y que las apacienta como es debido. ¿Qué hombre puede juzgar debidamente a otro hombre? No hay por todas partes más que juicios temerarios. Aquel del que desesperábamos cambia de repente y se convierte en el mejor. Aquel, por el contrario, del que tanto esperábamos falla súbitamente y se vuelve el peor. Ni nuestro temor ni nuestro amor son siempre acertados.

Lo que hoy es cada uno, apenas si uno mismo lo sabe. Aunque, en definitiva, puede llegar a saberlo. Pero, lo que va a ser mañana, ni uno mismo lo sabe. Aquél, en cambio, apacienta a sus ovejas como es debido, dándoles a cada una lo suyo; esto a éstas, aquello a aquéllas, pero siempre a cada una lo que es debido, pues sabe lo que hace. Apacienta como es debido a los que redimió después de haberlos juzgado. Eso es lo que quiere decir que los apacienta como es debido.

Responsorio: Juan 10, 14; Ezequiel 34, 11. 13.

R. Yo soy el buen Pastor; * Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen.

V. Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Las sacaré de entre los pueblos y las apacentaré. * Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Viernes 25a semana.

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Guarda mis mandatos, y vivirás.

Primera lectura: Ezequiel 40, 1-4; 43, 1-12; 44, 6-9.

Visión sobre la restauración del templo y de Israel.

El año veinticinco de nuestra deportación, el diez del mes, día de año nuevo, el año catorce de la caída de la ciudad, ese mismo día, se posó sobre mí la mano del Señor, y me llevó en una visión a la tierra de Israel, dejándome en un monte muy alto, en cuya cima se erguía, mirando al sur, una construcción como una ciudad.

Me llevó allí, y vi junto a la puerta un hombre que parecía de bronce: tenía en la mano un cordel de lino y una vara de medir. Este hombre me dijo:

«Hijo de hombre, mira con tus ojos, escucha con tus oídos y presta atención a cuanto voy a enseñarte, porque has sido traído aquí para que te lo enseñe. Anuncia a la casa de Israel todo lo que veas».

El hombre me condujo al pórtico oriental. Vi la Gloria del Dios de Israel que venía de Oriente, con un estruendo de aguas caudalosas. La tierra se iluminó con su Gloria. Esta visión fue como la visión que había contemplado cuando vino a destruir la ciudad, y como la visión que había contemplado a orillas del río Quebar. Caí rostro en tierra. La Gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. Entonces me arrebató el espíritu y me llevó al atrio interior. La Gloria del Señor llenaba el templo. Entonces oí a uno que me hablaba desde el templo, mientras aquel hombre seguía de pie a mi lado, y me decía:

«Hijo de hombre, éste es el sitio de mi trono, el sitio donde apoyo mis pies, y donde voy a residir para siempre en medio de los hijos de Israel. La casa de Israel y sus reyes ya no volverán a profanar mi nombre santo con sus fornicaciones ni con los cadáveres de sus reyes difuntos. Al poner su umbral junto a mi umbral y las jambas de sus puertas junto a las mías —ellos y yo pared por medio— profanaron mi nombre santo con las acciones detestables que cometieron. Por eso los consumió mi ira. Pero ahora pondrán lejos de mí sus fornicaciones y los cadáveres de sus reyes, y residiré en medio de ellos para siempre.

Tú, hijo de hombre, da a conocer a la casa de Israel este templo, para que se avergüencen de sus culpas. Que midan la construcción y se avergüencen de todo lo que hicieron. Hazles conocer la estructura y disposición del templo, sus entradas y salidas, sus reglamentos y preceptos, y ponlos por escrito, para que observen todos sus reglamentos y preceptos y los pongan en práctica. Ésta es la ley del templo. El área entera de la cima del monte es lugar sacrosanto. Ésta es la ley del templo».

Di a la casa rebelde de Israel: “Esto dice el Señor Dios: Ya son demasiadas las acciones detestables que habéis cometido, casa de Israel. Profanabais mi casa, introduciendo en mi santuario extranjeros, incircuncisos de corazón e incircuncisos en la carne, mientras me ofrecíais como alimento grasa y sangre, y así quebrantabais mi alianza con todas vuestras acciones detestables. En vez de atender vosotros al servicio de las cosas sagradas, habéis puesto a los extranjeros al servicio de mi santuario. Por ello, así dice el Señor Dios: Ningún extranjero, incircunciso de corazón e incircunciso en la carne, entrará en mi santuario; absolutamente ninguno de los extranjeros que viven con los hijos de Israel”».

Responsorio: Ezequiel 43, 4-5; cf. Lucas 2, 27.

R. La gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. * La gloria del Señor llenó el templo.

V. Llevaron al niño Jesús sus padres al templo. * La gloria del Señor llenó el templo.

Segunda lectura:
San Agustín: Sermón sobre los pastores: Sermón 46, 29-30.

Todos los buenos pastores se identifican con el único pastor.

Cristo apacienta a sus ovejas debidamente, discierne a las que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas escuchan mi voz —dice— y me siguen.

En estas palabras descubro que todos los buenos pastores se identifican con este único pastor. No es que falten buenos pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos pastores, habría división, y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá no deje el Señor de suscitarlos y consagrarlos.

Ciertamente que, si existen buenas ovejas, habrá también buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas salen los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores son, en realidad, como miembros del único pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan, es el Señor quien apacienta; aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apaciento», porque la voz y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Ésta es la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera, fueron dos en una sola carne, a semejanza de lo que son el esposo y la esposa.

Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?». Él respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Y le pregunta aun por tercera vez: «¿Me amas?». Y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando parte del que es único.

Y parece que no se habla de los pastores, pero sí se habla. Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo al margen de Cristo. No fue por falta de pastores —como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia— que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: «No tengo a quien encomendarlas». Porque, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan a su pastor, que les dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen.

Responsorio.

R. No abandones, Señor, a tu rebaño; * Pastor bueno, que nunca duermes, sino que siempre estás en vela.

V. Vele tu misericordia, Señor, sobre nosotros, para que no se acerque el enemigo tentador con sus astucias. * Pastor bueno, que nunca duermes, sino que siempre estás en vela.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


Sábado 25a semana.

V. Venid a ver las obras del Señor.

R. Las maravillas que hace en la tierra.

Primera lectura: Ezequiel 47, 1-12.

Visión de la fuente que manaba del templo.

En aquellos días, el hombre me hizo volver a la entrada del templo. De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.

El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado. Entonces me dijo:

«¿Has visto, hijo de hombre?».

Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo:

«Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal. Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente. Se instalarán pescadores a la orilla; será un tendedero de redes desde Engadí hasta Engalín. Habrá peces de todas las especies y en gran abundancia, como en el Mar Grande. Pero sus marismas y pantanos no serán saneados: quedarán para salinas.

En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

Responsorio: Cf. Ezequiel 47, 1. 9; cf. Juan 4, 14.

R. Vi que manaba agua del lado derecho del templo. * Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente.

V. El agua que yo les daré se convertirá dentro de ellos en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. * Y habrá vida donde quiera que llegue la corriente.

Segunda lectura:
San Hilario: Tratado sobre los salmos: Salmo 64, 14-15.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios.

La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el salmista: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Y el mismo Señor dice en los evangelios: El que beba del agua que yo le daré, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Y en otro lugar: El que cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Así, pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento.

¿Y de qué alimento se trata? De aquel mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la comunión eucarística de su santo cuerpo, tendremos, más adelante, acceso a la unión con su cuerpo santo. Y es lo que el salmo que comentamos da a entender, cuando dice: Preparas los trigales; porque este alimento ahora nos salva y nos dispone además para la eternidad.

A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede un gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias del Espíritu Santo, cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de la profecía, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales y el dominio sobre los demonios sometidos. Estos dones nos penetran como llovizna y, recibidos, proliferan en multiplicidad de frutos.

Responsorio: Salmo 35, 9-10; 64, 5.

R. Se nutren de lo sabroso de tu casa, Señor, les das a beber del torrente de tus delicias, * Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.

V. Nos saciaremos de los bienes de tu casa. * Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos, para que merezcamos llegar a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.










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