LECTURAS SANTOS SEPTIEMBRE

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Santos de SEPTIEMBRE:

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3 de septiembre.

San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Roma hacia el año 540. Desempeñó primero diversos cargos públicos, y llegó luego a ser prefecto de la Urbe. Más tarde, se dedicó a la vida monástica, fue ordenado diácono y nombrado legado pontificio en Constantinopla. El día 3 de septiembre del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor, en su modo de gobernar, en su ayuda a los pobres, en la propagación y consolidación de la fe. Tiene escritas muchas obras sobre teología moral y dogmática. Murió el día 12 de marzo del año 604.

Segunda lectura:
De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro del profeta Ezequiel: Libro 1, 11; 4-6.

Por amor a Cristo, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel.

Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión.

Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. Pero desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos.

Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro.

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

Responsorio.

R. Sacando de la fuente de la sagrada Escritura enseñanzas morales y místicas, hizo llegar al pueblo las corrientes del Evangelio; * Y, después de muerto, aún sigue enseñando.

V. Como un águila que recorre el mundo, cuida de mayores y pequeños con magnánima caridad. * Y, después de muerto, aún sigue enseñando.

Oración:

Oh, Dios, que cuidas a tu pueblo con misericordia y lo diriges con amor, por intercesión del papa san Gregorio Magno concede el espíritu de sabiduría a quienes confiaste la misión de gobernar, para que el progreso de los fieles sea el gozo eterno de los pastores. Por nuestro Señor Jesucristo.


3 de septiembre.

Beato Gabriel de la Magdalena, religioso y mártir. En Sonseca: Memoria obligatoria.

Gabriel de la Magdalena, nació en Sonseca (Toledo) en octubre de 1567. Ejerció como cirujano en su pueblo natal, y ya de edad madura abrazó la vida religiosa en la Orden Franciscana siendo destinado a Filipinas, y desde allí a la misión del Japón, donde fue dedicado a la asistencia de los enfermos en Osaka. Desatada la persecución contra los cristianos, alcanzó la palma del martirio, condenado a las llamas, el 3 de septiembre de 1632.

Segunda lectura:
De las cartas de san Pedro Bautista camino del martirio: de 4 de enero y 2 de febrero de 1597.

Perdimos nuestras vidas por predicar el Evangelio.

A seis hermanos de los que acá estamos nos han tenido presos muchos días, y nos sacaron por las calles públicas de Meaco con tres japoneses de la Compañía, uno de los cuales era hermano recibido ya, y otros cristianos, que por todos somos veinticuatro. Y después de esto se dio sentencia que nos crucificasen en Nagasaki, donde ahora vamos de camino por tierra, que son mas de cien leguas de Castilla, por ser en este mes y llevamos a caballo, y muy bien guardados, porque llevamos algunos días más de doscientos hombres para nuestra guardia. Con todo eso, vamos muy consolados y alegres en el Señor, porque la sentencia que se dio contra nosotros dice que porque predicamos la ley de Dios contra el mandato del rey nos mandan crucificar, y a los demás por ser cristianos.

Los que tuvieren espíritu de morir por Cristo, ahora tienen buena ocasión. Lo que yo siento es que se animarían mucho los cristianos si por acá viesen religiosos de nuestra Orden; aunque puede tener por cierto que, mientras durase este rey, no se conservarán muchos días en Japón en nuestro hábito; porque luego los trasladarán a la otra vida, ad quam nos perducat.

La sentencia que se dio contra nosotros traen públicamente delante de nosotros, escrita en una tabla; dice que porque hemos predicado la ley de Nauan contra el mandato de Taycosama, y que en llegando a Nagasaki nos crucifiquen; por lo cual estamos muy alegres y consolados en el Señor, pues que por predicar su ley perdemos las vidas. Venimos seis frailes y dieciocho japoneses, contenidos en la sentencia; unos por predicadores y otros por cristianos. De la Compañía de Jesús viene un hermano y un dóxico y otro hombre.

Sacáronnos de la cárcel y subiéronnos en unas carretas, y a todos los dichos cortaron a cada uno un pedazo de una oreja, y así nos pasearon por las calles de Meaco, con mucho aparato de gente y lanzas. Volviéronnos a la cárcel y otro día nos llevaron bien atados, las manos atrás, y a caballo, a Usaca; y otro día nos sacaron de la cárcel y nos pasearon en caballos por las calles de la ciudad, y nos llevaron a Sacay y allí hicieron lo mismo, y con pregón público en todas tres ciudades. Entendimos que nos quitarán las vidas, pero a la vuelta supimos en Usaca que nos mandaban viniésemos a Nagasaki a lo dicho.

Por amor a Dios pedimos todos con mucho fervor oren por nosotros, que el viernes que viene, creo, sin falta nos crucificarán, según lo que acá he oído. En ese mismo día nos cortaron en Meaco parte de una oreja. Por grandes mercedes de Dios tenemos todo lo dicho. Ayudas, hermanos carísimos, de oraciones, para que sean gratas a su Majestad nuestras muertes, que en el cielo, donde esperamos ir, Deo volente, seremos gratos, y acá no he estado olvidado de vuestras caridades, antes los he tenido y tengo en mis entrañas. Adiós, hermanos carísimos, que no hay lugar para más. Usque in coelum. Mementote mei.

Responsorio: Cf. Gálatas 6, 14; Filipenses 1, 29.

R. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, vida y resurrección. * Él nos ha salvado y libertado.

V. A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. * Él nos ha salvado y libertado.

Oración:

Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado al beato Gabriel de la Magdalena a la vida eterna por medio de la cruz; concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.


6 de septiembre.

Santa María de Guadalupe.

En Guadalupe: Solemnidad.
En parroquias extremeñas: Fiesta.
En Archidiócesis de Toledo: Memoria obligatoria.

En su santuario de las Villuercas la imagen de Santa María de Guadalupe, es venerada por los fieles ya desde el siglo XIII. El rey Alfonso XI, mandó edificar una amplia y sólida iglesia, cuyo cuidado se encomendó a finales del siglo XIV a la Orden de los Jerónimos, que levantó el actual monasterio para el culto de la Virgen y la atención de los innumerables peregrinos que acudían a venerarla. Tras las vicisitudes de la desamortización, a principios del siglo XX, el cuidado pastoral de tan histórico santuario mariano fue confiado a la Orden Franciscana. Juan Pablo II lo visitó el 4 de noviembre de 1982.

Himno:

Dios te salve, mujer de gracia llena.
El ángel se arrodilla reverente,
tu palabra es un cántico aserente
y Dios se encierra en tu humildad serena.

La dorada casita nazarena
de quince soles se hace confidente
y el niño besa en la impoluta frente
que discuten la rosa y la azucena.

Aquí otro Nazaret la fe ha labrado
al que reyes y pueblos peregrinan
dominando el fragor de la montaña.

Guadalupe te brinda un nuevo estrado,
donde los hijos del dolor se inclinan
para ofrendarte el corazón de España. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Señor, has coronado de gloria y honor a tu Madre, y le has dado el señorío sobre la obra de tus manos.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Señor, has coronado de gloria y honor a tu Madre, y le has dado el señorío sobre la obra de tus manos.

Antífona 2: Santa María, más estimable que el oro acrisolado, más dulce que la miel y el jugo de los panales.

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Santa María, más estimable que el oro acrisolado, más dulce que la miel y el jugo de los panales.

Antífona 3: La Bienaventurada Virgen María ha recibido la bendición de Dios y la misericordia del Señor, su Salvador.

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: La Bienaventurada Virgen María ha recibido la bendición de Dios y la misericordia del Señor, su Salvador.

V. Dios te salve, Santa María, alegría del género humano.

R. Que con tu parto virginal nos diste la salvación y el gozo.

Primera lectura: Eclesiástico 24, 9-22.

Yo soy la madre de la esperanza santa.

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir. Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión. En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder. Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.

Crecí como cedro del Líbano, como ciprés de las montañas del Hermón. Crecí como palmera de Engadí, como plantel de rosas de Jericó, como gallardo olivo en la llanura, como plátano crecí. Como cinamomo y aspálato di perfume, como mirra exquisita derramé aroma, como gálbano y ónice y estacte, como nube de incienso en la Tienda.

Como terebinto extendí mis ramas, un ramaje de gloria y de gracia. Como vid lozana retoñé, y mis flores son frutos bellos y abundantes.

Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza, me doy a todos mis hijos, escogidos por él desde la eternidad.

Venid a mí los que me deseáis, y saciaos de mis frutos. Pues mi recuerdo es más dulce que la miel, y mi heredad más dulce que los panales. Los que me comen todavía tendrán hambre, y los que me beben todavía tendrán sed. Quien me obedece no pasará vergüenza, y los que se ocupan de mí no pecarán.

Responsorio: Cantar de los cantares 2, 10-12.

R. Levántate ya, amada mía, hermosa mía, ven a mí. Que ha pasado el invierno y han cesado las lluvias. * Ya se muestran en la tierra los brotes floridos.

V. Se deja oír ya en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. * Ya se muestran en la tierra los brotes floridos.

Segunda lectura:
De la homilía «En el nacimiento de la Virgen María», de San Bernardo, abad.

Ella siempre hallará gracia, y lo único que nosotros necesitamos es gracia.

Considera, hombre, el designio de Dios; contempla el proyecto de su sabiduría y de su amor. Antes de regar la era con el rocío del cielo, empapó el vellón. Antes de rescatar a la humanidad, depositó todo el precio en manos de María. ¿Y con qué fin hizo esto? Tal vez para que Eva pudiera rehabilitarse por medio de su hija y cesara ya la queja del hombre contra la mujer. Adán, no digas ya: La mujer que me diste, me dio del árbol prohibido. Di más bien: «La mujer que me diste, me ha alimentado con un fruto bendito». ¡Qué designio tan santo! Pero todavía hay algo más, algo que no podemos comprender. Lo que hemos dicho es cierto, pero si no me engaño, no satisface vuestros deseos. La leche contiene azúcar, pero si la desnatamos nos da también una exquisita mantequilla.

Mirad, pues, más alto y ved con cuánta devoción quiso que honráramos a María, aquel que depositó en ella la plenitud de todos los bienes. Toda nuestra esperanza, gracia y salvación proceden de ella, que subió exhalando fragancias. Es un jardín lleno de encantos, a quien no sólo acarició el astro divino, sino que lo agitó impetuoso, para que sus aromas —los carismas de sus gracias— se difundan y propaguen por doquier. Suprime este cuerpo solar que alumbra al mundo, ¿qué ocurre con el día?; suprime a María, estrella del mar, de ese mar inmenso e infinito, ¿qué nos queda sino oscuridad impenetrable, sombra de muerte y densas tinieblas?

Con todas las fuerzas, pues, de nuestro corazón, con nuestros más vivos sentimientos y anhelos, veneremos a María, porque es voluntad del Señor que todo lo recibamos por María. Sí, es voluntad suya, pero a favor nuestro. Con su solicitud constante y universal hacia los miserables consuela nuestro temor, aviva nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y espolea nuestra timidez.

Cuando temías acercarte al Padre y, aterrado con sólo oír su voz, te escondías entre el follaje, él te dio a Jesús por mediador. ¿Qué no conseguirá tal Hijo de tal Padre? Se escuchará siempre por su gran respeto: el Padre ama al Hijo; pero ¿recelas acaso acercarte a él? Es tu hermano, y tan humano como tú; tiene experiencia de todo, a excepción del pecado, para ser compasivo. Este Hermano te lo dio María. Pero quizá te sobrecoge su majestad divina, porque aunque es hombre sigue siendo Dios. ¿Quieres contar con un abogado ante él? Recurre a María. María es la humanidad totalmente pura, no sólo por carecer de toda mancha, sino por tener una sola naturaleza. Yo no tengo la menor duda en afirmar que también será escuchada por su reverencia. El Hijo atenderá a la Madre; y el Padre al Hijo.

Hijos míos, ella es la escala de los pecadores, ella el gran motivo de mi confianza, ella el fundamento inconmovible de mi esperanza. ¿Puede, acaso, el Hijo rechazar o ser rechazado? ¿Será capaz de no atender ni ser atendido? En absoluto. Has hallado gracia ante Dios, dice el ángel. Felizmente. Ella siempre hallará gracia; y lo único que nosotros necesitamos es gracia. Esta Virgen prudente no busca sabiduría como Salomón, ni riquezas, ni honor, ni grandezas, sino gracia. Y nuestra salvación depende exclusivamente de la gracia.

Hermanos, ¿para qué codiciar otras cosas? Busquemos la gracia, y busquémosla por María, porque ella encuentra siempre lo que busca y jamás decepciona. Busquemos la gracia, pero la gracia de Dios; pues el favor de los hombres es falaz. Que otros se dediquen a acumular méritos: nuestro afán sea hallar gracia. ¿No estamos aquí por pura gracia? Por la misericordia del Señor no estamos aniquilados. ¿Qué somos nosotros? Somos apóstatas, homicidas, adúlteros, ladrones y la basura del mundo. Mas entrad dentro de vosotros, hermanos, y ved cómo donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia.

Responsorio: Lucas 1, 48. 46. 47.

R. Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es Santo.

V. Mi alma glorifica al Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador. * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es Santo.

HIMNO TE DEUM:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh Dios, tú nos has dado como madre a la Madre de tu Hijo amado: concédenos que, siguiendo los preceptos de Cristo, bajo la protección de la Virgen María, vivamos según tu voluntad y merezcamos entrar en el Reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo.



7 septiembre.

Beato Félix Gómez-Pinto Piñero, religioso y mártir. Memoria libre en la Torre de Esteban Hambrán.

Del Común de Un Mártir.

Oración: (del común de un mártir).



7 septiembre.

Beato Tirso de Jesús María Sánchez Sancho, religioso y mártir. Memoria libre en Toledo.

Del Común de Un Mártir.

Oración: (del común de un mártir).


8 de septiembre.

La Natividad de la Santísima Virgen María. Fiesta.

Himno:

Niña de Dios, por nuestro bien nacida;
tierna, pero, tan fuerte, que la frente,
en soberbia maldad endurecida,
quebrantasteis de la infernal serpiente;
brinco de Dios, de nuestra muerte vida,
pues vos fuisteis el medio conveniente
que redujo a pacífica concordia
de Dios y el hombre la mortal discordia.

Creced, hermosa planta, y dad el fruto
presto en sazón, por quien el alma espera
cambiar en ropa rozagante el luto
que la gran culpa le vistió primera.
De aquel inmenso y general tributo,
la paga conveniente y verdadera
en vos se ha de fraguar: creced, Señora,
que sois universal remediadora.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Antífona 2: El Altísimo ha consagrado su morada.

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Altísimo ha consagrado su morada.

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

V. María conservaba todas estas cosas.

R. Meditándolas en su corazón.

Primera lectura: Génesis 3, 9-20.

Sentencia contra el pecado y promesa de salvación.

El Señor Dios llamó a Adán y le dijo:

«¿Dónde estás?».

Él contestó:

«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».

El Señor Dios le replicó:

«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».

Adán respondió:

«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».

El Señor Dios dijo a la mujer:

«¿Qué has hecho?».

La mujer respondió:

«La serpiente me sedujo y comí».

El Señor Dios dijo a la serpiente:

«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

A la mujer le dijo:

«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará».

A Adán le dijo:

«Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás».

Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Responsorio.

R. Hoy ha nacido la Virgen María del linaje de David; * Por ella vino la salvación del mundo a los creyentes, y por su vida gloriosa todo el orbe queda iluminado.

V. Celebremos con devoción el nacimiento de la bienaventurada Virgen María. * Por ella vino la salvación del mundo a los creyentes, y por su vida gloriosa todo el orbe queda iluminado.

Segunda lectura:
De los sermones de san Andrés de Creta, obispo: Sermón 1: PG 97, 806-810.

Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.

Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley. De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza. La gracia es la que da vida a la ley, y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.

Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos.

Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.

Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.

Responsorio.

R. Celebremos con devoción en este día el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios, * Cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias.

V. Con todo el corazón y con toda el alma, cantemos la gloria de Cristo en esta sagrada fiesta de María, la excelsa Madre de Dios * Cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Concede, Señor, a tus servidores el don de la gracia del cielo, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la bienaventurada Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.


Domingo siguiente al 8 de septiembre.

Nuestra Señora del Prado.

Ciudad Talavera de la Reina: Solemnidad.

Himno:

Eres tú la mujer llena de gloria,
alzada por encima de los astros;
con tu sagrado pecho das la leche
al que en su providencia te ha creado.

Lo que Eva nos perdió tan tristemente,
tú lo devuelves por tu fruto santo;
para que al cielo ingresen los que lloran,
eres tú la ventana del costado.

Tú eres la puerta altísima del Rey
y la entrada fulgente de la luz;
la vida que esta Virgen nos devuelve
aplauda el pueblo que alcanzó salud.

Sea la gloria a ti, Señor Jesús,
que de María Virgen has nacido,
gloria contigo al Padre y al Paráclito,
por sempiternos y gozosos siglos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Enaltece a los humildes y derriba del trono a los poderosos.

Salmo 23.
Entrada solemne de Dios en su templo.

Las puertas del cielo se abren ante Cristo
que, como hombre, sube al cielo. (S. Ireneo)

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

— El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos;
él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Enaltece a los humildes y derriba del trono a los poderosos.

Antífona 2: El Señor la eligió y la predestinó, la hizo morar en su templo santo.

Salmo 45.
Dios refugio y fortaleza de su pueblo.

Le pondrá por nombre Emmanuel,
que significa «Dios-con-nosotros».
(Mt 1, 23)

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor la eligió y la predestinó, la hizo morar en su templo santo.

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

Salmo 86.
Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

La Jerusalén de arriba es libre;
ésa es nuestra madre. (Ga 4, 26)

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí».
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti».

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!

V. Elijo y consagro este lugar.

R. Para que esté en él mi nombre eternamente.

Primera lectura: Gálatas 3, 22 – 4, 7.

Por la fe somos hijos y herederos de Dios.

Hermanos: La Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa se otorgara por la fe en Jesucristo a los que creen.

Antes de que llegara la fe, éramos prisioneros y estábamos custodiados bajo la ley hasta que se revelase la fe. La ley fue así nuestro ayo, hasta que llegara Cristo, a fin de ser justificados por fe; pero una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos al ayo. Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.

Digo además que mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo siendo como es dueño de todo, sino que está bajo tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial.

Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Responsorio.

R. Hasta tu Prado bendito llegan todos tus hijos para venerarte. * Levanta la vista en torno, mira; todos éstos se han reunido, vienen a ti.

V. Con humilde corazón le presentan tus deseos y le solicitan sus gracias. * Levanta la vista en torno, mira; todos éstos se han reunido, vienen a ti.

Segunda lectura:
De los sermones del beato Guerrico, abad: (Sermón 1 en la Asunción de santa María: PL 185, 187-189).

María, madre de Cristo y madre de los cristianos.

Un solo hijo dio a luz María, el cual, así como es Hijo único del Padre celestial, así también es hijo único de su madre terrena. Y esta única virgen y madre, que tiene la gloria de haber dado a luz al Hijo único del Padre, abarca, en su único hijo, a todos los que son miembros del mismo; y no se avergüenza de llamarse madre de todos aquellos en los que ve formado o sabe que se va formando Cristo, su hijo.

La antigua Eva, más que madre madrastra, ya que dio a gustar a sus hijos la muerte antes que la luz del día, aunque fue llamada madre de todos los que viven, no justificó este apelativo; María, en cambio, realizó plenamente su significado, ya que ella, como la Iglesia de la que es figura, es madre de todos los que renacen a la vida. Es, en efecto, madre de aquella Vida por la que todos viven, pues, al dar a luz esta Vida, regeneró, en cierto modo, a todos los que habían de vivir por ella.

Esta santa madre de Cristo, como sabe que, en virtud de este misterio, es madre de los cristianos, se comporta con ellos con solicitud y afecto maternal, y en modo alguno trata con dureza a sus hijos, como si no fuesen suyos, ya que sus entrañas, una sola vez fecundadas, aunque nunca agotadas, no cesan de dar a luz el fruto de piedad.

Si el Apóstol de Cristo no deja de dar a luz a sus hijos, con su solicitud y deseo piadoso, hasta que Cristo tome forma en ellos, ¿cuánto más la madre de Cristo? Y Pablo los engendró con la predicación de la palabra de verdad con que fueron regenerados; pero María de un modo mucho más santo y divino, al engendrar al que es la palabra en persona. Es, ciertamente, digno de alabanza el ministerio de la predicación de Pablo; pero es más admirable y digno de veneración el misterio de la generación de María.

Por eso, vemos cómo sus hijos la reconocen por madre, y así, llevados por un natural impulso de piedad y de fe, cuando se hallan en alguna necesidad o peligro, lo primero que hacen es invocar su nombre y buscar refugio en ella, como el niño que se acoge al regazo de su madre. Por esto creo que no es un desatino el aplicar a estos hijos lo que el profeta había prometido: Tus hijos habitarán en ti; salvando, claro está, el sentido originario que la Iglesia da a esta profecía.

Y, si ahora habitamos al amparo de la madre del Altísimo, vivamos a su sombra, como quien está bajo sus alas, y así después reposaremos en su regazo, hechos partícipes de su gloria. Entonces resonará unánime la voz de los que se alegran y se congratulan con su madre: Y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti, santa Madre de Dios.

Responsorio: Mateo 1, 20. 21; Miqueas 5, 3.

R. La criatura que hay en María viene del Espíritu Santo; dará a luz un Hijo. * Él salvará a su pueblo de sus pecados.

V. Se mostrará grande hasta los confines de la tierra; y éste será nuestra paz. * Él salvará a su pueblo de sus pecados.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que has concedido en la gloriosa Madre de tu Hijo un amparo celestial a cuantos la invocan, concédenos, por intercesión de Santa María del Prado, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


9 de septiembre.

San Pedro Claver, presbítero. Memoria libre.

Pedro Claver nació en Verdú, España, el año 1580. Desde el año 1596 estudió Humanidades y Filosofía en la Universidad de Barcelona. Y en 1602 ingresó en la Compañía de Jesús. Sintió la vocación misional por obra, en particular, de San Alonso Rodríguez, portero del Colegio de la Compañía de Mallorca. Ordenado sacerdote en 1616 en la misión de Colombia, ejercitó allí mismo hasta su muerte el apostolado entre los esclavos negros, hecho por voto «siempre esclavo de los esclavos negros». Quebrantada su salud, murió en Cartagena de Colombia, el día 5 de septiembre de 1654. Fue canonizado por León XIII en 1888, y posteriormente, en 1896, el mismo Papa le declaró patrono especial de las misiones entre negros.

Segunda lectura:
De las cartas de San Pedro Claver, presbítero: Epístola del 31 mayo de 1627 a su Superior.

Enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos.

Ayer, 30 de mayo de este año de 1627, día de la Santísima Trinidad, saltó en tierra un grandísimo navío de negros de los Ríos. Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Entramos en sus casas, que parecía otra Guinea. Fuimos rompiendo por medio de la mucha gente hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y ésta era su cama, con estar en carnes sin un hilo de ropa.

Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas, y entablamos aquel lugar, y trajimos en brazos los muy enfermos, rompiendo por los demás. Juntamos los enfermos en dos ruedas; la una tomó mi compañero con el intérprete, apartados de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso. Tomamos una teja de brasas y puesta en medio de la rueda junto a los que estaban muriendo, y sacando varios olores de que llevábamos dos bolsas llenas, que se gastaron en esta ocasión y dímosles un sahumerio, poniéndole encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima, ni hay que perder el tiempo en pedirles a los amos, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos.

De esta manera les estuvimos hablando, no con lengua sino con manos y obras, que, como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fue con provecho. Asentámonos después o arrodillámonos junto a ellos, y les lavamos los rostros y vientres con vino, y alegrándolos y acariciando mi compañero a los suyos y yo a los míos, les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo.

Hecho esto, entramos en el catecismo del Santo Bautismo y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ello y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande: Uno, remunerador, castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces, les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo Señor Nuestro en la Cruz, que se levanta de una pila bautismal y de sus sacratísimas llagas caen en ella arroyos de sangre, les rezamos, en su lengua, el acto de contrición.

Responsorio: Mateo 25, 35. 40; Juan 15, 12.

R. Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

V. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. * Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Oración:

Oh, Dios, que hiciste a san Pedro Claver esclavo de los esclavos y, para ayudarlos, lo fortaleciste con admirable caridad y paciencia, concédenos, por su intercesión, procurar cumplir el mandato de Jesucristo amando al prójimo con obras y de verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


10 septiembre.

Beatos Francisco López-Gasco Fernández-Lago y Miguel Beato Sánchez, presbíteros y mártires. Memoria libre en La Villa de Don Fadrique, Villacañas, Toledo y Cuerva.

Del Común de Varios Mártires.

Oración: (del común de varios mártires).


12 de septiembre.

Dulce Nombre de María. Memoria libre.

Segunda lectura:
De las homilías de san Bernardo, abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre.

Piensa en María e invócala en todos los momentos.

El evangelista dice: Y el nombre de la Virgen era María. Digamos algo a propósito de este nombre que, según dicen, significa «estrella del mar» y que resulta tan adecuado a la Virgen Madre. De manera muy adecuada es comparada con una estrella, porque, así como la estrella emite su rayo sin corromperse, la Virgen también dio a luz al Hijo sin que ella sufriera merma alguna. Ni el rayo disminuyó la luz de la estrella, ni el Hijo la integridad de la Virgen. Ella es la noble estrella nacida de Jacob, cuyo rayo ilumina todo el universo, cuyo esplendor brilla en los cielos, penetra en los infiernos, ilumina la tierra, caldea las mentes más que los cuerpos, fomenta la virtud y quema los vicios. Ella es la preclara y eximia estrella que necesariamente se levanta sobre este mar grande y espacioso: brilla por sus méritos, ilumina con sus ejemplos.

Tú, que piensas estar en el flujo de este mundo entre tormentas y tempestades en lugar de caminar sobre tierra firme, no apartes los ojos del brillo de esta estrella si no quieres naufragar en las tormentas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te precipitas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres zarandeado por las olas de la soberbia o de la ambición o del robo o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira o la avaricia o los halagos de la carne acuden a la navecilla de tu mente, mira a María. Si turbado por la enormidad de tus pecados, confundido por la suciedad de tu conciencia, aterrado por el horror del juicio, comienzas a ser tragado por el abismo de la tristeza, por el precipicio de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No la apartes de tu boca, no la apartes de tu corazón y, para conseguir la ayuda de su oración, no te separes del ejemplo de su vida. Si la sigues, no te extraviarás; si le suplicas, no te desesperarás; si piensas en ella, no te equivocarás; si te coges a ella, no te derrumbarás; si te protege, no tendrás miedo; si te guía, no te cansarás; si te es favorable, alcanzarás la meta, y así experimentarás que con razón se dijo: Y el nombre de la Virgen era María.

Responsorio: Cf. Eclesiástico 24, 27-28; Lucas 1, 27.

R. Mi doctrina es más dulce que la miel, y mi herencia más que la miel y el panal. * Y el nombre de la Virgen era María.

V. Mi recuerdo por todas las generaciones. * Y el nombre de la Virgen era María.

Oración:

Concédenos, Dios todopoderoso, que santa María Virgen nos obtenga los beneficios de tu misericordia a cuantos celebramos su nombre glorioso. Por nuestro Señor Jesucristo.


12 de septiembre.

Beata María de Jesús López Rivas, virgen. Memoria obligatoria en Toledo y Cuerva.

Nació en Tartanedo (Guadalajara) el 18 de agosto de 1560. En su juventud ingresó en la fundación en el Carmelo de San José de Toledo que acababa de fundar Santa Teresa, donde pasó toda su vida entregada a la alabanza divina y en el que murió el 13 de septiembre de 1640. Fundó el monasterio de Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo). Gozó del aprecio de Santa Teresa que cariñosamente la llamaba su «letradillo».

Segunda lectura:
Santa Teresa de Jesús: Del libro de las Moradas: 6a Morada 7, 10-15; 2a Morada 1, 12.

Ninguno subirá al Padre sino por mí.

Llamo yo meditación al discurrir mucho con el entendimiento de esta manera: comencemos a pensar en la merced que nos hizo Dios en darnos a su único Hijo, y no pararnos allí, si no vamos adelante a los misterios de toda su gloriosa vida; o comenzamos en la oración del Huerto, y no para el entendimiento hasta que está puesto en la cruz; o tomamos un paso de la pasión, digamos como el prendimiento, y andamos en este misterio considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él y que sentir, así de la traición de Judas, como de la huída de los Apóstoles y todo lo demás. Y es admirable y muy meritoria oración.

No es posible que pierda memoria el alma que ha recibido tanto de Dios, de muestras de amor tan preciosas, que son vivas centellas para encenderla más en el que tiene a nuestro Señor y se detiene en estos misterios y los trae presentes muchas veces, en especial cuando los celebra la Iglesia católica.

Es larga la vida y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo cómo los pasó, para llevarlos con perfección. Es muy buena compañía el buen Jesús para no nos apartar de ella y su Sacratísima Madre, y gusta mucho de que nos dolamos de sus penas.

El mismo Señor dice: Ninguno subirá a mi Padre sino por mí y quien me ve a mí, ve a mi Padre. Pues si nunca le miramos, ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio. Porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, Bien nuestro, ¿qué valor pueden tener, ni quien nos despertará a amar a este Señor? Plega a su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y cómo no es más el siervo que el Señor; y que hemos menester obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar, para no andar siempre en tentación.

Responsorio: Colosenses 2, 2. 3. 6. 7.

R. Que vuestros corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen toda su riqueza en la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, que es Cristo. * En el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

V. Vivid, pues, según Cristo Jesús; enraizados y edificados en él. * En el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

Oración:

Oh Dios, que concediste a la beata María de Jesús, el don de la contemplación de los misterios de tu Hijo, hasta reflejar en sí misma la imagen de su amor: concédenos, por su intercesión, una fe que busque en todos a Jesús, y un amor que le haga presente entre nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.


12 de septiembre.

Beato Francisco Maqueda López, mártir. Memoria libre en Villacañas, Dos Barrios y Seminario Menor.

Del Común de Un Mártir.

Oración: (del común de un mártir).


13 de septiembre.

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Antioquía, hacia el año 349; después de recibir una excelente formación, comenzó por dedicarse a la vida ascética. Más tarde, fue ordenado sacerdote y ejerció, con gran provecho, el ministerio de la predicación. El año 397 fue elegido obispo de Constantinopla, cargo en el que se comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta reforma de las costumbres del clero y de los fieles. La oposición de la corte imperial y de los envidiosos lo llevó por dos veces al destierro. Acabado por tantas miserias, murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de septiembre del año 407. Contribuyó en gran manera, por su palabra y escritos, al enriquecimiento de la doctrina cristiana, mereciendo el apelativo de Crisóstomo, es decir, «Boca de oro».

Segunda lectura:
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo: Homilía antes de partir en exilio, 1-3.

Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? Él me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, sino lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.

Responsorio: 2a Timoteo 2, 9-10; Salmo 26, 1.

R. Por el Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. * Por eso, lo aguanto todo por los elegidos.

V. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * Por eso, lo aguanto todo por los elegidos.

Oración:

Oh, Dios, fortaleza de los que en ti esperan, que has hecho brillar al obispo san Juan Crisóstomo por su admirable elocuencia y su fortaleza en la tribulación, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos fortalezca el ejemplo de su invencible paciencia. Por nuestro Señor Jesucristo.


14 de septiembre.

La exaltación de la Santa Cruz. Fiesta.

Himno:

¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: «¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!».
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Ésta es la cruz del Señor. Huid, enemigos; ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David. Aleluya.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Ésta es la cruz del Señor. Huid, enemigos; ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David. Aleluya.

Antífona 2: El santo nombre del Señor ha sido ensalzado en la cruz sobre el cielo y la tierra. Aleluya.

Salmo 8.
Majestad del Señor y dignidad del hombre.

Todo lo puso bajo sus pies,
y lo dio a la Iglesia, como cabeza,
sobre todo. (Ef 1, 22)

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El santo nombre del Señor ha sido ensalzado en la cruz sobre el cielo y la tierra. Aleluya.

Antífona 3: ¡Oh cruz bendita!, tú sola fuiste digna de sostener al Rey y Señor de los cielos. Aleluya.

Salmo 95.
El Señor, rey y juez del mundo.

Cantaban un cántico nuevo delante del trono,
en presencia del Cordero. (cf. Ap 14, 3)

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor,
y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: ¡Oh cruz bendita!, tú sola fuiste digna de sostener al Rey y Señor de los cielos. Aleluya.

V. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto.

R. Así tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

Primera lectura: Gálatas 2, 19 – 3, 7. 13-14; 6, 14-16.

La gloria de la cruz.

Hermano: Yo he muerto a la ley por medio de la ley, con el fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios; pero si la justificación es por medio de la ley, Cristo habría muerto en vano.

¡Oh, insensatos Gálatas! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, a cuyos ojos se presentó a Cristo crucificado? Sólo quiero que me contestéis a esto: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber escuchado con fe? ¿Tan insensatos sois? ¿Empezasteis por el Espíritu para terminar con la carne? ¿Habéis vivido en vano tantas experiencias? Y si fuera en vano… Vamos a ver: el que os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por haber escuchado con fe? Lo mismo que Abrahán: creyó a Dios, y le fue contado como justicia. Reconoced, pues, que hijos de Abrahán son los de la fe.

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, porque está escrito: «Maldito todo el que cuelga de un madero»; y esto, para que la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles en Cristo Jesús, y para que recibiéramos por la fe la promesa del Espíritu.

En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

Responsorio: Cf. Gálatas 6, 14; Hebreos 2, 9.

R. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, * Él nos ha salvado y libertado.

V. Ha sido coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. * Él nos ha salvado y libertado.

Segunda lectura:
De los sermones de san Andrés de Creta, obispo: Sermón 10, Sobre la Exaltación de la santa cruz.

La cruz es la gloria y exaltación de Cristo.

Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado, la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante, de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.

También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.

Responsorio.

R. Oh cruz admirable, de cuyas ramas colgó nuestro tesoro y la redención de los cautivos; * Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor.

V. Salve, cruz, santificada por el cuerpo de Cristo y adornada con las piedras preciosas de sus sagrados miembros. * Por ti el mundo fue redimido con la sangre de su Señor.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que para salvar al género humano has querido que tu Unigénito soportara la cruz, concede, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de su redención. Por nuestro Señor Jesucristo.


15 de septiembre.

Bienaventurada Virgen María de los Dolores. Memoria obligatoria.

Himno:

Ve, de la cruz pendiente,
la Madre dolorida
al Rey de eterna vida
que muere por mi amor;
y el vaticinio triste
de Simeón, cumplido,
deja en su pecho herido
la espada de dolor.

Por el común delito
la víctima se entrega,
y hasta la muerte llega
nuestro Dios y Señor,
y cada dolor suyo
acrece tus dolores,
Reina ayer de las flores,
hoy Reina del dolor.

Al ver de un Dios la muerte
y que su madre llora,
tiembla la tierra toda,
cual si fuera a estallar,
y hasta el velo del templo
se rasga dividido,
¿y el pecho endurecido
se negará a llorar?

Alma que ves en trance
tan duro e inclemente
penar al Inocente,
morir al mismo Dios,
atiende de María
el silencioso llanto
y piensa si hay quebranto
mayor que su dolor.

Mi culpa es tu tormento,
mi pecado tu herida,
oh Madre dolorida:
tú sufres, y es por mí.
Haz que en mi alma se clave
el despiadado acero
que, insensible y fiero,
hoy te traspasa a ti. Amén.

Segunda lectura:
De los sermones de san Bernardo, abad Sermón en el domingo infraoctava de la Asunción, 14-15.

La Madre estaba junto a la cruz.

El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste —dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús— está puesto como una bandera discutida; y a ti —añade, dirigiéndose a María— una espada te traspasará el alma.

En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús —que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo— hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.

¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?

No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.

Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?». Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?». Sí, y con toda seguridad. «¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?». Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.

Responsorio: Lucas 23, 33; Juan 19, 25; cf. Lucas 2, 35.

R. Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí. * Junto a la cruz del Señor estaba su madre.

V. Entonces una espada de dolor le traspasó el alma. * Junto a la cruz del Señor estaba su madre.

Oración:

Oh, Dios, junto a tu Hijo elevado en la cruz quisiste que estuviera la Madre dolorosa; concede a tu Iglesia, que, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar en su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.


16 de septiembre.

San Cornelio, Papa, y San Cipriano, obispo, Mártires. Memoria libre.

Cornelio fue ordenado obispo de la Iglesia de Roma el año 251; se opuso al cisma de los novacianos y, con la ayuda de Cipriano, pudo reafirmar su autoridad. Fue desterrado por el emperador Galo, y murió en Civitavecchia el año 253. Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en el cementerio de Calixto.

Cipriano nació en Cartago hacia el año 210, de familia pagana. Se convirtió a la fe, fue ordenado presbítero y, el año 249, fue elegido obispo de su ciudad. En tiempos muy difíciles gobernó sabiamente su Iglesia con sus obras y sus escritos. En la persecución de Valeriano, primero fue desterrado y más tarde sufrió el martirio, el día 14 de septiembre del año 258.

Segunda lectura:
De las Cartas de San Cipriano: Carta 60, 1-2. 5.

Una fe generosa y firme.

Cipriano a su hermano Cornelio:

Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el honor de vuestra confesión, que nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?

No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí la alegría y el regocijo, al enterarnos de vuestra victoria y vuestra fortaleza: de cómo tú has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y de cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia, se ha visto a su vez robustecida por la confesión de los hermanos; de este modo, precediéndolos en el camino hacia la gloria, has hecho que fueran muchos los que te siguieran, y ha sido un estímulo para que el pueblo confesara su fe el hecho de que te mostraras tú, el primero, dispuesto a confesarla en nombre de todos; y, así, no sabemos qué es lo más digno de alabanza en vosotros, si tu fe generosa y firme o la inseparable caridad de los hermanos. Ha quedado públicamente comprobada la fortaleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha quedado de manifiesto la unión entre los hermanos que han seguido sus huellas. Por el hecho de tener todos vosotros un solo espíritu y una sola voz, toda la Iglesia de Roma ha tenido parte en vuestra confesión.

Ha brillado en todo su fulgor, hermano muy amado, aquella fe vuestra, de la que habló el Apóstol. Él preveía, ya en espíritu, esta vuestra fortaleza y valentía, tan digna de alabanza, y pregonaba lo que más tarde había de suceder, atestiguando vuestros merecimientos, ya que, alabando a vuestros antecesores, os incitaba a vosotros a imitarlos. Con vuestra unanimidad y fortaleza, habéis dado a los demás hermanos un magnífico ejemplo de estas virtudes.

Y, teniendo en cuenta que la providencia del Señor nos advierte y pone en guardia y que los saludables avisos de la misericordia divina nos previenen que se acerca ya el día de nuestra lucha y combate, os exhortamos de corazón, en cuanto podemos, hermano muy amado, por la mutua caridad que nos une, a que no dejemos de insistir, junto con todo el pueblo, en los ayunos, vigilias y oraciones. Porque éstas son nuestras armas celestiales, que nos harán mantener firmes y perseverar con fortaleza; éstas son las defensas espirituales y los dardos divinos que nos protegen.

Acordémonos siempre unos de otros, con grande concordia y unidad de espíritu; encomendémonos siempre mutuamente en la oración y prestémonos ayuda con mutua caridad cuando llegue el momento de la tribulación y de la angustia.

O bien:

Segunda lectura:
De las actas proconsulares del martirio de San Cipriano: Cap. 3-6.

Tratándose de un asunto tan claro, no hay por qué pensarlo más.

El día catorce de septiembre por la mañana, se congregó una gran multitud en la Villa de Sexto, conforme al mandato del procónsul Galerio Máximo. Y, así, dicho procónsul Galerio Máximo, sentado en su tribunal, en el atrio llamado Sauciolo, mandó ese mismo día que trajeran a Cipriano a su presencia. Cuando se lo trajeron, el procónsul Galerio Máximo dijo al obispo Cipriano:

«¿Tú eres Tascio Cipriano?».

El obispo Cipriano respondió:

«Lo soy».

El procónsul Galerio Máximo dijo:

«¿Tú te presentas ante los hombres como jefe de esta doctrina sacrílega?».

El obispo Cipriano respondió:

«Así es».

El procónsul Galerio Máximo prosiguió:

«Los sacratísimos emperadores te ordenan que sacrifiques».

El obispo Cipriano respondió:

«No lo haré».

Galerio Máximo insistió:

«Piénsalo bien».

Pero el obispo Cipriano replicó con firmeza:

«Haz lo que se te ha mandado; tratándose de un asunto tan claro, no hay por qué pensarlo más».

Galerio Máximo, después de consultar con sus asesores, pronunció, como a regañadientes, la sentencia, con estas palabras:

«Por mucho tiempo has vivido según esta doctrina sacrílega y has hecho que fueran muchos los que te imitaran en este nefando acuerdo, con lo que te has constituido en enemigo de los dioses de Roma y de los sagrados cultos, sin que sirvieran de nada los esfuerzos de los sacratísimos príncipes Valeriano y Galieno, Augustos, y de Valeriano, nobilísimo César, por atraerte de nuevo a la práctica de su religión. Así pues, habiendo sido hallado autor y abanderado de gravísimos crímenes, servirás de escarmiento para aquellos que te imitaron en tu delito: con tu sangre será restablecida la justicia».

Dicho esto, leyó la fórmula de la sentencia:

«Decretamos que Tascio Cipriano sea decapitado».

El obispo Cipriano dijo:

«Gracias sean dadas a Dios».

Al oír esta sentencia, la muchedumbre de los hermanos decía:

«Seamos decapitados junto con él».

Y se originó un tumulto entre la gran muchedumbre que lo seguía al lugar del suplicio. Así, pues, Cipriano fue conducido al campo de Sexto, y allí se despojó del manto, se arrodilló y se prosternó ante el Señor en oración. Luego se despojó también de la dalmática y se la entregó a los diáconos, y, quedándose en su túnica de lino, esperó la llegada del verdugo.

Cuando éste llegó, Cipriano mandó a los suyos que dieran al verdugo veinticinco monedas de oro. Los hermanos tendían ante él lienzos y pañuelos. Luego, el bienaventurado Cipriano se vendó los ojos con sus propias manos. Pero, como no podía atarse por sí mismo las manos, lo hicieron el presbítero Juliano y el subdiácono Juliano.

De este modo sufrió el martirio el bienaventurado Cipriano, y su cuerpo fue colocado en un lugar cercano para evitar la curiosidad de los gentiles. Al llegar la noche, lo sacaron de allí y fue llevado triunfalmente, con cirios y lámparas, al solar del procurador Macrobio Candidiano, lugar situado en la vía Mapaliense, junto a las piscinas. Al cabo de pocos días, murió el procónsul Galerio Máximo.

El bienaventurado Cipriano sufrió martirio el día catorce de septiembre, siendo emperadores Valeriano y Galieno, bajo el reinado de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio: S. Cipriano, Carta 58.

R. Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

V. Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe sincera, con una total entrega. * Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

Oración:

Oh, Dios, que has puesto al frente de tu pueblo como abnegados pastores y mártires invencibles a los santos Cornelio y Cipriano, concédenos, por su intercesión, ser fortalecidos en la fe y en la constancia para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.


17 de septiembre.

San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria libre.

Nació el año 1542 en Montepulciano, ciudad de la región toscana. Ingresó en la Compañía de Jesús, en Roma, y fue ordenado sacerdote. Sostuvo célebres disputas en defensa de la fe católica y enseñó teología en el Colegio Romano. Fue elegido cardenal y nombrado obispo de Capua. Trabajó también en las Congregaciones romanas, contribuyendo con su ayuda a la solución de muchas cuestiones. Murió en Roma el año 1621.

Segunda lectura:
Del tratado de san Roberto Belarmino sobre la ascensión de la mente hacia Dios: Grado 1: Opera omnia 6.

Inclina mi corazón a tus preceptos.

Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia; ¿quién, que haya empezado a gustar, por poco que sea, la dulzura de tu dominio paternal, dejará de servirte con todo el corazón? ¿Qué es, Señor, lo que mandas a tus siervos? Cargad —nos dicescon mi yugo. ¿Y cómo es este yugo tuyo? Mi yugo —añades— es llevadero y mi carga ligera. ¿Quién no llevará de buena gana un yugo que no oprime, sino que halaga, y una carga que no pesa, sino que da nueva fuerza? Con razón añades: Y encontraréis vuestro descanso. ¿Y cuál es este yugo tuyo que no fatiga, sino que da reposo? Por supuesto aquel mandamiento, el primero y el más grande: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón. ¿Qué más fácil, más suave, más dulce que amar la bondad, la belleza y el amor, todo lo cual eres tú, Señor, Dios mío?

¿Acaso no prometes además un premio a los que guardan tus mandamientos, más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal? Por cierto que sí, y un premio grandioso, como dice Santiago: La corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. ¿Y qué es esta corona de la vida? Un bien superior a cuanto podamos pensar o desear, como dice san Pablo, citando al profeta Isaías: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.

En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.

Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles.

Responsorio: Malaquías 2, 7; Tito 1, 7. 9.

R. Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, * Porque es mensajero del Señor de los ejércitos.

V. El obispo debe actuar como administrador, para ser capaz de predicar una enseñanza santa. * Porque es mensajero del Señor de los ejércitos.

Oración:

Oh, Dios, que dotaste a san Roberto Belarmino, obispo, de admirable sabiduría y santidad para defender la fe de tu Iglesia, concede a tu pueblo, por su intercesión, alegrarse siempre en la integridad de esta misma fe. Por nuestro Señor Jesucristo.


19 de septiembre.

San Alonso de Orozco, presbítero. En Toledo: Memoria obligatoria.

Nació en Oropesa (Toledo) el 10 de octubre de 1500. Fue niño de coro en la Colegiata de Talavera de la Reina y después en la Catedral Primada. Estudiante en Salamanca, ingresó en la Orden agustiniana en 1522, teniendo como superior a Santo Tomás de Villanueva. Predicar y escribir fueron sus actividades principales. Muy devoto de la Virgen María, consideraba toda su actividad literaria como un mandato directo de la Madre de Dios. Fue predicador de la corte real española. Extraordinario asceta y místico, murió en Madrid el 19 de septiembre de 1591. Fue beatificado por León XIII en 1882.

Segunda lectura:
Del «Memorial de Amor Santo» de san Alonso de Orozco, presbítero.

En éste solo, a quien llama «su Amado», descansa y se sacia.

La tercera señal de la caridad es aún más perfecta y excelente, porque hace que enferme la esposa, herida ya y cautiva. Voz de quien desfallece es ciertamente aquélla: «Conjúroos, hijas de Jerusalén, que si hallareis a mi amado, le aviséis y digáis que desfallezco de amor»; a modo de una alta fiebre, la caridad abrasa al alma con ardor continuo, e inflamada por la impetuosidad de su ardiente deseo, la tiene en continua agitación, por lo que ni de día ni de noche la deja dormir ni descansar. Por el contrario, como el enfermo en estado gravísimo, así la esposa postrada en el lecho, moviéndose de continuo a uno y otro lado cual si delirara, llama con voz angustiada al médico, Cristo Jesús, pidiéndole que con su sola presencia la consuele y cure cuanto antes su enfermedad. ¿Quién no queda como pasmado?

En semejante situación, haga lo que quiera, hable o practique lo que le plazca, la mente de esta alma siempre gira en el mismo círculo; su memoria le presenta en todos los instantes un mismo objeto; en él sueña durmiendo y en vigilia; en él se ocupa, y sólo de él sabe tratar en toda hora, por no decir en todo momento. ¿Quién, pregunto, puede experimentar todo esto, sino aquel a quien Dios graciosamente se lo conceda? ¿Quién, poner de manifiesto los profundos suspiros de la esposa (el alma) que así enferma, hasta no pensar en nada más que en su amado Jesús clamando sin cesar: Ángeles y serafines, anunciad vosotros, decid a mi amado Jesús que enfermo de amor? ¿Quién podrá jamás persuadir a nadie que el tiránico imperio de semejante afecto se traduce por excelente dignidad?

Nada le contenta, nada le satisface sino su único amado; nada endulzará su espíritu, sino gustar a Jesucristo su esposo. A uno solo ama, a un solo Esposo quiere, de uno está sedienta, a uno solo anhela, con exclusión de todos. En este solo se fortalece, en este solo, a quien llama «su Amado», descansa y se sacia.

Responsorio: Cf. Cantar de los cantares 6, 3; 8, 6.

R. Yo soy de mi amado y mi amado es mío. * Ángeles y serafines: Decid a mi amado Jesús que enfermo de amor.

V. Grábame como un sello en tu brazo y en tu corazón. * Ángeles y serafines: Decid a mi amado Jesús que enfermo de amor.

Oración:

Señor, que confiaste a san Alonso de Orozco el Evangelio para que lo declarase a los fieles; concédenos que, por su intercesión, siguiendo su ejemplo, sepamos compartir con toda la comunidad eclesial lo que te dignas obrar en cada uno de nosotros y en nuestra comunidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


19 de septiembre.

San Jenaro, obispo y mártir. Memoria libre.

Fue obispo de Benevento; durante la persecución de Diocleciano, sufrió el martirio, juntamente con otros cristianos, en la ciudad de Nápoles, en donde se le tiene una especial veneración.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón 340, 1.

Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros.

Desde que se me impuso sobre mis hombros esta carga, de tanta responsabilidad, me preocupa la cuestión del honor que ella implica. Lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación, la de cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación.

Nuestra actividad de obispo es como un mar agitado y tempestuoso, pero, al recordar de quién es la sangre con que hemos sido redimidos, este pensamiento nos hace entrar en puerto seguro y tranquilo; si el cumplimiento de los deberes propios de nuestro ministerio significa un trabajo y un esfuerzo, el don de ser cristianos, que compartimos con vosotros, representa nuestro descanso. Por lo tanto, si hallo más gusto en el hecho de haber sido comprado con vosotros que en el de haber sido puesto como jefe espiritual para vosotros, entonces seré más plenamente vuestro servidor, tal como manda el Señor, para no ser ingrato al precio que se ha pagado para que pudiera ser siervo como vosotros. Debo amar al Redentor, pues sé que dijo a Pedro: Pedro, ¿me amas? Pastorea mis ovejas. Y esto por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía una labor; porque cuanto mayor es el amor, tanto menor es la labor.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Si dijera que le pago con el hecho de pastorear sus ovejas, olvidaría que esto lo hago no yo, sino la gracia de Dios conmigo. ¿Cómo voy a pagarle, si todo lo que hay en mí proviene de él como de su causa primera? Y, sin embargo, a pesar de que amamos y pastoreamos sus ovejas por don gratuito suyo, esperamos una recompensa. ¿Qué explicación tiene esto? ¿Cómo concuerdan estas dos cosas: «Amo gratuitamente para pastorear», y: «Pido una recompensa para pastorear»? Esto no tendría sentido, en modo alguno podríamos esperar una retribución de aquel a quien amamos por su don gratuito, si no fuera porque la retribución se identifica con aquel mismo que es amado. Porque, si pastoreando sus ovejas le pagáramos el beneficio de la redención, ¿cómo le pagaríamos el habernos hecho pastores? En efecto, los malos pastores —quiera Dios que nunca lo seamos— lo son por la maldad inherente a nuestra condición humana; en cambio, los buenos —quiera Dios que siempre lo seamos— son tales por la gracia de Dios, sin la cual no lo serían. Por lo tanto, hermanos míos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Haced que nuestro ministerio sea provechoso. Vosotros sois campo de Dios. Recibid al que, con su actuación exterior, planta y riega, y que da, al mismo tiempo, desde dentro, el crecimiento. Ayudadnos con vuestras oraciones y vuestra obediencia, de manera que hallemos más satisfacción en seros de provecho que en presidiros.

Responsorio: Sabiduría 10, 10.

R. Éste es en verdad un mártir, que derramó su sangre por el nombre de Cristo; * No temió ante las amenazas de los jueces, ni buscó la gloria de los hombres terrenos, sino que llegó al reino de los cielos.

V. El Señor condujo al justo por sendas llanas, y le mostró el reino de los cielos. * No temió ante las amenazas de los jueces, ni buscó la gloria de los hombres terrenos, sino que llegó al reino de los cielos.

Oración:

Oh, Dios, que nos permites venerar la memoria de tu mártir san Jenaro, concédenos gozar de su compañía en la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


20 de septiembre.

San Andrés Kim Taegon, presbítero, y san Pablo Chong Hasang y compañeros, mártires. Memoria obligatoria.

A principios del siglo diecisiete, la fe cristiana penetró, por primera vez, en Corea. En esta comunidad cristiana, durante las diversas persecuciones del siglo diecinueve, hubo ciento tres santos mártires, entre los cuales destacan el primer presbítero y fervoroso pastor de almas Andrés Kim Taegon y el insigne apóstol seglar Pablo Chong Hasang. En este día, recordamos a todos estos mártires, los cuales, con sus sufrimientos, consagraron las primicias de la Iglesia coreana, regándola generosamente con su sangre preciosa.

Segunda lectura:
De la última exhortación de san Andrés Kim Taegon, presbítero y mártir.

La fe es coronada por el amor y la perseverancia.

Hermanos y amigos muy queridos: Consideradlo una y otra vez: Dios, al principio de los tiempos, dispuso el cielo y la tierra y todo lo que existe, meditad luego por qué y con qué finalidad creó de modo especial al hombre a su imagen y semejanza.

Si en este mundo, lleno de peligros y de miserias, no reconociéramos al Señor como creador, de nada nos serviría haber nacido ni continuar aún vivos. Aunque por la gracia de Dios hemos venido a este mundo y también por la gracia de Dios hemos recibido el bautismo y hemos ingresado en la Iglesia, y, convertidos en discípulos del Señor, llevamos un nombre glorioso, ¿de qué nos serviría un nombre tan excelso, si no correspondiera a la realidad? Si así fuera, no tendría sentido haber venido a este mundo y formar parte de la Iglesia; más aún, esto equivaldría a traicionar al Señor y su gracia. Mejor sería no haber nacido que recibir la gracia del Señor y pecar contra él.

Considerad al agricultor cuando siembra en su campo: a su debido tiempo ara la tierra, luego la abona con estiércol y, sometiéndose de buen grado al trabajo y al calor, cultiva la valiosa semilla. Cuando llega el tiempo de la siega, si las espigas están bien llenas, su corazón se alegra y salta de felicidad, olvidándose del trabajo y del sudor. Pero si las espigas resultan vacías y no encuentra en ellas más que paja y cáscara, el agricultor se acuerda del duro trabajo y del sudor y abandona aquel campo en el que tanto había trabajado.

De manera semejante el Señor hace de la tierra su campo, de nosotros, los hombres, el arroz, de la gracia el abono, y por la encarnación y la redención nos riega con su sangre, para que podamos crecer y llegar a la madurez. Cuando en el día del juicio llegue el momento de la siega, el que haya madurado por la gracia se alegrará en el reino de los cielos como hijo adoptivo de Dios, pero el que no haya madurado se convertirá en enemigo, a pesar de que él también ya había sido hijo adoptivo de Dios, y sufrirá el castigo eterno merecido.

Hermanos muy amados, tened esto presente: Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables padecimientos, con su pasión fundó la santa Iglesia y la hace crecer con los sufrimientos de los fieles. Por más que los poderes del mundo la opriman y la ataquen, nunca podrán derrotarla. Después de la ascensión de Jesús, desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy, la Iglesia santa va creciendo por todas partes en medio de tribulaciones.

También ahora, durante cincuenta o sesenta años, desde que la santa Iglesia penetró en nuestra Corea, los fieles han sufrido persecución, y aun hoy mismo la persecución se recrudece, de tal manera que muchos compañeros en la fe, entre los cuales estoy yo mismo, están encarcelados, como también vosotros os halláis en plena tribulación. Si todos formamos un solo cuerpo, ¿cómo no sentiremos una profunda tristeza? ¿Cómo dejaremos de experimentar el dolor, tan humano, de la separación?

No obstante, como dice la Escritura, Dios se preocupa del más pequeño cabello de nuestra cabeza y, con su omnisciencia, lo cuida; ¿cómo, por tanto, esta gran persecución podría ser considerada de otro modo que como una decisión del Señor, o como un premio o castigo suyo?

Buscad, pues, la voluntad de Dios y luchad de todo corazón por Jesús, el jefe celestial, y venced al demonio de este mundo, que ha sido ya vencido por Cristo.

Os lo suplico: no olvidéis el amor fraterno, sino ayudaos mutuamente, y perseverad, hasta que el Señor se compadezca de nosotros y haga cesar la tribulación.

Aquí estamos veinte y, gracias a Dios, estamos todos bien. Si alguno es ejecutado, os ruego que no os olvidéis de su familia. Me quedan muchas cosas por deciros, pero, ¿cómo expresarlas por escrito? Doy fin a esta carta. Ahora que está ya cerca el combate decisivo, os pido que os mantengáis en la fidelidad, para que, finalmente, nos congratulemos juntos en el cielo. Recibid el beso de mi amor.

Responsorio: Cf. 2a Corintios 6, 9-10.

R. Éstos son los mártires que dieron testimonio de Cristo sin temor a las amenazas, alabando al Señor. * La sangre de los mártires es semilla de cristianos.

V. Fueron tenidos por desconocidos, aunque eran conocidos de sobra; por moribundos, aunque estaban bien vivos; por necesitados, aunque todo lo poseían. * La sangre de los mártires es semilla de cristianos.

Oración:

Oh, Dios, que te has dignado multiplicar los hijos de adopción en todo el orbe de la tierra, e hiciste que la sangre de los santos mártires Andrés y compañeros fuera semilla fecunda de cristianos, concédenos que, fortalecidos por su ayuda, avancemos continuamente siguiendo su ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de septiembre.

San Mateo, Apóstol y Evangelista. Fiesta.

Nació en Cafarnaún, y, cuando Jesús lo llamó, ejercía el oficio de recaudador de impuestos. Escribió el evangelio en lengua aramea y, según la tradición, predicó en Oriente.

Himno:

Himno: Voceros de Dios,
heraldos de Amor,
apóstoles santos.

Locura de cruz,
de Dios es la luz,
apóstoles santos.

Mensaje del Rey,
de amor es la ley,
apóstoles santos.

De Cristo solaz,
sois cristos de paz
apóstoles santos.

Sois piedra frontal
del reino final,
apóstoles santos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Proclamaron las obras de Dios y meditaron sus acciones.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Pregonaron su justicia, y todos los pueblos contemplaron su gloria.

V. Contaron las alabanzas del Señor y su poder.

R. Y las maravillas que realizó.

Primera lectura: Efesios 4, 1-16.

Diversidad de funciones en un mismo cuerpo.

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Por eso dice la Escritura: «Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres». Decir «subió» supone que había bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de los cielos para llenar el universo.

Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor.

Responsorio: 2a Pedro 1, 21; Proverbios 2, 6.

R. Ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; * Hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.

V. Es el Señor quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. * Hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.

Segunda lectura:
De las homilías de san Beda el Venerable, presbítero: Homilía 21.

Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió.

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme. Sígueme, que quiere decir: «Imítame». Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque, quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.

Él —continúa el texto sagrado— se levantó y lo siguió. No hay que extrañarse del hecho de que aquel recaudador de impuestos, a la primera indicación imperativa del Señor, abandonase su preocupación por las ganancias terrenas y, dejando de lado todas sus riquezas, se adhiriese al grupo que acompañaba a aquel que él veía carecer en absoluto de bienes. Es que el Señor, que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible.

Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio, ya que Mateo, que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores. De este modo, ya en los inicios de su fe, comienza su ministerio de evangelizador que luego, llegado a la madurez en la virtud, había de desempeñar. Pero, si deseamos penetrar más profundamente el significado de estos hechos, debemos observar que Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.

Nosotros escuchamos su voz, le abrimos la puerta y lo recibimos en nuestra casa, cuando de buen grado prestamos nuestro asentimiento a sus advertencias, ya vengan desde fuera, ya desde dentro, y ponemos por obra lo que conocemos que es voluntad suya. Él entra para comer con nosotros, y nosotros con él, porque, por el don de su amor, habita en el corazón de los elegidos, para saciarlos con la luz de su continua presencia, haciendo que sus deseos tiendan cada vez más hacia las cosas celestiales y deleitándose él mismo en estos deseos como en un manjar sabrosísimo.

Responsorio.

R. Fue Mateo un ágil escribano, doctísimo en la ley del Dios del cielo; * Adiestró su corazón para investigar la ley del Señor, para practicar y enseñar sus mandatos, según el don que él le otorgó misericordiosamente.

V. A él le fue confiado el Evangelio de la gloria de Dios. * Adiestró su corazón para investigar la ley del Señor, para practicar y enseñar sus mandatos, según el don que él le otorgó misericordiosamente.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que te dignaste elegir a san Mateo con inefable misericordia, para convertirlo de publicano en apóstol, concédenos que, fortalecidos con su ejemplo e intercesión, te sigamos y permanezcamos firmemente unidos a ti. Por nuestro Señor Jesucristo.


23 de septiembre.

San Pío de Pietrelcina, presbítero. Memoria obligatoria.

Nació en Pietrelcina, en la región italiana de Benevento, el año 1887. Ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y llegó a ser sacerdote, ejerciendo el ministerio con gran entrega pastoral, sobre todo, en el convento de la aldea de San Juan Rotondo, en la región de Apulia, sirviendo al pueblo de Dios con oración y humildad mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación de los penitentes y el cuidado esmerado a los enfermos y los pobres. Configurado plenamente con Cristo crucificado, completó su peregrinación terrena el 23 de septiembre de 1968.

Segunda lectura:
De los escritos de san Pío de Pietrelcina, presbítero.

Piedras del edificio eterno.

Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra madre, la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio de la dedicación de una iglesia. Y así es en verdad.

Toda alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una piedra constituida para levantar un edificio eterno. Al constructor que busca erigir una edificación le conviene ante todo pulir lo mejor posible las piedras que va a utilizar en la construcción. Lo consigue con el martillo y el cincel. Del mismo modo el Padre celeste actúa con las almas elegidas que, desde toda la eternidad, con suma sabiduría y providencia, han sido destinadas para la erección de un edificio eterno.

El alma, si quiere reinar con Cristo en la gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.

Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse de estas circunstancias benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de las almas y, llenos de confianza, entregaos a sus santísimos brazos: como a los elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.

No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran vuestras almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la afrenta de Dios. Que os baste saber que en toda vuestra vida nunca habéis ofendido al Señor que, por el contrario, ha sido honrado más y más.

Si este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no porque quiera vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque pone a prueba todavía más vuestra fidelidad y constancia y, además, os cura de algunas enfermedades que no son consideradas tales por los ojos carnales, es decir, aquellas enfermedades y culpas de las que ni siquiera el justo está inmune. En efecto, dice la Escritura: Siete veces cae el justo. (Proverbios 24, 16).

Creedme que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos, porque entendería que el Señor os quiere dar menos piedras preciosas… Expulsad, como tentaciones, las dudas que os asaltan… Expulsad también las dudas que afectan a vuestra forma de vida, es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y que os resistís a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no proceden del buen espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que intentan apartaros de la perfección o, al menos, entorpecer el camino hacia ella. ¡No abatáis el ánimo!

Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias: todas las cosas son delicadezas de su amor. Os deseo que entreguéis el espíritu con Jesús en la cruz: Todo está cumplido. (Juan 19, 30).

Responsorio: Efesios 2, 21-22.

R. Toda edificación ensamblada en Cristo Jesús crece * Para ser templo santo en el Señor.

V. En el que también vosotros os vais edificando para ser morada de Dios en el Espíritu. * Para ser templo santo en el Señor.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío, presbítero, la gracia singular de participar en la cruz de tu Hijo, y por su ministerio renovaste las maravillas de tu misericordia, concédenos, por su intercesión, que, asociados siempre a los sufrimientos de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.


24 septiembre.

Bienaventurada Virgen María de la Merced. Memoria libre.

Segunda lectura: (Tomada del Común de Santa María):
De los sermones de san Sofronio, obispo. (Sermón 2, en la Anunciación de la Santísima Virgen, 21-22. 26: PG 87, 3, 3242. 3250).

La bendición del Padre ha brillado para los hombres por medio de María.

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. ¿Y qué puede ser más sublime que este gozo, oh Virgen Madre?

¿O qué cosa puede ser más excelente que esta gracia, que, viniendo de Dios, sólo tú has obtenido? ¿Acaso se puede imaginar una gracia más agradable o más espléndida? Todas las demás no se pueden comparar a las maravillas que se realizan en ti; todas las demás son inferiores a tu gracia; todas, incluso las más excelsas, son secundarias y gozan de una claridad muy inferior.

El Señor está contigo. ¿Y quién es el que puede competir contigo? Dios proviene de ti; ¿quién no te cederá el paso, quién habrá que no te conceda con gozo la primacía y la precedencia? Por todo ello, contemplando tus excelsas prerrogativas, que destacan sobre las de todas las criaturas, te aclamo con el máximo entusiasmo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Pues tú eres la fuente del gozo no sólo para los hombres, sino también para los ángeles del cielo.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva en bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición, fuera bendecido por medio de ti.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues por medio de ti encuentran la salvación tus progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les concederá la salvación eterna.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues sin concurso de varón has dado a luz aquel fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la maldición que no producía sino espinas.

Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues a pesar de ser una mujer, criatura de Dios como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de Dios. Pues lo que nacerá de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, y, por lo tanto, con toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a luz a Dios.

Tú tienes en tu seno al mismo Dios, hecho hombre en tus entrañas, quien, como un esposo, saldrá de ti para conceder a todos los hombres el gozo y la luz divina.

Dios ha puesto en ti, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y, extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas.

Responsorio: S. Sofronio, Sermón 2.

R. Verdaderamente, bendita tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva en bendición. * Por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres.

V. Por medio de ti encuentra la salvación tus progenitores. * Por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres.

Oración:

Dios Padre de misericordia, que enviaste al mundo a tu Hijo, Redentor de los hombres, concede, a cuantos invocamos a su Madre con el título de la Merced, mantenernos fielmente en la verdadera libertad de los hijos que Cristo, el Señor, nos mereció con su sacrificio, y promoverla también entre todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.


25 de septiembre.

San Cristóbal, mártir. En La Guardia: Memoria obligatoria.

El martirio de un niño de tres años, llamado Cristóbal que el año 1490 fue raptado a la puerta de la catedral de Toledo, está históricamente documentado. Llevado cerca del pueblo de La Guardia, su cuerpo fue enterrado en un lugar oculto. Conocido el martirio de este inocente, muy pronto el lugar de su suplicio fue tenido en gran honor y veneración. El Papa Pío VII concedió celebrar su fiesta con Oficio propio en toda la diócesis de Toledo.

Segunda lectura:
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo: Homilías sobre san Mateo.

Os ama con más sincero amor que el de un padre.

Mirad cómo tampoco aquí les promete el Señor librarlos de la muerte. No, permite que mueran; pero les hace merced mayor que si no lo hubiera permitido. Porque mucho más que librarlos de la muerte es persuadirlos que desprecien la muerte. Así pues, no los arroja temerariamente a los peligros, pero los hace superiores a todo peligro. Y notad cómo con una breve palabra fija el Señor en sus almas el dogma de la inmortalidad del alma y como plantada en ella esta saludable doctrina, pasa a animarlos por otros razonamientos.

Y en efecto, porque no pensasen que, si morían y se los pasaba a cuchillo, se debía a estar abandonados de Dios, nueva­mente habla el Señor de su providencia, diciendo: ¿No es así que dos pajarillos se venden por un as? Y sin embargo, ni uno de ellos caerá en el lazo sin permisión de vuestro Padre que está en los cie­los. En cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados todos. Como si dijera: ¿Qué cosa de menos valor que unos pajarillos? Y sin embargo, ni esos serán cogidos en el lazo sin conocimiento de vuestro Padre. No dice que sea Dios quien los haga caer en el lazo, pues ello sería indigno de Dios, sino que nada de cuanto acontece le pasa inadvertido. Si, pues, Dios no ignora nada de cuanto acontece, y a vosotros os ama con más sincero amor que el de un padre, y hasta tal punto os ama que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, no hay motivo para que temáis. Mas tampoco quiso decir que Dios cuente realmente uno por uno nuestros cabellos. Con esas palabras quiso el Señor poneros de manifiesto el cabal conocimiento y la grande providencia que de ellos tenía. Si, pues, Él sabe todo lo que os pasa y puede y quiere salvaros, sufráis lo que sufráis, no penséis que lo sufrís por estar abandonados. Realmente, no quiere el Señor librar a los suyos de sufrir, sino enseñarles a menospreciar el sufrimiento, pues ésta es sin duda la más cabal liberación del sufrimiento.

Responsorio: Cf. Sabiduría 4, 11; Romanos 8, 30.

R. Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiese su inteli­gencia y el engaño no extraviase su alma. * Estaba predestinado a la vida eterna.

V. A los que predestinó los llamó; a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó. * Estaba predestinado a la vida eterna.

Oración:

Oh Dios, que de un modo admirable hiciste llegar a ti, al santo niño Cristóbal por el camino de la inocencia y de la cruz; concédenos propicio que, por sus oraciones y méritos, podamos imitar la humildad y muerte de tu Hijo. Él que vive y reina contigo.


26 de septiembre.

San Cosme y san Damián, mártires. Memoria libre.

Una tradición muy antigua atestigua la existencia de su sepulcro en Ciro (Siria), donde se erigió asimismo una basílica en su honor. Desde allí, su culto pasó a Roma y, más tarde, se propagó por toda la Iglesia.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón 329, en el natalicio de los mártires, 1-2.

Preciosa es la muerte de los mártires, comprada con el precio de la muerte de Cristo.

Por los hechos tan excelsos de los santos mártires, en los que florece la Iglesia por todas partes, comprobamos con nuestros propios ojos cuán verdad sea aquello que hemos cantado: Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles, pues nos place a nosotros y a aquel en cuyo honor ha sido ofrecida.

Pero el precio de todas estas muertes es la muerte de uno solo. ¿Cuántas muertes no habrá comprado la muerte única de aquel sin cuya muerte no se hubieran multiplicado los granos de trigo? Habéis escuchado sus palabras cuando se acercaba al momento de nuestra redención: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.

En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo.

Fueron comprados los fieles y los mártires: pero la fe de los mártires ha sido ya comprobada; su sangre es testimonio de ello. Lo que se les confió, lo han devuelto, y han realizado así aquello que afirma Juan: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Y también, en otro lugar, se afirma: Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido. Es realmente sublime el banquete donde se sirve, como alimento, el mismo Señor que invita al banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, pero el Señor Jesucristo ha hecho precisamente esto: él, que es quien invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que habían comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de él habían recibido.

Pero, ¿cómo podrían devolver tales dones si no fuera por concesión de aquel que fue el primero en concedérselos? ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación.

¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa de la pasión, copa amarga y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprensiones del enfermo. Es ésta la copa: la reconocemos por las palabras de Cristo, cuando dice: Padre, si es posible, que se aleje de mi ese cáliz.

De este mismo cáliz, afirmaron, pues, los mártires: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. «¿Tienes miedo de no poder resistir?». «No», dice el mártir. «¿Por qué?». «Porque he invocado el nombre del Señor». ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor: yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo regía la mente y la lengua de sus mártires, y por medio de ellos, en la tierra, vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a sus mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz! Se acabaron los dolores y han recibido el honor.

Responsorio.

R. Los santos mártires derramaron gloriosamente su sangre por el Señor; amaron a Cristo durante su vida, lo imitaron en su muerte. * Por eso merecieron recibir la corona del triunfo.

V. Tenían un solo Espíritu y una sola fe. * Por eso merecieron recibir la corona del triunfo.

Oración:

Proclame tu grandeza, Señor, la admirable memoria de tus santos Cosme y Damián, porque a ellos les diste la gloria eterna y a nosotros nos proteges con tu maravillosa providencia. Por nuestro Señor Jesucristo.


27 de septiembre.

San Vicente de Paúl, presbítero. Memoria obligatoria.

Nació en Aquitania el año 1581. Cursados los correspondientes estudios, fue ordenado sacerdote y ejerció de párroco en París. Fundó la Congregación de la Misión, destinada a la formación del clero y al servicio de los pobres, y también, con la ayuda de santa Luisa de Marillac, la Congregación de Hijas de la Caridad. Murió en París el año 1660.

Segunda lectura:
De los escritos de san Vicente de Paúl, presbítero: Carta 2.546.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo.

Nosotros no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.

Cristo, en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres, ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio. Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención a los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.

El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por él por quien lo hacemos.

Así pues, si dejáis la oración para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a señores.

Responsorio: 1a Corintios 9, 19. 22; Job 29, 15-16.

R. Siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos. Me he hecho débil con los débiles, * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

V. Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo, yo era padre de los pobres. * Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Oración:

Oh, Dios, que llenaste de virtudes apostólicas al presbítero san Vicente de Paúl para la salvación de los pobres y la formación del clero, concédenos, te rogamos, que, enardecidos por su mismo espíritu, amemos cuanto él amó y practiquemos sus enseñanzas. Por nuestro Señor Jesucristo.


28 de septiembre.

San Wenceslao, mártir. Memoria libre.

Nació en Bohemia hacia el año 907, y recibió de una tía suya una sólida formación cristiana. Alrededor del año 925 fue duque de su país, teniendo que soportar muchas dificultades en el gobierno y formación cristiana de sus súbditos. Traicionado por su hermano Boleslao, fue asesinado por unos sicarios el año 935. En seguida, fue venerado como mártir y es el patrono principal de Bohemia.

Segunda lectura:
De la Leyenda primera paleoslava.

Cuando un rey juzga lealmente a los desvalidos, su trono está siempre firme.

Al morir su padre Bratislao, los habitantes de Bohemia eligieron por duque a Wenceslao. Por la gracia de Dios, era hombre de una fe íntegra. Auxiliaba a todos los pobres, vestía a los desnudos, alimentaba a los hambrientos, acogía a los peregrinos, conforme a las enseñanzas evangélicas. No toleraba que se cometiera injusticia alguna contra las viudas, amaba a todos los hombres, pobres y ricos, servía a los ministros de Dios, embellecía muchas iglesias.

Pero los hombres de Bohemia se ensoberbecieron y persuadieron a su hermano menor, Boleslao, diciéndole:

«Wenceslao conspira con su madre y con sus hombres para matarte».

Wenceslao acostumbraba ir a todas las ciudades para visitar sus iglesias en el día de la dedicación de cada una de ellas. Entró, pues, en la ciudad de Boleslavia, un domingo, coincidiendo con la fiesta de los santos Cosme y Damián. Después de oír misa, quería regresar a Praga, pero Boleslao lo retuvo pérfidamente, diciéndole:

«¿Por qué has de marcharte, hermano?».

A la mañana siguiente, las campanas tocaron para el oficio matutino. Wenceslao, al oír las campanas, dijo:

«Loado seas, Señor, que me has concedido vivir hasta la mañana de hoy».

Se levantó y se dirigió al oficio matutino. Al momento, Boleslao lo alcanzó en la puerta. Wenceslao lo miró y le dijo:

«Hermano, ayer nos trataste muy bien».

Pero el diablo, susurrando al oído de Boleslao, pervirtió su corazón; y, sacando la espada, Boleslao contestó a su hermano:

«Pues ahora quiero hacerlo aún mejor».

Dicho esto, lo hirió con la espada en la cabeza. Wenceslao, volviéndose a él, le dijo:

«¿Qué es lo que intentas hacer, hermano?».

Y, agarrándolo, lo hizo caer en tierra. Vino corriendo uno de los consejeros de Boleslao e hirió a Wenceslao en la mano. Éste, al recibir la herida, soltó a su hermano e intentó refugiarse en la iglesia, pero dos malvados lo mataron en la puerta. Otro, que vino corriendo, atravesó su costado con la espada. Wenceslao expiró al momento, pronunciando aquellas palabras:

«A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».

Responsorio: Oseas 14, 6; Salmo 91, 14.

R. El justo germinará como una azucena * Y florecerá eternamente ante el Señor.

V. Plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios. * Y florecerá eternamente ante el Señor.

Oración:

Oh, Dios, que enseñaste al mártir san Wenceslao a preferir el reino de los cielos antes que el de este mundo, concédenos, por sus ruegos, negarnos a nosotros mismos para seguirte a ti de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.


28 de septiembre.

San Lorenzo Ruiz y compañeros, mártires. Memoria libre.

Segunda lectura:
Homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa de canonización de 16 mártires del Japón, el 18 de octubre de 1987.

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la buena nueva».

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la buena nueva». (Isaías 52, 7). Esta canonización del beato Lorenzo Ruiz y sus compañeros, martirizados en Nagasaki y alrededores entre 1633 y 1637, constituye una confirmación elocuente de estas palabras evangélicas. Dieciséis hombres y mujeres dieron testimonio, con su heroico sufrimiento y muerte, de su fe en el mensaje de salvación en Cristo, que llegó a ellos después de haber sido proclamado de generación en generación desde el tiempo de los Apóstoles. En sus sufrimientos, su amor a imitación de Jesús alcanzó su cumplimiento, y su configuración sacramental con Jesús, el único mediador, llegó a la perfección. «Porque nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya». (Romanos 6, 5).

Estos santos mártires, diferentes por su origen, lengua, raza y condición social están unidos entre sí juntamente con todo el Pueblo de Dios en el misterio salvífico de Cristo, el Redentor. Juntamente con ellos, también nosotros, reunidos aquí con los padres sinodales de casi todos los países del mundo, cantamos al Cordero el nuevo cántico del libro del Apocalipsis: «Eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios y reine sobre la tierra». (Ap 5, 9-10).

El mensaje de los mártires, mensaje de suprema fidelidad a Cristo, interpela a Europa, con su fundamento cristiano común colocado por los Apóstoles Pedro y Pablo, a la Europa que durante dos mil años ha sido un semillero de misioneros.

Interpela a Filipinas, que fue el lugar de la inmediata preparación y fortalecimiento en la fe para once de los nuevos santos; a Filipinas que, como señalé con ocasión de la beatificación de los mártires en Manila el año 1981, al ser evangelizada ha sido llamada a convertirse en evangelizadora, a tomar parte en la gran obra de llevar el Evangelio a los pueblos de Asia. Que esta tarea de evangelización comience en familias filipinas siguiendo el ejemplo de Lorenzo Ruiz, esposo y padre de tres hijos, quien primeramente colaboró con los padres dominicos en Manila y posteriormente compartió su martirio en Nagasaki. Él es ahora el primer santo filipino canonizado.

Los santos mártires interpelan a la Iglesia en Japón, particularmente a la archidiócesis de Nagasaki; a la Iglesia en Taiwán y en Macao, y a todos los discípulos de Cristo en Asia. ¡Ojalá que el ejemplo y la intercesión de estos nuevos santos ayude a extender la verdad y el amor cristiano por todo lo ancho y largo de este vasto continente!

Toda la Iglesia de Dios se alegra de su victoria. La Iglesia en Italia, Francia, España, Taiwán, Macao, Filipinas y Japón se llena de admiración y alegría por la buena noticia anunciada por la pasión y la muerte de estos valientes discípulos de Jesucristo, «el testigo veraz, el primogénito de entre los muertos». (Ap 1,5). Con el testimonio de su vida generosamente ofrecida por amor a Cristo, los nuevos santos hablan hoy a toda la Iglesia: la impulsan y la estimulan en su misión evangelizadora.

Responsorio.

R. Los santos mártires derramaron gloriosamente su sangre por el Señor; amaron a Cristo durante su vida, lo imitaron en su muerte. * Por eso, merecieron recibir la corona del triunfo.

V. Tenían un solo Espíritu, y una sola fe. * Por eso, merecieron recibir la corona del triunfo.

Oración:

Concédenos, Señor y Dios nuestro, la paciencia de tus santos mártires Lorenzo y compañeros en el servicio a ti y al prójimo, porque los perseguidos por causa de la justicia alcanzan la felicidad en tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.


29 de septiembre.

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Fiesta.

Himno:

Miguel, Gabriel, Rafael,
los espíritus señeros
y arcángeles mensajeros
de Dios, que estáis junto a él.

A vuestro lado se siente
alas de fiel protección,
incienso de la oración
y el corazón obediente.

«¿Quién como Dios?» es la enseña,
es el grito de Miguel,
y el orgullo de Luzbel
al abismo se despeña.

Gabriel trae la embajada
divina, y le lleva al Padre
el « sí » de la Virgen Madre,
del Sol de Cristo alborada.

Por la ruta verdadera
Rafael nos encamina
y nos da la medicina
que cura nuestra ceguera.

Dios que nos diste a los ángeles
por guías y mensajeros,
danos el ser compañeros
del cielo de tus arcángeles. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Se agitó el mar y la tierra tembló cuando el arcángel Miguel bajaba del cielo.

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Se agitó el mar y la tierra tembló cuando el arcángel Miguel bajaba del cielo.

Antífona 2: El ángel Gabriel se apareció a Zacarías y le dijo: «Tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan».

Salmo 102.
Himno a la misericordia de Dios.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto. (Lc 1, 78)

I

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El ángel Gabriel se apareció a Zacarías y le dijo: «Tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan».

Antífona 3: Yo soy el ángel Rafael, que estoy al servicio de Dios; vosotros bendecid al Señor y escribid todo lo que os ha ocurrido.

II

Porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Yo soy el ángel Rafael, que estoy al servicio de Dios; vosotros bendecid al Señor y escribid todo lo que os ha ocurrido.

V. Bendecid al Señor, ángeles suyos.

R. Poderosos ejecutores de sus órdenes.

Primera lectura: Apocalipsis 12, 1-17.

Batalla de Miguel con el dragón.

Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.

Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz. Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono; y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser alimentada mil doscientos sesenta días.

Y hubo un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles. Y no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él. Y oí una gran voz en el cielo que decía:

«Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio que habían dado, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte. Por eso, estad alegres, cielos, y los que habitáis en ellos».

¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha bajado a vosotros, rebosando furor, sabiendo que le queda ya poco tiempo. Y cuando vio el dragón que había sido precipitado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y le fueron dadas a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada un tiempo, y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la presencia de la serpiente.

Y vomitó la serpiente de su boca, detrás de la mujer, agua como un río para hacer que el río la arrastrara. Y la tierra ayudó a la mujer, y abrió la tierra su boca y se tragó el río que había arrojado el dragón de su boca. Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.

Responsorio: Apocalipsis 12, 7. 8. 10.

R. Se hizo silencio en el cielo cuando el dragón trabó batalla con el arcángel Miguel; * Se oyó una voz que decía: «Victoria, honor y poder al Dios todopoderoso».

V. Ahora se estableció la salud y el poderío, y la potestad de su Cristo. * Se oyó una voz que decía: «Victoria, honor y poder al Dios todopoderoso».

Segunda lectura:
De homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios: Homilía 34, 8-9.

El nombre de «ángel» designa la función, no el ser.

Hay que saber que el nombre de «ángel» designa la función, no el ser del que lo lleva. En efecto, aquellos santos espíritus de la patria celestial son siempre espíritus, pero no siempre pueden ser llamados ángeles, ya que solamente lo son cuando ejercen su oficio de mensajeros. Los que transmiten mensajes de menor importancia se llaman ángeles, los que anuncian cosas de gran trascendencia se llaman arcángeles.

Por esto, a la Virgen María no le fue enviado un ángel cualquiera, sino el arcángel Gabriel, ya que un mensaje de tal trascendencia requería que fuese transmitido por un ángel de la máxima categoría.

Por la misma razón, se les atribuyen también nombres personales, que designan cuál es su actuación propia. Porque en aquella ciudad santa, allí donde la visión del Dios omnipotente da un conocimiento perfecto de todo, no son necesarios estos nombres propios para conocer a las personas, pero sí lo son para nosotros, ya que a través de estos nombres conocemos cuál es la misión específica para la cual nos son enviados. Y, así, Miguel significa: «¿Quién como Dios?», Gabriel significa: «Fortaleza de Dios» y Rafael significa: «Medicina de Dios».

Por esto, cuando se trata de alguna misión que requiera un poder especial, es enviado Miguel, dando a entender por su actuación y por su nombre que nadie puede hacer lo que sólo Dios puede hacer. De ahí que aquel antiguo enemigo, que por su soberbia pretendió igualarse a Dios, diciendo: Escalaré los cielos, por encima de los astros divinos levantaré mi trono, me igualaré al Altísimo, nos es mostrado luchando contra el arcángel Miguel, cuando, al fin del mundo, será desposeído de su poder y destinado al extremo suplicio, como nos lo presenta Juan: Se trabó una batalla con el arcángel Miguel.

A María le fue enviado Gabriel, cuyo nombre significa: «Fortaleza de Dios», porque venía a anunciar a aquel que, a pesar de su apariencia humilde, había de reducir a los Principados y Potestades. Era, pues, natural que aquel que es la fortaleza de Dios anunciara la venida del que es el Señor de los ejércitos y héroe en las batallas.

Rafael significa, como dijimos: «Medicina de Dios»; este nombre le viene del hecho de haber curado a Tobías, cuando, tocándole los ojos con sus manos, lo libró de las tinieblas de su ceguera. Si, pues, había sido enviado a curar, con razón es llamado «Medicina de Dios».

Responsorio: Cf. Apocalipsis 8, 3. 4; Daniel 7, 10.

R. Un ángel se puso junto al altar del templo con un incensario de oro en sus manos, y le entregaron muchos perfumes. * Y por manos del ángel subió a la presencia del Señor el humo de los perfumes.

V. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. * Y por manos del ángel subió a la presencia del Señor el humo de los perfumes.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que con admirable sabiduría distribuyes los ministerios de los ángeles y de los hombres, concédenos, por tu bondad, que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


30 de septiembre.

San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria obligatoria.

Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia. También promovió la vida monástica. Más tarde, se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la sagrada Escritura. Murió en Belén el año 420.

Segunda lectura:
Del prólogo al comentario de san Jerónimo, presbítero, sobre el libro del profeta Isaías: Núms. 1. 2.

Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.

Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.

¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá —dice— como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No puedo, porque está sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto». Y él responde: «No sé leer».

Y, si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el Señor.

Responsorio: 2a Timoteo 3, 16-17; Proverbios 28, 7.

R. Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para educar en la virtud; * Así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

V. El que observa la ley es hijo prudente. * Así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.

Oración:

Oh, Dios, que concediste al presbítero san Jerónimo un amor suave y vivo a la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.










HIMNO TE DEUM:

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.















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