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Santos de FEBRERO

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2 de febrero.

La Presentación del Señor. Fiesta.

Himno:

En el templo entra María,
más que nunca pura y blanca,
luces del mármol arranca,
reflejos al oro envía.
Va el Cordero entre la nieve,
la Virgen nevando al Niño,
nevando a puro cariño
este blanco vellón leve.

Las dos tórtolas que ofrece
ya vuelan y ya se posan.
Ana y Simeón rebosan
gozo del tiempo que crece,
que estalla, que está; no hubo
quien, viendo el blanco alhelí,
dijera —por ti, por mí—
que al hielo esta noche estuvo.

Ya ha cesado la nevada,
y el Niño, tan blanco, blanco,
oye que va a ser el blanco
de contradicción, la espada,
ay, para su Madre, y mueve
hacia ella sus ojuelos,
regalando desconsuelos,
como si él no fuera nieve.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten.

Salmo 2.
El Mesías, rey vencedor.

Verdaderamente se aliaron
contra su santo siervo Jesús,
tu Ungido. (Hch 4, 27)

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo».

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho:
«Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza».

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad, los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten.

Antífona 2: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor aparecerá sobre ti!

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor aparecerá sobre ti!

Antífona 3: Goza, alégrate, nueva Sión, mira a tu Rey, que viene humilde a salvar a su pueblo.

Salmo 44.
Las nupcias del Rey.

¡Que llega el Esposo,
salid a recibirlo! (Mt 26, 5)

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu Señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Goza, alégrate, nueva Sión, mira a tu Rey, que viene humilde a salvar a su pueblo.

V. Oh Dios, meditamos tu misericordia.
R. En medio de tu templo.

Primera lectura: Éxodo 13, 1-3a. 11-16.

Consagración de los primogénitos.

El Señor dijo a Moisés:

«Conságrame todo primogénito; todo primer parto entre los hijos de Israel, sea de hombre o de ganado, es mío».

Moisés dijo al pueblo:

«Cuando el Señor te introduzca en la tierra de los cananeos, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, consagrarás al Señor todos los primogénitos: el primer parto de tu ganado, si es macho, pertenece al Señor. Pero la primera cría de asno la rescatarás con un cordero; si no la rescatas, la desnucarás. Rescatarás siempre a los primogénitos de los hombres.

Y cuando el día de mañana tu hijo te pregunte: “¿Qué significa esto?”, le responderás: “Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de esclavitud. Como el faraón se había obstinado en no dejarnos salir, el Señor dio muerte a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde el primogénito del hombre al del ganado. Por eso yo sacrifico al Señor todo primogénito macho del ganado. Pero a los primogénitos de los hombres los rescato.

Esto será como señal sobre tu brazo y signo en la frente de que con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto”».

Responsorio: Cf. Lucas 2, 28.

R. Adorna tu morada, Sión, para recibir al Mesías rey: * A quien la Virgen concibió, la Virgen dio a luz, la Virgen, que lo había engendrado, adoró después del parto.

V. Simeón tomó al niño en brazos, dio gracias y bendijo al Señor, * A quien la Virgen concibió, la Virgen dio a luz, la Virgen, que lo había engendrado, adoró después del parto.

Segunda lectura:
De los sermones de san Sofronio: Sermón 3, sobre el Hypapanté, 6. 7.

Acojamos la luz clara y eterna.

Corramos todos al encuentro del Señor, los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.

Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros —el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna—, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.

En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera.

Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para liberarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto, avanzamos en procesión con cirios en las manos; por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.

Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos que esta luz nos penetre y nos transforme.

Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.

También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.

También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto, con nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y, de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando año tras año, porque no queremos olvidarlo.

Responsorio: Ezequiel 43, 4-5; cf. Lucas 2, 27.

R. La gloria del Señor entró en el templo por la puerta oriental. * La gloria del Señor llenó el templo.

V. Llevaron al niño Jesús sus padres al templo. * La gloria del Señor llenó el templo.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, rogamos humildemente a tu majestad que, así como tu Hijo Unigénito ha sido presentado hoy en el templo en la realidad de nuestra carne, nos concedas, de igual modo, ser presentados ante ti con el alma limpia. Por nuestro Señor Jesucristo.


3 de febrero.

San Blas, obispo y mártir. Memoria libre.

Fue obispo de Sebaste de Armenia en el siglo IV. Durante la edad media su culto se difundió por toda la Iglesia.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón Güelferbitano 32, Sobre la ordenación episcopal.

Sufre por mis ovejas.

El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Tal es el modo como el Señor se puso a nuestro servicio, y como quiere que nosotros nos pongamos al servicio de los demás. Dio su vida en rescate por muchos: así es como nos redimió.

¿Quién de nosotros es capaz de redimir a otro? Fue su sangre y su muerte lo que nos redimió de la muerte, fue su abajamiento lo que nos levantó de nuestra postración; pero también nosotros debemos poner nuestra pequeña parte en favor de sus miembros, ya que hemos sido hechos miembros suyos: él es la cabeza, nosotros su cuerpo.

El Señor había dicho: El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Por esto, el apóstol Juan nos exhorta a imitar su ejemplo, con estas palabras: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.

Y el mismo Señor, después de su resurrección, dijo a Pedro: ¿Me quieres? Él respondió: Te quiero. Por tres veces se repitió la misma pregunta y respuesta, y las tres veces dijo el Señor: Apacienta mis ovejas.

«¿Cómo podrás demostrar que me quieres, sino apacentando mis ovejas? ¿Qué vas a darme con tu amor, si todo lo esperas de mí? Aquí tienes lo que has de hacer para quererme: apacienta mis ovejas».

Por tres veces se repiten las mismas palabras: «¿Me quieres?». «Te quiero». «Apacienta mis ovejas». Tres veces lo había negado por temor; tres veces le hace profesión de amor.

Finalmente, después que el Señor ha encomendado por tercera vez sus ovejas a Pedro, al responderle éste con su profesión de amor, con la que condenaba y borraba su pasado temor, añade el Señor a continuación: «Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba dar gloria a Dios. Le anunciaba por adelantado la cruz, le predecía su martirio.

El Señor, pues, va más allá de lo que había dicho: Apacienta mis ovejas, ya que añade equivalentemente «Sufre por mis ovejas».

Responsorio: Filipenses 1, 20; Salmo 68 21.

R. En ningún caso saldré derrotado; * Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte.

V. La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. * Cristo será glorificado abiertamente en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte.

Oración:

Escucha, Señor, a tu pueblo suplicante y, por la protección de tu mártir san Blas, concédenos gozar de paz en la vida presente y encontrar ayuda para la eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo día 3 de febrero.

San Oscar, obispo. Memoria libre.

Nació en Francia a principios del siglo IX y fue educado el monasterio de Corbie. El año 826 marchó a Dinamarca a predicar la fe cristiana, pero con poco fruto; en Suecia, en cambio, obtuvo mejores resultados. Fue elegido obispo de Hamburgo, y el papa Gregorio IV, después de confirmar su nombramiento, lo designó también legado pontificio para Dinamarca y Suecia. Tuvo que enfrentarse a una serie de dificultades en su obra evangelizadora, pero todas las superó su fortaleza de ánimo. Murió el año 865.

Segunda lectura:
Del Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II, 23-24.

Hay que anunciar, con toda libertad, el misterio de Cristo.

Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su condición, Cristo, el Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que le parece bien, para tenerlos en su compañía y para enviarlos a predicar a las naciones.

Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye sus carismas según le place para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia.

Son marcados con una vocación especial aquellos que, dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o seglares. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, separados para el ministerio a que han sido destinados, como servidores del Evangelio, paraque la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios.

El hombre debe responder al llamamiento de Dios de tal modo que, no asintiendo a la carne ni a la sangre, se entregue totalmente a la obra del Evangelio. Pero no puede dar esta respuesta si no lo inspira y alienta el Espíritu Santo.

El enviado entra en la vida y en la misión de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Por eso, debe estar dispuesto a perseverar toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a hacerse todo para todos.

El que anuncia el Evangelio entre los paganos anuncie, con toda libertad, el misterio de Cristo, de quien es embajador, de suerte que, con su fuerza, se atreva a hablar como conviene, sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es llevadero y su carga ligera.

Dé testimonio de su Señor con una vida enteramente evangélica, con mucha constancia, con longanimidad, con benignidad, con caridad sincera, y, si es necesario, hasta el derramamiento de su propia sangre.

Dios le concederá valor y fortaleza para que vea qué abundancia de gozo se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza.

Responsorio: 1a Corintios 9, 16. 22.

R. El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo; no tengo más remedio. * ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

V. Me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. * ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Oración:

Oh, Dios, que has querido enviar al obispo san Óscar para iluminar a numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, caminar siempre en la luz de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo.


5 de febrero.

Santa Águeda, virgen y mártir. Memoria obligatoria.

Padeció el martirio en Catania (Sicilia), probablemente en la persecución de Decio (249-251). Desde la antigüedad su culto se extendió por toda la Iglesia y su nombre fue introducido en el Canon romano.

Segunda lectura:
Del sermón de san Metodio de Sicilia, obispo, sobre santa Águeda: Analecta Bollandiana 68, 76-78.

Su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.

Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable gloria.

Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios, como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.

Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.

Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.

De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.

Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.

En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.

Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.

Responsorio.

R. Yo, con la gracia de Dios, perseveraré en su alabanza; * Él me ha salvado y consolado.

V. El Señor, que es inmaculado, me consagró misericordiosamente para él como sierva inmaculada. * Él me ha salvado y consolado.

Oración:

Señor, que santa Águeda, virgen y mártir, nos alcance tu perdón, pues ella te agradó siempre por la fortaleza en el martirio y por el mérito de su castidad. Por nuestro Señor Jesucristo.


6 de febrero.

San Pablo Miki y compañeros mártires. Memoria obligatoria.

Pablo nació en Japón entre los años 1564 y 1566. Ingresó en la Compañía de Jesús y predicó con mucho fruto el Evangelio entre sus conciudadanos. Al arreciar la persecución contra los católicos, fue encarcelado junto con otros veinticinco, entre ellos san Pedro Bautista, franciscano español, con cinco hermanos de hábito. Después de soportar graves ultrajes, fueron crucificados en Nagasaki el 5 de febrero de 1597.

Segunda lectura:
De la Historia del martirio de san Pablo Miki y compañeros, escrita por un contemporáneo: Cap. 14, 109-110.

Seréis mis testigos.

Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: A tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración dominical y la salutación angélica.

Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras:

«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo».

Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el de Luis era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el paraíso. Luis hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.

Antonio, que estaba al lado de Luis, fijos los ojos en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: Alabad, siervos del Señor, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.

Otros repetían: «¡Jesús!, ¡María!», con rostro sereno. Algunos exhortaban a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos. Con éstas y semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.

Entonces los verdugos desenvainaron cuatro lanzas como las que se usan en Japón. Al verlas, los fieles exclamaron: «¡Jesús!, ¡María!», y se echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.

Responsorio: Cf. Gálatas 6, 14; Filipenses 1, 29.

R. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección; * Él nos ha salvado y libertado.

V. A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. * Él nos ha salvado y libertado.

Oración:

Oh, Dios, fortaleza de todos los santos, que te has dignado llamar a la vida eterna, por medio de la cruz, a los santos mártires Pablo Miki y compañeros, concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.


8 de febrero.

San Jerónimo Emiliani. Memoria libre.

Nació en Venecia el año 1486. Abrazó la carrera de las armas, que más tarde dejó, consagrándose al servicio de los pobres, después de distribuir entre ellos sus bienes. Fundó la Orden de los Clérigos Regulares de Somasca, con la misión de socorrer a los niños huérfanos y pobres. Murió en Somasca (Bérgamo) el año 1537.

Segunda lectura:
De las cartas de san Jerónimo Emiliani a sus hermanos de religión: Venecia, 21 de junio de 1535.

Sólo en el Señor debemos confiar.

Hermanos dilectísimos en Cristo e hijos de la Sociedad de los Siervos de los pobres:

Os saluda vuestro humilde padre, y os exhorta a que perseveréis en el amor de Cristo y en la fiel observancia de la ley cristiana, tal como os lo demostré de palabra y obra cuando estaba con vosotros, a fin de que el Señor sea glorificado por mí en vosotros.

Nuestro fin es Dios, fuente de todo bien, y, como decimos en nuestra oración, sólo en él debemos confiar, y no en otros. Nuestro Señor, que es benigno, queriendo aumentar vuestra fe (sin la cual, como dice el Evangelio, Cristo no pudo hacer muchos milagros) y escuchar vuestra oración, determinó que vivierais pobres, enfermos, afligidos, cansados y abandonados de todos, y que os vieseis incluso privados de mi presencia corporal, aunque no de la presencia espiritual de este vuestro pobre padre, que tanto os ama.

Sólo Dios sabe por qué obra así con vosotros; pero podemos sospechar tres razones:

La primera, que nuestro Señor os quiere contar entre sus hijos queridos, con tal que perseveréis en sus caminos; esto es lo que suele hacer con sus amigos para santificarlos.

La otra razón es que pretende haceros confiar exclusivamente en él. Dios, como os he dicho, no realiza sus obras en aquellos que se resisten a depositar en él totalmente su fe y su esperanza; en cambio, infunde la plenitud de su caridad en aquellos que están llenos de fe y esperanza, y realiza grandes obras en ellos. Por eso, si tenéis auténtica fe y esperanza, hará con vosotros grandes cosas, él, que exalta a los humildes. Al hacer que me haya alejado de vosotros, y al alejar también a cualquier otro que goce de vuestro favor, Dios os da a elegir entre dos cosas: apartaros de la fe, volviendo a las cosas del mundo, o permanecer fuertes en la fe y obtener así su aprobación.

He aquí, pues, la tercera razón: Dios quiere probaros como al oro en el crisol. El fuego va consumiendo la ganga del oro, pero el oro bueno permanece y aumenta su valor. De igual modo se comporta Dios con su siervo bueno que espera y persevera en la tribulación. El Señor lo levanta y le devuelve, ya en este mundo, el ciento por uno de todo lo que dejó por amor suyo, y después le da la vida eterna.

Así es como se comporta Dios con todos sus santos. Así hizo con el pueblo de Israel después de que pasó tantas tribulaciones en Egipto: lo condujo por el desierto entre prodigios, lo alimentó con el maná y sobre todo le dio la tierra prometida. Si vosotros perseveráis constantes en la fe en medio de las tentaciones, Dios os dará paz y descanso temporal en este mundo, y sosiego imperecedero en el otro.

Responsorio: 1a Pedro 3, 8. 9; Romanos 12, 10-11.

R. Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad, * Porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

V. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. * Porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.

Oración:

Oh, Dios, Padre de las misericordias, que hiciste a san Jerónimo Emiliani protector y padre de los huérfanos, concédenos, por su intercesión, guardar con fidelidad el espíritu de adopción por el que nos llamamos y somos hijos tuyos. Por nuestro Señor Jesucristo.


El mismo 8 de febrero.

Santa Josefina Bakhita, virgen. Memoria libre.

Nació en la sudanesa región de Darfur, cerca del pueblo Jebel Agüere, alrededor del año 1868. Siendo todavía una muchachita fue raptada y vendida varias veces en los mercados de esclavos, padeciendo una cruel esclavitud. Liberada finalmente, se hizo cristiana en Venecia e hizo profesión religiosa en las Hijas de la Caridad Canosianas. El resto de su vida lo pasó sirviendo a todos en la ciudad italiana de Schio, en la región de Vincenza, donde murió en el año 1947.

Segunda lectura:
De los sermones de san Agustín, obispo: Sermón 53, 1-6.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

No hay que esquivar el combate si se ama el premio. Con la confianza de la recompensa inflámese el ánimo para actuar con alegría. Lo que queremos, lo que deseamos, lo que suplicamos, vendrá después, pero haz enseguida lo que se nos ordena hacer ahora a causa de lo que vendrá después.

Comienza a recordar las palabras de Dios, no sólo los mandamientos del Evangelio sino también los dones. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos. El Reino de los cielos será tuyo después; ahora sé pobre de espíritu. ¿Quieres que después sea tuyo el Reino de los cielos? Mira de quién eres ahora. Sé pobre de espíritu. Quizá me preguntes en qué consiste ser pobre de espíritu. El orgulloso no es pobre de espíritu; por tanto, el humilde es pobre de espíritu. El Reino de los cielos está en lo alto, pero el que se humilla será ensalzado.

Escucha lo siguiente: Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra en herencia. ¿Quieres poseer ya la tierra? Procura no ser poseído por la tierra. La poseerás si eres manso; serás poseído si no eres manso. Cuando escuches el premio propuesto, la posesión de la tierra, no agrandes el bolsillo de la avaricia por la que quieres poseer ahora la tierra, excluyendo incluso a toda costa a tu vecino. ¡Que no te engañe esa manera de pensar! Poseerás verdaderamente la tierra cuando permanezcas unido al que hizo cielo y tierra. Ser manso consiste en no resistirle a tu Dios de modo que, cuando hagas el bien, sea Él mismo quien te agrade, no tú a ti mismo; pero, cuando sufras males justamente, no sea Él quien te desagrade, sino tú a ti mismo. No es poca cosa que, desagradándote a ti, le agrades a Él, pues le desagradarás si te agradas a ti.

Que se abra paso la tarea y el don: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados. Quieres ser saciado. ¿De qué? Si tu cuerpo desea ser saciado, una vez que hayas digerido esa saciedad, volverás a padecer hambre. Jesucristo dice: Quien beba de esta agua, volverá a tener sed. El medicamento aplicado a la herida, si la ha sanado, ya no duele; lo que se aplica contra el hambre, el alimento, se aplica de tal manera que sus efectos duran poco. Pasada la saciedad, vuelve el hambre. Cada día acude el remedio de la saciedad, pero no se sana la herida de la debilidad. Así pues, tengamos hambre y sed de justicia para que seamos saciados por la justicia misma, de la que ahora tenemos hambre y sed. Seremos saciados de lo que estamos hambrientos y sedientos. Tenga hambre y sed nuestro hombre interior, porque tiene su alimento y bebida adecuados. Jesucristo dice: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Tienes el pan del hambriento; desea también la bebida del sediento, porque en ti está la fuente de la vida.

Escucha lo que sigue: Bienaventurados los limpios de corazón, es decir, los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Éste es el fin de nuestro amor: el fin por el que somos perfeccionados, no por el que somos consumidos. El alimento tiene un fin, el vestido tiene un fin; el pan porque se consume al comerlo; el vestido porque se perfecciona al tejerlo. Uno y otro tienen un fin: pero un fin concierne a la consunción, y el otro a la perfección. Lo que hacemos, aunque sólo lo que hacemos bien, lo que construimos, lo que con ardor anhelamos de forma loable, lo que deseamos irreprochablemente, lo dejaremos de buscar cuando llegue la visión de Dios. ¿Qué busca el que está junto a Dios? ¿O qué bastará a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios, buscamos ver a Dios, ardemos por ver a Dios. ¿Quién no? Pero observa lo que se dijo: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Prepárate para verlo. Me serviré del ejemplo del cuerpo: ¿Por qué deseas la salida del sol cuando tienes los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, la luz será también un gozo; si los ojos no están sanos, la luz será un tormento. No se te dejará ver con el corazón impuro lo que sólo se puede ver con el corazón puro. Serás alejado, serás apartado, no verás.

Responsorio: Cf. Mateo 11, 29-30; 11, 28.

R. Tomad mi yugo sobre vosotros, dice el Señor, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; * Pues mi yugo es suave y mi carga ligera.

V. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. * Pues mi yugo es suave y mi carga ligera.

Oración:

Oh, Dios, que condujiste a santa Josefina Bakhita de la humillante esclavitud a la dignidad de hija tuya y esposa de Cristo, concédenos, por su ejemplo, seguir con amor constante al Señor Jesús crucificado y, movidos a misericordia, perseverar en la caridad. Por nuestro Señor Jesucristo.


10 de febrero.

Santa Escolástica, virgen. Memoria obligatoria.

Hermana de san Benito, nació en Nursia (Italia), hacia el año 480. Se entregó a Dios como su hermano y le siguió al Monte Casino, donde murió hacia el año 547.

Segunda lectura:
De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno: Libro 2, 33.

Pudo más porque amó más.

Escolástica, hermana de Benito, dedicada desde su infancia al Señor todopoderoso, solía visitar a su hermano una vez al año. El varón de Dios se encontraba con ella fuera de las puertas del convento, en las posesiones del monasterio. Cierto día vino Escolástica, como de costumbre, y su venerable hermano bajó a verla con algunos discípulos, y pasaron el día entero entonando las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones. Al anochecer, cenaron juntos.

Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces aquella santa mujer le dijo:

«Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana».

A lo que respondió Benito:

«¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento».

Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.

Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.

Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo:

«Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas de hacer?».

Respondió ella:

«Te lo pedí, y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, y me escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve al monasterio».

Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.

No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más.

A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí.

Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura.

Responsorio: Salmo 132, 1.

R. Rogando a Dios la santa y virginal religiosa que no la dejase su hermano, * Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más.

V. Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. * Obtuvo más de su amado Señor, porque amó más.

Oración:

Al celebrar la fiesta de santa Escolástica, virgen, te rogamos, Señor, que, por su ejemplo, te sirvamos con caridad pura y alcancemos los saludables efectos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.


11 de febrero.

Nuestra Señora de Lourdes. Memoria libre.

En el año 1858 la Virgen María Inmaculada se apareció a Bernardita Soubirous, cerca de Lourdes (Francia), dentro de la cueva de Massabielle. Por medio de esta humilde jovencita, María llamaba a los pecadores a la conversión, suscitando un gran celo de oración y amor, principalmente como servicio a los enfermos y pobres.

Segunda lectura:
De una carta de santa María Bernarda Soubirous, virgen: Carta al padre Gondrand, año 1861.

La Señora me habló.

Cierto día fui a la orilla del río Gave a recoger leña con otras dos niñas. En seguida oí como un ruido. Miré a la pradera, pero los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario.

Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se desvaneció.

Pregunté entonces a las dos niñas si habían visto algo. Ellas lo negaron y me preguntaron si es que tenía que hacerles algún descubrimiento. Les dije que había visto a una mujer vestida de blanco, pero que no sabía de quién se trataba. Les pedí que no lo contaran. Ellas me recomendaron que no volviese más por allí, a lo que me opuse. El domingo volví, pues sentía internamente que me impulsaban…

Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez, y me preguntó si querría ir durante quince días. Le dije que sí, y ella añadió que debía avisar a los sacerdotes para que edificaran allí una capilla. Luego me ordenó que bebiera de la fuente. Como no veía ninguna fuente, me fui hacia el río Gave, pero ella me indicó que no hablaba de ese río, y señaló con el dedo la fuente. Me acerqué, y no hallé más que un poco de agua entre el barro. Metí la mano, y apenas podía sacar nada, por lo que comencé a escarbar y al final pude sacar algo de agua; por tres veces la arrojé y a la cuarta pude beber. Después desapareció la visión y yo me marché.

Volví a ir allá durante quince días. La Señora se me apareció como de costumbre, menos un lunes y un viernes. Siempre me decía que advirtiera a los sacerdotes que debían edificarle una capilla, me mandaba lavarme en la fuente y rogar por la conversión de los pecadores. Le pregunté varias veces quién era, a lo que me respondía con una leve sonrisa. Por fin, levantando los brazos y ojos al cielo, me dijo:

«Yo soy la Inmaculada Concepción».

En aquellos días me reveló también tres secretos, prohibiéndome absolutamente que los comunicase a nadie, lo que he cumplido fielmente hasta ahora.

Responsorio: Lucas 1, 46. 49. 48.

R. Proclama mi alma la grandeza del Señor, * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es Santo.

V. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. * Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es Santo.

Oración:

Dios de misericordia, concédenos fortaleza en nuestra debilidad a cuantos recordamos a la inmaculada Madre de Dios, para que, con el auxilio de su intercesión, nos levantemos de nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo.


14 de febrero.

San Cirilo, monje, y san Metodio, obispo, Patronos de Europa. Fiesta.

Cirilo, nacido en Tesalónica, hizo brillantes estudios en Constantinopla. En unión de su hermano Metodio se dirigió a Moravia a predicar la fe. Entre los dos publicaron los textos litúrgicos en lengua eslava escritos en caracteres «cirílicos», como después se designaron. Llamados a Roma, Cirilo murió allí el 14 de febrero del año 869. Metodio, consagrado obispo, marchó a Panonia, donde desarrolló una infatigable labor de evangelización. Tuvo que sufrir mucho a causa de los envidiosos, pero contó siempre con el apoyo de los papas. Murió el 6 de abril del año 885 en la ciudad checoslovaca de Vellehrad.

Himno:

Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.

Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.

Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.

La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.

Salmodia:

Antífona 1: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Salmo 20, 2-8. 14.
Acción de gracias por la victoria del rey.

El Señor resucitado recibió la vida,
años que se prolongan sin término.
(S. Ireneo)

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia;
porque el rey confía en el Señor,
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Antífona 2: Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Salmo 91.
Alabanza del Dios creador.

Este salmo canta las maravillas
realizadas en Cristo. (S. Atanasio)

I

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Antífona 3: Empleado bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

II

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Empleado bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

V. Oirás de mi boca una palabra.

R. Y les advertirás de mi parte.

Primera lectura: Tito 1, 7-11; 2, 1-8.

Doctrina del Apóstol
sobre las cualidades y obligaciones de los obispos.

Querido hermano: Es preciso que el obispo sea intachable, como administrador que es de la casa de Dios; que no sea presuntuoso, ni colérico, ni dado al vino, ni pendenciero, ni ávido de ganancias poco limpias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Debe mostrar adhesión al mensaje de la fe de acuerdo con la enseñanza, para que sea capaz tanto de orientar en la sana doctrina como de rebatir a los que sostienen la contraria.

Porque hay mucho insubordinado, charlatán y embaucador, sobre todo entre los de la circuncisión, a los cuales se debe tapar la boca, pues revuelven familias enteras, enseñando lo que no se debe, y todo para sacar dinero.

Habla de lo que es conforme a la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, respetables, sensatos, sanos en la fe, en el amor y en la paciencia. Las ancianas, igualmente, sean, en su comportamiento, como conviene a personas religiosas; no sean calumniadoras, ni se envicien con el vino; sean maestras del bien, que inspiren buenos principios a las jóvenes, enseñándoles a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser sensatas, puras, a cuidar de la casa, a ser bondadosas y sumisas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea maldecida.

A los jóvenes exhórtalos también a que sean sensatos. Muéstrate en todo como un modelo de buena conducta; en la enseñanza sé íntegro y grave, irreprochable en la sana doctrina, a fin de que los adversarios sientan vergüenza al no poder decir nada malo de nosotros.

Responsorio:Cf. Hechos 20, 28; 1a Corintios 4, 2.

R. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, * Como pastores de la Iglesia que él adquirió con la sangre de su Hijo.

V. En un administrador lo que se busca es que sea fiel, * Como pastores de la Iglesia que él adquirió con la sangre de su Hijo.

Segunda lectura:
De la Vida eslava de Constantino Cirilo: Cap. 18.

Acrecienta tu Iglesia, y reúne a todos sus miembros en la unidad.

Cargado de trabajos, Constantino Cirilo cayó enfermo; estuvo muchos días con fiebre y un día tuvo una visión de Dios y empezó a cantar así:

«Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”; se regocijan mi corazón y mi espíritu».

Revestido de sus ornamentos, se pasó todo aquel día lleno de contento, diciendo:

«Desde ahora ya no soy siervo ni del emperador ni de hombre alguno sobre la tierra, sino sólo de Dios todopoderoso. Primero no existía, luego existí, y existiré para siempre. Amén».

Al día siguiente se vistió con el santo hábito monástico y, como quien añade luz a la luz, se impuso el nombre de Cirilo. Permaneció con este hábito durante cincuenta días.

Llegada la hora de recibir el merecido descanso y emigrar a las moradas eternas, levantó las manos hacia Dios, diciendo entre sollozos:

«Señor Dios mío, que creaste todas las jerarquías angélicas y las potestades incorpóreas, desplegaste el cielo y afirmaste la tierra y trajiste todas las cosas de la inexistencia a la existencia, que escuchas continuamente a los que hacen tu voluntad, te temen y guardan tus preceptos: escucha mi oración y guarda a tu fiel rebaño, que encomendaste a este tu siervo inepto e indigno.

Líbralos de la impiedad y del paganismo de los que blasfeman contra ti, acrecienta tu Iglesia y reúne a todos sus miembros en la unidad. Haz que tu pueblo viva concorde en la verdadera fe, e inspírale la palabra de tu doctrina, pues tuyo es el don que nos diste para que predicáramos el Evangelio de tu Cristo, exhortándonos a hacer buenas obras que fueran de tu agrado. Te devuelvo como tuyos a los que me diste; dirígelos con tu poderosa diestra y guárdalos bajo la sombra de tus alas, para que todos alaben y glorifiquen el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».

Y, besando a todos con el ósculo santo, dijo:

«Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos».

Y con esto se durmió en el Señor. Tenía cuarenta y dos años de edad.

El papa ordenó que todos los griegos residentes en Roma, así como los romanos, asistieran con cirios al funeral de aquel santo varón, y que lo hicieran como si del mismo papa se tratase.

Responsorio: Salmo 88, 20-22; Jeremías 3, 15.

R. Hablaste a mis amigos: He levantado a un soldado sobre el pueblo, encontré a David, mi siervo. * Lo he ungido con óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él.

V. Os daré pastores a mi gusto, que os apacienten con saber y acierto. * Lo he ungido con óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Oh, Dios, que iluminaste a los pueblos eslavos por medio de los santos hermanos Cirilo y Metodio, concédenos acoger en nuestros corazones las palabras de tu enseñanza, y haz de nosotros un pueblo concorde en la fe verdadera y en su recta confesión. Por nuestro Señor Jesucristo.


17 de febrero.

Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María. Memoria libre.

Estos siete varones florentinos llevaron primero una vida eremítica en el monte Senario, con particular dedicación al culto de la Virgen. Después se dedicaron a predicar por toda la Toscana y fundaron la Orden de Siervos de santa María Virgen, «Servitas», reconocida por la Santa Sede el año 1304. Su memoria anual se celebra este día, en el que, según se dice, murió uno de ellos, san Alejo Falconieri, el año 1310.

Segunda lectura:
De la tradición sobre el origen de la Orden de los Siervos de la Virgen María.

Hagamos el elogio de los hombres ilustres.

Siete fueron los varones, dignos de reverencia y honor, que reunió nuestra Señora como siete estrellas, para dar comienzo, por la concordia de su cuerpo y de su espíritu, a la Orden de sus siervos.

Cuando yo entré en la Orden sólo vivía uno de aquéllos, que se llamaba hermano Alejo. Nuestra Señora tuvo a bien mantenerlo en vida hasta nuestros días para que nos contara los orígenes de la Orden. La vida de este hermano Alejo era, como pude ver con mis propios ojos, una vida tan edificante que no sólo movía con su ejemplo a todos los que con él vivían, sino que constituía la mejor garantía a favor de su espíritu, del de sus compañeros y de nuestra Orden.

Su estado de vida, antes de que vivieran en comunidad, constaba de cuatro puntos. El primero, referente a su condición ante la Iglesia. Unos habían hecho voto de virginidad o castidad perpetua, otros estaban casados y otros viudos. Referente a su actividad pública, eran comerciantes. Pero en cuanto encontraron la perla preciosa, es decir, nuestra Orden, no solamente dieron a los pobres todo lo que poseían, sino que se entregaron con gran alegría al servicio de Dios y de la Señora.

El tercer punto se refiere a su devoción a la Virgen. En Florencia existía una antiquísima congregación que, debido a su antigüedad, su santidad y número de miembros, se llamaba «Sociedad mayor de nuestra Señora». De esta sociedad procedían aquellos siete varones, tan amantes de nuestra Señora.

Por último, me referiré a su espíritu de perfección. Amaban a Dios sobre todas las cosas, a él dirigían, como pide el debido orden, todo cuanto hacían y le honraban con sus pensamientos, palabras y obras.

Una vez que tomaron la decisión de vivir en comunidad, y confirmado su propósito por inspiración divina, ya que nuestra Señora les impulsaba especialmente a este género de vida, fueron arreglando la situación de sus familias, dejándoles lo necesario y repartiendo lo demás entre los pobres. Después buscaron a varones prudentes, honestos y ejemplares y les participaron su propósito.

Subieron al monte Senario, edificaron en lo alto una casita y se fueron a vivir allí. Comenzaron a pensar que no sólo estaban allí para conseguir su santidad, sino que también debían admitir a otros miembros para acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado con ellos. Dispuestos a recibir a más hermanos, admitieron a algunos de ellos y así fundaron nuestra Orden. Nuestra Señora fue la principal artífice en la edificación de la Orden, fundada sobre la humildad de nuestros hermanos, construida sobre su caridad y conservada por su pobreza.

Responsorio: Hechos de los Apóstoles 4, 32; 2, 46b-47a.

R. En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: * Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.

V. Comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón, y eran bien vistos de todo el pueblo. * Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.

Oración:

Señor, infunde benigno en nosotros la piedad con la que estos santos hermanos veneraron devotamente a la Madre de Dios y condujeron a tu pueblo hacia ti. Por nuestro Señor Jesucristo.


18 de febrero.

San Eladio, obispo. Memoria obligatoria en la Archidiócesis de Toledo. (en Cuaresma: Conmemoración).

Eladio, nacido a mediados del siglo VI, ocupó altos cargos en la corte visigoda, a los que renunció para ingresar en el monasterio Agaliense, del que llegó a ser abad. El año 621 fue elegido, contra su voluntad, pas­tor de la Iglesia Toledana. Se distinguió por su prudencia pastoral, y por su gran caridad hacia los pobres y necesitados. Murió cargado de años y de méritos, el año 633.

Segunda lectura:
Del libro “De viris illustribus”, capítulo 7, de san Ildefonso, obispo.

Lo que tenía que escribir, lo ofreció con el ejemplo de su vida diaria.

Después de Aurasio, Eladio obtuvo el lugar de su Sede. Todavía seglar, ilustre en el aula regia y gobernador en las cosas civiles, obraba siempre como monje. Pues a nuestro monasterio (el Agaliense digo, en el cual me recibió como monje), que, por el favor de Dios, está adornado con perenne y clara santidad, como es cierto y evidente a todos, venía, y, dejando aparte la pompa y la gloria, vivía la vida de los monjes, en tal forma que, unido a ellos, transportaba los haces de paja al horno, como uno de tantos.

Como amara y buscara los misterios de la soledad, aun estando inmerso en las grandezas de este mundo, dejando todo lo mundano se vino para vivir la vida monacal; con su vida y escuela santas fue padre de todos los monjes; rigió sabiamente a toda la comunidad y la colmó de toda clase de riquezas. Después, ya viejo, fue llamado a la cumbre del Pontificado; y porque fue llamado, aunque a la fuerza, e ignorado, en él dio ejemplos de virtud aún más que cuando era monje; porque rigió con gran dis­creción aquel mundo, al que había renunciado varonilmente. Su conmiseración y abundancia de limosnas a favor de los pobres fue tal, como si pensase que del estómago pasaba a las articula­ciones y todo el cuerpo recibía nutrición. No quiso escribir por­que lo que tenía que decir lo ofreció con el ejemplo de su vida diaria.

A mí, vuelto al monasterio, me ordenó de Levita al fin de sus días. En los tiempos de los reyes Sisebuto, Chintuliano y en el comienzo de Sisenando, fue cuando rigió santamente la Iglesia, mereciendo después con una senectud llena de méritos, la gloria del reino celestial.

Responsorio.

R. Éste es quien obró maravillas a los ojos de Dios, y toda la tierra se llenó de su doctrina. * Que él interceda ante Dios por los pecados del mundo.

V. Éste es quien aborreció la vida mundana, y así llegó a los reinos celestiales. * Que él interceda ante Dios por los pecados del mundo.

Oración:

Concédenos, Dios omnipotente, gloriarnos de tal modo en la festividad de san Eladio que, por su intercesión sepamos ejercitarnos fielmente en la piedad y amor a los pobres. Por nuestro Señor Jesucristo.


21 de febrero.

San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria libre.

Nació en Ravena, el año 1007; acabados los estudios, ejerció la docencia, pero se retiró en seguida al yermo de Fonte Avellana, donde fue elegido prior. Fue gran propagador de la vida religiosa allí y en otras regiones de Italia. En aquella dura época ayudó eficazmente a los papas, con sus escritos y legaciones, en la reforma de la Iglesia. Creado por Esteban IX cardenal y obispo de Ostia, murió el año 1072 y al poco tiempo era venerado como santo.

Segunda lectura:
De las cartas de san Pedro Damián, obispo: Libro 8, 6.

Tras la tristeza, espera con alegría el gozo.

Me has pedido, dilectísimo hermano, que te transmita por carta unas palabras de consuelo capaces de endulzar tu razón, amargado por tantos sufrimientos como te afligen.

Pero si tu inteligencia está despierta, a mano tienes el consuelo que necesitas, pues la misma palabra divina te instruye como a hijo, destinado a obtener la herencia. Medita en aquellas palabras: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente.

Donde está el temor está la justicia. La prueba que para nosotros supone cualquier adversidad no es un castigo de esclavos, sino una corrección paterna.

Por esto Job, en medio de sus calamidades, si bien dice: Que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida, añade a continuación: Sería un consuelo para mí; aun torturado sin piedad, saltaría de gozo.

Para los elegidos de Dios, sus mismas pruebas son un consuelo, pues en virtud de estos sufrimientos momentáneos dan grandes pasos por el camino de la esperanza hasta alcanzar la felicidad del cielo.

Lo mismo hacen el martillo y la lima con el oro, quitándole la escoria para que brille más. El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. Por esto dice también Santiago: Hermanos míos: Teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.

Con razón deben alegrarse quienes sufren por sus malas obras una pena temporal, y, en cambio, obtienen por sus obras buenas los premios sempiternos del cielo.

Todo ello significa que no deben deprimir tu espíritu los sufrimientos que padeces y las correcciones con que te aflige la disciplina celestial; no murmures ni te lamentes, no te consumas en la tristeza o la pusilanimidad. Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la alegría, en tu boca la acción de gracias.

Alabanza merece la dispensación divina, que aflige temporalmente a los suyos para librarlos del castigo eterno, que derriba para exaltar, corta para curar y deprime para elevar.

Robustece tu espíritu con éstos y otros testimonios de la Escritura y, tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá.

Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior.

Responsorio: Eclesiástico 31, 8. 11. 10.

R. Dichoso el hombre que se conserva íntegro y no se pervierte por la riqueza. * Su bondad está confirmada.

V. Porque, pudiendo desviarse, no se desvió, pudiendo hacer el mal, no lo hizo. * Su bondad está confirmada.

Oración:

Dios todopoderoso, concédenos seguir los consejos y ejemplos de san Pedro Damián, obispo, para que, no anteponiendo nada a Cristo y dedicados siempre al servicio de tu Iglesia, lleguemos a los gozos de la luz eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


22 de febrero.

La Cátedra del apóstol san Pedro. Fiesta.

La festividad de la Cátedra de san Pedro se celebraba en Roma ya en el siglo IV, en este día, para poner de manifiesto la unidad de la Iglesia, fundada en la persona del Apóstol.

Himno:

Cristo te llama, Pedro, y tú le sigues;
dejas tu barca, pescador de hombres;
roca y cimiento de la santa Iglesia,
Cristo te hace.

Él te pregunta: «¿Me amas más que éstos?»;
tú le respondes: «Sabes que te quiero».
Él te encomienda todo su rebaño;
tú lo apacientas.

Tienes las llaves, atas y desatas;
fiel al Maestro, amas más que niegas;
llegas a Roma, con tu magisterio;
mueres por Cristo.

Desde tu cielo, mira a nuestra tierra,
guía los pasos de tus sucesores
que en el primado del amor, sirviendo,
rigen la Iglesia.

Gloria a Dios Padre, creador del mundo,
gloria a Dios Hijo, redentor de todos,
gloria al Espíritu, que nos santifica:
Dios uno y Trino. Amén.

Salmodia: (Del Común de Apóstoles, pero con antífonas propias).

Antífona 1: Dijo Pedro: «A Jesús, a quien vosotros matasteis, Dios lo ha resucitado de entre los muertos y lo ha exaltado a su gloria».

Salmo 18 A, 2-7.
Alabanza al Dios creador del universo.

Nos visitará el sol que nace de lo alto,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz. (Lc 1, 78. 79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Dijo Pedro: «A Jesús, a quien vosotros matasteis, Dios lo ha resucitado de entre los muertos y lo ha exaltado a su gloria».

Antífona 2: El Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes.

Salmo 63.
Súplica contra los enemigos.

Este salmo se aplica especialmente
a la pasión del Señor. (S. Agustín)

Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.

Afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.

Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?».
Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.

Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.

Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.

El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: El Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes.

Antífona 3: Una nube luminosa los cubrió con su sombra, y se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo, el amado».

Salmo 96.
Gloria al Señor, rey de justicia.

Este salmo canta la salvación del mundo
y la conversión de todos los pueblos.
(S. Atanasio)

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego,
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Una nube luminosa los cubrió con su sombra, y se oyó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo, el amado».

V. Señor, ¿a quién vamos a acudir?

R. Tú tienes palabras de vida eterna.

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 11, 1-18.

Pedro explica la conversión de los gentiles.

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión le dijeron en son de reproche:

«Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos».

Pedro entonces comenzó a exponerles los hechos por su orden, diciendo:

«Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo que era descolgado del cielo sostenido por los cuatro extremos, hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos de la tierra, fieras, reptiles y pájaros del cielo. Luego oí una voz que me decía:

“Levántate, Pedro, mata y come”.

Yo respondí:

“De ningún modo, Señor, pues nunca entró en mi boca cosa profana o impura”.

Pero la voz del cielo habló de nuevo:

“Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano”.

Esto sucedió hasta tres veces, y de un tirón lo subieron todo de nuevo al cielo.

En aquel preciso momento llegaron a la casa donde estábamos tres hombres enviados desde Cesarea en busca mía. Entonces el Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin dudar. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía:

“Manda recado a Jafa y haz venir a Simón, llamado Pedro; él te dirá palabras que traerán la salvación a ti y a tu casa”.

En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; entonces me acordé de lo que el Señor había dicho:

“Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”.

Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?».

Oyendo esto, se calmaron y alabaron a Dios diciendo:

«Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida».

Responsorio: Lucas 22, 32; Mateo 16, 17b.

R. Yo he pedido por ti, Pedro, para que tu fe no se apague. * Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.

V. No te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. * Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.

Segunda lectura:
De los sermones de san León Magno, papa: Sermón 4 en el aniversario de su consagración episcopal, 2-3.

La Iglesia de Cristo se levanta sobre la firmeza de la fe de Pedro.

De todos se elige a Pedro, a quien se pone al frente de la misión universal de la Iglesia, de todos los apóstoles y los Padres de la Iglesia; y, aunque en el pueblo de Dios hay muchos sacerdotes y muchos pastores, a todos los gobierna Pedro, aunque todos son regidos eminentemente por Cristo. La bondad divina ha concedido a este hombre una excelsa y admirable participación de su poder, y todo lo que tienen de común con Pedro los otros jerarcas, les es concedido por medio de Pedro.

El Señor pregunta a sus apóstoles qué es lo que los hombres opinan de él, y en tanto coinciden sus respuestas en cuanto reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana.

Pero, cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, es el primero en confesar al Señor aquel que es primero en la dignidad apostólica. A las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, le responde el Señor: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Es decir: «Eres verdaderamente dichoso porque es mi Padre quien te lo ha revelado; la humana opinión no te ha inducido a error, sino que la revelación del cielo te ha iluminado, y no ha sido nadie de carne y hueso, sino que te lo ha enseñado aquel de quien soy el Hijo único».

Y añade: Ahora te digo yo, esto es: «Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: yo, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo».

Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. «Sobre esta fortaleza —quiere decir— construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro».

El poder del infierno no podrá con esta profesión de fe ni la encadenarán los lazos de la muerte, pues estas palabras son palabras de vida. Y del mismo modo que lleva al cielo a los confesores de la fe, igualmente arroja al infierno a los que la niegan.

Por esto dice al bienaventurado Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

La prerrogativa de este poder se comunica también a los otros apóstoles y se transmite a todos los obispos de la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno lo que se ordena a todos; de una forma especial se otorga esto a Pedro, porque la figura de Pedro se pone al frente de todos los pastores de la Iglesia.

Responsorio: Cf. Mateo 16, 19.

R. Simón Pedro, antes de llamarte de la nave, te conocí, y te nombré príncipe de mi pueblo. * Te di las llaves del reino de los cielos.

V. Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. * Te di las llaves del reino de los cielos.

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración:

Dios todopoderoso, no permitas que seamos sacudidos por ninguna perturbación quienes hemos sido afianzados sobre la roca de la confesión apostólica. Por nuestro Señor Jesucristo.


23 de febrero.

San Policarpo, obispo y mártir. Memoria obligatoria (en Cuaresma: Conmemoración).

Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna, dio hospedaje a Ignacio de Antioquía. Hizo un viaje a Roma para tratar con el papa Aniceto la cuestión de la fiesta de la Pascua. Sufrió el martirio hacia el año 155, siendo quemado vivo en el estadio de la ciudad.

Segunda lectura:
De la carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo: Caps. 13, 2 – 15, 2.

Como un sacrificio enjundioso y agradable.

Preparada la hoguera, Policarpo se quitó todos sus vestidos, se desató el ceñidor e intentaba también descalzarse, cosa que antes no acostumbraba a hacer, ya que todos los fieles competían entre sí por ser los primeros en tocar su cuerpo; pues, debido a sus buenas costumbres, aun antes de alcanzar la palma del martirio, estaba adornado con todas las virtudes.

Policarpo se encontraba en el lugar del tormento rodeado de todos los instrumentos necesarios para quemar a un reo. Pero, cuando le quisieron sujetar con los clavos, les dijo:

«Dejadme así, pues quien me da fuerza para soportar el fuego me concederá también permanecer inmóvil en medio de la hoguera sin la sujeción de los clavos».

Por tanto, no le sujetaron con los clavos, sino que lo ataron.

Ligadas las manos a la espalda como si fuera una víctima insigne seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio, como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:

«Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los ángeles, de los arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en tu presencia: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e ignorante de la mentira!

Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas las cosas por medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice. Por él a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y en el futuro, por los siglos de los siglos. Amén».

Una vez que acabó su oración y hubo pronunciado su «Amén», los verdugos encendieron el fuego.

Cuando la hoguera se inflamó, vimos un milagro; nosotros fuimos escogidos para contemplarlo, con el fin de que lo narrásemos a la posteridad. El fuego tomó la forma de una bóveda, como la vela de una nave henchida por el viento, rodeando el cuerpo del mártir que, colocándose en medio, no parecía un cuerpo que está abrasándose, sino como un pan que está cociéndose, o como el oro o la plata que resplandecen en la fundición. Finalmente, nos embriagó un olor exquisito, como si se estuviera quemando incienso o algún otro preciado aroma.

Responsorio: Apocalipsis 2, 8-9. 10.

R. Al ángel de la Iglesia de Esmirna escribe así: Esto dice el que es el primero y el último, el que estuvo muerto y volvió a la vida: Conozco tus apuros y tu pobreza, y, sin embargo, eres rico. * Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.

V. No temas nada de lo que vas a sufrir, porque el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para poneros a prueba. * Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.

Oración:

Dios de todas las criaturas, que te has dignado agregar a San Policarpo, obispo, al número de los mártires, concédenos, por su intercesión, que, participando con él en el cáliz de Cristo, por el Espíritu Santo resucitemos a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.


25 de febrero.

Beato Ciriaco María Sancha y Hervás, obispo. Memoria libre en Archidiócesis de Toledo.

Nació en 1833 en Quintana del Pidió (Burgos). Ordenado sacerdote en Osma, partió a Santiago de Cuba, donde se entregó a los pobres y sufrió prisión por su fidelidad a la Santa Sede. Consagrado como obispo auxiliar de Toledo, posteriormente pastoreó las diócesis de Ávila, Madrid-Alcalá, Valencia y la primada de Toledo, Se distinguió por su amor a los necesitados y por su piedad eucarística. Fundó institutos religiosos, inició el movimiento católico en España y se desvivió por la unidad de la Iglesia. Murió en Toledo en 1909 a consecuencia de un acto heroico de caridad.

Segunda lectura:
De la carta convocando al primer Congreso Eucarístico Nacional en España.

La Eucaristía es el centro de la vida católica.

Nosotros creemos que Jesucristo no es una ilusión ni una abstracción meramente histórica, sino una realidad presente, viva, sustancial y personal, enteramente distinta del mundo creado. Y creemos asimismo que está Sacramentado en el sagrado Tabernáculo, y que nuestra fe no se apoya solamente en la humana razón, de suyo mutable y deficiente, sino en el testimonio de los profetas, en las enseñanzas del Evangelio, en las afirmaciones de la tradición, en el magisterio de la Iglesia, en las luces de la divina gracia, en el plan misericordioso de la Redención, en la naturaleza del corazón humano y en las virtudes heroicas, fruto hermosísimo de la santidad de nuestros altares, que embalsama nuestro espíritu y le llena de consuelos y de dulces esperanzas.

La Eucaristía es el centro de la vida católica, y sin ese manjar celeste no habría apóstoles para la predicación, ni vírgenes para las purísimas aspiraciones de la inocencia, ni mártires para vencer a los verdugos, ni doctores para las cumbres de la sabiduría, ni confesores para la verdad revelada, ni tampoco atracciones eficaces para soportar la dureza de las pruebas y los tenaces asaltos de la tentación. Mientras que con a Eucaristía todo florece y prospera en la Iglesia. Y esta Esposa inmaculada nada teme de las contradicciones del mundo, no le asustan las catacumbas, no le parece duro el destierro, no le amedrenta el martirio, ni tampoco desfallece ante las amenazas de sus poderosos enemigos, porque tiene en su seno a Jesucristo que la sostiene y conforta.

También a Eucaristía es necesaria para la vida y prosperidad de la sociedad, porque aunque no falten a ésta glorias y esplendores, y cuente en su seno con lumbreras científicas, con parlamentos, riquezas y progresos industriales, sin embargo, la historia contemporánea enseña con hechos elocuentes que, cuando los Estados no tienen la presencia de Cristo Sacramentado ni los bienes incomparables que Cristo nos trajo, se parecen a una casa sin dueño, a un cuerpo sin leyes de equilibrio ni centro de gravedad, y a una naturaleza sin sol. Todo es en ellos estéril, frío y llevan una existencia penosa llena de vértigos y confusión. Nada, por tanto, tan necesario en nuestros días como el poner a Cristo por fundamento y piedra angular de las instituciones sociales. Éstas necesitan una alma, y esa alma es Jesucristo.

Es además necesario restablecer el espíritu eucarístico de los primeros siglos del cristianismo, estrechar más la unión de las almas con Jesús Sacramentado, y hacer por tanto más frecuente la sagrada Comunión, donde se halla sustancialmente el pan de los fuertes, la sangre que engendra vírgenes, el escudo de los que combaten, el consuelo de los que sufren, la protección de los desamparados, la esperanza de los náufragos, el imán de los que aman, la alegría de los corazones, el dulce encanto de los justos, y, en una palabra, aquel deífico Corazón que en el Calvario sintió sed ardiente de salvar a todos los hombres, y derramó a torrentes su sacratísima sangre para darla en precio de la Redención del género humano.

Responsorio.

R. Reconoced en el pan lo que estuvo colgado en la cruz; en el cáliz, lo que manó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed la sangre de Cristo. * Ya estáis hechos, vosotros, miembros de Cristo.

V. Para que no viváis separados, comed al que es vínculo de vuestra unión; para que no os estiméis en poco, bebed vuestro precio. * Ya estáis hechos, vosotros, miembros de Cristo.

Oración:

Dios de misericordia, que por medio del beato Ciriaco María colmaste de consuelo a tus fieles, concédenos, por su intercesión, mantenernos ardientes en la caridad y solícitos por la unidad de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.


27 de febrero.

San Gregorio de Narek, abad y doctor de la Iglesia. Memoria libre.

Nació en torno al año 950 en la histórica región armenia de Andzevatsik y creció en el seno de una familia culta. Siendo joven ingresó en el monasterio de Narek, cuyo abad era Ananías, primo hermano de su madre. Estudió en la ilustre escuela del monasterio y en él permaneció toda su vida, devoto de la Virgen María, primero como presbítero y luego como abad, alcanzando las cimas de la santidad y de la experiencia mística, como lo muestra la doctrina expuesta en sus diversas obras teológicas y místicas. En el año 1003 redactó el insigne Libro de las lamentaciones y, apenas dos años después, descansó en el Señor.

Segunda lectura:
Del  Libro de las lamentaciones de San Gregorio de Narek, abad y doctor de la Iglesia: (Oratio 70, III-IV: SCh 78, 369-370).

Me refugiaré en ti, oh, Cristo.

Y puesto que el poder de los hombres para ser salvados fue medido y delimitado, se puso de manifiesto, oh, benefactor nuestro, que ellos tam- bién habían sido objeto de tu misericordia, robustecidos por ti, oh, to- dopoderoso, llamados por ti, oh, defensor nuestro, perdonados por ti, a quien todo es posible, que se habían convertido en beneficiarios de tu indulgencia, oh, liberador nuestro, que habían sido sanados por ti, oh, incorruptible, que eres inmune a toda enfermedad, vivificados e ilumina- dos por ti. Por eso, sabiendo lo que vale mi naturaleza terrena, me refu- giaré en ti, oh, Cristo, Hijo del Dios viviente, en todo bendito.

Además, al mencionar aquí la frase conforme a esta oración, se justifica lo que he escrito anteriormente: «Caigamos en manos del Señor y no en manos de los humanos, pues su misericordia es como su grandeza». Porque, en este Libro de las lamentaciones, yo no deseo disminuir los mé- ritos de quienes imploran la salvación, pues sin ellos no puede uno acer- carse a Dios.

Yo glorifico el nombre del Salvador, alabo su gracia para con todos y proclamo con mi discurso que todos aquellos que alcanzaron gran honor tras una vida bienaventurada fueron siempre deudores del remedio de su misericordia.

Porque tú eres la vida, tú la salvación, tú la salud, tú la inmortalidad, tú la beatitud, tú nuestra iluminación.

Dame descansar del hastío de mis pecados, para que también tú puedas reposar de mis gemidos y de mi tediosa insistencia —siempre molesta—, oh, juez mío.

Tú, que tan sólo en salvar a los hombres encuentras tus delicias, oh, ben- dito por los siglos. Amén.

Responsorio: Sal 33, 6. 23; 2 Tim 2, 22.

R. Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. * El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.

V. Busca la justicia, la fe, el amor, la paz. * El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.

Oración:

Dios todopoderoso y eterno que te has dignado colmar de ciencia mística a san Gregorio, maestro y honor del pueblo armenio, haz que, siguiendo sus enseñanzas, aprendamos el arte de dialogar contigo y a sostener siempre nuestra vida con los sacramentos de la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.




HIMNO TE DEUM:

TE DEUM.

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del Cielo.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Lo que sigue puede omitirse.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.










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