L-I-A-Cuaresma

Leccionario I (A)

PARA LOS DOMINGOS DE CUARESMA,
DOMINGO DE RAMOS Y TRIDUO PASCUAL.

(AÑO A)

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

DOMINGO DE RAMOS

JUEVES SANTO

VIERNES SANTO


APÉNDICES

APÉNDICE II: Aclamaciones para el tiempo de Cuaresma



DOMINGO I DE CUARESMA (Año A)


PRIMERA LECTURA

Gén 2, 7-9; 3, 1-7

Creación y pecado de los primeros padres.

Lectura del libro del Génesis.

EL Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo.

Luego el Señor Dios plantó un jardí­n en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que habí­a modelado.

El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardí­n, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.

La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor habí­a hecho. Y dijo a la mujer:

«¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardí­n?».

La mujer contestó a la serpiente:

«Podemos comer los frutos de los árboles del jardí­n; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardí­n nos ha dicho Dios:
“No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”».

La serpiente replicó a la mujer:

«No, no moriréis; es que Dios sabe que el dí­a en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».

Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así­ que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió.

Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17 (R.: cf. 3a)

R. Misericordia, Señor: hemos pecado.

V. Misericordia, Dios mí­o, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.

V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí­ la maldad que aborreces. R.

V. Oh, Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espí­ritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espí­ritu. R.

V. Devuélveme la alegrí­a de tu salvación,
afiánzame con espí­ritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.


SEGUNDA LECTURA (forma larga)

Rom 5, 12-19

Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así­ la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…

Pues, hasta que llegó la ley habí­a pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no habí­a ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habí­an pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tení­a que venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.

Y tampoco hay proporción entre la gracia y el pecado de uno:
pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir de muchos pecados, acabó en justicia.

Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo.

En resumen, lo mismo que por un solo delito resultó condena para todos, así­ también por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos.

Pues, así­ como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así­ también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.


Palabra de Dios.

SEGUNDA LECTURA (forma breve)

Rom 5, 12. 17-19

Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así­ la muerte se propagó a
todos los hombres, porque todos pecaron…

Si por el delito de uno solo la muerte inauguró su reinado a través de uno solo, con cuánta más razón los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo.

En resumen, lo mismo que por un solo delito resultó condena para todos, así­ también por un acto de justicia resultó justificación y vida para todos.

Pues, así­ como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así­ también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.


Palabra de Dios.

Versí­culo antes del Evangelio

Mt 4, 4b


Puede emplearse alguna de las aclamaciones propuestas, y se dice antes y después del siguiente versí­culo.

No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.


EVANGELIO

Mt 4, 1-11

Jesús ayunó cuarenta dí­as y es tentado.

+

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espí­ritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta dí­as con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo:

«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».

Pero él le contestó:

«Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».

Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:

«Si eres Hijo de Dios, tí­rate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».

Jesús le dijo:

«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

De nuevo el diablo lo llevó a un monte altí­simo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:

«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».

Entonces le dijo Jesús:

«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».

Entonces lo dejó el diablo, y he aquí­ que se acercaron los ángeles y lo serví­an.


Palabra del Señor.


DOMINGO II DE CUARESMA (Año A)


PRIMERA LECTURA

Gén 12, 1-4a

Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios.

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos dí­as, el Señor dijo a Abrán:

«Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.

Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición.

Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra».

Abrán marchó, como le habí­a dicho el Señor.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22 (R.: 22)

R. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

V. La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.

V. Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

V. Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.


SEGUNDA LECTURA

2 Tim 1, 8b-10

Dios nos llama y nos ilumina.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:

Toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.

Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.


Palabra de Dios.

Versí­culo antes del Evangelio

Cf. Lc 9, 35

En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre:
«Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».


EVANGELIO

Mt 17, 1-9

Su rostro resplandecí­a como el sol.

+

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecí­a como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

De repente se les aparecieron Moisés y Elí­as conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí­! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elí­as».

Todaví­a estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decí­a:

«Éste es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

Al oí­rlo, los discí­pulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

«Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:

«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


Palabra de Dios.


DOMINGO III DE CUARESMA (Año A)


PRIMERA LECTURA

Éx 17, 3-7

Danos agua que beber.

Lectura del libro del Éxodo.

EN aquellos dí­as, el pueblo, sediento, murmuró contra Moisés, diciendo:

«¿Por qué nos has sacado de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».

Clamó Moisés al Señor y dijo:

«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean».

Respondió el Señor a Moisés:

«Pasa al frente del pueblo y toma contigo algunos de los ancianos de Israel; empuña el bastón con el que golpeaste el Nilo y marcha. Yo estaré allí­ ante ti, junto a la roca de Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así­ a la vista de los ancianos de Israel. Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá, a causa de la querella de los hijos de Israel y porque habí­an tentado al Señor, diciendo:

«¿Está el Señor entre nosotros o no?».


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 94, 1-2. 6-7c. 7d-9 (R.: cf. 7d-8a)

R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón».

V. Venid, aclamemos al Señor,
demos ví­tores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.

V. Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guí­a. R.

V. Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el dí­a de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habí­an visto mis obras». R.


SEGUNDA LECTURA

Rom 5, 1-2. 5-8

El amor ha sido derramado en nosotros por el Espí­ritu que se nos ha dado.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:

Habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido además por la fe el acceso a esta gracia, en la cual nos encontramos; y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espí­ritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impí­os; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atreverí­a alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todaví­a pecadores, Cristo murió por nosotros.


Palabra de Dios.

Versí­culo antes del Evangelio

Cf. Jn 4, 15

Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo;
dame agua viva, así­ no tendré más sed.


EVANGELIO (forma larga)

Jn 4, 5-42

Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

+

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samarí­a llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí­ estaba el pozo de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí­ sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.

Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:

«Dame de beber».

Sus discí­pulos se habí­an ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:

«¿Cómo tú, siendo judí­o, me pides de beber a mí­, que soy samaritana?» (porque los judí­os no se tratan con los samaritanos).

Jesús le contestó:

«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirí­as tú, y él te darí­a agua viva».

La mujer le dice:

«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».

Jesús le contestó:

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

«Señor, dame esa agua: así­ no tendré más sed, ni tendré que venir aquí­ a sacarla».

Él le dice:

«Anda, llama a tu marido y vuelve».

La mujer le contesta:

«No tengo marido».

Jesús le dice:

«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».

La mujer le dice:

«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decí­s que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».

Jesús le dice:

«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judí­os. Pero se acerca la hora, ya está aquí­, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espí­ritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así­. Dios es espí­ritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espí­ritu y verdad».

La mujer le dice:

«Sé que va a venir el Mesí­as, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».

Jesús le dice:

«Soy yo, el que habla contigo».

En esto llegaron sus discí­pulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?».

La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesí­as?».

Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discí­pulos le insistí­an:

«Maestro, come».

Él les dijo:

«Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis».

Los discí­pulos comentaban entre ellos:

«¿Le habrá traí­do alguien de comer?».

Jesús les dice:

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.

¿No decí­s vosotros que faltan todaví­a cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así­, se alegran lo mismo sembrador y segador.

Con todo, tiene razón el proverbio: uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado. Otros trabajaron y vosotros entrasteis en el fruto de sus trabajos».

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que habí­a dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Así­, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí­ dos dí­as. Todaví­a creyeron muchos más por su predicación, y decí­an a la mujer:

«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oí­do y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».


Palabra del Señor.

EVANGELIO (forma breve)

Jn 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42

Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

+

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, llegó Jesús a una ciudad de Samarí­a llamada Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí­ estaba el pozo de Jacob.

Jesús, cansado del camino, estaba allí­ sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta.

Llega una mujer de Samarí­a a sacar agua, y Jesús le dice:

«Dame de beber».

Sus discí­pulos se habí­an ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice:

«¿Cómo tú, siendo judí­o, me pides de beber a mí­, que soy samaritana?» (porque los judí­os no se tratan con los samaritanos).

Jesús le contestó:

«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirí­as tú, y él te darí­a agua viva».

La mujer le dice:

«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?».

Jesús le contestó:

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».

La mujer le dice:

«Señor, dame esa agua: así­ no tendré más sed, ni tendré que venir aquí­ a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decí­s que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».

Jesús le dice:

«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judí­os. Pero se acerca la hora, ya está aquí­, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espí­ritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así­. Dios es espí­ritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espí­ritu y verdad».

La mujer le dice:

«Sé que va a venir el Mesí­as, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».

Jesús le dice:

«Soy yo, el que habla contigo».

En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así­, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos.

Y se quedó allí­ dos dí­as. Todaví­a creyeron muchos más por su predicación, y decí­an a la mujer:

«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oí­do y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».


Palabra del Señor.


DOMINGO IV DE CUARESMA (Año A)


PRIMERA LECTURA

1 Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a

David es ungido rey de Israel.

Lectura del primer libro de Samuel.

EN aquellos dí­as, el Señor dijo a Samuel:

«Llena tu cuerno de aceite y ponte en camino. Te enví­o a casa de Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí­».

Cuando llegó, vio a Eliab y se dijo:

«Seguro que está su ungido ante el Señor».

Pero el Señor dijo a Samuel:

«No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, más el Señor mira el corazón».

Jesé presentó a sus siete hijos ante Samuel. Pero Samuel dijo a Jesé:

«El Señor no ha elegido a éstos».

Entonces Samuel preguntó a Jesé:

«¿No hay más muchachos?».

Y le respondió:

«Todaví­a queda el menor, que está pastoreando el rebaño».

Samuel le dijo:

«Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa mientras no venga».

Jesé mandó a por él y lo hizo venir. Era rubio, de hermosos ojos y buena presencia. El Señor dijo a Samuel:

«Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es éste».

Samuel cogió el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el espí­ritu del Señor vino sobre David desde aquel dí­a en adelante.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 1)

R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

V. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.

V. Me guí­a por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

V. Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

V. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los dí­as de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por los años sin término. R.

SEGUNDA LECTURA

Ef 5, 8-14

Levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

HERMANOS:

Antes erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor.

Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. Buscad lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciándolas.

Pues da vergíüenza decir las cosas que ellos hacen a ocultas. Pero, al denunciarlas, la luz las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz.

Por eso dice:

«Despierta tú que duermes,
levántate de entre los muertos
y Cristo te iluminará».


Palabra de Dios.

Versí­culo antes del Evangelio

Cf. Jn 8, 12b

Yo soy la luz del mundo ——dice el Señor——;
el que me sigue tendrá la luz de la vida.


EVANGELIO (forma larga)

Jn 9, 1-41

Él fue, se lavó, y volvió con vista.

+;

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento.

Y sus discí­pulos le preguntaron:

«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?».

Jesús contestó:

«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de dí­a tengo que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».

Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:

«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solí­an verlo pedir limosna preguntaban:

«¿No es ése el que se sentaba a pedir?».

Unos decí­an:

«El mismo».

Otros decí­an:

«No es él, pero se le parece».

Él respondí­a:

«Soy yo».

Y le preguntaban:

«¿Y cómo se te han abierto los ojos?».

Él contestó:

«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver».

Le preguntaron:

«¿Dónde está él?».

Contestó:

«No lo sé».

Llevaron ante los fariseos al que habí­a sido ciego. Era sábado el dí­a que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo habí­a adquirido la vista.

Él les contestó:

«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».

Algunos de los fariseos comentaban:

«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».

Otros replicaban:

«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».

Él contestó:

«Que es un profeta».

Pero los judí­os no se creyeron que aquél habí­a sido ciego y que habí­a comenzado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

«¿Es éste vuestro hijo, de quien decí­s vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?».

Sus padres contestaron:

«Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse».

Sus padres respondieron así­ porque tení­an miedo a los judí­os; porque los judí­os ya habí­an acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesí­as. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él».

Llamaron por segunda vez al hombre que habí­a sido ciego y le dijeron:

«Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador».

Contestó él:

«Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo».

Le preguntan de nuevo:

«¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?».

Les contestó:

«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oí­rlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discí­pulos suyos?».

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

«Discí­pulo de ése lo serás tú; nosotros somos discí­pulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene».

Replicó él:

«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendrí­a ningún poder».

Le replicaron:

«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».

Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habí­an expulsado, lo encontró y le dijo:

«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».

Él contestó:

«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús le dijo:

«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es».

Él dijo:

«Creo, Señor».

Y se postró ante él.

Dijo Jesús:

«Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

«¿También nosotros estamos ciegos?».

Jesús les contestó:

«Si estuvierais ciegos, no tendrí­ais pecado; pero como decí­s “vemos”, vuestro pecado permanece».


Palabra del Señor.

EVANGELIO (forma breve)

Jn 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

Él fue, se lavó, y volvió con vista.

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:

«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solí­an verlo pedir limosna preguntaban:

«¿No es ése el que se sentaba a pedir?».

Unos decí­an:

«El mismo».

Otros decí­an:

«No es él, pero se le parece».

Él respondí­a:

«Soy yo».

Llevaron ante los fariseos al que habí­a sido ciego. Era sábado el dí­a que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo habí­a adquirido la vista.

Él les contestó:

«Me puso barro en los ojos, me lavé y veo».

Algunos de los fariseos comentaban:

«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado».

Otros replicaban:

«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?».

Él contestó:

«Que es un profeta».

Le replicaron:

«Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?».

Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habí­an expulsado, lo encontró y le dijo:

«¿Crees tú en el Hijo del hombre?».

Él contestó:

«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?».

Jesús le dijo:

«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es».

Él dijo:

«Creo, Señor».

Y se postró ante él.


Palabra del Señor.


DOMINGO V DE CUARESMA (Año A)


PRIMERA LECTURA

Ez 37, 12-14

Pondré mi espí­ritu en vosotros y viviréis.

Lectura de la profecí­a de Ezequiel.

ESTO dice el Señor Dios:

«Yo mismo abriré vuestros sepulcros,
y os sacaré de ellos, pueblo mí­o,
y os llevaré a la tierra de Israel.

Y cuando abra vuestros sepulcros
y os saque de ellos, pueblo mí­o,
comprenderéis que soy el Señor.

Pondré mi espí­ritu en vosotros y viviréis;
os estableceré en vuestra tierra
y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago
——oráculo del Señor——».


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8

R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

V. Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oí­dos atentos
a la voz de mi súplica. R.

V. Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así­ infundes respeto. R.

V. Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.

V. Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.


SEGUNDA LECTURA

Rom 8, 8-11

El Espí­ritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita entre vosotros.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:

Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.


Palabra de Dios.


Versí­culo antes del Evangelio

Jn 11, 25a. 26

Yo soy la resurrección y la vida —dice el Señor—;
el que cree en mí­ no morirá para siempre.


EVANGELIO (forma larga)

Jn 11, 1-45

Yo soy la resurrección y la vida.

+

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, aquel tiempo, habí­a caí­do enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de Marí­a y de Marta, su hermana. Marí­a era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo:

«Señor, el que tú amas está enfermo».

Jesús, al oí­rlo, dijo:

«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todaví­a dos dí­as donde estaba.

Sólo entonces dijo a sus discí­pulos:

«Vamos otra vez a Judea».

Los discí­pulos le replicaron:

«Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judí­os, ¿y vas a volver de nuevo allí­?».

Jesús contestó:

«¿No tiene el dí­a doce horas? Si uno camina de dí­a no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche tropieza, porque la luz no está en él».

Dicho esto, añadió:

«Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo».

Entonces le dijeron sus discí­pulos:

«Señor, si duerme, se salvará».

Jesús se referí­a a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.

Entonces Jesús les replicó claramente:

«Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí­, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro».

Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discí­pulos:

«Vamos también nosotros y muramos con él».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro dí­as enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judí­os habí­an ido a ver a Marta y a Marí­a para darles el pésame por su hermano.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras Marí­a se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:

«Señor, si hubieras estado aquí­ no habrí­a muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo:

«Tu hermano resucitará».

Marta respondió:

«Sé que resucitará en la resurrección en el último dí­a».

Jesús le dijo:

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí­, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí­, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó:

«Sí­, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tení­a que venir al mundo».

Y dicho esto, fue a llamar a su hermana Marí­a, diciéndole en voz baja:

«El Maestro está ahí­ y te llama».

Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no habí­a entrado todaví­a en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo habí­a encontrado. Los judí­os que estaban con ella en casa consolándola, al ver que Marí­a se levantaba y salí­a deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí­. Cuando llegó Marí­a adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:

«Señor, si hubieras estado aquí­ no habrí­a muerto mi hermano».

Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judí­os que la acompañaban, se conmovió en su espí­ritu, se estremeció y preguntó:

«¿Dónde lo habéis enterrado?».

Le contestaron:

«Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judí­os comentaban:

«¡Cómo lo querí­a!».

Pero algunos dijeron:

«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podí­a haber impedido que éste muriera?».

Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba.
Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:

«Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dijo:

«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro dí­as».

Jesús le replicó:

«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:

«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente:

«Lázaro, sal afuera».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:

«Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judí­os que habí­an venido a casa de Marí­a, al ver lo que habí­a hecho Jesús, creyeron en él.


Palabra del Señor.

EVANGELIO (forma breve)

Jn 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45

Yo soy la resurrección y la vida.

+

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:

«Señor, el que tú amas está enfermo».

Jesús, al oí­rlo, dijo:

«Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todaví­a dos dí­as donde estaba.
Sólo entonces dijo a sus discí­pulos:

«Vamos otra vez a Judea».

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro dí­as enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras Marí­a se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:

«Señor, si hubieras estado aquí­ no habrí­a muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo:

«Tu hermano resucitará».

Marta respondió:

«Sé que resucitará en la resurrección en el último dí­a».

Jesús le dijo:

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí­, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí­, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó:

«Sí­, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tení­a que venir al mundo».

Jesús se conmovió en su espí­ritu, se estremeció y preguntó:

«¿Dónde lo habéis enterrado?».

Le contestaron:

«Señor, ven a verlo».

Jesús se echó a llorar. Los judí­os comentaban:

«¡Cómo lo querí­a!».

Pero algunos dijeron:

«Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podí­a haber impedido que éste muriera?».

Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:

«Quitad la losa».

Marta, la hermana del muerto, le dijo:

«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro dí­as».

Jesús le replicó:

«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».

Entonces quitaron la losa.

Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:

«Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».

Y dicho esto, gritó con voz potente:

«Lázaro, sal afuera».

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:

«Desatadlo y dejadlo andar».

Y muchos judí­os que habí­an venido a casa de Marí­a, al ver lo que habí­a hecho Jesús, creyeron en él.


Palabra del Señor.



DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR (Año A)

CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA DEL SEÑOR EN JERUSALÉN


EVANGELIO

Mt 26, 1-11

+

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

CUANDO se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de Los Olivos, envió a dos discí­pulos diciéndoles:

«Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto».

Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta:

«Decid a la hija de Sión:

“Mira a tu rey, que viene a ti,
humilde, montado en una borrica,
en un pollino, hijo de acémila”».

Fueron los discí­pulos e hicieron lo que les habí­a mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó.

La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

«¡“Hosanna” al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡“Hosanna” en las alturas!».

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando:

«¿Quién es éste?».

La multitud contestaba:

«Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».


Palabra del Señor.

MISA

La Misa de este domingo tiene tres lecturas, y es muy recomendable que se lean las tres, a no ser que algún motivo pastoral aconseje lo contrario.

Dada la importancia de la Lectura de la historia de la Pasión del Señor, el sacerdote, si es necesario por la índole de la asamblea, podrá decidir que se lea una sola de las dos lecturas que preceden al Evangelio, o inclusive que se lea únicamente la historia de la Pasión, incluso en su forma breve.

Estas normas sólo pueden aplicarse en las Misas celebradas con participación del pueblo.


PRIMERA LECTURA

Is 50, 4-7

No escondí el rostro ante ultrajes,
sabiendo que no quedaría defraudado.

(Tercer cántico del Siervo del Señor).

Lectura del libro de Isaías.

EL Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.

El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2ab)

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V. Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R.

V. Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.

V. Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.

V. Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel». R.


SEGUNDA LECTURA

Flp 2, 6-11

Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.

CRISTO Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.


Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio

Cf. Flp 2, 8-9

Puede emplearse alguna de las propuestas, y se dice antes y después del siguiente versículo:

Cristo se ha hecho por nosotros obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.

 

Para la Lectura de la historia de la Pasión del Señor no se llevan cirios ni incienso, ni se hace al principio la salutación habitual, ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, en su defecto, el mismo celebrante. Pero puede también ser proclamada por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.

Si los lectores de la Pasión son diáconos, antes del canto de la Pasión piden la bendición al celebrante, como en otras ocasiones antes del Evangelio; pero si los lectores no son diáconos se omite esta bendición.


EVANGELIO (forma larga)

Mt 26, 14 – 27, 66

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

+

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?

Cronista:

EN aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

S. «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

C. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

S. ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

C. Él contestó:

+ «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos».

C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Uno de vosotros me va a entregar.

C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

+ «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

C. Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

S. «¿Soy yo acaso, Señor?».

C. Él respondió:

+ «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

S. «¿Soy yo acaso, Maestro?».

C. Él respondió:

+ «Tú lo has dicho».

Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.

C. Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo:

+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».

C. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo:

+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».

C. Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos.

Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.

C. Entonces Jesús les dijo:

+ «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».

C. Pedro replicó:

S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré».

C. Jesús le dijo:

+ «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces».

C. Pedro le replicó:

S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».

C. Y lo mismo decían los demás discípulos.

Empezó a sentir tristeza y angustia.

C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos:

+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».

C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo:

+ «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».

C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

+ «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».

C. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:

+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo:

+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».

Se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron.

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

S. «Al que yo bese, ése es: prendedlo».

C. Después se acercó a Jesús y le dijo:

S. «¡Salve, Maestro!».

C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

+ «Amigo, ¿a qué vienes?».

C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:

+ «Envaina la espada; que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?».

C. Entonces dijo Jesús a la gente:

+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas».

C. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder.

C. Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.

    Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello.

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:

S. «Éste ha dicho: Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días».

C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».

C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

S. «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».

C. Jesús le respondió:

+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo».

C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:

S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?».

C. Y ellos contestaron:

S. «Es reo de muerte».

C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:

S. «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».

Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.

C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:

S. «También tú estabas con Jesús el Galileo».

C. Él lo negó delante de todos diciendo:

S. «No sé qué quieres decir».

C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

S. «Éste estaba con Jesús el Nazareno».

C. Otra vez negó él con juramento:

S. «No conozco a ese hombre».

C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:

S. «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata».

C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:

S. «No conozco a ese hombre».

C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador.

C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.

C. Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo:

S. «He pecado entregando sangre inocente».

C. Pero ellos dijeron:

S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».

C. Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron:

S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre».

C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:

«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».

¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús respondió:

+ «Tú lo dices».

C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia, Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».

C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».

C. Ellos dijeron:

S. «A Barrabás».

C. Pilato les preguntó:

S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».

C. Contestaron todos:

S. «Sea crucificado».

C. Pilato insistió:

S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?».

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. «¡Sea crucificado!».

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:

S. «¡Soy inocente de esta sangre. Allá vosotros!».

C. Todo el pueblo contestó:

S. «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!».

C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Crucificaron con él a dos bandidos.

C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Si eres hijo de Dios, baja de la cruz.

C. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían:

S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:

S. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: Soy Hijo de Dios».

C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

«¿Elí, Elí, lamá sabaqtani?».

C. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:

+ «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».

C. (Es decir:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:

S. «Está llamando a Elías».

C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber.

Los demás decían:

S. «Déjadlo, a ver si viene Elías a salvarlo».

C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:

S. «Verdaderamente éste era Hijo de Dios».

C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

José puso en su sepulcro nuevo el cuerpo de Jesús.

C. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

Ahí tenéis la guardia: Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.

C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

S. «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor estando en vida anunció: A los tres días resucitaré. Por eso ordena que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. La última impostura sería peor que la primera».

C. Pilato contestó:

S. «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis».

C. Ellos aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y colocando la guardia.


Palabra del Señor.


EVANGELIO (forma breve)

Mt 27, 11-54

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

+

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

¿Eres tú el rey de los judíos?

Cronista:

EN aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato, y éste le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús respondió:

+ «Tú lo dices».

C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia, Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».

C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».

C. Ellos dijeron:

S. «A Barrabás».

C. Pilato les preguntó:

S. «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».

C. Contestaron todos:

S. «Sea crucificado».

C. Pilato insistió:

S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?».

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. «¡Sea crucificado!».

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:

S. «¡Soy inocente de esta sangre. Allá vosotros!».

C. Todo el pueblo contestó:

S. «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!».

C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Crucificaron con él a dos bandidos.

C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Si eres hijo de Dios, baja de la cruz.

C. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían:

S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».

C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:

S. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: Soy Hijo de Dios».

C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

«¿Elí, Elí, lamá sabaqtani?».

C. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:

+ «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».

C. (Es decir:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).

C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:

S. «Está llamando a Elías».

C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber.

Los demás decían:

S. «Déjadlo, a ver si viene Elías a salvarlo».

C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:

S. «Verdaderamente éste era Hijo de Dios».


Palabra del Señor.



TRIDUO PASCUAL


JUEVES SANTO


Las lecturas para la Misa Crismal se encuentran en el Leccionario II.


MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR

PRIMERA LECTURA

Éx 12, 1-8. 11-14

Prescripciones sobre la cena pascual.

Lectura del libro del Éxodo.

EN aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel:

El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.

Éste será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 115, 12-13. 15-16. 17-18 (R.: cf. 1 Cor 1 16)

R. El cáliz de la bendición es comunión
de la sangre de Cristo.

V. ¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R.

V. Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R.

V. Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R.


SEGUNDA LECTURA

1 Cor 11, 23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:

Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.


Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio

Jn 13, 34

Os doy un mandamiento nuevo —dice el Señor—:
que os améis unos a otros, como yo os he amado.


EVANGELIO

Jn 13, 1-15

Los amó hasta el extremo.

+

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

ANTES de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dice:

«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:

«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:

«No me lavarás los pies jamás».

Jesús le contestó:

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:

«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice:

«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».


Palabra del Señor.



VIERNES SANTO

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

PRIMERA LECTURA

Is 52, 13 – 53, 12

Él fue traspasado por nuestras rebeliones.

Lectura del libro de Isaías.

MIRAD, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.

Como muchos se espantaron de él
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y comprender algo inaudito.

¿Quién creyó nuestro anuncio?;
¿a quién se reveló el brazo del Señor?

Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.

Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultaban los rostros,
despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.

Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.

Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.

Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.

Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.

Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial

Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 (R.: Lc 23, 46)

R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

V. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

V. Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R.

V. Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

V. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R.


SEGUNDA LECTURA

Heb 4, 14-16; 5, 7-9

Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación.

Lectura de la carta a los Hebreos.

HERMANOS:

Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.


Palabra de Dios.

Versículo antes del Evangelio

Flp 2, 8-9

Cristo se ha hecho por nosotros obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.


Para la Lectura de la historia de la Pasión del Señor no se llevan cirios ni incienso, ni se hace al principio la salutación habitual, ni se signa el libro. Esta lectura la proclama el diácono o, en su defecto, el mismo celebrante. Pero puede también ser proclamada por lectores laicos, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo.

Si los lectores de la Pasión son diáconos, antes del canto de la Pasión piden la bendición al celebrante, como en otras ocasiones antes del Evangelio; pero si los lectores no son diáconos se omite esta bendición.


EVANGELIO

Jn 18, 1 – 19, 42

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

+

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

¿A quién buscáis? A Jesús, el Nazareno.

Cronista:

EN aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

+ «¿A quién buscáis?».

C. Le contestaron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Les dijo Jesús:

+ «Yo soy».

C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+ «¿A quién buscáis?».

C. Ellos dijeron:

S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús contestó:

+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos».

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

Llevaron a Jesús primero ante Anás.

C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

C. Él dijo:

S. «No lo soy».

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:

+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».

C. Jesús respondió:

+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy.

C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».

C. Él lo negó, diciendo:

S. «No lo soy».

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

Mi reino no es de este mundo.

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

C. Le contestaron:

S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

C. Pilato les dijo:

S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

C. Los judíos le dijeron:

S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús le contestó:

+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

C. Pilato replicó:

S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».

C. Jesús le contestó:

+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

C. Pilato le dijo:

S. «Entonces, ¿tú eres rey?».

C. Jesús le contestó:

+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

C. Pilato le dijo:

S. «Y, ¿qué es la verdad?».

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Volvieron a gritar:

S. «A ése no, a Barrabás».

C. El tal Barrabás era un bandido.

¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. «Salve, rey de los judíos!».

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. «He aquí al hombre».

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

C. Los judíos le contestaron:

S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:

S. «¿De dónde eres tú?».

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

C. Jesús le contestó:

+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:

S. «He aquí a vuestro rey».

C. Ellos gritaron:

S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:

S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. «No tenemos más rey que al César».

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron; y con él a otros dos.

C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. «No escribas El rey de los judíos, sino: Éste ha dicho: soy el rey de los judíos».

C. Pilato les contestó:

S. «Lo escrito, escrito está».

Se repartieron mis ropas.

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

C. Luego, dijo al discípulo:

+ «Ahí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

Está cumplido.

C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

+ «Tengo sed».

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+ «Está cumplido».

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

Al punto salió sangre y agua.

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:

«No le quebrarán un hueso»;

y en otro lugar la Escritura dice:

«Mirarán al que traspasaron».

Envolvieron el cuerpo de Jesús en los lienzos con los aromas.

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


Palabra del Señor.



APÉNDICES

APÉNDICE II: Aclamaciones para el tiempo de Cuaresma

APÉNDICE II


ACLAMACIONES

PARA EL TIEMPO DE CUARESMA


En el tiempo de Cuaresma, puede emplearse alguna de estas aclamaciones, y se dice antes y después del versí­culo antes del Evangelio.


1. Gloria y alabanza a ti, Cristo.


2. Gloria a ti, Cristo, Sabidurí­a de Dios Padre.


3. Gloria a ti, Cristo, Palabra de Dios.


4. Gloria a ti, Señor, Hijo de Dios vivo.


5. Alabanza y honor a ti, Señor Jesús.


6. Alabanza a ti, Cristo, rey de gloria eterna.


7. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor.


8. La salvación y la gloria y el poder son del Señor Jesucristo.























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